«La mosca soldado», de Marcio Veloz Maggiolo: la novela de la experiencia trascendente

Por Bruno Rosario Candelier

 

El trasfondo arqueológico de un hecho sorprendente

La publicación de La mosca soldado de Marcio Veloz Maggiolo (Santo Domingo, 1936) conlleva un salto cualitativo en la producción del novelista dominicano (1), que narra en esta novela una historia dramática con trasfondo arqueológico envuelta en la magia de una realidad intangible. Con impresionante maestría narrativa, Marcio Veloz Magiolo despliega su talento novelístico en la narración de un acontecimiento ocurrido en el Caribe hispánico combinando el dato antropológico, la memoria vicaria y la ensoñación poética.

Impregnada de intriga y misterio, La mosca soldado va tejiendo la madeja de una historia que va anticipando las ocurrencias de los hechos al modo homérico mediante el uso de la prolepsis, técnica que emplean los buenos narradores para despertar la curiosidad del lector. El narrador fabula en torno a un suceso de la historia insular de hace mil años y lo empalma a una experiencia reciente acontecida en El Soco, paraje ubicado en la zona oriental de la isla antillana, entre la ciudad de Santo Domingo y San Pedro de Macorís. Es una manera original y sorprendente de indagar raíces etnográficas, antropológicas y culturales de una identidad que subyace en la preocupación intelectual del distinguido escritor.

La investigación arqueológica, trasfondo científico de una narración literaria, alienta la trama de un fenómeno sobrenatural que sacude la sensibilidad del novelista traspuesto por ese hecho extraordinario cuya dimensión pone a prueba la verdad científica y la verdad de la revelación ante el impacto del misterio. El testimonio de dos sobrevivientes del hecho inexplicable que concita lo mágico y lo divino se articula con sorprendentes resultados a la documentación científica y las leyendas alucinantes de una cultura atrapada en la mentalidad tradicional.

El ámbito de lo sobrenatural ha estado presente en algunos relatos de autores nacionales y el propio Veloz Maggiolo ha dado cuenta de esa presencia (2). En esta singular novela unas moscas fueron un elemento clave en la investigación del pasado y en el tramado narrativo que incentivó la imaginación del narrador. Una mosca soldado prende la obsesión de una búsqueda imparable en tumbas aborígenes y particularmente de una que atizó recuerdos, vivencias y pasiones.

El sujeto narrativo alterna con el autor en referencias autobiográficas que aluden a su trabajo de investigador arqueológico y confiesa que jamás pensó que los acontecimientos de El Soco pudiesen gestar una novela. De esa manera usa una estrategia narrativa que va combinando la técnica de anticipación y recursos metanovelísticos, dosificando paulatinamente la sustancia de su novelar como quien va contando parcialmente lo que constituye el meollo de la narración para despertar la curiosidad del lector hacia el tema central de la novela. El narrador, en efecto, le va participando a su imaginario interlocutor la historia que centra el núcleo de esta novela en una especie de ‘diálogo solitario’ o ‘monólogo compartido’ con el amigo cómplice del suceso secreto. Al ponderar la fuerza del destino, advierte que no andaba en busca de leyendas ni a la caza de albatros, ni pretendía escuchar ocarinas perdidas en un tiempo de tragedias ni entender cómo las almas de los cortadores de cañas muertos bajo el rigor del trabajo vuelven y repican el tambor en los rituales africanos. Nada de eso.

