Entrevista a María José Rincón

Por Emilia Pereyra 

  

María José Rincón: “A los académicos se nos critica que seamos cascarrabias y regañones”

La lingüista, que acaba de publicar el libro “De la eñe a la zeta”, también defiende el español dominicano.

La conocida lingüista María José Rincón defiende el español dominicano y sostiene que se trata de un idioma heredado desde hace muchísimos siglos que se debe aprender a valorar.

Ella, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, es una ardorosa defensora de la lengua española y acaba de publicar el libro “De la eñe a la zeta”, que compila columnas que ha divulgado en Diario Libre durante varios años.

En ese contexto se realiza esta entrevista en la que Rincón da cuenta de su pasión por la investigación lingüística, de su interés por compartir los conocimientos sobre el tema y llama la atención acerca del respeto que debe prevalecer en el uso  del español dominicano. “Siempre con la idea de que aprendamos a valorarlo, porque siempre lo que oímos es la crítica, pues también me gusta poner mi granito de arena para que tengamos ese poquito de autoestima lingüística y siempre lucho por la vigencia de la lengua española”, dijo.

— ¿Qué significa la publicación de este libro para usted?

 Significa reivindicar el papel que tenemos los investigadores y la responsabilidad que tenemos en la divulgación de la lengua. Cuando uno es investigador y se dedica a investigar se encierra en su mundo porque la labor es incompatible con el ruido, con el tumulto, con la conversación. La labor de investigación es generalmente individual o en equipo, pero muy cerrada. Pero todo los que hemos tenido la suerte de dedicarnos a investigar le debemos un poco a la sociedad que nos ha permitido divulgar esas cosas que estudiamos, que investigamos, que descubrimos.

Entonces, publicar columnas que se han leído a través de un montón de años semanalmente en las columnas de un periódico gratuito, de muchísima difusión, significa que me siento orgullosa de haber mantenido esa esfera de la divulgación… Es decir, no te quedes encerrada, transmite un poco de los conocimientos que has conseguido con esa investigación.

 — Es una lingüista muy vinculada a la época también, que divulga a través de las redes sociales y todo eso. ¿Qué reacción tiene la gente cuando entra en contacto a través esos medios?

 Lo primero que sientes, sobre todo cuando dices que eres académica, es que la gente tiene la imagen del académico varón y viejo. Entonces, ‘pero ¿usted es académica? ¿Usted escribe en Twitter?’. La primera reacción es como de incredulidad. Creo que descoloco un poco al público, pero una vez que uno entra en contacto y la gente pierde ese sentimiento de lejanía que la gente tiene con la academia se recibe muy bien y a veces se nos exige que seamos lo que también se nos critica. A los académicos se nos critica que seamos refunfuñones, cascarrabias, regañones, que damos muchísimos boches y que estamos siempre corrigiendo. Pero al mismo tiempo, cuando no lo hacemos así, porque yo no soy mucho de eso (si doy un boche la ironía está más que el boche) nos exigen que corrijamos, que nuestro papel es corregir y que necesariamente tiene que ser eso: corregir, regañar y dar ese boche de lo que tú estás haciendo mal, porque ese es el papel que se le asigna a la academia. Ya la academia, desde hace muchos años, no se dedica a corregir. Ya la academia se dedica a aconsejar lo que se considera más propio de los buenos hablantes, y también eso tiene que ver con la divulgación y las redes sociales ayudan porque acercan a los lectores y a los usuarios de las redes al contenido, que a veces se cree que está en un libro serio, en un libro gordísimo que da mucho trabajo leer y que no entendemos.

¿Qué se le puede aconsejar a los hablantes cibernautas en la actual coyuntura?

Se le puede aconsejar que cuando uno habla o escribe, independientemente del medio que utilice, la corrección es esencial. Hay que tener, primero, respeto por la lengua y después (no sé si en ese orden) respeto por el lector o por el oyente. Tú tienes que considerar a la persona que te va a leer. La corrección lingüística es un tema de respeto de tu propia herramienta lingüística, de respeto por tus lectores y de respeto por el contenido que estás transmitiendo. Si tú no valoras tu contenido como para transmitirlo correctamente le pierdes el respeto a lo que estás haciendo como profesional. El primer consejo que se debe dar es: respeta la herramienta que estás usando y si te vas a comunicar con el lenguaje, y no tienes otra vía de comunicación, tienes que respetar y conocer el lenguaje, y lo primero es respetar la herramienta lingüística.

¿Y todas esas palabras que se están creando en redes sociales o que se está deformando?

 Esto está bien. El lenguaje está vivo y tiene que ser así. En lenguaje, además, no se analiza simultáneamente a lo que está pasando porque es un organismo vivo. El lenguaje se comienza a analizar después de que pasó. ¿Cuántas de esas palabras van a perdurar dentro de diez años? Probablemente muy pocas. Pero eso ha pasado en todas las épocas del lenguaje. Los hablantes crean y desechan, crean y desechan y solamente muy poco de eso que se crea permanece a lo largo del tiempo. Entonces hay que dejar pasar el tiempo, dejar que se asiente y ver cuánto de eso va a permanecer.

No hay que desgarrarse las vestiduras por nada de la lengua porque la lengua es la vida y si deja de adaptarse a lo que los hablantes necesitan pierde sentido. La lengua no es de nadie. Es de todos al mismo tiempo. Claro, hay mucha responsabilidad de los que somos buenos hablantes y de los que hemos tenido la ventaja, la suerte en la vida, de habernos podido dar una formación correcta. Tenemos la responsabilidad de defender lo que es correcto y defender los buenos hablantes porque servimos como modelo. Pero fuera de eso hay que dejar que la lengua fluya. Hay que dar cuenta de lo que está pasando. La parte de la investigación registra lo que pasa sin meterse en si eso es correcto o incorrecto. La academia aconseja por dónde va el camino de los buenos hablantes, pero a la lengua hay que dejarla vivir y sobre todo dejarla que repose y analizarla después del reposo, y ya después, cuando los hablantes te pidan consejos de qué es lo correcto o lo incorrecto, entonces sí dar tu opinión.

 —Como conoce el español dominicano y ha trabajado en el “Diccionario del Español Dominicano”, ¿puede evaluar un poco la manera en que nos comunicamos?

 Lo primero es que hay, con nuestra forma de hablar, mucho desconocimiento. A veces valoramos negativamente rasgos que compartimos con muchísimos millones de hablantes y decimos los dominicanos si hablan mal porque los dominicanos nos comemos las eses. Nosotros decimos la erre por la l y masticamos… Eso mismo lo hacen casi 400 millones de hispanohablantes. Eso no tiene que ver con ser dominicano, con ser colombiano, con ser español. No tiene que ver.

Hablantes buenos los hay en todos los países y malos hablantes, desgraciadamente muchos, los hay en todos los países.

Ahora, nuestra forma peculiar de hablar el español, nuestra variedad dialectal, es igual de válida como cualquier otra y tiene unos rasgos, muy pocos rasgos propios, exclusivos, y muchos rasgos compartidos con otras variedades. Por ejemplo, el ceceo; por ejemplo, el yeísmo; por ejemplo, esa neutralización que llamamos de la err y la ele en la posición final de sílaba y final de palabra; la aspiración de la ese al final de palabras, incluso llegando a cero fonético. Es decir, llegamos a eliminar la ese en determinados contextos. Eso existe en el español desde que el español se trasplantó de España a América. De hecho, nosotros lo hacemos así porque los hablantes que vinieron en esos barcos, en las primeras etapas, venían de una determinada variedad dialectal que ya tenía esos rasgos. Es decir, no lo hemos hecho aquí; no son errores; no es mala forma de hablar. Es un idioma heredado desde hace muchísimos siglos que debemos aprender a valorar. Ahora otra cosa diferente es usar mal la gramática; eso no forma parte de la variedad dominicana, la pobreza léxica, eso no forma parte de la variedad dominicana. Eso no se lo podemos achacar a que los dominicanos hablamos así. Eso tenemos que asumirlo como responsabilidad propia de cada uno de nosotros. Si uno tiene pobreza léxica no es porque en el país hay pobreza léxica. Es porque uno no cultiva su léxico.

¿No hay que echarle la culpa, por ejemplo, al Ministerio de Educación, por ejemplo?

 Sí. Sin dudas. No solo es la culpa de Educación, pero la formación es fundamental, no solo aquí sino en muchos sitios. La formación en lengua española está perdiendo muchísima calidad, no solo porque los que forman son los profesores y a los profesores no los han formado con calidad y por lo tanto son cada vez más contado los profesores que son buenos hablantes. El profesor es modelo de muchísimas cosas, pero sobre todo es modelo de hablante. Si el profesor no demuestra cómo se habla bien, el niño no tiene oportunidad, saliendo de su entorno vital, de oír a alguien hablando bien. Y el lenguaje se aprende oyendo y se aprende por mímesis, se aprende por imitación. Uno imita los buenos hablantes. Te tienen que enseñar a respetar el lenguaje correcto, para que tú aspires a imitarlo. Además de eso, la lectura. Las carencias de lectura son extraordinarias. Pero las carencias de lectura de nuestros niños son las carencias de lectura de nosotros mismos. ¿Por qué unos hijos leen y otros no? Porque los padres no leen. Si los hijos no ven leyendo a los padres, los hijos no van a leer. Si los niños no ven leyendo a sus profesores los niños no van a leer, porque la lectura es un hábito y no hay nada mejor para una buena dicción, para una buena escritura, para una buena ortografía, para una buena forma de hablar en público que leer. Leer cosas correctamente escrita, correctamente editadas.

La formación tiene una responsabilidad grandísima, pero no es la formación de ahora. Es la formación de los profesores que están formando ahora y por ahí es que creo que hay que empezar, por mejorar la formación de los docentes.

¿Cómo se logra ser un buen hablante?

 Es complicado. Primero, ¿se llega a considerar ser un buen hablante? Bueno, yo me considero aspirante a buen hablante, porque siempre uno está aprendiendo. Pero, trucos, trucos para mejorar nuestra forma de hablar. Sin dudas, la lectura. Si el hablante es oral, si quieres mejorar tu forma de hablar, de expresarte oralmente, leer y leer en voz alta es una de las mejores recetas. ¿Por qué? Porque leyendo en voz alta mejoras tu dicción. Te tienen que entender lo que estás leyendo. Entonces, tratas de cambiar tu ritmo de lectura. Nosotros siempre hablamos muy rápido. Leemos un poco más lento. Entonces la lectura nos acompasa la forma de hablar.

En cuanto a la calidad del hablante, bueno, eso va un poco con el estilo, también con la escritura, pero fundamentalmente debemos conocer las reglas gramaticales básicas, que no las conocemos y eso sí tiene que ver con la formación y sobre todo el volumen del léxico. Cada vez empobrecemos más nuestro léxico y a veces no es tan complicado. A veces es poner una meta. A veces es a aprender a consultar el diccionario, a sacarle partido. A veces, es diversificar nuestras lecturas. A veces es simplemente demostrar un poco de interés por decir lo que exactamente queremos decir porque ahí está lo que nosotros defendemos tanto que es la propiedad en el habla, y la propiedad en el habla tiene que ver con usar la palabra adecuada para lo que quieres expresar, porque al fin y al cabo la idea de hablar es que el otro te entienda y la idea hablar es que el otro entienda exactamente lo que tú quieres decir, pero es que a veces no estás diciendo lo que crees que estás diciendo porque no sabes elegir la palabra correcta. Lo mejor para un hablante es ampliar el vocabulario y todo eso no tiene una receta mágica. Eso es lectura, lectura y muchísima lectura.

Volviendo al libro, ¿cómo hizo la selección de los textos?

 Sí, se han publicado desde el 2010. Son columnas semanales. Hay una parte de consulta de los hablantes. Hay hablantes que se preocupan y preguntan. Hay temas que de repente se ponen en el candelero, cuando hablamos de formación o de determinado personaje público que dijo determinada palabra que se considera errónea o no. Las decisiones que toma la academia tienen mucha repercusión sobre todo cuando no hay otras noticias, porque a veces las noticias sobre la lengua son como de relleno, (se publican) cuando no tenemos otra cosa de qué hablar, y de repente surge: ‘La academia hizo una actualización y eliminó del idioma español 2,000 palabras’, y todo el mundo con las manos en la cabeza. Dos mil palabras que nunca nadie usó. Ninguno de esos que se puso las manos en la cabeza las usó ni sabe lo que significan, pero la culpable es la academia que ha eliminado del lenguaje dos mil palabras cuando no es verdad, evidentemente. Todos esos saltos sobre la actualidad dan muchas ideas para la columna. Pero también me gusta que todo tenga un equilibrio. Yo también me precio de que no he repetido nunca tema. Claro, evidentemente sobre las comas he hablado muchas veces porque surgen muchas dudas cuando uno escribe, y entonces hablo muchas veces de las comas en distintos contextos. Trato de equilibrar léxico con ortografía, ortografía con obras nuevas que nos pueden ayudar a consultar. (Escribo) muy poquito de literatura porque respeto mucho que el tema sea siempre ortográfico o gramatical.

Hablo del español dominicano siempre con la idea de que aprendamos a valorarlo, porque siempre lo que oímos es la crítica, pues también me gusta poner mi granito de arena para que tengamos ese poquito de autoestima lingüística y siempre lucho por la vigencia de la lengua española.

¿Qué uso quisiera que hicieran los lectores de su libro?

