La lengua materna en la gestación de la conciencia

Por

Bruno Rosario Candelier

 

A

Alfredo Matus Olivier

 valioso cultor de la palabra.

 

La lengua materna nos retrotrae al estadio de la niñez en que aprendemos a hablar una lengua, que suele ser la que nos enseña nuestra madre al amamantarnos, educarnos y darnos cariño, cuidado y protección. Por eso llamamos “lengua materna” al idioma que aprendimos en el hogar donde nacimos, crecimos y nos desarrollamos.

Con la lengua materna se relacionan los balbuceos infantiles, el aprendizaje de voces y formas expresivas del lenguaje, el conocimiento del vocabulario con su dicción y su significado, los recursos idiomáticos y figurativos del habla y, para los que tienen una responsabilidad docente, la manera didáctica que propicie su enseñanza y aprendizaje. También la relación que el hablante establece con la lengua, el conocimiento del mundo y la necesidad de adquirir una oportuna destreza en el manejo del idioma.

Otros aspectos colaterales implicados en la lengua materna son la forja de la conciencia, el desarrollo del intelecto y la creatividad, así como el vínculo entre la adquisición de la lengua y construcción de una visión del mundo, que todo idioma implica en virtud de los conocimientos, actitudes y valores que las palabras formalizan.

Con la lengua materna tiene lugar la fragua del habla, la gestación de la imagen y el concepto, el desarrollo de la expresión oral, la comunicación verbal y la creatividad.

Palabras claves: lenguaje, afecto, concepto, imagen, conocimiento, creación.

 

El desarrollo de la conciencia en el niño 

El lenguaje, la ternura y el dolor troquelan las neuronas cerebrales que forjan el desarrollo de la personalidad y atizan el poder de la conciencia (1). Tenemos una personalidad física y una personalidad espiritual. A esta última la determinan la disciplina hogareña, la formación intelectual, el talante de la sensibilidad, el carácter individual, la inclinación estética, la orientación moral y la potencia creadora. Cuando el niño está en la etapa inicial de su desarrollo aprende la lengua de los hablantes que lo rodean, y de las palabras y oraciones que escucha, va asimilando la dicción de los vocablos, el significado de las palabras y el sistema como se combinan unas voces con otras para formar frases y oraciones en el habla y la escritura. El niño aprende a hablar como hablan los mayores que le rodean, y con el conocimiento de la lengua va adquiriendo el conocimiento del mundo; desde luego, primero entra en contacto con las cosas a través de su sensibilidad, y al entrar en relación con hechos, personas y cosas va conociendo la realidad y el sentido de fenómenos y cosas. En esa relación de su ser con las cosas en él se opera el mismo proceso que se operó entre los primeros hablantes cuando comenzaron a nombrar las cosas. Dice la Biblia que Adán comenzó a nombrar las cosas según iba conociendo plantas y animales y fenómenos de la naturaleza. Algo similar sucede con cada uno de los hablantes cuando entra en contacto con las cosas. Con la luz del sol podemos visualizar las cosas con suficiente claridad para apreciar los colores y la textura de las cosas, y al lapso entre el nacimiento y el ocaso del sol se le llamó día; y desde el momento en que la sombra cubre las cosas por la ausencia de luz, el mundo se llena de tinieblas, contexto al que se le llamó noche; y así se fueron denominando todas las cosas, nombradas con una palabra que las distingue, y eso da lugar, mediante la función denominadora del lenguaje, al conocimiento del mundo, que ofrece a cada hablante un punto de contacto con lo existente para que cada uno tenga una percepción singular de cosas y fenómenos, lo que sirve de base y cauce para nuestra creación verbal.