Lo que motivó la sustancia novelesca de La mosca soldado fue ciertamente un hecho intrigante y misterioso, como intrigante y misterioso es también el procedimiento narrativo que el diestro novelista utilizó para formalizar la pasión que lo alentó. La chispa que desató la narración fue el espectáculo de un esqueleto de mujer muerta hace mil años cuya historia concitó esta aventura que asombra y atrae con la misma pasión que vivió el autor. Marcio Veloz devela las brumas de un tiempo muerto, el meollo de una extraña historia que hubiera sido imposible conocerla sin los fragmentos de cerámica, fechas de radiocarbono, noticias etnológicas, análisis biológicos y sueños de poeta, según revela el narrador, así como también la virtual colaboración de los actantes del relato y las sorprendentes moscas alfareras que susurraban un hecho sutil. De ahí que el narrador, al ver en la vida un desván de objetos perdidos que estando en el pasado se manifiestan “en cuanto abres una ventana a universos que esperan manifestarse una y otra vez” (p.20), se auxilia de los conocimientos arqueológicos y antropológicos que posee para reconstruir un pasado y, prevalido de la magia de la imaginación, recrea entusiasmado y conmovido la vida de un esqueleto que recubre de carne y aliento para sentirla esplendorosa y viviente. Todo lo demás, según infiere, es obra del azar y del misterio. Y aunque el final de la historia dista de lo fabuloso y novelesco sigue siendo misterioso a pesar de la labor de reconstrucción del presente en las raíces del pasado, lo que de alguna manera viene pautado por “ese ir y venir del espíritu en la búsqueda de una realidad que no puede palparse con las manos” (p. 205).

Hubo desde luego señales que trascendieron el azar: “Cuando los insectos osaron introducirse en la tumba de Pandora, comprendí o tal vez comprendimos -señala el narrador testigo-, que la señal iba más allá de una simple forma del azar” (p.21). Y fue entonces la ocasión propicia para “poner alma a la vida insólita que se manifestaba desde el fondo de aquellas tumbas” (p.21) que presagiaban una materialidad intangible. La experiencia de El Soco cambió la visión del narrador y centró su atención en otra forma de vida, desde una vertiente interior y meditativa viendo las cosas con otra actitud, indagando “las expresiones de los objetos que contenían el mensaje y de los entornos reales que lo sugerían” (p.32).

El versado narrador, antropólogo por formación y poeta por vocación, asume la ciencia y la poesía para enfocar un costado de la realidad que se le escapaba a su control y que la historia va tejiendo en hechos y documentos no escritos almacenando una veta insospechada y profunda vinculada a lo esencial del ser humano. A veces la misma realidad nos agobia con mensajes que no sabemos descifrar, pues como leemos en esta novela: “Ese mensaje puede estar en un pedazo de vasija, en una mosca necia que insiste, en un sonido musical, en tantas cosas. Comprendimos, por lo menos yo lo comprendí, que el papel garabateado no es la única fuente para entender el mundo, que la escritura es una parte de millones de historias nunca llevadas al alfabeto y que por tanto los restos arqueológicos son documentos que pueden completarse con otros altamente intangibles, hasta el punto de que pudieran no ser calificados de ese modo. ¿Cómo calificarlos si completan, sin embargo, la materialidad y la inmaterialidad de la historia? ¿Cómo dar categoría de documento a una intuición, a un presentimiento que se hace corpóreo? El pasado no impreso, no llevado a las letras, puede flotar como una nube que descarga luego su chubasco sobre nuestro mundo cerrado y nos empapa de realidades nuevas” (p.44).

Pasa a seguidas a explicar el narrador que muchas historias intangibles vuelan a nuestro alrededor y debido al modo tomista y lógico de nuestro pensar sólo ponemos a atención a lo tangible. Consecuente con su actitud abierta, empática y totalizadora, el narrador anhela “tomar posesión del pasado” (p. 45) para entender en su esencia profunda el sentido de lo existente, advirtiendo que conviene preparar a los demás para que la intangibilidad de los fenómenos no los sorprenda. Desde luego, esta novela se escribió años después de la ocurrencia del acontecimiento que apeló la conciencia del narrador, que se lanza a contar la historia que aconteciera entre las brumas de leyendas, visiones y poesía cuya reconstrucción reclama la participación de la memoria vicaria, la ciencia antropológica, las tradiciones dominicanas y la invención mítica en un lenguaje vivo, elocuente y cautivante.