 Que lo pongan en la mesita de noche, para que lo consulten. Yo siempre digo: ortografía y diccionario en la mesita de noche o en la mesa de trabajo. ¿Por qué? Porque al fin y al cabo todos trabajamos y vivimos con la lengua. Entonces, si la usamos mejor le sacamos mejor partido. Entonces, solo se mejora con la consulta y la consulta es la del diccionario y la de la ortografía para empezar. Eso debería estar a la mano de todos los profesionales que trabajamos con el lenguaje que somos casi todos y este libro ayuda porque tiene un tono que no es académico, es un tono más irónico, más de humor. Porque así nació realmente cuando Inés Aizpún me propuso que escribiera la columna (en Diario Libre). Yo di un discurso de ingreso a la Academia Dominicana de la Lengua como miembro correspondiente precisamente en el 2010, y en ese discurso nos reímos tanto, y al fin y al cabo estábamos hablando de diccionarios. Y cuando salimos Inés me dijo: ‘Hacía tanto tiempo que yo no me reía tanto en una actividad académica’. Fue muy divertido. Yo creo que los diccionarios nada más me resultan divertidos a mí, pero soy capaz de transmitírselo a los demás. Y todo el mundo se río muchísimo. Entonces Inés me dijo: ‘¿Serías capaz de escribir una columna de ortografía, pero con ese tono de humor, de diversión, con ese tono de ironía?’. Yo le dije: ‘Bueno, vamos a intentarlo’, y creo que salió. Me ayuda mucho mantener el tono. Si uno lo va leyendo (el libro), releyendo en pequeñas dosis, uno va a aprendiendo, resolviendo dudas, reforzando conocimientos y divirtiéndose un poco, porque algunas (columnas) sí que dan un poquito de risa.

Pedro Henríquez Ureña, crítico literario

Por Manuel Matos Moquete

     El 29 de junio de 1884 nació Pedro Henríquez Ureña, el más grande intelectual dominicano del siglo XX. Es notorio, aunque todavía insuficiente, el homenaje de diversas instituciones del país al insigne dominicano, en este nuevo aniversario de su natalicio. Estas líneas se suman al festejo del espíritu que evoca ese autor en cualquiera de sus inigualables legados. Buscan poner de relieve algunos aspectos de la labor de crítico literario magistralmente ejercida por el humanista de América.

Henríquez Ureña mostró desde muy temprano un talento excepcional en la crítica literaria. Fue un crítico precoz. Algunos de sus mejores ensayos fueron publicados desde los diecinueve años: 1903, “D’Anunzio, el poeta”; 1904, “Bernard Shaw”; 1904, “Pinero”; 1905, “Oscar Wilde”; 1904, “Ariel”, obra de José Enrique Rodó; 1905, “Rubén Darío”; 1905, “José Joaquín Pérez”.

Su crítica corresponde a la más antigua y rica tradición occidental, apasionada por la búsqueda del sentido y del entendimiento natural de las cosas. Está orientada a la interpretación de las obras a partir del conocimiento de la vida de los autores, la génesis del texto y el entorno cultural.

Esa crítica se enmarca en una larga y fecunda tradición filológica que en España y América hispánica tuvo eminentes exponentes, tales como Marcelino Menéndez Pelayo, José Ortega y Gasset, Marcelino Menéndez Pidal, José Augusto Trinidad Martínez Ruiz-Azorín, Eugenio D’ Ors, Amado Alonso, Alfonso Reyes, José María Chacón y Calvo, José Enrique Rodó.

Sin ser de temperamento polémico, la crítica de Henríquez Ureña plantea los conflictos literarios y culturales del momento. Los juicios de este intelectual impactaban en su época y orientaban, principalmente a los lectores cultos, acerca del conocimiento y apreciación de importantes escritores de su tiempo y de escritores clásicos de diversas latitudes del mundo.

La crítica de Pedro Henríquez Ureña es fundamental sobre lo fundamental. Ese autor no buscaba descubrir talentos incipientes, escritores nóveles, aprendices del arte literario. Su crítica busca apuntar lo mejor de la literatura: los clásicos y los modernos, pero también los jóvenes escritores de su época, pero que reúnan una condición: ser ejemplares, como lo era Alfonso Reyes, a quien Henríquez Ureña descubrió en los inicios de la prodigiosa carrera del gran intelectual mexicano.

Dentro de esa visión, los más importantes autores del mundo y de habla hispánica fueron leídos por Henríquez Ureña, acerca de los cuales emitió juicios con la intención de presentarlos al público con una visión novedosa, distinta y muchas veces polémica, en relación con las lecturas prevalecientes, convertidas en doxa, en general procedentes de voces consagradas en América y España.

La crítica de Henríquez Ureña se fundamenta en tablas de valores, concepto empleado por él para referirse a la necesidad de apoyar la historia y la crítica literarias en “nombres centrales y libros de lectura indispensables.”

Otro rasgo de esa crítica es que se apoya en la labor de un lector consciente, sistemático y selectivo, que al emitir un juicio sobre una obra o un tema literario se encuentra armado de una vasta erudición y una profunda cultura, producto de toda una vida de lector de las mejores obras clásicas y contemporáneas, vocación cultivada en su hogar materno desde la más tierna infancia.

Henríquez Ureña era un estudioso de la cultura española, a la cual consagró dos de sus obras de crítica literaria y critica cultural:

La otra orilla. Mi España, 1922 y Plenitud de España, 1940-1945. Para apreciar la profundidad de la crítica a la literatura española bastan algunas pinceladas.

En La otra orilla. Mi España, Henríquez Ureña aborda uno de los problemas más controversiales de la literatura española, a saber, la segunda parte del Quijote. Se había creído que la segunda parte del Quijote fue lograda con un nivel menor que la primera.           Contrario a esa opinión sostiene que la segunda parte, “llena de matices delicados, de sabiduría bondadosa, humana, es la que conquista todas las preferencias.”

En Plenitud de España pasa revista y evalúa, luego de Cervantes, a los más importantes autores de la literatura española, ofreciendo puntos de vista diferentes a los existentes, en gran medida porque era la apreciación distante de un americano.

Afirma acerca del Libro de buen amor del Arcipreste de Hita (Juan Ruiz) la ausencia de espiritualidad, en comparación con la Divina Comedia.

Atribuye a Tirso de Molina el mérito de haber sido el creador del personaje Don Juan, pero ve en Molière a aquél que proyectó ese personaje a escala universal.

En el teatro de Calderón de la Barca observa una tendencia a la rigidez y a la complejidad, que deja atrás la comedia fácil de Lope.

Y con respecto a Góngora afirma el valor de la forma como elemento característico de su obra.

Desde los primeros escritos críticos, Henríquez Ureña se inclina hacia la lectura con una intención clara: se propone resaltar los valores y los comportamientos humanos en las obras, dejando siempre una conclusión motivadora, espiritual y creativa, al potenciar los grandes aportes de los autores en beneficio de los lectores.

En ese sentido, es una crítica constructiva y edificante, que comienza por la sublimación del talento creativo de los autores, los cuales son perfilados mediante rasgos que singularizan sus obras, por encima del montón, en el ámbito de una cultura, un género literario o una técnica determinada.

Acorde con esa tendencia de la crítica, encontramos, dentro de la visión humanista, un énfasis en los aspectos más originales y novedosos de los autores. Cada autor es destacado por su especificidad, por encima de las influencias, las escuelas y las modas literarias.

Así, acerca de Gabriele D’Anunzio afirma: “… su originalidad nativa se sostiene y le impide copiar servilmente estilo alguno: para cada idea encuentra forma nueva y brillante.”

De José Enrique Rodó afirma: “José Enrique Rodó, uruguayo, es hoy el estilista más brillante de lengua castellana”. “La fe en el porvenir, credo de una juventud sana y noble, debe ser la bandera de la victoria. Tal es la enseñanza fundamental de José Enrique Rodó en su discurso Ariel.”

Los aportes de Rubén Darío y los modernistas son puestos de relieve en este juicio: “… lo que Rubén Darío ha significado en las letras hispanoamericanas: la más atrevida iniciación de nuestro modernismo.”

En el ensayo “Tres escritores ingleses”, una nota singulariza cada autor. Oscar Wilde: “… posee la lozana imaginación plástica y colorista de los griegos y los italianos.”

“… Pinero es indiscutiblemente el primero entre sus compatriotas. Tiene, además, la gloria única de haber encontrado el secreto de una forma dramática que, sin alejarse de la línea del arte puro, impresiona hondamente el gusto no muy refinado del público anglosajón.”

Acerca de Bernard Shaw afirma: “HAY ESCRITORES de ingenio cuyas especiales condiciones les impiden ser populares, si acaso conocidos, fuera de su propio país. Tal podría ser el caso de Bernard Shaw…”

Cuando se observa de manera global la crítica de Henríquez Ureña, tratando de apreciar la manera cómo está hecha, se advierte que es una crítica sentenciosa. El crítico elabora un juicio general como si enunciara una ley, como puede observarse en los ejemplos siguientes.

“JOSÉ MORENO VILLA pertenece a la aristocracia cerrada de la literatura española”.

“TODA España está en Lope, toda la España de la plenitud, toda la España de los siglos de germinación y lucha, la España épica y la España novelesca… Lope vive la eternidad.”

“El Arcipreste es a la vez el poeta más personal y el más representativo de su tiempo.”

“Nada hay en Jiménez (Juan Ramón Jiménez), ya se ve, que corresponda a la noción vulgar sobre la melodía en España.”

Es una crítica centrada en un enunciado fundamental que revela el elemento más interesante captado por el crítico, dejando un mensaje principal de carácter valorativo sobre el autor. Sobre el autor y no sobre la obra, puesto que siendo una crítica humanista está orientada a resaltar los aportes de la persona en condición de autor.

Los textos críticos de Henríquez Ureña no son un ejercicio académico; no son la exhibición de su extensa y densa erudición; del amplio conocimiento y del dominio especializado que poseía en múltiples disciplinas humanísticas. No se limitan a decir cosas, a emitir juicios sobre las obras o a exhibir saber y manejo de métodos de análisis e interpretación de la literatura.

Es una crítica que enuncia grandes verdades que avanzan el conocimiento esencial y depurado y orientan a los lectores, principalmente a la élite intelectual. Pero, además, esa crítica es un ejercicio literario. Los escritos críticos de Henríquez Ureña son textos literarios por sí mismos, ensayos literarios, por el estilo lúdico, ameno, depurado, elegante, y por las ideas trascendentes que comunican sobre los autores y las obras.

 Los textos críticos de Henríquez Ureña no son un ejercicio académico; no son la exhibición de su extensa y densa erudición; del amplio conocimiento y del dominio especializado que poseía en múltiples disciplinas humanísticas.

No se limitan a decir cosas, a emitir juicios sobre las obras o a exhibir saber y manejo de métodos de análisis e interpretación de la literatura.

Es una crítica que enuncia grandes verdades que avanzan el conocimiento esencial y depurado y orientan a los lectores, principalmente a la élite intelectual. Pero, además, esa crítica es un ejercicio literario. Los escritos críticos de Henríquez Ureña son textos literarios por sí mismos, ensayos literarios, por el estilo lúdico, ameno, depurado, elegante, y por las ideas trascendentes que comunican sobre los autores y las obras.

Diario Libre,  04 / 07 / 2015

«El lenguaje de la creación» de Bruno Rosario Candelier

Por León David

 

Por versátil y fecunda, por ejemplar y aleccionadora ha de ser tenida la trayectoria intelectual del escritor cuya más reciente obra ensayística a la desmañada pluma mía, la que estos renglones vacilantes pergeña,-acaso por desliz infortunado de la suerte- se le ha encomendado presentar. Porque, reconozcámoslo, de algo podemos estar ciertos: no es cuestión de poco, no es tarea liviana discurrir por despacio, como toda digna ponderación amerita, acerca de las prendas que atesoran las páginas del libro que la péñola del admirado polígrafo y pujante director de la Academia Dominicana de la Lengua, Dr. Bruno Rosario Candelier diera semanas atrás al arduo honor de la tipografía con el título harto apropiado e incitante de El Lenguaje de la Creación… Que si estoy al cabo de lo que pasa, en el trance que ahora me abruma lo que tiene toda la traza de ser verdadero es que sabedor de que a cualquier pensador de fuste, a cualquier docto letrado, a cualquier escoliasta de enjundiosa erudición le habría de resultar labor riesgosa y complicada hacer valorativa justicia a las subidas virtudes del mencionado libro en razón de los muchos, variados y felices adentramientos exegéticos tanto como de los fundamentados planteos teóricos de que dicha publicación rebosa…, en fin, que si parejas mentes ilustradas poseedoras de refinados escalpelos críticos habrían de poner todo su empeño, experiencia y sudores para en el mejor de los casos no deslucir al comentar la obra del notable académico mocano, tengo por cosa averiguada que mi desmayado ingenio y torpe prosa jamás conseguirán, por más ahínco y terca voluntad que a esa faena aplique, dar cuenta con la fidelidad y hondura que la cuidadosa indagación reclama, de las bondades que en el plano del pensamiento como por igual de la expresión reúne el ensayo bautizado con el título de El Lenguaje de la Creación, por modo tal que me acosa el temor de hallarme a punto de cometer el imperdonable dislate, el necio despropósito de apagar el fuego con aceite…

Empero, si estoy muy consciente de que de la medianía de mi ingenio vano sería esperar el análisis sesudo y meticuloso que el señalado volumen requiere, procuraré apañármelas en los breves razonamientos que a seguidas me he propuesto hilvanar para, ya que no hacerme más acepto a los ojos del público, al menos sí, cobrando ánimo, no empedrar este escrito de consideraciones ociosas y explicaciones insustanciales.

Haciendo gracia de pormenores anecdóticos a cuantos han tenido la cortesía de prestarme su atención, daré entonces inicio a estas insuficientes apostillas proclamando que con el texto de ensayos que nos ocupa, Bruno Rosario Candelier una vez más confirma posicionarse como uno de nuestros más levantados cultivadores del género que el ilustre pensador galo Miguel de Montaigne creara siglos atrás. En efecto, si no me pago de apariencias la limpidez de la expresión, la coherencia y ajuste de la argumentación, la elegancia expositiva, la porfiada ausencia de todo rebuscamiento, la agudeza conceptual y last but not least, la naturalidad y sugestiva eficacia con que la frase se despliega en las páginas de El Lenguaje de la Creación, categóricos e indiscutibles atributos son de ese raro señorío que el maestro y nadie sino el maestro es capaz de ostentar, y que sólo un temperamento tristemente refractario a los encantos de la palabra que refulge y a la compacta solidez de la idea se atreverían a preterir.

