El aporte espiritual de Jorge Juan Fernández Sangrador

Por Bruno Rosario Candelier

 

El presente año de 2020 será recordado, entre otros hechos relevantes, por el impacto trágico y traumático de la pandemia del Covid-19, especialmente en Europa y América, pero como todo lo malo tiene algo bueno, este año también ha concitado una mayor conciencia de la condición humana, pues ha hecho que revaloremos lo bien que vivíamos aunque no lo sabíamos, y ha despertado la vocación creadora de muchas personas en diferentes disciplinas y artes de la creatividad. Y entre las realizaciones positivas de este año quiero destacar la publicación dominical de los enjundiosos artículos del padre Jorge Juan Fernández Sangrador en el periódico La Nueva España, de Asturias. Y, desde luego, justo es reconocer el aporte a la reflexión interior que sus escritos generan en la conciencia intelectual, moral, estética y espiritual de sus lectores (1). 

   El presbítero Jorge Juan Fernández Sangrador (2) publica cada domingo un artículo en el periódico asturiano La Nueva España, en cuyos textos enfoca, desde la base de su formación sacerdotal, teológica y cristiana, la dimensión religiosa de la condición humana y la vertiente de la religiosidad en sus variadas manifestaciones a través del arte, la ciencia, los libros, la creación espiritual y la palabra.

El sentido profundo de los conceptos implicados en religión, religioso y religiosidad, proveniente del vocablo latino religare, significa ‘unir’, lazo que entraña un vínculo de empatía y solidaridad con lo viviente para hacer más amable la vida y más fecunda la existencia compartida. Eso lo sabe, lo vive y lo proclama el sacerdote Jorge Juan, que se vale de su alta formación intelectual, teológica y mística para hacer de la palabra el cauce solidario de lo que reconoce como “el hecho religioso diario”, como tituló su primer libro, fuero y cauce de su honda vocación religiosa, de su profunda convicción espiritual y de la razón entrañable que hermana a hombres, pueblos y culturas a la luz de la espiritualidad humana. 

   Por ejemplo, en su artículo “Morada de la belleza”, una hermosa y refrescante reflexión sobre el sentido estético, este iluminado pastor de lo sagrado, el sacerdote Fernández Sangrador, nos brinda un banquete espiritual con el aderezo teológico de la reflexión mediante la cual ausculta la dimensión interior de la belleza para describir y abordar el anhelo profundo del creyente, de cuyo texto reproduzco dos párrafos al final de este comentario, ya que revela la sensibilidad estética y espiritual del padre Jorge Juan. El presbítero y escritor canaliza su sabiduría divina en este y en tantos artículos periodísticos mediante los cuales ausculta el centro mismo “Donde mora la belleza” (La Nueva España, 26 de abril de 2020, p. 35), al tiempo que enseña, edifica y alienta (3).

Hondura espiritual, interiorización de lo divino y belleza mística reflejan la inteligencia sutil y la sensibilidad trascendente de Jorge Juan Fernández Sangrador, como se aprecia en el artículo sobre Etty Hillesum  titulado “La casa de Etty” (La Nueva España, 3 de mayo de 2020, p. 36). Hondura espiritual, interiorización religiosa y belleza mística proyectan sus escritos, como ese artículo dedicado a Etty Hillesum.

Elocuente texto revelador de su alta conciencia lingüística es el artículo “Lexicógrafos” (La Nueva España, 10 de mayo de 2020, p. 19).  Y el artículo sobre Julio Verne no solo es edificante y luminoso, sino oportuno y revelador de su sólida formación intelectual y su honda sabiduría espiritual (La Nueva España, 26/07/2020, p. 29).

El artículo sobre León Fleisher, que ilustra la superación física de un músico que padeció en los dedos de la mano derecha una distonía focal, aborda el ejemplo de una voluntad férrea ante una inesperada minusvalía física, y al mismo tiempo enseña, como es la intención didáctica del ilustre autor de este episodio, el impacto del sentido moral en la conciencia, índice y cauce del poder de la voluntad ante la aparición de una adversidad, que casi siempre afecta no solo en el aspecto físico y moral, sino en el aspecto material, organizativo, operativo y social, lo que sirve de motivación para no rendirse ante contratiempos y dificultades, lección de sentido moral que este artículo del padre Fernández Sangrador nos comunica (La Nueva España, 9 de agosto de 2020, p. 19).

En su artículo titulado “Kamala” (La Nueva España, 30/08/20), a pesar del costado político del tema a propósito de las elecciones en USA, fluye un enfoque objetivo, original y novedoso, índice y señal de su actitud equidistante de las pasiones humanas que dividen a los hombres.

Su hermoso y aleccionador artículo “Invisible belleza”, del 13 de septiembre de 2020, es un ánfora de sabiduría sagrada, que Jorge Juan despliega en su brillante exégesis del libro de Antoine de Saint-Exupery, El Principito, grandioso texto de honda y reveladora inspiración para hacer de la vida una veta del sentido trascendente con belleza incluida.

Desde antiguo, los contemplativos, teólogos y teopoetas inspirados en los principios fundados en la teología cristiana y la doctrina católica, han creído y afirmado que el Logos de la conciencia es una dotación divina, concepto originalmente ideado por Heráclito de Éfeso y secundado por Juan el Evangelista.  Y, desde luego, reafirmado por teólogos y poetas místicos, desde santa Teresa de Jesús hasta Karol Wojtyla, quienes confirman esa intuición espiritual, que más bien parece una revelación divina. De ahí la profunda inspiración de Fernández Sangrador, que se emparenta con la iluminación sagrada de san Francisco de Asís y la inteligencia mística de san Juan de la Cruz, dos santos inspiradores y cultores de lo divino.

En su artículo “Mortandad léxica” (La Nueva España, 25 de octubre de 2020, p. 33), el presbítero Fernández Sangrador, con su devoción por la palabra, escribió: “«Y Dios vio que era muy bueno», se repite sucesivamente en el capítulo 1 del libro bíblico del Génesis ante la contemplación de las obras convocadas a la existencia por la disposición de diversificarse y de multiplicarse, en virtud del poder que les otorgó la Palabra única, que preexiste al Universo. Ella es generadora de las otras palabras, variadas y polivalentes, por medio de las cuales esa Palabra primordial ha ido dándose a conocer, a entender y a amar, y con las que el ser humano asigna nombres a las realidades, visibles e invisibles, que se hallan ante él, pues, de no hacerlo, acabará sucediendo aquello que Carl Linnaeus advertía: «Nomina si nescis, perit et cognitio rerum» (“Si ignoras los nombres de las cosas, desaparece también lo que sabes de ellas”).

El padre Jorge Juan Fernández Sangrador es un pensador y místico de la trascendencia, como se puede apreciar en su audio sobre Marcel, una vía de comunicación -el audio- de gran impacto en la actualidad, dado a conocer el 28 de octubre de 2020, entre otros títulos y mensajes que nuestro eminente sacerdote-escritor usa para canalizar sus inquietudes intelectuales, espirituales y estéticas.

Llama la atención cómo este pensador asturiano sabe husmear libros curiosos, en inglés, francés y español, que sin ser obras de ficción lo parecen por la temática abordada y el tratamiento formal y, sobre todo, por el lenguaje impecable del sacerdote-escritor y, en la mayoría de los casos, perfila la faceta espiritual que su sensibilidad mística ausculta en temas aparentemente triviales y comunes, como el artículo del 18 de octubre de 2020 titulado “Mudlarks y el Camino de Santiago”, que Jorge Juan, con su olfato teológico, percibe la obra que inspira, el sentido que edifica y la belleza que embriaga.

El 25 de octubre de 2020 le escribí el siguiente mensaje al distinguido presbítero asturiano: “La formación intelectual pasa por una conciencia de lengua, como lo confirma usted en este artículo inspirado en el grandioso novelista castellano Miguel Delibes cuya inquietud léxica, al igual que la suya, se refleja en el amor a las palabras que el pueblo llano usa y reconoce. El proceso cambiante de los vocablos, según los cambios sociales, se manifiesta en la desaparición de voces, que pasan a formar parte del léxico arcaico de nuestra lengua, como se aprecia en su artículo “Mortandad léxica”, del 25 de octubre de 2020, publicado en La Nueva España. El texto de ilustración que usted eligió es muy apropiado y convincente, a propósito del centenario de Miguel Delibes: ««Me temo que muchas de mis propias palabras, de las palabras que yo utilizo en mis novelas de ambiente rural, como por ejemplo aricar, agostero, escardar, celemín, soldada, helada negra, alcor, por no citar más que unas cuantas, van a necesitar muy pronto de notas aclaratorias como si estuviesen escritas en un idioma arcaico o esotérico, cuando simplemente he tratado de traslucir la vida de la Naturaleza y de los hombres que en ella viven y designar al paisaje, a los animales y a las plantas por sus nombres auténticos»». Su afirmación de “que no solo se mueren los pueblos, sino también las palabras que les dieron vida”, es una verdad irrebatible que nos pone a meditar sobre la brevedad de la vida de hombres, palabras y realizaciones humanas con la consecuente cogitación sobre el sentido trascendente de la vida. Muchísimas gracias por su profundo y edificante artículo, y también por hacerme partícipe de sus escritos. Bendiciones del Altísimo”.

La profunda sensibilidad lexicográfica de Jorge Juan es una expresión de su gran empatía por las palabras, que las asume como índice y cauce de la Palabra primordial y, en tal virtud, pondera a quienes se dedican al estudio de las voces como señal de la riqueza espiritual inherente en vocablos y expresiones, como se aprecia en su artículo del 8 de noviembre de 2020, “Geólogos y geómetras de las palabras”, publicado en La Nueva España, dedicado al cultor de las palabras Alain Rey, que este destacado presbítero exalta en reconocimiento a su inmenso servicio a la cultura idiomática del sabio francés.

Su artículo sobre Ennio Morricone (“Morricone secreto: Los salmos”, La Nueva España, 22/11/20/21) revela la hondura interior de su valoración sagrada. De ese artículo reproduzco la siguiente cita: “Morricone apreciaba enormemente la extraordinaria belleza poética de los salmos. Hay en ellos “poesía escondida”, decía, cuyo origen se encuentra más allá de nuestros horizontes inmediatos, en un “Lugar” al que él confesaba elevarse con el pensamiento, y, cuando se hallaba en el trance de tener que verter esa experiencia de trascendencia en locución humana, encontraba que la poesía le resultaba más adecuada que la prosa. Estimaba Morricone que, si bien es verdad que Dios, inefable e inaccesible, se ha relacionado con nosotros por medio de la encarnación de Jesucristo, nos ha concedido, no obstante, la posibilidad de que construyamos, con el material de las palabras, aun siendo limitadas, un puente por el que podamos aproximarnos a él. Y esa función de mediación es la que realiza la poesía sálmica, que es, además, oración pura, acompañada de música, porque es para ser cantada, y de silencio”.  Hermosa, profunda y elocuente señal de la conexión del padre Jorge Juan con la sabiduría mística, que revela su inteligencia sutil. Este artículo sobre Ennio Morricone  revela, como la mayoría de sus escritos, que el padre Jorge Juan está pendiente de lo que, en el plano intelectual, estético y espiritual del ámbito cultural, periodístico, editorial, musical y religioso, sucede en Europa, con singular atención a la faceta luminosa de la espiritualidad sagrada. Índice de un espíritu atento a lo divino, y también de un misionero de la palabra que orienta, edifica y enaltece. Su intuición de lo trascendente le acompaña en cuanto observa, valora y escribe.

La sabiduría bíblica, su sólida formación intelectual y su vasta cultura literaria le dan, a los escritos del padre Fernández Sangrador, una densidad espiritual de alta estirpe sagrada. Su artículo “Biblia y literatura” (La Nueva España, 20/12/20/26) habla de cuatro escritores actuales para quienes la Biblia ha sido una fuente de su inspiración, a pesar de que se confiesan indiferentes al sentido religioso, pero reconocen el peso del texto bíblico con la moral que imprime a la vida y la visión trascendente de una elevada conciencia interior. El impacto de la Historia Sagrada en la cosmovisión y la conducta de los pueblos, subyace en el ‘hecho religioso diario’ que mueve la sensibilidad y el intelecto del sacerdote-escritor que cada semana nos ilumina y orienta, desde la tribuna periodística de La Nueva España, con su hermoso y edificante artículo de honda sabiduría sagrada y de alta valoración del aliento invisible.

El aporte literario semanal del ilustrado presbítero español aborda el fenómeno religioso y místico desde sus manifestaciones intelectuales, morales, estéticas y espirituales, sin obviar ninguna expresión social, política, científica o artística y, en cada entrega dominical aflora la luz que anida en su alma, la sabiduría que atesora su espíritu y la fecunda sensibilidad amorosa y empática de su corazón sacerdotal.

 

Bruno Rosario Candelier

Academia Dominicana de la Lengua

Moca, Rep. Dominicana, 20 de diciembre de 2020.

 

Notas:

  1. Un buen día del año de gracia de 2019 tuve la dicha de recibir la visita del gallardo sacerdote asturiano, el reverendo Jorge Juan Fernández Sangrador, en mi oficina de Moca, donde resido. Grata fue mi sorpresa cuando el ilustre presbítero, a quien conocí ese día, me dijo que había sido director de la Biblioteca de Autores Cristianos, de Madrid; que fue profesor de Teología en la Universidad de Salamanca y es el vicario general de la Diócesis de Oviedo, y autor de varios libros, entre ellos El hecho religioso diario, que me obsequió.

 

  1. El padre Jorge Juan Fernández Sangrador nació en Cangas de Onís (Asturias) en 1958 y fue ordenado sacerdote en esa misma ciudad en 1982. Doctor en Teología por la Universidad Pontificia de Salamanca, licenciado en Ciencias Bíblicas, por el Pontificio Instituto Bíblico, de Roma, y en Filología por la Universidad Complutense de Madrid. Es vicario general de la diócesis de Oviedo y canónigo de la Santa Iglesia Catedral. En la Universidad Pontificia de Salamanca fue director del Instituto Superior de Ciencias de la Familia, profesor de Orígenes del Cristianismo y Patrología, director espiritual del Colegio Mayor Santa María para sacerdotes estudiantes en la universidad y secretario del Curso de Teología para Sacerdotes. Dirigió la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC) y la Biblioteca de Publicaciones de la Conferencia Episcopal Española. El papa Benedicto XVI lo nombró experto para la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre «La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia» (2008), y, con fecha 10 de octubre de 2009, consultor del Pontificio Consejo de la Cultura. Su nombramiento fue renovado por el papa Francisco hasta 2021.  Es el rector-capellán de la Universidad de Oviedo y vicario general de la Diócesis de Oviedo. Laboró en varias parroquias asturianas y dirigió los centros teológicos de la diócesis. Fue distinguido con el premio de periodismo “Ángel Herrera Oria” por sus publicaciones en La Nueva España. Sus libros son los siguientes:El hecho religioso diario; La Sagrada Escritura en la Iglesia; Metodología para el estudio de Orígenes del Cristianismo y Patrología; Medicina, familia y calidad de vida; Orígenes de la comunidad cristiana de Alejandría.

3. A continuación reproduzco parte de su artículo “Donde mora la belleza”: “La actual epidemia de coronavirus ha golpeado a la Iglesia duramente en su carne, pues ella es, en el tiempo y en el espacio, la prolongación de la encarnación de Cristo, y el sentido del tacto no es ajeno a la vivencia de la fe. Para la comunidad cristiana, que reconoce la acción eficaz de la gracia de Cristo en los signos sacramentales, no es cosa menor el que sus miembros se vean privados de la posibilidad del abrazo fraterno, del contacto con las santas imágenes, de las abluciones con agua bendecida, de las unciones con los óleos consagrados y de la fuerza que se comunica por la imposición de las manos. Y, sobre todo, un cristiano no asumirá jamás el que se le prive del Pan que es alimento para el camino, fuego encendido en el corazón, generador de vida nueva y principio de inmortalidad, ni de la celebración del Día de la resurrección de Cristo, el Día del Señor”. Luego subraya: “El creyente, sin embargo, siente ganas de ver, gustar, tocar, oler y oír la belleza que ha hecho del templo su morada, anhela deambular por el atrio del santuario, deleitarse contemplando la nobleza de su construcción y la delicadeza con la que han sido manufacturados sus enseres, aspirar la fragancia que exhalan el incienso y las azucenas, ser recibido como huésped en el recinto sacro, cumplir la ofrenda más pura que quepa realizar, dar las gracias por el don inmenso de la que es vida verdadera, festejar con otros la alegría de saberse salvado, saborear anticipadamente las delicias de los bienes que se esperan y recrearse en la escucha de aquella declaración de la que Dios no se desdice jamás: «Esta es mi mansión por siempre; aquí viviré, porque la deseo» (Salmo 131)” (Jorge Juan Fernández Sangrador, La Nueva España, 26 de abril de 2020, p. 35).

Entrevista a José Enrique García sobre su novela «Taberna de náufragos»

SANTO DOMINGO, República Dominicana.- El poeta y novelista José Enrique García reveló que su más reciente novela, Taberna de náufragos, es el fruto de veinte años de trabajo literario y vivencias. La novela, que tiene como escenario a la Ciudad Colonial de Santo Domingo y algunas ciudades europeas, como la capital de Portugal, Lisboa…

—GUSTAVO OLIVO: Saludos, amigos. Ustedes sintonizan Acento TV, su espacio, de entrevistas y comentarios. Hoy contamos con la presencia de José Enrique García, que es doctor en Literatura y Filología, con estudios en República Dominicana y España. José Enrique tiene una larga trayectoria como poeta, como escritor de ficción, pero, además, es también estudioso de la literatura. Esto a propósito de este libro, el más reciente publicado por José Enrique García, Taberna de náufragos, que es un libro que, yo creo, que sienta un precedente porque es una novela, pero, al mismo tiempo, es un análisis de la sicología de los personajes, que atrapa al lector desde el principio. Bienvenido, José Enrique.

—JOSÉ ENRIQUE GARCÍA: Muchas gracias, Gustavo. Aquí, contigo.

—GO: Bien, bueno, desde que tomé este libro no pude dejarlo. Lo leí una vez y volví y lo leí. Dos lecturas consecutivas. Háblame un poco del origen de Taberna de náufragos.

—JEG: Bien. Yo publiqué Una vez un hombre, que es una novela que había escrito en España y que duró unos diez años en un cajón, y la publicó Alfaguara. Inmediatamente se publicó esa novela yo pensé en este trabajo, porque uno que se ha pasado la vida en esto… O sea, yo recuerdo que mi primer cuento lo escribí en 1970, que fue prácticamente una clase de español con Alberto Peña Lebrón y, desde entonces, yo he venido trabajado, paralelamente, poesía y cuento. Desde luego, la gente me ve más como poeta que como narrador, pero la cosa ha ido paralela.  Entonces, una obra terminada ya eso es parte de la historia. Inmediatamente uno comienza a pensar en otro proyecto, porque un escritor, la obra la lleva uno encima. Uno, constantemente, está en esto, porque esto es la vida de uno.  Entonces pensé “voy a escribir una novela, en cierto modo  diferente en cuanto a asuntos temáticos y a asuntos especiales y eso” —porque voy a situar esta novela en un espacio citadino, urbano—, porque Una vez un hombre es una novela situada totalmente en espacios rurales. Entonces, como yo he tenido en mi vida salto, viviendo en el campo que fue parte esencial de mi vida, pero otra parte en las ciudades, en Santiago, en la Capital, en España y otras partes, me dije: “voy a hacer esta novela, a situarla acá”.  Como tú sabes, una novela, o lo que uno escribe, en cierta forma es parte de los girones de su vida. Nadie escribe, aun lo soñado, aun imaginado, nadie escribe lo que no le pertenece. Entonces, esas historias, esos girones que están ahí, en cierto modo, forman parte de mi existencia.

—GO: No, yo a veces te veía en Fernando y a veces en Abelardo, los dos personajes fundamentales. Y me reía yo solo, leyéndolo.

—JEG: Sí, sí, entre Fernando y Abelardo, ¿cómo te voy a decir?, se conjugan, porque son experiencias. No es que la novela sea de experiencias en sí, que sea una cosa biográfica ni nada de eso, pero sí tiene ese soporte sustancial de la vida de uno. Por ejemplo, la taberna es imaginaria. La taberna es una sumatoria de tabernas, de espacios que uno ha vivido, es verdad. Pero el otro espacio, que es la pensión, yo viví un tiempo ahí, en esa pensión.

—GO: Como todo provinciano que emigró a la capital. Le tocó esa parte.

—JEG: Exactamente. Yo viví en esa pensión que está en La Ópera, encima, en El Conde, por allá, y ese balcón cuando comienza, es cuando tú estás desde arriba mirando el balcón hacia abajo: tú estás mirando hacia abajo, ¿verdad?, y la gente pasando de El Conde para acá, la gente para acá… Ahí comienza ese itinerario de gentes, que son personas que, de algún modo, tú los creas, pero que son, vamos a decir, conjunciones de visiones de la vida concreta que tú has vivido. Ahí hay muchas cosas que tú las ve a menudo.

—GO: Y de personas con las cuales tú vas intercambiando en tu vida. Tú vas construyendo esos personajes. Mira, es asombroso lo de Taberna de náufragos porque desde que… Hace muchos años yo leí una novela –que seguro tú conoces–, la del puertorriqueño Luis Rafael Sánchez, llamada La guaracha del Macho Camacho, que tenía la virtud de que se daba en un escenario que apenas se narraban hechos que te dijeran que hay mucha acción, el hilo de una acción, así compleja o que se da en una novela policíaca o de guerra. Sin embargo, mantenía al lector asiduo a esas páginas, La guaracha del Macho Camacho, y con tu Taberna de náufragos, sucede igual. Porque unas gentes dirán: “Bueno, esta gente confluyendo a ese lugar todos los días no es un hilo narrativo de una persona en una aventura que le ocurre esto o lo otro”. Son muchas personas a la vez y, aparentemente, no hay acción, pero las hay en cada una de esas personas que cuentan sus historias o como tú describes esos personajes en esa taberna.

—JEG: Bueno, esas observaciones que tú haces me gustan mucho. Exactamente das tú en el núcleo de la preocupación primaria. Mira, cuando yo hice esa novela, yo había escrito Una vez un hombre –que es una especie de puzle, contrapunto–. Cuando usted escribe una historia, que es lo uno crea, hay una eminencia a nivel estructural, no es contar una historia, vamos a decir, normal que todas tienen. Es una creación, tú tienes que tratar de crear, que se diga algo nuevo. Entonces, en esta novela —que es lo que tú señalas, lo que me gusta, que tú señalas eso—, una de las grandes preocupaciones mías era crear un espacio y un tiempo que no eran tiempo ni espacio tocable, visible, vamos a decir, identificable. Lo que más trabajo me dio a mí en esta novela era sacar el tiempo, y sacar los espacios de la novela para que el lector pusiese su espacio y su tiempo en la novela. Entonces, yo recuerdo —esa novela me duró veinte años trabajándola, yo hice muchas versiones—, yo recuerdo que una vez una de las versiones la llevo a Santiago, donde Rafael Castillo, que es mi amigo de toda la vida. Rafael lee la novela y me dice: “Mira, esa novela es un ritmo, esa novela es solamente un ritmo, un tono, porque aquí tú cuentas y no cuentas, y hay un susurro, eso no es ritmo, no hay historia bien definida, que se va a eso”. Y digo yo: “Es un ritmo, es un tono”. Y entonces yo me quedé pensando: “Bueno, sí, muy bien, un ritmo”. Como yo le hago mucho caso a su sugerencia, cuando vengo de allá pensando, pensando, digo yo: “Precisamente, yo andaba buscando un ritmo y un tono”, y digo “pero esto es posible porque una novela tiene que contar algo, tiene que contar una historia”. Entonces voy pensando y vengo, y cuando voy llegando por ahí por Bonao: “Ah, Samuel Becket, Esperando a Godot”. Y digo, pero lo que yo estoy haciendo es un procedimiento, lo que este hombre ha hecho. O sea, supe sacar el tiempo y el espacio para que el lector haga ese trabajo y lo ponga, eso es muy muy difícil.

—GO: Y lo difícil es lograrlo con que el lector se atrape y mantenga el interés y un interés, que lleva a uno a la ansiedad por saber qué viene.  Es un espacio, no como en las novelas convencionales —se desarrolla una acción en torno a un solo tema y un personaje o varios personajes—, sino que en ese espacio, que ya el lector se va acostumbrando a que, más o menos, tendrá los personajes conocidos, que serán temas recurrentes, sin embargo atrapa. Es decir, hay una ausencia de la acción y el hilo narrativo convencional, pero atrapa. ¿Cómo lograr eso, que supongo que es muy difícil?

—JEG: Bueno, Gustavo, muchas gracias por ese elogio que tú me das, a ese trabajo, que me justifica, en cierto modo.

—GO: Tú sabes que yo no regalo nada, ¿eh?

—JEG: Yo lo sé, por eso me regocija. Mira, yo esa novela, yo le di mucho tiempo. Comenzó con el título, Taberna de náufragos, que, generalmente, los títulos van cambiando, pero este se mantuvo, le di mucha vuelta, pero este se mantuvo. Por eso es que aparecen algunos errorcitos, porque eran tantas versiones, porque una de las preocupaciones mías era que la novela, precisamente, si no atrapa, si no mete al lector… El lector tenía que ser, prácticamente, un personaje de la misma novela. Es tan así, que hay un amigo mío, Yeyé, que me dice: “José, tengo preparada la novela para montar un teatro”, porque, sin modestia, yo pensé hacer una novela que fuera así prácticamente teatral.

—GO: Yo la vislumbré: un escenario y con esa taberna y esa cosa…

—JEG: Yo eso lo pensé, lo fui llevando a eso, a que tuviera esa plasticidad y que tuviera esos planos, que fuera una novela prácticamente montada. Pero, hay en la novela, sí, una gran preocupación formal, en sentido de que cada palabra yo la pienso, la busco, tiene que ser casi preciso lo que se busca, porque ahí es que está el soporte, realmente, en la novela.

—GO: Se nota que es un texto cincelado, para decirlo como el escultor que va sacándole forma a la madera o a la piedra, bien trabajado…

—JEG: Exacto, bien trabajado.

—GO: …Y demuestra, además, tus amplios conocimientos de diversas áreas de la cultura, que no siempre uno capta en muchos escritores, que solo es texto, solo es narración; pero aquí se nota un bagaje interesante del autor.