Una novela como La mosca soldado supone el desarrollo de la sensibilidad trascendente, como en efecto acontece en Marcio Veloz Maggiolo y, aunque es la primera vez que este prolífico autor incursiona en una narración adscrita al modo de ficción metafísico, ya nuestro distinguido académico había dado señales, en estudios y artículos publicados en la prensa nacional (3), de que había desarrollado su intuición de lo profundo y podía sintonizar la ladera oculta de la realidad, que en otro estudio he llamado REALIDAD TRASCENDENTE (4). El alter ego del autor la alude al señalar: “No somos quiénes para encarcelar la vida, para encerrarla, ponerle barrotes y decir ahí está la vida prisionera y nadie puede hacerla aparecer de otro modo. No, no creí mucho ni creo en esa manía de asegurarnos a nosotros mismos creyendo que lo que no vemos es irreal, que lo que no comprendemos es inexistente. Y todo esto, como supondrás, me llega como una conclusión definitiva con los años, porque las experiencias en El Soco fueron el inicio de una visión de mi concepto como ser humano, y de la tuya. […] Creo en lo tangible y en lo intangible. Mucho de lo que se ve ha dejado de verse durante largo tiempo, y por el contrario, mucho de lo que no hemos visto se verá y existe sin que los sentidos puedan captarlo” (pp. 66-7).

Se trata obviamente de la existencia de una realidad intangible o la presencia indiscutible de la realidad trascendente, ante la cual el narrador abre un intersticio a lo imaginario, sin desconocer la participación de ese sentido interior en la percepción de lo real. Decía William Wordsworth que la imaginación era el sentido mediante el cual el hombre formaliza la visión mística del Mundo y Marcio Veloz Maggiolo concibe ese poder de la sensibilidad en esta novela, la que no dudo en calificar de grandiosa, como el puente entre la ciencia y lo divino mismo, abriendo un espacio en el ámbito de lo viviente a lo misterioso y sagrado, que Mircea Eliade concibiera como Terrible y Fuerte (5). Para el novelista dominicano la imaginación es clave para entender “lo que no hemos estado buscando y aparece de pronto” (p.72).

La apelación de la realidad trascendente 

El narrador está consciente de que sentía “cosas del más allá” (p.184) y sabiendo que somos una porción de la Totalidad, conforme enseña la mística, por lo cual ocupamos un puesto singular en el concierto del Universo, el hombre viene a ser una célula de un gran organismo supraestelar y, en tal virtud, puede sintonizar los efluvios inmateriales que el autor supo canalizar entendiendo el sentido misterioso de la poderosa apelación que lo concitó. Es el fascinante fenómeno intangible que articula la esencia de esta novela interiorista, que dio lugar a la experiencia trascendente y que al mismo tiempo apeló la conciencia del creador y concitó en el autor la pasión de lo sagrado con el concurso de la imaginación poética, la formación antropológica y el sentido profundo de la realidad trascendente.

La experiencia de El Soco fue revivida por la fuerza de la imaginación, el aliento de la pasión y el recurso de la memoria, la ciencia y la poesía para la remoción de cenizas misteriosas. Cuando el autor se vale de lo que he llamado la memoria vicaria para la creación de esta obra -lo que me halaga al citarme por mi nombre en la página 20 de esta novela- anota que la memoria vicaria en tanto memoria ajena completa la nuestra recreando el pasado, como la de su padre narrándole viejos recuerdos de su barrio natal o el sonido de la ocarina en las manos de un niño o las voces de Feltrudis, Samuel o Nathaniel, que alentaron la reconstrucción del pasado para la previsión del porvenir.