Y maguer argüiría escasa fineza espiritual no haberse dejado alguna vez embargar por el escepticismo, para cuantos de los que han consentido con benevolencia que agradezco no quitar oído a los encomios recién expuestos sobre las cualidades de la ensayística de don Bruno (oyentes que pese a haber hecho acopio de gentileza y urbanidad no han podido quizás librarse de sospechas con respecto a la verosimilitud y pertinencia de las encendidas alabanzas ut supra vertidas), para ellos remacharé, y en esto va nuestro crédito, que no soy del número de los que se complacen en ver montañas donde solo hay planicies ni de los que por amor a las hipérboles condice con un lenguaje de estrepitosa garrulería que prodiga frases rimbombantes y gratuitos aplausos, sino del exiguo cónclave, cada día que pasa más encogido, de cuantos en materia de crítica no temen correr el albur de ser vilipendiados por no dejar piedra por mover del escrito examinado aunque ello implique revelar de qué pie cojea la obra en cuestión…, que si bien es verdad que la valoración literaria, cuando se lleva a cabo con rigor y seriedad, ha de avanzar por los carriles de la ecuanimidad, el tacto, el equilibrio y la mesura, ello no significa que a la hora de justipreciar a un autor debamos resignarnos a efectuar una helada exégesis de estériles precisiones a la que le ha sido previamente sustraídos el corazón, el músculo y la sangre so pretexto de inscribir los juicios a que el escrito diera lugar en los pagos de una ilusoria cuando no fingida objetividad científica… Aserto tal vez escandaloso este que acaba de resbalar de los puntos de mi pluma del que no sería errado colegir que si bien abogo y me desvivo por ejercer una modalidad crítica que excluya el tan frecuente desplome en el rebajamiento y el desdén propio del emponzoñado espíritu de campanario de nuestro cotarro intelectual, de ahí no cabe derivar que -reverso de la medalla- solo tenga ojos para observar en la obra del escritor sus logros de pensamiento y expresión incurriendo así en el contrapuesto desacato de convertir lo que debía ser comentario explicativo y esclarecedor en obsequiosa apología. Pues no. Téngaseme en el bando de los que solo queman el orobias de su admiración ante aquello que es digno de ser admirado.

Y razones no escasean sino que antes sobran para que el ensayo de Bruno Rosario Candelier sobre el que estamos volcando nuestra mirada gane -amor a primera página- la fascinada aprobación del lector culto afecto a los enigmas de la lengua y la literatura; y tal aprecio se agenciará por exigente que sea su paladar estético y por mucho que su temperamento se muestre reacio a responder con reciedumbre y viveza a los estímulos de la palabra altiva y medulosa.  Porque, créanme que así lo siento, las páginas de este nuevo libro del prestigioso polígrafo criollo están muy lejos de ser esa catacumba de menudencias por la que en la esfera de la teoría literaria tantas veces se nos obliga a transitar; muy al contrario, páginas son en las que la visión aquilina del autor logra casi siempre sortear los peligros que amenazan al escrupuloso ensayista de ideas, esto es, la litúrgica falta de aliento de la hermenéutica. Pues es el caso que al margen de toda pompa profesional y haciendo a un lado la engorrosa pedantería de académica estofa, don Bruno nos ofrece -lo que es ya en él costumbre- una serie de penetrantes acercamientos tanto a temas generales de nuestra lengua como a la creación de consagrados poetas amén  de a numerosas voces literarias actuales y no suficientemente conocidas de nuestro país.

Sin embargo, habiendo llegado a estas estribaciones de mi ponderación, en la que como no han podido dejar de constatar quienes hasta aquí han tenido la paciencia de acompañarme no he pesado las loas en balanza de farmacéutico por lo que hace al encarecimiento del libro que estamos presentando, habiendo, pues, alcanzado estos arrabales de mi cavilación (hasta ahora poco más que enfático testimonio de entusiasmo y de inequívoca aquiescencia) procede o, antes bien, urge que remitiéndonos directamente a la publicación de autos me dé a la tarea de demostrar que las virtudes que de manera tan contundente manifestara párrafos atrás haber advertido en la aludida obra no son producto de mi fantasía o de una insana proclividad a la lisonja sino que en realidad existen y que cualquier persona ilustrada no desprovista de los consabidos dos dedos de frente se halla en perfecta capacidad de verificar. Ahora que para ello, para mostrar hasta qué extremos El Lenguaje de la Creación es trabajo que de manera paradigmática exhibe los más substanciales, genuinos y felices atributos del género del ensayo, no creo desacertado ni extemporáneo echar un somero vistazo a lo que quien estas líneas pergeña entiende por pareja modalidad de escritura.

En efecto, habida cuenta de que las prendas que exornan el libro que hoy estamos bautizando refieren todas ellas a la concepción que tengo del ensayo o, es otra manera de decirlo, que el pináculo en que he colocado la mencionada creación de don Bruno es consecuencia natural e inseparable de la maestría de que da prueba el autor en el manejo de la prosa ensayística, de guisa tal que, medido con semejante rasero, los méritos literarios e intelectuales que en dicha creación he creído percibir obedecen en buena parte a la destreza y seguridad cómo responde su pluma a las exigencias del género cual yo lo concibo y enaltezco, en resolución, a tenor de lo dicho entiendo que no será posible calibrar la excelencia de la obra que estamos comentando sin que previamente, así sea de manera esquemática e incompleta, exponga al buen tun tun las que considero son las inconfundibles y representativas características del ensayo.

Es opinión -acaso errónea- del que estas observaciones aventuran que en ese género literario-filosófico que llamamos ensayo confluyen dos corrientes -la sensible y la intelectual- cuyas aguas se juntan en un único cauce. La lógica del pensamiento, harto metódica, consiste en no contradecirse; la de la vida, en proliferar. Exuberante, derrochadora, la naturaleza carece de sensatez y de medida: crea y destruye lo que crea; alumbra vástagos innumerables que luego se complace, como el Cronos del mito griego, en devorar. El principio de la vida es, pues, el exceso, la fecundidad, la intemperancia. La razón, por el contrario, mucho más avara, obedece a otros cánones: empeñada en regular el caos de las percepciones que a las puertas de la conciencia irrumpe en frenética estampida, se desentiende de la totalidad para ocuparse de las partes: encasilla, filtra, clasifica, define. De semejante ejecutoria deriva tanto su poderío singular como sus decepcionantes limitaciones. Mas he aquí que el ensayista, que al frecuentar ideas se ve constreñido a transitar por los angostos cuanto riesgosos senderos del raciocinio, no se resigna, sin embargo, a desprenderse por completo de la impenitente propensión a la abundancia feliz, a la lujuriosa fertilidad de la existencia que postula, con irresponsable despreocupación en el arrobo de la certeza presentida, la unidad de los contrarios, la identidad de lo diferente, la radical afinidad de los opuestos… Solicitado con igual perentoriedad y parejo celo por ambas instancias rivales (la mente que articula y el sentir que motiva) debe el escritor desbrozar una vía de compromiso que permita a los bien educados pensamientos convivir con las incoercibles urgencias vitales de la personalidad. Esa vía de compromiso es, en cuanto puede conjeturarse, el ensayo. Apartándonos de las marismas del hastío en que suele adentrarnos la prosa meramente explicativa y gris, el ensayo es género mixto, disputado territorio fronterizo de la literatura. A horcajadas cabalga con un pie en el estribo de la enunciación objetiva y otro en la expresión de la subjetividad particular y única. Es fruto del afortunado mestizaje entre el intelecto que analiza y la intuición que presiente, entre la razón que duda e investiga y la emoción que adhiere a irrecusables certidumbres, entre la fórmula discursiva convencional que se vuelca con afán hacia el conocimiento de la realidad circundante y la potencia simbólica de la fantasía que lanza su red de imágenes sobre el océano encrespado de lo posible -quizá también de lo imposible- para extraer del seno misterioso de las aguas el reluciente pez, aún trémulo y desafiante, del asombro. Hijo predilecto -ignoro si natural o legítimo- de las efervescencias del sentimiento y de la comedida reflexión, no reniega de ninguno de sus progenitores; alardea, por el contrario, de su bastardía intelectual, de su mulataje artístico a los que debe esos delicados perfiles, esa fibra nerviosa, esa vigorosa y elástica musculatura literaria que hace las delicias del lector exigente, aquel que no sabe satisfacerse si no es con el manjar sustancioso que a la par que nutre la mente y tonifica el corazón, regala el paladar.

Ahora bien, ¿hasta qué punto las páginas de El lenguaje de la Creación responden a la peculiaridad privativa del enfoque ensayístico a que acabamos de referirnos? ¿Hasta qué punto la prosa que nos ofrece Bruno Rosario Candelier en el libro que -acaso de manera insolvente- estamos sometiendo a inspección conjuga las dos vertientes de sentimiento y racionalidad en que hemos cifrado la singularidad de dicho género?… Veamos de comprobarlo valiéndonos del expediente muchas veces fuera de lugar pero en este caso ineludible y sumamente oportuno y aleccionador de la cita:

«La belleza es generalmente una fuente de contemplación, motivación e inspiración. Y el profesor debe concitarla para despertar la conexión con el alma de lo viviente. Es fuente creativa de exaltación y de valoración para todo lo que de alguna manera enaltece la sensibilidad y desarrolla la conciencia, porque no solo hemos de cultivar la sensibilidad, sino también la conciencia. Una conciencia de las cosas que nos rodean; una conciencia del impacto que las cosas ejercen en nuestra sensibilidad; una conciencia del sentido de lo viviente; y una conciencia de que entramos en comunión con las cosas y, por ese vínculo, establecemos un punto de contacto con la realidad material, y ese contacto suele ser inspirador y sugerente. Dado lo anterior, la belleza tiene una vertiente que de alguna manera sirve para que nos asombremos ante el encanto del mundo y el esplendor de la Creación.» (1).

El párrafo que vengo de distraer al volumen que nos ocupa si de algo no se resiente es de echar mano al lugar común o de incurrir en afectado verbalismo. Henos aquí ante una enunciación que es simbiosis de elegancia elocutiva, vibración emocional y bien recortada nitidez especulativa. Podemos o no estar de acuerdo con las ideas que el autor manifiesta, pero lo que clamaría al cielo sería negar que tanto por el cuidadoso amarre y robustez de los pensamientos que fluyen con sentenciosa dignidad, como por la vitalidad y brillo que su palabra adquiere saturándose con el énfasis a que propende el sentimiento de la importancia y trascendencia de lo expresado, lo que clamaría al cielo, insisto, y exigiría un severo llamado al orden sería negar que nos hallamos sin discusión posible en los parajes opimos del ensayo… Porque en el referido fragmento don Bruno no se circunscribe a hacernos partícipes de lo que en su opinión es la belleza y cuál ha de ser el cometido del educador en relación con esta, o de la necesidad de hacer conciencia de cuantos aspectos de la realidad circundante afectan a nuestros sentidos-asunto de por si relevante-, sino que, siéndole muy caro y personalmente significativo lo que discurre, no puede sino adoptar al expresarse una actitud de afectivo involucramiento teñida de pasión, pasión que centellea en las vehementes oraciones y reiterados términos y giros que martillean lo enunciado. Y es en ese momento cuando mudan las tornas, cuando el lenguaje deja de cumplir una función meramente explicativa o noticiosa propio de la convencional glosa argumentativa para colmarse de…, ¿de qué?…, digamos, a falta de términos más fieles, de luz, de esa fosforescente calidez que se derrama en la palabra cuando es harto más que constructo de la razón porque el efluvio de una misteriosa verdad la impregna de sentido… Eso y no otra cosa es el ensayo. En dicha modalidad de escritura detrás de la palabra quien la pronuncia siempre está presente y sentimos su aliento y su respiración y casi la tibieza de su tacto cuando recorren nuestros ojos los renglones que su péñola estampara. Y si acaso disentimos de lo que afirma no podremos menos que hermanar, por mor de cierta central y secreta afinidad con lo humano, con aquello que se revela y plasma en el gesto verbal, en la confidencial proximidad del ademán retórico. Y es esta la razón de que en el ensayista de garra -¿acaso hay otro que ese nombre merezca?- lo que nos dice, de manera infalible, certera y memorable «se non e vero e ben trovato».

Es pareja cualidad, en modo alguno prescindible, la que, a tenor de lo expuesto, confiere, en mayor medida que cualquier otra nota distintiva, identidad y nítidos perfiles al género que el célebre gascón creara siglos atrás. Y pues lo pudimos comprobar en el texto de la obra de don Bruno más arriba citado, como tan llamativo rasgo forma parte esencial de la manera de abordar el análisis teórico y la crítica literaria en esta su más reciente publicación, estamos -a nadie se le ocultará- frente a un fornido cálamo de ensayista.

Si por casualidad por lo que atañe al talante ensayístico de la prosa que el autor nos obsequia en su libro quedaran agazapadas algunas dudas o prevenciones en el cerebro de los que hasta estas reflexiones han consentido arrimarse, es hora de puntualizar que sobran las páginas atiborradas de espléndidos pasajes como el anteriormente reseñado, páginas que en beneficio de la concisión los buenos modales estilísticos me han recomendado no trasvasar a estas cuartillas. Sin embargo, para que no se me hagan cargos infundados y pueda el que lo desee verificar que no le estoy dando gato por liebre, aquí va otra elocuente cita:

«A Salomé Ureña no la seducía únicamente el aspecto formal de la poesía, pues para ella la literatura era instrumento de concienciación y acción. La poesía no se inventó para crear belleza, aunque la expresión de la belleza forme parte de su naturaleza estética por su condición literaria, sino para sembrar un ideal de vida, canalizar un contenido relevante y plasmar verdades metafísicas. Salomé se valió de la poesía para impulsar su ideario de transformación y desarrollo, sintiéndose poseída, como efectivamente estaba, por «el fuego fecundante de la idea» para inyectar un nuevo aliento de vida, de acción y de esperanza. Salomé Ureña creía en la eficacia de la palabra. Y cuando la palabra se impregna de amor y entusiasmo, despliega el poder subyacente a su energía, y entonces fluye la virtud operativa de lo divino.» (2).

