Ñeca, ajustar, coaching, ring

Por Roberto E. Guzmán

ÑECA

“. . . hasta el momento hemos visto la misma ÑECA . . .”

Esta voz del epígrafe es otra creación del hablante de español dominicano. Es muy precisa en su significado. La voz tiene dos significaciones en el español dominicano, pero se presume por la redacción de la frase transcrita que se refiere a la ñeca menos usada. Se repasarán las dos acepciones de ñeca en el español dominicano.

En la frase reproducida la voz ñeca se usa para no mencionar una cosa desagradable con la que se tiene que vivir desde el nacimiento hasta la muerte. Esta ñeca es un producto del ser vivo. Casi nadie quiere tener que usar la palabra que es la reconocida por todos y por eso se la evita llamándola de muchas otras formas. Con el comentario escrito no hace falta que se utilice la palabra directa que se encubre al usar el nombre ñeca.

Se trata de los residuos de la comida después de hecha la digestión; expelido a través del ano. La palabra muy conocida, mierda, es malsonante de cualquier modo que se la use, por eso se evita. Cuando se usa delante de menores de edad, sobre todo de niños se la llama caca o pupú. La última palabra es muy conocida en República Dominicana, Venezuela, Nicaragua, El Salvador, Honduras y Panamá. En otras palabras, es excremento humano.

Antes de terminar se recuerda que ñeca es también el femenino de ñeco que se usa para referirse a la persona “que tiene una o las dos manos anquilosadas”; “que le falta o tiene inutilizado un dedo, una mano o un brazo”.

 

AJUSTAR

“. . . nos AJUSTÓ una sarta de impuestos que todavía estamos pagando . . .”

Llama la atención la forma en que se utiliza el verbo ajustar en la frase citada. La forma en que se emplea ese verbo en esta frase pertenece al habla de los dominicanos de forma exclusiva. Por más señas, el valor de este verbo usado de este modo no ha sido reconocido por los estudios acerca del español dominicano hechos hasta esta fecha.

Naturalmente el uso es tan frecuente que el hablante de español dominicano no se percata de que lo usa de este modo. Claro, la forma de enunciarlo es sin la ese /s/, ajutar.

En el habla informal se favorece este uso del verbo cuando se trata de imponer un juez una pena a una persona condenada por algún hecho reñido con la ley. Así se dirá, “Le ajutaron tantos o cuantos años de cárcel a Fulano por el delito que cometió”.

De la misma manera en el registro informal se usa cuando se habla de propinar golpes, inferir u ocasionar heridas, así se dice también que, “Le ajutó tres palos y dos puñaladas”.

Mediante la lectura de los ejemplos se nota enseguida que el uso es cotidiano y que los hablantes entienden a perfección el mensaje que se transmite con el uso del verbo ajustar empleado de esa manera.

 

COACHING

“. . . ya que se trata de los COACHING de los procesos electorales . . .”

Algunas voces extranjeras tienen mayor fortuna que otras en español. Esta del título parece que ha entrado para permanecer y reemplazar otras.

Hasta hace relativamente poco tiempo la voz del inglés que había sentado reales en el habla era otra de esta familia, coach, que era o es muy usada en el beisbol. Piénsese que hay coach de primera, de tercera, de bateo y pitcheo. Los dos últimos no son más que entrenadores; a los dos primeros se les llama también pilotos.

Aunque parezca extraño la voz del inglés deriva de la diligencia de dos puertas, coach, que trascendió a otras lenguas y al español entró a través del coche, nuestro carro. El avance de la voz pasó del vehículo que conduce las personas a la “persona que conduce”. En inglés con el énfasis en la persona llegó en tanto tutor. De allí pasó a las actividades deportivas para ayudar en el entrenamiento del personal deportivo en calidad de asistente. En tiempos más recientes se ha encontrado el coach desempeñando funciones de entrenador personal para todo tipo de actividades.

En las universidades y en la vida profesional hay coach que motivan a las demás personas a superarse, a alcanzar los objetivos que se proponen.

El coaching se refiere al método que se utiliza para ayudar, enseñar y entrenar a una persona o a un grupo de personas para lograr alguna meta. Entre las actividades que lleva a cabo quien se dedica al coaching está la de asesorar, trazar la trayectoria que llevará a la consecución del objetivo.

Es probable que el uso en español de las palabras del inglés tenga mucho que ver el evitar utilizar la palabra entrenador o entrenamiento porque se pierde con estas palabras el aspecto teórico del acompañamiento y labor del coach.

 

RING

“Bajo fuerte presión internacional tuvo que salir del RING . . .”

El ring del inglés tiene muchas denominaciones en lengua española. Lo único que las palabras del español no logran es igualar la brevedad de la voz del inglés. Dependiendo del ámbito en que se usa se le llama cuadrilátero, ensogado o en dos sílabas, lona.

En la narración de una pelea pugilística en muchas ocasiones el narrador con el deseo de mantener al público al tanto de lo que sucede en al área de pelea, es natural que eche manos de la voz ring para continuar con las incidencias del encuentro.

Lo que mueve o motiva al narrador a usar una u otra de las opciones del español es lo que desee destacar en el instante en que narra. Si escribe tiene mayor latitud. Si cae dirá a la “lona”. Cuando suben es al “cuadrilátero”, allí se enfrentan los púgiles. Las cuerdas que limitan la zona de pelea en los laterales son las sogas, de allí que se diga a veces “ensogado”.

Algo que llama la atención es la gran cantidad de palabras o locuciones del pugilismo que han pasado al español general. Poner a alguien “fuera de combate” o noquearlo son dos que han trascendido el ámbito de las peleas de boxeo. A alguien que vapulean se dirá que “le dieron con el cubo del agua”. En los momentos en que una persona desiste de modo forzoso de un proyecto, muchos dirán que “tiró la toalla”.

Estas palabras y locuciones son solo una muestra de las muchas más que pertenecen al dominio general. Por medio de esta integración puede el observador darse cuenta del número de aficionados que tiene el deporte o profesión del pugilismo.

Chucho, desarrabalización

Por Roberto E. Guzmán

CHUCHO

“A Emilio lo torturaron con CHUCHOS y palos. . .”

Esta denominación para el látigo o fuete tiene larga historia en el español antillano. El Tesoro léxico canario-americano (2010:318) escribe que esta voz es americana, es decir, que apareció primero en América. De acuerdo con las noticias y documentos de que se dispone su origen se produjo en las islas antillanas. De ahí pasó a Venezuela.

De América la voz llegó luego a las Islas Canarias. Los autores del Tesoro antes mencionado entienden que la voz chucho deriva de chuzo. En opinión de quien escribe estas notas, quizás se produjo como una deformación del sonido de la letra zeta /z/ del español peninsular en la segunda sílaba de chuzo.

La primera noticia que se tiene de la voz chucho recogida en un diccionario es en el Diccionario de provincialismos de la isla de Cuba (1831). En ese lexicón se recoge la acepción, “Látigo que usa el jinete cuando monta a caballo”. Hay que reparar de inmediato en que la definición que ofrece esa obra está orientada por la situación en que se usa el instrumento.

Cuando D. Esteban Pichardo se ocupa de la voz en su Diccionario provincial casi razonado de vozes y frases cubanas, publicado por primera vez en 1836 redacta la acepción correspondiente señalando el uso, “Látigo o instrumento de azotar hecho de vergajo o cuero retorcido, que va adelgazando hacia la punta”. En esa definición entra la forma y el material con que se fabrica el chucho. En acepciones aparte aprovecha el diccionarista la oportunidad para mencionar otros usos de la voz chucho.

Ya en el año 1916, D. Augusto Malaret al escribir acerca del chucho en su Diccionario de provincialismos de Puerto Rico, en la página 59 reduce la definición a cuatro palabras, “Látigo de cuero retorcido”, que muy bien puede ser el chucho que se conocía en Puerto Rico en esa época y menciona que era de uso también en Cuba. Cuando este autor publicó   el Vocabulario de Puerto Rico (1955:151) reprodujo la acepción anterior, pero consignó que era de uso en las Antillas y Venezuela. Esta mención sirve de testimonio de la expansión de la voz.

En el Diccionario de voces cubanas (1921:186), D. Constantino Suárez trae una definición más lata para el chucho, “Toma este nombre cualquier forma de látigo, y algunos lo hacen extensivo a denominar el vergajo y las disciplinas”. Para la etimología de la voz presenta “achuchar”, que equivale a azuzar. Esta palabra, disciplina, denomina un azote que servía de instrumento de penitencia.

La tipificación del chucho comienza a liberalizarse en el Nuevo catauro de cubanismos de D. Fernando Ortiz, cuya primera edición data de 1923. Allí aparece en tanto “Látigo hecho de un vergajo retorcido y por extensión cualquier tipo de látigo” (1923:214). De la lectura de esta definición se infiere que a cualquier tipo de látigo se llama(ba) en Cuba chucho.

En República Dominicana D. Rafael Brito no lo recoge en su obra Criollismos de 1930. Quien lo presenta por primera vez es D. Pedro Henríquez Ureña en El español en Santo Domingo publicado por primera vez en 1940. Solo trae la mención de que es látigo y menciona el uso en Cuba y Venezuela.

Después de que D. Pedro lo mencionó todos los lexicógrafos ulteriores hacen constar la voz chucho en sus obras porque esta mantiene su vigencia en el habla de los dominicanos.

Algo que puede comprobarse con facilidad es que en el habla un chucho es cualquier instrumento flexible que sirve para azotar, los hay de cuero, de soga, de alambres retorcidos y algunos cuentan con nombre propio en el español dominicano como el “güevo de toro” que en el español internacionalizado se llama de vergajo.

El portugués brasileño tiene una palabra igual, chucho, pero para otros usos. Una de esas voces que se parece a la estudiada aquí por su significado y procedencia es el chucho usado en algunas zonas agrícolas para designar un palo puntiagudo con que el labrador abre en la tierra un hueco, donde luego depositará la semilla. Eso parece mucho a la coa de los taínos. Al igual que Corominas y Pascual sugieren para el origen del chucho caribeño la palabra chuzo, en portugués brasileño dicen que la voz deriva de chuço. Novo Aurélio O Dicionário da Língua Portuguesa Século XXI (1999:464).

 

DESARRABALIZACIÓN

“. . . con esta acción nos ayudan al proceso de DESARRABALIZACIÓN y adecentamiento. . .”

La voz del título es más que larga. Decirla causa problemas, escribirla toma tiempo. Hasta leerla cansa. El autor de estos comentarios acerca de la lengua no duda en pensar y publicar que debe ser una voz creada por el segmento culto de la población hablante de español dominicano.

El verbo desarrabalizar solo se conoce en República Dominicana. Este verbo tiene en el habla de los dominicanos una acepción muy precisa en el Diccionario de americanismos, “deshabitar un núcleo de población, especialmente ocupado por personas de pocos recursos económicos, y eliminar sus viviendas con el fin de desarrollar en él proyectos urbanísticos u obras civiles”. Con la lectura de la acepción se nota que es larga y llega desde el lado de la devastación.

Ya en el Diccionario del español dominicano (2013:248) la definición del verbo procede desde el ángulo positivo, “Acondicionar una zona urbana mediante la eliminación de infraviviendas o de puestos callejeros”. En esta caracterización se olvidó consignar el desarrollo de proyectos urbanísticos. No hay que sorprenderse de que sea así, porque en muchos casos no se construyó proyecto alguno, sino que se mejoró el paisaje para consumo de los incautos.

El sustantivo desarrabalización guarda relación estrecha con el verbo arrabalizar, pues sirve para mencionar el proceso mediante el cual se ejecuta la acción contraria.

Se hace necesario aquí mencionar el verbo arrabalizar. En muchos casos se utiliza para destacar que una parte de una población se convierte en arrabal, es decir, en una zona donde viven personas descuidadas, se acumula basura en las calles y resalta la falta del ornato público.

Tanto el verbo como el sustantivo mencionados más arriba tienen estrecho vínculo con la palabra arrabal que designa un barrio fuera del recinto de la población a que pertenece. Hubo un momento en la historia de las palabras en que el arrabal y el barrio fueron sinónimas.

La palabra arrabal procede del hispanoárabe rabád; la primera documentación data del año 1146, con lo que se entiende que es palabra antiquísima en la lengua. La palabra arrabalero se hizo de un cariz negativo, persona “que se comporta y habla de manera zafia”, persona de modales groseros o toscos, carente de tacto en su comportamiento. Con este tipo de creación léxica se estigmatizó al arrabal al hacerlo asiento de personas de la conducta señalada.

En tiempos modernos se han mejorado los métodos de llevar a cabo los planes de desarrabalización. En algunos países los llaman de beautificación, tomando en préstamo parte de la lengua francesa que llega al español desde las riberas del inglés. Es una manera de embellecer el panorama urbano; sin que se entre aquí en detalle.

Hay que celebrar una vez más que la inventiva del dominicano ha podido acuñar dos verbos y un sustantivo para mencionar con exactitud los procedimientos que se describieron más arriba.

Desvíos normativos en Tiempo muerto

Por Tobías Rodríguez Molina

 

Hace un tiempo salió publicado en las ciberpáginas de la Academia Dominicana de la Lengua el artículo “El desenqueísmo y el desalaqueísmo en Tiempo Muerto de Avelino Stanley, en el cual se ofrecieron datos sobre esos dos fenómenos lingüísticos, el primero de los cuales  puede afirmarse que ha ido tomando presencia abundante en el español de los dominicanos.

Al inicio de ese artículo expresé mi extrañeza de que en esa  obra de Avelino aparecieran tantos desaciertos normativos, de los cuales prometí ocuparme en un artículo futuro, y de eso se tratará en esta ocasión.

Ante ese panorama de la abundancia de fallos   ortográficos y algunos de sintaxis, creo que pueden plantearse varias hipótesis sobre esa realidad. Esas hopótesis se presentan a continuación.

  1. El autor del libro no buscó un corrector de estilo pensando que no hacía falta porque él manejaba su idioma español a la perfección. Y por eso la Editora Búho, pensando que eso era cierto, no corrigió ni una coma.
  2. El buscó un corrector de estilo, pero no conocía la competencia del mismo, y, al creer en la capacidad del corrector, confió en que este  haría bien su trabajo; pero se puede demostrar su incompetencia por la baja calidad del  trabajo realizado.
  3. La Editora Búho no tenía a alguien competente que revisara el material que le entregó Avelino aunque ya hubiera sido corregido por un excelente corrector de estilo. Eso es parte de su responsabilidad.
  4. No se explica cómo la Editorial Cocolo dejó que fuera puesto en circulación ese libro con tantos fallos de normativa.
  5. Avelino no le dio aunque fuera un vistazo rápido a su libro antes de la impresión definitiva creyendo  que no era necesario confiado en la competencia de la Editora Búho.
  6. El jurado que le otorgó el Premio Nacional de Novela 1997 no tuvo en cuenta la abundancia de usos alejados de la normativa del español.
  7. Existió otro factor, aparte del excelente contenido y las abundantes y bien logradas figuras literarias, que movió al Jurado a otorgar el Premio Nacional de Novela 1997 a esa obra saturada de usos gramaticales alejados del correcto manejo de nuestro rico idioma español.

Después de planteadas esas hipótesis, se pasará a desarrollar la temática anunciada en el titular. Se verá en detalles los catalogados de “desvíos normativos” en Tiempo Muerto. Las citas están tomadas de la segunda reimpresión del año 1999.

