Por Manuel Núñez
El acontecimiento en torno al cual se teje la trama de la novela El degüello de Moca SD, Ateneo Insular, 2018) de Bruno Rosario Candelier es la matanza que emprendiera, el 3 de abril de 1805, la soldadesca de Christophe, tras su retirada de la porción española de la isla, a la sazón gobernada por Louis Ferrand, gobernador francés.
La novela se concibe en dos partes que se entrecruzan. La primera parte es una reconstrucción del nacimiento de la villa Nuestra Señora del Rosario de Moca, el 7 de octubre de 1751, nacida como poblado en los derredores de la Iglesia, obra de doce apóstoles, que en una trashumancia decidieron fundar en territorio de anacahuitas, samanes, tórtolas y perdices, una ciudad. Su ámbito se halla centrado en los primeros cincuenta años. Tradiciones, mitos, leyendas, historias, personajes. Nos tropezamos, pues, con una arqueología de la vida anterior a la matanza.
La segunda parte se halla conectada con el relato historiográfico. El macabro degüello emprendido contra la población de Moca el 3 de abril de 1805. los testimonios orales o escritos, las consejas transmitidas de padre a hijo e incluso los relatos heredados por los descendientes de los supervivientes de la hecatombe, tal el obispo Freddy Bretón, oriundo del tronco familiar de José Antonio Bretón y María Bueno, que salvaron sus vidas de la degollina porque quedaron disimulados entre la montaña de cadáveres.
Por su naturaleza la novela de Rosario Candelier nos coloca delante de las variopintas relaciones textuales mostradas por Gerard Genette en sus investigaciones sobre el relato (Confróntese: Mimologiques: voyage en Cratylie, 1976. introduction à l’architexte, 1979.Palimpsestes: La littérature auseconddegré, 1982Trad.: Nuevo discurso del relato, Cátedra, 1998.) A seguidas enumeramos las relaciones presentes en la elaboración de este relato.
La relación intertextual: necesariamente la novela incluye cartas, notas, consejas orales, relatos historiográfico, cronologías de los acontecimientos que la inspiran; un pasaje del Cántico espiritual de San Juan de la Cruz; un soneto de Fray Miguel de Guevara, monje agustino y un poema del mocano José Bretón, convertido, según nos cuenta, su descendiente el obispo Freddy Bretón en testigo del acontecimiento central. Se incluyen, además, algunos pasajes de una obra de Elías Jiménez el autor de Tradiciones mocanas y de las prosas de Julio Jaime Julia, destacadísimos hombres de letras, del letrado famoso Artagnan Pérez Méndez, del periodista Iván Carvajal, de Jesús María Tejada, historiógrafo; de Eduardo García Michel, economista de renombre y figura de pro, del notabilísimo Adriano Miguel Tejada, periodista y miembro sobresaliente de la Academia Dominicana de la Historia. Los pasajes, las notillas, dan cuenta de que la escritura de la novela ha sido precedida de un borbotón de informaciones, el bagaje donde ha abrevado de manera muy provechosa el novelista. La novela se halla henchida de estos contenidos que le sirven de tramoya al escritor.
La relación architextual: el autor se concibe a sí mismo como un cronista, que narra el nacimiento de la Villa del Rosario de Moca. ¿Cómo era la vida antes de la matanza emprendida por los haitianos. ¿En qué momento fundaron el poblado? La disposición del relato se hace con arreglo a la estructura de las crónicas. Cada una de las facetas de la vida de Moca son contadas con el lenguaje de la época por el escribano Juan Francisco del Valle, narrador personaje. El propio narrador reconoce que su relato contiene muchas historias, mitos y leyendas. Por ejemplo, las que arrastra Margarita Jiménez concebida como su alma gemela, la única capaz de comprender sus lucubraciones intelectuales, para acompañarlo en las profundidades de la mística, y para mantener unas conversaciones suculentas, preñadas de hallazgos, que franquean las fronteras de lo ordinario, que elevan la hondura de la plática, hasta volverla ensoñación mística, monumento del lenguaje interior.