—JEG: Sí, porque al fin y al cabo nosotros somos parte del mundo. O sea, nosotros pertenecemos al mundo y, por lo tanto, lo que ocurre en el mundo lo hacemos nuestro. Ahí hay como tú señalas, muchas sugerencias, muchos deslices textuales dominicanos, sobre todo de la lengua. Y hay una cosa muy intencional, lo que voy a subrayar: yo creo que una novela es una creación, si vale la pena es algo que se le agrega al mundo. Por consiguiente, tú no puedes reproducir textualmente, o sea, herméticamente lo que existe. En la novela hay una serie de procedimientos factóricos, sobre todo en reproducir procedimientos estructurales, diversos, que es propio de la tradición. Ahí hay algo de teatro, ahí hay mucho diálogo, hay una serie de recursos que yo fui puliendo. Bueno, el que quiere narrar, que narre como quiera: un inicio, un desarrollo, un desenlace. Pero esto no es así, yo trabajé muchos esos elementos estructurales, de modo que la novela, aunque eso no lo vean tan visible, pero hay muchas cosas yuxtapuestas, a nivel, vamos a decir, cuestiones formales, pero que son sustanciales porque una novela está sustentada en una estructura, específicamente de una estructura. Toda creación es una estructura. Ahí hay, en Taberna de náufragos, conjunciones de procedimientos antiguos y muy modernos y hay sugerencias. Si tú te das cuenta, estos dos personajes son recurrentes, porque es que hay un problema: la lengua, la literatura en lengua española está fundada, está sustentada por El Quijote, básicamente, que es la novela que marca toda la modernidad y, si se puede ver, ahí hay rasgos de esa novela no visibles, pero a nivel estructural los hay. Y, desde luego, tú vas viendo de esos procedimientos estructurales, aspectos estructurales antiguos hasta los muy modernos, que es lo que hay ahí; desde luego, sin perder, creo, algo esencial que es: nosotros, nosotros, lo que somos. O sea, los espacios dominicanos, la esencia dominicana en cierto modo, el mundo dominicano, está ahí, “entreverado, amalgazao”, con referencias culturales, que son propias de nosotros también. Eso es parte de ese entramado.

—GO: Interesante el ambiente como tú lo describes, tanto en la pensión como en la propia taberna, en el bar, esa recurrencia de los personajes. Y, ciertamente, yo creo que el nombre viene muy bien porque todos, de alguna manera, eran náufragos en sus aventuras personales, algunos con mayores éxitos que otros, sus frustraciones descargaban ahí, ¿verdad? No faltaba esa parte malsana del ser humano: aquel que envidia al otro o no le reconoce su talento, todas esas cosas que se dan. Cómo es que se llama el personaje que leyó el libro —que ahora no recuerdo el nombre—, el hombre viejo que tú describes que lee un libro desde un atril y que algunos se quedaron como diciendo: “¿Y qué’jehto?”.

—JEG: Bueno, eso es interesante. Eso es un homenaje que yo le hago a un escritor dominicano amigo.

—GO: Anjá.

—JEG: Sí sí. Es un escritor que yo reconozco, que aprecio mucho y que yo tuve la oportunidad de aportar en la puesta en circulación de un libro. Ahí hay muchos susurros de James Joyce.

—GO: Sí sí. Interesante todo aquello, porque en la forma él no usaba signos de puntuación, prácticamente, ni nada.

—JEG: Sí sí. Eso es una, vamos a decir, una especie de … una anécdota que me pasó. Y yo dije: “Bueno, yo voy a reproducir a mi modo esto que yo vi en los años 70 aquí, en El Conde, por ahí”. Fue la puesta en circulación, que realmente sucedió, lo que pasa es que eso está todo modificado.

—GO: Obviamente.

—JEG: Está todo modificado. Entonces yo, en cierto modo, le hago un homenaje a ese amigo mío, con eso, porque es un escritor muy importante.

—GO: Si las cosas fueron así, fue muy doloroso para él, si las cosas fueron así.

—JEG: Fue un poco incómodo eso. Y eso fue de los últimos capítulos, de los últimos ajustes que yo hice en la novela, en esto. Pero no fue… Bueno, fue una especie de, si tú quieres, una crítica, dentro de la crítica a la misma novela que yo hice allí. Mira, al mismo tiempo que te hablo de los homenajes, hay mucha gente que yo pongo allí: Freddy Gastón Arce, lo presento ahí, porque es amigo mío, lo presento ahí, aparece Freddy como personaje.

—GO: Me parece que, más o menos, sé cuál es el personaje de él.

—JEG: Sí sí. Pero fíjate lo que ocurre, Gustavo, con esta obra, por eso yo te dije que el título se mantuvo siempre. Yo tengo algunos amigos que me dijeron: “que taberna…”. No pude quitarle el título.

—GO: No, pero yo creo que viene muy al caso.

—JEG: Muy al caso, porque al final de todo, el núcleo central de la novela es esa, vamos a decir, esa convocatoria final de la vida que se hace de manera natural, aunque uno no la empuje. Nosotros estamos empujados, necesariamente, a convivir los últimos tiempos ya en un espacio donde nos vemos nosotros de una forma, si se quiere, diferente, pero que está allí presente, que es, no solamente el discurrir, sino el diluir la misma vida. Eso es inexorable. Estos personajes se encuentran allí, aquí en este espacio — estamos hablando de personajes que pasan de los cincuenta, sesenta años, estamos hablando de eso—.

—GO: Sí, todos tienen historias ya dilatadas.

—JEG: Exacto. Todo el mundo tiene una historia dilatada, y esas historias, convocadas, reunificadas, dan todo un panorama epocal y de una u otra forma le toca. No es que nosotros fuimos bien por la vida o que no fuimos, ¿entiendes? Es que…Yo recuerdo, en eso, un verso famoso de Octavio Paz que dice: “Voy por tu cuerpo como por el mundo”, y no se sabe ni cómo fue que tú pasaste por el mundo. Entonces, aquí, en esta novela, se recogen las historias y se va tejiendo un drama, que al final es el drama de todos, porque es una novela, en cierto modo, con un cierto aliento existencialista que, hasta cierto punto esa no era su intención, pero que lo hay, porque la vida es eso: convocamos a la vejez, por un lado, hasta con la muerte.

—GO: Claro, la literatura no es ajena al análisis introspectivo de cada ser humano, al examen de las ideas con uno mismo.

—JEG: Exactamente. La novela, hay una línea que dice: “de todo el existencialismo me quedo con esta palabra, omitiéndose el otro”, algo así.

—GO: Eso es sartreano. Sartreano es eso.

—JEG: Sí, sartreano. El estudio al final, esta novela vivifica una cosa que es inevitable: que nos encontramos con lo bueno y lo malo al final, con las felicidades o no felicidades. O sea, hemos andado el mundo como nos tocó, como tuvimos que hacerlo, bueno o malo, y nos reunificamos al final, porque al final todo pasa, todo se diluye y quedan, quizá, ese temor mínimo que es encontrarse con nosotros.

—GO: José, ¿cómo ha estado la salida de la novela? ¿Se ha estado distribuyendo bien?

—JEG: Sí, en España la puse a circular y ha tenido mucha crítica, digo muchos comentarios buenos que me han llegado desde Sevilla. Y aquí se ha vendido mucho la novela, de esos ejemplares que yo traje aquí —que no fueron muchos, porque fue una edición que yo saqué, un poco apresurada, para poner a circular en el congreso de ASALE, en Sevilla—, pero la novela ha tenido una muy buena recepción.

—GO: Vas a hacer una edición nueva, supongo. ¿Verdad?

—JEG: Sí, voy a hacer una edición nueva porque tiene algunos problemitas, algunos errores breves, algunas cositas que le voy a corregir. Pero eso tendrá el próximo año, una nueva versión de la novela y a ponerla a circular de una forma más —después que pase todo esto—, con más sentido. Porque ¿qué ocurre?, Gustavo, es un proyecto de años. Una novela no se escribe: “Voy a escribir una novela hoy y voy a escribir una novela mañana”.

—GO: No. Solo hay que pensar que Cien años de soledad, García Márquez dice que duró 20 años pensándola y haciendo anotaciones, y cinco escribiéndola, 25 años.

—JEG: Sí. Desde luego, después que está hecha ya le pertenece a todo el mundo, uno ya va pensando en otra cosa, pero mientras uno esté en eso tiene que hacer la obra lo mejor que tú puedas, lo mejor que se pueda. Yo voy a decirte esto, realmente: yo tengo dos novelas, estoy escribiendo algo, por ahí, a ver qué sale. Nuestro país necesita, diez o quince novelas respetadas, que sean leíbles, vamos a decir, que sean leíbles. Porque ya lo decía Alejo Carpentier: “El que puede escribir una novela en su país que lo haga porque el país necesita eso”, porque en cierto modo esas novelas son las que nos representan, lo que somos”, ¿entiendes? Y no es que uno sea un novelista, pero…

—GO: No, no, eso ya queda, es un aporte invaluable, para el presente y para el futuro. Muchas gracias, José, ya tendremos que reunirnos y vernos de manera personal cuando todas estas cosas cesen y que se permitan los encuentros.

—JEG: Sí, exacto, cuando todo esto pase. Muchas gracias. Un placer.

—GO: Muchas gracias. Y les invito a los amigos a que busquen el libro y lo lean, que lo van a disfrutar.

ACENTO TV: (https://www.youtube.com/watch? 21de octubre de 2020.

Que la tierra te sea leve, querido Linche

(https://www.diariolibre.com/opinion/lecturas/que-la-tierra-te-sea-leve-querido-linche-FI23097064  4 de diciembre de 2020

 

 

Por José Rafael Lantigua 

 

Desde pequeño en Moca lo consideraban un niño prodigio. Se había graduado de bachiller a los dieciséis años, escribía periodiquitos de uno o dos ejemplares para mostrarlos a familiares y amigos, recibía las mejores notas escolares, hablaba inglés perfectamente y yo siempre he bromeado recordando que fue el primer amigo que conocí portando una chequera personal cuando todavía era un muchacho como todos nosotros. Lo vi un día en su casa firmando un cheque de dos pesos para alguien y corrí impresionado a mi hogar a contárselo a mi mamá. Parecen detalles insignificantes hoy día, pero no era habitual en nuestra aldea común y, tal vez, en cualquier otra parte del país pelonero en que nos tocó vivir y desarrollar nuestra niñez y adolescencia.

Con tan sólo doce años, en el apogeo de Elvis y Chubby Checker, formó un grupo de Rock and Roll junto a Luis Ovalles. Lo llamó “The Ready Boys” (Los chicos listos) y el fungía de cantante principal puesto que en Moca sólo dos personas sabían inglés, él y Rafael Toribio, a quien todos conocíamos en la comarca como “Rafa el cómico”. Posteriormente, Linche –como siempre lo llamamos sus amigos y compueblanos– fundó otro grupo musical, al que Luis Ovalles se une y del cual surgen “Los Juveniles”, una orquesta que causó furor durante años en todo el Cibao, extendida luego a Santo Domingo. Linche ya no fue parte de este grupo pues había comenzado sus estudios en la UCMM de Santiago, pero solía subirse a la tarima en cualquier fiesta para hacer coro y tocar la güira o la tumbadora. Llegó incluso a componer un merengue que hizo fama en honor de Cipriano Bencosme, el guapo mocano que enfrentó la intervención norteamericana de 1916 y la dictadura de Trujillo en sus inicios. Sencillo, jovial, inteligente, sin poses, con un humor contagioso, pleno de anécdotas, a pesar de su posterior ascenso como funcionario académico de la UCMM en Santiago, solía atravesar la ciudad vestido de árbitro, desde su casa en la calle Colón hasta el play de los padres, como todos conocían al amplio espacio deportivo de los salesianos, para “ampayar” un juego de fútbol. En más de una ocasión, episodio que pocos han de recordar, con equipos casi rupestres de la única emisora de radio que poseía Moca entonces, transmitíamos y narrábamos los partidos de fútbol que se realizaban allí, desde la azotea del colegio Don Bosco. La emisora de radio quedaba en un campo de Moca, que hoy está incorporada a la zona urbana, El Caimito, y hacia allí caminábamos a diario durante un tiempo –finales de los sesenta– para hacer un programa a las cinco de la tarde que tenía muy buena audiencia. El 25 de diciembre de 1968, día de Navidad, velamos hasta el alba –junto a Elba Russo y José María Hernández que había regresado de París, quien luego se casaría con Sonia Guzmán Klang– a dos amigos de nuestro grupo que fallecieron en un accidente de tránsito mientras viajaban a Salcedo a dar una serenata a una muchacha de allí que uno de ellos cortejaba. Linche y yo nos salvamos porque acordamos ir más tarde, pero no nos esperaron.

Era Miguel Adriano, como firmaba entonces, un imprescindible en todas las actividades de la mocanidad que le fue tan suya, tan propia. Siempre hacía bromas con él porque le decía que cambió su nombre luego de que se comenzó a leer y a comentar la novela de Marguerite Yourcenar Memorias de Adriano que él me envió un día de regalo con Miguel Gómez, el chofer que nos condujo a todos por años de Moca a Santo Domingo y viceversa, con una simple nota, muy típica de él: “Lee eso”. La novela había sido publicada en 1951, pero de un momento a otro resurgió con fuerza en los años setenta. Hoy figura entre uno de mis libros preferidos de todas las épocas. Lo mismo pasó con otro libro. Yo tenía 17 años cuando él se apareció en mi casa de Moca y me dijo lo mismo: “Lee eso” y agregó: “Luego comentamos sus pormenores”. Era La tierra escrita de Aída Cartagena Portalatín, nuestra compueblana y amiga, que en ese poemario, lleno de claves, refería aspectos familiares y comarcales (“Este es un libro testimonio y yo no puedo mentir”). Posteriormente, Linche, actuando como editor, fue el responsable de que se conocieran dos piezas claves de dos escritores mocanos, para lo cual contó con el respaldo del ayuntamiento de Moca: las Tradiciones Mocanas de Elías Jiménez, y el poemario Solazo de Octavio Guzmán Carretero. A inicios de los setenta, a instancias de Bruno Rosario Candelier que había llegado de estudiar en España, ambos fundaron el Ateneo de Moca, del que fui miembro, y organizaron los famosos coloquios que reunieron entonces, para promover el debate, a las principales figuras de la literatura dominicana.

Desde pequeño compartimos el interés por el periodismo y colaboramos con distintos periódicos locales y nacionales, hasta que en 1973 fundamos “El Viaducto”, del que sólo salieron cinco ediciones. Fue el periódico número 100 en nuestro pueblo (dato que aportó Linche que era el joven historiador de la mocanidad, junto al veterano don Julio Jaime Julia), donde el periodismo siempre fue muy activo llegando a tener, en épocas distantes a la nuestra, un diario y varios semanarios. Antes de este periódico provinciano, en 1970 ambos propusimos públicamente la creación de un Instituto de la Juventud, con la finalidad de orientar a los jóvenes y de facilitarles fuentes de formación al estilo de uno que habíamos conocido por publicaciones de Costa Rica. Don Rafael Herrera nos dedicó dos editoriales que nos abrirían las puertas de la “fama”, pero desistimos de la propuesta cuando vimos que podíamos ser utilizados en un proyecto que nos nació a los dos sanamente y que algunos sectores de izquierda entendieron que “hacía juego al gobierno de Balaguer”. Víctor Gómez Bergés tenía entonces su propio partido, el Movimiento Nacional de la Juventud, era amigo nuestro y de nuestras familias, y algunos confundieron ambas cosas. El proyecto además era inviable en un gobierno como el de Balaguer. Con los años nos reiríamos de lo acontecido, y ambos creíamos que ese Instituto de la Juventud fue el preludio de lo que sería, muchos años después, la Secretaría de Estado de la Juventud. Linche llegaría a dirigir el diario La Información, estuvo entre los fundadores del diario El Día, escribía para Ultima Hora, laboró en la revista Rumbo y terminó su carrera periodística como director de Diario Libre.

La complicidad en diferentes proyectos nos unió desde muy jóvenes. Desde actos lírico-culturales, como se llamaban entonces, hasta la organización de la Feria Internacional del Libro, donde siempre fue mi asesor number one, como le decía. En la adolescencia, conseguía los long play o LP, aquellos discos grandes de vinilo de los que aún conservo muchos. Gracias a él disfrutábamos, junto a amigos comunes, devotos de la música que gustábamos en esos años inolvidables, de genios musicales que hoy sólo podrán tener presente algunos coleccionistas. Conformábamos una logia muy exclusiva de simpatizantes y seguidores de esa legión que formaban la orquesta de Percy Faith (The Song from Moulin Rouge, Theme for Young Lovers); Ray Conniff, otro instrumentista de excepción que popularizo el famoso Lara’s Theme, tema musical de la película Doctor Zhivago, y que se distinguió por interpretar música latina (Bésame mucho, El día que me quieras, La bamba); Engelbert Humperdinck, un crooner británico de origen indio que inmortalizó canciones con las que crecimos en nuestro circuito cerrado musical (Release Me, After the Lovin); el gran Gene Krupa, que era entonces toda una sensación por ser el primer baterista solista de la historia; el Bob Dylan que comenzaba a rastrillarnos la poesía en sus canciones sin que lo reconociéramos como tal hasta decenios después y que por entonces era un simple cantautor folk (Blowing’ in the Wind, A Hard Rain’s a Gonna Fall) y entre muchos más, la música y los intérpretes criollos que nos encandilaban, donde el puesto de principalía lo tuvo siempre la súper orquesta José Reyes de nuestro compueblano Papa Molina, su distintivo opening y aquellas instrumentalizaciones mágicas de la música de Glenn Miller –otro de nuestros favoritos– con su inolvidable Serenata a la luz de la luna, o del merengue Por ai María se va, que creo fue original de Antonio Morel, la big band que le hacía frente a la del maestro Papa. Mocanos los dos, por cierto.

Viví cada paso de su noviazgo con Himilce, con quien tuvo sus primeras hijas. Infaltable a todos nuestros convites, los domingos no contaran con él porque ese día se lo pasaba en La Vega tras su amada. Así vivió él cada paso de mi perseguimiento tenaz para “levantarme” a la niña casi imposible de conquistar con la que he de cumplir cuarenta años de casados el año entrante. Linche fue el poeta que le cantó cuando ella fue presentada en sociedad en el Club Recreativo de Moca a sus quince años, pero entonces yo no la conocía. Mi mujer guarda ese poema como una reliquia. Nunca nos distanciamos. Tengo en archivo todas las cartas que me escribiera mientras estudiaba en Filadelfia, Pittsburgh y West Virginia donde me contaba de sus avances, de sus lecturas, de sus aventuras, de sus sueños de regresar a su país para poner en ejecución lo aprendido en las universidades norteamericanas. Tendría tanto para hablar de él y de nuestra amistad de toda la vida. Un sentido de fraternidad que cubrió a muchos prosélitos, porque siempre fue fiel al amigo como lo fue a sus principios, y a la memoria de sus padres, doña Amparo, la mejor pastelera de Moca que, a su vez, fue una digna educadora y dueña imbatible de todas las grandes fiestas de sociedad, de las bodas y cumpleaños de postín, y don Miguel, apacible, recto, ecuánime; y de la memoria de su hija que perdió apenas nacer y a quien siempre le quiso reiterar públicamente su amor y que habrá sido la primera, junto a sus padres, que ha ido a recibirle con los brazos abiertos en la morada definitiva de los justos. Hace dos semanas le pregunté cómo estaba viviendo sus días de jubilado. Me respondió que no se sentía bien, lo que atribuía a cambios de medicación. Me invitó a cenar junto a Miguelina, mi esposa, y Justina, la suya, en su casa, una vez mejorara para festejar sus 72 años de vida que cumplió el mismo día de su partida. Tres días después me envió, como lo hacía cuando éramos jóvenes, el libro reciente de Barak Obama. Disfruta, querido Linche, la tierra prometida. Y como acostumbrabas a concluir en tus editoriales, cuando despedías a alguna personalidad de nuestro país: que la tierra te sea leve.

 

Libros 

Cultura Política 

Adriano Miguel Tejada

Taller, 1994

398 págs.

Reunión de sus artículos en Ultima Hora, publicados entre 1991 y 1993. Su gran obra como escritor la escribió en las páginas de diarios y revistas. Legados de cultura, de principios y valores inalterables.

 

Diario de la Independencia 

Adriano Miguel Tejada

CPEP, 2007

350 págs.

Reeditado varias veces, este libro sigue, paso a paso, los sucesos previos y posteriores al grito de febrero de 1844. Narrados con lenguaje periodístico para llegar a todos los públicos.

 

El ajusticiamiento de Lilís 

Adriano Miguel Tejada

CPEP, 1999

105 págs.

Su casa familiar queda justo al lado de la casa de Jacobito de Lara donde fue ajusticiado el dictador Ulises Heureaux. Adriano se convirtió en el historiador de ese suceso de su vecindad.

 

La prensa y la guerra de abril de 1965 

Adriano Miguel Tejada

Academia de la Historia, 2016

209 págs.

Los primeros cinco días de la revolución abrileña vistos desde las páginas de diarios y revistas nacionales y extranjeras que dieron cuenta, de distintas formas, de aquel importante acontecimiento histórico.

 

Los AM de Diario Libre 

Adriano Miguel Tejada

Búho, 2020

650 págs.

El último libro de Adriano, que no llegó a presentar formalmente a causa de la pandemia. Compilación de sus artículos en la famosa columna “Antes del meridiano”, de 2004 a 2019. Reflexiones de la última parte de su carrera periodística.

 

 

La lengua y el texto literario

Por Rita Díaz Blanco

   La lengua es por excelencia un sistema complejo que nos permite comunicarnos. Esa es su misión principal. Su vinculación con el desarrollo del lenguaje y el pensamiento es innegable, pero la lengua trasciende al individuo. Desde el momento en que el hombre quiere comunicarse: codificar y decodificar el mensaje, la lengua se socializa. La socialización implica la escuela, el salir del grupo familiar, el poder entenderse y asumir hábitos diferentes a los familiares, en definitiva, el poder abandonar el código restringido. En todo sistema de lengua encontramos la norma que posibilita que dicho sistema de lengua permanezca pese a los usos individuales de habla. La lengua es la materia prima de la que se vale el creador, en nuestro caso, el escritor. Y este, no está de más recordarlo, utiliza la lengua de su entorno, la lengua de la que se vale para su comunicación, la lengua que le es propia para la expresión de sus circunstancias, la lengua que le es propia para expresar el mundo que le ha tocado vivir, en fin, se vale de su lengua socializada y de lo que representa para sus creaciones, para que estas tengan vida en la órbita dispuesta.

Mucho antes de la aparición de la Lingüística como ciencia, la Filosofía había tratado el problema de la relación entre la palabra con la realidad objetiva, es decir, el problema de la referencia o denotación, aunque como polémica incrustada en otra superior: la posibilidad del conocimiento. Ya Platón reconoce que el nombre no es el medio para conocer la esencia de las cosas ya que para conocerlas hay que partir de las cosas mismas y no de los nombres que las designan, que son sus meras imágenes. Aristóteles retoma la polémica y dice que las palabras no son el vehículo idóneo para conocer la esencia de algo. Para él, la palabra es el símbolo convencional que a través del pensamiento le damos a la cosa sensible.

Esta será la opinión que prevalecerá hasta la llegada de Ferdinand de Saussure, para quien la palabra es un signo que consta de expresión y contenido; es el concepto mental que tenemos de una realidad concreta o abstracta. El significado del texto es el contenido lingüístico actualizado por el habla, la designación, la referencia de los significados actualizados en el texto a las realidades extralingüísticas. El contenido conceptual de un texto no coincide con el significado ni con la designación de las palabras de forma individual; es decir, lo que el texto quiere decir, es la suma de sus unidades léxicas y gramaticales.  La designación o denotación, es decir, el valor informativo-referencial de un texto, constituye un primer nivel de significación.

Si pasamos ahora al terreno de la literatura, diremos que las obras literarias están hechas de palabras, como también lo están los textos científicos y los producidos en la cotidianidad, y que estas palabras tienen un significado determinado. Para autores como T. Todorov, la connotación es un fenómeno que engloba todas las significaciones no referenciales. Hjemslev nos permite afinar un poco la definición de este fenómeno. Para la glosemática hjemsleviana, el signo es el resultado de la relación entre la forma de la expresión y la forma del contenido. Si consideramos a esta como una primera relación del sistema, que, a su vez, funciona como plano de la expresión de un segundo sistema, podemos considerar al primer sistema como el plano de la denotación, y al segundo, de la connotación. Por ejemplo, si tomamos la palabra gallo, tendremos un primer nivel de significación: animal, ave, doméstica, variación de colores, tamaño, etc. Pero si tenemos en cuenta otra característica de este animal, como la valentía, la actitud rebelde y conquistador frente a las mujeres y decimos de alguien que es gallo, estamos uniendo el primer sistema al segundo sistema, como una especie de trasferencia semántica, por afinidad de comportamiento. Para comprender el segundo sistema, es necesario atravesar por el primero y al hacerlo, creamos a partir de esta unión un nuevo significado (hombre valiente, conquistador). Asimismo, podrían aparecer otros significados unidos por lazos socioculturales. La denotación, sería, entonces, el valor informativo-referencial, regulado por el código, y la connotación, el valor añadido, regulado también por un código. Pero el código es el código de una comunidad de hablantes y ninguna comunidad es homogénea.