  1. “Hay que moverse porque sino, cuando uno viene a ver, en vez de uno, serán dos los que se mueren. (pág. 133). En la p. 182 aparece un caso semejante: “Mamá, cálmese porque sino habrá que sedarla…” En la página 168 aparece otro “sino” que deber escribirse “si no” ¿Qué les parecen esos  “sino” que no son  adversativos? En ese contexto se trata de la expresión condicional negativa “si no”, como en “Si no puede venir Juan que venga Juana.” Un “sino” puede emplearse muy bien en “No pudo venir Juan, sino Juana.” Sin embargo, en la página 65 aparece escrito “si no”, debiendo escribirse “sino”, como aparece en el siguiente ejemplo: “…muchas de las normas…nunca me fueron consultadas, si no impuestas.” Por tratarse del  nexo adversativo, debió escribir “sino”.
  2. En la página 12 escribió “aveces” todo unido debiendo ser “a veces”.
  3. Otros casos de unión de palabras que deben escribirse separadas los encontramos en las páginas 11,  17 y 124. En la 11 apareció unido “porqué” debiendo escribirse “por qué”. Veamos: “No sabía porqué nos miraban tanto toda esa gente que estaban ahí.” En la 17 expresó: “Sus cantos, no sé porqué, me hacían recordarte.” Mientras que en la página 124 se lee la siguiente expresión: “Hasta pensé, no sé porqué, que mi tío podía estar en ese Central Romana. Está bien patente que en esos tres casos  hay que escribir “por qué”. Un “porqué unido puede aparecer en “No sé el porqué de su tardanza.”
  4. Parece extraño que palabras bastante comunes en su uso el autor las escribiera separadas debiendo ir unidas, como en los casos siguientes: 1. “No había perdedera porque donde quiera que uno doblaba, ahí aparecían las chimeneas del ingenio.” (p. 125). Otros “donde quiera” así, separados, aparecen en las páginas 137 (Donde quiera que se encuentre) y 208 (Por donde quiera saltaban saludos…). 2. Algo semejante lo encontramos en la palabra mediodía,  escrita “medio día” en dos partes. Veamos: “La comida del medio día, papabuelo, tú sabes que casi nunca te la llevaba.” (p. 128). Debe escribirse “mediodía”, pues se hace referencia a un período del día, que es “el mediodía” y no a la mitad del día,  que sería “medio día”.
  5. Hay ausencia de “les”.  En su lugar, el autor emplea erradamente “le”. Les presento los siguientes ejemplos: a. “Cuando venían a presionar, se le recogía algo entre todos los vecinos y se le daba.” (p. 178). b. “Nosotros mismos tuvimos que construirle las letrinas.” (p. 178). c. “Luego supe que a esas viviendas le llamaban barracón.”  En esos tres casos  el referente de la acción verbal es plural, por lo cual en todos ellos hay que escribir “les”. También se usó “le” en vez de “les” en las  páginas 184, 185 y
  6. En el capítulo 13 (páginas 58-61), aparecen 6 vocativos sin la coma. Véanse algunos de ellos: “¡Hay mi hija! (p. 59); “¡Hay Dios mío! (p. 60);  “Dígame María.” (p. 60). También falta la coma del vocativo  en las páginas 38, 97, 132, 145 y 199,  y en muchos otros vocativos.
  7. Se encuentran varios términos interrogativos y exclamativos sin la tilde a pesar de que deben llevarla por la exigencia del acento diacrítico. Veamos algunos de esos casos: “Tú sabes como son los muchachos.” (p.193); “Que miren a ver donde encuentro a Jacob.” (p. 58); “Apenas percibía como los fogones…comenzaban a perder fuerza…” (p. 71). También se encuentran casos de ese mismo tipo en las páginas 96,  98, 111, 113, 115, 116, 133, 177, 193…
  8. En la página 145 hay un “qué” con esa tilde, pero debe ser “que”. Allí se lee “La verdad qué extraño tu caso.” Otro “que” que no debe tildarse lo encontramos en la página 53: “¿Qué por qué digo eso? Aparece también un “como” sin tilde y  que debe escribirse con ella, ya que es una palabra  (p. 19). Dice así: “…mira como estoy de sudada.”
  9. Se encuentra un “ti” con tilde: “A tí lo que te pasa es que vives apoyándolo.” (p. 55). Y también a un “si” que debe escribirse con tilde no se le marcó: “…ahora si usted va a ver.” (p. 217). Se le puso tilde a un “aun” que no va acentuado: “…aún cuando un inconveniente surja…persistiré.” (p. 66).
  10. En el empleo de la puntuación, en el libro hay reflejo de serias deficiencias. Ya vimos en el punto 6 la ausencia abundante de la coma en el vocativo, y existen otros muchos casos que no voy a citar, tanto en vocativos como en otros muchos casos. Pero hay que destacar la dificultad con que se maneja el buen uso del punto y coma, empleando en su lugar la coma. Visualicemos esa realidad con algunos ejemplos y la gran cantidad de páginas donde aparece ese no uso del punto y coma.  Veamos:

_”El no era blanco, sin embargo trataba a los negros con desprecio.” Antes de “sin embargo” se debe escribir un punto y coma, y una coma después de ese enlace, como sigue: “El no era blanco; sin embargo, trataba a los negros con desprecio.”

_”Los cañaverales cambiaron su color verde, parecían una cama inmensa de algodón gris.” (p. 89). Entre verde y parecían se escribirá un punto y coma, aunque también puede admitirse el uso del punto.

_”Así es la vida, mi hija, mira lo dulce que es la caña y lo dulce que es el azúcar.” (p. 51). Antes de “mira” es inadmisible una coma. Pudiera ser un punto y coma o un punto.

_Esa abundante  ausencia  del punto  y coma lo encontramos en las páginas 82, 110, 112, 113, 117, 118, 126, 129, 183, 195, 212, 217…

  1. Hay constancia del mal empleo de algunos verbos, como los que aparecen en las siguientes expresiones: “…has una cita, pídele que te permitan visitarlos…” (p. 136). Esa forma verbal “has” proviene del verbo “hacer” y por eso debe escribirse “haz”. En esa misma página  aparece ese mismo  verbo “hacer” usado en plural aunque  está siendo  empleado  como impersonal, como es el ejemplo que ofreceré,  por lo cual debe conjugarse  en la tercera persona del singular. Veamos: “Yo sé que es una tarea ardua; que deben hacer cientos o miles con ese apellido…” Además,  confundió el verbo “hacer” con “haber”, pues debió emplear “debe haber”  y no “deben hacer”.
  2. No se supo mantener la correcta concordancia entre algunos verbos y sus sujetos en algunos casos. Fijémonos en los siguientes: a. “Todo eso con el propósito de que se conozca en el mundo entero las situaciones ya dadas.”(p. 172). Debe darse la concordancia entre “las situaciones ya dadas” y el verbo “se conozcan”; b. “…de cada uno de los hechos que se denuncia hay pruebas fehacientes.”(p. 174). Tiene que haber concordancia entre “los hechos” y “se denuncian”.

Seguro que en Tiempo Muerto hay otros quebrantamientos del español. Pero  los ya  ofrecidos son suficientes  para que se  cumpla una o varias de las hipótesis planteadas al inicio de este artículo. Confieso que me sorprendió, y me apena profundamente, que Avelino Stanley, a quien le tengo un gran aprecio, publicara este libro  con la abundancia de desvíos normativos que se encuentran en su interesante y  valiosa obra.

Para los que escriben o aspiran a escribir, les presento lo que apareció en unas notas que redacté para un taller dirigido a periodistas de Puerto Plata, referente a la corrección: “En este tipo de redacción deben tenerse en cuenta los aspectos normativos. La gente no perdona las incorrecciones a quien debe expresarse correctamente. Donde abundan las incorrecciones, se juega con el prestigio…” (La Redacción Periodística, Tobías Rodríguez Molina).

Ortoescritura

Por Rafael Peralta Romero

  

13/3/2021

NUERO… NO HAY; YERNA, TAMPOCO 

Lo primero que ha de expresarse en este artículo es el interés por introducir una precisión en torno a las palabras /nuera/ y /yerno/ y los viciosos cambios de género que en ocasiones las afectan. Pero no deja de provocar una reflexión el tratamiento que le da el Diccionario de la lengua española al definir los referidos vocablos. Ya veremos.

Para expresar el femenino de un ente vivo o de los elementos referidos a ellos (artículo, adjetivo), lo ordinario en el español es el cambio de terminación. Así, tenemos de perro, perra; niño, niña; chivo, chiva, bello, bella, pequeño, pequeña.

No podemos ignorar, sin embargo, que en algunos seres el masculino y el femenino presentan notable diferencia morfológica, fenómeno denominado heteronimia. De tal modo que la hembra del caballo se denomina yegua y no como el procedimiento habitual de nuestra lengua de mantener la base de la palabra y sólo variar el final.

Lo mismo ocurre con hombre, mujer; toro, vaca; carnero, oveja; padre, madre; compadre, comadre; rey, reina.

El Diccionario académico define lacónicamente el término heteronimia: “Relación que se establece entre dos heterónimos, p. ej., toro/vaca”.

Al consultar el adjetivo /heterónimo, ma/, encontramos que procede del griego (hetero, diferente; onomo, nombre) y se define así:1. adj. Ling. Dicho de un vocablo: Que se opone a otro de distinta raíz en algún rasgo morfológico, normalmente el género. Caballo es heterónimo de yegua.

Nuera y yerno son términos heterónimos, pues parten de raíces diferentes. Todos creemos que nuera es, con respecto a una persona, la esposa o pareja de un hijo de esa persona. Por igual, creemos que yerno es el esposo o marido de nuestra hija.

Sin embargo, el Diccionario oficial de nuestra lengua nos guarda estas sorpresas: nuera, (del lat. nurus, con cruce de suegra en las vocales).1. f. “Cónyuge femenino del hijo o de la hija de una persona”.

O sea, que la nuera (mujer) puede llegar a nuestra casa tanto de la mano del hijo (hombre) como de la hija (mujer).

Como para no dejarnos gachos, la publicación académica define el vocablo yerno de este modo: “m. Cónyuge masculino de la hija o del hijo de una persona”.

Esto deja dicho que el yerno (hombre) no es solo el marido de tu hija (mujer), sino que de este modo se ha de llamar también al “marido” de tu hijo (hombre).

La reflexión que se origina aquí se centra en la pregunta siguiente: ¿Hasta dónde tenemos que aceptar todo lo que diga el Diccionario? Es evidente que las definiciones de nuera y yerno arrastran pesada carga ideológica, identificadas con las corrientes que pregonan la exaltación de la homosexualidad. Pero ese es otro asunto.

Por hoy nos limitamos a recordar que la mujer relacionada maritalmente con el hijo de una persona es /nuera/ y que el hombre relacionado con la hija de esa persona es /yerno/.

 Bejuco y vejiga

Para completar el espacio, les recuerdo a quienes aún dudan que se escribe y pronuncia /bejuco/ la palabra con la que se denomina a la planta sarmentosa y trepadora, propia de regiones tropicales. Nunca “bujuco” ni “buhuco” ni “bojuco”, sino /bejuco/.

Parecida deformación ocurre con el vocablo /vejiga/ con el que se nombra un órgano interior que tienen los seres humanos y muchos otros animales vertebrados. Es una bolsa en la cual se deposita la orina producida en los riñones.

Algunos hablantes parecen temer a la pronunciación de la jota y buscan formas que creen más “finas”, tales como “veiga” o “vehiga”, dejando de lado la forma correcta, que es vejiga.

 

6/03/2021

DE CONCEBIR, CONCEPCIÓN; DE CONCEDER, CONCESIÓN

 Tema recurrente de esta columna ha sido el diferenciar las palabras de otras con las que guardan alguna semejanza gráfica o semántica, fenómeno al que los lingüistas llaman paronimia. Cuando dos o más palabras se parecen entre sí se dice que son parónimas. Ejemplos: intersección (cruce), intercesión (mediación) e intercepción (estorbo, detención).

Hoy les presento otros casos de parónimas que generan vacilación en hablantes cultos: concesión, concepción; enólogo, etnólogo; reto, recto y resto. Veamos:

Concesión. (Procede del latín. concessio, -onis). 1. f. Acción y efecto de conceder. 2. f. Acción y efecto de ceder en una posición ideológica o en una actitud adoptada. El vocablo tiene otras acepciones y les cito la cuarta: 4. f. Der. Otorgamiento que una empresa hace a otra, o a un particular, de vender y administrar sus productos en una localidad o país distinto.
Concesión es la acción de conceder, vale decir, dar, otorgar, hacer merced y gracia de algo. Este vocablo guarda gran afinidad con cesión (de ceder). Dar, transferir o traspasar a alguien una cosa, acción o derecho.

Concepción. (Del latín conceptio, -onis). 1. f. Acción y efecto de concebir. Por antonomasia la concepción de María, la madre de Jesús. Cuando se refiere a la fiesta con que anualmente celebra la Iglesia católica el dogma de la inmaculada concepción de María, se escribe Concepción, con mayúscula. Enólogo, ga. Es la persona entendida en enología. Con esta palabra, compuesta de vino y -logía, se denomina el conjunto de conocimientos relativos a la elaboración de los vinos. Aunque es propia de hablantes cultos, en ocasiones la prosodia se trastorna y lleva a confundirla con otro vocablo parecido en grafía y en sonido, pero muy disímil semánticamente. Etnólogo, ga. Especialista en etnología.

La etnología es definida en el Diccionario académico como la ciencia que estudia comparativamente los orígenes y expresiones de la cultura de los pueblos, a partir de los datos proporcionados por la etnografía.

Reto. Del verbo retar. 1. m. Provocación o citación al duelo o desafío. 2. m. Acción de amenazar. “Cuando en bélico reto de muerte, sus cadenas de esclavos rompió”.

Recto. Este vocablo tiene doce acepciones en el Diccionario de la lengua española. Les presento a continuación seis. Que no se inclina a un lado ni a otro, ni hace curvas o ángulos. Línea, trayectoria recta.2. adj. Dicho de un tipo de vestido o de una parte de él: Que es de corte sencillo, sin pinzas, pliegues, etc. Pantalón recto. Falda, manga recta.3. adj. Dicho de una persona: Severa, consigo y con los demás, en el cumplimiento de normas morales y de conducta.4. adj. Dicho del carácter o de la moral de una persona: Justo o severo.5. adj. Dicho del sentido de una palabra o una frase: Primitivo o literal, a diferencia del traslaticioo figurado.6. adj. Anat. Dicho del intestino: Correspondiente a la última porción, que termina en el ano. (Se usa más como sustantivo).

Resto. (De restar).. Parte que queda de un todo. En el juego de pelota y otros deportes, acción y efecto de restar. Dep. En el juego de pelota y otros deportes, sitio donde se resta. En matemática: Resultado de la operación de restar.

El vocablo restos, en plural, se emplea frecuentemente para referirse a los residuos o sobras de comida. Y peor aún para citar a lo que queda de las personas una vez que el espíritu ha volado a lo ignoto: restos mortales.

 

20/3/2021

HIBERNAR E INVERNAR: ¿SON PALABRAS SINÓNIMAS? 

Nuestro idioma tiene su ladito complicado y en ocasiones es preciso centrarse en la búsqueda del intríngulis. Quizá ocasione alguna dificultad determinar la relación semántica que pueda haber entre los verbos /hibernar/ e /invernar/, en adición al parecido fonético que presentan, es decir, son palabras homófonas.

Estos verbos son partes de sendas familias de palabras vinculadas todas al vocablo /invierno/, con el cual se nombra una estación del año. Veamos y comparemos, tomando como base lo que en cada caso señala el Diccionario de la lengua española.

Hibernación. (Del latín hibernatio, onis).1. f. Estado fisiológico que se presenta en ciertos mamíferos como adaptación a condiciones invernales extremas, con descenso de la temperatura corporal hasta cerca de 0° y disminución general de las funciones metabólicas.2. f. En animales, tanto vertebrados como invertebrados, sueño invernal.3. f. Estado semejante a la hibernación de los animales que se produce en las personas artificialmente por medio de drogas apropiadas con fines anestésicos o curativos.

Hibernar. (Del latín hibernare).1. intr. Pasar el invierno, especialmente en estado de hibernación.
Hibernal. (Del latín. Hibernalis).adj. invernal.

Hibernizo, za. De hibierno.adj. p. us. Perteneciente o relativo al invierno.

La voz /hibierno/ que procede del latín “hibernum”, aunque esté en desuso, es equivalente a invierno. Hibierno pudiera ser el vocablo líder entre el grupo de los que inician -hib, y es el que más evidencia el parentesco de este grupo con la voz invierno.Invierno. (De ivierno, y este del lat. [tempus] hibernum ‘[estación] invernal’).1. m. Estación del año que, astronómicamente, comienza en el solsticio del mismo nombre y termina en el equinoccio de primavera.2. m. Época más fría del año, que en el hemisferio boreal corresponde a los meses de diciembre, enero y febrero, y en el austral a los de junio, julio y agosto.3. m. En la zona ecuatorial, donde las estaciones no son apreciables, temporada de lluvias que dura aproximadamente unos seis meses, con algunas intermitencias y alteraciones.4. m. coloq. Ven. aguacero (? lluvia repentina).Invernáculo. (Del latín, hibernaculum).m. invernadero (? recinto para el cultivo de plantas). Está claro que con este vocablo podemos nombrar a esos espacios destinados a la producción de frutos comestibles y que tanto bien han proporcionado a la economía y alimentación de los dominicanos.

Invernada. Estación de invierno. Es el tiempo de las temperaturas muy bajas, de las heladas y de las lluvias excesivas o de las tormentas de nieve, todo según el país de que se trate.
Invernal. Relativo al invierno.

Invernar. (De invierno).intr. Pasar el invierno en un lugar.2. intr. Arg., Chile y Ur. Dicho del ganado: Pastar en los invernaderos.3. tr. Ur. Engordar al ganado con buenas pasturas.
Invernizo, za. 1. adj. Perteneciente o relativo al invierno. 2. adj. Que tiene las propiedades del invierno. Invernadero. (De invernar y -dero).1. m. Recinto en el que se mantienen condiciones ambientales adecuadas para favorecer el cultivo de plantas.2. m. Paraje destinado a que pasten los ganados en invierno.

Efecto invernadero. 1. m. Elevación de la temperatura de la atmósfera próxima a la corteza terrestre, por la dificultad de que se disipe la radiación calorífica, debido a la presencia de una capa de gases, especialmente dióxido de carbono, procedentes de las combustiones industriales y otras actividades.3. m. desus. Sitio a propósito para pasar el invierno, y destinado a este fin.

Temas idiomáticos

Por María José Rincón

  

ENTRE SÍES Y NOES

02/03/2021

Hay quienes acuden a palabras larguísimas en su afán de aparentar dominio de la lengua. Podrían ahorrarse el esfuerzo; el dominio se encuentra también en lo más pequeño. Los monosílabos nos demuestran su carácter haciendo un despliegue de estilo para formar el plural y conviene saber cómo hacerlo.

Cuando acaban en consonante lo tenemos fácil. Como los sustantivos de más de una sílaba, los monosílabos acabados en las letras -n, -l, r-, d, -j, -s, -x o -z forman su plural añadiendo -es: pan/panes; col/coles; mar/mares; troj/trojes; lid/lides; fax/faxes; paz/paces. Si la palabra monosílaba y acaba en -y precedida de vocal sigue esta misma regla: rey/reyes, ley/leyes, ay/ayes.

Si acaba en cualquier otra consonante, forma el plural añadiendo solo –s: tic/tics, chef/chefs, blog/blogs, rock/rocks, zum/zums, chip/chips, bit/bits. Basta fijarse un poco para notar que la mayoría de estas voces proceden de otras lenguas. Encontramos un par de excepciones; para el sustantivo club se consideran correctos los plurales clubs y clubes; y para test podemos usar el plural regular tests y también el plural invariable test.

Los monosílabos acabados en vocal forman el plural añadiendo una -s: si/sis (nota musical), fe/fes, pie/pies. Un ejemplo de la regla son los nombres de las consonantes: ge/ges, pe/pes, ka/kas, cu/cus. Las excepciones las encontramos en los nombres de las vocales, que forman su plural con -es: aes, íes, oes y úes; el caso de la e es especial: podemos elegir entre es y ees, aunque es preferible el primero.

