Los dos idiomas de María José Rincón
Por Bruno Rosario Candelier
A
Emilia Pereyra,
cultora del saber que edifica.
La prestigiosa lexicógrafa, académica y promotora lingüística hispano dominicana María José Rincón González, en esta obra de su autoría, De la eñe a la zeta, escribió sobre los “dos idiomas”, el español y el dominicano: “Hace unos años, en una visita a España, mi hijo, un niño en ese entonces, les decía a sus amigos en el parque infantil: “Yo soy español y dominicano y hablo los dos idiomas”. Ni que decir tiene que ese “bilingüismo” precoz lo convirtió en el héroe del barrio. Me sorprendió y me enorgulleció lo que ese comentario suponía para un niño de corta edad. Su trascendentalismo radicaba en que manifestaba, a su manera, la experiencia de descubrir las diversas formas de hablar español. El reconocimiento y la asunción de la diversidad es un paso muy importante para crecer como hablantes. Saber que nuestra forma de hablar es distinta de la de otras regiones hispanoparlantes y asumir que esta diferencia no nos hace mejores hablantes, pero tampoco peores, tiene mucho valor. Implica además el reto de conocer y valorar en su justa medida las características que nos son propias. La conciencia de la diferencia debe servir para aprender de los demás: más palabras, más significados para las mismas palabras, distintos acentos. No caigamos en el error de mirarnos solo nuestro propio ombligo. Sería una verdadera lástima limitar nuestros horizontes lingüísticos cuando el español supone todo lo contrario: amplitud, diversidad y riqueza. Como hablantes, si queremos expresar nuestro orgullo por lo que somos, podríamos empezar por decir: “Somos dominicanos (o españoles, colombianos, puertorriqueños, y así hasta veintitrés nacionalidades, puede que más) y hablamos en español”. (María José Rincón González, “Los dos idiomas” en De la eñe a la zeta, Santo Domingo, Amigo del Hogar, 2019, p. 30).
La autora de la obra lingüística De la eñe a la zeta, María José Rincón González, es una poeta de la lengua. Al usar la palabra “poeta”, no quiero decir que ella escribe versos, sino que mediante el estudio de la lengua, en sus trabajos lexicográficos, sus ponencias y charlas y en todo lo que ella escribe sobre nuestra lengua hace poesía, y uso la palabra “poesía” en el sentido que la usaban los antiguos griegos. Para esos pensadores y estetas la palabra “poesía” significa “creación”: creación del lenguaje, creación de la palabra, creación de imágenes y conceptos. Eso es lo que ha hecho María José desde que asumió el cultivo intelectual, desde que se valió de la palabra con un propósito creador, y es lo que ha demostrado en este hermoso libro titulado De la eñe a la zeta: crear con las palabras, ponderar el valor de formas y sentidos léxicos, ilustrar con su sabiduría filológica la creación idiomática de los hablantes de España y de América, de los hablantes de su tierra de origen, Sevilla, y de esta su tierra adoptiva, la República Dominicana, que ella adoptó como parte entrañable de su vida con su lenguaje, su historia y su cultura, como lo manifiesta este ejemplo que revela su identificación con los dos idiomas:
“Inés Aispún me preguntó en una entrevista cuál era para mí la palabra más hermosa del español dominicano. Nunca me lo había planteado, pero no lo dudé ni un instante. Tumbarrocío, le respondí. Se trata de un precioso sustantivo compuesto con el que se designa a un pequeño pajarito que vuela en nuestros campos y que, al posarse, hace caer gotas de rocío de las hojas. Es una imagen poética creada váyase usted a saber cuándo por un hablante con la suficiente sensibilidad para detenerse a contemplar la naturaleza. Esta palabra se ha creado por composición, un método tradicional en español para la formación de nuevas voces. El verbo tumbar y el sustantivo rocío se unen para crear una sola voz. Su ortografía también es interesante: el sonido /rr/, representado con r inicial en rocío pasa a ser representado por el dígrafo rr en posición intervocálica en tumbarrocío. El detalle más interesante es que el verbo tumbar, usado en una acepción característica del español americano, ha sido muy feraz a la hora de generar palabras. Sus compuestos siguen la misma estructura: verbo tumbar + sustantivo complemento directo” (María José Rincón González, De la eñe a la zeta, p. 195).