He aquí, de nuevo, un párrafo que aúna a su luminosidad expositiva la rotundidad del juicio que define y esclarece, texto que si bien ha sido construido con arreglo a las consuetas normas gramaticales, despliega bastante más que meros dictámenes de salón escolar porque (así lo siento yo y lo sentirá cualquier lector cultivado) es desde los adentros del que habla o, en este caso, del que escribe, desde los hontanares de una certidumbre cuasi física, cuasi corporal que brota la apreciación acerca del valor de quien sigue siendo nuestra principal porta-lira femenina. Y esa carnal irradiación, fruto de gozosa identificación anímica, confiere a la frase del exegeta una cualidad que allende la verdad de las ideas aducidas nos tocan en los más recónditos hondones de nuestro ser.

Y en aras de dar remate al punto que estamos debatiendo, continuaré abusando de quienes me escuchan trayendo a colación otra jugosa cita de El Lenguaje de la Creación:

«Ya los antiguos griegos hablaban del Numen para referirse a la sabiduría metafísica del Universo, y a ese estado trascendente de la sabiduría establecen una conexión desde su sensibilidad profunda los poetas metafísicos, los poetas místicos, los iluminados y los santos. Lupo Hernández Rueda tuvo esa dotación profunda que enaltece a los genuinos poetas y, en consecuencia, tenía la capacidad de poder entrar a la dimensión metafísica de lo viviente y acceder, como efectivamente accedió, a la sabiduría espiritual del Numen, razón por la cual pudo captar verdades profundas que plasmó en su poesía como conocedor de la palabra y, como hombre sensible vivió, experimentó y comunicó con palabras simples y comunes, con un lenguaje sencillo y sugerente esa dimensión profunda y trascendente. Por su singular dotación pudo revelar el nivel superior de las imágenes y los símbolos que su percepción traducía al lenguaje de la poesía para canalizar verdades provenientes de las altas regiones donde mora la esencia de la sabiduría cósmica.» (3).

El tema que aborda Bruno Rosario Candelier en el pasaje transcripto dificulto que nadie me recrimine por reputarlo profundo, sutil y complejo. Pertenece a esa suerte de cuestiones de filosófica catadura sobre las que plumas no suficientemente aguerridas y experimentadas suelen para su mal tentar fortuna, aventura intelectual que en el mejor de los casos se salda con una decepcionante orgía de vaguedades. En canje, creo ir asistido de razón al sostener que nuestro autor, en franca contraposición a tantos teoristas mirlados que por doquier gorjean, da en el clavo expresándose con el máximo de pulcritud que admiten las abismáticas opacidades del asunto escudriñado. No es desde luego cosa baladí la que saca a orear don Bruno en el párrafo citado, cuestión que pueda ser resuelta acogido a un punto de vista a pie de tierra, como asimismo sería ingenuidad de a libra suponer que de semejante asunto no quede el rabo por desollar, ya que el ensayista si bien no debe examinar a humo de pajas lo que despierta su interés o su curiosidad, no está obligado tampoco a vindicar con acopio de páginas -como es el caso del tratadista- los parajes que explora. Porque -de ello está perfectamente enterado Bruno Rosario Candelier- quien se arriesgue a la apasionante singladura por las lujuriosas latitudes del ensayo ha de evitar la actitud a un tiempo mojigata y presuntuosa del especialista. No consiente el género la desoladora aridez del formulismo técnico. Es el ensayista, antes que nada, un profesional en generalidades. Su tema es la vida, el horizonte inagotable de la experiencia humana. Aun cuando contribuyan sus escritos a enriquecer nuestros conocimientos, a que percibamos ciertos valores, a que inyectemos en nuestra mente buena dosis de saludable escepticismo, el autor de ensayos está muy lejos de circunscribirse a desarrollar una tarea de orden científico. Ciertamente en todo ensayo encontraremos dispersos, como cantos al borde del camino, las gemas preciosas del auténtico saber. Pues partiendo de su raigal experiencia apunta el ensayista la mira de su reflexión sobre cualquier asunto que despierte su insaciable curiosidad; y no es desatino suponer que su perspicacia analítica terminará por obsequiarnos suculentos frutos intelectuales. Pero jamás se propone el autor de ensayos agotar un problema hasta sus últimas consecuencias sirviéndose de observaciones de laboratorio, abrumadoras estadísticas o metodologías rigurosas… Como genuino ensayista procede nuestro mocano autor; y con ese estilo exento de expresiones difíciles, de giros desacostumbrados, de rebuscado léxico y retórica campanuda, estilo que rehúye felizmente tanto la dicción crespa y martillada como la expresión relamida y equívoca, no solo nos ilustra y cultiva en torno a los temas de los que trata sino que también nos ilumina e inspira en razón de que frecuentemente, gracias a su peculiar abordaje estilístico, merced a la perspectiva intelectual que asume, suscita, sugiere e insinúa mucho más de lo que dice…

Afirmaba Paul Valéry que «existe una sensibilidad de las cosas intelectuales: el pensamiento puro tiene su poesía. Puede incluso preguntarse si la especulación prescinde de cierto lirismo, que le da el encanto y la energía necesarios para seducir el espíritu y meterlo en ella.» (4). El portentoso ensayista que era Paul Valéry no yerra el tiro, antes bien, coloca el dardo en pleno centro de la diana. Pues sin duda a tan fina y aguda observación no hay manera de llevar la contraria. Todo ensayista de médula lo sabe y en eso se distingue del simple comunicador de ideas o del investigador que desarrolla por escrito sus descubrimientos. Y esa vívida coloración que adquiere la prosa ensayística, que confiere el encanto y poder de seducción a que el encumbrado poeta y pensador galo se refería, está presente en la obra que se me ha encomendado presentar, como cuando con cristalina sencillez asienta don Bruno: «los animales y las plantas, que son nuestros congéneres como seres vivos, no tienen el don de la palabra como lo tenemos nosotros, y ese es un privilegio que a veces olvidamos: el inmenso privilegio de saber hablar, de usar y crear sonidos y sentidos con un propósito creador, de entender a nuestros hablantes y comprender lo que leemos y escuchamos. Ese es un privilegio que enaltece la condición humana.» (5). O cuando nos recuerda el director de la Academia Dominicana de la Lengua que «El entusiasmo es un aliento divino que tiene toda persona que experimenta una vocación por algo grandioso. Toda persona que experimenta una pasión para consagrar su talento, su energía y su creatividad es señal de ese aliento divino, es evidencia de ese entusiasmo, de ese «en-theos.» (6). O bien cuando adoptando un ademán enfático declara: «La incuria en el lenguaje, la vulgaridad expresiva y el uso de voces soeces, señales son de frustración y resentimiento, y su uso, como el del lenguaje del doble género, inficiona el sistema de nuestra lengua aunque se use en nombre de un supuesto avance cultural.» (7).

Pensamiento apretado y sólido el de Bruno Rosario Candelier, pensamiento que sin embargo no excluye la discreción, el buen tono y la galanura que el grueso de los analistas y críticos para nuestro fastidio dejan a un lado en sus laboriosos emprendimientos indagatorios, absteniéndose de la nobleza de la expresión con no menor escrúpulo que los cartujos de al carne. Y el resultado de tan desafortunada insuficiencia es esa suerte de crítica que el gran José Enrique Rodó estigmatizaba tildándola de «estrecha de criterio y nula de corazón».

A buen seguro, si la fortuna no me ha dejado de su mano, en las páginas que anteceden ha quedado palmariamente registrado que por lo que hace a su perspicacia y fineza valorativa tengo al autor de El Lenguaje de la Creación por escoliasta de mucho tonelaje. En efecto, según es de ver, cada vez que don Bruno se impone la tarea de elucidación y cata de la producción literaria de algún escritor remoto o contemporáneo, célebre o poco conocido, criollo o extranjero, consigue de continuo que nosotros, sus lectores, paremos mientes en lo esencial del texto inspeccionado, en aquellos elementos tanto expresivos como gnoseológicos de dicho texto que lo singularizan y realzan, de manera que, a fuero de comedido, nos adentra en los intríngulis del escrito examinado haciendo caso omiso de los inútiles abalorios de intrincada retórica como, por un parejo, de un lenguaje infectado de presuntuosa objetividad acompañado de copioso y menudo aparato documental.

Porque no es solamente por exégeta brillante que merece Bruno Rosario Candelier el título de maestro, sino también y en no estrecha medida por sus cualidades de pedagogo, de guía, de educador…, cualidades que impregnan y fecundan su prosa ensayística confiriéndole didácticas virtudes. Esta crítica, la didáctica, alienta el propósito formativo de ilustrar, de constituirse en fuente de aprendizaje para quienes a ella se avecinen. Una puntualización, no obstante, en este preciso lugar reputo por indispensable: todo escrito de apreciación y estimativa que en materia literaria merezca ser encarecido, cualesquiera sean los postulados heurísticos en los que se asiente, exhibirá un costado didáctico, habida cuenta de que no podría el critico orientar al lector en torno a las prendas o bondades de las obras que comenta desentendiéndose del objetivo de conducirlo por vías -cuanto más descampadas mejor- a un más pleno entendimiento de lo que su autor ha querido expresar, o tal vez ha expresado sin que esté plenamente consciente de haberlo hecho; al cabo y a la postre, cuando el escoliasta compara, esclarece, discrimina y emite juicios de valor estético, de una u otra forma está llevando adelante una labor que no sería en modo alguno incorrecto considerar didáctica.

Sin embargo, verificada la pertinencia de la salvedad a la que acabo de hacer mención, no me parece ande mi péñola descaminada al reconocer como una clase aparte entre las estrategias de ejercer la crítica, la que he llamado didáctica, que se puede definir -y no creo sacar las cosas de quicio- como la que amén de hospedar en las antologías, sinopsis, recopilaciones, prontuarios, historias literarias y demás manuales concebidos específicamente para servir de útil valimiento a profesores y estudiantes en los distintos niveles de escolaridad, distingue por cierto tono profesoral y cometido didascálico la ensayística del autor de El Lenguaje de la Creación. Quienes cultivan esta especie de crítica deben prestar esmerada atención a desplegar sus pensamientos y razones en un lenguaje apegado a la sencillez y la naturalidad; dada su finalidad educativa el estilo a que procede se orillen los practicantes de este género de estudios críticos es el que se halla en el polo opuesto de la gratuita y ostentosa artificiosidad. Esquivar la anfibología, rehuir la vaguedad, desterrar de la página voces técnicas y giros desusados ha de ser preocupación asidua de los escritores de ensayos de didáctica índole. Por supuesto, en la aludida actitud discursiva acampa la idea de que cuanto menos las palabras y formas sintácticas empleadas acaparen la atención del lector en detrimento de los conceptos a que dicho vocabulario y modos gramaticales refieren, mejor será el resultado en punto a la aprehensión adecuada de la materia expuesta. Así, es resorte del tipo de crítica que nos ocupa que sus representantes ponga su mayor empeño en no llamar demasiado la atención hacia sus idiosincráticos perfiles estilísticos; que procuren la concisión sin resbalar hacia el laconismo; que nos ahorren la novedad en beneficio de la claridad y la excelencia; que se resistan a la tentación de cortejar usos forzados y difíciles, voces de muy reciente creación y estatus aún no establecido, como también prescindan de cláusulas demasiado extensas plagadas de circunloquios en torno a los pensamientos que se pretende destacar, los cuales de ese modo ocultos escaparán a nuestra mirada inquisitiva; y que, por último, mas no por ello menos importante, que tenga siempre presente el crítico didáctico lo que al respecto decía Schopenhauer: «Y sí que no hay nada más sencillo que escribir de manera que humano alguno lo entienda; igual que, por el contrario, nada más difícil que elaborar ideas significativas de manera que todo el mundo las tenga que entender.»

No encajará la saeta en el blanco, sin embargo, quien de lo formulado en los renglones anteriores dé en suponer que los autores de críticas didácticas deambulan por el mundo de la escritura huérfanos de estilo, y que semejante condición es la que asegura la calidad de su trabajo meticuloso y esforzado; pensar tal cosa sería hacerles injuria con un juicio apresurado. La mejor prueba de que no es así la ofrece el verbo tonificante y fúlgido de Bruno Rosario Candelier. Porque que los críticos mencionados tengan entre sus prendas más valiosas desestimar tópicos manidos y atenerse al principio de descartar, siempre que sea posible, cláusulas subordinadas y aclaraciones parentéticas, es conducta elocutiva que en modo alguno niega la elaboración de un discurso cuyos admirables atributos nos hagan sentir amor a primera página. Entonces, de modo categórico afirmaré -y no me temblará el pulso al hacerlo- que el hecho de que el ensayo didáctico, por responder a un explícito propósito de instruir se amolde a lo que no sería irrazonable calificar de un patrón de sobriedad expresiva, de ninguna manera implica penuria elocutiva, de ninguna manera el escritor que a dicha forma verbal se atenga tendría que acusar pobreza léxica, anodina sintaxis e ideas sensatas hasta el aburrimiento, de ninguna manera se justificaría tildemos su habla de roma, deficiente e insípida; siempre que el crítico del género didáctico, deseoso de esquivar jergas opacas y peroraciones de relumbrón no extravíe el rumbo deslizando su palabra hacia un esquematismo sentencioso de persistente y notoria infecundidad, su proceder elocutivo servirá en mucha parte al propósito educativo que persigue, el cual no estriba tanto en celebrar o condenar sino en discernir. La crítica didáctica destinada a vivir más allá del día no necesita atuendo dominguero para hacerse apreciar; basta que testimonie claridad de juicio y entereza de corazón, que nada se revela más digno de ser enaltecido que la sencillez discursiva cuando es portadora de un pensamiento noble en un decir hermoso…

Y si se me permite concluir el baile ya que se me ha sacado a bailar, fungiendo de juez sentenciaré que tales y no otras son las virtudes de la ensayística del director de la Academia Dominicana de la Lengua Dr. Bruno Rosario Candelier, virtudes que en la obra El Lenguaje de la Creación campean por sus fueros y que tengo copia de razones para pensar que a causa de la casi intolerable lucidez y veracidad de las ideas y de las pobladas intuiciones que animan su discurrir, los ujieres de la prosa desaliñada que tanto abunda por estos isleños pagos le rendirán el máximo homenaje de que son capaces: el de su envidia, resentimiento y desazón.