Tres monosílabos con una personalidad destacada nos sirven para concluir: yo, sí no. Si cambiamos de opinión, como solemos hacer de vez en cuando, nuestros noes se convierten en síes. Así nuestro yo, al que creemos tan singular y único, se encuentra con algunos yoes.

 

CAFÉS Y COLIBRÍES

9/03/2021

Los plurales de los monosílabos han levantado mucha expectación. De la expectación hemos pasado a las dudas. Las dudas son siempre saludables, pero no es aconsejable rumiarlas demasiado. Si surge una duda, buscamos una solución; al menos en la ortografía y la gramática solemos encontrarlas.

Dejamos atrás los monosílabos y nos centramos en las palabras de más de una sílaba cuando terminan en vocal. Siguen una regla general, aunque para las palabras terminadas en -í o en  tenemos algunas variantes. Vayamos a la práctica, que siempre nos ayuda a afianzar los conocimientos.

Ponemos en plural las palabras terminadas en cualquiera de las vocales átonas añadiéndoles una -s: mesa/mesas, aceite/aceites, taxi/taxis, polo/polos, haiku/haikus.

Incluso si el final de la palabra está formado por más de una vocal: bonsái/bonsáis, individuo/individuos, miau/miaus. También aplicamos la misma regla para las palabras que terminan en las vocales –á, -é y -ó cuando estas son tónicas: capá/capás, gagá/gagás, café/cafés, puré/purés, bongó/bongós, seibó/seibós. 

Las inseguridades resurgen con las palabras terminadas en -í -ú tónicas. Estas palabras tienen dos posibilidades en cuanto a su plural (-ís o -íes; -ús o –úes), aunque la lengua culta suele preferir las terminaciones en -íes o en -úes. Para las terminadas en –í nos fijamos en cuatro antillanismos prehispánicos: ají/ajís o ajíes, maní/manís o maníes de la lengua taína, y colibrí/colibrís o colibríes, manatí/manatís manatíes de la lengua caribe. Para las voces terminadas en -ú seguimos la misma regla: bambú/bambús o bambúes, mangú/mangús o mangúes. Existen algunas excepciones en palabras procedentes de otras lenguas, para las que se ha impuesto el plural en -s: champú/champús, menú/menús, vermú/vermús.

 

CONCISIÓN Y PROPIEDAD

16/03/2021

Hay dos palabras especialmente relacionadas con mi idea, y, por supuesto, la de otros muchos, de escribir bien. Escribir bien no significa usar la palabra más larga y más rebuscada, engañosamente más culta; no significa decir con más palabras lo que se puede decir con menos. Escribir bien tiene mucho que ver con la concisión y la propiedad, aliadas indispensables ante una página en blanco.

No es baladí recordar que para una buena escritura es preciso tener algo que decir y saber qué es. ¡Cuántas veces un texto ininiteligible nace de nuestras dudas sobre qué idea queremos transmitir! Suele servir un pequeño o gran esquema que establezca nuestras ideas principales y el orden en que las vamos a comunicar.

Tenemos el lápiz en la mano (pueden cambiarlo por su útil de escritura favorito), el esquema en la cabeza o garabateado en un papel, y ahora nos toca volver a aquello de la concisión y la propiedad. Ya sabemos lo que queremos decir y, por supuesto, lo queremos decir con exactitud. La concisión, según el Diccionario de la lengua española, consiste en hacerlo ‘con brevedad y economía de medios’. Húyanles como a la peste a los rodeos y circunloquios; si existe una forma más sencilla de decirlo, siempre debemos preferirla. Brevedad y economía sin sacrificar el significado; y aquí entra en juego nuestro principal recurso: la propiedad. Solo las palabras apropiadas nos brindan el sentido exacto de lo que queremos decir; van directas a la idea, son precisas y y adecuadas y cumplen con su misión: decir con exactitud y claridad o que queremos decir. «¿Y es fácil?», me dirán ustedes. Ya les digo yo que no, por eso me propongo compartir con ustedes algunos recursos en las próximas semanas.

En Mesopotamia

Por Jorge Juan Fernández Sangrador

 

Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo: «¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medas, elamitas y habitantes de Mesopotamia… Y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua» (Hechos de los Apóstoles 2,9-11).

Jardín de Edén. Discurrían por él cuatro ríos. Dos de ellos se llamaban Éufrates y Tigris. Ambos delimitan la extensión territorial que el Papa visitó la semana pasada. En aquel vergel, Dios conversaba, a la hora de la brisa vespertina, con Adán y Eva, que habían sido advertidos, a la vista de un árbol, de a dónde podía arrastrarlos el ciego deseo de lo imposible.

Al este de Edén, la descendencia de Caín levantó la primera ciudad y hubo pastores, citaristas, flautistas y forjadores de herramientas de bronce y de hierro. Y héroes. Y surgieron los linajes y las genealogías, de las que fueron quedando noticias impresas en las tablillas de arcilla que se guardaron en las bibliotecas allí formadas.

En aquellas inmensidades mesopotámicas refulgió la luz de la fe religiosa, vivida como acto de relación personal con Dios, de tú a Tú, en un diálogo que acontece en el decurso de las horas cotidianas. Coloquio que la muerte no podrá acallar, porque, el hombre y la mujer, amorosamente moldeados por los dedos de Dios a su imagen y semejanza, fueron creados para estar siempre con Él.

Era, además, tierra de inundaciones purificadoras, porque la violencia sembrada por Caín en la historia no fue erradicada jamás de ella, sino que creció, se multiplicó y se expandió. Hasta el presente. Mas Dios, valiéndose de la inmejorable pedagogía de las pruebas de la vida, fue enseñándole a la humanidad, con infinita paciencia, el valor de la bondad y del perdón, como proclamó, en Nínive, el profeta Jonás.

Y cuando aquí morábamos aún en abrigos de cuevas o en chozas, unos emigrantes de Oriente construyeron, con ladrillos y alquitrán, en la llanura de Senaar, una torre altísima, con pretensiones de que llegase hasta el cielo. Fue, a partir de entonces, cuando la lengua “primaeva” se diversificó en tantas como pueblos se originaron tras la dispersión de Babel.

Siglos después, fue levantada en aquellos sequedales la ciudad de Babilonia, irrigada por rumorosas corrientes de agua fluyente a través de las acequias que proveían de la vital linfa a las exóticas especies de árboles y plantas que alegraban con sus colores y fragancias los jardines colgantes.

Junto a los sauces, de cuyas ramas pendían, silenciosos, los instrumentos musicales que se habían llevado consigo cuando fueron conducidos al cautiverio, los israelitas se lamentaban de su suerte, de haber sido trasplantados tan lejos de Sion. Y eso que no les faltaban ni los oráculos de Ezequiel, ni las visiones de Daniel, ni los testimonios de fe en Dios, que salvó de morir en el fuego a los jóvenes Ananías, Azarías y Misael.

El Cristianismo, que fue aceptado muy pronto por los habitantes del Creciente Fértil, arraigó profundamente en aquel suelo. Al fin y al cabo, las civilizaciones que allí habían existido coprotagonizaron las historias que refiere el Antiguo Testamento. Eran, en cierto modo, prehistoria del Cristianismo. Y esto lo captaron inmediatamente los oyentes mesopotámicos del anuncio del Evangelio, el cual, a la par que arrojaba una luz esclarecedora sobre su riquísimo pasado, confería a éste plenitud de sentido. Asumir, inculturar y resignificar. En eso consistió la clave del éxito apostólico.

De ahí el que el cristianismo mantuviese, en sus estructuras, jerarquías, liturgias y tradiciones, los adjetivos “caldeas”, “asirias” y “babilónicas”, y quepa decir con orgullo que los cristianos son los herederos y únicos representantes vivos de aquellas culturas poderosísimas que se originaron en la antigüedad dentro de los confines señalados por el Éufrates y el Tigris, en Mesopotamia.

(La Nueva España, 14 de marzo de 2021, pp. 22-23).

 

La dominicanidad transnacional: actitudes lingüísticas de los dominicanos en RD, EE. UU. y España

Por Andre Klump

(Universidad de Trier)

 

  1. Introducción 

“Unidad y diversidad”

El lema de la Real Academia Española (RAE 2016) y de la Asociación de las Academias de la Lengua Española documenta los dos ejes del cuidado de la lengua panhispánica en el siglo XXI: El objetivo principal es la preservación de la unidad del idioma en el mundo hispánico y, a la vez, el reconocimiento de la diversidad de sus variedades diatópicas. Por último, el debate lingüístico resultante acerca del carácter pluricéntrico del español como lengua mundial destacó el valor especial de ciertas variedades hispanoamericanas y de ciertos centros de irradiación, sobre todo en el caso del español mexicano en la Ciudad de México, del español argentino en Buenos Aires y del español colombiano en Bogotá. Sin embargo, ¿qué hay del prestigio o de la percepción interna y externa de otras variedades en Hispanoamérica, cuya distribución geográfica, cuyo número de hablantes y peso económico de la comunidad lingüística en cuestión son, en parte, mucho menores?

En el marco de mi ponencia me dedico a analizar uno de los principales actores del español caribeño insular que tiene su centro lingüístico en la capital de Santo Domingo: el español dominicano. Concretamente, me centraré en la cuestión de las actitudes lingüísticas de los hablantes dominicanos hacia su lengua materna y de los factores que constituyen estas opiniones acerca de su variedad antillana.

Para incluir también la movilidad como factor de influencia potencial, se tratarán no solamente las creencias y actitudes lingüísticas de los dominicanos en La Española, sino también las de los migrantes de procedencia dominicana en los Estados Unidos, en España, y, en menor grado, en Alemania.

En el año 2014, Glennys Miguelina Severino Cerda criticó en este ámbito temático la «precariedad de los conocimientos que se tienen sobre las actitudes lingüísticas en América, especialmente en República Dominicana». Como base de referencia, voy a integrar en mi conferencia todos los estudios ya publicados que focalizan, en particular, las actitudes lingüísticas de los dominicanos en ambas partes del Océano Atlántico.

  1. El español dominicano: Perfil distintivo e inseguridad lingüística 

Según la zonificación general de Hispanoamérica de Pedro Henríquez Ureña (1921), el español dominicano se ubica en las tierras bajas, es decir en las zonas costeras y las llanuras, en las que la estructura lingüística –al contrario de las tierras altas– se caracteriza por un consonantismo demasiado débil y por un vocalismo bastante constante. Casi ninguna otra variedad del español americano difiere de manera tan amplia de la modalidad española peninsular.

Esto se debe sobre todo a dos fenómenos de articulación, que, si bien existen parcialmente también en algunas regiones del mundo hispánico (p.ej. en Andalucía), forman una parte integrante estructural en la lengua hablada del español dominicano. Así se producen la frecuente aspiración y la elisión de la -s implosiva en la conjugación y en la formación del plural casi independientemente del registro: “Se dice en todos los niveles sociales que el dominicano ‘se come las eses’” (Nuñez Cedeño 1980, 72). Ejemplos de ello son vamos [‘bamo], escalera [eka’lera]), los [loh] y escuela [‘ehkwela]).

Además, se considera típicamente dominicana la neutralización de los fonemas /r/ y /l/ en posición implosiva. Mientras que en Santo Domingo lleva en primer lugar al lambdacismo (p.ej. suerte [‘swelte], placer [pla’sel]), en el suroeste del país domina el rotacismo (salsa del pollo [‘sarsader’pojo]), en el este la elisión (fuerte [‘fwette], cantar [kan’ta]) y en el valle del Cibao en el norte la vocalización (comer [ko’mej], porque [poj’ke]). Este rasgo fonológico –y también el uso del pronombre impersonal ello– deja aparecer el español cibaeño como la variedad diatópica más destacada en el Caribe insular hispánico. Para ilustrar estos fenómenos marcados y tener una impresión del español dominicano, se presenta a continuación un extracto de la novela Papi de Rita Indiana Hernández (2004, 200-201):

Más gente empezó al llegar en guaguas, jeppetas, mulas, con banderas, afiches y con sus canciones que ellos mismos se habían inventado sobre papi y sobre mí:

 

Ya recibimo la clave

Pa acelera eta carrera

Mil Mercedes colol blanco

Uno para quien lo quiera

El gran podei de mi papi

Ve que tronco e corredoi

Mamey ei coloi dei bate

Con ei que ei juega softboi.

 

Las particularidades descritas combinadas con los fenómenos generales en Hispanoamérica del seseo (hacer [a’ser] y del yeísmo (calle [‘kaje]) así como la aspiración de la /x/ (mujer [mu’her], jefe [‘hefe]) han alejado considerablemente el español hablado en la República Dominicana de su forma escrita. Aparte de eso, ciertas divergencias morfosintácticas y léxicas de la norma lingüística han causado entre los hablantes una inseguridad que ha sido tematizada en repetidas ocasiones en obras lingüísticas correspondientes.

La inseguridad lingüística de los dominicanos se manifiesta por faltas ortográficas o ultracorrecciones en la prensa diaria y también en la señalización oficial. Es particularmente evidente en las publicaciones de recomendaciones idiomáticas y en las numerosas consultas lingüísticas a la Academia Dominicana de la Lengua. La inseguridad lingüística va acompañada a menudo de una visión negativa hacia la lengua materna:

Los dominicanos tenemos el problema que hablamos con faltas ortográficas […]. Aquí se habla con falta ortográfica, no sólo se escribe, sino que se habla también. (Hombre de clase alta, 35 años según Toribio 2000, 258).

 

  1. La supuesta ‘inferioridad lingüística’ en la República Dominicana

En varios estudios esta inseguridad lingüística ha sido identificada como la causa principal de la denominada ‘inferioridad lingüística’ o del denominado ‘pesimismo lingüístico’ de los hablantes dominicanos.

En 2009, Orlando Alba, profesor de Lingüística Hispánica en Brigham Young University y especialista en español dominicano, enfrentó en su libro famoso sobre la identidad lingüística de los dominicanos el pesimismo a la lealtad lingüística y, en otro estudio, mencionó «la actitud negativa hacia su propia manera de hablar». Según Domingo Caba Ramos, lingüista y articulista, los dominicanos «perciben el español que hablan y escriben como el más inferior de los dialectos que forman parte del mundo hispánico».

Para María José Rincón, coordinadora del equipo lexicográfico, coautora del Diccionario del español dominicano y miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, la gran tarea de hoy es mejorar el conocimiento de los hablantes frente a su propia lengua para que no identifiquen automáticamente las diferencias lingüísticas como defectos, errores o incorrecciones:

Muchas veces hemos oído decir que los dominicanos hablan mal el español porque no pronuncian la z, porque “se comen” las eses… Estos rasgos, y muchos otros, no son producto de un error o de una incorrecta utilización de la lengua; son consecuencia del desarrollo histórico de la lengua, que implica cambio, adaptación y reorganización de los elementos del sistema lingüístico y que da lugar a la diferenciación dialectal dentro del sistema unitario y común de la lengua española, que usan para expresarse casi cuatrocientos millones de hablantes en todo el mundo. […] La actitud negativa por principio hacia el habla popular denuncia un sentimiento de inferioridad lingüística. […] Nuestra educación debe estar enfocada al conocimiento de nuestra propia realidad lingüística, a su valoración y estudio. […] Si podemos mejorar ese conocimiento también podremos transformar las actitudes de los hablantes frente a la lengua propia y, con ella, frente a sus propios valores culturales e históricos. (María José Rincón en ADL 2009)

El primer análisis de las actitudes lingüísticas de los dominicanos fue realizado por Manuel Alvar en el año 1983. De los 40 informantes dominicanos (22 masculinos, 18 femeninos) el 50% prefirió una columna periodística leída por un lector procedente de España mientras que solamente el 25% evaluó el texto articulado en variedad dominicana. Aún más significativa era la preferencia por la grabación presentada por una lectora procedente de España (un 60% vs. un 17,5%). Los motivos de la evaluación más positiva del español más allá del Atlántico eran complejos:

Preferían el español peninsular porque creían encontrar en los lectores de esa modalidad mayor grado de corrección, de instrucción, una mejor pronunciación o perfeccionamiento en la lectura y creían que en otros sitios también sería ésta la variedad más inteligible. (Alvar 1983, 238)

En el año 2004, Orlando Alba pidió a 138 estudiantes en Santo Domingo y Santiago de los Caballeros que evaluaran el español hablado en la República Dominicana. El 62% de los encuestados estuvieron de acuerdo (de ellos el 75% muy de acuerdo, el 25% de acuerdo) con la afirmación de que esta variedad era peor y menos correcta que las variedades del español en otros países del mundo hispánico, p.ej. en España o en Colombia. La confirmación más frecuente de la tesis se constató en Santiago (el 70% de acuerdo), mientras que en Santo Domingo el consentimiento y el rechazo quedaron al mismo nivel (el 51% de acuerdo). Sin embargo, a este sentimiento de inferioridad se opuso un fuerte sentimiento de solidaridad: el 87% de los interrogados (de ellos el 53% muy de acuerdo, el 34% de acuerdo) consideraron el español dominicano como un símbolo de la Dominicanidad, como una seña de identidad que debe ser cultivada (Alba 2004, cap. 5; 2009a, cap. 5).

Un estudio más actual sobre las actitudes lingüísticas en la República Dominicana fue publicado en el año 2014 por Glennys Miguelina Severino Cerda. Para tal fin fueron encuestadas en Santo Domingo 401 personas, que habían nacido (211) o que ya viven desde hace más de 20 años en esta ciudad (190). Según estos dos grupos, la forma más correcta de español se habla en España (42/31), después en Colombia (21/20) y en Venezuela (13/13). Se consideraron especialmente incorrectas las variedades de Puerto Rico (26%), de México (17%) y de la República Dominicana (11%).

En cambio, la propia modalidad dominicana se citó con mayor frecuencia en la categoría del “español preferido” (28,3%), por delante del español de España, (26,3%), Colombia (15,5%) y Venezuela (10%).