Si se quiere entender la poesía o la narrativa de un autor,  solo el lector que posea el código denotativo como base, puede escalar a lo connotativo que le permite entender que perteneciente al equivalente, así podrá captar el valor extra del enunciado. Y ese código es uno muy concreto: el del idioma hablado en  un lugar determinado. Esta información externa constituye un marco en el que se inserta una palabra, un hecho, una escena, una referencia, etc. Dicho de otra manera, es una estructura de datos para representar conceptos almacenados en nuestra memoria. No es difícil suponer que estos bloques de conocimiento son de naturaleza social. Así, un hablante del español dominicano que lea un texto sobre el carnaval esperará encontrar información sobre el colorido, las cuevas, los latigazos, la música estruendosa, los vejigazos, el ruido, etc. Y la asociación con la experiencia es inevitable. Cuando se encuentre con la extensión del significado en: La oficina se convirtió a medio día en un carnaval, sabrá que del término objetivo se tomó una sustancia valorativa para señalar el ruido o el comportamiento fuera de lo habitual en un lugar que suele ser tranquilo y calmado. Estos dos procesos actúan de forma simultánea y permiten la comprensión. Así, cuando leemos el repique de la campana de la iglesia, podríamos pensar en un funeral, veríamos en nuestra psiquis la secuencia del velatorio, la congoja, el color negro…  y si en la misma iglesia suena la marcha nupcial, esperamos a la novia, vestida de blanco, dirigiéndose al altar. Podemos hacer esto porque en nuestro archivo mental se halla registrado un tipo de rito social como es una escena de boda o un funeral. Ahora bien, cuando las expectativas que genera la aparición de determinada información no se cumplen, se produce un shock que realza el estado de alerta, alterando la química de las emociones. Además, puede ocurrir que, a pesar de tener el esquema previo, el lector no comprenda las pistas que le da el autor para entender. Se puede dar el caso de que el lector entienda un significado del texto, pero posiblemente no el ofrecido por el autor. En este caso, entenderá el texto pero no al autor, es decir, entenderá lo que dice el texto pero no lo que este quiere decir. Algo parecido ocurre en literatura. En la novela Por quién doblan las campanas de Hemingway, en el capítulo 2 se lee: — ¿Y cómo es esa mujer, la mujer de Pablo? —Una bestia —dijo el gitano sonriendo—. Una verdadera bestia. Si crees que Pablo es feo, tendrías que ver a su mujer. Pero muy valiente. Mucho más valiente que Pablo. Una bestia.  En este caso, el cortocircuito provoca el humor, que es un producto de expectativas distintas a las esperadas.  Los textos literarios operan desde el pensamiento en imagen que deriva en la creación de una realidad estética. La lengua aparece al servicio de la expresión de lo sensible, lo sublime, lo intuitivo a través de la prosa creativa y fabulada y del lenguaje poético. La palabra se consigna, entonces, en percepción del mundo que traduce el artista en una experiencia renovadora.  Bruno Rosario Candelier, en la obra El ánfora del lenguaje (2008) plantea un decálogo de la creación, que aunque lo contempla dentro de las leyes del poema, considero aplicable 9 de ellas a toda creación literaria:

  • Pensar en imágenes
  • Crear una realidad estética
  • Vincular el contenido a elementos de la Naturaleza
  • Asociar las percepciones de lo real a varios sentidos
  • Testimoniar la voz personal de la intuición estética
  • Asignar un carácter simbólico a referentes comunes
  • Crear una realidad verbal estética y autónoma
  • Canalizar el torrente irracional de lo imaginario
  • Articular la estructura organizativa

Desde Grecia, la palabra con sentido poético  estuvo vinculada a los dioses: oportunidades que venían desde lugares sagrados, envolvían casi inconscientemente al creador y le hacían producir realidades que a veces no podían explicar. Lo que sí es indiscutible es que el literato es un ser con altos dotes de sensibilidad, un estado alterado de la conciencia y gran capacidad creativa. Utiliza la palabra para recrear y crear con estética singular. Si vemos en Rubén Darío la búsqueda nostálgica que durante siglos ha cargado el ser humano en las entrañas, ese anhelo profundo, pero a la vez tierno de compenetración consigo mismo y con las cosas que le rodean. Un reconocimiento piadoso de la mortalidad; no es una queja vulgar, es un canto a la imperfección humana:

“Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,

y más la piedra dura porque esa ya no siente,

pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,

ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,

y el temor de haber sido y un futuro terror…

Y el espanto seguro de estar mañana muerto,

y sufrir por la vida y por la sombra y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos,

y la carne que tienta con sus frescos racimos,

y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,

¡y no saber adónde vamos, ni de dónde venimos!…”

 

Lo hermoso del texto poético es que las palabras sacuden el alma del lector. He ahí su grandeza, su valor sublime. Palabras a favor del cultivo del espíritu, de las cualidades intelectuales, pues para crear necesitamos del conocimiento, a favor de la compenetración con el  Cosmos, la noche, la lluvia, las estrellas, con uno mismo. El literato vive y testimonia el mundo con su creación. Se puede decir que la comunicación humana tiene lugar en la confluencia de una intrincada red de canales interrelacionados, que se refuerzan mutuamente, a veces con un importante grado de redundancia. La comunicación verbal es el medio más importante para comprender información acerca de nuestros conocimientos, tradiciones, cultura; es también el principal vehículo del pensamiento.

 

Referencias bibliográficas:

-Darío, Rubén (2016). «Lo fatal», en Rubén Darío, Del símbolo a la realidad. Real Academia Española. p154.

-Gil, José María (2001). Introducción a las teorías lingüísticas del siglo XX. Melusina, Argentina.

-Rosario Candelier, Bruno (2008). El ánfora del lenguaje. Santo Domingo,  Academia Dominicana de la lengua. p. 57-67.

La palabra en la valoración de las cosas

Por Luis Quezada Pérez

 

  1. EL PODER DE LA PALABRA

Quiero iniciar mi exposición con un párrafo clarificador y muy penetrante del Dr. Bruno Rosario Candelier, en un ensayo titulado “El estudio de la lengua y el cultivo de las letras”, recogido en su libro El lenguaje de la creación: “La palabra confiere un singular poder al hablante con conciencia de la lengua:

  • un don para nombrar las cosas;
  • un poder para conceptualizar ideas;
  • una convicción para edificar con la verdad nuestra conciencia;
  • un vehículo para diseñar la visión del mundo;
  • una dotación para testimoniar nuestra valoración de las cosas
  • un talento para crear una nueva realidad verbal con belleza y sentido.

Como filosofo me atrevo a decir que las primeras 4 manifestaciones del poder de la palabra entran dentro de la categoría del LOGOS, que solamente incluye la EPISTEME, es decir, la VERDAD; solamente la quinta, planteada por BRC entra dentro de la categoría del ÁGAPE, que incluye la ÉTICA Y LA ESTÉTICA. Esta última categoría (la axiología de las cosas por la Palabra) solamente es alcanzable si superamos el LOGOS como finalidad del SER y lo convertimos en mediación para llegar al ÁGAPE.

  1. EL SER COMO FUENTE DE LA PALABRA

Los filósofos cuando reflexionamos sobre algo, siempre vamos “al principio”, a la “arché” como decían los presocráticos en el siglo VI a.C. Seré telegráfico en mi exposición, por razones de tiempo. El tema fontanar de la filosofía es el tema del SER.

En toda la tradición filosófica griega, desde el siglo VI a.C.,

  • El SER es LOGOS, es decir, comunicación.
  • El LOGOS es PALABRA, es decir, expresión.
  • La PALABRA es la expresión del SER.
  • El LOGOS existe por el NOUS.
  • El NOUS es el pensamiento. El hombre es el ser-que-piensa. Como decía Heidegger, “el hombre es el ser que se pregunta por el Ser”. Porque piensa, piensa el ser. El NOUS no solamente piensa sino que nos piensa, y porque piensa, todo es.

Como filosofo me atrevo a decir que este es el HORIZONTE FILOSÓFICO PLANTEADO POR LA MODERNIDAD Y LA POSMODERNIDAD. La filosofía del siglo XXI, si quiere liberarse de “la cárcel de Hegel” (el mayor sistematizador de la modernidad), debe dar el salto a la TRANSMODERNIDAD, que nos lleva a superar el LOGOS como finalidad del SER y convertirlo en MEDIACIÓN DEL SER PARA ALCANZAR EL ÁGAPE. Aquí me inscribo en la tradición levinasiana y de la filosofía latinoamericana de la liberación.

Sin este salto LA VALORACION DE LAS COSAS POR LA PALABRA no deja de ser solamente epistémica, y no trasciende a lo ético y estético.

 

  • EL LOGOS DESARROLLA LA CONCIENCIA Y ESTA SE FORMALIZA A TRAVES DEL LENGUAJE

Bruno Rosario Candelier, en su obra El lenguaje de la creación, reflexiona con gran clarividencia lo siguiente:

  • “Debemos al LOGOS el desarrollo de la CONCIENCIA”.
  • “Las expresiones de la CONCIENCIA el LOGOS la formaliza en el LENGUAJE”.
  • “El LOGOS funda la ENERGÍA INTERIOR DE LA CONCIENCIA”.
  • “Esa energía interior de la conciencia canaliza la PALABRA, atributo exclusivo de la condición humana”.

Como filosofo puede decir que todo lo anterior es verdadero, pero sigue siendo una verdad a medias. El gran problema de envergadura del pensar filosófico lo constituyen los trascendentales del ser: la verdad, la bondad y la belleza, o para decirlo de otra manera, la episteme, la ética y la estética. Son tres hermanas que troquelan el SER. El gran problema de la filosofía desde los presocráticos hasta hoy es que las tres hermanas que deberían ser iguales, se deshermanaron y la episteme convirtió en hermana mayor y con derecho a vasallaje a la ética y a la estética.

El vasallaje de dos trascendentales en favor de la episteme, trajo la dictadura del LOGOS en el pensar filosófico. El LOGOS se convirtió en la finalidad del SER y no en la MEDIACIÓN para llegar al ÁGAPE. Esa es la gran desconstrucción que tiene que realizar la filosofía del siglo XXI con relación a 2,500 años de pensamiento filosófico centrado en el LOGOS.

 

  1. EL PROBLEMA NO RESUELTO ENTRE LA FILOSOFÍA DEL SIGLO XX Y DEL SIGLO XXI 

Pienso que el siglo XX fue la última expresión y la crisis de la MODERNIDAD iniciada desde el siglo XVI por Descartes, fundamentada críticamente por Kant, sistematizada por Hegel, desglosada fenomenológicamente por Husserl y llevada a su hontanar ultimo por Heidegger. La MODERNIDAD llegó sencillamente a esto: EL SER ES LOGOS. Y eso es verdad, pero no toda la verdad. La TRANSMODERNIDAD LLEGA A LA CONCLUSIÓN DE QUE EL logos NO ES EL fin del ser, sino medio para llegar a algo. El LOGOS es MEDIACIÓN, no FINALIDAD. Entonces, ¿cuál es la finalidad? Si lo fuera a cifrar en una sola frase, diría así:

EL SER ES LOGOS PARA LLEGAR AL ÁGAPE.

Si el SER es LOGOS como finalidad, nos quedamos en el SABER.

Si el SER es LOGOS para llegar al ÁGAPE, alcanzamos entonces la SABIDURÍA.

La Filosofía, desde siempre, no ha sido curiosamente “amor al SABER”, sino “amor a la SABIDURÍA”. Pero no ha llegado a esta porque se quedó ESTANCADA EN el Logos y no alcanzo el ÁGAPE. De ahí que Levinas le da una vuelta al planteamiento etimológico de la palabra filosofía y la visualiza no como amor a la sabiduría, sino como sabiduría del amor. Hace una verdadera inversión epistemológica que convierte al LOGOS en MEDIACIÓN y al ÁGAPE en FINALIDAD. Creo que este es el salto cualitativo que puede dar la filosofía del siglo XXI con respecto a la del siglo XX y toda la tradición de 2,500 años, hasta entroncar con los presocráticos y sobre todo con Heráclito de Éfeso, que inventa la palabra LOGOS como constitutivo sustancial y teleológico del SER.

 

LA PALABRA SOLAMENTE SERÁ VALORACIÓN DE LAS COSAS CUANDO SE HAYA DADO EL SALTO DEL LOGOS AL ÁGAPE” 

Pienso que la genial intuición de BRC consiste en que su propuesta estética basamentada en el Interiorismo sin darse cuenta provoca una ruptura con toda una tradición filosófica cuyo mayor límite del SER era el LOGOS. El Interiorismo no desemboca curiosamente en lo mítico ni en lo metafísico, que son hijos de la episteme y por tanto del LOGOS, sino que desemboca en la mística, que es hija de la ética y la estética. A veces lo siento entrampado en el LOGOS, pero se sacude y termina visualizando al final del túnel, que la luz del LOGOS es estéril si no nos conduce al ÁGAPE. Sé que este planteamiento puede crear muchas ronchas conceptuales, pero me atrevo a ponerlo sobre el tapete para que ulteriores discusiones arrojen más luz sobre lo que apenas ha sido brevemente esbozado.

Solamente así la PALABRA no será solamente NOMBRAR LAS COSAS, CONCEPTUALIZAR LAS COSAS, EDIFICAR VERAZMENTE LAS COSAS, DISEÑAR LA VISIÓN DE LAS COSAS, sino también y sobre todo testimoniar la VALORIZACIÓN DE LAS COSAS y crear una nueva realidad verbal con belleza (estética) y sentido (ética).

 

Los presbíteros Espinosa y Moscoso, dos prohombres de la Iglesia católica

Por Bruno Rosario Candelier

 

El padre Pedro Alejandro Batista (1) es uno de los grandes genealogistas de la República Dominicana. Su obra monumental, Genealogía y personalidad de Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez (2019) confirmó las sobresalientes dotes de investigador genealógico del presbítero santiagués. Y a ese dato intelectual se suma el dominio de la palabra con la cual este ilustre varón de la Iglesia Católica enaltece no solo su consagración sacerdotal sino también el oficio de la creación verbal.

Lo primero que llama la atención, de esta valiosa obra del padre Batista, es la fotografía de la portada del libro Espinosa y Moscoso, que revela la imagen de una procesión al salir de la iglesia de San José de las Matas, tomada el 21 de enero de 1946 por Nene Peralta, en la que unos monaguillos, al salir del templo religioso, inician el desfile por las calles principales del pueblo con la participación de los feligreses y el cura celebrante del oficio sagrado con la presencia y la alegría fervorosa de los parroquianos de la comunidad serrana. Imagen de una época y signo de una fe en la que niños, adultos y mayores fundaban sus vidas con la firme creencia en la Divinidad.

Sabe nuestro agraciado genealogista husmear entre viejos documentos de los archivos parroquiales para hallar la información pertinente, el dato preciso y la constancia de la acción sacerdotal en capillas, parroquias y catedrales. Sabe el padre Batista valorar el dato antropológico, histórico y cultural cuando se encuentra con una joya genealógica en su investigación, que lleva a cabo con la paciencia y la constancia necesarias para dar con nombres y referencias de alto valor histórico y documental. Y tiene la inmensa dotación intelectual y la inagotable capacidad de trabajo para curcutear entre viejos y raídos papeles hasta dar con la información anhelada que una inteligencia adiestrada y luminosa, como la suya, sabe auscultar, desentrañar y ponderar con los datos obtenidos en archivos, cartas, memoriales, actas de nacimientos, bautizos, matrimonios y otros textos de añeja valencia informativa para la ciencia de la genealogía.

Con su abierta sensibilidad empática para orillar los meandros de la palabra que registra los hechos del pasado, el padre Pedro Alejandro Batista va más allá de las referencias genealógicas y aborda, con su olfato histórico, las implicaciones antropológicas, parentales, sociales, religiosas y culturales de las familias cuyo pasado curcutea entre sus ascendientes y descendientes para mostrar un panorama sociográfico de nombres, hechos, personas  y ambientes de una comunidad en torno a una parroquia, que como institución eclesial, recoge, documenta y aporta los datos de matrimonios, nacimientos, bautizos, confirmaciones y celebraciones eucarísticas con la participación de padres, hijos, compadres, familiares y feligreses de una demarcación parroquial de la Iglesia Católica en la República Dominicana.

Abordar lo que ha ocurrido en una familia, una parroquia o una comunidad es lo que se llama intrahistoria, es decir, la historia interna de un conglomerado humano, de un hogar o de una institución. En esta valiosa obra genealógica, el padre Batista enfoca la intrahistoria de la parroquia de San José de las Matas en el siglo XIX al estudiar la vida y el ejercicio sacerdotal de los presbíteros José Eugenio Espinosa Azcona y Manuel de Jesús Moscoso Rodríguez, plasmada en el libro Espinosa y Moscoso (2) en cuyas páginas conocemos no solo la trayectoria de estos dos grandes varones de la Iglesia Católica, sino la idiosincrasia, los perfiles y la trayectoria de una parroquia, un pueblo y varias familias dominicanas a través de esta radiografía de un ejercicio sacerdotal.

En efecto, en esta obra genealógica del padre Pedro Alejandro Batista se proyecta un paneo sociológico de la realidad histórica, antropológica, religiosa, idiomática y cultural del pueblo dominicano en tiempos de los sacerdotes Espinosa y Moscoso a la luz de su ejercicio sacerdotal en San José de las Matas, y a su través, el autor presenta una visión panorámica de la historia de Santiago de los Caballeros y Santo Domingo de Guzmán, como se puede apreciar en la siguiente cita: “En su obra Santiagueses ilustres de la colonia, su autor, Manuel Antonio Machado y Báez, dibuja el Santiago de principios de siglo XIX. Él lo describe en los siguientes términos: El año 1810 está saturado de romanticismo. Hay un remozamiento cultural. La juventud de entonces andaba por los vericuetos de los enciclopedistas. La actividad literaria florece ahora en las veladas hogareñas. José Cruz Limardo pinta admirablemente esta época de Santiago. Sus costumbres, sus mujeres, sus paisajes, sus tertulias en la residencia de los Julia, los Espaillat, los Portes, los Pichardo, los Del Monte. Sin embargo, fruto de la situación político-social, se da una fuerte emigración hacia los países vecinos, especialmente por las invasiones haitianas de 1801, 1905 y 1822. En 1801 los primeros que emprenden el camino de la emigración son Lucas Pichardo y Juan de Portes” (Pedro Alejandro Batista, Espinosa y Moscoso, p. 14).

El siguiente pasaje, estremecedor y angustioso, muestra la barbarie de los invasores haitianos contra la población dominicana, anticipo de la cruenta masacre del fatídico “degüello de Moca”. He aquí lo que se narra de Santiago: “El drama es patético y desolador, pues al entrar Henri Cristophe y su contingente el 26 de febrero de 1805 a Santiago, la ciudad queda desolada, no es posible subsistir, desaparecen todas las formas de cultura. Se ejecuta una política de persecuciones y represalias. No respetan nada, ni las mujeres, ni los niños, ni los ancianos, ni los templos. Violan las muchachas. Pasan a cuchillo a los prisioneros. Persiguen implacablemente a los patriotas. Incendian la ciudad. Los hogares están enlutados. El cielo entristecido. Nadie está seguro. Solo se oye el grito de los moribundos en esta noche de fines de febrero y el chasquido del látigo de la soldadesca entregada al pillaje. Santiago es una ciudad en capilla. La sombra negra del dominador pone trágico dolor en los corazones santiagueses” (Pedro Alejandro Batista, Espinosa y Moscoso, p. 15).

Advierte el autor de esta edificante obra que la terrible masacre sufrida por los santiagueros impactó la sensibilidad de Espinosa cuando era un adolescente, tragedia que nunca olvidaría. Y señala que su vocación sacerdotal sería estimulada por el hermano de su madre, el sacerdote Juan López, quien lo bautizara cuando era el párroco de la parroquia de la Villa Nuestra Señora del Rosario, de Moca. Del padre Juan López, quien fuera el primer párroco de la Iglesia Nuestra Señora del Rosario de Moca, escribe: “La ascendencia levítica del padre Espinosa era tanto paterna como materna; paterna por el vicario Luis Espinosa, clérigo y presbítero en la ciudad de Campeche, México, quien era a su vez tío de José Espinosa y Ortega, padre del presbítero Espinosa. Así mismo por la línea materna por el padre Juan López, párroco de Moca, tío de su madre, María del Pilar Azcona López. Por eso podemos afirmar que el padre Espinosa llevaba el sacerdocio ministerial en la sangre” (Pedro Batista, Espinosa y Moscoso, p. 16).

En la página 33 de esta obra el padre Batista refiere que fray Pedro Gerardino no fue decapitado en el degüello de Moca, como informan algunos historiadores y yo mismo consignara en mi novela El degüello de Moca, sino que fue atrapado y enviado en calidad de prisionero a Haití, como consta en la siguiente relación: “Hace el tiempo de veinte y seis años que soy Comandante Militar de esta común, en los diversos gobiernos que se han sucedido por sus acontecimientos, pero no he sido nunca autor de revoluciones, sino seguir el correr de las cosas que no pueden curarse: estoy en la edad de sesenta años, hijo de padres cristianos. He profesado siempre la más ciega obediencia y respeto a los sacerdotes. Mis esfuerzos por sacar del cautiverio de entre los indígenas desde el año 1805, hasta el 5 de octubre de 1806, al padre Fray Pedro Gerardino, que estaba en Juana Méndez, aunque cooperé como uno de los segundos Gefes” (Pedro Alejandro Batista, Espinosa y Moscoso, p. 33). En nota al pie de esa misma página, el padre Batista recuerda que a los haitianos les llamaban “indígenas”, y añade que, contrario a lo que afirman los historiadores, el padre Gerardino no fue asesinado en el degüello de Moca, sino hecho prisionero y llevado a territorio haitiano.

En esa misma época se desempeñaba como capellán el padre Juan Vásquez, que ocupa un lugar en la historia literaria dominicana por la quintilla que escribiera a finales del siglo XVIII, en alusión a la indefinición de nuestra nacionalidad en esa etapa dolorosa de esta isla, que empeoró con la invasión haitiana a nuestro país. De ese sacerdote dice la leyenda que murió quemado en la iglesia de Santiago cuando los haitianos incendiaron la ciudad cibaeña. Las letras de la famosa quintilla son las siguientes: “Ayer español nací,/ a la tarde fui francés/ en la noche etíope fui./ Hoy dicen que soy inglés. / No sé qué será de mí”.

Además de las referencias genealógicas, sociales y culturales, hay varios datos léxicos que dan cuenta del habla de los dominicanos en siglos pasados, como el uso de voces del caudal patrimonial del castellano antiguo, entre las cuales anoto maravedíes (p. 90), pesos fuertes (p. 91), sobrino carnal (p. 93), hábito talar (p. 97), tonsura (p. 98) y congrua (p. 98). También se pueden apreciar voces del lenguaje popular. Por ejemplo, del vocablo “orilla” nace “orillero”, que en el español dominicano alude al tipo vulgar de los barrios pobres. En efecto, la palabra orilla alude a los barrios distantes del centro donde viven los pobres, de la que nace “orillero” para aludir al populacho y al tigueraje, según queda ilustrado en esta obra. En efecto, cuando el autor pone su mirada en la capital dominicana alude al detalle curioso de la iluminación de la ciudad de Santo Domingo, y aporta el dato que refiere Navarijo, novela de Francisco Moscoso Puello, pariente del segundo sacerdote protagonista de esta obra del padre Batista, como lo fuera el padre Manuel de Jesús Moscoso. He aquí una muestra: “La iluminación de la ciudad, además de la Luna, era con una escasa cantidad de faroles de gas, que se apagaban a la medianoche en las orillas y permanecían encendidos hasta el amanecer únicamente en los barrios céntricos. Sin embargo, esta iluminación era tan insuficiente que dejaba la ciudad envuelta en tinieblas y por la ausencia de los faroles algunos sitios en las noches sin Luna permanecían completamente oscuros” (Pedro Alejandro Batista, Espinosa y Moscoso, p. 61).

La ciudad de Santo Domingo, pequeña, tradicional, con costumbres pueblerinas, mostraba una vida modesta, aunque había un pequeño sector de la alta clase con su estilo peculiar de existencia. Sobre el discurrir de la ciudad, anota nuestro autor: “El Santo Domingo de 1885 era una ciudad pobre, humilde y tranquila, donde se oían frecuentes toques de cornetas, se rezaba un poco y casi no se hacía nada. Los habitantes eran sencillos, honestos y pudorosos. Como único esparcimiento tenían sus fiestas de barrio y sus procesiones. Una o dos veces al año asistía a una corrida de toros, a un circo de maromas o iban al teatro. Era una aldea sin pretensiones y todavía sentía temor de Dios” (Pedro Alejandro Batista, Espinosa y Moscoso, p. 61).

Aflora en nuestros conciudadanos el sentimiento prohispánico, opuesto al sentimiento antihaitiano, que sigue dominante en la mayoría de los dominicanos: “Su sentimiento españolista y aversión haitiana se reflejaban en sus conversaciones, las cuales influyeron en sus descendientes. Sentía gran admiración por el Gral. Pedro Santana, los consideraba un libertador, pues echó a los haitianos del país” (Pedro Alejandro Batista, Espinosa y Moscoso, p. 63).

Refiere esta obra la epidemia de la viruela que generó una mortal pandemia en todo el mundo, de la que los dominicanos no se libraron: “El 7 de abril de 1881 aparecieron los primeros ataques de viruelas en Santo Domingo. Ya en el mes de febrero se habían registrado varios casos en Puerto Plata y Santiago. De Santiago pasó a Moca y de ahí a San Francisco de Macorís. Esta epidemia trajo innumerables calamidades. La mortalidad fue muy alta, la gente se moría en un abrir y cerrar de ojos, a veces sin asistencia médica. A los atacados los envolvían en hojas de plátano para que no se les pegaran las sábanas. Se hicieron rogativas, os templos se llenaban de gente que iban a rezar y oír misas que las personas pudientes mandaban a decir. En la familia de los Moscoso le tocó sufrirla al futuro presbítero Manuel de Jesús. Su madrastra, Sinforosa Puello, se encargó de él mientras estuvo enfermo. Según cuenta Francisco Eugenio, su madre decía que “Jesús era una llaga viva en medio de la cama. Fueron muchas las noches que en mi casa no se durmió, velando a Jesús. A todas horas estaban pendientes de La Misericordia y tenían que se presentara en la casa a sacar a Jesús apenas agonizara” (Pedro Alejandro Batista, Espinosa y Moscoso, p. 65).

En esta importante obra del padre Batista vemos una descripción de uno de los rasgos culturales de las familias ‘acomodadas’ de la época, como la que reflejaba una velada social, mientras las muchachas de la casa toca el piano en una reunión familiar: “El día de las Mercedes, 24 de septiembre de 1884, a la hora de la cena, mi madre no quiso ir a la mesa. Estaban en mi casa reunidas algunas personas, como todos los años, oyendo tocar el piano a las muchachas, tomando licores para celebrar ese día, en unión de Jesús, capellán del templo. Mi padre celebraba esta fiesta todos los años” (Pedro Alejandro Batista, Espinosa y Moscoso, p. 68).

La referencia a los levantamientos armados en tiempos de Concho Primo era un signo de esa época levantisca y tormentosa, que el padre Batista registra en esta obra genealógica: “Su hermano Abelardo, que siempre fue un dolor de cabeza para la familia por sus inclinaciones políticas y su temperamento extrovertido, hizo sufrir mucho a su familia cuando desaparecía de la casa, fruto de los levantamientos guerrilleros de la década de los ochenta. El padre Moscoso, su hermano, le escribió una carta a su padre para informarle sobre su hermano Abelardo, quien fue a parar a San José de las Matas huyéndole a los levantamientos. En este sentido escribió su hermano menor, el Dr. Moscoso Puello: Una mañana se recibió en mi casa una carta del Cibao. Mi hermano Jesús le participaba en ella a mi padre que Abelardo estaba con él desde hacía días. El misterio quedó aclarado. Aunque Jesús no decía las causas por las cuales Abelardo se encontraba en San José de las Matas, todos en mi casa comprendieron. Se había escapado de Azua, sin duda, por temor a ser perseguido” (Pedro Alejandro Batista, Espinosa y Moscoso, p. 69).