La relación paratextual: nos empalma con otros textos que se refieren al mismo acontecimiento de la fundación de Moca. Poemas, obras de teatro, tradiciones, crónicas que preceden y abordan el mismo tema de la novela. Estos textos nos ponen en el umbral de las copiosas informaciones conectadas con el acontecimiento de la matanza y de la fundación de Moca. Podemos enumerarlos por orden de aparición: 1) El apellido Bretón en la República Dominicana, S.D. del obispo Bretón Martínez; 2) Ese Moca desconocido del destacadísimo letrado Artagnan Pérez Méndez ( SD, Amigo del Hogar, 2000), el ensayo Asombrado por los valores del escritor Jesús María Tejada (SD, Amigo del Hogar, 2012), Diario de la Independencia( SD, Editora Taller, 1994) del notabilísimo periodista, historiador y miembro de número de la Academia Dominicana de la Historia don Adriano Miguel Tejada; Al amanecer la niebla (SD, Diario Libre, 2016) de don Eduardo García Michel y el ensayo “ El degüello de Moca” del periodista Iván Carvajal, dado a conocer en el 2018 ( confróntese “ Tribuna mocana, 3/10/18), el ensayo “ Retos de la mocanidad” (Cf. “ La Vanguardia”22/3/41) de Ramón Amado Guzmán; la obra Perfiles mocanos de ayer(Miami, FL, 2003) de Pablo Michel.
La relación geno textual: que nos refiere el génesis de donde nace la trama de la novela, que, es acontecimiento que pervive en las memorias de los supervivientes, en el relato historiográfico y en el modo de representar con las libertades de la ficción cómo fueron vividos y recreados estos hechos por la población de Moca. Esta relación define cómo se engendra el texto narrativo. He aquí el esbozo.
Tres grandes temas penetran la presentación de la villa Nuestra Señora del Rosario de Moca.
-El descubrimiento de la sensualidad que se desarrolla dentro de las lindes de la contemplación, del sueño. Circunstancia que captamos en las volcánicas expresiones de los personajes en torno al voyerismo del narrador personaje.
1- La búsqueda del yo profundo, trascendente del místico y del poeta, que se expresa en los diálogos de Juan Francisco del Valle, el cronista y Margarita Jiménez, y en las expansiones de la lectura poética.
2- La vida sobrenatural de los mitos, contados por Cristina Mendoza, donde pululan las apariciones de ciguapas, los ensalmos de brujería y las artimañas de hombre lujuriosos.
Comencemos por la primera parte. Cada uno de los cuadros de la novela se organiza en secuencias que nos muestran un lienzo de la época: el lenguaje conserva aún en ese período el voseo, y los personajes arrastran en su memoria una cantera de cuentos orales, mitos y leyendas.
El personaje narrador Juan Francisco del Valle, tiene ínfulas intelectuales, y que tiene, además, como propósito entrar en el seminario porque era en aquel punto y hora, la única forma de darle albergue a sus ambiciones literarias. Inmediatamente surge el conflicto interior. Por un lado, halla en Margarita Jiménez, el doble vínculo que orienta su vida. Su devoción por las honduras místicas, por la comunión divina que envuelve a Santa Teresa y a San Juan de la Cruz. Por otro lado, la emoción que le produce la belleza femenina; la sensualidad del cuerpo, expuesto en toda su gloria. En las descripciones del cuerpo femenino que se vuelven prolijas en la primera parte entramos en esa delectación voyerista.
De repente vi a Margarita Jiménez bañándose en el patio de su cabaña. Estaba completamente desnuda. (…) sus pechos túrgidos y ovalados destilaban polen de estrellas en sus picos. Su pelo chorreaba sobre su espalda como una cascada de lluvia. Sus labios, henchidos y redondos, excitaban tanto como sus pechos.
Al hallarse ante la contemplación excitante del cuerpo femenino, el narrador queda desencajado del papel que se ha propuesto desempeñar, y nos ofrece una revelación que va incluso mucho más allá. Porque en toda obra literaria campa, a hurtadillas, los ríos profundos de la propia biografía del autor. No olvidemos que Bruno Rosario, al igual que Juan Francisco del Valle, estuvo parejamente en un seminario, donde desarrollaría su vocación religiosa.