Lo decisivo eran ciertas asociaciones que los informantes enlazaron sobre todo con la comunicación cotidiana:

En el caso del español dominicano, estos calificaron su modalidad del español como con sentido del humor, cariño y de confianza en el trato. (Severino Cerda 2014, 1342)

Una investigación reciente de José María Santos Rovira (2017) con 57 informantes dominicanos de diferentes perfiles sociales constata una relación entre la actitud lingüística y el nivel de educación de los dominicanos: «Encontramos una clara división en la percepción de de la variación lingüística entre los dominicanos de alto y bajo novel socioeducativo.»  Además, Santos Rovira (2017) observó que, desde hace 15 años, la actitud lingüística de las personas con mayor nivel educativo ha evolucionado positivamente frente su propia variedad.

En su tesis doctoral del año 2017 en la University of Bergen, Noruega, Roxana Sobrino Triana investigó las actitudes lingüísticas en el Caribe insular hispánico, es decir en Cuba, Puerto Rico y en la República Dominicana. La encuesta en Santo Domingo con 72 informantes mostró que los hablantes dominicanos identifican un parentesco lingüístico con los países del Caribe hispánico insular, pero en primer lugar con Puerto Rico y antes de Cuba se mencionan todavía los países hispanoamericanos de Venezuela y México.

Además, la encuesta reveló que, según la mayoría de los encuestados dominicanos, los rasgos característicos y distintivos del español dominicano se localizan en el nivel suprasegmental (ritmo, acento, entonación, duración) y fónico.

Finalmente, la mayoría de los informantes dominicanos valoraron su propia forma de hablar mejor que la variedad cubana o puertoricana.

  1. Linguistic insecuritylanguage loyality en los EE. UU. 

Según el censo del año 2010, en la actualidad viven más de 50 millones de hispanos en los Estados Unidos (50.477.549), de ellos casi 1,5 millones de hablantes de procedencia dominicana (1.414.703). La comunidad dominicana (y también la cubana y la puertorriqueña) residen principalmente en Nueva York y en Florida (véase United States Census Bureau 2010).

Desde comienzos de los años 90, Ana Celia Zentella investiga el plurilingüismo y el uso de ciertos grupos de migrantes hispanoamericanos (Zentella 1990, 1997a, 1997b, 2007). En su estudio más reciente del año 2007 presentó los resultados de una encuesta efectuada a 266 latinos, mayoritariamente de la primera generación, de Puerto Rico (81), Colombia (72), Cuba (37) y de la República Dominicana (76).

En este contexto, los informantes dominicanos demostraron según Zentella “a higher rate of linguistic insecurity than the other groups of Latinos/as, and at both educational levels” (2007, 29), lo que se manifestó, entre otros aspectos, en la frecuente exigencia de los encuestados dominicanos de adaptación lingüística a la norma estándar de España (32%). Además, se reveló tendencialmente una evaluación negativa hacia el estatus del español dominicano en la autopercepción y la percepción extranjera: el 41% de los colombianos calificaron el uso del idioma de los dominicanos como incorrecto, incluso el 20% de los participantes interrogados consideraron como inconveniente ser identificado como dominicano por su idioma (véase Zentella 2007, 29-30).

El hecho de que en los Estados Unidos el español dominicano juega un papel identitario quedó demostrado por el estudio de Almeida Jacqueline Toribio del año 2000, que se basó en una encuesta dirigida a 46 hispanos de origen dominicano. También se puso de manifiesto que la lealtad lingüística de los dominicanos en la diáspora sirve tanto de solidaridad entre los dominicanos o hispanos como de distanciamiento de otros grupos de población, p.ej. de los vecinos haitianos o afroamericanos en Manhattan y Harlem:

The dominican dialect enjoys a considerable measure of a covert prestige as a symbol of national or group identity: it serves a unifying and separatist function, binding Dominicans to their Hispanic past and isolating them from their African und African-American neighbours. (Toribio 2000, 265)

 

  1. Inseguridad lingüística y lealtad lingüística en Europa 

Según los datos del Instituto Nacional de Estadística (2016), casi 72.000 dominicanos viven actualmente en España, de ellos más de 25.600 en Madrid.

En 2014, Manuel Peralta Céspedes publicó un estudio sociolingüístico para lo cual había entrevistado a 30 personas nacidas en la República Dominicana (15m/15f). El objetivo era en primer lugar indagar el comportamiento lingüístico y la actitud lingüística de los migrantes dominicanos en Madrid. Al principio, los informantes fueron interrogados sobre la aceptación y el uso de dos fenómenos de la norma peninsular: El 66,7% de los encuestados afirmaron utilizar el pretérito perfecto, un tiempo de función limitada y poco usado en Hispanoamérica (2014, 51).

Por el contrario, sólo el 13,3% de los hablantes dominicanos adoptaron la realización de la /ɵ/interdental, una articulación típica del español peninsular (2014, 54).

En cuanto a su actitud lingüística hacia ambas variedades, el 53,3% de los encuestados caracterizó el español europeo como “más culto”, el 43,7%, en cambio, la modalidad dominicana como “más simpática y sociable” (2014, 58-59).

En general, –como también en los Estados Unidos– los migrantes dominicanos en Madrid han seguido siendo fieles a su idioma caribeño en el extranjero: el 50% calificó el español dominicano como variedad preferida, sólo el 30% de las personas interrogadas optaron por el español de la Península Ibérica (2014, 59).

¿Pero se cambia la actitud lingüística de los dominicanos cuando se fija la atención en un país en el que el español no es lengua oficial y que no forma parte de la diáspora tradicional de los dominicanos? La oficina de estadística en Alemania, por ejemplo, registró en 2015 oficialmente más de 6.400 dominicanos en el país. Una primera encuesta de mi centro de investigación, organizado por la estudiante Friederike Küpper, reveló un alto grado de lealtad lingüística en la comunidad dominicana:

“El análisis de los resultados en el contexto de la diáspora alemana indica una discrepancia ligeramente positiva en comparación a los encontrados en Nueva York o en Madrid. Podemos concluir por el contexto alemán-hispanófono un juicio de valor lingüístico de neutro hasta ligeramente positivo en combinación con una lealtad lingüística muy fuerte.”

Las citas siguientes documentan concretamente este sentimiento de identidad y bienestar hablando español dominicano en el extranjero:

̶       ¿Cómo se siente/te sientes hablando el español dominicano con estas personas?

̶       Y hablo español también con mi hija, ella no habla español. Yo me siento bien, no me gustaría que mi hija […] no lo pudiera hablar, el español dominicano, porque son nuestros raíces y si lo olvidamos, o lo dejamos, es como dejar una parte de nosotros.

̶       ¿Qué significa para usted hablar español dominicano?

̶       Bueno, tú sabes que esto es un país extranjero y cuando uno habla su idioma o uno se // se junta // tú sale’ con gente de su país y habla el idioma // uno se siente por unos momentos uno se siente […] en su tierra. Uno se siente en su ciudad, en su país. Es algo // es algo lindo. Ok.

 

  1. Niveles y factores de las actitudes lingüísticas de los dominicanos 

Los estudios mencionados sugieren que el uso y la evaluación del español dominicano por parte de sus propios hablantes se ven influenciados e impulsados por dos fuerzas opuestas: La aspiración al ideal lingüístico ‘correcto’ según el modelo europeo y la búsqueda de preservación de la identidad en el sentido de la Dominicanidad.

La opinión positiva sobre el español europeo se basa en gran parte en la inseguridad lingüística y en el complejo de inferioridad lingüística de los dominicanos en su país y en el exterior, que están condicionados por las numerosas divergencias lingüísticas del la modalidad española peninsular. Aunque hay un amplio consenso en las investigaciones existentes al respecto, es evidente que cada estudio sólo prestó especial atención a ciertas particularidades del español dominicano. Los criterios lingüísticos principales son:

 

–   el Seseo (Alvar 1983, Peralta Céspedes 2014, Severino Cerda 2014)

–    el Yeísmo (Alvar 1983)

–    la aspiración de la /x/ (Alvar 1983)

–    la realización de la -s implosiva (Alvar 1983, Zentella 2007, Alba 2009b, Severino Cerda 2014)

–    el cambio de la -r y -l implosivas (Alvar 1983, Toribio 2000, Alba 2009b, Severino Cerda 2014)

–    la realización de la -d- intervocálica (Alba 2009b)

–    la preferencia por el pretérito indefinido (Peralta Céspedes 2014)

–    el uso obligatorio del pronombre sujeto (Toribio 2000, Alba 2009b)

–    el uso del pronombre impersonal ello (Toribio 2000)

–    la negación doble (Alba 2009b)

–    el uso del pronombre delante del infinitivo (Alba 2009b)

–    la falta de la inversión en el caso de construcciones interrogativas (Toribio 2000, Alba 2009b)

–    las divergencias léxicas (Toribio 2000, Alba 2009b)

 

Debido a estos particularismos, sus propios hablantes caracterizan el español dominicano en general como “variedad discrepante y local” (Alvar 1983, 238), los hispanohablantes no-dominicanos lo consideran incorrecto (véase Zentella 2007, 29). Según los estudios sociolingüísticos, la mayoría de los dominicanos asocian con el español peninsular –para muchos dominicanos la clave del éxito social– un alto grado de calidad lingüística, prestigio, corrección, comprensibilidad, tradición e irradiación, como lo demuestran los siguientes comentarios de la encuesta de Severino Cerda (2014, 1333):

“allá está la Real Academia de la Lengua”; “allí nace el español”; “es la madre de la lengua”; “allí se cumplen las reglas del idioma”; “hablan con la ese donde va y son más cultos”; “cada palabra se pronuncia correctamente”; “pronuncian bien la ese y la zeta”; “hablan casi perfectamente”; “lo hablan correctamente, no utilizan jergas”; “hablan claro y bien”.

Sin embargo, una vez que cambie la perspectiva, la estructura y el estatus del español dominicano en el contexto panhispánico pasarán a un segundo plano. El foco está, pues, en el papel del propio idioma como enlace y símbolo de la comunidad social.

Por consiguiente, son pertinentes otras funciones lingüísticas, una nueva conciencia de identidad y, a la vez, una actitud lingüística (más) positiva: “El sentimiento de inferioridad es superado por el de solidaridad o de lealtad” (Alba 2009b, 377).

El hecho de que la identidad social y nacional se defina particularmente por el idioma, se manifiesta desde siempre en la Isla Española: Así, la lengua nacional española en su variedad dominicana representa la hispanidad, el kreyòl y el francés del vecino haitiano, la francofonía.

Pero también el factor de la movilidad refuerza el enlace –a menudo emocional– con la propia cultura: Los migrantes dominicanos en los Estados Unidos y en España se sienten “dominicanos primero, e hispanos después” (Alba 2009b, 380), diferenciándose así de los otros grupos de población (hispanohablantes o hablantes de otra lengua) y conservan durante generaciones su propio modo de hablar en la diáspora.

El español dominicano desde la perspectiva de sus hablantes

 

Aspecto:

Estructura y prestigio

del habla dominicana

Aspecto: 

Papel del habla dominicana

para la comunidad social

Menor grado de

  • calidad
  • prestigio
  • corrección
  • claridad
  • comprensibilidad
  • tradición
  • irradiación
Alto grado de

·   símbolo identitario de la dominicanidad 

·        seña de “solidaridad y lealtad”

  • distancia de otros grupos de la población

 

  1. Reflexiones finales

Desde el temprano estudio de Alvar (1983) se han realizado algunas pocas investigaciones empíricas sobre las actitudes lingüísticas de los hablantes dominicanos en el país y en el exterior. Aunque estas hayan proporcionado planteamientos, conocimientos y tendencias significativas, tanto en los estudios cualitativos (p.ej. Toribio 2000) como en los cuantitativos (p.ej. Severino Cerda 2014), sólo se las puede considerar válidas y representativas de una manera limitada, sobre todo por el bajo número de casos y por la selección insuficiente de los informantes según la edad y la clase social.

Aunque los estudios anteriores han formado un primer fundamento importante, falta todavía un proyecto de investigación internacional e interdisciplinaria que tenga el objetivo de identificar globalmente las creencias y actitudes lingüísticas de los hablantes dominicanos en su país y en el extranjero según los criterios de validez, objetividad y fiabilidad.

Las encuestas correspondientes mediante métodos cualitativos y cuantitativos no sólo deberían ser realizadas en la República Dominicana (Santo Domingo o Santiago), en Nueva York y en Madrid. Hay, además, otros destinos de la migración dominicana, p.ej. en Florida o en los Países Bajos, que abren en este contexto nuevas perspectivas de investigación.

Por último, desearía aprovechar esta oportunidad para subrayar el hecho de que hay diferentes variedades del español en el mundo pero que -como lo dice ya Manuel Alvar 1996- «no hay un español mejor». También Orlando Alba constató en 2009 que «desde una perspectiva teórica, científica y lingüística, de ninguna manera se justifica afirmar que una variedad geográfica de la lengua es mejor que otra». Y quisiera terminar mi conferencia con una cita correspondiente de mi colega María José Rincón, lingüista y miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua: «Nuestra forma peculiar de hablar el español, nuestra variedad dialectal, es igual de válida como cualquier otra».

 

Bibliografía

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Alba, Orlando (2009a): La identidad lingüística de los dominicanos. Santo Domingo: La Trinitaria.

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Severino Cerda, Glennys Miguelina (2014): “Actitudes lingüísticas en República Dominicana”, en: Chiquito, Ana Beatriz/Quesada Pacheco, Miguel Ángel (edd.): Actitudes lingüísticas de los hispanohablantes hacia el idioma español y sus variantes. Bergen: University of Bergen, 1316-1345.

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Toribio, Almeida Jacqueline (2000): “Nosotros somos dominicanos: Language and Self-Definition among Dominicans”, en: Roca, Ana (ed.): Research on Spanish in the United StatesLinguistic Issues and Challenges. Somerville: Cascadilla Press, 252-270.

Zentella, Ana Celia (1990): “Lexical Leveling in Four New York City Spanish Dialects: Linguistic and Social Factors”, en: Hispania 73/4, 1094-1105.

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Zentella, Ana Celia (2007): “Dime con quién hablas, y te diré quién eres”: Linguistic (In)security and Latina/o Unity, en: Flores, Juan/Rosato, Renaldo (edd.): A Companion to Latino/a Studies. Oxford: Wiley-Blackwell, 25-38.

 

Santiago Muñoz Machado: Crónica de la lengua española 2020

La Real Academia Española puso en circulación una obra en la que comparte con el público las actividades que realiza, y este es el primero de los compendios que publicará cada año. Así consta en las noticias de la RAE, en los enlaces de su plataforma digital del 23 de noviembre de 2020. Don Santiago Muñoz Machado, director de Real Academia Española, expresó que “«Crónica de la lengua española es un libro inclinado, sobre todo, a la transparencia y la información, que la Real Academia Española publicará periódicamente al final de cada año. Su objetivo principal es dar a conocer los trabajos desarrollados por la institución y describir o explicar los problemas más relevantes que afectan a la unidad de nuestra lengua en el universo hispano hablante, exponer sus criterios sobre cómo abordarlos y enfrentar los cambios que experimenta nuestro idioma, tanto en cuanto al léxico como a la gramática, estimulando las reformas que convengan en la normativa establecida»”.

“Universalidad de la crónica” y “órgano de comunicación de la ASALE”  

“Dar conocer los trabajos desarrollados por la institución y describir o explicar los problemas más relevantes que afectan a la unidad de nuestra lengua en el universo hispano hablante, exponer sus criterios sobre cómo abordarlos y enfrentar los cambios que experimenta nuestro idioma, tanto en cuanto al léxico como a la gramática”, son los “contenidos que constituirán el núcleo principal de la Crónica de cada año’, consigna el Director (página 2). No obstante, explica, que los mismos “se acompañarán habitualmente de ensayos sobre cuestiones lingüísticas, textos y discursos históricos, y muestras de la actividad literaria de nuestros académicos”. Y explica que “La universalidad con que la Crónica ha sido concebida justifica que la consideremos como un órgano de comunicación de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE) en el que, tras este número inaugural, estén ampliamente presentes los puntos de vista particulares de todas y cada una de las Academias que la integran”.

En la “INTRODUCCIÓN” o “exposición preliminar” el director de la obra, don Santiago Muñoz Machado, ha explicado que “a lo largo de la historia la Academia ha pasado por períodos” importantes y ha dividido “esta exposición en “cuatro bloques que reflejan muy exactamente las misiones que ha cumplido en defensa del español”. El primero, explica, “fue el de la normalización preparando los textos y reglas que formarían la preceptiva de nuestra lengua. El segundo se caracterizó por la lucha en favor de la universalización de la normativa académica, frente a algunos intentos de fragmentación o separatismo lingüístico. El tercero está caracterizado por el panhispanismo, esto es, por el trabajo cooperativo con todas las Academias de la Lengua existentes en el mundo, para que la defensa y regularización del idioma sea objeto de acuerdos adoptados en común. El cuarto es el tiempo de la revolución digital”.

 

EL TIEMPO DE LAS CATEDRALES

En este acápite el autor se refiere al “primer bloque” antes mencionado y la conformación de las “tres obras de carácter normativo que la Academia necesitaría levantar para ejecutar el designio de ‘cultivar y fixar la lengua castellana, y que fuese un asilo de ella, en que se conservasen su magestad, pureza y energía’: el diccionario, la ortografía y la gramática de la lengua española. Los tres monumentos que servirían para asentar la nueva regulación de la lengua española, que la normalizaría y uniformaría. Las tres catedrales que conservarían el buen uso del castellano” (p. 3).