Se llama lengua materna al idioma con el que nuestra madre nos educa en la infancia y que sirve para hablar y forjar el desarrollo de la conciencia, al tiempo que gesta una visión del mundo.  Estudiosos del pensamiento y el lenguaje, como Heráclito de Éfeso, Guillermo de Humboldt y Ferdinand de Saussure, enseñaron que comenzamos a pensar con la lengua que aprendemos en la infancia. Logos es el poder de la conciencia para pensar, intuir, hablar y crear. Y esa capacidad humana se materializa en el proceso de simbolización del lenguaje, que las palabras formalizan en imágenes y conceptos de las cosas. Las tres vertientes de la realidad (cosas, hechos y fenómenos) el lenguaje las encarna con su poder de formalización verbal que compartimos con nuestros semejantes.

El desarrollo sociocultural requiere unas relaciones humanas que socializamos con el lenguaje, y desde niño aprendemos la manera adecuada para relacionarnos con personas, animales y cosas, y esas relaciones son más efectivas entre los humanos en virtud del medio de comunicación como la lengua, que propicia una conexión más efectiva, y si tenemos un buen conocimiento del instrumento de comunicación, más fecunda y provechosa es la relación que logramos con nuestros semejantes. Desde luego, a un mayor conocimiento del instrumental de comunicación, como son las palabras con la ortografía y la gramática incluida, hay un mejor conocimiento de las cosas porque la lengua pauta nuestro conocimiento del mundo. Somos lo que somos por el lenguaje, y mediante el lenguaje, que es la expresión del Logos, nos relacionamos con las cosas, nos comunicamos con otros hablantes, pensamos y reflexionamos, intuimos el sentido y el valor de todo lo existente y, desde luego, creamos ciencia, arte y sabiduría. Y testimoniamos, con el poder creativo de las palabras, el testimonio de nuestras intuiciones y vivencias.

Tenemos ciencia, arte y sabiduría para el desarrollo humano: ciencia, para el bienestar del cuerpo; arte, para deleite del alma; y sabiduría para la fruición del espíritu.

La lengua se aprende bajo el influjo intelectivo, afectivo y espiritual de la madre, que da sustento, cariño y cultura. El afecto materno troquela positivamente los circuitos neuronales del cerebro para sentir y aprender el patrón verbal de una lengua, y con ella la esencia de una cultura y el sentido de la vida.

Al recibir el don de la vida, los humanos recibimos el Logos de la conciencia, con el cual realizamos cuatro operaciones intelectuales, como son intuir, pensar, hablar y crear. Toda la cultura se funda en esas 4 operaciones del intelecto, que los humanos realizamos en beneficio de nuestro propio desarrollo material, social y operativo.

Las mismas necesidades materiales propician la utilidad del conocimiento y la creación intelectual, estética y espiritual. La curiosidad por lo desconocido es la motivación que impulsa el conocimiento y la creatividad. Saber es una necesidad de la conciencia. Y un cauce para el desarrollo que anhelamos.

Tenemos conciencia y, por tener conciencia, comprendemos las cosas, comprendemos el sentido y comprendemos el mundo.

Con el contacto sensorial y suprasensible, conocemos lo que las cosas son y el valor que las justifica. Mediante el concurso de los sentidos corporales entramos en contacto con las cosas, y conocemos para qué son buenas.  Mediante el concurso de los sentidos interiores, entramos en contacto con la esencia y el sentido de fenómenos y cosas y valoramos lo que son, y comprendemos su trascendencia.

Con el conocimiento de las palabras conocemos las cosas, se desarrolla la conciencia y se activa nuestro poder creador.

 

El lenguaje y la gestación de la conciencia 

Mediante el impacto de las sensaciones de las cosas en la sensibilidad, se atizan las neuronas cerebrales que activan la comprensión, la intuición y el pensamiento, base del desarrollo de la conciencia. Con el desarrollo de la lengua se aviva la gestación de la conciencia, la capacidad para conocer y pensar, el don para intuir y entender, el poder para hablar y crear, que son manifestaciones del Logos de la inteligencia humana.

Lo que pensamos, sentimos y realizamos, conforma nuestra visión de la vida, el mundo y la cultura. A eso se le llama cosmovisión. Todos hemos internalizado en la conciencia una visión del mundo, aunque no sepamos formalizarla en imágenes y conceptos, y aunque no tengamos consciencia de ese conocimiento.