 

 

El autor de esta obra consigna, al mostrar el documento de bautismo de José Eugenio Espinosa, el dato del incendio del archivo parroquial de Santiago a manos de los depredadores haitianos, encabezados por Jacques Dessalines, y también figura el nombre del padre Juan López, primer sacerdote oficiante en Moca, quien sirvió como padrino del coprotagonista de esta obra del padre Batista: “Yo, el infrascrito, certifico en debida forma que sirviendo la Tenencia Cura de Santiago de los Caballeros, en el año de mil setecientos noventa y nueve, nació Eugenio, hijo legítimo de Don José de Espinosa y de Doña María de Pilar Azcona, a quien como Teniente de Cura de aquella parroquia bauticé solemnemente, siendo su padrino el presbítero Don Juan López y a de parte legítima con motivo de haber fenecido el Archivo de dicha parroquia en el incendio general, cuando la entrada del negro Dessalines, pongo la presente y la firmo en Santo Domingo a treinta de enero de mil ochocientos once años” (Pedro Alejandro Batista, Espinosa y Moscoso, p. 86).

Ya dije que en esta obra genealógica encontramos el registro diacrónico de voces patrimoniales del castellano antiguo, como pesos reales, fuertes y maravedíes, usados por notarios del siglo XIX: “Según aparece de la retasación que nuevamente, quedando reducido su valor a seis mil ochocientos sesenta y seis pesos, cuatro reales, que deben también soportar el gasto de doscientos fuertes, que se le computan suficientes para su reparo y desde luego cumpliendo con dichas providencias e instrucciones del poder que tiene, adjudica en pago al Sr. Don José Joachin del Monte cuatro mil ciento noventa y un pesos, seis reales y cuatro maravedís a la parte legada que corresponden a su legítima madre y demás que constan de tres documentos que también irá inserto en este instrumento, y a Doña María Navarro dos mil quinientos cuarenta y tres pesos, siete reales, diez maravedís, que todo importa seis mil setecientos treinta y cinco pesos, cinco reales, catorce maravedís” (Pedro Alejandro Batista, Espinosa y Moscoso, p. 91).

En esta obra su prestante autor refiere la llegada del padre Moscoso a San José de las Matas y cita la referencia que al respecto presenta el investigador matense Piero Espinal Estévez: “El ilustrado presbítero don Manuel de Jesús Moscoso, de la Capital, está entre nosotros. Las diferentes cartas de recomendación que respecto de él hemos tenido el gusto de recibir se expresan todas de este modo, poco más o menos: Moscoso es una bella adquisición. Patriota, ilustrado, progresista y bueno en toda la significación de la palabra. Va a derramar allí todo el caudal de su bella moral en esa hermosísima tierra del genio y la libertad. Salve, pues, al nuevo mensajero de progreso y de luz. Va para San José de las Matas. Guarde ese pueblo bien tan preciosos tesoro” (Pedro Alejandro Batista, Espinosa y Moscoso, p. 217).

Una carta del padre Moscoso a monseñor Fernando Arturo de Meriño, arzobispo de Santo Domingo, revela su precaria salud y su siempre disposición de servir a la iglesia: “He recibido su carta en fecha 12 del mes en curso, por la cual me concede licencia para pasar a la Capital. Nadie puede sondear el porvenir. Cuando solicité esa licencia, aunque me encontraba quebrantado, creí que al recibo de ella estaría en perfecta salud y dispuesto para marchar. Mas, eso me figuraba y así no puede ser. Por un lado, mis quebrantos (el pecho), que aunque leves, pero me han extenuado y el ánimo se resiste a caminar una jornada tan larga y tan pesada. Por otro lado la Cuaresma, que tiene mucho que trabajar: ella es como un campo que hay que ararlo para que en él germine la fe purísima del Evangelio. De suerte, que si V. a bien lo tiene, voy a dejar el viaje para pasada la Semana Mayor. Sus chinchorros están en mi poder, yo se los llevaré con más cuidado que otro cualquiera. El zinc de la iglesia está comprado, puede emprenderse en este mes el trabajo. Mande como guste a su sincero servidor. Pbro. Manuel de Jesús Moscoso (Pedro Alejandro Batista, Espinosa y Moscoso, p. 245).

Uno de los datos interesantes de esta obra es la consagración del templo de San José de las Matas por el arzobispo de Santo Domingo, monseñor Adolfo Alejandro Nouel, acto en el que el párroco de dicho templo era el padre Moscoso, conforme refiere esta hermosa descripción del 2 de junio de 1907: “Una hora antes de la llega (del arzobispo Nouel), el general Félix Zarzuela, con una numerosa comitiva de jinetes, y el párroco Revdo. P. Moscoso, se hallaban esperando. Después de los saludos y presentaciones se dirigió la comitiva al pueblo, que estaba adornado con una gran profusión de ramas de flores naturales y de papel en todas las calles y banderas en todas las casas. La dicha y el regocijo popular eran indescriptibles. Las campanas tocaban con alborozado y alegre repiqueteo. La víspera de la bendición del templo, empezaron a afluir infinidad de personas de otros pueblos y contornos. El bullicio era inmenso, el contento rayano en delirio: música, cohetes, bailes, el ir y venir de los jóvenes, el estrépito de las risas, fiestas del amor, todo alegría” (Reseña del periódico El Diario, del 7 de junio de 1907, citado por el autor de esta obra. Pedro Alejandro Batista, Espinosa y Moscoso, p. 281).

Quiero, finalmente, consignar en la valoración de esta investigación genealógica la grata impresión que me produjo la foto que preside la portada de este libro del padre Batista, con el esplendor de una fotografía admirable. La fotografía de la portada es ilustrativa, reveladora y sugerente. De esa preciosa gráfica infiero siete aspectos importantes: 1. El estilo arquitectónico del templo, formato usual en los siglos XVIII, XIX y XX en nuestro país, conforme la descripción de edificaciones eclesiásticas de esas épocas. 2. La foto de portada, que retrata una procesión católica en San José de las Matas en 1946, ilustra una imagen visual de la costumbre ritual que a su vez reflejaba la inmensa fe de la población dominicana a la luz de la espiritualidad cristiana. 3. El uniforme de los niños (pantalón negro, camisa blanca) y los vestidos de las mujeres (casi todas de blanco) era una manera de asistir a los oficios sagrados del templo con la devota unción de una honda fe religiosa. 4. El amplio espacio perimetral contiguo al templo, con árboles incluidos, servía de atrio del templo y esparcimiento a los feligreses. 5. El panorama visual que refleja la foto de la celebración religiosa de un pueblo, índice del respaldo masivo de los feligreses cuya presencia evidencia y enaltece el ideario espiritual de la catolicidad. 6. La imagen de la foto refleja el testimonio, vivo y elocuente, de la fe de una comunidad, como la que sembraron y motivaron los dos consagrados sacerdotes que inspiraron esta obra del padre Batista, como fueron los presbíteros Espinosa y Moscoso conforme explica y detalla nuestro agraciado genealogista, el eminente intelectual oriundo de Mata Grande, el también presbítero y escritor Pedro Alejandro Batista. 7. Por último, y no menos importante, la foto de marras presenta una panorámica de un singular escenario, que el arte de la fotografía capta y graba en una imagen a blanco y negro cuyos datos sensoriales se conservan contra el proceso fugaz y transitorio del tiempo, vértice y cauce de cuanto sucede en la vida, testimonio congruente plasmado en esta singular obra del gallardo sacerdote.

   Relato de la trayectoria existencial de estos dos consagrados correligionarios del sacerdocio, el padre Pedro Alejandro Batista reconstruye (3), en su indagación genealógica, la vida de estos dos consagrados sacerdotes, uno de Santiago, José Eugenio Espinosa, y el otro de Santo Domingo, Manuel de Jesús Moscoso, dos grandiosos presbíteros que sembraron la simiente de la religiosidad católica en San José de las Matas, el primero durante la primera parte del siglo XIX, y el segundo al final de esa centuria decimonónica y comienzos del siglo XX. Loor y gratitud a esos dos prohombres de la iglesia, y reconocimiento reverencial al ilustre genealogista matense de la arquidiócesis de Santiago, el reverendo sacerdote y acrisolado investigador Pedro Alejandro Batista.

 

Bruno Rosario Candelier

Academia Dominicana de la Lengua

Moca, Rep. Dominicana, 21 de noviembre de 2020.

 

Notas:

  1. El padre Pedro Alejandro Batista (Mata Grande, San José de las Matas, República Dominicana, 1968) es un destacado genealogista y sacerdote diocesano de la arquidiócesis de Santiago de los Caballeros. Tiene dos licenciaturas, una en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, de Santiago, y otra en Ciencias Religiosas por el Seminario Pontificio Santo Tomás de Aquino, de Santo Domingo. Inició su ministerio sacerdotal en 1997 en el Seminario Menor San Pío X y fue párroco de las parroquias San Isidro Labrador, de El Rubio en San José de las Matas, y de Nuestra Señora del Rosario, de Moca. Fue profesor de Historia de la Iglesia en el Seminario Pontificio Santo Tomás de Aquino. Además de su sagrado ministerio sacerdotal, el padre Pedro Alejandro Batista se ha consagrado a la investigación histórica en busca de los troncos genealógicos de importantes figuras nacionales, siendo su primera obra en esta rama de la historiografía su libro Genealogía y personalidad de Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez (Santo Domingo, Amigo del Hogar, 2019), que presentamos en Moca.
  2. Pedro Alejandro Batista, Espinosa y Moscoso, Santo Domingo, Ed. Argos, 2012.
  3. En su obra Genealogía y personalidad de Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez, el padre Batista enseña que el padre Juan López Fernández de Barrios, quien fuera el primer párroco de la parroquia Nuestra Señora del Rosario, de Moca, lumbre y crisol de la Mocanidad, figura entre los antepasados del ilustre mitrado que enalteciera a la Iglesia Católica con su servicio sacerdotal y su consagración episcopal al frente del Arzobispado de Santo Domingo.

 

Genealogía y personalidad del cardenal López Rodríguez

VALORACIÓN DE LA OBRA DEL P. PEDRO ALEJANDRO BATISTA

 

Por Bruno Rosario Candelier

   El inspirador de este libro del padre Pedro Alejandro Batista (1), Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez, es el eminente purpurado dominicano que fuera arzobispo de la Arquidiócesis de Santo Domingo. En esta presentación voy a ponderar la obra genealógica del distinguido presbítero cibaeño que fuera párroco de la Iglesia Nuestra Señora del Rosario de Moca.

Este libro de investigación genealógica es una obra fundamental para conocer el pasado de nuestro pueblo, documentar la historia de Moca y precisar el origen de la familia López Rodríguez cuya máxima figura lo es el cardenal dominicano. Hay datos, referencias y múltiples detalles sobre la historia de nuestro pueblo que se conocen a través de la intrahistoria familiar o mediante el estudio de las personalidades que el padre Batista aborda en esta obra genealógica cuyo centro de atención es la genealogía y la personalidad del cardenal López Rodríguez, el protagonista que atizó la curiosidad por los orígenes, como la tiene el padre Batista, que quedó subyugado por la personalidad del protagonista de su investigación genealógica.

El cardenal López Rodríguez consignó en sus palabras de agradecimiento al agraciado presbítero que exploró los orígenes de su familia lo siguiente: “Como es natural, tratándose de un experto en genealogía, al parecer al padre Batista se le ocurrió de inmediato la generosa idea de investigar a profundidad, por los medios a su alcance, las raíces históricas de mi familia; por lo menos a partir del momento en que los López y los Rodríguez comenzaron a establecerse en la parte Este de la Isla de Santo Domingo, mediante sucesivas migraciones europeas, especialmente de las Islas Canarias, las cuales tuvieron lugar con posterioridad al descubrimiento y la colonización de América. Es digno de mención el hecho de que, como resultado de ese loable esfuerzo, el padre Batista ha realizado una labor encomiable, sobre todo si se tiene en cuenta lo difícil que es en nuestro país tener acceso a ese tipo de datos e informaciones, principalmente debido al precario estado de conservación en que se encuentran numerosos archivos nacionales. Esto equivale a decir que, si el propósito perseguido por este sacerdote era el de darme una sorpresa muy agradables, ciertamente lo ha logrado con creces” (2).

Quien hace una investigación genealógica automáticamente se remonta a los orígenes del asunto de estudios, es decir, se instala en la etapa inicial de un hecho o de una persona, y en este caso particular, donde se explora el origen de una persona, dicha búsqueda puede ser de una familia o de un pueblo. El hecho de rastrear los orígenes de una persona supone un trabajo de investigación inmenso. Yo me imagino las horas de trabajo, de estudio, de exploración, de curcuteo en los archivos y documentos que hizo el padre Pedro Alejandro para confeccionar este libro porque cuando el lector lo tenga en sus manos se va a dar cuenta de tantos detalles genealógicos y la organización precisa, secuencial, de un antepasado al siguiente hasta llegar a la actualidad. El hecho de organizar el origen de tantas familias mocanas en esta obra es para preguntarse: ¿Y cómo pudo encontrar el padre Batista tantos datos genealógicos? ¿Qué virtud tiene el padre Batista para olfatear el dato preciso que dé cuenta de un detalle de manera que sirva como identificador del decurso de un personaje, que nos revele la idiosincrasia de un pueblo, que manifieste aspectos históricos, lingüísticos, antropológicos en su estudio genealógico de tantas familias para dar como resultado esta obra que se llama Genealogía y personalidad de Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez?

Con relación a su investigación genealógica, nuestro investigador eclesiástico responde a la inquietud de conocer su motivación para abordar esta rama de la historiografía: “Desde que llegamos a Moca en el año 2009 como párroco de la Iglesia Nuestra Señora del Rosario, comenzamos a organizar el archivo parroquial que estaba muy deteriorado y fuimos ordenando las informaciones de las familias mocanas. En el año 2011 invitamos a su eminencia, Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez, para que asistiera el 30 de septiembre a las patronales que se celebran del 28 de septiembre al 7 de octubre, día de la patrona. En medio de una amena conversación, nos dijo que sus cuatro abuelos eran nativos de Estancia Nueva y que descendía de los canarios. Al ver su interés por conocer dichos ancestros, nos motivamos a estudiar más profundamente su genealogía, y es así como surge este trabajo. En el año 2012 tuvimos la oportunidad de visitar y entrevistar en su hogar a la señora Altagracia de Jesús López Salcedo, la tía paterna más joven del Cardenal, que nació en el año 1913 en Barranca, La Vega. Ella nos comunicó que sus ascendientes eran de origen canario, que vivían en Estancia Nueva de Moca y luego se mudaron a Barranca, La Vega, en la década de 1910. De sus ocho hermanos, los primeros cuatro nacieron en Moca y los últimos cuatro en Barranca, siendo ella la última. También nos afirmó, como nota curiosa, que tuvo la suerte de montar el ferrocarril de La Vega a Moca en el gobierno de Horacio Vásquez.  Para conocer la genealogía y la personalidad del cardenal López Rodríguez, hay que remitirse a sus orígenes genealógicos, los cuales se remontan a las inmigraciones canarias de los siglos XVI al XVIII, realizadas por disposición de la Corona Española a los pueblos del Nuevo Mundo, a fin de repoblar las islas que estaban siendo despobladas, o en algunos casos, como el de la Hispaniola, proteger las fronteras de las amenazas de piratas y corsarios, y en otras para el trabajo agrícola” (3).

Al hablar del cardenal López Rodríguez, naturalmente se trata de una personalidad carismática como, sin duda, lo es el eminente purpurado dominicano, un hombre de iglesia con un peso histórico, cultural, eclesiástico y pastoral en nuestro país por el vigor intelectual, moral, religioso y espiritual que había heredado de su familia. En esta obra del padre Batista podemos apreciar el tremendo influjo de una familia en la formación de un niño, en el desarrollo de una persona, en la evolución de una personalidad que asume y proyecta un ideal de vida a través de su conducta, su palabra y su obra.

Para ponderar la importancia de este libro quiero señalar y comentar algunos aspectos relevantes de esta obra de investigación que a continuación enumero.

En primer lugar, en este libro encontramos los orígenes del cardenal dominicano que se remontan al presbítero Juan López Fernández. Una primicia reveladora es el dato de que dicho sacerdote es el primer párroco de la iglesia de la Villa Nuestra Señora del Rosario de Moca. Descubrir y revelar ese dato, una genuina primicia de esta obra, es un aporte importante de este libro del padre Batista para la historia de la Iglesia Católica en Moca y para la historia de nuestro país. ¿Por qué hago esa afirmación? Por lo que eso implica para el conocimiento del pasado de la parroquia Nuestra Señora del Rosario de Moca; para conocer la historia misma de Moca y, desde luego, para tener una idea del trayecto original del primer cardenal de nuestra amada Iglesia Católica.

Nuestro sacerdote-escritor descubre, en segundo lugar, la línea levítica del purpurado dominicano, lo que implica dos facetas importantes en la vida de nuestro cardenal: ese entronque levítico revela una singular tradición, es decir, la vocación clerical del propio mitrado, con todo lo que eso implica en su trayectoria espiritual, porque viene de una tradición religiosa, da continuidad a la tradición de un pasado fundado en una génesis eclesiástica; y además, ese entronque levítico entraña una vinculación genética con la raza judía en términos genealógicos.

Al respecto escribe nuestro sacerdote-escritor: “Al abordar la faceta religiosa, veremos la línea levítica del cardenal, desconocida en su mayoría por el propio cardenal, su familia y la de los involucrados. Esta comienza por el lado de los López en el mismo siglo XVIII con el presbítero Juan López Fernández de Barrios, quien sirve como primer párroco de la Iglesia del Rosario, la más antigua de Moca, y cómo sigue esta línea con su sobrino y ahijado, el P. José Eugenio Espinosa Azcona, la cual continúa con su sobrino el P. Emilio Santelises y, de este, su nieto el P. Ricardo Santelises Pellerano. Además, con los hermanos presbíteros Honorio y Santiago Liz Salcedo, y más contemporáneamente con Mons. Hugo Eduardo Polanco Brito, P. Pascual Torres Torres, los hermanos presbíteros José Benito y Luis Daniel Taveras Hernández, y Mons. Freddy Antonio Bretón Martínez. Por el lado de los Rodríguez, con el P. Plinio Comprés Fermín, sdb y, posiblemente antes, con el P. Joaquín Rodríguez Grullón. Esperamos que su lectura cautive a sus familiares, que son numerosos, así como a todos los que sentimos cariño y respeto por su trabajo tesonero y celo pastoral al frente de la Arquidiócesis de Santo Domingo por casi 35 años. Para los que sintieron en algún momento resabio, vean en la profundidad de su corazón un hombre que ama a su patria y ha sido capaz de defenderla desde los años mozos de seminarista, cuando, precisamente, según algunos testigos, era uno de los que estaba en una lista del espía de Trujillo en el seminario para ser asesinado, por su posición vertical en contra de dicho régimen. Esta lista fue encontrada por dos seminaristas que entraron a la habitación del espía del régimen” (4).

Nuestro acucioso investigador señala el parentesco del cardenal López Rodríguez con los tres presidentes mocanos que nuestro pueblo ha dado al país. Y su conexión con otras personalidades, héroes políticos de nuestra historia y con diversas familias con las cuales tiene vínculos colaterales. En esta obra el presbítero Pedro Alejando Batista da todos los aspectos, todos los detalles, todos los datos concernientes a esa singular condición, patriótica y legendaria, familiar y eclesiástica, de nuestro grandioso cardenal.

Desde el punto de vista de su confección historiográfica esta obra es modelo del rigor metodológico que supone la investigación y la redacción de una obra centrada en la genealogía, es decir, de un libro fincado en la exploración del pasado, en la génesis de una persona, una familia o un pueblo. Y ese detalle es importante consignarlo por el gran valor que le otorga a este libro de investigación genealógica.

Esta obra genealógica del padre Batista revela y confirma la importancia de los archivos parroquiales. Fijémonos en el siguiente detalle: los archivos parroquiales registran datos importantes de una persona cuando alguien va a bautizarse, a confirmarse o a casarse, ya que le toman sus datos biográficos; esos datos quedan  registrados en los archivos parroquiales; y esos archivos se constituyen en una fuente documental valiosísima para conocer la historia de un pueblo, para indagar la historia de una familia, para curcuteer la historia de una comunidad.

Cuando escribí la novela El degüello de Moca tuve naturalmente que documentarme y acudir al pasado histórico de nuestro pueblo. ¡Cuánto me hubiera gustado contar con una obra como esta fuente de documentación, de inspiración y de constatación de tantos datos útiles y oportunos sobre nuestro pueblo! Pero no había fuente documental sobre el templo Nuestra Señora del Rosario de Moca porque cuando ocurrió el Degüello de Moca, en 1805, los haitianos no solo pasaron por las armas a los feligreses mocanos dentro del mismo templo, sino que quemaron la iglesia y todo se incendió, incluidos los archivos parroquiales, y con el incendio del templo, previamente habían degollado y matado a los fieles allí congregados, sino que destruyeron todo, incluidos los archivos parroquiales, y los datos que allí estaban consignados se perdieron. Entonces, no fue sino a partir de 1806 en adelante cuando, tras la reconstrucción del templo de Nuestra Señora del Rosario de Moca, se reinició el registro que cada sacerdote comenzó a consignar, a partir de esa tragedia que impactó la historia de nuestro pueblo. Entonces es a inicios del siglo XIX cuando comenzó de nuevo a tener vida la documentación histórica de nuestro pueblo. Por eso la importancia de esta obra del padre Batista, por esa documentación que consigna y testifica, ya que él se nutrió en los archivos parroquiales de otros templos católicos y otras fuentes documentales, hecho que le acredita a su favor una alta valoración de esta obra de su autoría.

Quiero ponderar también que en esta recopilación histórica y genealógica de datos sobre el cardenal López Rodríguez se señala la vinculación de la familia del cardenal dominicano con canarios, es decir, con españoles procedentes de las Islas Canarias, y ese hecho fue fundamental en la historia de Moca y para la misma historia del español dominicano. Importantes familias mocanas son la continuación de esos canarios que en los siglos XVII y XVIII se establecieron en Moca y fraguaron la base genealógica de la familia del cardenal López Rodríguez. Y en esta obra ese dato histórico se consigna con mucha propiedad.

Sobre los orígenes de la familia del cardenal López Rodríguez, el padre Batista consigna: “Profundizar sobre un tema como el que nos hemos embarcado es arduo y profundamente agotador. Pero, al mismo tiempo, la satisfacción es plena cuando se ha arribado a los objetivos o metas propuestas, y esto es lo que se ha logrado en esta investigación: presentar la genealogía del cardenal Nicolás López Rodríguez, partiendo del origen canario de sus cuatro abuelos, nativos de Estancia Nueva, y, a través de ella, estudiar su personalidad. Lo primero fue presentar el contexto de cómo las islas Canarias han dejado un fuerte legado en la composición social de la nacionalidad dominicana, desde el descubrimiento de América hasta nuestros días, y cómo se ha mantenido esta herencia entre nosotros, la cual se logra olfatear en las propias costumbres, lengua y habla de varios sectores de nuestro pueblo. Así como el arte culinario y la música de los isleños, sobre todo en los campos de algunos pueblos fundados por los canarios. Para llegar a la demostración de la tesis de que la familia del cardenal López Rodríguez es de ascendencia canaria, recurrimos a los movimientos o repoblaciones de la parte Este de la isla Hispaniola en los tres primeros siglos de la vida colonial y a la distribución geográfica de las familias canarias en la isla. Así vimos cómo llega a Moca José Guzmán, el barón del Atalaya, al final del siglo XVIII, tras el Tratado de Basilea, formando parte de esa prolija familia mocana, que le ha dado grandes hijos a dicho pueblo. Además, quisimos presentar los arzobispos y obispos descendientes de las familias canarias que poblaron esta isla, en cuya tradición se inserta más recientemente el cardenal. Escudriñamos las primeras informaciones de las familias López y Rodríguez en los documentos escritos a los que hemos tenido acceso y, dentro de lo posible, las hemos enriquecido con datos de los registros civiles y eclesiales a nuestro alcance. Para el año 1721 ya se encontraban estas familias en Santiago de los Caballeros, en las Revueltas de los Capitanes contra las disposiciones del gobernador colonial” (5).

Asimismo quiero ponderar la elección que hizo el padre Batista de la figura de cardenal López Rodríguez, que no fue una elección al azar, sino bien pensada en atención a la figura y la personalidad de cardenal dominicano. Todos los seres humanos tenemos una personalidad física y una personalidad metafísica. La del cardenal López Rodríguez es una personalidad sobresaliente, impactante y determinante por muchos aspectos: por su firme convicción religiosa, su decidida determinación moral y su indeclinable defensa patriótica. De ahí el poderoso influjo que él ejerciera por su espíritu organizador, su celo pastoral, su edificación teológica y por el profundo amor a la Iglesia Católica. Esa identificación plena y rotunda que se manifestó como sacerdote, como obispo y posteriormente como arzobispo y cardenal, la conoce y la valora el pueblo dominicano. Entonces, la elección que hizo el padre Batista del cardenal como fuente de estudio para su labor genealógica fue muy acertada y, desde la perspectiva que nos presenta sobre el origen genealógico del cardenal dominicano, hay toda una proyección que nos permite conocer, no solo el pasado de tantas familias mocanas, sino también la idiosincrasia de nuestro pueblo. Hay aspectos antropológicos, sociales, lingüísticos y religiosos que se derivan del estudio concienzudo, preciso, detallista que hizo este gran investigador para escribir esta grandiosa obra. Por eso la importancia de este libro, no solo para la historia dominicana, para la genealogía, la cultura, la iglesia y nuestro pueblo por la implicación de tantas familias consignadas en esta obra de investigación que realizara el padre Pedro Alejandro Batista.

Es oportuno y provechoso ponderar en esta obra genealógica el impacto de la herencia ancestral en la conformación de la personalidad. ¿Saben ustedes lo que eso implica? Se trata de la participación de una familia en la sociedad. El influjo de los padres en el hogar, las tradiciones y la cultura, el influjo de los valores y de la iglesia en la mentalidad de un pueblo; el influjo de los poderes espirituales que de alguna manera penetran en nosotros con su impacto en las fuerzas sociales y culturales para que lleguemos a ser lo que somos. Y esa faceta de la vida interior de la conciencia tiene mucho peso en la conformación espiritual de una persona, una familia y una comunidad.

Por ese influjo sociocultural, psicológico y espiritual en uno de mis libros, centrado en la historia literaria de Moca, Lumbre de la Mocanidad, esa “lumbre” fue inspirada, originalmente, por los sacerdotes y los párrocos que dirigieron y orientaron, desde el templo de la Villa Nuestra Señora del Rosario de Moca, la base doctrinaria, religiosa y espiritual de nuestro pueblo, que fue fundamental en la conformación de nuestra idiosincrasia y ha sido fundamental en la historia de Moca. El alma de la Mocanidad, el sello de la Mocanidad, lo imprimió a nuestro pueblo el influjo sagrado y místico del templo Nuestra Señora del Rosario por el impacto moral, religioso y espiritual que sus sacerdotes forjaron en nuestra conciencia cultural. De ahí el producto tan fino, tan excelso, tan luminoso, como ha sido el ejemplo vivo y elocuente del cardenal López Rodríguez, fruto de la iglesia, huella de la iglesia y gloria de nuestra iglesia. Y ese detalle me ha motivado exaltar esa dimensión que he llamado “herencia ancestral de la cultura”, que se infiere de esta valiosa obra del padre Batista: cómo todo lo que somos ha sido fruto de decenas de factores familiares, sociales, lingüísticos, religiosos y espirituales que influyen en el desarrollo de nuestro ser, en la gestación de nuestra personalidad y en la conformación de nuestra cultura, de tal manera que hacen que seamos lo que somos. De ahí el peso de una comunidad tan singular como el pueblo de Moca. De ahí la impronta espiritual de la Mocanidad, que se refleja en esta obra del padre Batista; de ahí el influjo de la familia en la personalidad, como se olfatea en esta obra genealógica del padre Batista; y de ahí también el efecto de todos esos factores que conforman esa herencia ancestral en la espiritualidad de un hombre, un pueblo y una cultura. El padre Batista ha exaltado con la creación de esta obra la figura del cardenal López Rodríguez.