En los comentarios y opiniones de nuestra admirada filóloga se manifiesta el amor que ella siente por la palabra, la devoción con que asume el lenguaje para testimoniar su visión del mundo, en la pasión que revela para canalizar su comprensión de fenómenos idiomáticos a través del cultivo de las palabras; y lo hermoso de este libro, que tiene un contenido profundo, rico y revelador, es justamente la forma amena como ella lo hace. María José Rincón es una científica del lenguaje, pero no usa un lenguaje obtuso, rebuscado o complicado para comunicar lo que sabe, sino un lenguaje claro, preciso y apropiado para que lo entiendan no solo los especialistas de la lingüística, sino los hablantes interesados en conocer y mejorar el uso de su lengua, razón por la cual emplea un lenguaje comprensible para que lo entendamos todos, para que nos compenetremos con la idea que ella tiene de la palabra, con la concepción que ella tiene de la forma como hablamos los dominicanos y para que valoremos el legado hispánico que recibimos con la lengua española. Ella tiene la singular condición de dominar los dos sistemas de comunicación: la estructura de la lengua española y la forma peculiar del habla de los dominicanos. Son dos plataformas idiomáticas que ella maneja admirablemente porque conoce muy bien “los dos idiomas”.
A mí me impresionó la anécdota de “Los dos idiomas”, que protagonizara el hijo de María José Rincón, Juan Ramón Peralta, cuando en un parque de Sevilla les dice a sus amiguitos: “Pues, yo soy dominicano y español, y hablo los dos idiomas”, y la gracia como lo cuenta María José hay que apreciarla al leer ese pasaje. Tenía razón su hijo cuando dijo que sabía los dos idiomas, porque conocía el español de España y el español dominicano. Desde luego, ese doble conocimiento, que María José Rincón domina admirablemente, es lo que plasma y canaliza en este libro y lo hace con el conocimiento de la lexicografía y el dominio de la ciencia del lenguaje, porque ella es filóloga. Al decir que es filóloga, recuerdo una anécdota que yo tuve con ella y que de alguna manera explica la razón por la cual María José Rincón está sentada en ese sillón académico con la letra Z, y les voy a contar por qué lo digo. En el año 1994 fui invitado por la Real Academia a participar en un congreso de la lengua española que se celebraría (que se celebró) en Salamanca, y naturalmente tenía que conseguir visa para viajar a España. Cuando estoy delante de la ventanilla del consulado, la joven que me atendió, casualmente María José Rincón, me observa muy atentamente y me pregunta a qué iría a España. Entonces le explico que soy filólogo de la Complutense, académico de la lengua y miembro correspondiente de la Real Academia Española y, en tal virtud, me invitaron a participar en un congreso de filología. Cuando ella escucha esa palabra, filología, con emoción y alegría, me sorprende y exclama: “Ah, pues yo también soy filóloga”, y yo inmediatamente le dije que cuando regresara de España la invitaría para que participara en las actividades lingüísticas de nuestra Academia y, sobre todo, para que colaborara con nosotros en los trabajos lexicográficos que pensábamos realizar a favor de nuestra lengua, y ella, sin pensarlo dos veces, me contestó: “Pues, yo encantadísima. Por supuesto que participaré”. Y, efectivamente, a mi regreso la llamé, la invité a una reunión, a la que asistió, la incorporé al equipo lexicográfico de la Academia Dominicana de la Lengua para emprender estudios lexicográficos sobre el español dominicano, iniciar trabajos de investigación sobre el lenguaje de los dominicanos, promover el conocimiento de la lengua española en nuestra población mediante actividades que hacemos a favor de nuestros hablantes para incentivar el amor a la palabra, motivar el estudio de nuestra lengua y sembrar en nuestros hablantes una “conciencia de lengua”.
Pues bien, María José Rincón González tiene “alta conciencia de la lengua”, una cabal inquietud sobre lo que implica amar, estudiar y fomentar el estudio de nuestra lengua, lo que ella hace en este libro, revelar ese amor, testimoniar esa identificación intelectual, afectiva y espiritual por nuestro lenguaje, por el significado de nuestras voces, por la forma como nos expresamos, y lo hace justamente para sembrar en nosotros esa preocupación lingüística y nos interesemos por la palabra, para que valoremos el significado de las palabras y la importancia de usarlas con propiedad y elegancia, para que sepamos usar con rigor gramatical lo que la palabra demanda en los buenos hablantes. Eso es lo que María José Rincón quiere sembrar y motivar al publicar esta obra, De la eñe a la zeta, colección de los artículos que cada martes ella publica en Diario Libre, muy edificantes por lo que implica en términos lexicográficos, gramaticales y ortográficos.