La filosofía escolástica inspirada en Aristóteles fundaba la jerarquización de las bondades del ser en las cualidades ascendentes de la belleza, la verdad y el bien, valores que fundamentan la cosmovisión espiritual de Marcio Veloz Maggiolo. Como buen científico, el narrador buscaba la verdad y su intuición de poeta confluía en la sabiduría del creyente que percibía en la inocencia la fluencia de lo divino, razón por la cual consignaba entre sus convicciones íntimas: “Si yo buscaba la verdad de gentes perdidas entre cenizas y pasado, y si esa verdad podía enriquecerse con la imaginación de un niño, me interesaba notablemente la misma.  Amo la inocencia, y me parece ahora una especie de canal a través del cual pueden expresarse todas las divinidades. Dueño de un mundo intangible, para mí cierto aunque los demás lo negaran, Damián era un guía de lo extraño e inmaterial, de lo incontaminado” (p.115).

Señala el narrador que estando frente a aquel mundo floreciente con raíces en la leyenda, sentía que inventaba un ambiente y que se adaptaba al misterio. Entonces percibió que su vieja vocación de narrador corría pareja con la del arqueólogo y que podía compaginar la realidad física con la realidad imaginaria y, por supuesto, se dejaba arrastrar por un ‘realidad nueva’ (p. 115). Fue a partir de ese momento cuando advirtió que podía comprender la verdadera realidad de lo vivido en El Soco, que compartía con Eduardo y Nora, cómplices de su singular vivencia.

La experiencia de vida conlleva verdades profundas que la intuición atrapa y el narrador sabe que cada objeto contiene un sentido y cada espacio revela silencios descifrables. Sentir esa dimensión supone una sensibilidad trascendente y descubrir ese sentido es hacer metafísica. El escritor de esta novela siente apelaciones profundas, entre ellas la de escuchar la voz del pasado, captar el mensaje inherente a todo lo existente y apreciar que “un fragmento de vasija contiene el sudor de un hombre del siglo X, contiene el momento en el que una niña de ocho o diez años encendió el fuego para quemar la cerámica, contiene la arena del río que fue usada para reforzar la masa de barro y por lo tanto refleja esa caminata del poblado a la playa para traer la arena; un trozo de hueso pulido contiene el momento de la cacería; es un testigo mínimo del momento en el que el cazador golpeó con el hacha el animal, lo descuartizó y lo convirtió en alimento y en instrumental hecho de hueso; el polen de guáyiga contiene las caminatas alrededor del poblado, la recolección de las plantas, la hora en la que se levanta el recolector y la hora en que se acuesta, contiene la tradición de siglos; cada objeto tiene un mensaje dentro, un idioma que deberemos descubrir, recrear, para entender más profundamente el pasado” (p.190).

Cuando esa semiótica del pasado cuaja en la sensibilidad de un novelista auténtico, nace la novela metafísica que esta obra de Marcio Veloz encarna. Esa concurrencia de factores hace posible que el narrador perciba ‘sombras móviles’ que se repiten en expresiones materiales que nos marcan y el pasado lo persigue con su secreta apelación irrevocable que la memoria del amigo y el cariño de la esposa lo llevan a percibir como fuente de inspiración para su obra. El científico que se revela en esta novela no es el analista puro centrado en lo material y tangible que obvia las señales ocultas, a veces más impactantes y reveladoras que las visibles de la materialidad tangible. Convencido de que la ciencia puede dar vida y sentido a la imaginación trascendente y que la misma poesía sirve para horadar el misterio, su amigo interlocutor le reta a que acuda a la literatura para testimoniar esa dimensión de la realidad sensorialmente inabordable. De esa manera el narrador cuenta con la complicidad de Eduardo, el amigo entrañable a quien le va contando la historia que va haciendo la novela, advirtiéndole que el pasado vive en nosotros porque “nada se pierde, todo se acumula”, razón por la cual toma posesión del pasado para entender en su esencia el sentido de la vida y con ese fin asume la antropología asumiendo la vertiente de la realidad que la misma vida va tejiendo en hechos y documentos en los cuales deposita una rica veta de verdades profundas y conocimientos esenciales.