No puedo dejar de consignar que este libro tiene una redacción impecable, es decir, el autor de esta obra sabe usar las palabras con propiedad, corrección y elegancia, lo que revela que nuestro sacerdote tiene un conocimiento preciso del lenguaje, que usa con rigor, precisión y, por supuesto, se ajusta a la normativa estilística, gramatical y ortográfica de la escritura.

La obra del padre Pedro Alejandro Batista, que aborda la genealogía del cardenal López Rodríguez, nos enseña que:

  1. Sus orígenes se remontan al presbítero Juan López Fernández, primer párroco de la iglesia de la Villa Nuestra Señora del Rosario de Moca.
  2. Descubre la línea levítica del purpurado dominicano, lo que lo emparenta con una tradición de religiosidad y misticismo de su personalidad espiritual.
  3. Señala el parentesco del cardenal López Rodríguez con los tres presidentes de origen mocano y con héroes nacionales oriundos de nuestro pueblo.
  4. Ejemplo de rigor metodológico en la investigación genealógica, como rama de la historiografía es una magnífica obra para conocer el pasado de Moca.
  5. Redacción impecable con un lenguaje claro, correcto y comprensible, afín a la expresión formal de la lengua discursiva con base conceptual.
  6. Esta obra confirma que los archivos parroquiales constituyen una fuente primordial para el conocimiento de los datos genealógicos de pueblos, familias y personas.
  7. Comprende este libro una recopilación de datos referenciales no solo de los antepasados de nuestro cardenal, sino que aporta informaciones lingüísticas, sociales, religiosas y culturales de nuestro pueblo.
  8. Esta obra constituye una manera historiográfica de conocer y exaltar la figura señera de nuestro cardenal López Rodríguez.
  9. La obra genealógica del padre Batista confirma el impacto de la herencia ancestral en la forja de la personalidad, ilustrada en la vida y la obra ejemplar, laboriosa y espiritual del purpurado dominicano.
  10. Finalmente, la confección de este libro pone de relieve al mismo tiempo la figura intelectual y religiosa del padre Pedro Alejandro Batista, acucioso investigador genealógico y valioso presbítero de la Iglesia Católica de nuestro país.

El padre Pedro Batista no imagina el inmenso bien que le ha hecho a la historia de Moca, a la iglesia dominicana y al cardenal López Rodríguez por haber confeccionado esta valiosa genealogía del eminente purpurado dominicano.

Finalmente quiero significar que la confección de este libro no solo constituye un homenaje a nuestro pueblo, sino también una manera de nosotros reconocer el hermoso trabajo literario, escritural y genealógico que ha hecho la figura intelectual y religiosa del padre Pedro Alejandro Batista, quien ha demostrado que es un acucioso investigador con una identificación espiritual con nuestro pueblo, con el pasado de nuestro cardenal y con la Iglesia Católica, de la que forma parte como sacerdote petrino. Se nota en este trabajo del padre Batista su compenetración con la Iglesia Católica, que es la más hermosa creación con que cuenta la humanidad, porque la Iglesia Católica fue la obra creada por Jesús de Nazaret. Y de ahí la huella histórica, religiosa y espiritual de nuestra iglesia en la conformación de nuestra religiosidad, fundamento de la cultura occidental a la que pertenecemos. De manera reverencial me inclino ante el padre Pedro Alejandro Batista por este grandioso aporte, por este hermoso trabajo suyo a favor de nuestro pueblo, a favor de nuestro cardenal, a favor de nuestra Iglesia Católica y a favor de nuestra cultura. ¡Enhorabuena, reverendo padre Pedro Batista, con mi reconocimiento y mi distinción!

 

Bruno Rosario Candelier

Presentación del libro del padre Pedro Batista

Moca, Teatro Don Bosco, 15 de noviembre de 2019.

Notas:

  1. El padre Pedro Alejandro Batista nació en Mata Grande, San José de las Matas, República Dominicana, en 1968. Sacerdote de la arquidiócesis de Santiago de los Caballeros, licenciado en filosofía por la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra y en ciencias religiosas por el Seminario Pontificio Santo Tomás de Aquino. Inició su ministerio sacerdotal en 1997 en el Seminario Menor San Pío X y fue párroco de las parroquias San Isidro Labrador, de El Rubio en San José de las Matas, de Nuestra Señora del Rosario y Santa Catalina de Siena en Moca, además de servir como misionero en la parroquia San Juan Bosco en Bayamo-Manzanillo, Cuba. Fue formador del Seminario Pontificio Santo Tomás de Aquino y profesor de historia de la iglesia universal, latinoamericana y dominicana. Su pasatiempo favorito es la investigación genealógica en busca de los troncos genealógicos de la provincia Espaillat, siendo esta su primera obra en este contexto.
  2. Pedro Alejandro Batista, Genealogía y personalidad de Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez, Santo Domingo, Amigo del Hogar, 2019, p. 17.
  3. Pedro Alejandro Batista, Ibídem, p. 19.
  4. Pedro Alejandro Batista, Ibídem, pp. 20-21.
  5. Pedro Alejandro Batista, Ibídem, p. 107.

Segisfredo Infante: «Correo de Mr. Job»

Por Miguelina Medina 

 

Al analizar esta obra de Segisfredo Infante he percibido que hay varias formas de abordarla, las cuales hay que delimitar. Me ha sido necesario leerla varias veces, pues me dispersaba al transitar la palabra para llegar al contenido íntimo, al propósito y a la razón de la obra. Esto es porque hay un mapa discursivo que hay que identificar. Así que las interrupciones largas de su lectura tampoco son recomendables para poder darle el seguimiento a sus líneas.  Es un largo discurso, esta obra, este poema, asociado no a la extensión, sino al contenido de sus versos, que hay que investigarlo en la lectura minuciosa. La fuente de la inquietud del autor está en la Biblia, en el libro de Job. Hay muchos otros datos científicos, producto del alto conocimiento del autor, con los cuales afirma y reafirma la armadura de sus discursos.

Una de las formas, a las que me refiero, el mismo autor la anuncia en la dedicatoria: “Dedico este poema a los lectores astutos del presente y del futuro”, que es un indicativo de que hay una forma enigmática de abordar esta poesía. El autor presenta claves, haciendo uso de las llaves: simples {}, dobles {{}} y una triple que abre y cierra con cuatro {{{}}}}. Esta última marca de su mapa el autor la firma con su nombre al final del libro, reconfortándonos la percepción que íbamos tendiendo durante su lectura. La firma es como sigue: “{{{ Segisfredo Infante }}}}”. Aunque el contenido de las llaves forma parte de la secuencia de las estrofas en el poema, es otro mensaje que el autor desea que descubramos. En una de esas llaves triples, por ejemplo, el autor escribe: “{{{Más veloz que la luz / el pensamiento del escritor astuto.}}}}” (p. 20). Por otro lado, el autor muestra contenidos dentro de paréntesis. En uno de esos paréntesis, por ejemplo, cita las palabras de Job en la Biblia entre comillas y cursivas: “(“Por alimento tengo mis sollozos, y los gemidos se me escapan como agua.”)” (p. 18).  Es decir, para ese estudio distinto se requiere otra presentación y no está incluida en este que he realizado.

En este estudio me voy a referir al discurso central del autor, con sus implicaciones, en la voz de “Mr. Job” y, en ocasiones, en voces de otros personajes de la historia.  Señalo que siempre queda la verdad más cierta, que es la del propio autor. Sin embargo, creo que otros recipientes pueden recibir mensajes expuestos por medio de la palabra de los poetas. Como lo enseña don Bruno Rosario Candelier en el Interiorismo, podemos entender mensajes que el mismo autor no se ha dado cuenta de que lo ha dicho, es parte de las revelaciones que la misma palabra regala a quien la ama y la respeta.  Con el respeto imprescindible, expongo mis pensamientos, pidiendo disculpas al autor, si caigo en alguna interpretación errada.

 

DISCURSO CENTRAL DEL “CORREO DE MR. JOB”   

Cuando leemos el título y leemos “Job”, desde ya nos hacemos una idea y hasta nos duele leerlo. Ahora bien, lo extraño es “Correo”. ¿Qué quiere decir esto? El autor lo dice en la página 11: “Soy el Job posmoderno/ que subsiste/ que renace/… multiplicando fragmentos/ de dolor y sabiduría”. En la página 9 también lo explica: “Soy Job… Un viajero del mundo. Penitente. Inmóvil. Tratando de escribir amigo mío anónimos mensajes electrónicos buscando con Alguien conversar”. Así que, este es un mensaje, una carta, un “correo” de parte de “Job” para los Jobs del mundo que, en estos momentos, y desde hace mucho tiempo, son abordables a través de la maravilla del Internet. El autor ha utilizado es vía remota para exponer su revelación descriptiva y su mensaje.  Por esta vía, incluso, se puede transitar en anonimato, lo cual favorece enviar y recibir esos mensajes, conformes o no conformes, pero que al final edifican aunque nos enfrenten. Las primeras seis estrofas son claves para entender el discurso central de “Mr. Job”. En ellas él anuncia que hay un misterio (“una verdad a medias”) que hay que descifrar y él la va a decir.

 

El mundo era raíz de Paraíso plácido 

cuando sin avisarme 

cayó sobre mi techo la tiniebla 

del Ángel de la Muerte 

con todas las tinieblas inmortales. 

 

Los hombres del misterio me dijeron 

que el péndulo movía mi destino 

en la más grande apuesta sobre el alma: 

Axioma indecidible 

que no es bueno ni es malo. 

 

Soy Job en el Neguev. 

En Ruanda. En Etiopía. En el Kosovo. 

En Ceylán. En Bangladesh. 

Un viajero del mundo. Penitente. Inmóvil. 

Tratando de escribir amigo mío anónimo  

mensajes electrónicos; 

buscando con Alguien conversar. 

 

Te escribo a media noche, ¿Eres discreto? 

La discreción es bella. Es lo aceptable 

de este mundo de bronce, hierro, acero. 

 

Observa, pues, amigo bueno mis entrañas  

deshechas en lamentos 

de una verdad a medias… con pócimas hebreas 

y del país de Hus inolvidable: 

¡mi copa ha rebasado hasta la muerte! 

…a medias porque puedo respirar. 

 

Acércate lector indiferente. 

Acércate a la llaga del hambriento. 

Acércate al dolor desprejuiciado. 

Has de saber acaso qué incógnitas taladran 

los huesos de mi espíritu que aúllan 

como lobos y perros en una noche triste

 

Cuando el autor explica “…a medias porque puedo respirar”, es una respuesta inicial, que nos indica que la gran verdad que quiere transmitir el autor hay que descifrarla. No es una respuesta definitiva, que soluciona el problema presentado en el discurso, porque todo su poema lo ha basado, precisamente, en la falta de respuesta a esa verdad de que Job padeció tan cruelmente, que solo le faltó morir.

En el libro de Job, en el capítulo 1 y 2 de la Biblia, se narra esto a lo que el autor se refiere con “la más grande apuesta sobre el alma”. Leamos los versos del capítulo 1, del 6 al 12 (Utilizo la Sagrada Biblia, edición de Nácar-Colunga, Madrid, 1985, 4ta. edición): “Sucedió un día que los hijos de Dios fueron a presentarse ante Yahveh, y vino también entre ellos Satán. Y dijo Yahveh a Satán: «¿De dónde vienes?» Respondió Satán: «De dar una vuelta por la tierra y pasearme por ella». Y dijo Yahveh a Satán: «¿Has reparado en mi siervo Job, pues no lo hay como él en la tierra, varón íntegro y recto, temeroso de Dios y apartado del mal?». Pero respondió Satán a Yahveh diciendo: «¿Acaso teme Job a Dios en balde?». ¿No le has rodeado de un vallado protector a él, a su casa y a todo cuanto tiene? Has bendecido el trabajo de sus manos, y sus ganados se esparcen por el país. Pero extiende tu mano y tócale en lo suyo, (veremos) si no te maldice en tu rostro. Entonces dijo Yahveh a Satán: «Mira, todo cuanto tiene lo dejo en tu mano, pero a él no le toques»”.

Y esto es lo que el autor le dice al lector: “Has de saber acaso qué incógnitas taladran/ los huesos de mi espíritu que aúllan/ como lobos y perros en una noche triste”.  A partir de ahí, entonces, el autor inicia la descomposición de su impacto en todo este libro lleno de maravillas, lo digo inmediatamente: la estética expresiva al transcribir el dolor, la verdad libre y empática que no calla, cómo hurga y expone sin miedo su impacto, es una belleza. Al autor le ha sido necesario evidenciar ese impacto, llevando a cuesta esa carga de Job y haciendo suya, también, la carga de los que igual han sentido esa misma “apuesta” divina, entre Dios y el Maligno.

 

Soy ángel y barro.  Una mixtura 

del verbo desnutrido entre la arcilla… 

El polvo de la mente se vuelve más difuso 

como espejo de estrellas; rojo que huye 

con témpanos que tragan las rodillas 

y dedos transparentes con el crujir de los huesos. 

Yo fui tan poderoso que las flores reían 

cual mujeres que mi tienda ansiaban 

y en vino derramaban sus perfumes 

La madera de Líbano epicentro 

de mi hogar obsequioso que viajeros extraños… 

…saboreaban el pan, la charla y la delicia de la vida. 

Ahí estaba YAVÉ contentando mis días 

vagando discretísimo en mi carpa 

de alfombras, cojines, inciensos y susurros, 

cerquita de mi corazón de mirra. 

… Y yo, me lo creía… 

(pp. 20, 21)

 

“Mi alma pregunta la sinrazón de la raíz de Dios” 

Aquí inician las quejas de “Mr. Job” contra Dios. Y es tal el dolor que, en este punto, utiliza la ironía por la infamia concebida: “(Quise decir Dos)” —dijo—, haciendo referencia a los Dos de la apuesta, por eso la mayúscula, porque representa nombre propio: es un símbolo que representa Dios y a Satanás.

 

Soy alma trashumante 

de un siglo de chatarras: siglo veinte 

que abdica entre bostezos y jazmines. 

Mi alma es desarmónica y pregunta 

la sinrazón de la raíz de Dios. 

(Quise decir de Dos) (p. 11)

 

Un príncipe sin patria, sin hacienda. Estoy. 

Sin padre, sin amada, descreído. Voy. 

Desheredado, sin amigos. Hoy. 

El más solo de los hombres solos. Soy 

un pobre suricata del deshecho 

debajo de un chubasco incontrolable… 

{Señor: ¿Por qué un día me sacaste de la Nada? 

¿No debiste ahí dejarme para siempre?} (pp. 18, 19).

 

TÚ inventaste la Muerte, el Caos, el Azar, la Asimetría, 

con Ley Universal de Rudolf Clausius, la Entropía. 

TÚ inventaste mi corteza cerebral 

con imagen-semejanza a la Tuya. 

Sin embargo el caballo interior está en el suelo 

mientras busco con mis ojos dislocados por el cielo 

perdiendo de la Vida y de la Muerte mi alegría (p. 20)

 

No maldigo Tu Nombre. No blasfemo YAVÉ. 

Ni el minuto imborrable que zurciste mi aliento 

a fugaces respiros de las cuerdas vocálicas. 

Solamente pregunto (pp. 20-21). 

 

Sin embargo, en medio de este innombrable dolor el autor rescata el reconocimiento que hace “Mr. Job” de la maravilla de la vida que es Dios mismo (p. 21):

 

Por ti es que he percibido la alegría 

de mujeres lozanas, cataratas de estrellas 

y los niños aplaudiéndole a la vida: Karin: Mía. 

{Amo a YAVÉ con el dolor del alma 

como se aman las ausencias insondables 

que elucubran don Escoto Erígena… 

Las hormigas te aman. Mi corazón te ama 

al margen de ecuaciones cerebrales 

o axiomas “negociables” al decir de Lakatos.} 

{{Te amo simplemente porque sí 

como el agua que salta del manantial}}. 

 

Aun así, “Mr. Job” completa su queja. El autor utiliza unas palabras tan hermosas y perfectas que, si no se tratara de una herida mortal, hasta pudiéramos exaltar el dolor que produjo tal estética (p. 21):

 

“Lo que taladra el tuétano es el ser elegido 

en esa apuesta ardiente contra lo frágil mío. 

Contra la pobre carne de los pobres 

sin valor de vivir; sin valor de morir. 

Quisiera penetrar el objetivo 

de tanto sufrimiento humano”. 

 

“El Job posmoderno” también conoce de Jesús y de su obra en la Cruz en los tiempos remotos posteriores al que él vivió. Y sabe, además, que aquel “Ángel del Señor¹” que se presentaba ante él, era el mismo Jesús. Por eso le reclama, haciendo alusión de que desde entonces él lo veía todo, conocía su vida y, por tanto, esto lo desgarra más al sentirse víctima de esta “apuesta” enardecida, inexplicable e incongruente, aparentemente. Por eso dice “Exijo” no dice ‘pido’.

 

He amado y leído. ¿Qué me queda? 

Vindicar mi derrota y este dolor eterno 

de haber dado completo el manantial del pecho 

a cambio de una copa de vinagre. 

Tengo sed y lo único que tengo, que me queda, 

son mis huesos y un poco de mi Espíritu. 

[…] 

Exijo que el Ángel del Señor 

en esta hora amarga, austera, sola, 

se rebaje a la tierra a obsequiarme algún ágape. 

Que venga con el rostro del rocío 

a humedecer las arrugas y este dolor de calcio. 

Pues la voz sapiencial de mis “amigos” 

–después de siete noches de silencio– 

hoy me parece vacua. 

 

Y añado que este es un discurso de doble salida: es queja y es defensa. Su queja la traslada a una defensa hacia Jesús y su obra redentora en la Cruz –que para muchos es sin valor, totalmente– y con ello resalta, además, su ‘muerte de cruz’ que era una de las más deshonrosas muertes que existía. En Fil. 2:8 se subraya este hecho de su muerte: “y muerte de cruz”, dice. Esta literatura de Segisfredo Infante es grandiosa: tanto es una fuente que se mueve con ondas que no podemos atrapar como con ondas que, solo si nos apresuramos en el momento de la luz, la atrapamos. Ojalá que mi estudio sea una de esas ondas de luces atrapadas, señor Segisfredo.

 

Mis “amigos” presionan 

–Hamurabí les habla– 

que declare mi autocrítica a YAVÉ y los hombres. 

Que monte el carrusel de mis defectos 

para el hazme reír de los malvados… 

 

Otra de las respuestas a la pregunta: ¿por qué el autor nombró “Correo”? a este poema es porque el “Job posmoderno” está utilizando el beneficio de la programación remota —en el término informático— disponible desde hace tiempo —pero no en sus tiempos, obviamente—. Entonces “Mr. Job” consulta con personajes como este, Hamurabí (p.22), que vivió en el siglo XIV a. C. mucho antes que él, que fue en el siglo VI a. C (según los datos consultados en Internet). El autor utiliza los recursos existentes de la ciencia para hacer su discurso de la posmodernidad posible en su personaje. Como este personaje hay muchos otros de tantas otras ciencias en este libro.  En su discurso “Mr. Job” reflexiona hondamente, y con el poder de su consciente reclamo pasa a realizar sus reproches a sus amigos:

 

No me llamen a juicio. Ningún Juicio: 

Mi vida es llaga breve 

saciada de miserias y de afrentas, 

Soy huérfano total 

en el borde universal. 

Tristeza poderosa se apodera 

de mi agrietado-empantanado ser. 

(Que el mismo Dios me defienda 

de mis doctos “amigos” y del Dios hiriente) 

(pp. 22, 23).

 

  Verdaderamente Mr. Job se siente inocente y agraviado (p. 23): “No recuerdo mi pecado que haya sido / más grave que soñar el Paraíso”. / […] / “Nada saben de piedad mis oponentes / que dicen ser amigos en esta hora ajenja / poblada de rasquiña, desolación y tejo”. / […] “Ingenuas-sapienciales son las preguntas mías / que amigos con sus gestos hoy quebrantan”. 

Y está muy consciente de que no es un pecado preguntar a Dios sobre su mal y reafirma su derecho (p. 24): “Saludable clemencia es lo que ansío / y un poco de agua fresca que ilumine mi lengua. / No quiero la arrogancia de nariz respingada de mis doctas visitas / que saben perorar literatura”. Pero Mr. Job también está consciente del peligro de sus preguntas: “Preguntas tenebrosas son las mías –las mías / buscando lucecitas más allá del Océano”.  Y ahí mismo está la respuesta de una vez a esta aclamación: “Se adueñan las tinieblas de mi Espíritu / y sangra tembloroso el corazón fallido”. 

  En su auscultación profunda “Mr. Job” encuentra que su búsqueda es una búsqueda sin respuesta, pero presiente, en su antigua íntima relación con su bondadoso Dios, que algo no anda bien con él“{La mente se traiciona cuando el dolor es fuerte}” (p. 23). La respuesta que encuentra es el silencio. Recordemos un momento estas palabras de David en circunstancias de dolorSalmos 77:9, 10: “¿Cesó para siempre su piedad? ¿Se acabó lo que prometió para generaciones y generaciones? ¿Se ha olvidado Dios de hacer clemencia? ¿Cerró airado su misericordia?”. Para luego reconocer, en su auscultación profunda, lo siguiente (versículos 11 y 12): “Me digo: «Mi dolor es éste: que se ha mudado la diestra del Altísimo». Me acuerdo de las obras portentosas de Yahvé, recuerdo tus antiguas maravillas”.  Mr. Job también describe la aparente compresión de sus “amigos” (p. 25): “Yo veo en torno mío / una desolación que finge ser paisaje; / […] / El paisaje me basta / y se basta a sí mismo en mi desgracia / donde sólo me acompañan las tinieblas / (Mis ojos nunca-nunca / volverán a las mieles de la dicha)”.

Finalmente se siente desvanecido y reconoce que necesita del mismo Dios que ha conocido y que se ha ensañado contra él. En su vacío encuentra la inmensa luz de Dios y la respeta a través del dolor, respeta la lucha desigual en donde, necesariamente, se debe quebrar ante Dios —inescrutable y soberano—, que en un tiempo fue todo bondad y amor para él como lo ha expresado. Dios, que hizo todo hasta los recónditos escondites del alma de los hombres. Ahora “Mr. Job” deja la ironía al nombrarlo “viejo amigo”. Entiende que el contender con Dios es lo que debe quitar de él, que aparentemente no sabía que esto existía dentro de él. Leamos la postración grandiosa de Mr. Job (p. 27):

 

“(¡Ay, YAVÉ, fortalece en esta hora mis rodillas!)  

Dios me suelta la mano 

apartando sus ojos 

del espacio que ocupo… 

Es como el Arco tenso 

en actitud de ataque filosófico 

sobre la flecha inmóvil 

y el blanco seguro de mi muerte 

[…] 

Te respeto YAVÉ con el dolor que clama 

la luz que me anonada ante la Nada 

Quisiera hablar contigo ante la Muerte 

 

Te invoco ante el abismo de los cielos 

–con azul al revés que mira desde abajo– 

y TÚ no me contestas viejo Amigo… 

Indigno de tu nombre impronunciable 

habitas en regiones para mi “dicha” herméticas

{…Pero es que todo este silencio me conduce al suelo}.

 

¡¡Bravo!! Grandiosamente edificante, señor autor. No hay otro lugar para presentarnos frente a Dios —enseña “Mr. Job”— que no sea desde el suelo, la cabeza baja. Ha reconocido que el mayor dolor del silencio de Dios es su mayor “dicha”, lo que antes era desgarrador: “(Mis ojos nunca-nunca / volverán a las mieles de la dicha)” (p. 25). La plenitud de Su conocimiento no es posible recibirla y mantenerse con fuerzas, todas se pierden ante la grandeza de la Luminosidad que lo penetra. Todo se tapona para morir y nadie comprendería tal muerte, solo Él que lo permitió. Por eso muchas veces calla, porque dar la respuesta brusca, sobre el dolor que sentimos, puede dar mal salida a los latidos de un corazón que trajo establecidas las frecuencias normales de su latir. Ahora Job lo ve más claro desde la posmodernidad y lo explica a los cibernéticos amigos, que él entiende necesitan su consuelo inteligente y sabio, porque ellos sufren como él, no como sus llamados “amigos”, por eso los califica entre comillas”:

 

“{{{Página de Internet; Página de Papiro; 

Amigo del cibermundo 

a ti desgrano mis penas. 

Perdona la digresión de un corazón de yerba 

que palpita con lluvia intermitente 

sonando melancólica en el zinc 

de casa abandonada en el postrero. 

Mis tres “amigos” mejores 

y “mi” mujer en comillas 

siguiendo al viejo Zenón 

me ofenden año tras año 

con el múltiplo de nueve; 

son tortugas infinitas; 

que ascienden paradójicamente al cielo. 

[…] 

A propósito de múltiplos de nueve 

prosaicos hacia abajo, hacia arriba, hacia los lados, 

el Papiro Matemático de Rhind 

tiene granos de trigo de cosecha perfecta. 

[…] 

(La luna, la lluvia y las ausencias 

Son consuelos incógnitos de algún amor perdido).}}}}”

   Y, si nos damos cuenta, este discurso que acabamos de leer está firmado por Segisfredo Infante. Todos los discursos del libro son de su autor, pero en su técnica escritural revelada hace ciertas aclaraciones. Esto es hermoso. Subrayo que no he descifrado todos los símbolos de Segisfredo Infante. Si lo digo estaría mintiendo. He dicho, en la primera página, que otro estudio hay que hacer a este libro Correo de Mr. Job. Está pendiente, porque hay que evitar esto que el propio autor dice: {La ofensa sustituye a la verdad} (p. 26).

 “A propósito” de la “mujer” de “Mr. Job” —que él mencionó en el pasaje anterior—, leamos la evocación que él hace de sus hermosos momentos íntimos con su amada:

 

“…un día el arco iris me obsequiaba 

con hijos, con gaviotas, esposas y océanos… 

Recuerdo ahora incluso los repliegues 

de mi Hamada esperándome en la alfombra; 

Sus lavas exquisitas huyendo de norte a sur 

por la ranura geológica deseante 

vadeando la rica comisura de sus labios 

hasta bajar al pozo que insinuaba Stephen Hawking” (pp. 19, 20).