Por unos instantes dudé de mi intención de irme al seminario a estudiar para sacerdote (…) confieso que sus encantos despertaron en mí una secreta atracción que me desarticuló.
Los estímulos que produce el voyerismo aparecen en varios pasajes. En España se les llama mirones, buzos, en Venezuela; rascabucheador, en Cuba y brechero, entre nosotros.
Cuando cruzamos el montículo cercano al badén del río, la singular sorpresa fue ver a Josefina Rosario completamente desnuda, saliendo del río, se sacudía las aguas sin ocultar sus encantos. Nos agachamos detrás de un árbol para poder contemplar sin que ella se turbara, sus fascinantes atributos de mujer.
Las descripciones voyeristas se asocian a la sexualidad de la época. Hay en esas escapadas voyeristas, el disfrute al contar las distintas etapas del desnudo, como cuando se refiere al striptease de una madre de treinta y cinco años. En otro pasaje el mirón espía a una mulata saliendo del río, y nos dice lo siguiente:
Sus bien formados senos firmes y túrgidos se corresponden con sus grandes nalgas sobresalientes y ovaladas. Al sacudirse sus cabellos, sus pechos temblaban como palomas voladoras
- Por otra parte, y en contraste con todo lo anterior, puede atisbarse el influjo que ejerce la lectura de los místicos en el personaje narrador de la novela y en Margarita Jiménez y en el Padre Henríquez. Ambos han abrevado en la fuente de los místicos San Juan, Santa Teresa, Fray Luis de León. Los tres comentan el soneto de Fray Miguel de Guevara. Los tres compendian en sus diálogos la experiencia mística. Se trata de una luz que ilumina la conciencia, una especie de aletheia platónica. Un lenguaje interior que es, además, una mejor comprensión del mundo visible y de sus relaciones. Los diálogos sustentan una teoría literaria:
— La metáfora alumbra el sentido que representa.
—Lo que has dicho es hermoso, Margarita. Pero no se aplica a la metáfora sino al símbolo. La metáfora compara, no representa.
—Los símbolos se fundan en una palabra que representa un concepto y tienen dimensión espiritual
En esas conversaciones Margarita y Juan Francisco se intercambian sus intuiciones, sus descubrimientos y su mundo interior. No sin un dejo de pesimismo por parte del cronista, que nos dice lo siguiente:
Lo lamentable es que ya estamos en el último tercio del siglo XVIII y no tenemos imprenta para imprimir libros y periódicos. ¿Cómo progresamos sin creación intelectual?
- En los relatos orales de Cristina Mendoza compaginan con visiones fantásticas. He aquí algunas muestras : a) dicen que un hombre sale desnudo montado en su caballo y le da la vuelta a la villa, llorando sobre su montura; b) en las casas de Moca solían aparecer las jupias, mujeres con los pies al revés, que eran golosas y sensuales, y hubo casos, como el de Manuela, violada mientras dormía por un haitiano, que la adormeció con una magia soporífera; la historia de Domitila, la curandera, que con unos brebajes y ensalmos logró recuperar a un marido descarriado. Son varias las historias que empalmadas en el relato de Cristina pero todas revelan la potencia del mito como generador de cultura y recuerdos.
La segunda parte de la novela se centra en el acontecimiento historiográfico de la matanza emprendida por las tropas de Henri Christophe el 3 de abril de 1805. Dos supervivientes de la hecatombe de Moca deponen ante el cronistas, María del Carmen Bueno Quezada, bisabuela del obispo Bretón y Ruth Figueroa, que se hallaba, al igual que la primera, en el templo Nuestra Señora del Rosario de Moca.
Los hechos se cuentan de forma circular. El mismo acontecimiento aparece contado por cada una de las testigos. Se trata de la narración de los sentimientos y de las menudencias vividas por estos personajes. La técnica empleada es una sucesión de monólogos.