Lo que sentimos, pensamos y queremos conforma el caudal de nuestras sensaciones, conceptos y anhelos, que se corresponden con la sensibilidad, la inteligencia y la voluntad, las tres grandes potencias de la personalidad.

La sensibilidad y la inteligencia constituyen, mediante la dotación del Logos, la vía para percibir nuestras intuiciones y la base de nuestra creatividad, cauce de nuestras sensaciones, percepciones y vivencias.

Creamos inspirados en nuestras intuiciones y vivencias. Al crear, al hablar o escribir, testimoniamos lo que percibimos desde nuestro punto de contacto con el Universo. Todos tenemos un punto de contacto con el Universo. Y el poder de la palabra y el don de la valoración y la creación.

Podemos testimoniar lo que experimenta nuestra conciencia a la luz del impacto que las cosas generan en nuestra sensibilidad. Podemos testimoniar nuestra percepción de fenómenos y cosas, si el alma de lo viviente toca nuestro ser con su influjo singular. Podemos testimoniar las irradiaciones provenientes de los efluvios de la Creación, si tenemos desarrollados los circuitos cerebrales de la sensibilidad trascendente para percibir los mensajes de lo Alto con las verdades de muy antiguas esencias.

Todos podemos hacer un aporte al pensamiento, al arte y a la ciencia desde nuestra peculiar visión y valoración de fenómenos y cosas, si hay en nosotros el deseo de saber, de crecer intelectual y espiritualmente, de testimoniar lo que intuimos y comprendemos.

El deseo de saber es una manifestación del eros platónico, que es la energía espiritual que activa el anhelo de conocer y lograr el crecimiento de la conciencia. El impulso que llamamos Eros no solo es erótico, sino también cognitivo y creativo ya que entraña un anhelo de conocer, de alcanzar un crecimiento intelectual, de medrar en la vida y testimoniar nuestros conceptos e imágenes de las cosas.

El anhelo de conocer engendra el conocimiento, y ese anhelo despierta en el niño la curiosidad por sentirlo todo, conocerlo todo, disfrutarlo todo y entenderlo todo. Y ya se sabe que la curiosidad por el saber desata la sensibilidad, desarrolla la conciencia y activa la vocación creadora.

Ante el conocimiento de las cosas nace la curiosidad por la palabra que sirve para conocer y explicar lo que conocemos, y se potencia el conocimiento del mundo y adviene la conciencia lingüística.

Con la conciencia de lengua, la curiosidad por el conocimiento y el deseo de creación se activan las células cerebrales, que se cargan con la energía del conocimiento y el aprendizaje del saber.

Sobre este aspecto escribió el prestigioso neurólogo dominicano José Silié Ruiz: “La curiosidad no solo aumenta las oportunidades de aprender, ella aumenta el aprendizaje en sí mismo. La curiosidad causa que el cerebro cambie de estado y amplifique el aprendizaje; esa condición es la que nos explica por qué estamos interesados en algunas cosas y en otras no. El aprendizaje, pues, es el proceso virtual del cual se asocian cosas, sucesos en el mundo, gracias a lo cual adquirimos nuevos conocimientos. Llamamos memoria al proceso por el que retenemos esos conocimientos a lo largo del tiempo. Los procesos de aprendizaje y memoria cambian el cerebro y la conducta del ser vivo que lo experimenta. En el ser humano estos procesos son fundamentales porque son los que nos permiten transmitir los conocimientos y crean cultura” (2).

El niño no sabe, pero lo vive y experimenta, que en el estadio inicial de su crecimiento y desarrollo sucede el proceso de mielinización cerebral mediante el cual se activan sus neuronas y reciben la huella de cuatro poderosas energías que van conformando su personalidad: la energía telúrica, con el aliento fecundante de la tierra, de cuyos frutos se nutre nuestro cuerpo; la energía erótica, que activa la sensibilidad para sentir y disfrutar el encanto de lo viviente; la energía logósica, que dota al cerebro el Logos de la conciencia para conocer y crear; la energía cósmica, que nos inyecta el aliento espiritual que nos conecta con la Fuente primordial del Todo. En la forja de la personalidad del niño intervienen la familia, el lenguaje, el afecto y la cultura.