Consecuente con esa visión integral del Mundo, entiende el novelista que hemos de estar abierto a todas las manifestaciones de la realidad sensible y suprasensible y, mucho menos, negar que “lo que no vemos es irreal, que lo que no comprendemos es inexistente” (p.66). Y precisa: “Creo en lo tangible y en lo intangible. Mucho de lo que se ve, ha dejado de verse durante mucho tiempo y, por el contrario, mucho de lo que no hemos visto se verá y existe sin que los sentidos puedan captarlo” (p.67). De ahí que el narrador pondere, como efectivamente lo hace, que “toda expresión es una cara de los dioses” (p. 173).

Con esa atmósfera espiritual, emocional y estética, su inteligencia y su sensibilidad estaban dispuestas para percibir y entender el meollo profundo de la revelación que sacudió el hondón de su ser interior, circunstancia que hizo posible y plausible, la singular vivencia que motorizó la gestación de esta novela. Su convicción sobre la particular reiteración de tantos fenómenos extraños le lleva a precisar: “Creo, y parece ser así, que estas experiencias pudieran ser una prueba de que la vida repite los mismos tipos, los mismos cuerpos, iguales ritos y las mismas angustias en gentes que siendo diferentes podrían ser, en el fondo, las mismas. Paisajes, flores, música, sacralidades inconclusas y rumores se multiplican por encima de la lógica y de toda precisión humana. La historia desova como una mosca, y si encuentra materia prima para repetirse transformada en un nuevo ser, lo consigue” (p. 215).

Cuando el sujeto de la narración se preparaba para experimentar el momento mágico de su gran vivencia, la misma naturaleza parecía vivir esta complicidad del misterio. El narrador despliega entonces su talento descriptivo con hermosas sinestesias y cautivantes imágenes que dan cuenta de los datos sensoriales del ambiente: “Esta vez no había Luna. Sombras y ruidos de gaviotas que huyen golpeando el agua acompañaban el rumor distante de los tambores, lo que nos generaba cierta fruición. Y así era, con sólo cerrar los ojos y dejarse acariciar por el tam-tam podía uno imaginar el sonido triste de la ocarina acompañando el rumor agreste y alegre del furioso balsié, cuyo toque de yuca era conocido en toda la región, en donde la fiesta de palos -tambor y güira únicamente- se mezclaba con el sudor, el alcohol y el alegre vaho de las bailarinas de senos calientes, cubiertos de ‘sudor y de estrellas’, como una vez diría uno de mis poetas favoritos…” (p.151).

La fuerza numinosa de lo intangible 

Conociendo la existencia de la realidad profunda, interna y mística, vinculada entrañablemente al origen divino del hombre y el de la herencia universal que archiva el pensamiento de la humanidad en forma inmaterial y trascendente (6), Marcio Veloz acomete la más fascinante aventura literaria de su brillante carrera de escritor.

La narración de esta novela va anticipando, como ya dije, la realidad de la experiencia de lo inmaterial que vivió el narrador y acuciado por el interlocutor del relato para que acuda a la literatura en la formalización de esa vertiente de la realidad, lo convence de que narre la sorprendente historia que vivieron bajo el impacto de lo trascendente. El narrador se auxilia de la imaginación poética para validar sus conocimientos científicos en una narración de lo sobrenatural y misterioso. Y se vale de las opias, aquellos espíritus de los aborígenes de los que habló fray Ramón Pané y que, al no formar parte de la materia según la leyenda, se materializan para mostrarnos sus rostros y sus vivencias singulares desde el más allá que los taínos antillanos concebían como un lugar de misterios y ánimas insomnes en los guayabales del Este de esta isla antillana y tropical. El narrador, sin embargo, no suelta fácilmente sus prendas. Va dosificando el anuncio de la revelación que le fue dable y reitera que Eduardo le insiste en la narración de la singular vivencia que estremeció su sensibilidad y su conciencia bajo el aletazo del misterio. Fueron unas inocentes moscas atrapadas la clave del hallazgo de verdades sorprendentes. Las relaciones autobiográficas que aparecen en diversos paréntesis funcionan como recurso narrativo de expansión y distensión engarzada bajo la autoridad de un versado narrador que escribe, recrea y rememora una historia fascinante.