Muñoz Machado explica: “Cuando la Real Academia Española fue fundada contaba nuestra lengua con pocos textos que disciplinaran su uso con autoridad”: “Respecto del léxico, existía el Tesoro de la lengua castellana o española de Covarrubias, publicado en 1611, y, en cuanto a la gramática, se habían publicado tratados por algunos autores insignes, como Antonio de Nebrija, Mateo Alemán, Juan López de Velasco, Gonzalo Correas y Bartolomé Ximénez Patón”. Dice que “Algunos, como el de Nebrija, se habían quedado anticuados en relación con el estado de la lengua en el siglo XVIII, y otros parecían manifiestamente insuficientes y, sobre todo, no eran atendidos consecuentemente por los escritores ni tenidos debidamente en cuenta por los legisladores y oficiales de la monarquía”.

Expone que “esta anomia, y la confusión resultante, determinaron a don Juan Manuel Fernández Pacheco a proponer al rey Felipe V la creación de la Real Academia Española”: “En la Historia de la Academia que figura al frente del tomo primero del Diccionario de autoridades […] se narra así la iniciativa:  Don Juan Manuel Fernández Pacheco «Había advertido, estando en Italia, el baxo concepto en que los de aquella nación y otros extranjeros tenían a nuestra lengua, atribuyendo a defecto de ella el mal uso de varios autores del siglo décimo séptimo: y a la verdad no se veía en sus escritos aquella majestad, propiedad, dulzura y elegancia, que se hallaba en las obras del siglo anterior. La lengua estaba viciada con muchas voces bárbaras e impropias que se habían introducido, y con un estilo afectado: por lo que desde entonces concibió la idea de fundar la Academia, para cultivar y fixar la lengua Castellana, y que fuese un asilo de ella, en que se conservasen su magestad, pureza y energía»” (p. 3).

Explica que “Su preparación se inició incluso antes de que el rey autorizara la constitución de la Academia en octubre de 1714 (la fundación privada había ocurrido un año antes; la primera acta de la junta académica que se conserva es de 3 de agosto de 1713), ya que en 1713 habían aprobado los académicos la «Planta y methodo que por determinación de la Academia Española deben observar los académicos en la composición del nuevo Diccionario de la Lengua Castellana”. Expone que “Los estatutos académicos de 1715 declararon: «Siendo el fin principal de la Fundación de esta Academia cultivar, y fijar la pureza, y elegancia de la lengua Castellana, desterrando los errores, que en sus vocablos, en sus formas de hablar, o en su construcción ha introducido la ignorancia, la vana afectación, el descuido, y la demasiada libertad de innovar; será su empeño distinguir los vocablos, frases, o construcciones extranjeras de las propias, las anticuadas de las usadas, las bajas y rústicas de las cortesanas, y lebantadas, las burlescas de las serias, y finalmente las propias de las figuradas. En consecuencia tiene por conveniente dar principio desde luego por la formación de un Diccionario de la lengua, el más copioso que pueda hacerse: en el cual se anotaran aquellas voces, y frases, que están recibidas debidamente por el uso cortesano, y las que están anticuadas, como también las que fueren baxas, o bárbaras; observando en todo las reglas y preceptos, que están puestos en la planta acordada por la Academia impresa en el año 1713»”.

 

Procedimiento de trabajo basado en autoridades

El autor explica que “El primer diccionario de la Academia Española, publicado en seis tomos entre 1726 y 1739, fue conocido como Diccionario de autoridades porque cada lema que incorporaba incluía una referencia al autor y obra en que lo habían encontrado usado”.  “Formar un diccionario supone elegir palabras que forman el idioma. Cuando esa tarea se acomete sin contar con antecedentes suficientemente completos y fiables, como era el caso, la decisión sobre qué vocablos incluir puede optar por diversas fórmulas, pero la más rigurosa es la que siguieron los fundadores de la Academia. Tomarlos de la mejor literatura, de los textos más importantes que se había escrito en castellano”.

Explica que “Los académicos se repartieron las letras, siguiendo los criterios que estudió minuciosamente Lázaro Carreter, coordinados por el fundamental Vincencio Squarzafigo Centurión y Arriola, académico y secretario perpetuo, ateniéndose a las reglas que ellos mismos habían aprobado a en la planta de 1713”: “Aquí es explícita la idea de apoyar cada palabra que se escogiese en fuentes con autoridad” (p. 4).

 

**“Un Tratado separado de Ortografía

Nos explica el autor que “No estaba concluida aún la magna tarea del Diccionario, cuando los académicos emprendieron el trabajo de ponerlo al día. Así se acordó en una junta de 16 de septiembre de 1738, que dio providencias para el Suplemento que, en principio, sería el instrumento de que se valdría la Academia para poner al día el Diccionario. Se había avanzado mucho en él y ya tenía un contenido copioso. Pero estas tareas se suspendieron para dar prioridad a un Tratado separado de Ortografía”. “El trabajo de la Ortografía se acabó en 1741 y se publicó en 1742. Se reimprimió en 1754 y 1762”, consigna Muñoz Machado (p. 5

***“Los Estatutos primeros de la Academia habían anunciado que la corporación prepararía una Gramática”.  El autor expone que “Los Estatutos primeros de la Academia habían anunciado que la corporación prepararía una Gramática” y, “En consecuencia, en 1740 encargó a tres académicos que elaboraran el plan para emprender esa obra, destinada, sobre todo, al aprendizaje de la lengua castellana, «con método y sobre principios y reglas seguras», considerando que la de Nebrija ya no se acomodaba al estado actual de la lengua”. “El trabajo de la Gramática empezó en 1742, prosiguió con cortas interrupciones hasta el 22 de junio de 1747. Entonces, aunque se produjeron muchas disertaciones, también se llegó a la conclusión de que harían falta muchos años para concluir la obra”.

Explica que “Se volvió al Suplemento del Diccionario en 1747 que ya en 1751 era un volumen extenso que procedía imprimir. Pero, repartido el trabajo entre los académicos, advirtió la Academia que tenía un número corto de ejemplares de la primera edición del Diccionario y que era más procedente reimprimir toda la obra pero corrigiéndola por completo. Desde entonces se trabajó con mucho cuidado y prolijidad, encargando a varios académicos que propusieran reglas seguras para continuar”.

De la Ortografíahubo ediciones “A lo largo del siglo XVIII, cuatro más en los años 1770, 1775, 1779 y1792” (p. 6).

Del Diccionario: “Las reformas importantes del Diccionario en la cuarta edición de 1803 provocaron muchos cambios que afectaron a la Ortografía. Por ejemplo, la «ch» y la «ll» recibieron el lugar y orden que les corresponden separadas, como letras distintas de las demás del alfabeto. Se quitó la hache de todas las voces en que no se pronunciaban, por ejemplo, Christo y christianismo”.

De la Ortografía: “La Ortografía de 1815 tomó todas estas novedades y otras muchas de modo que se produjo una revisión profunda del «Tratado». En esa edición se hizo una valoración importante de la función de la Ortografía en nuestra lengua: «si se hubiese mirado este asunto con el aprecio que merece, estuviera más arreglado el uso, cuya variedad ocasiona una de las mayores dificultades, y nos ha privado hasta ahora de las grandes ventajas que se seguirían de que estuviese correcta y uniforme la ortografía: porque ella es la que mejora las lenguas, conserva su pureza, señala la verdadera pronunciación y significado de las voces, y declara el legítimo sentido de lo escrito, haciendo que la escritura sea un fiel y seguro depósito de las leyes, de las artes, de las ciencias, y de todo cuanto descubrieron los doctos y los sabios  en todas profesiones, y dejaron por este medio encomendado a la posteridad para la universal instrucción y enseñanza»”.  “Después de la de 1815, en el siglo XIX hubo sucesivas ediciones de la Ortografía, en 1820, 1826, 1840, etc.” (p. 6).  

De la Gramática: “Tras la edición primera de la Ortografía, en 1741, la Academia se empeñó mucho en la Gramática. Tuvo en cuenta los antecedentes de gramáticas elaboradas por algunos autores insignes, como los ya citados Antonio de Nebrija, Mateo Alemán, Juan López de Velasco, Gonzalo Correas y Bartolomé Ximénez Patón. Pero el trabajo resultó muy complejo y no fue posible la primera Gramática castellana de la Academia hasta 1771. Desde entonces, diversos autores hicieron sus propias versiones, entre los que la Academia (edición de 1865) destaca a Vicente Salvá y a Andrés Bello. Hubo ediciones de la Academia en el siglo XVIII en 1772, 1781 y 1796. La RAE hizo muchas ediciones en el siglo XIX de su Gramática, que pasó a ser, por determinación de la Ley Moyano, el libro oficial de estudio en la enseñanza media. Hubo ediciones en el siglo XIX en 1854, 1862, 1864, 1865, 1866, 1867, 1870, 1874, 1878, 1880, 1883, 1885, 1888, 1894”.

El autor consigna que “En las «Advertencias» de la edición de 1854 destacaba la Academia la significación de la Gramática: «La lengua castellana, hija del latín, pero enriquecida con voces del idioma hebreo, del griego, del gótico y árabe; tan copiosa en términos como varia en giros; grave y majestuosa en acentos, atrevida en imágenes, órgano el más propio de la elocuencia, instrumento el más noble de la poesía sublime, ocupa el primer lugar entre los dialectos que se formaron al transfigurarse y desaparecer el habla de la estirpe de Rómulo. Sostener la grandeza de tan bello idioma es y debe ser el único afán de esta Real Academia, la cual, ofreciendo a los españoles todos la nueva Gramática, les recomienda, con el mayor encarecimiento, el estudio y la observación constante de los escritores, prez y orgullo de nuestra patria. La aprovechada lectura de las obras con que han inmortalizado su nombre fray Luis de Granada y Miguel de Cervantes, Mariana y Solís, Lope y Rioja, Moratín y Jovellanos, enseñará a los estudiosos lo que no es dado a un libro, destinado solo a franquear las puertas del saber»” (p. 7).

 

El siglo de las catedrales

Don Santiago Muñoz Machado, ha expresado que “el siglo XVIII bien puede denominarse «el siglo de las catedrales», pues “Fue la época en la que la RAE levantó las estructuras fundamentales para fijar la normativa de la lengua y convertir el castellano en una lengua ordenada y bella, usada por todos sus habitantes conforme a pautas objetivas y reconocibles” (p. 8). [Y en esta parte me gustaría compartir un criterio que siento propicio expresar: mi valoración sobre la belleza de este hecho que resalta el autor sobre la historia de la Real Academia Española en el siglo XVIII, en la vanguardia de este patrimonio cultural de las naciones hispanas. He observado (como lo consigna el autor que mencionaré) cómo en la historia de las culturas de los pueblos hubo actuaciones semejantes a esta que narra Muñoz Machado, sobre individuos que, movidos por el amor del bien recibido de lo Alto, ejecutaron arduas labores cruciales y determinantes para impregnar el justo aliento espiritual a quienes estuvieran dispuestos a sumarse a la inmensa y rigurosa obra que encaminaría los pueblos hacia delante. El hecho ocurrió en nuestra Isla Española, en el siglo XVIII, precisamente, y lo recoge en su obra don Bruno Rosario Candelier, director de la Academia Dominicana de la Lengua, titulada El genio de la lengua:

“El padre Antonio Sánchez Valverde (1720-1799) es la figura intelectual más importante  del siglo XVIII, y el testimonio literario más relevante de su siglo es su libro Idea del valor de la Isla Española que publicó en Madrid en 1785 […] En la época en que Sánchez Valverde se desarrolla intelectualmente se había arraigado en el país un sentimiento de frustración y pesimismo, con la secuela de abandono y desaliento […] Las familias pudientes que tuvieron la osadía de quedarse para sufrir o gozar la suerte de la Isla, no podían pensar en el cultivo de las letras entre otras razones “por su mucha miseria”, como infiere Sánchez Valverde, en cuya obra, después de presentar el panorama desolador que dejaron las emigraciones, se hace esta pregunta: “¿Qué Artes podría haber en tan desolador estado?”. El cura intelectual se adelantó al principio dialéctico según el cual el desarrollo material es la base del desarrollo espiritual de los hombres de los pueblos […] comprendió que estaba llamado a desempeñar un gran papel como dirigente religioso y cultural, y como un hombre dotado de la grandeza del alma y de los grandes ideales que mueven a los grandes hombres a luchar a favor de su pueblo, actuaba en consecuencia” (Bruno Rosario Candelier, El genio de la lengua, Academia Dominicana de la Lengua, Santo Domingo, 2016, pp. 196, 197)].

 

 LA LUCHA POR LA UNIDAD

En el “segundo bloque” de esta presentación, el autor lo detalla bajo el título de “La lucha por la unidad”. Ha consignado que “Las grandes conquistas del siglo XVIII fueron amenazadas a principios del siglo XIX cuando se produjeron las independencias americanas”: “He estudiado esta cuestión con algún detenimiento en mi libro Hablamos la misma lengua. Historia política de la expansión del español en América, Madrid, Crítica, 2015. A este estudio me remito ahora, sin perjuicio de recordar el problema a grandes trazos” (p. 8).

De esta parte solo citaré lo siguiente (p. 11): * “La controversia concluyó en los años setenta del siglo XIX, cuando empezaron a constituirse las Academias americanas como correspondientes de la Real Academia Española”. * “Desde 1870 la Academia empezó también a incorporar a individuos destacados de América como correspondientes”. * “En la junta de 17 de noviembre de 1870 Escosura leyó un informe «acerca de la manera en que podrían autorizar la creación en países americanos de otra Academia correspondiente de la nuestra y con cierta relación de dependencia». Se aprobó, como acuerdo, el informe de Escosura, que, entre otras declaraciones, contenía las siguientes: los individuos de las diversas «Repúblicas americanas españolas, o independientes», tienen «por patria común una misma lengua y por universal patrimonio nuestra hermosa y rica literatura, interesando a todos igualmente su conservación y acrecentamiento». Y añadía: «los lazos políticos se han roto para siempre; de la tradición histórica misma puede en rigor prescindirse; ha cabido, por desdicha, la hostilidad hasta el odio entre España y la América que fue española; pero una misma lengua hablamos, de la cual, si en tiempos aciagos que ya pasaron, usamos hasta para maldecirnos, hoy hemos de emplearla para nuestra común inteligencia, aprovechamiento y recreo»”.

Muñoz Machado consigna que “Después del acuerdo de la Española de 1870, se fundaron las Academias Colombiana en 1871, Mexicana en 1875, Ecuatoriana en 1874, Salvadoreña en 1876, Venezolana en 1883, Chilena en 1885, Peruana en 1887, Guatemalteca en 1887. En el siglo XX se completó la implantación de Academias con la Costarricense en 1923, la Filipina en 1924, Panameña en 1926, Cubana en 1926, Paraguaya en 1927, Boliviana en 1927, Dominicana en 1927, Nicaragüense en 1928, Argentina de las Letras en 1931, Uruguaya de Letras en 1943, Hondureña en 1948, Puertorriqueña en 1945 y Norteamericana en 1973” (p. 11).

 

TIEMPO DE PANHISPANISMO 

El “tercer bloque” de los cuatro en los que el autor dividió su disertación en la Introducción, como presentación de este libro, lo desarrolla con el nombre de “Tiempo de panhispanismo”. Luego de su narración en el acápite anterior dice: “Empezó entonces la etapa del panhispanismo académico, caracterizado inicialmente por una intensificación de las relaciones entre las Academias y una mayor apertura de las obras académicas, muy especialmente, también por su simbolismo, el llamado DRAE o Diccionario de la Real Academia española”.  Consigna que “Un paso decisivo fue la creación en 1951 de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), gracias al decisivo empuje del presidente de México, don Miguel Alemán, que reunió en la capital federal a todas las Academias”.  “Eran tiempos duros en las relaciones diplomáticas con México y el gobierno de Franco no autorizó el viaje. No obstante, los allí reunidos decidieron reservar la Presidencia de la Asociación a la Real Academia. Desde entonces hasta hoy los sucesivos directores de la RAE han presidido la Asociación. En la sede de la calle Felipe IV, en Madrid, se estableció la sede de la Secretaría General de la ASALE, asistida por el personal y los recursos básicos para su funcionamiento, y próxima al presidente para asegurar la máxima eficacia”. Para conocer sobre los “Proyectos en curso de la RAE y de la ASALE”, tema correspondiente al “cuarto bloque” referido, podemos dirigirnos a la página 17 y, por supuesto, a todo el cuerpo de la obra en donde este y todos los temas expuestos están desarrollados detalladamente. 

Como quedó recogido al inicio de esta presentación, el autor ha expresado de la obra que “Su objetivo principal es dar a conocer los trabajos desarrollados por la institución”, así como también explicó que los contenidos de las Crónicas “se acompañarán habitualmente de ensayos sobre cuestiones lingüísticas, textos y discursos históricos, y muestras de la actividad literaria de nuestros académicos”.

Veamos los “Discursos académicos en los Congresos de la Lengua” que esta “edición inaugural” contiene (p. 28): 1. De “Gabriel García Márquez, Botella al mar para el dios de las palabras”. 2. De “Mario Vargas Llosa, La lengua de todos”. 3. De “Carlos Fuentes, Unidad y diversidad del español, lengua de encuentros”. 4. De “Octavio Paz, Nuestra lengua”. 5. Y de “Sergio Ramírez, La lengua en que vivimos”.

Y se consigna en la presentación de este acápite que “La Real Academia Española, junto a la ASALE, es responsable del programa académico de los Congresos Internacionales de la Lengua Española, cuya organización general comparte con el Instituto Cervantes. De amplia repercusión mediática en todo el mundo y con creciente participación ciudadana, los Congresos de la Lengua se han convertido en una gran fiesta del español. Las academias, conscientes de la fuerza de su impacto, incorporan a los congresos, bajo distintos enfoques, la cuestión fundamental de la unidad de la lengua española, concebida como síntesis e integración de la variedad de sus expresiones en el amplio universo hispanohablante. Fiel a ese principio, la Crónica de la lengua española comienza con el tema de la «Unidad y diversidad» del español reproduciendo discursos académicos de relevancia en distintos congresos, para recordar que esa idea sustenta y da sentido al trabajo de las academias, tal como se explica a lo lardo de esta obra”.