Hay cuatro conceptos básicos que se olfatean desde niño, aunque no se tenga en esa etapa de la vida una comprensión de su alcance, como son intuición, conceptuación, inspiración y revelación.

   Intuición (de intus legere, ‘leer dentro’) es el poder del intelecto para captar el sentido de fenómenos y cosas; conceptuación es la capacidad para comprender el valor de cosas, ideas, ocurrencias: inspiración es una luz o soplo del espíritu para entender fenómenos y cosas; y la revelación es la recepción de un mensaje profundo que viene de lo Alto, de la sabiduría cósmica o de la misma Divinidad.

Desde la etapa infantil comienza todo lo que forja la personalidad del sujeto. Sentimos, pensamos y queremos. Lo que sentimos aporta al cerebro datos para la comprensión de las cosas. Por eso decía Aristóteles: Nihil est in intellectu quo prius non fuerit in sensu: ‘Nada llega al entendimiento sin antes pasar por los sentidos’. Efectuado ese proceso sensorial, adviene la conceptuación o realización de conceptos y de imágenes, base para la reflexión y la creación. Cuando pensamos, concebimos imágenes y conceptos. Pensar en conceptos es crear ideas de fenómenos y cosas; pensar en imágenes es crear una figuración de fenómenos y cosas. Quienes piensan en conceptos son los filósofos, científicos, tratadistas, ensayistas, teóricos o los hablantes cuando comunican mediante el lenguaje ordinario lo que sienten, conciben o valoran. Los que piensan en imágenes son los poetas, narradores, dramaturgos, músicos, arquitectos, escultores, danzantes, cuando dan forma a sus intuiciones y vivencias.

La capacidad para pensar se desarrolla con ejercicios de reflexión, interpretación y valoración de las cosas. La capacidad para sentir se acrecienta con ejercicios de contemplación y goce de lo viviente.

Para crear hay que aprender a contemplar. La contemplación es un ejercicio de la sensibilidad para sentir y disfrutar el encanto de las cosas. Al sentir lo que las cosas son y significan, apreciamos sus fluidos en la sensibilidad y los procesamos en la conciencia.

Tenemos sensibilidad, conciencia y lenguaje, que se desarrollan mediante el contacto con la realidad material y suprasensible. La creatividad se desarrolla mediante la observación de la realidad, la lectura, el cultivo del arte y la literatura, la interpretación de cuentos, poemas y estudios. En el desarrollo de la sensibilidad y la conciencia inciden los medios de comunicación y todo lo que toca los sentidos físicos y espirituales. Sabemos que el impacto de los medios audiovisuales y digitales de la realidad virtual ha ido modificando y redefiniendo la educación de los niños con los dispositivos electrónicos y su relación con la realidad sociocultural, y ese impacto electrónico está interfiriendo, positiva en algunos aspectos, y negativamente en gran parte de su desarrollo, su educación y su capacidad de comprensión de su propia realidad, así como de su propia lengua. El uso de teléfonos celulares y el abuso de los artefactos electrónicos con sus videojuegos está idiotizando a los niños con tal intensidad que parecen perder el interés por todo lo que no sea ese pasatiempo virtual a través de las ventanas visuales del internet ya que solo quieren dedicarse al chateo, el intercambio con internautas y el entretenimiento que propician los programas teledirigidos a través de esos recursos electrónicos. La vertiente negativa que al respecto está sucediendo entre infantes y mozalbetes es preocupante para padres, educadores, tutores, formadores y líderes de la comunidad.

En los últimos 30 años la tecnología electrónica ha transformado la cultura que el mundo había forjado en tres mil años. Y esa realidad se está reflejando en la formación intelectual, el aprendizaje y el conocimiento, la conformación cerebral y los intereses de los niños y los jovenzuelos y, desde luego, en el desarrollo de la lengua materna.