 

  1. EL LENGUAJE DE LA CREACIÓN, El estudio de la lengua y el cultivo de las letras, p. 18.
  1. EL LENGUAJE DE LA CREACIÓN, La llama patriótica en la lírica de Salomé Ureña, p. 209.
  1. EL LENGUAJE DE LA CREACIÓN, Intuición metafísica en la lírica de Lupo Hernández Rueda, p. 296.
  1. VARIEDAD I, Cantos espirituales, Edit. Losada, Argentina, 1956, pp. 14-15.
  1. EL LENGUAJE DE LA POESÍA, Aporte de Manuel Patín Maceo al estudio del léxico dominicano, p. 172.
  1. EL LENGUAJE DE LA POESÍA, El lenguaje de la gramática en Manuel Campos Navarro, p. 177.
  1. EL LENGUAJE DE LA CREACIÓN, El lenguaje del doble género, p. 182.

Los dos idiomas de María José Rincón

Por Bruno Rosario Candelier

 

A

Emilia Pereyra,

cultora del saber que edifica.

 

La prestigiosa lexicógrafa, académica y promotora lingüística hispano dominicana María José Rincón González, en esta obra de su autoría, De la eñe a la zeta, escribió sobre los “dos idiomas”, el español y el dominicano: “Hace unos años, en una visita a España, mi hijo, un niño en ese entonces, les decía a sus amigos en el parque infantil: “Yo soy español y dominicano y hablo los dos idiomas”. Ni que decir tiene que ese “bilingüismo” precoz lo convirtió en el héroe del barrio. Me sorprendió y me enorgulleció lo que ese comentario suponía para un niño de corta edad. Su trascendentalismo radicaba en que manifestaba, a su manera, la experiencia de descubrir las diversas formas de hablar español. El reconocimiento y la asunción de la diversidad es un paso muy importante para crecer como hablantes. Saber que nuestra forma de hablar es distinta de la de otras regiones hispanoparlantes y asumir que esta diferencia no nos hace mejores hablantes, pero tampoco peores, tiene mucho valor. Implica además el reto de conocer y valorar en su justa medida las características que nos son propias. La conciencia de la diferencia debe servir para aprender de los demás: más palabras, más significados para las mismas palabras, distintos acentos. No caigamos en el error de mirarnos solo nuestro propio ombligo. Sería una verdadera lástima limitar nuestros horizontes lingüísticos cuando el español supone todo lo contrario: amplitud, diversidad y riqueza. Como hablantes, si queremos expresar nuestro orgullo por lo que somos, podríamos empezar por decir: “Somos dominicanos (o españoles, colombianos, puertorriqueños, y así hasta veintitrés nacionalidades, puede que más) y hablamos en español”. (María José Rincón González, “Los dos idiomas” en De la eñe a la zeta, Santo Domingo, Amigo del Hogar, 2019, p. 30).

La autora de la obra lingüística De la eñe a la zeta, María José Rincón González, es una poeta de la lengua. Al usar la palabra “poeta”, no quiero decir que ella escribe versos, sino que mediante el estudio de la lengua, en sus trabajos lexicográficos, sus ponencias y charlas y en todo lo que ella escribe sobre nuestra lengua hace poesía, y uso la palabra “poesía” en el sentido que la usaban los antiguos griegos. Para esos pensadores y estetas la palabra “poesía” significa “creación”: creación del lenguaje, creación de la palabra, creación de imágenes y conceptos. Eso es lo que ha hecho María José desde que asumió el cultivo intelectual, desde que se valió de la palabra con un propósito creador, y es lo que ha demostrado en este hermoso libro titulado De la eñe a la zeta: crear con las palabras, ponderar el valor de formas y sentidos léxicos, ilustrar con su sabiduría filológica la creación idiomática de los hablantes de España y de América, de los hablantes de su tierra de origen, Sevilla, y de esta su tierra adoptiva, la República Dominicana, que ella adoptó como parte entrañable de su vida con su lenguaje, su historia y su cultura, como lo manifiesta este ejemplo que revela su identificación con los dos idiomas:

“Inés Aispún me preguntó en una entrevista cuál era para mí la palabra más hermosa del español dominicano. Nunca me lo había planteado, pero no lo dudé ni un instante. Tumbarrocío, le respondí. Se trata de un precioso sustantivo compuesto con el que se designa a un pequeño pajarito que vuela en nuestros campos y que, al posarse, hace caer gotas de rocío de las hojas. Es una imagen poética creada váyase usted a saber cuándo por un hablante con la suficiente sensibilidad para detenerse a contemplar la naturaleza. Esta palabra se ha creado por composición, un método tradicional en español para la formación de nuevas voces. El verbo tumbar y el sustantivo rocío se unen para crear una sola voz. Su ortografía también es interesante: el sonido /rr/, representado con r inicial en rocío pasa a ser representado por el dígrafo rr en posición intervocálica en tumbarrocío. El detalle más interesante es que el verbo tumbar, usado en una acepción característica del español americano, ha sido muy feraz a la hora de generar palabras. Sus compuestos siguen la misma estructura: verbo tumbar + sustantivo complemento directo” (María José Rincón González, De la eñe a la zeta, p. 195).

En los comentarios y opiniones de nuestra admirada filóloga se manifiesta el amor que ella siente por la palabra, la devoción con que asume el lenguaje para testimoniar su visión del mundo, en la pasión que revela para canalizar su comprensión de fenómenos idiomáticos a través del cultivo de las palabras; y lo hermoso de este libro, que tiene un contenido profundo, rico y revelador, es justamente la forma amena como ella lo hace. María José Rincón es una científica del lenguaje, pero no usa un lenguaje obtuso, rebuscado o complicado para comunicar lo que sabe, sino un lenguaje claro, preciso y apropiado para que lo entiendan no solo los especialistas de la lingüística, sino los hablantes interesados en conocer y mejorar el uso de su lengua, razón por la cual emplea un lenguaje comprensible para que lo entendamos todos, para que nos compenetremos con la idea que ella tiene de la palabra, con la concepción que ella tiene de la forma como hablamos los dominicanos y para que valoremos el legado hispánico que recibimos con la lengua española. Ella tiene la singular condición de dominar los dos sistemas de comunicación: la estructura de la lengua española y la forma peculiar del habla de los dominicanos. Son dos plataformas idiomáticas que ella maneja admirablemente porque conoce muy bien “los dos idiomas”.

A mí me impresionó la anécdota de “Los dos idiomas”, que protagonizara el hijo de María José Rincón, Juan Ramón Peralta, cuando en un parque de Sevilla les dice a sus amiguitos: “Pues, yo soy dominicano y español, y hablo los dos idiomas”, y la gracia como lo cuenta María José hay que apreciarla al leer ese pasaje. Tenía razón su hijo cuando dijo que sabía los dos idiomas, porque conocía el español de España y el español dominicano. Desde luego, ese doble conocimiento, que María José Rincón domina admirablemente, es lo que plasma y canaliza en este libro y lo hace con el conocimiento de la lexicografía y el dominio de la ciencia del lenguaje, porque ella es filóloga. Al decir que es filóloga, recuerdo una anécdota que yo tuve con ella y que de alguna manera explica la razón por la cual María José Rincón está sentada en ese sillón académico con la letra Z, y les voy a contar por qué lo digo. En el año 1994 fui invitado por la Real Academia a participar en un congreso de la lengua española que se celebraría (que se celebró) en Salamanca, y naturalmente tenía que conseguir visa para viajar a España. Cuando estoy delante de la ventanilla del consulado, la joven que me atendió, casualmente María José Rincón, me observa muy atentamente y me pregunta a qué iría a España. Entonces le explico que soy filólogo de la Complutense, académico de la lengua y miembro correspondiente de la Real Academia Española y, en tal virtud, me invitaron a participar en un congreso de filología. Cuando ella escucha esa palabra, filología, con emoción y alegría, me sorprende y exclama: “Ah, pues yo también soy filóloga”, y yo inmediatamente le dije que cuando regresara de España la invitaría para que participara en las actividades lingüísticas de nuestra Academia y, sobre todo, para que colaborara con nosotros en los trabajos lexicográficos que pensábamos realizar a favor de nuestra lengua, y ella, sin pensarlo dos veces, me contestó: “Pues, yo encantadísima. Por supuesto que participaré”. Y, efectivamente, a mi regreso la llamé, la invité a una reunión, a la que asistió, la incorporé al equipo lexicográfico de la Academia Dominicana de la Lengua para emprender estudios lexicográficos sobre el español dominicano, iniciar trabajos de investigación sobre el lenguaje de los dominicanos, promover el conocimiento de la lengua española en nuestra población mediante actividades que hacemos a favor de nuestros hablantes para incentivar el amor a la palabra, motivar el estudio de nuestra lengua y sembrar en nuestros hablantes una “conciencia de lengua”.

Pues bien, María José Rincón González tiene “alta conciencia de la lengua”, una cabal inquietud sobre lo que implica amar, estudiar y fomentar el estudio de nuestra lengua, lo que ella hace en este libro, revelar ese amor, testimoniar esa identificación intelectual, afectiva y espiritual por nuestro lenguaje, por el significado de nuestras voces, por la forma como nos expresamos, y lo hace justamente para sembrar en nosotros esa preocupación lingüística y nos interesemos por la palabra, para que valoremos el significado de las palabras y la importancia de usarlas con propiedad y elegancia, para que sepamos usar con rigor gramatical lo que la palabra demanda en los buenos hablantes. Eso es lo que María José Rincón quiere sembrar y motivar al publicar esta obra, De la eñe a la zeta, colección de los artículos que cada martes ella publica en Diario Libre, muy edificantes por lo que implica en términos lexicográficos, gramaticales y ortográficos.

Lo primero que ustedes van a apreciar en este libro es el entusiasmo lingüístico que derrocha María José Rincón cuando escribe. Nuestra lexicógrafa despliega su conciencia de lengua con destreza expositiva, entusiasmo lingüístico, humor ingenioso y gracia con solera al hablar, lo que es producto de su entrañable vinculación empática con el alma de la lengua española y su plena identificación emocional con la onda del español dominicano, índice expresivo del sentimiento de amor hacia “los dos idiomas”, el español y el dominicano. Da gusto leer cada uno de los párrafos de este libro porque lo hace con devoción, con particular identificación con el lenguaje, con cabal comprensión de las pautas lexicográficas, gramaticales y ortográficas, y, entonces, revela lo que es realmente amar su la lengua española, lo que implica su identificación intelectual y espiritual con nuestra lengua, por la que se desvive y por la que se ha entregado en cuerpo y alma, en espíritu y en inteligencia, para plasmar su sabiduría y su amor por la lengua de Castilla y la lengua de Quisqueya. Hoy mismo yo le decía a ella que fue un regalo que Dios nos hizo a los dominicanos al enviarnos a María José Rincón a establecerse en la República Dominicana.

Efectivamente, cuando María José Rincón González escribe, revela una destreza expositiva admirable y, entre otras virtudes, un humor luminoso porque en ella no hay solo talento y amor; no hay solo conocimiento y destreza; en ella hay un algo especial que la motiva, y la enciende, y la entusiasma. En ella hay sabiduría y amor por lo que siente pasión con iluminación y encanto. Cuando ella da una charla, de las muchas que ha dado en este augusto salón de esta Academia, contagia a los presentes, porque transmite desde el hondón de su sensibilidad y el fuero de su conciencia la pasión que siente por la lengua española. Describe el panorama de la realidad idiomática peninsular y dominicana, y contrasta las dos plataformas: la pauta de la lengua general, la española, y la aplicación de la variante regional,  la dominicana en esta porción caribeña y antillana de la América hispana. Y lo hermoso de su labor didáctica es su orientación a la luz de su formación lexicográfica y su conocimiento de la lengua. Ella se vuelca entera cuando enseña, y canaliza y transmite con emoción sus conocimientos idiomáticos; pero lo impresionante de su participación es la amorosa pasión como lo hace, y eso es lo que distingue a María José Rincón González cuando escribe, habla o enseña.

Cuando alguien se entrega con pasión a lo que hace, algo bueno sale, porque no solo manifiesta su talento, su energía y su dedicación, sino que canaliza su sabiduría y su entusiasmo, y con el entusiasmo la pasión que emociona, y con la pasión el aliento intelectual y espiritual que mana de sus entrañas para motivar, a la luz de su formación filológica, lo que enciende la sensibilidad y concita la inteligencia. Eso es clave para triunfar en la vida y lograr lo que María José Rincón ha logrado: convencernos de la bondad de nuestra lengua; enseñarnos que estamos obligados a honrar el conocimiento de nuestra lengua, porque ese cultivo forma parte de un deber moral y una misión intelectual y una meta espiritual que tenemos los hablantes, porque hemos recibido un don hermosísimo a través de la palabra, y ese don nos corresponde fructificarlo y potenciarlo para que siga creciendo el amor por la palabra y la identificación con nuestra lengua, la que nos identifica intelectual, afectiva y espiritualmente. El siguiente párrafo de su libro confirma lo que estoy diciendo de nuestra lexicógrafa:

“Busqué de inmediato quién había ocupado ese sillón antes que yo y resultó que yo era la primera letra zeta de la Academia Dominicana de la Lengua. Irónicamente le correspondía a una sevillana aplatanada: ni los sevillanos ni los dominicanos pronunciamos la zeta como la describen los manuales (sonido interdental fricativo sordo). Nuestro seseo (junto al del sur de la Península Ibérica, Canarias y toda Hispanoamérica) la asocia al sonido predorsal fricativo sordo. Los lazos que me unen a esta letra han ido tomando cuerpo desde entonces. Los zumbadores aparecen por doquier, mi hija prefiere las batidas de zapote, he tenido que zanquear dominicanismos por cielo y tierra y todavía dura el zaperoco del Diccionario del español dominicano. Solo espero que hoy no se le zafe un tornillo y que esta Eñe no vaya al zafacón” (M. J. Rincón González, De la eñe a la zeta, p. 224).