Otros discursos incluidos en esta obra son los “Discursos académicos”, que son “discursos de ingreso de académicos”. Así está explicado en la presentación del acápite (p. 732): “Este capítulo está destinado a la publicación de discursos de ingreso de académicos, con motivo de efemérides o por razones especiales de relevancia u oportunidad del contenido. En esta ocasión se incorporan a la Crónica los discursos de Benito Pérez Galdós, en el centésimo aniversario de su muerte, y de Miguel Delibes, al conmemorarse un siglo de su nacimiento, ambos centenarios cumplidos en el año 2020”.  Estos son los títulos de los discursos: “Benito Pérez Galdós¹, La sociedad presente como materia novelable. Miguel Delibes, El sentido del progreso desde mi obra”.

 

Mención de los demás títulos de la obra 

Completo la presentación de esta obra haciendo mención de los demás títulos, como una manera de dejar generalizada la visión de su contenido, el cual deberá ser abordarlo con la debida relevancia con la que fue plasmado en la misma: “La renovación continua de los diccionarios y otras obras esenciales” * “El arte de hacer el Diccionario de la lengua” * “Las prescripciones lingüísticas de la Academia” * “El debate sobre el lenguaje inclusivo” * “El español en el ámbito digital” * “Los lenguajes de especialidad” * “Estampas de la historia académica” * “Nuestros libros” * “Nuestras revistas” * “Iniciativas de educación, comunicación y cultura” * “Palabras del año en el universo hispanohablante”.  Y extraigo uno de estos temas para concluir mi presentación: “El español en el ámbito digital”. Dice así la explicación que se hace en la presentación del acápite (p. 528): “La RAE vive una profunda transformación tecnológica, que se percibe en el replanteamiento de sus obras desde una concepción digital, en la apuesta reforzada por los servicios virtuales, que permiten interactuar con los hablantes, y por los recursos de toda índole que favorecen el acceso a las obras académicas, y en la adopción definitiva de un nuevo método de trabajo, que incorpora todas las ventajas que ofrece la tecnología. En las páginas siguientes se ofrecen distintas perspectivas de la nueva Academia digital: la presentación del proyecto puntero Lengua española e Inteligencia Artificial, en el que la RAE ha asumido el liderazgo de una iniciativa multidisciplinar de gran envergadura; el análisis del lenguaje de los emoticonos, convertidos hoy en parte de la vida cotidiana de los hablantes, la reflexión sobre el uso del español en Internet y la presencia actual de la Academia en la redes sociales, con un colofón en forma de cuento que incita a la introspección y al debate”. Leamos, pues, el “colofón” de este acápite (Los superíndices o invocaciones que aparecen pertenecen al texto de la obra cuyas notas están en la página 549):

 

PERSPECTIVAS DE FUTURO

Han pasado cerca de cuarenta años desde que apareció el primer emoticono-emoji, su evolución, en pocos años, ha sido muy rápida. Algunos han llegado a compararlos con las representaciones gráficas, con los pictogramas, anteriores a la escritura, e incluso con las pinturas rupestres de Altamira —a las que se han considerado proto-emojis—²². No parece, a estas alturas, que se trate de una simple moda, sino más bien de una evolución en la forma de comunicación [al menos en el ámbito de la tecnología]; una evolución en la que la influencia de otros modos de expresión complementan a la expresión escrita; todo bajo el rubro de la innovación tecnológica. Su recorrido parece indicar que se han «aproximado» mucho a lo que podría ser un lenguaje universal en la red. Las grandes compañías tecnológicas has apostado, sin ningún tipo de vacilación ni recorte, por ellos, el porcentaje de usurarios que ya son incapaces de comunicarse sin usarlos aumenta progresivamente. Pero a pesar de ello, conviene insistir, no constituyen un lenguaje porque no cuentan con una gramática que permita combinarlos en unidades de significado más complejas.

Solo queda vislumbrar su futuro que parece ser pasará por el complemento del sonido. Ya empiezan a verse los llamados memojis (emoticonos personalizados a partir de nuestra cara). En palabras de la doctora Sivera, «Los animojis, o emojis con movimiento podrían imitar a tiempo real el estado de ánimo de los usuarios, incluso incorporando rasgos prosódicos cuando se hibriden con tecnologías como el reconocimiento facial y de voz»²³” (pp. 548, 549).

(Santiago Muñoz Machado, Crónica de la lengua española, Real Academia Española, España, 2020).

¹   Comparto el enlace del grandioso conversatorio-conferencia virtual, “Galdós: La red del vivir”, que sobre Benito Pérez Galdós tuvieron las académicas de la Academia Dominicana de la Lengua, María José Rincón y Emilia Pereyra, el 15 de octubre de 2020 “en el marco de la celebración de Las Semanas de España” (https://www.youtube.com/watch?v=aG3KuztIn5w).

Reseña de Miguelina Medina para la Academia Dominicana de la Lengua.

 

 

Benito Pérez Galdós: «La conjuración de las palabras», cuento alegórico

 PRÓLOGO

A

LA CONJURACIÓN DE LAS PALABRAS

Cuento alegórico de Benito Pérez Galdós

Real Academia Española

 

Colección

Almuerzos del Director

Madrid, 2020

 

Hace muchos años que se estableció en la Real Academia Española la costumbre de celebrar, al término de las fiestas navideñas, el “Almuerzo del Director”. Es una ocasión para propiciar el intercambio amable de puntos de vista sobre política, historia, literatura, lengua, proyectos académicos y problemas de la institución. Explicado así, el almuerzo no tiene nada de particular que lo diferencie de las comidas que celebran por Navidad muchas instituciones y empresas.

El nuestro se distingue porque, al término del ágape, a la hora de los postres, los académicos que libremente lo soliciten recuerdan anécdotas y sucedidos o leen a sus compañeros textos de su cosecha, como sonetos, coplas, décimas, ovillejos, microrrelatos, o cualquier otra composición preparada para la ocasión o recuperada de algún cajón en que yacía olvidada. Este momento de los postres es singular. La atención de todos, dividida en conversaciones múltiples durante la comida, se concentra en lo que dice el académico disertante, que procura esmerarse en elegir ocurrencias con las que alegrar el momento a los contertulios.

Estos discursitos se han compilado a veces en pequeñas ediciones para el recuerdo del ingenio académico. José María Merino fue el último esforzado editor.

La mentada tradición tiene mucho valor para los académicos pero creo que, sin estorbarla, podría enriquecerse con la edición de textos breves, sean artículos, discursos, cartas, poemas o cuentecillos, elegidos entre los escritos de nuestros compañeros de años o siglos atrás. Serviría de evocación y de convocatoria a compartir la sobremesa con nosotros los académicos vivos.

Este folleto es la primera realización de esa idea y espero que sea también el inicio de una serie con tan larga proyección como tengan los Almuerzos del Director.

La elección de un autor ha venido, en esta primera entrega, impuesta por la historia de nuestra literatura. Era obligado invitar a nuestra mesa académica a Benito Pérez Galdós, uno de los narradores españoles más importantes e todos los tiempos, escritor prolífico, inventor de la novela moderna, historiador, articulista inagotable y dramaturgo e enorme éxito. Su primacía ha venido determinada por la circunstancia de que los días señalados para el tradicional Almuerzo del Director coinciden este año con la conmemoración de su muerte, ocurrida el 4 de enero de hace cien años.

El texto es poco conocido, aunque rebosa ingenio, soltura técnica e intención política (no lejana, pese al tiempo transcurrido, a los problemas de la España de hoy). La conjuración de las palabras se editó por primera vez el 12 de abril de 1868 en el periódico La Nación, que había fundado Pascual Madoz. Galdós tenía entonces 25 años.

Escribió La conjuración de las palabras al mismo tiempo que empezaba a familiarizarse con la gran literatura europea. En 1867 había visitado por primera vez París y la ciudad francesa le produjo gran fascinación. Se aplicó, como ya era costumbre suya en relación a Madrid, a callejearla sin descanso, para conocer al detalle cada rincón. Lo hizo sin desmayo en una ciudad que, según sus apreciaciones, era diez veces más grande que la capital española. Se familiarizó con los puestos de libros que encontraba a cada paso en los quais, y adquirió todos los que pudo; entre ellos Eugénie Grandet, el primer libro de Balzac que leyó. Más tarde empezaría a adquirir todos los volúmenes de La Comédie Humaine, que devoró. También descubrió Galdós a Dickens. Escribió luego que, por entonces, él conocía a Balzac pero no a Dickens, y que fue un periodista y escritor prestigioso, Federico Balart, quien se lo dio a conocer. El amor por la obra de Dickens fue de tan inmediata intensidad que se dispuso a traducir (con muy escasos conocimientos de inglés y apoyándose en las traducciones francesas) Pickwick Papers. Su versión apareció en La Nación entre el 9 de marzo y el 28 de julio de 1868. Galdós siempre consideró a Dickens (que para aquel año ya había escrito prácticamente toda su obra y estaba a tres de su muerte), “mi maestro más amado”.

En el periodo en que publica La conjuración de las palabras, Galdós está empeñado en la escritura de La Fontana de Oro, su novela sobre la política y la sociedad del Trienio liberal (1820-1823). Tal vez Benito tuviera intención de presentar la novela a un concurso convocado por la Real Academia Española, cuyo primer premio estaba dotado con la suculenta y asombrosa cifra de dos mil escudos (20000 reales). En La Nación de 19 de abril escribe Galdós admirado por la dotación del premio, pero emprendió poco después su segundo viaje a París y el plazo de presentación de candidaturas se cerró, sin La Fontana de Oro, el 13 de diciembre de aquel año.

La conjuración de las palabras lleva un subtítulo que ayuda a entenderlo como algo más que un cuento fantástico, clasificación en que suelen incluirlo los críticos junto a otros cuentos galdosianos: Una industria que vive de la muerte (1865); La novela en el tranvía (1871); La pluma en el viento (1873); La mula y el buey (1876); La princesa y el granuja (1877); Theros (1877); Tropiquillos (1884); Celín (1889); ¿Dónde está mi cabeza? (1892); El Pórtico de la Gloria (1896); y Rompecabezas (1897). Fantástico es, sin duda, La conjuración, pero el subtítulo, Cuento alegórico, advierte al lector que lo que ocurre en la breve narración es una manera de explicar otras cosas; a saber: la insolidaridad, el desorden y la falta de dirección de la política y la sociedad en los meses previos a la revolución de septiembre de 1868. Benito Pérez Galdós escribe sobre una conjuración promovida por las palabras del diccionario académico contra el mal uso que hacen de ellas los escritores, pero la mala relación de los sustantivos entre sí, si inocuidad si no los acompañan los adjetivos, el papel de los verbos, los adverbios, los pronombres, la puntuación y, en general, el desorden y la falta de criterio, conducen al fracaso de los sublevados.

El cuento anuncia que algo así podrá ocurrir en una sociedad que se acerca a una revolución, que efectivamente tendrá lugar pocos meses después de que se publicara el cuento, y que fracasará por razones equiparables a las que sacuden el lenguaje, si no hay una institución, como la Real Academia, que oriente su buen uso.

La Revolución del 68, intuida en las páginas del cuento, fue muy celebrada por Galdós. El estallido tuvo lugar cuando acababa de entrar en España de vuelta de su segundo viaje a París. Su familia, asustada, se embarcó en Barcelona, en el vapor América, rumbo a Canarias. Pero él insistió en desembarcar en Alicante para volver de inmediato a Madrid. Cuenta las celebraciones de aquellos días, con entusiasmo indisimulado, en Memorias de un desmemoriado.

Algunos académicos de la RAE pondrían el ojo en don Benito a partir de los años setenta, cuando ya era una celebridad en España. Pero resultó amarga su elección como miembro de la corporación. El primer intento de incorporarlo como numerario se produjo en 1888. Su candidatura fue propuesta por Valera, Núñez de Arce y Menéndez Pelayo, pero la mayoría se inclinó a favor de un catedrático de latín, don Francisco Andrés Commelerán. La decisión de los académicos resultó incomprensible y escandalosa. La prensa se puso del lado de Galdós y difundió las razones de índole política (los conservadores cerraban el paso a un liberal) que explicaban la votación y las trifulcas que habían precedido y sucedido a la elección.

Don Benito escribió una carta a Clarín el 29 de noviembre de 1888 (la votación se había celebrado el 17 de enero y aún le duraba el enorme disgusto), templada en las formas pero dándole cuenta de los sucedido; destacaba la bronca entre su principal defensor, Marcelino Menéndez Pelayo, y el más persistente opositor, Mariano Catalina, que llegó al extremo, dice la carta, que tuvieron que separarlos “porque estuvo en un tris que se pegaran”. Presumía Galdós de que estaban firmes de su parte los cinco “que son sin disputa la flor de la corporación, a saber: Marcelino, Valera, Núñez de Arce, Campoamor y Castelar”. Pero fue más fuerte el tirón de Cánovas, que estaba en el otro lado. El derrotado escribe, sin embargo, convencido de que “don Antonio deseaba que yo entrase (me consta de un modo indubitable)”. Cosas de los académicos…

La elección de don Benito Pérez Galdós como académico numerario se produjo, al segundo intento, el 13 de junio de 1889 por amplísima mayoría de votos. La candidatura la firmaron el conde de Cheste (director de la Academia), Cánovas y Tamayo y Baus.

Las circunstancias del ingreso y toma de posesión son interesantes pero bastante conocidas y asequibles para cualquier lector interesado: aplazó durante siete años la redacción de su breve discurso de ingreso titulado La sociedad presente como materia novelable, que leyó con tono apocado (a don Benito le aterraba hablar en público). Contestó al recipiendario Marcelino Menéndez Pelayo. Dos semanas después ingresó José María de Pereda, a quien contestó su amigo Galdós.

Esta edición, en pequeño formato, de La conjuración de las palabras, que abre un año de celebraciones y recuerdos de la vida y obra del gran don Benito Pérez Galdós, está ilustrada con algunos de sus dibujos. La conocida afición de Galdós por el dibujo, que mantuvo a lo largo de toda su vida, le permitió dejar representaciones gráficas de muchos de los personajes y situaciones que creó.

Escribió sobre tal inclinación que “antes de crear literariamente los personajes de mis obras, los dibujo con el lápiz para tenerlos después delante mientras que hablo con ellos. (…) Tengo dibujados a lápiz todos los personajes que he creado”.

 

Santiago Muñoz Machado

Director de la Real Academia Española

 

BENITO PÉREZ GALDÓS

LA CONJURACIÓN DE LAS PALABRAS

Cuento alegórico

 

Érase un gran edificio llamado Diccionario de la lengua castellana, cuyo tamaño era colosal y fuera de medida, que, al decir de los cronistas, ocupaba casi la cuarta parte de una mesa, de estas que, destinadas a muchos usos, vemos en las casas de los hombres. Si hemos de creer a un viejo documento hallado en un viejísimo pupitre, cuando ponían al tal edificio en el estante de su dueño, la tabla que lo sostenía amenazaba ruina, con detrimento de todo lo que encima había. Formábanlo dos anchos murallones de cartón, forrados en piel de becerro jaspeado, y en la fachada, que era también de cuero, se veía un ancho cartel con letras doradas, que decían al mundo y a la posteridad el nombre y la significación de aquel gran monumento.

Por dentro era una maravilla tan curiosa, que ni el mismo laberinto de Creta se le igualara. Dividíanlo hasta seiscientos tabiques de papel con sus números llamados páginas; cada tabique estaba subdividido en tres galerías o columnas muy grandes, y en estas galerías se hallaban innumerables celdas, donde vivían los ochocientos o novecientos mil seres que en aquel vastísimo y complicado recinto tenían su habitación. Estos seres se llamaban palabras.

›

Una mañana sintiose un gran ruido de voces, patadas, choques de armas, roces de vestidos, llamamientos y rumores, como si un numeroso ejército se levantara y vistiera con grande prisa, apercibiéndose para una atroz y descomunal batalla. Y a la verdad, batalla o cosa parecida debía de ser, porque a poco rato salieron todas o casi todas las palabras del Diccionario, formadas en orden, con fuertes y relucientes armas, formando un escuadrón tan grande que no cupiera en la misma Biblioteca Nacional. Magnífico y sorprendente era el espectáculo que este ejército presentaba, según me dijo el testigo ocular que lo presenció todo desde un escondrijo inmediato, el cual testigo ocular era un viejísimo Flos sanctorum, forrado en pergamino, que en el propio estante se hallaba a la sazón.

La comitiva avanzó hasta que estuvieron todas las palabras fuera del edificio. Trataré de describir el orden y aparejo de aquella procesión, siguiendo fielmente la veraz, escrupulosa y auténtica narración del Flos sanctorum.

Delante venían unos heraldos llamados artículos, vestidos con relucientes dalmáticas y cotas de finísimo acero: no llevaban armas, y sí los escudos de sus señores los sustantivos, que venían un poco más atrás. Estos formaban un número cuasi infinito, y estaban todos tan vistosos y gallardos, que daba envidia el verlos. Unos llevaban resplandecientes armas del más puro metal, y cascos en cuya cimera ondeaban plumas y festones; otros vestían lorigas de paños de Segovia con listones de oro y adornos recamados de plata; otros cubrían sus cuerpos con luengos trajes talares, a modo de senadores venecianos. Unos iban, caballeros, en poderosísimos potros cordobeses, y otros a pie. Algunos había también menos ricos y lujosos en el vestir que los demás; y aun puede asegurarse que había bastantes pobremente vestidos, si bien estos eran poco vistos, porque el brillo y esplendidez de los otros como que les ocultaba y oscurecía.  Al lado de los sustantivos estaban los pronombres, que iban a pie y delante, teniendo la brida de los caballos, o detrás, sosteniendo la cola del vestido de sus amos, o guiándoles a guisa de lazarillos, o bien dándoles el brazo para sostén de sus flacos cuerpos, porque sea dicho de paso, también había sustantivos muy valetudinarios y decrépitos, y algunos parecían próximos a morir. También es cierto que había algunos pronombres que se hallaban allí representando a sus amos, que se habían quedado en la cama por enfermos o perezosos, y estos pronombres formaban en la línea de los sustantivos como si de tales tuvieran categoría. No es necesario decir que los había de ambos sexos; y las damas cabalgaban con tanto donaire como los hombres, y aun esgrimían las armas con tanto desenfado como ellos.