 

Lengua materna y creación literaria

Cuando la madre habla con el niño le transmite la forma de hablar, el uso de las palabras y el significado de las voces y las cosas y, por supuesto, su cultura, su religión, su visión del mundo y el fundamento moral, intelectual y espiritual de su conducta. La socialización del niño se logra mediante la relación centrada en el afecto y el lenguaje.

Los principios de sociabilidad, convivencia y moralidad se aprenden en el hogar con el ejemplo y la orientación de los padres y mayores. El sentido estético y espiritual comienza en la infancia con la vivencia de un arte, el cultivo del saber y la práctica de la religiosidad.

El desarrollo de la sensibilidad y el intelecto lo propician emociones estéticas y conocimientos que enseñen y edifiquen.

Cuando desde niño nos cuentan una bella historia o nos cantan bellas canciones o nos amenizan el momento con juegos comenzamos a valorar el arte de la narración y el arte de la canción y el deporte.  Cuando en mi niñez escuché a una señora decir que en su sermón el cura tiraba por su boca “pepitas de oro”, la frase me impactó, aunque entonces no sabía que se trataba de una metáfora.

En los hogares cuyos padres fundan sus actos en los ideales y valores que dan fundamento a una vida ejemplar, el niño aprende el sentido de un sano comportamiento y una convivencia positiva.

Si algo une a los poetas y los niños es la intuición, que es la facultad del intelecto con el cual asumen la sustancia de sus vivencias y el sentido de sus percepciones. El tema de la intuición está presente en la creación literaria y, desde luego, en la poesía y la narrativa para niños.

Tanto los poetas, los contemplativos y los niños se compenetran con lo viviente y tienen una particular relación con fenómenos y cosas en virtud de su sensibilidad empática con fenómenos y cosas.

Los poetas, como los contemplativos y los niños, experimentan una singular satisfacción al vivir sus emociones entrañables como una aventura de la imaginación para vivir en su mundo interior lo que la realidad brinda. De ahí la imaginación lúdica que viven los niños.

En la literatura concebida para niños sus autores, casi siempre adultos, recrean lo que entienden o suponen de la mentalidad infantil, y en su creación procuran el desarrollo de la sensibilidad y la conciencia de sus lectores. El niño vive el valor de las cosas mediante el sentido de la imaginación.

A los sentidos físicos de visión, audición, olfato, oído y tacto, hay que sumar los sentidos interiores, que son intuición, imaginación, memoria, sentido común y estimativa. Dichos sentidos son el medio de contacto de nuestro ser con el ser de fenómenos y cosas.

En el estadio de la infancia hay etapas en que el niño parece no diferenciar la realidad real de la realidad imaginaria. Vive la realidad como una ficción. Y su imaginario es cómplice de la realidad real.

Para el niño el mundo verdadero es el que recrea en su interior, que su imaginación concibe, perfila y certifica. Por eso, entre los rasgos de la literatura infantil figuran: 1. El sentido de lo maravilloso de sus aventuras y pasiones. 2. El tono lúdico de sus relatos y acciones. 3. El sentimiento de ternura y empatía hacia criaturas, elementos y cosas.

Los niños, los místicos y los contemplativos comulgan con el alma de lo viviente. Y se compenetran con el sentido de la Creación.

De ahí el valor de la realidad, según quien la contemple. Ante la realidad interior del sujeto puede acontecer una vivencia estética; ante la realidad natural, una vivencia cósmica; y ante la realidad sobrenatural, una vivencia mística. Por tanto, difieren la realidad interior, la realidad estética y la realidad cósmica.

Para la sensibilidad y la conciencia de los niños, la imaginación infantil de nutre de sueños, fantasías, ilusiones, inspiraciones y revelaciones.  Los niños experimentan una coparticipación con la cosa, vivencia que también tienen poetas, iluminados y místicos.

El poder de la intuición no requiere del conocimiento del mundo, ni formación intelectual o libresca, sino del contacto con la realidad. Por eso la intuición se auxilia de los sentidos, no de la razón.