La ocurrencia de hechos aparentemente fortuitos presagia el contexto de una espiritualidad coincidente con el fenómeno sobrenatural sugiriendo que el pasado sigue vigente reproduciéndose y gestándose de nuevo en el presente, como si la onda del misterio procurase perturbar la percepción de lo real descargando en su interior una inquietud creciente bajo el aliento sonoro de una flauta, anticipando la vivencia de un misterio a través de la música, la sombra cómplice y el aura de magia con que lo inexplicable suplanta lo tangible en sensaciones extrañas que condicionan lo imprevisto. El narrador va preparando el escenario para su revelación: “El rugido del mar se hacía cada vez más fuerte. No había narrado a nadie mi experiencia de la madrugada. Se hubiesen reído. Sólo a ti te confié lo que había pasado. Ahora, reconstruyendo el recuerdo, me atrevo a escribir sobre un tema tan poco científico y tan poco creíble para quienes acostumbran a medir la vida al través del corazón de los ordenadores. Cumplo contigo, Eduardo. Eres como el residuo de la historia, no diría residuo, sino el testigo final” (p.97).

Para conseguir la máxima eficacia narrativa y la atención de los lectores, el narrador emplea técnicas de contrapunto narrativo con las que va anticipando y dosificando la noticia que centra el núcleo de la novela. De esa manera ambienta de misterio y asombro el entorno y “en la distancia una luz de cocuyos sobre los cañaverales” (p.87), y mediante el recurso de enumeración que activa el relato novelesco evoca la figura de la india que su imaginación recrea: “Suprimí esa noche todas las ideas, todos los pensamientos; me concentré en las numerosas imágenes que pudieron encarnar a Pandora. La vi como una viuda medieval, pequeña y grácil, tejiendo en paños flamencos mariposas doradas; a un lado estaba la rueca amarilla, con incrustaciones de oro; al fondo vi gobelinos con arcángeles y trigales. Me la imaginé luego en la selva amazónica, con el viejo taparrabo amarillento, sirviendo el jugo fermentado de yuca, el masato, el mabí que emborracha a todos y que es parte de la fiesta en los grupos tribales. El areíto o fiesta colectiva comenzaba, y en torno a ella el buhitío inhalaba los polvos que le llevarían hacia un universo ubicado más allá de la vida terrenal…” (p. 158).

Entonces subraya el rol de la memoria vicaria, de la que esta magistral novela es cabal testimonio y ejemplificación, completando con sus recuerdos y vivencias la visión de los hechos que recrean el pasado. Su capacidad de imaginación le permite revivir la escena de un pueblo que danzaba mientras llevaba en hombros a una mujer joven, advirtiendo que la realidad es tan inmensa que no cabe en la imaginación y, tras aceptar el reto de narrar la historia que lo deslumbró, fundada en una experiencia situada más allá de la ciencia, más allá de la poesía, más allá de lo posible, su sensibilidad fue arrebatada para vivir la dimensión de un fenómeno sobrenatural sensorialmente trascendente. El narrador, habiendo preparado al lector para participarle su experiencia memorable, preparación explicable a la luz de la formación intelectual del hombre occidental formado en una cultura racionalista, se decide a narrar su vivencia con la pasión de quien revela un misterio, mientras fragua su mejor novela.

El narrador entonces despliega la fuerza dramática de su verbalización al contar la naturaleza de su experiencia, pero para no privarle al lector la fascinación de descubrir por sí mismo el impacto espiritual de este episodio extraordinario sólo diré que se trata de una experiencia metafísica. Aquel silbo impregnado de música de atabales había concitado la gestación del misterio hecho presencia rediviva que imprimió en la vida del narrador otro sentido y otra actitud ante lo viviente de tal magnitud y relevancia que a partir de esta experiencia todo lo enfocaba desde la perspectiva mágica de un entorno que como el de El Soco “tenía relaciones profundas con una especie de ‘más allá’” (p. 100), mientras se dejaba arrastrar por la vaporosa condición de la leyenda.