La diégesis que se nos trasunta en esa segunda parte puede resumirse en este párrafo:
Henri Christophe, bajo cuyo mando actuaron las tropas en Moca, ordenó que entraran al templo como mansas ovejas. Fray Pedro Geraldino piensa que general haitiano quiere indultar a la población. Tan pronto como comenzó el tedeum, cerraron las puertas del templo, con unas cuatrocientas personas. Degollaron con sus sables a los hombres, atravesaron con sus bayonetas a las mujeres y ensartaron en sus fusiles a los niños. Tras concluir la degollina, incendiaron el templo, saquearon las viviendas aledañas. En el degüello del 3 de abril de 1805 murieron los blancos; no pereció un solo negro. El templo fue reducido a cenizas.
Si la historia nos cuenta los hechos; la literatura nos fabrica una realidad. En los manuales de historiografía se desconoce las matanzas de Moca y Santiago. Algunos llegan incluso a decir son fabulaciones del anti haitianismo. Que esos hechos horrorosos no se produjeron. De manera que nuestros estudiantes terminan eclipsando estos acontecimientos; lo colocan en el terreno de las leyendas mitológicas. Quizá esta novela se emparenta con la famosa tradición escrita por el insigne escritor Cesar Nicolás Penson quien cuenta el asesinato de las hijas de Andrés Andújar, perpetrado por una gavilla de haitianos, en las cercanías de la Capital, leyenda conocida como “Las vírgenes de Galindo”.
Aun cuando los historiógrafos de hoy desdeñan este acontecimiento, José Gabriel García, padre de la historia dominicana, no omitió las menudencias del degüello de Moca. He aquí las palabras del Padre de la historia dominicana: “
Pues habiéndose anunciado que el día 3 de Abril se cantaría un Te Deum solemne en acción de gracias por la feliz terminación de la lucha, acudieron al templo más de 500 personas de todas clases, sexo y edades, además de la soldadesca desenfrenada de Faubert, la cual cerró todas las puertas al comenzar la ceremonia, y se entregó de lleno al desorden saciando su furor brutal sobre aquella concurrencia inofensiva, de las que quedaron muy pocas con vida, porque hasta el sacerdote que oficiaba fue ensartado en las bayonetas, en medio de la espantosa gritería de aquella horda de salvajes.
Don Gaspar Arredondo y Pichardo, letrado sobreviviente de la matanza de Santiago es , de todos los testigos, quien ha descrito con todos los pormenores las matanzas llevadas a cabo por los haitianos en Santo Domingo, en ese año terrible. Dice don Gaspar que en aquel punto y hora, “ser blanco era un delito” y que los haitianos se habían proclamado enemigos del color de la población, y se habían propuesto la primera limpieza étnica en este lado de la isla. En sus Memorias de mí salida de Santo Domingo escrita cuando pudo escaparse a Cuba, nos cuenta entre otras cosas de Moca lo siguiente:
“. Que de todas las mujeres que estaban en la iglesia sólo quedaron con vida dos muchachas que estaban debajo del cadáver de la madre, de la tía o de la persona que las acompañaban; se fingieron muertas porque estaban cubiertas con la sangre que había derramado el cadáver que tenían encima; que en el presbiterio había por lo menos 40 niños degollados y encima del altar una señora de Santiago, doña Manuela Polanco, mujer de don Francisco Campos, miembro del Concejo Departamental, que fue sacrificado el día de la invasión y colgado en los arcos de la Casa Consistorial, con dos o tres heridas mortales de que estaba agonizando. Que don Antonio Geraldino, don Mateo Muñoz y el capitán de aquel Partido don José Lizardo habían sido sorprendidos en su casa y atados a sus camas las incendiaron, “El negro Félix me informó en Baracoa Cuba, que todos los desastres, muertes y atrocidades cometidos por los negros en las personas blancas de ambos sexos y en todos los pueblos por donde habían transitado en retirada de la capital de donde fueron rechazados, después de un sitio de veintitrés días que tuvieron que levantar más que de prisa. Que los altares, los archivos y hasta el reloj público lo habían reducido a cenizas echando a pie para el Guarico a todo el que no habían asesinado sin exceptuar aún a los sacerdotes, menos al cura don Juan Vásquez a quien después de atormentarlo con crueldad en el campo santo que estaba frente a la parroquia lo sacrificaron, y al fin, para saciar su brutal venganza lo quemaron con los escaños del coro y los confesonarios” (Cf. Invasiones haitianas, Emilio Rodríguez Demorizi, 1973).