No hay restricción de temas y motivos, aunque en sus vivencias y creaciones figuran siempre la realidad con la belleza y la verdad.

   La madre sabe cómo inducir la imaginación de su hijo en el uso del lenguaje y la creatividad. La tarea primordial de la imaginación poética es la invención de la forma que canaliza el tema que motiva y entusiasma para testimoniar lo que experimenta la sensibilidad y concita la inteligencia.

La lengua es la plataforma verbal que da cuenta de las cosas que las palabras encarnan, perfilan y representan. Aunque nacemos con la capacidad para hablar una lengua, no venimos al mundo con el conocimiento de un idioma. Para aprender una lengua, el niño tiene que socializarse en una cultura, tener la capacidad de intelección y la habilidad para desempeñarse en el uso de las palabras.

Tres son los factores determinantes de la personalidad:

  1. Plataforma biológica o clave bioquímica en la que descansa la dimensión corporal del sujeto, base de la personalidad física.
  2. Urdimbre afectiva o clave psicológica en la que se funda la faceta emocional del sujeto, base de la personalidad psíquica.
  3. Aliento trascendente o clave mística en la que se consolida el aura sutil del sujeto, que revela la personalidad espiritual.

Esas tres dimensiones, concatenadas en la configuración biológica, emocional y espiritual de una persona, se manifiestan en la conducta, el lenguaje y la creación, sea científica, filosófica, artística o literaria.

Es importante la gestación de una mente sana, equilibrada y normal en los niños para evitar en la edad adulta actitudes resentidas, comportamientos egoístas y acciones miedosas, lo que influiría no solo en las relaciones con los demás, sino en la percepción de la realidad y la valoración objetiva y cierta de las cosas. Asumimos la realidad como somos en nuestro interior: “Nada es verdad ni es mentira/todo es según el color/del cristal con que se mira”, expresan unos versos de un poeta español.

No podemos confundir la verdad subjetiva con la verdad objetiva, o la verdad de juicio con la verdad de hecho. Y eso se aprende desde la infancia, en un hogar centrado en el amor, la virtud y la bondad.

Con mirada de niño, que es una mirada cómplice y empática, los textos de los escritores que cito como ilustración tratan de interpretar lo que sienten, hacen, viven y disfrutan los niños en su relación con las cosas, como se puede apreciar en los siguientes ejemplos.

El afecto y el lenguaje, dos atributos que se aúnan en el corazón de la madre cuando acuna en su regazo al niño que gestó en sus entrañas, dan cuenta de lo que hace la sensibilidad y la conciencia para darle sentido y trascendencia a la vida, según revela la poeta romántica dominicana del siglo XIX Salomé Ureña, cuando evoca en su poema “A mi madre”, fuente del aliento y cauce de la vida:

 

Mi voz escucha: la lira un día

un canto alzarte quiso feliz,

y en el idioma de la armonía

débil el numen ¡oh madre mía!

no halló un acento digno de ti.

 

¿Cómo tu afecto cantar al mundo,

grande, infinito, cual en sí es?

¿Cómo pintarte mi amor profundo?

Empeño inútil, sueño infecundo

que en desaliento murió después.

 

De entonces, madre,

 buscando en prenda,

con las miradas al porvenir,

voy en mi vida, voy en mi senda,

de mis amores íntima ofrenda

que a tu cariño pueda rendir.

 

Yo mis cantares lancé a los vientos,

yo di a las brisas mi inspiración;

tu amor grandeza dio a mis acentos:

que fueron tuyos mis pensamientos

en esos himnos del corazón (3).