Lo primero que ustedes van a apreciar en este libro es el entusiasmo lingüístico que derrocha María José Rincón cuando escribe. Nuestra lexicógrafa despliega su conciencia de lengua con destreza expositiva, entusiasmo lingüístico, humor ingenioso y gracia con solera al hablar, lo que es producto de su entrañable vinculación empática con el alma de la lengua española y su plena identificación emocional con la onda del español dominicano, índice expresivo del sentimiento de amor hacia “los dos idiomas”, el español y el dominicano. Da gusto leer cada uno de los párrafos de este libro porque lo hace con devoción, con particular identificación con el lenguaje, con cabal comprensión de las pautas lexicográficas, gramaticales y ortográficas, y, entonces, revela lo que es realmente amar su la lengua española, lo que implica su identificación intelectual y espiritual con nuestra lengua, por la que se desvive y por la que se ha entregado en cuerpo y alma, en espíritu y en inteligencia, para plasmar su sabiduría y su amor por la lengua de Castilla y la lengua de Quisqueya. Hoy mismo yo le decía a ella que fue un regalo que Dios nos hizo a los dominicanos al enviarnos a María José Rincón a establecerse en la República Dominicana.
Efectivamente, cuando María José Rincón González escribe, revela una destreza expositiva admirable y, entre otras virtudes, un humor luminoso porque en ella no hay solo talento y amor; no hay solo conocimiento y destreza; en ella hay un algo especial que la motiva, y la enciende, y la entusiasma. En ella hay sabiduría y amor por lo que siente pasión con iluminación y encanto. Cuando ella da una charla, de las muchas que ha dado en este augusto salón de esta Academia, contagia a los presentes, porque transmite desde el hondón de su sensibilidad y el fuero de su conciencia la pasión que siente por la lengua española. Describe el panorama de la realidad idiomática peninsular y dominicana, y contrasta las dos plataformas: la pauta de la lengua general, la española, y la aplicación de la variante regional, la dominicana en esta porción caribeña y antillana de la América hispana. Y lo hermoso de su labor didáctica es su orientación a la luz de su formación lexicográfica y su conocimiento de la lengua. Ella se vuelca entera cuando enseña, y canaliza y transmite con emoción sus conocimientos idiomáticos; pero lo impresionante de su participación es la amorosa pasión como lo hace, y eso es lo que distingue a María José Rincón González cuando escribe, habla o enseña.
Cuando alguien se entrega con pasión a lo que hace, algo bueno sale, porque no solo manifiesta su talento, su energía y su dedicación, sino que canaliza su sabiduría y su entusiasmo, y con el entusiasmo la pasión que emociona, y con la pasión el aliento intelectual y espiritual que mana de sus entrañas para motivar, a la luz de su formación filológica, lo que enciende la sensibilidad y concita la inteligencia. Eso es clave para triunfar en la vida y lograr lo que María José Rincón ha logrado: convencernos de la bondad de nuestra lengua; enseñarnos que estamos obligados a honrar el conocimiento de nuestra lengua, porque ese cultivo forma parte de un deber moral y una misión intelectual y una meta espiritual que tenemos los hablantes, porque hemos recibido un don hermosísimo a través de la palabra, y ese don nos corresponde fructificarlo y potenciarlo para que siga creciendo el amor por la palabra y la identificación con nuestra lengua, la que nos identifica intelectual, afectiva y espiritualmente. El siguiente párrafo de su libro confirma lo que estoy diciendo de nuestra lexicógrafa:
“Busqué de inmediato quién había ocupado ese sillón antes que yo y resultó que yo era la primera letra zeta de la Academia Dominicana de la Lengua. Irónicamente le correspondía a una sevillana aplatanada: ni los sevillanos ni los dominicanos pronunciamos la zeta como la describen los manuales (sonido interdental fricativo sordo). Nuestro seseo (junto al del sur de la Península Ibérica, Canarias y toda Hispanoamérica) la asocia al sonido predorsal fricativo sordo. Los lazos que me unen a esta letra han ido tomando cuerpo desde entonces. Los zumbadores aparecen por doquier, mi hija prefiere las batidas de zapote, he tenido que zanquear dominicanismos por cielo y tierra y todavía dura el zaperoco del Diccionario del español dominicano. Solo espero que hoy no se le zafe un tornillo y que esta Eñe no vaya al zafacón” (M. J. Rincón González, De la eñe a la zeta, p. 224).
En efecto, María José Rincón González tiene un concepto lúcido, pertinente y preciso de la naturaleza de nuestra lengua con la necesaria aplicación normativa de la ortografía y la gramática bajo un criterio lingüístico y académico. Con su labor lexicográfica, ha hecho un gran servicio al estudio de nuestra lengua al responder consultas hechas a la página electrónica de la ADL. El aporte lingüístico de María José Rincón ha sido posible porque ella encarna en su sensibilidad y su conciencia lo que distingue a los grandes creadores de nuestra lengua, de cualquier lengua, en todos los tiempos y culturas, como es el hecho de ser coparticipe de lo que he denominado “la savia de la lengua”.