 

Ahora expongo los discursos que “Mr. Job” dice sus “amigos” (pp. 28, 29): 

 

Mis “amigos” se allegan. Me amedrentan. 

Vituperan consejos. Yo les digo 

que jamás aconsejen las heridas 

derramadas en el llanto del Mar Muerto. 

Soy la estatua de sal contra el olvido 

que el aguacero airado desmorona. 

 

… No Zofar… ¿Acaso te equivocas? 

Yo me niego a las riquezas y auroras esplendentes 

No quiero regalías ni del Bien ni del Mal. 

Una sonrisa fresca de YAVÉ bastaría para morir en paz […] 

Ninguna interrogante es tan absurda 

como absurda es tu impiedad. 

 

Elifaz me calumnia  

en mi tratar a la gente. 

Ignora que he explorado la soberbia 

de seres poderosos planetarios: 

ignaros, iracundos, ignorantes, infraternos. 

 

Por alguna razón, que ya todos intuimos, “Mr. Job”, antes de discursar de Bildad, habla nuevamente arrastrando esa herida que siente de Dios, así lo rescata el autor:

 

El HACEDOR hace amargos los gemidos 

de un pobre minusválido del cuerpo 

pero también del alma 

que interroga fuertemente por el Zer y el Destiempo 

de su vida marchita (p. 30)

                                                                                          

Bildad me dice cosas que conozco 

hasta el lodo, Bildad 

es ortodoxia pura, cosmología, 

que rima demasiado con belleza 

y con hilachas poderosas de maldad. 

 

Elihú se repite hasta el hartazgo 

como ángel de latón sonando lata 

en el dogma y el vacío de sus sueños 

absurdos en el hielo y en el Ello 

de la infraternidad (p. 33)

 

Y cierra su discurso a los amigos de la siguiente manera (aunque Elihú era un amigo diferente “Mr. Job” tampoco se sintió conforme con él, él dice “tres amigos”, pero son cuatro, finalmente lo dice):

 

Mis “amigos” se solazan 

ocultando sus defectos 

agujereando mis carnes 

y adulando al Dios eterno. 

Mis “amigos” se autoalaban 

en falsa sinceridad. 

Los “amigos” encarnecen 

mi silencio y mi discreción. 

Ellos ahora caminan 

sobre el fémur del defecto (pp. 33, 34).

Más sabio que Elifaz es Epicuro, 

que Bildad, que Sofar. Mis tres “amigos”… 

Que Elihú el entrometido… tres más uno… 

pues nadie en esta fiesta le ha invitado (p. 38).

 

Discurso de la hermandad de Segisfredo en voz de “mr. Job”   

(Me permito algunas diferencias en la colocación de los versos, mas no en el orden secuencial del sentido. Solo por motivo de espacio. Con todo respeto) (pp. 34-37).  

Tendrán Ustedes el chance/ de burlarse de mis huesos yo les digo 

 hasta tergiversar los hechos indiscutibles… Nadie contestará la oquedad silenciosa de lo grave. Pero entonces cosecharan el lodo impuro de la causa infame. 

Insistiré, yo les digo, en la inocencia anoréxica de los niños que ahora mueren 

con el hambre dibujada en sus semblantes… 

Insistiré en la inocencia singularmente desnuda de esqueletos sobrevivientes 

 de prisioneros de guerra. 

Preguntaré por el cáncer sonrosado de los niños que cada día enmudecen 

 en henos inexorables. 

Insistiré en la pureza de los pobres sublimados  

en los hornos crematorios, sin Tora; sin Aleluya. 

Insistiré en la pureza de los niños “anormales” 

 que fueron asesinados en número de setecientos por la pronazis de Viena… 

Indagaré el desamparo de una niña violentada. Preguntaré por la suerte de las esclavas mulatas, ofendidas in extremis en los tiempos coloniales. 

Preguntaré por las guerras y su blanco sinsentido. El plateado de la Muerte de Hiroshima y Nagasaki. En Chernobil. Por el “SIDA” que se adquiere en hospitales sajones: relumbrantes y limpísimos con transfusiones de sangre. 

Indagaré la tristeza en la mirada perdida de un hombre que en relámpagos y truenos 

 de la nube Fonseca atisba poquito a poco el imposible retorno de su huraña 

 Bien-Hamada: en plumas de garza desde el lago de los sueños. 

   Tal parece, Segisfredo, que el paso anterior al cielo es este derramamiento de nuestra propia sangre, en nuestra propia cruz, a favor de los demás, como la está derramando usted ahora en esta obra, Correo de Mr. Job. Inmensamente, gracias.      

“Dios mío, Dios mío  ¿por qué me has abandonado?” 

   Extraigo esta frase de la Biblia porque, como Jesús, Segisfredo se ha inmolado al dar vida a Job en “Mr. Job”. Segisfredo rescata al Job olvidado, pero que está muy presente aún en esta época posmoderna. Job también estuvo en la Cruz. Esta voz de Segisfredo en el discurso de “Mr. Job” es la desembocadura de aquel Job. En las voces del autor la palabra sepultada de Job fue resucitada, la misma palabra presionó el corazón hipersensible de Segisfredo, y a él dictó su voz. Mucha gente ha entendido lo mismo, seguramente, pero el dolor de aquella “apuesta”, nadie —o muy pocos— se atreve a pronunciarlo como era necesario hacerlo: de frente, con su verdadero nombre. Ha sido honroso leer esta manera honesta de escudriñar y exponer del autor. Muchos han querido ocultar este detalle al analizar el libro de Job. Preguntamos a Dios, nos quejamos de Dios, culpamos a Dios. Segisfredo ha expuesto que Job lo hizo, mas encontró consuelo en su honestidad frente a Dios.  Que el mundo pregunte a Dios, pero hacerlo desde el amor hacia su Hacedor y con humildad, sería lo mejor. Pero si no puede, que espere la respuesta sublime porque vendrá, como le sucedió a Job. Segisfredo predica que este dolor de sentirnos abandonados por Dios tiene consuelo. La más grande respuesta en ese silencio tormentoso y adolorido es una “dicha”, reconoció “Mr Job”: «“habitas en regiones para mi “dicha” herméticas”».   Que el mundo sepa que Job no quedó sin la perfecta respuesta sanadora que ansiaba. El Dios de Job era bueno; Job lo reconoció en su espantoso dolor solitario. Job trascendió los tiempos. Segisfredo Infante lo rescata en una plataforma imprescindible, favorecida por el Mayor Tecnológico, el que hizo las redes del cerebro como una primicia ancestral de las grandes redes alambradas que posteriormente vendrían, desde las ondas captadas por los grandes equipos trascendentales de la ciencia.

Jesús, en su acto de inmolarse en la Cruz, se sintió abandonado, como Job, como “Mr. Job”, símbolo de todos los que sufren indeciblemente. Todo sufrimiento es grande —no hay uno pequeño— y el autor rescata con dignidad todo ese dolor en la sanación de Job. Por supuesto que la primera palabra está expresada en la Biblia, y Segisfredo ha sido un intérprete rescatador del amor de Dios. Él que lo ha visto directamente.  El autor nos dice, también, que Job conoció a Jesús en su propia época, era el “Ángel del Señor”, como ya vimos. Como Jesús, Segisfredo pregunta e indaga. Pero él mismo dice de qué manera inquiere (p. 30): “No huyo del dolor. Ni del saber. Ni del jugo del placer. Simplemente es mi hambre espiritual que en el fondo desearía comprehender”. Muchos estudiosos dan respuesta a esta pregunta de Jesús —que traje a mi conclusión— y expresan que toda la carga del pecado del hombre estaba siendo recibida por la persona humana de Jesús, y en esta separación de pecado —entre Dios y el hombre— Dios calla, se separa, hace silencio, hasta que Él lo considera. Esta sumisión debemos tenerla, —lo entendió “Mr. Job”— sin dejar de llevar nuestras quejas a Su altar, como lo hizo Jesús. Jesús en su obra redentora tuvo que hacerlo porque tenía naturaleza humana y solo así iba a poder comprenderse el dolor de estar separados de Dios. Esto está predicado en este libro de Segisfredo, en voz de “Mr. Job”, que es la misma voz del autor, repito.  Quiero expresarle a Segisfredo que los grandes hombres son privilegiados de ver a Dios directamente. Cuando esto les ha sucedido lo predican grandemente, como ha hecho él con sus palabras.   Le pasó a Blaise Pascal, por ejemplo. Y transcribo algunos enunciados del estudio del teólogo, e interiorista, Luis Quezada Pérez, titulado “Del logos de la razón al logos del corazón”, presentado el 28 de diciembre de 2019, en una reunión del Interiorismo —fundado por don Bruno Rosario Candelier—, en el Centro de Espiritualidad San Juan de la Cruz, Las Lajas de El Caimito, La Torre, La vega. R. D.:

El sueño único de la razón produce monstruos a la larga. De sueño, se torna pesadilla.            * Pascal sabía que la naturaleza humana demanda RAZÓN, pero también demanda algo más allá de la misma, que es el MISTERIO. * Pascal señala que aquella noche del 23 de noviembre de 1654, él pasó “de la razón a la revelación”, “de la razón que piensa a la razón que ama”. * No he encontrado otra definición mejor sobre la Revelación: “la razón que ama”. De ahí que expresara que “toda la Escritura se resume en el amor”.

 El mismo Luis Quezada lo dice en su poema, “Busqué y encontré”, presentado ese mismo día: Busqué el saber/ y mis pensamientos se diluían ante mi vaciedad. / Busqué hacer cosas grandes, novedosas, / imperecederas, / pero la sed no apagó mi vacío. / Busqué en todo lo creado, / y mi vaciedad fue mayor. / Entonces te busqué a Ti, el Hacedor de todas las criaturas / y por fin lo llenaste todo”.

La cruz es el sitial del amor genuino. El autor lo coloca en letras grandes, al final de esta obra, pero esta verdad la ha anunciado desde el principio y exhorta que a sea escuchada, a que no seamos indiferentes de este bien que sana el dolor y da esperanzas para vivir: “Acércate lector indiferente. Acércate a la llaga del hambriento… Soy ángel y soy barro. Una mixtura del verbo desnutrido entre la arcilla” (p. 10).

Don Bruno, le confieso que usted también está siendo misionero del mensaje de amor que predica el autor, pues es en este mes que el mundo celebra el nacimiento de Jesús: dos hechos históricos que son los que han dado la vida a la humanidad. Aquí ha quedado predicada la obra de Jesús en la Cruz. Muchas gracias, infinitamente.

Mensaje final de Segisfredo Infante: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto vivirá”. 

 Termino con los siguientes versos de Segisfredo Infante, a quien le expreso intensamente mi gratitud por su amor a la humanidad. En la voz de “Mr. Job”, y de otras voces en versos, él nos dice lo siguiente (pp. 52-60):

 

No pongo en la boca de YAVÉ 

Mi lenguaje circunciso-incircunciso 

como hacen los fanáticos del mundo. 

No pongo en esa yave de YAVÉ la clabe 

pero ansío algún misterio delicioso descifrar. 

No demuestro a mi YAVÉ. Ni tampoco lo refuto. 

No soy gnóstico ni agnóstico. 

Solo sigo el camino intransitado 

hacia el hondo Himalaya de mi vida… 

Porque mi Dios se distancia del logicismo de Leibniz 

y del geométrico sendero de Spinoza. 

Mi Dios es personal.  Zarza pura 

que farola intangible los extraños fragmentos de la Historia concreta. 

Mi Dios omnipresente… 

se expresa en lo pequeño 

del hueco incontrolable 

del átomo travieso y del dolor del Hombre 

en infinitas conexiones cerebrales. 

JESÚS histórico me justifica: 

Su carne, su saber y su saber me justifican: 

su frase terrenal más grande que el Universo 

igualmente me justifica: 

“YO SOY LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA;  

EL QUE CREE EN MÍ, AUNQUE ESTÉ MUERTO VIVIRÁ” 

… 

Muero en el justo momento 

que comenzaba a pensar 

el concepto de lo Bello, 

lo intuitivo, lo intangible 

lo imposible de explicar. 

La columna de mi vida 

comienza a resquebrajar.  

… 

Ahora lo comprendo toditito 

que mi Salmo prosaico es menos digno 

que los Salmos del David poeta… 

Que la Ciencia que me gusta tanto-tanto 

nunca-nunca me separe de Tu Nombre, 

me separe de tu brisa. 

… 

Tu Nombre lo decide todo. 

… 

Soy rebelde en el Amor. He sido 

ese rebelde que pregunta todo, 

que digresiona todo. 

Pero rebelde en el Amor profundo 

hacia el Príncipe, de Amor, Impenetrable. 

 

El amigo contesta semimudo 

con Wittgenstein acaso semi-Aurelio 

acerca del sentido de la Vida 

de un terrible poema inacabado: 

Cataclismo de Job es el silencio. 

Esas llagas de Job son el consuelo. 

 

“Comparto ese dolor. Ese misterio. Del hombre pequeñito. En los mares gaseosos del Abismo…  Nuestro Job aparece, reaparece cada siglo reclamando escarnecido. Preguntándole a YAVÉ lo impreguntable. Respondiéndose a sí mismo en el dolor de Cristo”.Segisfredo Infante, Correo de Mr. Job, Tegucigalpa, Honduras, Editorial Universitaria, 2005.

El pensamiento creador de Segisfredo Infante

DIMENSIÓN FILOSÓFICA, ESTÉTICA Y MÍSTICA

 

Por Bruno Rosario Candelier

A

Fausto Leonardo Henríquez,

explorador de la cultura catracha.

 

Dimensión teorética de la intuición conceptual 

Cuando Segisfredo Infante asume la palabra para explicar el mundo se auxilia de tres vertientes conceptuales, estéticas y espirituales. En primer lugar, concibe la existencia del sujeto pensante, es decir, la persona que reflexiona, que contempla la realidad de lo viviente, y entonces testimonia lo que percibe cuando entra en contacto con el mundo. El hecho de que un creador asuma el pensamiento y la creación poética es un factor favorable al desarrollo cultural de su país. Acontece que cada persona tiene la posibilidad, desde su sensibilidad y su conciencia, de ponerse en contacto con el mundo, y ese contacto lo hace desde la sensibilidad y la conciencia del sujeto que piensa. Él visualiza la primera instancia al ponerle atención para explicar el mundo, porque el mundo no existe para la conciencia si no hay quien lo piense. Si nadie piensa el mundo es como si no existiera, y ese planteamiento lo hace el pensador y por eso la importancia que tiene en su filosofía la instancia del “sujeto”.

El sujeto es la persona que piensa, intuye, habla y crea en virtud de la dotación del Logos de la conciencia. El individuo se sitúa en la realidad y se establece en una determinada circunstancia natural, social y cultural. Sucede que todos estamos instalados en el mundo y compartimos algo del Universo en la circunstancia que nos ha tocado vivir, y esa es la tarea de cada persona como sujeto: ponerse en contacto con el mundo y dar testimonio de ese contacto. De hecho, lo que hace a los escritores, a los intelectuales y creadores es justamente colocarse ante la realidad y testimoniar lo que perciben de esa realidad desde su propia percepción del mundo.

En su reflexión filosófica, el pensador hondureño Segisfredo Infante concibe tres instancias para la contemplación teorética: el sujeto que piensa, la realidad que apela al sujeto pensante y el pensamiento que produce la conciencia del sujeto sobre la realidad. Se trata de una valoración del pensamiento, la intuición y la revelación de la esencia, el valor y el sentido de fenómenos, cosas y efluvios: “El pensamiento resulta ser, como un ente emanado desde un objeto orgánico complejo, en su desarrollo subjetivo posterior, algo excesivamente importante en la evolución del Universo entero. Es como una tercera realidad que involucra, sin prejuicios, en un comienzo, al pensamiento mítico, al poético y al revelado. Tal pensamiento “revelado” originario lo encontramos en la profética de los hebreos, los antiguos pensadores griegos, cargados de poesía enigmática. Sin olvidar a la buena literatura hindú; y al “yin” y el “yan” de los chinos inmemoriales” (1).

La realidad es la segunda instancia a la que Segisfredo Infante le pone atención. Obviamente todo pensador, al pensar el mundo, piensa la realidad al darse cuenta de que está ante una evidencia constatable. A la realidad nos enfrentamos todos, y todos estamos instalados en una realidad, Constantemente estamos en conexión con la realidad. Una conexión que es sensorial a través de nuestros sentidos materiales; que es intelectual a través de nuestra mente o intelecto; que es afectiva a través de nuestra sensibilidad; que es espiritual a través de esa dotación singular de la conciencia que nos enaltece a todos los humanos. Entonces, ante la realidad, que es la que aporta a toda disciplina una cuota de su ser, una cuota de su existencia, de su condición física y de su condición suprasensorial, porque acontece que la realidad no es solo la dimensión material que percibimos con nuestros sentidos corporales. La realidad tiene una dimensión inmaterial, mucho más importante que la misma dimensión material.

El pensador se sitúa ante una realidad, ante la cual también se sitúa el poeta, pero pensadores y poetas procuran desentrañar, mediante conceptos e imágenes, lo que la realidad le ofrece. Si cada uno de nosotros enfoca su propia realidad puede apreciar diferentes matices y vertientes que permiten imaginar y pensar el mundo. La realidad sensorial y la realidad suprasensible inspiran imágenes y conceptos que el intelecto traduce en una obra de reflexión filosófica y creación poética, como lo ha hecho el pensador y poeta de Honduras, que plasma en su obra filosófica Fotoevidencia del sujeto pensante y en su obra poética De Jericó, el relámpago y Correo de Mr. Job.

En el libro de Segisfredo Infante, Fotoevidencia del sujeto pensante, hay un recuento de diversos planteamientos filosóficos de los principales pensadores que del mundo occidental, pero nuestro pensador no se conforma solo con hacer una síntesis de lo que han aportado los filósofos, sino que él, al tiempo que sintetiza, también aporta su propia reflexión teorética como pensador. Realmente cuesta pensar, de hecho, nuestra cultura no nos enseña a pensar y esa es una de nuestras deficiencias. No nos enseñan a pensar y cuando aparece alguien con esa capacidad reflexiva, como Segisfredo Infante, hay que saludarlo y celebrar su existencia  como pensador que presenta su punto de vista cuando observa la realidad como lo han hecho los pensadores que en el mundo han sido.

Segisfredo Infante, situado ante la realidad de lo viviente, concibe el pensamiento como un milagro de la creación, atizado por la “materia organizada” que se refleja en la conciencia: “Las diversas expresiones del pensamiento más o menos articulado se presentan, frente al Hombre histórico en sí mismo, como si fueran la culminación de un milagro universal, al grado que inclusive los ateos confesos y los materialistas-deterministas se impresionaron al escribir, y describir, en otros tiempos, a la “materia altamente organizada”. No hablamos, aquí, solo del pensamiento racional positivo, ni tampoco del edificante, sino de cualquier pensamiento humano, anexándose el lado negativo, el apasionado, el desbordado y el aparentemente irracional, porque la irracionalidad posee sus niveles ascendentes y descendentes, incluyendo en este sendero el proceso de la metáfora; la fábula o la rigurosa poesía. Los expertos en neurobiología del cerebro, y los apasionados en inteligencia artificial, que aspiran a alcanzar la verdad última en este laberíntico tema, dejarán siempre rincones inexplorados, incontestables; o fisuras tectónicas imperceptibles, e insondables; porque en cierto modo el pensamiento abarcador del hombre es más complejo y aleatorio que los saltitos cuánticos de las partículas subatómicas” (Fotoevidencia11).

Los primeros pensadores de nuestra cultura occidental fueron los pensadores presocráticos, que supieron instalarse en la realidad, contemplar la materia organizada de la naturaleza y, producto de esa contemplación de la realidad, comenzaron a teorizar en torno a las manifestaciones de la misma realidad, a decir, lo que percibían de su entorno, del ordenamiento de lo viviente, de todas las manifestaciones físicas y metafísicas que el mismo Universo ofrece permanentemente, porque  en todas partes del mundo hay señales, irradiaciones, destellos, estelas, voces e imágenes que vienen del Cosmos y, mediante ondas electromagnéticas, tocan las neuronas de nuestro cerebro con singulares mensajes trascendentes y sutiles.

Nosotros somos sujetos con capacidad para entender algunas señales del Universo, para captar algunas irradiaciones profundas a través de sus ondas electromagnéticas que se manifiestan en la luz, en ondas y estelas misteriosas que circulan por el orbe. Eso no es un capricho,  ni una suposición, ni una ilusión de un pensador o un poeta. Es una realidad, como lo ha demostrado la ciencia de la física cuántica, que ha certificado que el Universo es una red con múltiples circuitos y señales, con sensaciones y efluvios, y nosotros estamos insertos en esa red cósmica, en un enclave de esta estancia terrestre conectado desde nuestra sensibilidad profunda con la esencia sutil de lo viviente.

Los antiguos pensadores presocráticos pensaron el mundo y desde entonces han existido en todos los tiempos y culturas, en todos los pueblos y lenguas, personas que han experimentado esa inquietud intelectual, estética y espiritual. La inquietud de conocer para saber por qué y para qué estamos en el mundo y cuál es la razón de ser de nuestra estancia en la tierra. La autoconsciencia, que es la reflexión del propio sujeto sobre su conciencia, para Segisfredo Infante es una de las evidencias más impactantes de la condición humana por el hecho, objetivo y constatable, de que podemos pensar la realidad, pensar que pensamos y pensar el pensamiento sobre la realidad, rejuego de la conciencia con su poder de reflexión, intuición y creación. En tal virtud, Infante Tejeda percibe diversas manifestaciones de la realidad: 1. La realidad de las cosas. 2. La realidad de las palabras. 3. La realidad del pensamiento. 4. La realidad trascendente (el ámbito sutil de lo existente). 5. La realidad mística.

En sus planteamientos reflexivos nuestro pensador habla de una tercera instancia que tiene mucha importancia para él, que es “el pensamiento”. El pensamiento en el que se introduce nuestro pensador (los pensadores que se han dedicado a pensar infieren que  tenemos la capacidad para pensar la realidad, pensar el pensamiento y testimoniar lo que pensamos mediante la palabra. El pensamiento no es más que el fruto de la reflexión intelectual sobre la realidad, que el sujeto pensante asume y recrea en sus detalles sensoriales y suprasensibles, y como resultado escribe sobre la realidad, sobre el sujeto que piensa la realidad y sobre la creación que genera el pensamiento.

Hay una adecuación o una coherencia en esos planteamientos que hace el pensador hondureño Segisfredo Infante, quien concibe el pensamiento como un milagro de la creación. Nosotros, como sujetos pensantes y hablantes, creamos el pensamiento como expresión de esa dotación intelectual, y creamos poesía en virtud de la dotación intelectual e intuitiva que recibimos de lo Alto justamente porque somos seres humanos creados por el Padre de la Creación, que se manifiesta en la palabra según el concepto originario que concibió Heráclito de Éfeso cuando ideó el Logos para referirse a la dotación del intelecto que genera la energía interior de la conciencia en cuya virtud podemos reflexionar, intuir, hablar y crear. Por esa razón Segisfredo Infante dice que el pensamiento es un milagro, en virtud de lo hermoso que es darle forma a una idea que nos surge ante la contemplación de la realidad. A menudo nos surgen ideas e imágenes con sus emociones inherentes cuando contemplamos una planta, una noche estrellada, una tarde lluviosa, o cuando nos sobrecoge una nostalgia, un dolor, una angustia o un momento de felicidad o una vivencia de infinito, y entonces eso produce en nuestra conciencia un pensamiento, una palabra, un poema. Ante la realidad generamos dos manifestaciones fundamentales a las que dan cuenta filósofos y poetas: los conceptos y las imágenes que forjamos de las cosas.

La primera gestación de nuestra conciencia es el pensamiento, porque tenemos la capacidad para crear conceptos de las cosas, que Segisfredo Infante lo plantea en su libro. Al observar la realidad forjamos en nuestra conciencia un concepto de esa realidad y podemos definir y valorar las cosas, crear un concepto de cualquier sensación de la realidad, y eso nos convierte en seres pensantes y creadores.

La segunda vertiente que produce la contemplación de la realidad es la gestación de imágenes de nuestras percepciones entrañables, porque la realidad la podemos explicar como concepto y sentirla como imagen; y son justamente los poetas, narradores, dramaturgos, músicos, pintores, arquitectos y escultores quienes convierten en imágenes las diversas manifestaciones que perciben de la realidad, dándoles forma estética a la percepción de su intuición creadora. Así nace el arte, la poesía y la ficción.

Justamente lo que distingue a un poeta es el hecho de que cuando piensa, piensa en imágenes, diferente al hablante que, cuando piensa, piensa en conceptos. Ambas vertientes, la de quien piensa en conceptos y del que piensa en imágenes son al mismo tiempo el resultado de esa capacidad de la inteligencia para intuir el sentido de fenómenos y cosas, y eso es lo que reflexionan los pensadores, como Segisfredo Infante, cuando se dispone a pensar el mundo para dar cuenta del caudal de sus conceptos a partir de sus reflexiones, o cuando hace poesía a partir de sus intuiciones y vivencias con la valoración que él hace de la realidad.

Me gustaría seguir profundizando en esta introducción en torno al pensamiento de Segisfredo Infante porque hay mucha materia para hablar en ese aspecto del intelecto. Esa capacidad de reflexión filosófica que tiene este valioso intelectual hondureño, y esa capacidad de llevar a la poesía lo que ha observado de la realidad, es admirable porque hay una coherencia entre lo que piensa como filósofo y lo que expresa como poeta. El distinguido pensador y poeta de Honduras enfoca la soledad como un factor determinante en la vida de los hombres y los pueblos: “A pesar de las modernidades, de las posmodernidades y de las tecnologías contemporáneas, positivas en muchos casos, el sujeto individual se percibe a sí mismo, con añoranzas, impotencias y proyectos trascendentes, como si fuera una luciérnaga titilante en medio de la noche oscura de su propio tiempo particular. La soledad, al margen de la sobrepoblación mundial, es abrumadora. Es difícil medir la soledad del hombre rural, y semi-rural, atrapado aquí en la Tierra, ante el paso de las nubes poéticas y semi-caóticas, y ante la sobrecogedora lejanía de las estrellas. Es difícil medir esa soledad provinciana del terrícola sumergido, parejamente, en la soledad paradójica de una población bullanguera, ruidosa, de las grandes urbes. En todo caso, la soledad se encuentra ahí, y allí, con las variaciones bucólicas del campo y las insolidaridades del incógnito sujeto urbano, desconocido por las mayorías con las cuales cohabita, y por las mismas minorías desconocidas, a pesar de la teoría de las alteridades. Esa soledad puede ser altamente productiva como en los casos del matemático Arquímedes; de los teólogos Agustín de Hipona y Moché Maimónides; y del filósofo-metodólogo René Descartes en sus habitaciones. Sin desdeñar u olvidar a los primeros místicos orientales ni mucho menos a los grandes profetas del desierto, localizados en diversos puntos del planeta disperso. O a la otra soledad que puede ser estéril, como en la de aquellos individuos ansiosos por acumular dinero excesivo, prestigio y poder; o en aquellos que vegetan, sin sentido, cada día, sin importar todo lo demás. No hay que olvidar, en este texto y contexto, que el sujeto pensante, al atardecer de la vida, se encuentra íngrimo y desamparado, en las orillas del mundo y del camino interrogante” (Fotoevidencia53).