En efecto, María José Rincón González tiene un concepto lúcido, pertinente y preciso de la naturaleza de nuestra lengua con la necesaria aplicación normativa de la ortografía y la gramática bajo un criterio lingüístico y académico. Con su labor lexicográfica, ha hecho un gran servicio al estudio de nuestra lengua al responder consultas hechas a la página electrónica de la ADL. El aporte lingüístico de María José Rincón ha sido posible porque ella encarna en su sensibilidad y su conciencia lo que distingue a los grandes creadores de nuestra lengua, de cualquier lengua, en todos los tiempos y culturas, como es el hecho de ser coparticipe de lo que he denominado “la savia de la lengua”.

La energía de la lengua se manifiesta a través de una triple savia que, como “la sangre del espíritu”, según el decir de Miguel de Unamuno,  alienta el poder de la creatividad a través de la palabra. Hay una savia de la lengua, y el primero en identificarla en la cultura occidental, a la que pertenecemos, fue el antiguo pensador presocrático Heráclito de Éfeso, cuando intuyó que los hablantes tenemos un don altamente luminoso, y a ese don le llamó Logos, el Logos de la conciencia, porque ese sabio griego entendía que ese don era una energía sagrada que identifica y enaltece a los seres humanos. Concibo ese singular aliento del espíritu como la savia primordial, que entraña la esencia de la lengua en virtud del Logos que recibimos al nacer, porque viene desde el principio, cuando se nos da ese talento enaltecedor, el Logos que permite reflexionar, intuir, hablar y crear.

María José Rincón González participa también de la segunda savia que transmite de un modo natural la virtud fecundante de la lengua, a la que llamo la savia patrimonial, que nos da la lengua castellana. Los hablantes de esta hermosa lengua mediante un conducto especial a través de nuestro cerebro recibimos esa savia ancestral que nos inyectan las voces castellanas. Le llamo savia patrimonial porque viene de la raíz de nuestra lengua, que recibimos los hablantes de la lengua española en cualquier lugar del mundo donde nos encontremos. Nuestra académica participa de un modo privilegiado de esa savia patrimonial, no solo porque naciera y se criara en la ciudad andaluza de Sevilla, donde fue amamantada con la savia patrimonial de nuestra lengua, sino porque se compenetró entrañablemente con la savia de la lengua castellana, y eso lo manifiesta ella de una manera profunda y elocuente en este libro que hoy presentamos, y, desde luego, en todo lo que ella escribe sobre “los dos idiomas”, el español peninsular y el español dominicano.

Hay, además, una tercera savia, a la que llamo savia cardinal, que es la virtualidad operativa de las palabras que nos transmite una lengua determinada en un país específico. El español dominicano nos hace partícipes de esa savia cardinal desde el momento en que nuestras madres nos amamantan en nuestra infancia y nos acurrucan en nuestros balbuceos que imitamos de sus voces para transmitirnos el afecto y el lenguaje que va conformando en nuestra mente el genio de nuestra lengua, y con el troquelado afectivo y espiritual de su lenguaje y su amor recibimos esa savia cardinal que nos enlaza a nuestra lengua, a nuestra historia y a nuestra cultura. El impacto de dicha savia nos permite compenetrarnos con la esencia que nos distingue, con la idiosincrasia que nos identifica y el talante que nos hace hablantes de una variante idiomática hermosa, rica y fecunda.

Esas tres savias inherentes en la energía de nuestra lengua han renacido luminosamente en María José Rincón y ella las ha canalizado creadoramente en esta obra que resalta la importancia de conocer cabalmente nuestro medio de comunicación y creación para enfatizar el estudio de nuestra lengua y el cultivo de las letras de manera que sintamos la dicha de hablar la variante dominicana de la lengua española y nos compenetremos intelectual, afectiva y espiritualmente con la savia de nuestra lengua, a la que Rubén Darío llamara “sangre de Hispania fecunda” en uno de sus poemas.

Cuando Mariano Lebrón Saviñón  hablaba de los “pechos henchidos de nuestra lengua” se refería a ese saber idiomático que comunica nuestro lenguaje para ser lo que somos, para identificarnos con nuestra idiosincrasia cultural, para canalizar nuestro talento y nuestra creatividad en función de la palabra, como lo plantea la palabra, como lo concita la palabra y como lo plasma María José Rincón González con preparación, amor y devoción.

Llevamos en nuestras venas la savia espiritual que nos legara el verbo luminoso de los españoles Garcilaso de la Vega, Miguel de Cervantes, san Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús y Antonio Machado; y también la palabra edificante de Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Jorge Luis Borges, Carlos Fuentes; y, entre los nuestros, Pedro Henríquez Ureña, Juan Bosch, Flérida de Nolasco, Manuel del Cabral, Manuel Rueda, Freddy Bretón y Emilia Pereyra, con la savia de nuestra lengua que esta obra de María José Rincón asume, despliega y enaltece. ¡Enhorabuena con nuestra gratitud y admiración a María José Rincón González por su valioso aporte al estudio de nuestros dos idiomas, el español de España y el español dominicano!

 

Bruno Rosario Candelier

Academia Dominicana de la Lengua

Santo Domingo, 14 de agosto de 2019.

Capa, grosso modo/*a grosso modo, *frizar (*frizó), psiquis/sique/*siquis, enardecer/encarnecer, cenagoso/*cenagozo

Por Roberto E. Guzmán

CAPA

He aquí otra palabra que en el español dominicano posee una acepción documentada que ha pasado inadvertida de los lexicógrafos dominicanos. No hay crítica solapada en la frase anterior.

La capa a que se refiere el dominicanismo se usó y, quizás se usa todavía, en el ámbito rural. Con esa palabra el campesino se refiere al cuero de un animal muerto, sobre todo al del animal sacrificado para consumo humano.

Se ha oído que con la palabra objeto de estudio de esta sección el carnicero de carne de cerdo y, sobre todo el que fríe chicharrones, se refiere a la piel del cerdo con la grasa adherida a esta. Es probable que esa palabra solo circule en ese ámbito.

El cuento en que se halla usada la palabra “capa” fue escrito en o antes del año 1941. El autor de estos comentarios puede dar fe de haberla oído en los años sesenta del siglo XX.

  1. Juan Bosch en su cuento Dos pesos de agua utiliza la palabra del modo siguiente: “. . .ella misma detallaba la carne y de las CAPAS extraía la grasa. . .” Puede colegirse del contexto que no se refiere solo a la parte externa del cuero, sino a este con la grasa adherida.

Es frecuente que muchas palabras del léxico dominicano se encuentren documentadas en las obras de D. Juan, pues él introdujo muchas de estas en sus obras en las que describió y trató el ambiente campesino que correspondía a su época y entorno. Ese es otro mérito añadido a su obra cuentística.

 

GROSSO MODO – *A GROSSO MODO

“A GROSSO MODO, cabe decir, que. . .”

La locución adverbial latina grosso modo debe ser escrita en letras cursivas. Esto así porque es una locución del bajo latín y de esa forma la representa la Real Academia en su diccionario. No ha dejado de ser latina. No se ha integrado totalmente al español.

De acuerdo con lo que escribe la corporación antes indicada significa, “A bulto, aproximadamente, más o menos”. Esto es, “poco más o menos” y, en algunas circunstancias puede entenderse que significa “sin detallar, a grandes rasgos, en conjunto, sin especificar”.

Esta expresión debe escribirse sin preposición alguna. No necesita de preposición ni la admite. Es incorrecto hacerla preceder de una preposición. De paso puede recordarse que no es la única locución latina que no admite preposición delante.

 

*FRIZAR (*FRIZÓ)

“. . .como si la sociedad se FRIZÓ, se paralizó. . .”

En español de buena solera no existe verbo alguno que sea frizar, así con una letra zeta /z/. Sí existe el verbo frisar en español internacional y en español venezolano. El primer frisar es de poco uso, “levantar y rizar los pelillos de algún tejido”. Es, además, refregar. En Venezuela este verbo es de uso en albañilería, dar friso, dar una capa de mezcla con cemento a una pared.

Este frizar con zeta tiene que ver con frízer que es congelador en el habla de Argentina, Bolivia, Chile, Honduras, Puerto Rico y República Dominicana. El frízer que se ha mentado varias veces viene del inglés freezer que es congelador, pero como se mencionó antes, en inglés.

La ventaja de la palabra derivada del inglés es que consta de solo dos sílabas mientras que la equivalente del español es de cuatro sílabas; por tanto, es economía de esfuerzo y tiempo.

 

PSIQUIS – SIQUE – *SIQUIS

“Una idea oscura clavada como daga en su *SIQUIS. . .”

En la frase de la cita se está en presencia de nuevo de una voz que imita a otras que sí existen, pero yerra en su representación gráfica; es decir, su ortografía es equivocada.

Escrita de esta forma *siquis es quizás una forma ultramoderna de escribir psiquis, que es lo mismo que psique que es alma, y en filosofía, principio de la vida.

Psiquismo se escribe también siquismo y se toma por conjunto de los caracteres y funciones de orden psíquico.

No hay que ofenderse si algunas personas incurren en errores con respecto de este tipo de ortografía, pues la realidad de los hechos es que la lengua española ha castellanizado muchas de las palabras que proceden el griego y que conservaron durante largos años la letra pe /p/ al principio de ellas.

En otras lenguas se ha conservado esa letra pe /p/ al principio de esas palabras porque tiene valor fonético, como sucede en francés.

 

ENARDECER – ENCARNECER

“. . .con los discursos ENCARNECIDOS que sacuden los foros públicos. . .”

En casos como este es cuando el lector desearía tener una bola de cristal para que le ayude a adivinar lo que quiso el redactor escribir, que no escribió. Haciendo gala de virtudes adivinatorias se propone colocar el verbo enardecer en lugar de encarnecer. Se repasarán más abajo las acepciones de ambos verbos.

Encarnecer es “Tomar carnes, hacerse más grueso”. Es ponerse gruesa y corpulenta una persona, que es igual que engordar. En el centro de este verbo figura el vocablo carne, que es algo que lo aleja de los discursos y los foros públicos.

El verbo enardecer lleva en sí el verbo arder, pero menos ostensible, porque su mensaje tiene que ver con avivar la llama que arde en una pasión para excitar el ánimo con respecto de una pugna, una disputa.

Esas disputas son las que se debaten en los foros públicos, son las que atizan los discursos, estimulan las discusiones, provocan entusiasmo, exaltan el espíritu. Quizás quiso expresar que hace más grueso los discursos.

 

CENAGOSO – *CENAGOZO

“Terreno *CENAGOZO”

Ese que se reprodujo en el título era lo escrito en el letrero. Este mensaje hubiese sido más apropiado en el frente de un lugar donde se sirve comida. ¿Por qué? Pues descompuesto resulta que es una aseveración de gozar la cena, “cena gozo”.

Luego de esta introducción que se hace en tono humorístico hay que entrar en materia con respecto a este *cenagozo.

Debe pensarse que en español no existe un sufijo -ozo. El sufijo que sí existe es -oso que unido a sustantivos y adjetivos destaca la abundancia de la palabra que le sirve de núcleo. El inconveniente en el caso de cenagoso es que el sustantivo que indica fango aquí es de escaso uso, cieno.

Cenagoso resalta que hay mucho barro, lodo blando, en el terreno al que se aplica la palabra cenagoso. El cieno se acumula en el fondo de lagunas o sitios bajos o húmedos.

Todo este lío se lo habrían evitado los redactores del letrero si en lugar de lo que escribieron hubiesen utilizado una palabra cotidiana, “terreno fangoso”. Quizás el equívoco proviene del hecho que se acostumbra a usar lodazal, con zeta para el sitio lleno o de mucho lodo.

Rolear, babucha, islam/islán, tender a/tender *por

Por Roberto E. Guzmán

ROLEAR

Este verbo del título no figura en ninguno de los diccionarios de español dominicano que se han consultado. Este verbo sirve para describir una acción que pertenece a la industria maderera dominicana. Es probable que en las actividades de desmonte de terrenos también se use.

Rolear consiste en desramar completamente los árboles que se talan, con el objeto de facilitar la tarea de transportarlos. La acción de rolear también permite que luego de llegar al aserradero o sitio donde se aserrará el tronco para su aprovechamiento, este pueda ser aserrado con menos esfuerzo y mejor aprovechamiento de la madera.

De la acción que el verbo indica puede deducirse que en algunas ocasiones a ese trozo de madera se le denomine rolo.

Es probable que esta voz no haya trascendido al uso generalizado por la especificidad de su uso. Además, solo se oyó su uso entre personas de escasa formación académica en la áreas rurales; esto explica también que no haya llegado a la literatura que documente su uso. No es un vocablo de ciudad ni de uso general.

 

BABUCHA

Esta palabra que ahora se considera que pertenece al léxico de la moda, hace más de sesenta años que forma parte del español dominicano. Se escribe “español dominicano” de propósito porque en el habla de los dominicanos esta posee rasgos distintivos que distinguen su uso del internacional.

Se trae a estos comentarios porque a pesar de que consta a justo título en el Diccionario del español dominicano (2013:64) merece que se consignen algunas de las circunstancias del uso que no figuran allí.