Detrás venían los adjetivos, todos a pie; y eran como servidores o satélites de los sustantivos, porque formaban al lado de ellos y atendían a sus razones para obedecerlas. Era cosa sabida que ningún caballero sustantivo podía hacer cosa buena sin el auxilio de un buen escudero de la familia de los adjetivos; pero estos, a pesar de la fuerza y significación que prestaban a sus amos, no valían solos ni un ardite, y se aniquilaban completamente en cuanto quedaban solos. Eran muy brillantes y primorosos sus vestidos y adornos, de colores vivos y formas muy determinadas; y lo mas particular era que cuando se acercaban al sustantivo, este tomaba el color y la forma de aquellos, quedando transformado al exterior, aunque en la esencia el mismo.

Como a diez varas de distancia venían los verbos, que eran unos seres de lo más extraño y maravilloso que puede concebir la fantasía.

No es posible decir su sexo, ni medir su estatura, ni pintar sus facciones, ni contar su edad, ni definirlos con precisión ni exactitud. Baste saber que se movían mucho y a todos lados, y tan pronto iban hacia atrás como hacia adelante, y se juntaban dos para andar juntos. Lo cierto del caso, según me aseguró el Flos sanctorum, es que sin tales verbos no se hacía cosa a derechas en aquella república, y, si bien los sustantivos eran muy útiles, no podían hacer nada por sí, y eran como unos instrumentos ciegos cuando no los dirigía algún verbo. Tras estos venían los adverbios, que tenían catadura de pinches de cocina; no servían más que para prepararles la comida a los verbos y servirles en todo. Es fama que eran parientes de los adjetivos, como lo acreditaban viejísimos pergaminos genealógicos, y aun había adjetivos que servían en la clase de adverbios, para lo cual bastaba ponerse una cola o falda en esta forma: mente.

Las preposiciones tenían un cuerpo enano; y más que personas parecían cosas que se movían automáticamente: iban junto a los sustantivos para llevar recados a algún verbo, o viceversa. Las conjunciones andaban por todos lados metiendo bulla; y había especialmente una, llamada que, que era el mismo enemigo; y a todos los tenia revueltos y alborotados, porque indisponía a un señor sustantivo con un señor verbo, y a veces tras- tornaba lo que este decía, variando completamente el sentido. Detrás de todos venían las interjecciones, que no tenían cuerpo, sino tan solo unas cabezas con una gran boca, siempre abierta. No se metían con nadie, y se manejaban solas; que aunque pocas en número, es fama que sabían hacerse valer.

De estas palabras, algunas eran nobilísimas y llevaban en sus escudos delicadas empresas, por donde se venía en conocimiento que tenían abolengo latino o árabe; otras, no tenían alcurnia antigua y eran nuevecillas y de poco más o menos. Las nobles las trataban con desprecio. Algunas había también que estaban en calidad de emigradas de Francia, esperando el tiempo para adquirir nacionalidad. También había algunas que se caían de puro viejas, y estaban arrinconadas, aunque las demás tenían consideración a sus canas; y las había también tan petulantes y pretenciosas, que desdeñaban a las demás mirándolas de soslayo.

›

Llegaron a la plaza del Estante y la ocuparon toda. El verbo Ser hizo una especie de cadahalso o tribuna con dos admiraciones y algunas comas que por allí había, y subió a él con intención de hablar; pero le quitó la palabra un sustantivo muy travieso y hablador, llamado Hombre, el cual, subiendo a los hombros de sus dos edecanes, los nobles adjetivos Racional y Libre, saludó a la multitud, quitándose la H, que a guisa de sombrero le cubría, y empezó a hablar en estos o parecidos términos:

—«Señores: la osadía de los escritores españoles ha irritado nuestros ánimos, y es preciso darles justo y pronto castigo. Ya no basta introducir en sus libros palabras francesas, con gran detrimento nuestro, sino que cuando por casualidad se nos emplea, trastornan nuestro sentido y nos hacen decir lo que no significamos. (Bien, bien). De nada sirve nuestro noble origen latino, ni la exactitud de nuestro significado. Se nos desfigura de un modo que da grima y dolor el recordarlo. Así, permitidme que me conmueva, porque las lágrimas brotan de mis ojos y no puedo reprimir la emoción». (Nutridos aplausos).

El orador se enjugó las lágrimas con la punta de la e, que le servía de faldón, y ya se preparaba a continuar, cuando le distrajo el rumor de una disputa que no lejos se había entablado.

Era que el sustantivo Sentido estaba dando de mojicones al adjetivo Común, y le decía:

– Perro, follón y sucio vocablo, por ti me traen asendereado, y me ponen como salvaguardia de toda clase de desatinos. Desde que un escritor no entiende palotada de una ciencia, se escuda con el Sentido Común, y ya le parece que es el más sabio de la Tierra. Vete, sucio adjetivo, lejos de mí, o te juro que no saldrás con vida de mis manos.

Y al decir esto, el Sentido enarboló la t, y dándole un garrotazo con ella al adjetivo, lo dejó tan malparado, que tuvieron que ponerle un vendaje en la o y bizmarle las costillas de la m, porque se iba desangrando por allí, con más prisa que satisfacción.

– Haya paz, señores —dijo un sustantivo femenino llamado Filosofía, que con dueñescas y blanquísimas tocas apareció entre el tumulto. Mas en cuanto le vio otra palabra llamada Música, se echó sobre ella y empezó a mesarle los cabellos y a darle coces, diciendo:

– Miren la bellaca, la sandia, la loca; ¿pues no quiere llevarme encadenada con una preposición, diciendo que yo tengo Filosofía? Yo no tengo sino Música, hermana, y ruegue a Dios no se pudra de vieja, si anda en compañía con la Alemana, que es otra vieja loca.

– Quita allá, pazpuerca —dijo la Filosofía arrancándole a la Música el penacho o acento que muy erguido sobre la ú llevaba—; quita allá, que para nada vales, ni sirves más que de pasatiempo pueril.

– Poco a poco, señoras mías —dijo un sustantivo alto, delgado, flaco y medio tísico, llamado el Sentimiento—. A ver, señora Filosofía, si no me dice usted esas cosas a la Música, o tendremos que vernos los dos. Estese usted en paz y deje a Perico en su casa, porque todos tenemos trapitos que lavar, y si yo saco los suyos, ni con colada habrán de quedar limpios.

– Miren el mocoso —dijo la Razón, que andaba por allí en traje de mañana, y un poquillo desmelenada—, ¿qué sería de vuesas mercedes sin mí? No reñir, y cada uno a su puesto; que si me incomodo…

– No ha de ser —dijo el sustantivo Mal, que a la sazón llegaba.

– ¿Quién le mete a usted en estas danzas, tío Mal?  Váyase con Dios, que ya está de más en el mundo.

– No, señoras, perdonen usías, que no estoy sino muy retebién. Un poco decaidillo estaba; pero después que he tomado este lacayo, que ahora me sirve, no me va tan mal.

Y mostró un lacayo, que era el adjetivo Necesario.

– Quítenmela, que la mato —dijo la Religión, que había venido a las manos con la Política—; quítenmela, que me ha usurpado el nombre para ocultar en el mundo sus socaliñas y gatuperios.

– Basta de alusiones personales —dijo el sustantivo Neo, que todo tiznado de negro se presentó para poner paz en el asunto.

– Déjelas que se arañen, hermano —dijo la Hipocresía, que estaba rezando el rosario en una sarta de puntos suspensivos—; déjelas que se arañen, que ya sabe vuestra señoría que rabian de verse juntas. Entendámonos nosotros, y dejémoslas a ellas.

– Sí, bien mío…  ¿pero cuándo nos casamos? —dijo el sustantivo masculino.

– Pronto, luz de mis ojos —dijo el femenino.

Mientras estos dos amantes desaparecían abrazados entre la multitud, se presentó un gallardo sustantivo, vestido con relucientes armas y trayendo un escudo con primorosas figuras y lema de plata y oro. Este sustantivo se llamaba el Honor, y venía a quejarse de los innumerables desatinos que hacían los humanos en su nombre, dándole las más raras aplicaciones y haciéndole significar lo que más les venía a cuento. Pero el sustantivo Moral, que estaba en un rincón atándose un hilo en la l, porque se la habían roto en la refriega anterior, se presentó, atrayendo las miradas de todos. Quejose de que se le subían a las barbas ciertos adjetivos advenedizos, y concluyó diciendo que no le gustaban ciertas compañías, y que prefería andar solo, con lo cual se rieron mucho otros sustantivos, que no llevaban nunca menos de seis adjetivos de servidumbre.

Entretanto, el sustantivo Inquisición, que era una vieja que no se podía tener, estaba pegando fuego a una hoguerilla que había hecho con interrogantes gastados y palos de t y algunos paréntesis rotos, en la cual hoguera dicen que quería quemar a la Libertad que andaba dando zancajos por allí con singular gracia y desenvoltura. Por otro lado estaba el verbo Matar dando grandes voces y cerrando el puño con rabia, diciendo de vez en cuando:

– ¡Si me conjugo…!

Lo cual oyendo el sustantivo Paz, vino corriendo con tanta prisa, que tropezó en la z, con que venía calzada y cayó cuan larga era, dando un gran batacazo.

– Allá voy —dijo el sustantivo Arte, que ya se había metido a zapatero—. Allá voy a componer ese zapato, que es cosa de mi incumbencia.

Y con unas comas le clavó la z a la Paz, que tomó vuelo y se fue a hacer cabriolas ante el nombre propio Chassepot, de quien dicen que estaba grandemente enamorada.

No pudiendo el verbo Ser, ni el sustantivo Hombre, ni el adjetivo Racional poner en orden a aquella gente, y comprendiendo que de aquella manera iban a ser vencidos en la desigual batalla que con los escritores españoles iban a emprender, resolvieron volverse a su casa.  Dieron orden de que cada cual se fuera a su celda, y así se cumplió, aunque costó gran trabajo encerrar a algunos rezagados que se empeñaban en alborotar y hacer el coco.

Resultaron de este tumulto algunos heridos, que aún están en el hospital de sangre del Diccionario. Han determinado congregarse de nuevo para examinar los medios de imponerse a los escritores. Se está redactando un reglamento que establecerá el orden en las discusiones.  Aquella conjugación no tuvo resultados, pues gastaron el tiempo en estériles debates y luchas intestinas, en vez de congregarse para combatir al enemigo común; así es que concluyó todo con más prontitud que fruto.

El Flos sanctorum me aseguró que la Gramática había mandado al Diccionario una embajada de géneros, números y casos para ver si, por las buenas, y sin derramamiento de sangre, se arreglaban los trastornados asuntos de la Lengua castellana.

Madrid, abril de 1868.

Santiago Muñoz Machado y Benito Pérez Galdós: cultores de las palabras que edifican y embellecen

Por

Bruno Rosario Candelier

 

A

Francisco Javier Pérez,

  destacado cultor de la lingüística americana.

 

El director de la RAE en la Academia Dominicana de la Lengua

La tierra de Córdoba, que parió a Lucio Séneca, Luis de Góngora y Moisés Maimónides, entre otras figuras eminentes del arte, la ciencia y la cultura, también vio nacer a Santiago Muñoz Machado (1949), actual Director de la Real Academia Española (RAE) y Presidente de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE).

Desde el 10 de enero de 2019 don Santiago Muñoz Machado es el trigésimo primer director de la RAE y, en virtud de ese honroso cargo, preside la ASALE. Este sobresaliente andaluz también forma parte de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, y de la Academia de Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba, su ciudad natal. Es también miembro correspondiente de varias academias hispanoamericanas, un reconocimiento a su valioso aporte intelectual.

Desde que asumió la dirección de la RAE, Muñoz Machado ha dado notaciones, admirables y ejemplares, de que tiene un dominio de la palabra, ejerce un liderazgo en la disciplina profesional que lo distingue y revela un encomiable desempeño en la ejecutoria de las tareas que realiza con notable destreza expositiva.

El Dr. Santiago Muñoz Machado arribó al aeropuerto de Punta Caucedo de Santo Domingo la noche del 29 de febrero de 2020. Manuel Núñez Asencio y este servidor, acompañados de nuestras respectivas esposas, fuimos al aeropuerto a recibir al ilustre visitante, quien también vino acompañado de su consorte. Era la alta noche del último sábado de febrero, y en el cielo rutilaban deslumbrantes las estelas de las altas estrellas.

En la ruta del aeropuerto al hotel de la Ciudad Colonial de la capital dominicana, tanto al director de la RAE, como al autor de este artículo, nos impresionó el jolgorio de centenares de jóvenes de ambos sexos que celebraban, con el desenfado propio de la edad juvenil, el fin de semana encendido con bebidas y música, bailes y juergas en la extensión del malecón oriental, atizados con la euforia del desbordante entusiasmo nocherniego.

Desde su arribo a nuestra tierra apreciamos en don Santiago Muñoz Machado su “don de gente”, su trato afable y su capacidad de sintonía con las corrientes epocales, científicas y artísticas, quien además posee una singular sensibilidad para el fuero de nuestro idioma, por lo que eligió un texto de Benito Pérez Galdós para celebrarlo con sus colegas de la Real Academia. Y esa sintonía con el genio de nuestra lengua explica también su alta ponderación de nuestro idioma y su uso ejemplar de la palabra, que enaltece con su ejercicio intelectual, académico y profesional.

En su trayectoria laboral fue profesor de la Universidad Complutense de Madrid, y ha ejercido como jurista y abogado en la capital española, donde reside. Trabajó en la Presidencia del Gobierno de España y en la elaboración de la Constitución española. Sobresaliente cultor de la palabra, valora con cuidadoso esmero el cultivo del lenguaje parejo al celo profesional que con singular empeño y pertinente disciplina ha puesto en su carrera como jurista y especialista en derecho administrativo y derecho constitucional. Por su brillante carrera y su aporte al pensamiento jurídico ha sido distinguido con el doctorado por varias universidades españolas y americanas. Entre sus muchas y valiosas publicaciones sobresalen Hablamos la misma lengua, El español en la historia de América, Informe sobre España y Diccionario del español jurídico, que amplió en el Diccionario panhispánico del español jurídico, obras que le merecieron el Premio Nacional de Historia, el Premio Nacional de Ensayo y el Premio Nacional de Literatura.

En su memorable visita a nuestro país, Santiago Muñoz Machado presentó el Diccionario panhispánico del español jurídico en el acto que tuvo lugar en la sede de nuestra corporación, cuya presencia aprovechamos para designarlo miembro correspondiente de la Academia Dominicana de la Lengua.

El DPEJ se publicó el año 2017 en Salamanca, en cuyo acto participó Fabio Guzmán Ariza en representación de la Academia Dominicana. En la ADL, Muñoz Machado explicó el proceso de elaboración de esa obra, inspirada en la versión del Diccionario del español jurídico, publicado en el 2016. Según explicó el jurista, hasta entonces no se había compilado el lenguaje del derecho, y señaló que “existen muchos diccionarios y enciclopedias jurídicas que se han editado en los últimos dos siglos, pero se trata siempre de selecciones de conceptos para exponer su significado dogmático e institucional”. El proceso, en el que participaron profesores universitarios y juristas de diversas especialidades, llevó tres años y al tener ese trabajo como base, se fue “corrigiendo y mejorando lo ya hecho, y ampliándolo con léxico procedente de todos los países hispanohablantes” y juristas de todas las naciones del mundo hispánico. El director de la RAE comentó que, de todas las obras editadas a lo largo de su vida, este diccionario ha sido “la tarea intelectual más compleja y fascinante que ha emprendido” como escritor de asuntos jurídicos.

En el DPEJ, confeccionado bajo la dirección de Muñoz Machado, fluye el conocimiento jurídico en su dimensión académica de quien fuera catedrático de derecho administrativo y constitucional. En esta edición del Diccionario panhispánico del español jurídico participaron filólogos y lexicógrafos de la RAE y de las academias americanas, así como juristas de las facultades de derecho y representantes de tribunales y cortes supremas de los distintos países hispanoamericanos. Como resultado de esa participación de reconocidas figuras del derecho, esta obra satisface la necesidad de juristas, empresarios y administradores oficiales que necesitan manejar conceptos jurídicos compartidos por los hispanohablantes de cualquier país. De ahí la publicación de este diccionario, que recoge el léxico jurídico usual en España y las particularidades léxicas de los países de habla hispana con vocablos del derecho compartido en el mundo hispánico.

En el acto celebrado en la Academia Dominicana, en mi condición de director de la ADL le entregué a don Santiago Muñoz Machado el diploma acreditativo de miembro correspondiente. En dicha presea consigné lo siguiente: “La Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española, fundada el 12 de octubre de 1927, con su lema “La Lengua es la Patria”, en atención a sus méritos lingüísticos y literarios, su aporte al estudio del derecho administrativo, la investigación lexicográfica del español jurídico y el impulso a las tareas académicas de la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española, esta corporación designa a don Santiago Muñoz Machado en la clase de miembro correspondiente y, para que así conste, se expide el presente diploma, firmado por el director y refrendado por el secretario con el sello de la institución. Dado en Santo Domingo, República Dominicana, 1 de marzo de 2020”.

La memorable visita de Muñoz Machado tuvo para nosotros una alta significación ya que era la primera vez que un director de la Real Academia Española nos visitaba. En esos días, el prestante Director de la RAE inició una gira de visitas a las Academias de Centroamérica y el Caribe, y justamente concluyó su periplo en la Academia Dominicana.