A juicio del pensador catracho, entre los atributos de la mente humana, afirma que el pensamiento, con su poder de auto-iluminación, supera la velocidad de la luz: “Un probable fruto personal es que un “suceso” podría, muy remotamente, llegar a viajar a una mayor velocidad que la luz energética; pero nunca podría moverse a mayor velocidad que la otra luz que emana desde la cosa autopensante, “fosforescente”, que se ilumina a sí misma, y a veces desborda por todo el Universo, sin moverse apenas del lugar que físicamente ocupa. Se trata, pues, en nuestro caso, de una libre racionalidad autocontrolada. No de disparates seudocientíficos, o seudometafísicos, propios de algunos individuos que buscan fama momentánea a todo trance. Otro posible fruto personal es que tal vez podría hablarse de libertad “asintótica” de las conexiones y circuitos impredecibles de millones y millones de neuronas cerebrales, por donde fluyen, invisiblemente, las emociones, los gruñidos, los recuerdos, las palabras, la música, los símbolos, los sueños, las pesadillas y las imágenes reorganizadas del pensamiento, con sus luces mentales y sus sombras. Hasta podría añadirse, con cierto atrevimiento, que el pensamiento humano fluye inmaterialmente, invisiblemente, con alguna independencia del cerebro mismo, tal como se mueven o fluyen las partículas inmateriales, con probabilidad de “masa cero”, que interaccionan con la materia” (Fotoevidencia80).

Segisfredo Infante piensa el mundo, y da a conocer lo que piensa en estudios de reflexión filosófica. Y tiene también la sensibilidad estética como creador de poesía. Al mismo tiempo que tiene la capacidad reflexiva para formular juicios críticos sobre asuntos teoréticos de la realidad que aborda su intelecto, también canaliza lo que su sensibilidad experimenta cuando se pone en contacto con las manifestaciones sensoriales de las cosas y suprasensibles de los efluvios sutiles. En este creador hondureño se da una condición muy especial, y es el hecho de que, lo que piensa como pensador lo lleva a la poesía en la singular expresión del arte de la creación verbal. Singular ejemplo entre nuestros intelectuales, que escriben un pensamiento filosófico y ese pensamiento lo llevan a la poesía, pues en él es muy importante el hecho de que el Universo da señales profundas, pues como resultado de la Creación del mundo, obra divina en la que tenemos la fortuna de ser, como producto de la Divinidad el mundo es la más alta realidad que pone en evidencia la existencia de un creador y la existencia de una realidad física, la realidad material que nos proporciona a nosotros, sujetos pensantes en cuya virtud podemos entender, valorar y testimoniar el mundo.

En efecto, el hecho de que nuestro intelecto crea imágenes y conceptos de las cosas, perfila cuanto sucede y genera nuevas realidades verbales, es una manifestación de la energía interior de la conciencia al crear una nueva realidad, que podríamos llamar realidad estética, realidad metafísica o realidad ideal. En el siguiente párrafo se puede apreciar una descripción de Segisfredo Infante al valorarse como intelectual: “En lo personal soy Hijo amoroso de la Historia, y del pensamiento antiguo. Mis posibles raíces se hunden en la ciudad mesopotámica de “Ur”, y en los oscuros bosques visigóticos del Norte. Soy heredero del mejor pensamiento medieval, son sus riquezas artísticas. Soy un deudor directo del Renacimiento italiano y de la modernidad cartesiana y hegeliana. Respetador del pensamiento chino y del hindú. Admirador de las sutilezas breves del arte japonés. Pero también declaro haber abrevado en el principio de incertidumbre heisenberiano, y en la levedad del ser de los autores posestructuralistas y posmodernos. He navegado, en fin de cuentas, en las aguas profundas y orilleras del devenir heracliteano de todos los tiempos” (Fotoevidencia82).

Gracias a la ciencia de la física cuántica, a la reflexión filosófica, a la intuición mística y la inspiración poética, las realidades espirituales o inmateriales no son una especulación de iluminados, contemplativos y poetas, ya que se han comprobado los efluvios de la Creación mediante las irradiaciones estelares y las fuerzas sutiles, libres de la materia, que son realidades cohabitantes de la realidad del Universo en su condición de campos energéticos inmateriales: “…propongo y reafirmo que algunos campos singulares de fuerza sin materia son el territorio más fecundo para la meditación especulativa de la actualidad y de cualquier época histórico-evolutiva del futuro. Es el ámbito en que se entrelazan, o se podrían entrelazar, la metafísica verdadera y la ciencia física, en tanto que aquí podría refugiarse la madre de todas las madres. Aquí cobraría más sentido la vieja y la nueva propuesta acerca del pensamiento inmaterial, invisible, y de otras conjeturas más o menos místicas, desde las más serias hasta las menos serias” (Fotoevidencia83).

Con razón cree Segisfredo Infante que aunque la conciencia tiene su fuero en el cerebro, es una realidad inmaterial, como un soplo que se anida en las neuronas del cerebro en virtud de la dotación espiritual que conforma la esencia de nuestro ser: “Lo primero que uno piensa es que la conciencia es algo inatrapable que tal vez podría localizarse, “fantásticamente”, en algunos puntos neurálgicos del cerebro humano, en los campos visuales, como centros de convergencia y divergencia de la conciencia misma. La conciencia se vuelve como un fluido inmaterial, tal vez energético, intangible y harto paradójico, como intangibles con los fotones energéticos sin masa material, que se desplazan en línea directa-ondulatoria dentro de campos electromagnéticos. Los fotones, hijos de los electrones, son reales, y la conciencia es real, al margen de las formalidades matemáticas. Comprendo que el símil es forzado pero necesario en la relación dinámica de la presencia y ausencia de la materia, en que algunas partículas elementales, sin masa material, o con “masa cero”, portadoras de información, existen indirectamente, en los “campos” naturales o bien en el laboratorio, aunque sea en microfracciones de segundos. Con esto refuerzo mi conjetura sobre la inmaterialidad, o invisibilidad, del pensamiento superior y de la autoconciencia laberíntica, autónoma” (Fotoevidencia85).

 

Dimensión estética del arte de la creación

El pensamiento se manifiesta en imágenes y conceptos, que los poetas y pensadores formalizan en su creación. La energía de la conciencia, según la intuición filosófica de Segisfredo Infante, es el rayo luminoso del ojo consciente que atrapa la imagen de lo viviente: “La Luz del pensamiento es mucho más significativa que la luz cuántica que se mueve por medio de ondas electromagnéticas, y mucho más importante que la luz química. Las imágenes del pensamiento significan un “efecto fotoeléctrico” al revés, aunque esto pudiera molestarle al genial Albert Einstein, si aún viviera. Ya que los fotones sin masa “arrancan” una huella impresa sobre las placas fotográficas, y el pensamiento, en cambio, deja una huella más significativa sobre la huella de los fotones mismos. El cerebro fotoluminiscente del sujeto, auxiliado con la cámara de los ojos orgánicos y las neuronas electroquímicas, proyecta una vasta imagen de un nuevo tipo de Luz, sobre los nichos inmediatos, sobre los otros sujetos y sobre la existencia toda. El milagro en todo esto es que las placas metálicas lisas para los efectos fotoeléctricos, son inexistentes en la corteza occipital del cerebro estriado y las yuxtaposiciones; sin embargo, ahí, en su seno grisáceo y gelatinoso, entre el aparato óptico y la mente fugaz, se reordenan las imágenes más o menos nítidas del mundo circundante; imágenes fotobioluminiscentes que con los ojos cerrados, por momentos desaparecen; pero que vuelven a resurgir en los recuerdos y en los sueños, a veces con más nitidez que en la realidad física vulgar” (Fotoevidencia124).

Con su formación filosófica, su tendencia espiritual y su vocación poética, Segisfredo Infante pondera 4 senderos del conocimiento: filosofía, ciencia, teología y poesía, saberes que dan fundamento y cohesión a su visión del mundo y  a su creación.  En su condición de sujeto poético o creador pensante, nuestro pensador se imagina que hay un ojo que lo observa todo, y desde el ojo del creador cada sujeto visualiza la realidad que tiene delante de sí mismo cuando observa el discurrir del mundo. El sujeto poético se ve a sí mismo como el sujeto pensante, y en su expresión lírica, estética y simbólica se asume como el ojo que desde su interior observa el discurrir del mundo. En la creación poética de Segisfredo Infante leemos: “Soy ángel y soy barro. Una mixtura/del verbo desnutrido entre la arcilla./Mi bestia de Olduvai con ilusión de Hombre/mirando en la garganta titilante/el espinazo de la noche ausente./El polvo de la mente se vuelve más difuso/como espejo de estrellas; rojo que huye/con témpanos que tragan las rodillas/y dedos transparentes con el crujir de huesos” (2).

Concibo la conciencia como la pantalla del Cosmos a cuyo fuero confluyen las irradiaciones cósmicas que captan nuestras antenas perceptivas y retransmiten sus ondas electromagnéticas intangibles, como señalé en mi libro Metafísica de la conciencia (3). Esas irradiaciones sutiles llegan y salen de la mente consciente en forma de imágenes y conceptos del pensamiento y la imaginación poética. En la poesía de Segisfredo Infante, el sujeto pensante es el ojo de la conciencia que observa, recrea e intuye: “Un día este poeta entredormía/cuando un violín añejo en madrugada/por dentro de su cráneo deslizaba/pedazos de ecuaciones de YAHVEH algebraico./ La noche era tristísima./ Era bella goteando musical incertidumbre de placer,/ de dolor y de inmortal Gerundio./(No tengo fijaciones cerebrales/pues mi espada interior hace centellas/-electroquímicamente-/danzando flexiblemente)” (Correo14).

Esas espadas centelleantes de la mente del poeta que concibe los arquetipos del protoidioma de la creación, desde su ojo pensante, intuitivo y místico, canta la búsqueda y los hallazgos de su intuición trascendente: “He buscado la luz; cosechando tinieblas./Ahora no lo puedo comprender./Tal vez porque mi tacto de antiguo terciopelo/hoy cae en la vigilia de tejos y cenizas,/de “piedras derrotadas”:/las escorias sin fin./Tal vez porque caer es semejante/al desprecio inmedible/que a la carne prodigan./A mi carne que conversa en hondonadas./Que conversa en lo negro de un agujero negro/con desgarre de estrella de neutrones” (Correo17).

Desde ese ojo pensante, intuitivo y místico, el poeta de Honduras canta lo que concita su sensibilidad profunda. Todo poeta experimenta en su sensibilidad un particular estremecimiento cuando las cosas tocan su alma. Los poetas entran en contacto con las cosas mediante su sensibilidad, adiestrada para sentir y compartir, como fragua del mundo, la realidad sensorial. La realidad sensorial sugiere, susurra y concita.  Pero hay que tener oídos para percibir lo que las cosas manifiestan y ese oído especial lo tienen los poetas en virtud de su sensibilidad trascendente que han desarrollado para sentir y entender el mundo.  Al evocar la tristeza del salmista, el poeta catracho lamenta que no se valore lo que la realidad refleja por ausencia de una intuición profunda: “No debiera transcurrir, dijo Spinoza,/entre llantos y gemidos la existencia…/Pero la garza de mi vida íngrima/se pierde en las alturas de mi bruma/huyendo del gran lago de los sueños. /Porque mis ojos no alcanzan/desde la yerba en que habito/los torreones de la luz celeste./El corazón apretujada rosa/con pétalos heridos en desaire” (Correo18).

Sabe este poeta visionario de intuiciones sutiles que antiguas esencias se conservan en papiros de luz, la onda misteriosa y secreta que nuclea las partículas del ser en el trasfondo del mundo: “El ideolecto da principio en Jericó. L’arqueología de ladrillos, de aceitunas y de adobes/ hecha con el negruzco polen de los siglos./Se trata de una Hamada traslapante. Aquella indescifrable como el Pájaro/(“qua resurget ex favilla”)/que vuela desde el pozo metahistórico, rasante,/con mezcla de betún, sal y azufre./El verso habita en el relámpago./Hay relámpago en el verso/y libélula amarilla de filamento azul./No hay relámpago en todo verso./Es mejor lo profundo iluminante de una nube negra/o la blanca raíz de los prosaicos huertos/que crecen ariscos y oscuros en los claros matorrales./Algún relámpago tendremos/-alguna intermitencia en fuga-/en el grupo doliente de estos versos./El verso se amontona en los archivos./En papiros de luz. Pergaminos cromáticos” (4).

En una idea cuántica que nuestro pensador lleva a la poesía, logra una creación bajo el impacto de sus vivencias entrañables. Hay imágenes sutiles que tocan la sensibilidad del poeta y a veces el poeta no puede descifrar lo que esas imágenes contienen. Prevalido de su intuición profunda, nutrido en la formación espiritual de una cosmovisión filosófica y apertrechado con el caudal de sus percepciones intuidas y reveladas, el poeta sampedrano (5) cifra en el soplo del Eterno la luz que fragua la esencia cósmica: “Yo soñé con la luz indescriptible/de tu cuerpo desnudo exigiendo mis ojos./Reconocí tus labios aguados en fermento/de uva celestial y de trigal mecido. /Acaricié tu rostro hasta la bruma./Porque de bruma se fabrican mis angustias./Ahí soñé el Poema potencial en acto/con frases de dureza evanescente./Del matorral al verbo./Del caos impensable hacia la luz inmóvil/revisé toda existencia goetheana,/maxweleana, ainsteineana, /ardiendo en la fatiga de mi duda” (De Jericó21).

En De Jericó, el relámpago el poeta, como visionario de sentidos profundos, percibe antiguas verdades que le son reveladas en su condición especial de quien está en conexión con el alma del mundo, de alguien que sintoniza verdades provenientes de la sabiduría espiritual del Numen. El Numen cósmico alude a ese ámbito sutil, a esa región etérea fuera de nuestro mundo físico que acumula la experiencia universal, todo el saber que la existencia depara. Cuando los poetas experimentan singulares experiencias metafísicas o místicas, desde su conciencia profunda se desconectan de su propio ser y entran en conexión con seres de luz en ese ámbito sutil de lo intangible, y entonces regresan de allá con verdades profundas, y si tienen la vocación creadora, plasman en imágenes poéticas lo que tocó su sensibilidad profunda. Una cosa atina el alma del poeta con el lenguaje armónico del verso y el protoidioma de la creación: dar con la esencia del sentido a través del soplo de la luz, señal de la gravitación del que Es: “El poeta aquí persigue entre el paraje inhóspito/el camino inexhaurible de Yahveh. Nunca se cansa de indagar sobre el Ser/ con las preguntas hondas acerca del enigma de los textos sacros./Secuencias lo navegan hacia el río fósil /subterráneo del desierto caravánico/con el lenguaje del pozo del Saber profundo./La lógica de Wittgenstein o el discurso de Heidegger/sugieren este verbo secuencial/un poco sin saberlo./Rosa de Jericó. De Canaán espina. /Tu pie se congeló por la primera estancia/de urbanidad neolítica ilegible/del Homo Sapiens Sapiens domesticando el Orbe./Allí te detuviste bajo un árbol de olivo./Allí se fabricó la primera tienda política. /Allí saciamos pan de hogaza mañanera/con un cordero asado. /Dando vueltas. El cántaro de dátil fermentando armonías./¡Muralla de bronce antiguo!/Allí fue posible el amor la fisura/ de luz sobre tu vientre dibujando el isósceles/más abajo más bello que el romboide/ cromático de Küppers en el clímax protegido/ entre la sombra de murallas gemelas/por haber detenido la vagancia perpetua./Allí fue el primer acto de la espera. /(No maldigas YHVH/el nombre Jericó/ni maldigas el mío)” (Jericó25).

Cuando nuestro poeta reflexiona sobre el mundo, en su meditación trata de auscultar su intuición profunda. La intuición espiritual acontece cuando desde nuestra conciencia podemos penetrar más allá de las apariencias de las cosas y entrar en contacto desde nuestra esencia con la esencia de las cosas. Sucede que desde nuestra sensibilidad nos ponemos en contacto con las cosas y entramos en comunión con lo viviente, y esa compenetración sensorial, afectiva y espiritual produce una relación armoniosa, edificante y luminosa porque las cosas le hablan al ser, le sugieren imágenes, le sugieren mensajes a través de la voz de las cosas, a través de la voz del Cosmos. Así como nosotros tenemos una voz interior, todo lo que existe tiene su propia voz subjetiva y entrañable. El poeta hondureño cifra en el soplo del Eterno, la luz de la esencia cósmica: por eso el emisor de estos enjundiosos versos se ausculta a sí mismo en busca de una verdad profunda o un sentido trascendente: “Como el Patriarca de los sueños leves/que hacia Bersheva por el sur ignoto/buscaba el Verbo entre la arena asfáltica,/yo vengo hacia mí mismo, mansamente,/en pos de algún fragmento, una verdad” (Jericó45).

Los genuinos poetas son participes de un protoidioma, es decir, del idioma original en que hablan los poetas genuinos para tocar la esencia de las cosas. Segisfredo Infante tiene una inquietud filosófica y una vocación filológica que lo lleva a escribir poesía. El sueño de todo poeta es encontrar un fragmento del mundo donde hallar una verdad profunda que explique el sentido de fenómenos y cosas a través de sus voces. Cuando explora parajes de la Tierra Santa para escuchar el sonido primordial, la voz del misterio y el soplo de la vida, husmea en los escombros del pasado y visualiza la Tierra Prometida con el sonido original, la voz profunda del mundo y el aliento que da vida en la voz del relámpago que ilumina un mensaje celestial: “¿Qué fuiste a ver entre esas ruinas secas, Segisfredo?/¿No bastaba el matorral pedregoso en donde habitas? /preguntarán con labio despectivo./Yo fui a mirar el sonido de la Tierra/para escuchar la luz desde la médula del Hombre./Fui a contemplar /mi sequía entre mi hueso ensimismado./Como elipsis desértica de vida./Serpiente sigilosa que muerde el corazón /de insubstanciada muerte./Fui a mirar el relámpago /que nace entre Tus ruinas./Yo coloqué, ahí mismo, una lágrima de sangre,/sobre la piedra de David, altar primero./Y acaricié la flor más blanca/que crece digna, sola, bella, altiva en los escombros/de Jericó y los niños del futuro” (Jericó49).

La idea de la “luz” es clave en su visión del mundo, porque nuestro poeta entiende que la luz es esa onda espiritual que se manifiesta en la conciencia y se proyecta en el poema a través de la cual Dios habla a los hombres. Todo es producto de esa luz divina.

Los enjundiosos artículos de Segisfredo Infante, publicados semanalmente en la prensa catracha, están impregnados de una fecunda erudición y una luminosa intuición que nutre la saperemia espiritual de su sensorio, cuya reflexión filosófica y creación poética contiene los siguientes atributos de su aporte exegético y su talento creador: 1. Tiene una capacidad teorética para inferir, mediante el poder de su contemplación, ideas y principios sobre el ser y el sentido de la Creación. 2. Posee una clara intuición estética para orillar, a la luz de sus reflexiones filosóficas, la dimensión esencial y trascendente. 3. Perfila y valora la dimensión espiritual, sagrada y mística de lo viviente, a la luz de su formación filosófica. 4. Adentra en el fuero de la conciencia para orillar, con despliegue de su sabiduría espiritual, su formación intelectual y su intuición poética, lo que da esencia y sentido al fluir de lo viviente y fundamento a la creación interiorista. 5. Desentraña lo peculiar de fenómenos y cosas mediante el conocimiento del mundo, el lenguaje pertinente y el criterio adecuado con una clara comprensión del sentido profundo de fenómenos y cosas.

 

Dimensión mística de la inspiración poética 

La triple vertiente reflexiva, simbólica y espiritual de la obra de Segisfredo Infante está plasmada en su vertiente filosófica, estética y mística. El poeta hondureño publicó el poemario De Jericó, el relámpago, y en el frontispicio de sus páginas consignó: “Reviviendo mi visita a Canaán hace diez años, tierra de patriarcas, soñadores, profetas, guerreros, poetas, escribas, rabinos, mártires, fanáticos, historiadores, cabalistas, ermitaños, filósofos, matemáticos, futuristas, con praderas, riachuelos, peñascos y desiertos calcáreos”.

Con el sentimiento del amor, materializado en el escenario de Canaán como trasfondo, Segisfredo Infante canaliza su reflexión filosófica, estética y mística en siete partes:

 

La Hora del Poema se aproxima

merodeando los límites del Hombre.

El poeta interroga su camino. Su Sahara.

Su vivir y sigilosa muerte.

Y en el camino entiende

que el dolor del corazón es igual a sus caídas;

el sabor de la orfandad igual al espejismo.

La fuerza del vivir: leve, adelgaza,

como luz de algún candil al viento

que viene del océano airado.

 

Para el poeta visionario de sentidos profundos, profundas verdades de antiguas esencias se conservan en papiros de luz, o fluyen en la onda misteriosa y secreta que nuclean las partículas del ser en el entramado arcano del mundo o transitan en furiosos relámpagos portadores de mensajes sutiles de la sabiduría sagrada del Nous:

 

El verso. Mi verso. El ideolecto

da principio en Jericó. L’arqueología

de ladrillos, de aceitunas y de adobes

 hecha con el negruzco polen de los siglos.

Se trata de una Hamada traslapante.

 Aquella  indescifrable como el pájaro

(“qua resurget ex favilla”)

que vuela desde el pozo metahistórico, rasante,

con mezcla de betún, sal y azufre.

El verso habita en el relámpago.

Hay relámpago en el verso

y libélula amarilla de filamento azul.

No hay relámpago en todo verso.

Es mejor lo profundo iluminante de una nube negra

o la blanca raíz de los prosaicos huertos

que crecen ariscos y oscuros

en los claros matorrales.

Algún relámpago tendremos

-alguna intermitencia en fuga-

en el grupo doliente de estos versos.

El verso se amontona en los archivos.

En papiros de luz. Pergaminos cromáticos.

 

La perfección de las cosas es un signo de la perfección del Cosmos, según el ordenamiento del quien hizo a su imagen al hombre y al mundo:

 

Aquí los antiguos intuyeron la perfección del círculo

con ruinas arcillosas, pedregosas, ovalantes,

de Jericó, Jafache y el imponente Sirwah.

Dios conoce mi ambición y mi pecado.

Mi deseo indescifrable. Mis asedios sigilosos.

El son de mis trompetas, jubileos inaudibles,

que a tus pies desfallecieron.

 

La esencia del ser subyace en el agua y la tierra, el fuego y el aire, como intuyeron los antiguos pensadores presocráticos, y como lo intuye nuestro poeta que ausculta la materia como signo del Eterno:

 

Ahí radica el Ser… El fuego inexhaurible.

Hidrógeno primario. El átomo de helio.

El láser. El fotón. El radio. El quarks…

Los rayos gamma…

Un poco antimateria velocísima

o tal vez electrones caminando inciertamente

en un espacio único de rocas y fisuras.

(¿Dónde quedó el arbusto de neutrinos

con su lengua cósmica de diagramas sígnicos?).

Farallones susurran y presienten

que ahí descansa el Ser, recién llegado.

“Yo soy el Ser”,

advertía insinuante la Miqrá, o el Pentateuco,

sobre la Zarza humilde que no quema.

Holograma del Espíritu. La espera.

Tus espinas son garfios que en el aire dejan

la Khábalah y su voz. El Talmud y la suerte.

“Ser es Ser”. Deseo el Ser.

 Estoy en soledad sedienta que nadie me arrebata

a la espera de la luz auténtica.

 

Nuestro poeta sintió el aura de lo divino, la Presencia sutil de quien Es en el relámpago y el Amor, en las piedras y los olivos. El poeta cree que nació: “Para ver el relámpago. /Para adorarte sin sentido a ti. /Yo descubrí tu amor, un día fijo,/en las entrañas del planeta lapislázuli-violáceo./Te presentí en Yerushalaim./En las piedras de David. Olef. En los Olivos,/en una tarde-noche que hablaba transparente, rosada y peñascosa”. Inspirado en su intuición mística de la Creación, el poeta hondureño cifra en el soplo del Eterno la luz que fragua la esencia de lo viviente:

 

Yo soñé con la luz indescriptible

de tu cuerpo desnudo exigiendo mis ojos.

Reconocí tus labios aguados en fermento

de uva celestial y de trigal mecido.

Acaricié tu rostro hasta la bruma.

Porque de bruma se fabrican mis angustias.

Ahí soñé el Poema potencial en acto

con frases de dureza evanescente.

Del matorral al Verbo.

Del caos impensable hacia la luz inmóvil

revisé toda existencia goetheana,

maxweleana, einsteineana,

ardiendo en la fatiga de mi duda.

 

En la visión amorosa de nuestro poeta late la presencia inconsútil de la amada de sus sueños, y sus dos amores, el amor humano de la mujer amada y el amor divino del Padre de la Creación, que comparten la apelación de su ideal de vida y de obra:

 

Hoy intuyotu carísima presencia entre mis páginas.

Por eso te imagino en la París, altiva.

En “El Retiro” de Madrid, huraña,

hundiéndote en la niebla de un cafetín vacío

de Tegus, Comayagua, Copán, Jerusalén, El Paraíso.

(Y en el castillo helado de Kybourg, incierta).

Te imagino, más allá,

como la Esfinge eterna y arenosa,

reina de remolinos y del semblante en calma,

en torno a la fogata placentera de la noche.

 

Una cosa atina el alma del poeta con el lenguaje armónico del verso y el protoidioma de la poesía: la esencia del sentido en el soplo de la luz, señal de la gravitación divina:

 

(El poeta aquí persigue entre el paraje inhóspito

el camino inexhaurible de YAHVEH.

Nunca se cansa de indagar sobre el Ser

 con las preguntas hondas

acerca del enigma de los textos sacros.

Secuencias lo navegan hacia el río fósil

subterráneo del desierto caravánico

Con lenguaje desde el pozo del saber profundo.

La lógica de Wittgenstein

o el discurso de Heidegger

sugieren este verbo secuencial

un poco sin saberlo.