 

Ante una mirada amorosa hacia lo viviente con la inspiración de una verdad profunda, la verdad poética que intuye el corazón, le tributó un reconocimiento universal al autor de El Principito, el escritor francés Antoine de Saint-Exupery, por su intuición de que “lo esencial es invisible a los ojos”. Y así es, porque lo que permanece y trasciende, otorga el sentido a todo y mueve la sensibilidad y la conciencia desde nuestra infancia, cuando sentimos y actuamos con espíritu abierto, limpio y espontáneo con una vida en armonía con la naturaleza bajo el aliento sutil que nos sostiene. Dice El Principito:

 

El principito se fue a ver nuevamente a las rosas:

   -No sois en absoluto parecidas a mi rosa; no sois nada aún -les dijo-. Nadie os ha domesticado y no habéis domesticado a nadie. Sois como era mi zorro. No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo lo hice mi amigo y ahora es único en el mundo.

   Y las rosas se sintieron bien molestas.

   -Sois bellas, pero estáis vacías -les dijo todavía-. No se puede morir pos vosotras. Sin duda que un transeúnte común creerá que mi rosa se os parece. Pero ella sola es más importante que todas vosotras, puesto que es ella la rosa a quien he regado. Puesto que es ella la rosa a quien puse bajo un globo. Puesto que es ella la rosa a quien abrigué con el biombo. Puesto que es ella la rosa cuyas orugas maté (salvo las dos o tres que se hicieron mariposas). Puesto que es ella la rosa a quien escuché quejarse, o alabarse, o aun, algunas veces, callarse. Puesto que ella es mi rosa.

   Y volvió hacia el zorro:

   -Adiós -dijo.

   -Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.

   -Lo esencial es invisible a los ojos –repitió el principito, a fin de acordarse.

   -El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante.

   -El tiempo que perdí por mi rosa… -dijo el principito, a fin de acordarse.

   -Los hombres han olvidado esta verdad -dijo el zorro-. Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa…

   -Soy responsable de mi rosa… -repitió el principito, a fin de acordarse (4).

 

En “Labios”, genuina creación poética de Miguel Solano, el poeta interiorista que tiene conciencia de adulto y sensibilidad de niño, se sitúa en el corazón de los infantes y asume su imaginación para recrear una amorosa visión del mundo mediante el lenguaje del amor con el que siente y expresa el encanto y el sentido de lo viviente a la luz de lo que embellece y edifica:

 

Concentró la esperanza del Universo

 en sus labios y yo pude masticarla.

Labios que sostienen el idioma sagrado

el paladar simbólico

la iniciación del ser

labios que me entregaron las verdades altas.

Ahora me acojo al recogimiento de sus recuerdos

a la muerte de la ausencia que renace,

labios que al adueñarse de mí

se adueñaron del arte por excelencia

e hicieron de mi corazón un polvorín de amor (5).

 

El niño lo siente todo porque todo lo entiende con el corazón. Con su sensibilidad abierta y empática, se comunica con todo, lo sufre y lo goza todo con su identificación emocional, imaginativa y espiritual con lo viviente. Por eso decía el Maestro de Nazaret que había que volverse como un niño para sentir y saber que vivimos en un paraíso, que es la manera de abrirse con amor a todas las cosas bajo el fulgor de lo viviente.

 

Bruno Rosario Candelier

Academia Dominicana de la Lengua

Santo Domingo, 19 de febrero de 2020.

 

Notas:

  1. El médico, académico y pensador español Juan Rof Carballo, en Urdimbre afectiva y enfermedad (Logroño, Universidad de La Rioja, 1961, 69ss.) ponderó el afecto y el lenguaje como los dos factores determinantes que troquelan las neuronas del cerebro para forjar el desarrollo de la conciencia y la personalidad.
  2. José Silié Ruiz, “El cerebro, curiosidad y memoria”, en Hoy, Santo Domingo, edición del 21 de diciembre de 2019, p. 8A.
  3. Salomé Ureña, Poesías escogidas, Ciudad Trujillo, Rep. Dominicana, Librería Dominicana, 1960, pp. 102-103.
  4. Antoine de Saint-Exupery, El Principito, Santo Domingo, S/n de edición, 1992, pp. 72-74.
  5. Miguel Solano, Yo soy la imagen/Io sono limmagine, Santo Domingo, Ediciones AQI, 2008, p. 36.

 

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