La primera babucha de la que se tuvo noticias hace mucho tiempo fue la de los bebés o infantes. Recientemente se halló que fue documentada por D. Pedro Henríquez Ureña según consta en el Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico (1980-I-444). Esta babucha fue definida como una “blusa de niño”.

Hay que definir desde el principio que hay dos babuchas, Una que es la del calzado. Esa es la más conocida y es la que la Asociación de Academias de la Lengua Española reconoce en su diccionario. Es un calzado ligero y sin talón que se usa sobre todo en países orientales y en el norte de África.

La babucha dominicana parece que ha desaparecido, o por lo menos, ha disminuido su frecuencia de utilización en el habla dominicana. La babucha que conoció el autor de estas reflexiones era la que se usaba para vestir niños de muy corta edad; sobre todo niños que todavía no podían caminar. Por esto se piensa que sería mejor definir ese tipo de babucha como “blusa de bebé”.

Esta babucha de niño no tiene relación alguna con la que se conoce en el español internacional que cuenta con una larga historia y una etimología documentada que lleva hasta el persa y es un tipo de calzado ligero y sin talón.

Hay otras babuchas que podrían llamarse de babuchas americanas. Son muchas y, para los fines de esta exposición se reducirán a dos. La “blusa de niño”, que en República Dominicana podría expresarse con mayor exactitud llamándola “blusa de bebé”, pues solo se aplicaba a las blusas de los niños en temprana edad, la edad en que el bebé todavía no era capaz de caminar.

Esta palabra del título tiene larga historia en la lengua española. Además, en el español dominicano ha evolucionado en cuanto a su significado, algo que sucede con frecuencia con los vocablos que son favorecidos por el habla. Esos caracteres que se han esbozado en las oraciones anteriores se desarrollarán más abajo.

La babucha dominicana asentada en el Diccionario del español dominicano es una “camisa ancha generalmente usada por encima del pantalón”, que corresponde con la conocida en Cuba.  Eso es todo exacto, pero lo que no se consignó allí es que en el uso lleva una connotación de admiración o un tono festivo.

Se recuerda de modo vívido que en los años de juventud de quien esto escribe, hace sesenta años o más, se llamaba babucha a una camisa vistosa, atractiva. Se usaba exclusivamente para ponderar la belleza de la camisa, llamándola babucha.

La admiración mencionada es la que resulta de la sorpresa agradable que ocasiona la belleza o elegancia de una prenda de ese estilo. El tono divertido era de uso, y quizás lo es todavía, entre los jóvenes para ponderar los colores llamativos de una camisa como la descrita antes.

Algo que llama la atención es que se buscó en los primeros diccionarios de voces cubanas, así como en los más recientes y no se ha encontrado rastro de la voz babucha en el español de esa isla.

Lo más prudente es dejar ese asunto ahí y conformarse con señalar lo concerniente a las babuchas dominicanas.

 

ISLAM – ISLÁN

“Ese mismo patrón de subordinación de las mujeres se encuentra en el ISLÁN. . .”

Hay errores y errores. En los [últimos tiempos las ¿autoridades? de la lengua española han tomado la iniciativa de españolizar los nombres de ciudades, países y grupos étnicos.

Esta castellanización implica independizarse de los criterios de copiar las grafías de la lengua inglesa. Esa es una iniciativa y resolución que hay que aplaudir; ahora bien, el problema que se presenta es que los periodistas, columnistas y articulistas tienen que mantenerse al tanto de estos cambios.

En el epígrafe figuran dos palabras que tienen carta de naturaleza en la lengua española. Las significaciones son muy diferentes en estos casos.

Por el estilo y sentido de la redacción de la frase que ejemplifica el uso de esta sección no cabe duda de que se trata de la palabra islam la que debió de aparecer en la frase.

Más que un error es un descuido. Para evitar este tipo de deslices los escritos se revisan antes de enviarlos para su publicación. Muchas veces ayuda si un tercero (o segundo) lee el escrito porque no tiene preconceptos acerca de la redacción. No hay que extrañarse si algunos correctores automáticos de algunas computadoras se han quedao rezagados con respecto a las ortografías de los grupos de humanos que se mencionaron más arriba.

 

TENDER A – TENDER *POR

“. . . la idea de elitismo que tiende POR excluir a los que . . .”

El verbo tender en funciones de verbo intransitivo con el sentido de “propender”, muestra preferencia por dos preposiciones y ninguna de ellas es “por”.

Con el significado antes señalado la acepción que acepta es A, sobre todo si el complemento es una oración. Si el complemento es un sustantivo se hace seguir de A o de HACIA.

El verbo tender puede indicar acciones que varían en su intención. Cuando es prestar atención (atendar) o, tener tendencia, la preposición conveniente es A. En algunos casos puede aceptar la preposición HACIA para el último caso mencionado.

Cuando el complemento que se escribe después del verbo en cuestión es indirecto, entonces no necesita de preposición alguna.

 

Los pronombres relativos y la concordancia

Por  Tobías Rodríguez Molina

Al igual que otros aspectos del español que nos exigen un esmerado cuidado a la hora de emplearlos,  los pronombres relativos no se quedan atrás en esa exigencia. Eso es así en razón de todos los aspectos sintácticos que hay que tener en cuenta cuando nos toque atenernos a lo que nos demanda la concordancia en lo que tiene que ver con esos pronombres. Primeramente presentaremos los aspectos teóricos definitorios referentes a los pronombres relativos y más adelante pasaremos a examinar las exigencias de la concordancia aplicables a ellos. Luego ofreceremos ejemplos de casos de buen uso y mal uso de parte de  algunos usuarios de nuestra lengua española.

Para ofrecerles los aspectos definitorios del tipo de pronombre que nos concierne en esta ocasión, diremos que “Los pronombres relativos son un tipo de pronombre que se usa para iniciar una oración e introducen una oración subordinada adjetiva de la que forman parte. Usualmente se considera que los pronombres relativos ocupan la posición del especificador de la oración y, por tanto, la oración de relativo que encabezan puede ser vista como un sintagma complementario.”(Wikipedia).

Me parece que con la presentación y análisis de algún  ejemplo, comenzaremos a comprender mejor la definición ofrecida anteriormente. Veamos este ejemplo: “La niña que me saludó es amiguita de una de mis nietas.” Se puede ver en ese ejemplo que  el pronombre relativo, además de hacer de elemento complementario  que introduce la subordinada adjetiva, que en este caso es “que me saludó”, está cumpliendo la función gramatical de sujeto de esa misma subordinada y es parte integrante de esa oración compuesta. En esa oración está presente el elemento concordancia en la palabra “amiguita”, que está escrita con marca de género femenino y número singular por la referencia a “la niña”.

El pronombre relativo, además de la función de sujeto, como vimos en el ejemplo anterior, puede introducir oraciones (que llamaremos proposiciones) con otras funciones, como lo veremos en los siguientes ejemplos: 1. El profesor, del cual te hablé ayer, es muy amigo mío. (Función de complemento). 2. Las muchachas a la cuales les prestaste la revista son estudiantes de medicina. (Función de objeto indirecto). 3. Los señores con quienes caminabas en el parque hicieron su especialidad profesional en Bélgica. (Función de circunstancial  de compañía).

Aparte de la función gramatical de los relativos, tenemos que tener muy en cuenta el factor concordancia, que debe estar expresado en relación con el género del antecedente, es decir, la palabra relacionada con el relativo, y también en relación con el número singular o plural del mismo.

Para esos fines, analicemos los ejemplos ofrecidos anteriormente fijándonos en el factor concordancia: “El profesor, del cual te hablé ayer, es muy amigo mío.”  Al ser “el profesor” singular y masculino, por esa razón “el cual” aparece escrito en número singular y género masculino. Además, al hacer referencia al profesor las palabras “amigo mío”,  ambas palabras  están en singular y con terminación masculina. Si nos fijamos en el verbo “es”, vemos que está expresado en singular y en tercera persona gramatical, ya que es el núcleo del predicado cuyo sujeto es “el profesor”, cumpliéndose así lo que demanda la concordancia general entre el sujeto y su verbo: sujeto singular exige el verbo en singular.

Debe quedar claro que, si en vez de que el sujeto sea “el profesor” (en singular)  fuera “las profesoras” (en plural), todos los elementos concordantes vararían de la siguiente forma: “Las profesoras de las cuales te hablé ayer son muy amigas mías.”

Continuando con la temática ya iniciada, les presentaré algunos textos de usuarios dominicanos, algunos de los cuales emplearon con corrección los pronombres relativos y otros que no los emplearon de manera correcta. Iniciaré con los textos correctos.

  • “Tomamos una muestra de cuarenta personas de ambos sexos…, a las cuales les presentamos nueve preguntas.” (Estudiante universitario). Este texto mantuvo  la relación antecedente y pronombre relativo dentro de lo que indican las normas:   “las cuales” con las marcas de género y número que presenta el antecedente “personas.”
  • “…se trata de eventos en los cuales se halla involucrada la salud o la vida de los niños dominicanos.” (Estudiante universitaria). Al igual que en el caso anterior, aquí encontramos la relación antecedente (“eventos”) y pronombre relativo (“los cuales”) dentro de las normas de la concordancia.
  • “Somos una cultura que tiene muchas peculiaridades, las cuales nos hacen ser diferentes a los ciudadanos de otros países.” (Estudiante universitaria). Esta estudiante empleó, al igual que los dos anteriores estudiantes,  lo que indican las normas para aplicarlas a las oraciones con presencia del pronombre relativo.

A  seguidas, les ofreceré algunos ejemplos de textos que contienen empleos alejados de la normativa referentes a los pronombres relativos.

  1. “La esperanza es una virtud, el cual nos acerca mucho más a Dios.” (Ministro católico). En este ejemplo del uso del pronombre relativo, aparece un error muy frecuente principalmente en el habla de los dominicanos, que consiste en no guardar la concordancia de género entre el antecedente (en este caso  “virtud”, de género femenino) y  el relativo, que en este caso debe ser “la cual” , con marca femenina , para adecuarse al género femenino de “virtud”.
  2. “…debemos hacer un padrón real, depurado en la cual tendrán participación todos nuestros militantes.” (Información de un partido político dominicano a sus militantes). En el presente caso se quebranta la regla de la concordancia a la inversa de lo que se vio en el ejemplo anterior. Esta vez el antecedente es masculino (“padrón”) y el relativo lo escribieron en femenino (“la cual”).
  3. “…esa es la vía indicada, el cual nos conducirá a lograr tener un mejor país…” (Comentarista del canal AN7). En este ejemplo se repite el error que vimos en el caso 1, donde se hizo una desacertada  concordancia de género entre el antecedente femenino y el pronombre relativo expresado en género masculino.
  4. “Ese es un caso en la cual no se ve clara la solución del mismo.” (Un participante en la parte de reflexión de AN7). Este caso es semejante al caso 2, en el cual hay un antecedente masculino con un relativo femenino, con lo cual no se cumple la norma de la concordancia.

Como pueden ustedes notar, de los 7 textos analizados, solo 3 de los mismos no presentan ningún error al emplear el pronombre relativo, y en los 4 últimos,  apareció por lo menos un error en cada uno de ellos. Esa elevada proporción de usuarios que no saben manejar esta faceta de nuestra  lengua española, guarda una cercana proximidad con lo que uno escucha en el habla normal de los dominicanos, por lo cual es de desear que se haga un mayor esfuerzo, no únicamente al tratarse  de los pronombres relativos, sino en todos los casos concernientes a la concordancia.

Casos dificultosos de la normativa del español

Por Tobías Rodríguez Molina

Como es sabido por todos, las lenguas o idiomas son  entidades complejas por la diversidad de factores que la constituyen, como son la concordancia, la estructura morfológica  de las  palabras, los variados  tipos de palabras, la gran cantidad de relativos diferentes por sus funciones,  las muchas veces complicadas expresiones adverbiales, etc.  Es por eso que podemos decir, con propiedad, que nuestra lengua española tiene muchos casos ciertamente dificultosos para una gran cantidad de usuarios de la misma.  Adentrémonos  a examinar, pues, algunos de esos casos que aparecen en algunos medios de comunicación y otros que, a manera de prevención, les presento.

Hace unas semanas,  anexo al periódico Diario Libre apareció una especie de encuesta precedida de expresiones que encomiaban aspectos positivos de los dominicanos. Le resultó dificultoso a la publicitaria que preparó el material anexo saber que “dondequiera” se escribe en una sola palabra, ya que expresó: “Donde Quiera que Llegamos nos Destacamos”. En ese contexto se debió escribir “Dondequiera” uniendo en una única palabra esas dos partes. Diferente sería decir: “Donde quiera ella estar, allí estaré yo con ella”. Lo que pasa en este nuevo contexto es que ese “quiera” es verbo y no puede ir unido a “donde” a diferencia del caso anterior, en el que la palabra completa es un adverbio constituido por dos elementos inseparables.

Por otra parte, el texto que estamos analizando presenta un desacierto aún mayor, pues debió usarse “adondequiera”, ya que se expresa la idea de  “lugar hacia donde”, idea de “movimiento” y no de  “lugar en donde”, que expresa idea de “reposo”, de “estatismo”,  como lo expresa la oración que aparece en el párrafo anterior, que dice: “Donde quiera ella estar, allí estaré yo con ella”. Si expresáramos “lugar hacia donde”, diríamos “Adonde quiera ella ir, hacia allí iré yo con ella”, empleando “adonde” (idea de movimiento) y no “donde” (idea de reposo).

Es posible que a muchos usuarios les resulte difícil escribir, sin cometer errores, las expresiones “Colócate dondequiera”, “Anda adondequiera” y “Anda adonde quieras”, por los diversos matices significativos envueltos en ellas y que no se captan muy rápidamente y con toda precisión.

Además, les puede ser de utilidad a muchos la visualización y asimilación de los  siguientes grupos de oraciones:

1.

A. Adondequiera que vayamos, nos destacaremos.
B. Adonde quiera ella que vayamos, nos destacaremos.

2.