 

Nuestro poeta sabe que es un átomo de lo viviente y una hechura divina que piensa, habla, intuye y crea, y al cantarle al amor y expresar lo que sintió bajo la vivencia de la dolencia divina, canta y exalta al Creador del mundo, al Yahveh bíblico de la Jerusalén terrestre que su sensibilidad disfruta, recrea y proclama con el gozo de vivir el encanto del amor y el primor de la Creación:

 

Rosa de Jericó. De Canaán espina.

Tu pie se congeló por la primera estancia

de urbanidad neolítica ilegible

del Homo Sapiens domesticando el Orbe.

Allí te detuviste bajo un árbol de olivo.

Allí se fabricó la primera tienda política.

Allí saciamos pan de hogaza mañanera

con un cordero asado. Dando vueltas.

El cántaro de dátil fermentando armonías.

¡Muralla de bronce antiguo!

Allí fue posible el amor

 la fisura de luz sobre tu vientre

 dibujando el isósceles

más abajo más bello que el romboide

cromático de Küppers en el clímax

protegido entre la sombra de murallas gemelas

por haber detenido la vagancia perpetua.

Allí fue el primer acto de la espera.

(No maldigas YHVH, el nombre Jericó

ni maldigas el mío).

 

Segisfredo Infante desciende de los judíos sefarditas que fueron expulsados de España en 1492, y evoca la Sepharad de sus antepasados con sus angustias ancestrales y la vocación mística de sus ascendientes hebreos:

 

Prefiguras además, el monacato. Cluny.

Algún Generalife. De la Toledo. Oculta.

Sepharad difuminada en tus angustias.

Pues de angustias se fabrican nuestros sueños.

(Prefiguras altitud, completitud, desolación,

del infalible amor o sus desgracias todas

en “la luz o la negrura del sepulcro”.

Tal vez Ascetikón).

 

Al poeta lo mueve una búsqueda, estética y mística, que canaliza en el arte de la creación verbal, y en su peregrinar por Tierra Santa, la Jerusalén indómita, evoca lugares emblemáticos que sus imágenes y conceptos formalizan en sus reflexivos versos tras la clave de la luz:

Hasta aquí mi señal

de fragmentaria búsqueda.

Mi palabra sin agua, subsumida,

donde inhalo todo círculo de Jaifa

o de Monte Carmelo arrepentido

ante el espectro incomparable, anonadante,

 en la técnica pictórica de Runge.

Aquí la nueva clave

de los Doce del Espíritu más Uno

descubriendo un recodo en la bahía

en una atardecida de luz inatrapable

más bella que mis sueños.

De bahía a bahía

entre Truxillo y Jaifa.

   La tierra bendita de santos y profetas que acogió al Mesías, las acciones heroicas de un pueblo incomprendido y heroico, la pasión del Hijo de Nazaret y toda una herencia milenaria enraizada en la conciencia histórica mueve la sensibilidad de nuestro poeta:

 

Diez mil años –o menos- de ráfagas ladrillos,

te sublimizan en lágrimas de fósforo.

En tus ojos resecos, sin conjuntiva clara,

se instalaron los Jordanes sordos

persiguiendo las estatuas del Mar Muerto.

(En tus riscos tentaron, provocaron, insultaron,

al Mesías hambriento, frágil, bello).

 

   En su reflexión estética y simbólica Segisfredo Infante coparticipa de una superposición visionaria en la que se alternan hechos del pasado, leyenda viva de la historia, con las emociones del presente que una singular tierra con peculiares episodios ejemplares conforman la sustancia de una herencia sagrada proveniente de un pasado que pervive en el presente con su onda mística y su mensaje trascendente:

 

He apartado mis ojos

de la mujer soberbia

de lujos y lujurias poseída.

Sin embargo Rajab me hacía señas;

la linda Betsabé se estremecía bajo el agua.

La princesa de Saba me tentaba por lo menos.

Pues soy carne. Soy razón. Soy alarido.

Res extensa. Res pensante. Naturalis.

Sin meditar escribo

en la gramática del verso puritano, lógico,

tal como siento pienso a veces el dolor sin simetría.

La inlucidez de Hamlet me amenaza.

Por ti querida Betsabé

perdí la luz en una noche negra

abrevando el agua amarga: tu Ordalía.

“La mujer es más amarga que la muerte”.

 

El emisor de estos dramáticos versos, fraguado en una intensa y luminosa vida, evoca a la mujer amada, que recrea con su visión de la realidad de un país, como Israel, con su historia bíblica y talmúdica, con sus judíos, cristianos y musulmanes, su Khábalah bendita y su doctrina de amor y de perdón, sus luchas irredentas que el poeta evoca para inferir lo que le da sentido y trascendencia a la historia:

 

…la hoguera sin personas

el muro sin ciudades

la historia sin Historia

la piedra sin la luz

la letra sin espíritu

pan ácimo sin pascua

amigo sin amigos

el mundo sin los niños

la ley sin lo fraterno

el dogma sin los límites

rituales sin amores

el cielo sin relámpago

el aire sin oxígeno

la nada entre la nada

definen este amor mío por ti.

(¡Dadme agua, dadme sed,

de los chorros del altísimo Golam!).

 

Nuestro agraciado poeta recuerda la sentencia del apóstol Pablo inspirada en el amor, y también evoca al inmortal David y el relámpago del verso, réplica del relámpago del cielo, una manera de aludir al soplo del Espíritu, el Ruah de los hebreos referida a la inspiración del Espíritu Santo con la evocación del eco bíblico y rabínico, del arameo, hebreo y latín, con el signo de la sabiduría sagrada del Nous:

 

Mi amor crece por encima del pecado.

“Sin amor nada valgo. Nada soy”.

Repetía el ciudadano de Damasco.

El poeta David

-el de la lira en ristre-

suave a mi corazón y tan pegado al tuyo,

me encaminó en el valle de las sombras

y hoy me arrastra hacia el relámpago del verso.

Trece líneas arameas extrabíblicas

esculpidas en hilacha de basalto

rubricadas por Aram –en la ciudad de Tel Dan-

inmortalizan sin desearlo tu sutilísimo Nombre:

La casa de David, el siervo,

tres veces insinuada sobre el raído tiempo.

(Nombre amado y detestado).

 

Si el rey David no pudo resistir la tentación de Betsabé desnuda, nuestro amante-poeta que protagoniza la inmortal dolencia de carne cae subyugado por los atractivos de una hembra, historia que repite cada amante con vivencia que desmaya los sentidos ante el fulgor de la domna angelicata que cautiva el alma con su gracia y su encanto:

 

Cuando tú me provocas, hembra mía,

cual Betsabé desnuda

bailando curvilínea en el estanque

con triángulo de miel sobre Tu vientre blanco

como un insoportable imán que vence al hombre.

Cuando el amigo caro me rehúye.

Cuando caigo en el barranco del error. Del yerro.

Cuando YAHVEH el amado se esconde de mis ojos;

se ausenta de mi tienda y de mi lira.

Cuando todos me apedrean;

te apedrean, te persiguen, me persiguen;

te incomprenden; me incomprenden;

me quebrantan; te quebrantan;

y ellos salen quebrantados.

Tú estás ahí, poeta moabita,

salmodiando en la cueva

entre la nieve íngrima del pecho.

Siervo de tu canto; amigo del amigo;

en lo alto de aquel monte; en el destierro amargo;

en el viñedo de tu escorpión desnudo;

en el chorro fresquísimo de En Wadi;

yo siempre, David, estoy contigo.

Tu Salmo adolescente está conmigo.

 

Tras la vivencia de la pasión supina, nuestro poeta no olvida la apelación suprema, la del Altísimo de los espíritus selectos entre los cuales se encuentra enaltecido por la luz de la Llama inconsútil de lo Eterno:

 

Asume, pues, con dignidad guerrera,

tu soledad, el verbo, el viento, la cueva, lo Absoluto,

la polvareda inútil en el campo de batalla…

Nostalgia de Absoluto.

Acaso del Espíritu de Hegel dialogando, suspirando,

en mi ser que es fragmentario

 apenas electrón circulando en torno al átomo.

Porque Dios es teologal, personal, magno problema,

en la razón, la fe del pensador Aquino,

y en la marcha intelectiva de Zubiri.

Y es mi misma soledad ensimismada

en sendero cuesta arriba de la ciencia

en su empalme fugaz con el “philosopho”,

con el arte y el relámpago en Poesía.

 

En una grávida reflexión filosófica, estética y simbólica sobre el sentido de la vida, nuestro poeta se siente parte del Todo que se manifiesta en todo, y al potenciar sus intuiciones con las revelaciones del relámpago divino se siente copartícipe del don creador con la “luz que resplandece”:

Agua en el agua. Arena menudita sobre arena.

Un geranio silvestre en un campo de geranios.

Un “ser ahí”…un “ser así”… ¿un alhelí?

Un viaje de mirar obscuro

en los carros aéreos del hipotético Elías

sin dejar el leve rastro de horizontes.

Pensando en este amor yo desconozco

en qué momento se detuvo mi poema

que conjugaba la erosión del viento.

Porque el amor es ruido ondulatorio

de cosas planetarias sin retorno.

De barro inconsistente y sus esfinges.

Con barro del RABINO entre los ojos

he mirado la luz que lucifica

la pequeñez inmensa de los hombres.

Con Esfinges eternas, imaginarias, claro,

ha devenido este poema

 o mi derrota que fluye de los libros y existires

para charlar sobre el amor que consubstancia

la carne, las rodillas y el enigma.

 

Los antiguos neoplatónicos concibieron la idea de la donna angelicata encarnada en una mujer llena de belleza, gracia y luz, que nuestro poeta conoció y disfrutó según describe en su poemario. La gracia, la belleza y la luz de la “mujer angelical” inspiran la dolencia divina en el corazón del hombre, que nuestro poeta recrea, extasiado, en la copa hirsuta de unos pechos túrgidos con la fragancia que inspira y enamora:

 

La turgencia en tus uvas destellando en tu pecho

como chispazo eléctrico si fuera.

El panal de tu vientre. La jalea de un reino…

He aquí que el buen Dios te modeló perfecta

para aplacar un poco

la ceniza tristísima y sedienta de los hombres de la Tierra.

 

El emisor de estos enjundiosos versos se ausculta a sí mismo en busca de una verdad profunda o un sentido trascendente. Dos grandes pasiones apelan la sensibilidad de nuestro poeta: la pasión carnal del amor humano y la pasión sagrada del amor divino:

 

Torre en ceniza que no escribe.

Lirio de mi arena pura.

Pirámide poética invertida.

Flor de asfalto, betún, azufre y de basalto,

que el alfabeto sin hacerse solo intuye

entre el signo interrogante del Patriarca

sublime, indefinible, íngrimo, insólito y errante,

que supo adivinar a YAHVEH y su geometría.

Fue en Eridú quizás

o en Ur de los sumerios, acadios y caldeos.

Como el Patriarca de los sueños leves

que hacia Bersheva por el sur ignoto

buscaba el Verbo entre la arena asfáltica,

yo vengo hacia mí mismo, mansamente,

en pos de algún fragmento, una verdad.

 

Jericó es el pretexto, el aguijón, la inspiración. En realidad, es una manera simbólica de aludir al inconsciente colectivo y a la sabiduría sagrada. Es el eco que revolotea en la mente del poeta de Honduras que piensa, intuye y crea por nosotros:

 

¡Jericó! ¿Cuál Jericó?,

preguntarán lectores eruditos:

Yerihó. Guilgal. Salem. Quizás Yerushalaim.

Los nombres y sonidos se enmadejan.

Porque es íntima y pequeña

mi cananea-hebrea, algo cristiana-musulmana.

Borrosa y aceitosa. Inalcanzable. Tao.

Cual la cabrita leve de abandonados riscos

atrapada por siempre en el zarzal histórico.

 

También husmea el poeta en los escombros del pasado y en la Tierra Prometida para escuchar el sonido primordial, la voz del Misterio y el aliento supremo que da vida:

 

¿Qué fuiste a ver entre esas ruinas secas, Segisfredo?

¿No bastaba el matorral pedregoso en donde habitas?

Preguntarán con labio despectivo.

Yo fui a mirar el sonido de la Tierra

para escuchar la luz desde la médula del Hombre.

Fui a contemplar

mi sequía entre mi hueso ensimismado.

Como elipsis desértica de vida.

Serpiente sigilosa que muerde el corazón

de insubstanciada muerte.

Fui a mirar el relámpago

que nace entre Tus ruinas.

Yo coloqué, ahí mismo, una lágrima de sangre,

sobre la piedra de David, altar primero.

Y acaricié la flor más blanca

que crece digna, sola, bella,

 altiva en los escombros

de Jericó y los niños del futuro.

 

El pensador y poeta Segisfredo Infante escribe una vivencia de amor en una evocación histórica y estética, simbólica y mística de la condición humana a la luz de la espiritualidad sagrada:

 

Quise escribir este poema como en clave

hecho de lluvia, arena, adobe, relámpago y ceniza

-“ceniza siempre inacabada”-

con el dedo lastimado, lastimante y lastimoso

tal vez indeletreable de la Historia.

El pobre caminante. El pobre

habrá de interrogarse tarde-tarde

al pie del sicomoro y de Tus ruinas,

acerca de los límites del Hombre

en la ciencia, en el amor, la religión,

en la derrota, la Luz y la Poesía.

 

El pensador y poeta hondureño, con clara coherencia entre su pensamiento y su creación poética, encauza profundas vivencias con la onda mística de su sensibilidad espiritual y la fragua luminosa de su sabiduría trascendente. Para Segisfredo Infante, visionario de señales sutiles, el relámpago no es solo un fenómeno atmosférico, sino también una misteriosa manifestación de profundos mensajes de procedencia divina impregnados en estelas y sonidos con arcanas verdades para el género humano. Son intuiciones y revelaciones de contemplativos, místicos y teopoetas cuya sensibilidad trascendente y cuya inteligencia sutil, como la del poeta y pensador catracho, iluminan y orientan el curso de la historia con el sentido espiritual del Logos de la conciencia.

Segisfredo Infante, miembro correspondiente de la Academia Dominicana de la Lengua, ha hecho un grandioso aporte mediante la palabra, y ha contribuido como pensador y comunicador con centenares de artículos en la prensa para canalizar sus inquietudes intelectuales, estéticas y espirituales a favor de un mejor derrotero en su camino hacia la luz, y, como poeta, ha hecho de la versificación una hermosa y sugerente creación. Mediante la prosa ha plasmado su pensamiento discursivo, y como poeta se auxilia de la lírica para testimoniar lo que su intuición percibe y su sensibilidad experimenta cuando contempla lo viviente. El pensamiento reflexivo, la palabra poética y la intuición espiritual han encontrado en Segisfredo Infante un hermoso cauce para transmitir su orientación edificadora y su belleza luminosa.

 

Bruno Rosario Candelier

Academia Dominicana de la Lengua

Santo Domingo, 17 de diciembre de 2020.

 

Notas:

  1. Segisfredo Infante, Fotoevidencia del sujeto pensante, Tegucigalpa, Honduras, Campo Estelar Editores, 2014, p. 10.
  2. Segisfredo Infante, Correo de Mr. Job, Tegucigalpa, Ed. Universitaria, 2005, 10.
  3. Bruno Rosario Candelier, Metafísica de la conciencia, Santo Domingo, Academia Dominicana de la Lengua, 2016.
  4. Segisfredo Infante, De Jericó, el relámpago, Tegucigalpa, Editorial Universitaria, 2004, p.
  5. Segisfredo Infante Tejeda nació en San Pedro Sula, Honduras, en 1956. Tomó posesión como miembro de número en la Academia Hondureña de la Lengua en el 2010, y como miembro correspondiente de la Academia Dominicana de la Lengua en el 2017. Licenciado en Historia por la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, de la que fue docente y editor de publicaciones. Cofundador de las revistas Pensamiento hondureñoTiempos nuevos, también codirigió el boletín literario Conejo y fundó la revista Caxa Real. Es miembro de la Academia de Geografía e Historia de Honduras y correspondiente de la de Guatemala. Coordinó el programa de televisión Economía y cultura. Escribe en los periódicos La Tribuna y Búho del atardecer temas históricos, culturales, literarios, económicos y sociopolíticos. Entre sus obras filosóficas, históricas y poéticas figuran Filamentos (1984), Antinomias de café (1990), Pesquisas literarias (1993), Los alemanes en el sur (1993), El libro en Honduras (1993), Algo de opinión (1997), Reflexiones en el cine (2001), De Jericó, el relámpago (2004), Correo de Mr. Job (2005) y Fotoevidencia del sujeto pensante (2014). Recibió el Premio Froilán Turcios de periodismo y ensayo, la Hoja de Laurel en Oro y la distinción de la Embajada de España en Honduras. Humanista, académico de la lengua, pensador y poeta, es cultor del Movimiento Interiorista en Honduras.

 

Desvíos normativos en «Tiempo muerto»

Por Tobías Rodríguez Molina

 

Hace un tiempo salió publicado en las ciberpáginas de la Academia Dominicana de la Lengua el artículo “El desenqueísmo y el desalaqueísmo en Tiempo muerto de Avelino Stanley, en el cual se ofrecieron datos sobre esos dos fenómenos lingüísticos, el primero de los cuales  puede afirmarse que ha ido tomando presencia abundante en el español de los dominicanos.

Al inicio de ese artículo expresé mi extrañeza de que en esa  obra de Avelino aparecieran tantos desaciertos normativos, de los cuales prometí ocuparme en un artículo futuro, y de eso se tratará en esta ocasión.

Ante ese panorama de la abundancia de fallos   ortográficos y algunos de sintaxis, creo que pueden plantearse varias hipótesis sobre esa realidad. Esas hopótesis se presentan a continuación.

  1. El autor del libro no buscó un corrector de estilo pensando que no hacía falta porque él manejaba su idioma español a la perfección. Y por eso la Editora Búho, pensando que eso era cierto, no corrigió ni una coma.
  2. Él buscó un corrector de estilo, pero no conocía la competencia del mismo, y, al creer en la capacidad del corrector, confió en que este  haría bien su trabajo; pero se puede demostrar su incompetencia por la baja calidad del  trabajo realizado.
  3. La Editora Búho no tenía a alguien competente que revisara el material que le entregó Avelino aunque ya hubiera sido corregido por un excelente corrector de estilo. Eso es parte de su responsabilidad.
  4. No se explica cómo la Editorial Cocolo dejó que fuera puesto en circulación ese libro con tantos fallos de normativa.
  5. Avelino no le dio aunque fuera un vistazo rápido a su libro antes de la impresión definitiva creyendo  que no era necesario confiado en la competencia de la Editora Búho.
  6. El jurado que le otorgó el Premio Nacional de Novela 1997 no tuvo en cuenta la abundancia de usos alejados de la normativa del español.
  7. Existió otro factor, aparte del excelente contenido y las abundantes y bien logradas figuras literarias, que movió al Jurado a otorgar el Premio Nacional de Novela 1997 a esa obra saturada de usos gramaticales alejados del correcto manejo de nuestro rico idioma español.

Después de planteadas esas hipótesis, se pasará a desarrollar la temática anunciada en el titular. Se verá en detalles los catalogados de “desvíos normativos” en Tiempo muerto. Las citas están tomadas de la segunda reimpresión del año 1999.

  1. “Hay que moverse porque sino, cuando uno viene a ver, en vez de uno, serán dos los que se mueren. (pág. 133). En la p. 182 aparece un caso semejante: “Mamá, cálmese porque sino habrá que sedarla…” En la página 168 aparece otro “sino” que deber escribirse “si no” ¿Qué les parecen esos  “sino” que no son  adversativos? En ese contexto se trata de la expresión condicional negativa “si no”, como en “Si no puede venir Juan que venga Juana.” Un “sino” puede emplearse muy bien en “No pudo venir Juan, sino Juana.” Sin embargo, en la página 65 aparece escrito “si no”, debiendo escribirse “sino”, como aparece en el siguiente ejemplo: “…muchas de las normas…nunca me fueron consultadas, si no impuestas.” Por tratarse del  nexo adversativo, debió escribir “sino”.
  2. En la página 12 escribió “aveces” todo unido debiendo ser “a veces”.
  3. Otros casos de unión de palabras que deben escribirse separadas los encontramos en las páginas 11,  17 y 124. En la 11 apareció unido “porqué” debiendo escribirse “por qué”. Veamos: “No sabía porqué nos miraban tanto toda esa gente que estaban ahí.” En la 17 expresó: “Sus cantos, no sé porqué, me hacían recordarte.” Mientras que en la página 124 se lee la siguiente expresión: “Hasta pensé, no sé porqué, que mi tío podía estar en ese Central Romana. Está bien patente que en esos tres casos  hay que escribir “por qué”. Un “porqué unido puede aparecer en “No sé el porqué de su tardanza.”
  4. Parece extraño que palabras bastante comunes en su uso el autor las escribiera separadas debiendo ir unidas, como en los casos siguientes: 1. “No había perdedera porque donde quiera que uno doblaba, ahí aparecían las chimeneas del ingenio.” (p. 125). Otros “donde quiera” así, separados, aparecen en las páginas 137 (Donde quiera que se encuentre) y 208 (Por donde quiera saltaban saludos…). 2. Algo semejante lo encontramos en la palabra mediodía,  escrita “medio día” en dos partes. Veamos: “La comida del medio día, papabuelo, tú sabes que casi nunca te la llevaba.” (p. 128). Debe escribirse “mediodía”, pues se hace referencia a un período del día, que es “el mediodía” y no a la mitad del día,  que sería “medio día”.
  5. Hay ausencia de “les”.  En su lugar, el autor emplea erradamente “le”. Les presento los siguientes ejemplos: a. “Cuando venían a presionar, se le recogía algo entre todos los vecinos y se le daba.” (p. 178). b. “Nosotros mismos tuvimos que construirle las letrinas.” (p. 178). c. “Luego supe que a esas viviendas le llamaban barracón.”  En esos tres casos  el referente de la acción verbal es plural, por lo cual en todos ellos hay que escribir “les”. También se usó “le” en vez de “les” en las  páginas 184, 185 y
  6. En el capítulo 13 (páginas 58-61), aparecen 6 vocativos sin la coma. Véanse algunos de ellos: “¡Hay mi hija! (p. 59); “¡Hay Dios mío! (p. 60);  “Dígame María.” (p. 60). También falta la coma del vocativo  en las páginas 38, 97, 132, 145 y 199,  y en muchos otros vocativos.
  7. Se encuentran varios términos interrogativos y exclamativos sin la tilde a pesar de que deben llevarla por la exigencia del acento diacrítico. Veamos algunos de esos casos: “Tú sabes como son los muchachos.” (p.193); “Que miren a ver donde encuentro a Jacob.” (p. 58); “Apenas percibía como los fogones…comenzaban a perder fuerza…” (p. 71). También se encuentran casos de ese mismo tipo en las páginas 96,  98, 111, 113, 115, 116, 133, 177, 193…
  8. En la página 145 hay un “qué” con esa tilde, pero debe ser “que”. Allí se lee “La verdad qué extraño tu caso.” Otro “que” que no debe tildarse lo encontramos en la página 53: “¿Qué por qué digo eso? Aparece también un “como” sin tilde y  que debe escribirse con ella, ya que es una palabra  (p. 19). Dice así: “…mira como estoy de sudada.”
  9. Se encuentra un “ti” con tilde: “A tí lo que te pasa es que vives apoyándolo.” (p. 55). Y también a un “si” que debe escribirse con tilde no se le marcó: “…ahora si usted va a ver.” (p. 217). Se le puso tilde a un “aun” que no va acentuado: “…aún cuando un inconveniente surja…persistiré.” (p. 66).
  10. En el empleo de la puntuación, en el libro hay reflejo de serias deficiencias. Ya vimos en el punto 6 la ausencia abundante de la coma en el vocativo, y existen otros muchos casos que no voy a citar, tanto en vocativos como en otros muchos casos. Pero hay que destacar la dificultad con que se maneja el buen uso del punto y coma, empleando en su lugar la coma. Visualicemos esa realidad con algunos ejemplos y la gran cantidad de páginas donde aparece ese no uso del punto y coma.  Veamos:

_”Él no era blanco, sin embargo trataba a los negros con desprecio.” Antes de “sin embargo” se debe escribir un punto y coma, y una coma después de ese enlace, como sigue: “Él no era blanco; sin embargo, trataba a los negros con desprecio.”

_”Los cañaverales cambiaron su color verde, parecían una cama inmensa de algodón gris.” (p. 89). Entre verde y parecían se escribirá un punto y coma, aunque también puede admitirse el uso del punto.

_”Así es la vida, mi hija, mira lo dulce que es la caña y lo dulce que es el azúcar.” (p. 51). Antes de “mira” es inadmisible una coma. Pudiera ser un punto y coma o un punto.

_Esa abundante  ausencia  del punto  y coma lo encontramos en las páginas 82, 110, 112, 113, 117, 118, 126, 129, 183, 195, 212, 217…

  1. Hay constancia del mal empleo de algunos verbos, como los que aparecen en las siguientes expresiones: “…has una cita, pídele que te permitan visitarlos…” (p. 136). Esa forma verbal “has” proviene del verbo “hacer” y por eso debe escribirse “haz”. En esa misma página  aparece ese mismo  verbo “hacer” usado en plural aunque  está siendo  empleado  como impersonal, como es el ejemplo que ofreceré,  por lo cual debe conjugarse  en la tercera persona del singular. Veamos: “Yo sé que es una tarea ardua; que deben hacer cientos o miles con ese apellido…” Además,  confundió el verbo “hacer” con “haber”, pues debió emplear “debe haber”  y no “deben hacer”.
  2. No se supo mantener la correcta concordancia entre algunos verbos y sus sujetos en algunos casos. Fijémonos en los siguientes: a. “Todo eso con el propósito de que se conozca en el mundo entero las situaciones ya dadas.”(p. 172). Debe darse la concordancia entre “las situaciones ya dadas” y el verbo “se conozcan”; b. “…de cada uno de los hechos que se denuncia hay pruebas fehacientes.”(p. 174). Tiene que haber concordancia entre “los hechos” y “se denuncian”.

Seguro que en Tiempo muerto hay otros quebrantamientos del español. Pero  los ya  ofrecidos son suficientes  para que se  cumpla una o varias de las hipótesis planteadas al inicio de este artículo. Confieso que me sorprendió, y me apena profundamente, que Avelino Stanley, a quien le tengo un gran aprecio, publicara este libro  con la abundancia de desvíos normativos que se encuentran en su interesante y  valiosa obra.

Para los que escriben o aspiran a escribir, les presento lo que apareció en unas notas que redacté para un taller dirigido a periodistas de Puerto Plata, referente a la corrección: “En este tipo de redacción deben tenerse en cuenta los aspectos normativos. La gente no perdona las incorrecciones a quien debe expresarse correctamente. Donde abundan las incorrecciones, se juega con el prestigio…” (La Redacción Periodística, Tobías Rodríguez Molina).