La energía de la lengua se manifiesta a través de una triple savia que, como “la sangre del espíritu”, según el decir de Miguel de Unamuno, alienta el poder de la creatividad a través de la palabra. Hay una savia de la lengua, y el primero en identificarla en la cultura occidental, a la que pertenecemos, fue el antiguo pensador presocrático Heráclito de Éfeso, cuando intuyó que los hablantes tenemos un don altamente luminoso, y a ese don le llamó Logos, el Logos de la conciencia, porque ese sabio griego entendía que ese don era una energía sagrada que identifica y enaltece a los seres humanos. Concibo ese singular aliento del espíritu como la savia primordial, que entraña la esencia de la lengua en virtud del Logos que recibimos al nacer, porque viene desde el principio, cuando se nos da ese talento enaltecedor, el Logos que permite reflexionar, intuir, hablar y crear.
María José Rincón González participa también de la segunda savia que transmite de un modo natural la virtud fecundante de la lengua, a la que llamo la savia patrimonial, que nos da la lengua castellana. Los hablantes de esta hermosa lengua mediante un conducto especial a través de nuestro cerebro recibimos esa savia ancestral que nos inyectan las voces castellanas. Le llamo savia patrimonial porque viene de la raíz de nuestra lengua, que recibimos los hablantes de la lengua española en cualquier lugar del mundo donde nos encontremos. Nuestra académica participa de un modo privilegiado de esa savia patrimonial, no solo porque naciera y se criara en la ciudad andaluza de Sevilla, donde fue amamantada con la savia patrimonial de nuestra lengua, sino porque se compenetró entrañablemente con la savia de la lengua castellana, y eso lo manifiesta ella de una manera profunda y elocuente en este libro que hoy presentamos, y, desde luego, en todo lo que ella escribe sobre “los dos idiomas”, el español peninsular y el español dominicano.
Hay, además, una tercera savia, a la que llamo savia cardinal, que es la virtualidad operativa de las palabras que nos transmite una lengua determinada en un país específico. El español dominicano nos hace partícipes de esa savia cardinal desde el momento en que nuestras madres nos amamantan en nuestra infancia y nos acurrucan en nuestros balbuceos que imitamos de sus voces para transmitirnos el afecto y el lenguaje que va conformando en nuestra mente el genio de nuestra lengua, y con el troquelado afectivo y espiritual de su lenguaje y su amor recibimos esa savia cardinal que nos enlaza a nuestra lengua, a nuestra historia y a nuestra cultura. El impacto de dicha savia nos permite compenetrarnos con la esencia que nos distingue, con la idiosincrasia que nos identifica y el talante que nos hace hablantes de una variante idiomática hermosa, rica y fecunda.
Esas tres savias inherentes en la energía de nuestra lengua han renacido luminosamente en María José Rincón y ella las ha canalizado creadoramente en esta obra que resalta la importancia de conocer cabalmente nuestro medio de comunicación y creación para enfatizar el estudio de nuestra lengua y el cultivo de las letras de manera que sintamos la dicha de hablar la variante dominicana de la lengua española y nos compenetremos intelectual, afectiva y espiritualmente con la savia de nuestra lengua, a la que Rubén Darío llamara “sangre de Hispania fecunda” en uno de sus poemas.
Cuando Mariano Lebrón Saviñón hablaba de los “pechos henchidos de nuestra lengua” se refería a ese saber idiomático que comunica nuestro lenguaje para ser lo que somos, para identificarnos con nuestra idiosincrasia cultural, para canalizar nuestro talento y nuestra creatividad en función de la palabra, como lo plantea la palabra, como lo concita la palabra y como lo plasma María José Rincón González con preparación, amor y devoción.
Llevamos en nuestras venas la savia espiritual que nos legara el verbo luminoso de los españoles Garcilaso de la Vega, Miguel de Cervantes, san Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús y Antonio Machado; y también la palabra edificante de Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Jorge Luis Borges, Carlos Fuentes; y, entre los nuestros, Pedro Henríquez Ureña, Juan Bosch, Flérida de Nolasco, Manuel del Cabral, Manuel Rueda, Freddy Bretón y Emilia Pereyra, con la savia de nuestra lengua que esta obra de María José Rincón asume, despliega y enaltece. ¡Enhorabuena con nuestra gratitud y admiración a María José Rincón González por su valioso aporte al estudio de nuestros dos idiomas, el español de España y el español dominicano!
Bruno Rosario Candelier
Academia Dominicana de la Lengua
Santo Domingo, 14 de agosto de 2019.