A. Quienquiera que sea el que vaya será bien recibido.
B. Quien quiera ir que vaya que será bien recibido.

3.

A. ¿Adónde vas tan temprano?
B. Voy adonde te dije que iría.

4.

A. ¿Dónde vives en la actualidad?
B. Vivo donde construimos nuestra residencia.

5.

A. ¿Por qué no llegaste a pie hasta el parque?
B. Porque queda demasiado lejos.

6.

A. Quiero saber cuándo me pagarás lo que me debes.
B. Te pagaré cuando me paguen los que me deben.

7.

A. Sí, me enteré de que te pagaron la deuda y no me pagaste.
B. Si te pagaron la deuda y no me pagarás, eres un malapaga.

8.

A. Trabajó el día entero y solo le pagaron medio día por lo mal que hizo el trabajo.
B. Solo trabajó hasta el mediodía y le pagaron medio día y algo más por lo bien que hizo el trabajo.

9.

A. ¿Qué es lo que quieres?
B. ¿Que me vaya es lo que quieres?

10.

A. ¿Cuándo te vas y hacia dónde te vas?
B. Cuándo me voy y hacia dónde me voy, te lo diré cuando esté segura de cuándo será y hacia dónde será que me voy.

11.

A. Me siento dondequiera.
B. Me siento donde quiera ella.

Esos y otros muchos casos existen en nuestro español que no todos y no siempre estamos en la capacidad de manejarlos a la perfección. Por eso es conveniente que busquemos la forma de llegar a reducir los desaciertos que solemos cometer al emplearlos en los trabajos y textos que producimos.

 

Guantazo, masacote, tasar/tazar, personalidad, bancabilidad

Por Roberto E. Guzmán

GUANTAZO

Varios de los diccionarios dedicados a enumerar las voces usadas en el español dominicano recogen esta voz con una o varias de sus significaciones. Aquí se expondrán todas las acepciones que esa voz posee en el español dominicano para que los lexicógrafos puedan consultarla en el futuro. De ese modo ninguna de sus acepciones quedará sin ser documentada.

El Diccionario del español dominicano (2013:349) asienta la voz guantazo como un “trago de licor”. Eso es cierto, de ello no hay duda alguna. No hay que olvidar que en el origen el guantazo fue un golpe propinado con un guante, o mejor, con el puño envuelto en un guante.

De ese golpe enguantado el guantazo pasó a ser un golpe cualquiera, de cualquier tipo que este fuese. Tanto es así, que no es raro oír en el habla de los dominicanos decir que un auto le dio un guantazo a otro. Hay más, se ha oído que algunos hablantes para dar a entender que el choque fue leve se expresan diciendo que fue un “guantacito”, que es un equivalente en dominicano a un “cantacito”.

En el título se escribió guantazo, con la letra zeta en la voz del español dominicano, a pesar de que en realidad esa letra en el habla dominicana no tiene el sonido distintivo que la diferencia de la letra ese /s/. De modo que sería más auténtico si se escribiese “guantaso, cantaso, petacaso”. En muchas ocasiones este tipo de ligereza ocurre al escribir por ser más fino que el azúcar refino.

 

MASACOTE

Con respecto de esta palabra se desea destacar una acepción relativa a las personas. Una que se usa en República Dominicana que según parece no se conoce en la actualidad en ninguna habla de español. Más específicamente se refiere a una acepción que no se ha inventariado en los lexicones de español dominicano.

Las acepciones de masacote relacionadas con las cosas han encontrado la forma de que las integren en los diccionarios de español dominicano, como “sustancia espesa y pegajosa”.

La acepción que se ha pasado por alto es la de la persona de torpeza física, de gran volumen, pasada de peso, que llama la atención porque se mueve con dificultad. Puede llamarse de masacote a la persona que reúna todas las condiciones expuestas, así como a aquella que solamente es muy gorda y de andar lento.

En estos comentarios a veces se hace labor de descripción con respecto de las voces del español dominicano. Sobre todo, se documentan las voces que no se han encontrado en los lexicones diferenciales del habla de los dominicanos.

 

TASAR – TAZAR

“. . .vender a precios TAZADOS en dólares. . .”

Los dos verbos que constan en el título de esta sección tienen vigencia en español. El primero de los dos es de mayor uso que el segundo, sobre todo en el español dominicano.

Como se hace de costumbre en estos comentarios se le concede al escribiente el favor de la duda; es decir, es posible que el error sea el resultado de un mal tecleo como resultado de la proximidad en el teclado de las dos teclas, la zeta /z/ y la ese /s/.

Ahora bien, en la frase el sentido de esta hace pensar con toda certeza que el verbo que debió aparecer es el verbo tasar, con ese /s/, porque este es el que significa “fijar precio, valorar el precio de algo, poner límites”.

El verbo tazar es, “estropear la ropa con el uso, principalmente a causa del roce, por los dobleces y bajos”.  Diccionario de la lengua española, (2014-II-2089).

En un caso como el de la frase, en que se considera tratado un asunto comercial, el redactor pudo utilizar otros verbos, como “ajustar, reajustar, acoplar”.

 

PERSONALIDAD

“. . .hoteles con PERSONALIDAD propia . . .”

Desde hace un tiempo los hablantes de español se han dado a la tarea de emplear el término personalidad para aplicarlo a cosas. En esta sección se examinarán las acepciones que existen para el término personalidad; además, se verán los significados que tiene el término correspondiente en inglés.

Para que no quepa duda alguna con relación a las limitaciones del alcance del término personalidad se recordará que en cinco de las acepciones que asienta la Real Academia para el término aquí estudiado figura la palabra persona. Aparte de eso, en las otras tres acepciones, estas pertenecen a campos bien deslindados del Derecho y la Filosofía y en esta última también se usa la palabra persona para la definición del concepto.

En inglés el concepto personalidad se ha extendido para cubrir el conjunto de rasgos y características distintivas en sentido general, de manera que puede aplicarse a cosas. En el apartado dedicado a ese término el Merriam-Webster Dictionary utiliza un ejemplo en que se emplea la voz personality para una ciudad.

Hay que abandonar esta mala costumbre en español de atribuir personalidad a hoteles, tiendas, restaurantes, ciudades y negocios o actividades. Para destacar en español los rasgos caracterizadores de las cosas materiales e inmateriales existen en castellano las palabras, “caracteres, rasgos, características, peculiaridades, notas distintivas, atributos, cualidades”.

 

BANCABILIDAD

“. . .así como las facilidades de BANCABILIDAD que puedan surgir. . .”

En el ámbito de la economía y el comercio en los últimos tiempos han incorporado varias voces nuevas que responden a la necesidad de nombrar conceptos que se han hecho más comunes.

La voz que se examina en esta sección pertenece a las actividades financieras y pertenece al mismo género de otras que se han incorporado al habla, como por ejemplo “bancarización, bancarizar, bancarizado”.

Se constata en el habla un fenómeno, es que el hablante ya está en conocimiento de que existe tolerada la palabra bancarización; por lo tanto, este no encuentra raro que pueda introducirse otra voz de la misma familia, tal la del título, bancabilidad.

El verbo bancarizar consta en el diccionario oficial de la lengua común, “Hacer que alguien o algo, como un grupo social o un país, desarrolle o resuelva las actividades económicas a través de la banca”. Este verbo se incorporó al léxico oficial reconocido en la edición del diccionario de la Real Academia en el año 2001. Hay que hacer notar que la acepción de bancarizar varió entre ese año y el año 2014.

No hay lugar a sorpresa si se afirma que el vocablo bancarización no fue modificado, “acción y efecto de bancarizar”.

El adjetivo bancarizado, a no ha alcanzado un reconocimiento aparte de las academias, pues se supone que a partir del infinitivo del verbo puede deducirse el sentido del adjetivo. El Nuevo diccionario de voces de uso actual (2003:154), reconoció el adjetivo así, “Que está provisto de bancos y regido por métodos y principios bancarios”. Salta a la vista que el concepto expresado mediante el adjetivo se ha modificado.

De acuerdo con lo que escribe Fundéu, puede aceptarse bancarizar también “con el significado de ‘convertir en banco’”. También entiende esa institución que el verbo bancarizar ha dado origen a la expresión grado de bancarización.

Es posible que si uno se aventura a ofrecer una acepción para bancabilidad esta tendría que retener algunos rasgos tales como, la posibilidad de que una persona pueda resolver sus actividades financieras por medio de una institución bancaria porque esta posibilidad existe.

Influencias perturbadoras del “acá” en CDN

Por Tobías Rodríguez Molina

Hace unos meses apareció en la ciberpágina de la Academia Dominicana de la Lengua un artículo al que le di como título “Jean Suriel y Claudia Rodríguez sigan con su aquí”. En él realicé una relación comparativa entre 5 reporteros de TELESISTEMA y 9 de CDN, en cuanto al empleo de los adverbios demostrativos “aquí” y “acá”, que escuché y anoté de los reportes que ellos hacían con motivo del paso de los huracanes Irma y María al final del año 2017. Los 5 reporteros de TELESISTEMA emplearon una vez “acá” (4.2%) del total, y 23 veces “aquí” (95.8%) del total de las 24 veces que usaron ambos adverbios. Es decir, emplearon casi exclusivamente “aquí”. En cambio, los 9 reporteros de CDN, vistos en conjunto, emplearon 19 veces “acá” (29.3%) y “aquí” 46 veces (70.7%) de las 65 veces que usaron uno u otro adverbio. Debo dejar constancia, sin embargo, de que 5 de ellos, incluyendo a Jean Suriel y a Claudia Rodríguez, emplearon siempre “aquí” de acuerdo con el uso tradicional del castellano, es decir, el “aquí” con el sentido estático de “en este lugar”,  que es el uso mayoritario de los dominicanos.

En esa relación comparativa planteamos lo siguiente: 1. El elevado 95.8 % de empleo de “aquí” de los reporteros de TELESISTEMA se debe a que en ese canal no existe ningún factor o persona que influya para que “aquí”, el término usado mayoritariamente por los dominicanos, pierda presencia en nuestra habla frente a “acá”. 2. Sin embargo, creemos que el bastante elevado 29.3% de uso del “acá” de los reporteros de CDN, se debe, indefectiblemente, a que en ese canal televisivo, trabaja una comunicadora de un elevado nivel en su rol de comunicadora, y que solo emplea “acá” aun en los casos en que los dominicanos y, podría decirse, que la mayoría de países de habla hispana usamos “aquí”.

Por ejemplo, en un caso como “Yo estoy aquí en mi casa; ven para acá para que nos tomemos un café”, la influyente comunicadora diría: “Yo estoy acá en mi casa; ven para acá para que nos tomemos un café”. Al escucharla, hasta ahora no la he oído emplear jamás un “aquí”. Es decir, ella usa “acá” en un 100% de las veces en que los dominicanos empleamos “aquí” casi en un 100%. Ese factor lingüístico está logrando que algunos reporteros de CDN “se contagien” de esa comunicadora no dominicana y de mayor nivel cultural y profesional que ellos, lo cual les pone a funcionar el complejo de inferioridad que muchos dominicanos llevamos dentro aun en el aspecto lingüístico, como lo afirma el eminente lingüista Dr. Orlando Alba.

Y eso parece que está sucediendo con dos reporteros de CDN que cubrieron la manifestación que realizó recientemente el expresidente Leonel Fernández frente al Palacio del Congreso. Me refiero a Francisco Medrano, quien estuvo ubicado en la calle, y a Rentería Montero, que cubrió desde el Senado. El primero empleó 15 veces “acá” en lugar del “aquí “ que usamos los dominicanos, y un solo “aquí”, lo cual representa 93.8% de “acá” y 6.2% de “aquí”. El entrevistó a 6 personalidades distinguidas del PLD usando “acá” y todos le respondieron usando “aquí” en el 100 por ciento de las veces. Por ejemplo, veamos una pregunta de las que él formuló: “¿Cuál es el motivo que lo mueve a usted a estar “acá”? Respuesta: “Yo estoy “aquí” respaldando a mi líder en su oposición a la reforma de nuestra Constitución.”

Por su parte, Rentería Montero, transmitiendo desde el Senado, empleó 12 veces “acá” en lugar de “aquí” el 100% de las veces, mientras varios en el Senado emplearon todas la veces (6 veces) el “aquí” propio de los dominicanos.

En resumen, los dos reporteros, que son nacidos y criados en nuestro país, República Dominicana, que de seguro desde pequeños escucharon y se criaron empleando el “aquí” que les están arrebatando en CDN, usaron “acá” en un 96.4% de las veces, y los no reporteros (los de la calle y el Senado) también dominicanos, usaron 34 veces (el 100% de las veces) nuestro “aquí”. Y a ninguno de estos, ni “de chepa”, se les soltó un “acá” en lugar de “aquí”.

Evidentemente, ese contraste entre unos reporteros dominicanos, que emplean “acá” casi en un 100%, en lugar del “aquí” que es propio de nuestra habla, al entrevistar a dominicanos que en un 100% emplean “aquí, creo que no tiene otra explicación que la influencia que ejerce la comunicadora y comentarista Katerine Hernández en algunos reporteros de CDN de un nivel escolar y profesional inferior al de ella , y que arrastran el complejo de inferioridad de un elevado porcentaje de los dominicanos. Porque ¿cómo se explica que mientras los entrevistados, todos dominicanos, respondieron empleando “aquí” en un 100%, los dos reporteros y entrevistadores, siendo también dominicanos, en las preguntas y en los reportes usaron “acá” en casi un 100%?

Soy de opinión que este es un caso digno de que se le preste atención con urgencia, pero no me atrevo a sugerir quién debería “ponerle el cascabel al gato”. Alguien pudiera pensar, quizás, en el Ministerio de Cultura o en la Academia Dominicana de la Lengua. Porque es una realidad que ese “acá” extranjerizante está perturbando peligrosamente nuestro “aquí” y estamos obligados a defenderlo. Manos a la obra.