El acto de recibimiento tuvo lugar en el remodelado salón de la ADL, donde se presentó el Diccionario panhispánico del español jurídico, en acto público celebrado la mañana del domingo 1 de marzo de 2020. (Casualmente, ese fue el último acto público celebrado por la Academia Dominicana previo a la aparición de la infausta pandemia del Covid-19, que ha aún mantiene la paralización de las actividades presenciales para evitar contagios del tan temible virus, aunque ha propiciado la celebración de encuentros virtuales con mediación telemática para remediar la limitación impuesta por el azote viral).

En el acto académico en honor al director de la RAE, nuestra distinguida lexicógrafa, la doctora y académica de número María José Rincón González, dijo de nuestro ilustre visitante: “Santiago Muñoz Machado es andaluz, cordobés, hablante de una de las variedades históricas de la lengua española, esa que hablamos más de quinientos millones de personas a lo largo y ancho del mundo. En un mundo en el que cada día debemos aspirar a “hablar con discurso”, como los memorables Cipión y Berganza cervantinos, que don Santiago evocaba en su discurso de ingreso a la Real Academia Española; en un mundo en el que se nos hace más esencial la libertad de palabra, las Academias de la lengua española y, hoy, la Academia Dominicana de la Lengua, nos felicitamos al contar entre nosotros con un profesional de la palabra como don Santiago Muñoz Machado”, expresó oronda y satisfecha la señora Rincón González.

Esa fresca mañana con aire primaveral don Santiago Muñoz Machado habló sobre el diccionario jurídico que ese día presentamos en la capital dominicana ante la presencia de académicos de la lengua, renombrados juristas, intelectuales y escritores eminentes y una representación del público que habitualmente respalda con su presencia las convocatorias de la institución.

El salón de conferencias de la ADL, remodelado gracias a la iniciativa de Vivian Saladín de Guzmán, lo apreciaron y disfrutaron los académicos que honraron con su presencia la visita del ilustre jurista y académico español don Santiago Muñoz Machado, como fueron Federico Henríquez Gratereaux, Fabio Guzmán Ariza, María José Rincón González, Andrés L. Mateo, Tony Raful Tejada, Ana Margarita Haché, Manuel Núñez Asencio, José Enrique García, Rafael Peralta Romero, Juan José Jimenes Sabater y el autor de esta crónica, Bruno Rosario Candelier. También participaron varios miembros correspondientes, como fueron los narradores, ensayistas y poetas Tulio Cordero, Cérvido Candelaria, Ofelia Berrido, Miguel Solano, Emilia Pereyra, Ruth Ruiz, Luis Quezada y Juan Ventura.

Los académicos almorzaron en el restaurante de la Torre Acrópolis de la ciudad capital con don Santiago Muñoz Machado, a quien nuestra Academia le ofreció un espléndido almuerzo en cuya sobremesa comentamos, en un ambiente de amena y fraterna cordialidad, la colaboración lingüística de nuestros académicos a los proyectos lexicográficos y gramaticales de la RAE, así como las tareas idiomáticas de la ADL sobre el español dominicano y las actividades lingüísticas y literarias en la sede de la institución y en centros docentes y culturales de Santo Domingo y otras poblaciones del interior del país para incentivar en nuestros hablantes el estudio de nuestra lengua y el cultivo de las letras.

En la crónica de esa celebrada visita a la Academia Dominicana de la Lengua reprodujimos también la entrevista que la periodista y académica de la lengua, la prestigiosa narradora Emilia Pereyra, le hiciera al director de la RAE y presidente de la ASALE al día siguiente en la oficina de Diario Libre de la capital dominicana (1).

Bajo su mandato le ha correspondido a don Santiago Muñoz presidir dos congresos internacionales -el Congreso de la Lengua Española celebrado en Córdoba, Argentina; y el de las Academias de la Lengua Española, que tuvo lugar en Sevilla, España-, que ha dirigido con espléndido dominio de la palabra y con la brillantez intelectual de su talento en sus exposiciones.

Aun los que somos legos en derecho sabemos que todo tiene un protocolo establecido derivado del orden cósmico, y que la disciplina jurídica, que pautaron los antiguos romanos como enseñara Ireneo Marrou, el derecho tiene una reconocida prosapia normativa en la que ha descollado Muñoz Machado. Recuerdo que el doctor Milton Ray Guevara, presidente del Tribunal Constitucional de la República Dominicana, cuando acompañamos al director de la RAE en la sala de reunión del pleno de los magistrados dominicanos dijo en alabanza de nuestro ilustre presidente que él se había formado jurídicamente con varios textos de Santiago Muñoz Machado, a quien llamaba Maestro, apelación respetuosa indicativa del dominio del derecho administrativo y constitucional de nuestro admirado visitante.

 

Santiago Muñoz Machado y Benito Pérez Galdós en la RAE 

En el prólogo a La conjura de las palabras de Benito Pérez Galdós, que presentara en la cena navideña que anualmente celebran los académicos de la RAE para compartir entre colegas al término del año, Santiago Muñoz Machado consignó: “La mentada tradición tiene mucho valor para los académicos pero creo que, sin estorbarla, podría enriquecerse con la edición de textos breves, sean artículos, discursos, cartas, poemas o cuentecillos, elegidos entre los escritos de nuestros compañeros de años o siglos atrás. Serviría de evocación y de convocatoria a compartir la sobremesa con nosotros los académicos vivos” (2).

Benito Pérez Galdós, quien fuera uno de los grandes narradores decimonónicos de las letras españolas, fue el autor escogido por Santiago Muñoz Machado para festejar su primera cena como director de la RAE con sus colegas académicos.

Justamente el propio Muñoz Machado, cuando vino a la República Dominicana, nos obsequió un ejemplar del opúsculo La conjuración de las palabras, editado con sobriedad y primor por la Real Academia Española en diciembre de 2020 con motivo de la susodicha cena navideña de los académicos en una convivencia que ya es una tradición que comparten con el Director de la RAE.

La escogencia del texto de Pérez Galdós pauta el inicio de una novedad introducida por el actual director del Templo de la Palabra cuya sede está en Madrid desde su fundación en el año de gracia de 1713. Afortunada idea para enaltecer con un fino toque intelectual una reunión festiva que los académicos de la RAE celebran en las fiestas navideñas con un ágape fraterno en una cena en la que comparten alegrías y distensiones en un ambiente relajado sin la rigidez del protocolo de su junta ordinaria. Y un detalle singular de ese encuentro de fin de año denominado “Almuerzo del Director” es la presentación de una charla tras las anécdotas y lecturas de cuentos y poemas.

En el prólogo al opúsculo de Pérez Galdós, Muñoz Machado escribió: “El nuestro se distingue porque, al término del ágape, a la hora de los postres, los académicos que libremente lo soliciten recuerdan anécdotas y sucedidos o leen a sus compañeros textos de su cosecha, como sonetos, coplas, décimas, ovillejos, microrrelatos, o cualquier otra composición preparada para la ocasión o recuperada de algún cajón en que yacía olvidada. Este momento de los postres es singular” (3).

Con el susodicho opúsculo, el director de la RAE optó por editar un cuento de Pérez Galdós cifrado en el rol de las palabras, como podrá apreciar el lector que se interese en leerlo, razón por la cual lo reproduzco en el presente Boletín de la Academia Dominicana de la Lengua en este marzo conmemorativo de la visita de Muñoz Machado.

En el centenario del fallecimiento de Benito Pérez Galdós era oportuno elegir una obra de ese autor, una de las figuras eminentes de la narrativa española. Devoto de Dickens y de Balzac, el novelista, dramaturgo y periodista español, en el cuento escogido por Muñoz Machado, “rebosa ingenio, soltura técnica e intención política”, según afirma el prologuista. Como cuento alegórico, el texto tiene una intención abierta y crítica de un comportamiento de la sociedad de su tiempo (último tercio del siglo XIX en España). Con un cuestionamiento al uso inadecuado de las palabras, el prestante escritor cuestiona el empleo inoportuno de términos afrancesados por parte del estamento social culto, como es el de los escritores, llamado a ser ejemplo de propiedad, belleza y corrección en la elección de los vocablos y en la denominación de conceptos e imágenes de su obra literaria.

En La conjuración de las palabras, Pérez Galdós les da categoría de personajes de ficción a las palabras del diccionario con la finalidad de criticar, mediante un cuadro narrativo, a los intelectuales indiferentes a la savia patrimonial de la herencia castellana con cuya actitud desprecian el valor originario de las voces propias de nuestra lengua.

La palabra no es solo la expresión de una imagen y un concepto, sino el medio de nuestra comunicación, el cauce de nuestra creación y el eco, rotundo y elocuente, de nuestras intuiciones y vivencias que ya Heráclito de Éfeso, entre los antiguos pensadores presocráticos, consignara en el Logos de la conciencia como sede del pensamiento y fuero de nuestra visión del mundo mediante el uso de esa enaltecida dotación sagrada.

Benito Pérez Galdós personifica las palabras y, al personificarlas, las convierte en personajes con los que encauza una crítica, constructiva y edificante, a una realdad nefasta que su sensibilidad de usuario ejemplar de la lengua castellana rechaza al condenar la adopción de formas y vocablos ajenos a nuestra esencia idiomática. Para nuestro escritor la narrativa literaria no es solo expresión de una forma con sentido en sus usos y figuraciones, sino valoración de un contenido con trasfondo conceptual, social, moral, estético y espiritual. Y la palabra, concebida y perfilada en el texto de Galdós, es el instrumento de una crítica histórica al comportamiento irreflexivo de grandes figuras de su época en el uso de las palabras. De ahí la pertinencia de la elección de ese cuento para la susodicha cena.

Todo pasa, excepto el Todo que lo atrae. Y también las palabras que reproducen su sentido y su mensaje. Eso lo han comprendido los académicos y escritores, incluido el grandioso narrador cuyo texto sirvió de comodín al Director de la RAE para amenizar el ágape navideño con sus colegas de las letras. Y le sirvió al narrador oriundo de Las Palmas de Gran Canaria (1843-1920) para encauzar una crítica al sector culto de su tiempo, pensando, como efectivamente pensaba, que las palabras no solo testimoniaban lo que acontece en el mundo, sino también los ideales, sueños y aspiraciones de los pueblos que los narradores recrean y formalizan en el arte de la creación verbal.

De entrada, para facilitarle al lector el estado de la cuestión, el narrador describe en sus detalles sensoriales lo que sus ojos contemplaban al observar el grandioso volumen de un extravagante diccionario: “Formábanlo dos anchos murallones de cartón, forrados en piel de becerro jaspeado, y en la fachada, que era también de cuero, se veía un ancho cartel con letras doradas, que decían al mundo y a la posteridad el nombre y la significación de aquel gran monumento. Por dentro era una maravilla tan curiosa, que ni el mismo laberinto de Creta se le igualara. Dividíanlo hasta seiscientos tabiques de papel con sus números llamados páginas; cada tabique estaba subdividido en tres galerías o columnas muy grandes, y en estas galerías se hallaban innumerables celdas, donde vivían los ochocientos o novecientos mil seres que en aquel vastísimo y complicado recinto tenían su habitación. Estos seres se llamaban palabras” (La conjuración de las palabras, pp. 24-25).

En la composición del cuadro ficticio, las palabras conforman un ejército que se dispone a enfrentar a un peligroso adversario, y, valiéndose de un testigo ocular, que no era sino otro libro formado de palabras, en un ingenioso artificio creador el narrador da cuenta de las clases de palabras de nuestro sistema de signos y de reglas, como ADJETIVOS Y SUSTANTIVOS, cuya referencia le sirve para armar la sustancia de su narración: “Delante venían unos heraldos llamados artículos, vestidos con relucientes dalmáticas y cotas de finísimo acero: no llevaban armas, y sí los escudos de sus señores los sustantivos, que venían un poco más atrás. Estos formaban un número cuasi infinito, y estaban todos tan vistosos y gallardos, que daba envidia el verlos. Unos llevaban resplandecientes armas del más puro metal, y cascos en cuya cimera ondeaban plumas y festones; otros vestían lorigas de paños de Segovia con listones de oro y adornos recamados de plata; otros cubrían sus cuerpos con luengos trajes talares, a modo de senadores venecianos. Unos iban, caballeros, en poderosísimos potros cordobeses, y otros a pie” (La conjuración de las palabras, p. 27).

Al ponderar la función de los VERBOS, el atildado narrador, diestro en asuntos de lengua y cultor de un lenguaje exquisito, exalta la función operativa de las formas verbales en el ejercicio de las funciones idiomáticas y en el arte de la creación literaria, como se puede apreciar en este pasaje que resalta el rol del verbo en la cadena hablada: “No es posible decir su sexo, ni medir su estatura, ni pintar sus facciones, ni contar su edad, ni definirlos con precisión ni exactitud. Baste saber que se movían mucho y a todos lados, y tan pronto iban hacia atrás como hacia adelante, y se juntaban dos para andar juntos. Lo cierto del caso, según me aseguró el Flos sanctorum, es que sin tales verbos no se hacía cosa a derechas en aquella república, y, si bien los sustantivos eran muy útiles, no podían hacer nada por sí, y eran como unos instrumentos ciegos cuando no los dirigía algún verbo” (La conjuración de las palabras, p. 31).

Chispeante es la presentación de los ADVERBIOS, que juegan un papel secundario pero significativo en el habla de los dialogantes, como subraya con donaire el versado narrador: “Tras estos venían los adverbios, que tenían catadura de pinches de cocina; no servían más que para prepararles la comida a los verbos y servirles en todo. Es fama que eran parientes de los adjetivos, como lo acreditaban viejísimos pergaminos genealógicos, y aun había adjetivos que servían en la clase de adverbios, para lo cual bastaba ponerse una cola o falda en esta forma: mente” (La conjuración de las palabras, pp. 31-32).

Las PREPOSICIONES y las CONJUNCIONES, en ese ejercicio lúdico de enseñanza gramatical, juegan su rol peculiar en los hechos de lengua, como los reconoce Pérez Galdós en su parábola de las palabras: “Las preposiciones tenían un cuerpo enano; y más que personas parecían cosas que se movían automáticamente: iban junto a los sustantivos para llevar recados a algún verbo, o viceversa. Las conjunciones andaban por todos lados metiendo bulla; y había especialmente una, llamada que, que era el mismo enemigo; y a todos los tenía revueltos y alborotados, porque indisponía a un señor sustantivo con un señor verbo, y a veces trastornaba lo que este decía, variando completamente el sentido” (La conjuración de las palabras, pp. 32-33).

Finalmente aparecen las INTERJECCIONES que, aunque no forman palabras, las acompañan como guardianes de entonación, interrogación y admiración, para que el lector aprecie la actitud del hablante o del escribiente: “Detrás de todos venían las interjecciones, que no tenían cuerpo, sino tan solo unas cabezas con una gran boca, siempre abierta. No se metían con nadie, y se manejaban solas; que aunque pocas en número, es fama que sabían hacerse valer” (La conjuración de las palabras, p. 33).

Exalta el narrador el genio léxico del castellano patrimonial, y a las nuevas voces que reclaman su reconocimiento en el ánfora de las palabras, y al cebarse el conflicto, que articula entre las palabras, aflora la lucha por su prestancia en el fuero entrañable de la lengua española.

Alude el cuento de Pérez Galdós a la penetración léxica que afectó la pureza idiomática de la savia primordial de la lengua castellana, que hasta gallardos escritores sucumbieron ante el empuje extravagante de los invasores y atrevidos vocablos galicistas.

El pleito entre las palabras era interminable, aunque aparecieron sustantivos juiciosos y cuerdos adjetivos que ocuparon el entendimiento y la comprensión de los vocablos en pos de la armonía interior del lenguaje para el desarrollo creciente y fecundo de la potencia lingüística del genio hispánico: “No pudiendo el verbo Ser, ni el sustantivo Hombre, ni el adjetivo Racional poner en orden a aquella gente, y comprendiendo que de aquella manera iban a ser vencidos en la desigual batalla que con los escritores españoles iban a emprender, resolvieron volverse a su casa. Dieron orden de que cada cual se fuera a su celda, y así se cumplió, aunque costó gran trabajo encerrar algunos rezagados que se empeñaban en alborotar y hacer el coco” (La conjuración de las palabras, pp. 44-45).

Las voces de las diferentes partes de la oración acordaron conciliar sus diferencias léxicas para hacer posible el desarrollo propicio de una energía idiomática que daba sustancia y sentido a una lengua llamada a armonizar la esencia de una gallarda lengua destinada, desde su auspicioso origen en San Millán de la Cogolla, a enaltecer la conciencia de sus usuarios desde la pertinencia idiomática de las palabras a la luz de la tradición espiritual emprendida por Gonzalo de Berceo, potenciada por san Juan de la Cruz y los poetas auroseculares, y engrandecida por la obra literaria de una grandiosa creación adobada con el refrescante aliento panhispánico de hablantes de cuatro Continentes, que el cuento de Benito Pérez Galdós se anticipa con ejemplar donaire y prestante resolución.

Santiago Muñoz Machado, prevalido del cuento La conjuración de las palabras, exalta el genio de nuestra herencia hispánica y encomia su mejor cultivo para hacer de las palabras de la lengua española el lábaro sagrado de nuestra hidalga prosapia verbal, cauce de indudable sentimiento panhispánico.

 

Bruno Rosario Candelier

Academia Dominicana de la Lengua

Santo Domingo, 19 de marzo de 2021.

 

Notas:

  1. La entrevista a Santiago Muñoz Machado, que le hiciera la periodista, escritora y académica de la lengua Emilia Pereyra, fue publicada en el periódico Diario Libre, de Santo Domingo, el 3 de marzo de 2020.
  2. Benito Pérez Galdós, La conjuración de las palabras, Real Academia Española, 2020, p. 7.
  3. Santiago Muñoz Machado, Prólogo a La conjuración de las palabras, citado, p. 6.