Y esto lo subrayamos porque desde ahora advierto que esta novela será atacada sañudamente por todos aquellos que, en los medios de comunicación y en la enseñanza quieren anular nuestra nacionalidad, y tratan de descalificar a todo aquel que refiere las menudencias de las barbaries oriundas de ese país. Refiriéndose a estos hechos el historiador haitiano Thomas Madiou ( v. III) dice lo siguiente:
El capitán Habilhomme arrasó Montecristi; y, Roisy, jefe de batallón, La Isabela. Cuatrocientos hombres comandados por el comandante Brossard recorrieron todo el país que se extiende La Vega y Sabana de la Mar, incendiaron Macorís y llevaron en cautiverio una multitud. El 6 de abril, toda la división del norte se hallaron reunidos en Santiago. Christophe le pegó fuego con sus propias manos a los edificios de esta hermosa ciudad. En pocas horas, las construcciones romanas, la catedral construida en estilo gótico del siglo XVI por los castellanos, cuatros otros templos quedaron envueltos en las llamas. La mayoría de los prisioneros fueron linchados. Una veintena de sacerdotes fueron llevados al cementerio. Cuando se dio la orden de fusilarlos. Uno de ellos, el padre Vásquez, viéndolos tambalearse, dijo:” No temáis nada, reciban la muerte con felicidad. En verdad, que tendremos hoy coronas de laureles en el Paraíso”. Se arrodillaron. Levantaron sus manos hacia el cielo, y fueron inmolados, en esta actitud hasta el último. El general Christophe condujo al norte 349 hombres 430 adolescentes menores de quince años. Después de haber incendiado Altamira, entró en El Cabo el 9 de abril de 1805. En esta campaña hemos destruido las ciudades más antiguas del Nuevo Mundo, llenas de hermosos monumentos góticos. Nos mostramos muy crueles aniquilando esta población de los campos compuestas de los negros y gente de color.
Lo que nos dice Madiou es que la matanza no se limitó a Moca y Santiago sino que fue en todo el territorio nacional, Veamos:
“La división Clervaux llevaba la retaguardia. La misma noche la caballería le pegó fuego a todos los ingenios de la llanura de Santo Domingo. Las columnas haitianas de la división del norte, armadas de antorchas, siembran el terror por todos los lados. Combatían sin cuartel a las tropas españolas (dominicanas), que hallaban a su paso.
Quemaron Monte Plata, San Pedro, Cotui, Macoris, La Vega. Aquellos habitantes de los municipios que no tuvieron tiempo de alejarse de la ruta que seguían Christophe y Clervaux fueron ya asesinados o apresados. Novecientas personas de La Vega fueron conducidas a Santiago por el jefe del batallón coronel Antoine. El coronel de la vigesimonovena brigada, Jean Bazile incendio los hatos (…) hizo ahorcar a un gran número de agricultores de esos poblados, dio a las llamas la ciudad de Moca y se presentó en Santiago donde se reunió con Christophe. Etienne Albert, coronel de la caballería, y Raymond coronel de la 27 compañía, cruzaron, a la cabeza de sus batallones, el río Yaque y llegaron a Bánica”
Thomas Madiou no esconde los horrores de aquella degollina con tintes bíblicos.
Como se ve, los acontecimientos novelados por Bruno Rosario Candelier en El degüello de Moca se hallan escoltados por una montaña de informaciones historiográficas rotundamente verídicas. El autor refiere los hechos como un notario, como el relato de una población nimbada de la piedad cristiana, que ha vivido, inexplicablemente, los horrores del apocalipsis. Con esta obra escrita en una prosa pulcra y ejemplar, se inicia la vida literaria de un acontecimiento que no debe ser olvidado, y que ahora entra de pleno derecho en el mármol de las letras nacionales.