La dimensión interna y mística de esta experiencia trascendente suele transmutar la visión del Mundo y la manera de asumir la comprensión de lo real. Nuestro narrador no escapa a esa determinación del espíritu en el interior de la conciencia. A partir de entonces todo se transforma y revaloriza, hasta el mismo instrumental científico de la investigación. Y el Mundo adquiere connotaciones que antes no se percibían. La misma Naturaleza parece confabularse para el hechizo de esta revelación mística del Mundo. El tránsito hacia el más allá de las opias que animan la concurrencia de sucesos inauditos contenía el gran secreto que alentó la enervante historia de esta narración. La visión que experimenta el narrador cambiará el panorama de un suceso y el hecho sorprendente del relato adquiría una ritualidad nunca pensada. Tras la vivencia del singular misterio el narrador recompone su visión del Mundo como consecuencia inevitable del éxtasis transformante. La historia intangible, que se alterna con la historia del quehacer científico, aporta la dimensión espiritual, trascendente y poética en un vínculo visceral con lo viviente. “Todo forma parte del Todo” (p. 199), dice el narrador, como lo dijera hace medio milenio Leonardo da Vinci o como lo creyeran los neoplatónicos antiguos hace mil años (7).

El narrador testigo que cuenta su experiencia impactante tiene la habilidad narrativa de ir alternando la técnica de anticipación y el recurso de la metanovela, dosificando la sustancia de su novelar para irse acercando poco a poco ante el limen del misterio. De ahí la oportuna ambientación del relato. Describe el ambiente donde suceden cosas singulares, extrañas y misteriosas, como la aparición de espíritus que se montan, la leyenda de las Marimantas o la lucha de creencias que gestan mitos y fabulaciones. Todo se armoniza para reconstruir, guiado por la maestría de un genuino narrador, la vida de un pasado misterioso, el pasado de una historia inusitada que desata la más hermosa novela de nuestro admirado creador.

En procura de ese propósito literario se suman la caracterización de personajes y ambientes, la descripción de paisajes y objetos, la evocación de leyendas y creencias y, desde luego, la sólida formación intelectual, científica y artística del más importante escritor dominicano vivo. Se trata de un narrador que busca la verdad de gentes perdidas entre cenizas y pasado y, si esa verdad podía encontrarse con la imaginación de un niño o la magia de la poesía, nada se descartaba. Se trata de conciliar la verdad histórica y la verdad poética, que tanto inquietó a Aristóteles, siendo la intuición estética y científica del narrador, que se aunaba al autor, la base para hacer posible esta gran novela nacional. La intuición mística de percibir que a través de la inocencia del niño “pueden expresarse todas las divinidades” (p.115) era una manera de dejar fluir la corriente de lo divino mismo para vivir a plenitud la experiencia de lo trascendente y sentirse dueño de un mundo intangible, luminoso y edificante entre lo inmaterial y lo incontaminado. Cuando el autor se convenció de que su vocación de narrador compaginaba con la del arqueólogo no dudó en articular una novela que penetraba la realidad trascendente sin obviar la realidad física y la realidad imaginaria en pos de la revelación del misterio. Por eso el narrador, que tiene la sabiduría para insuflar a su novela el aliento de la verdad poética y el dato de la verdad científica en la preparación para la revelación de su gran verdad vivencial y testimonial, dice perlas como esta: “El tallo no es el dueño de la flor, ni su dictador. La flor es todo. Toda flor está virtualmente ‘esperando’ su luz. Todo movimiento de la mente o del cuerpo tiene dentro un mensaje” (p. 191). Ese mensaje conmovió las fibras profundas de nuestro narrador.

Quiero finalmente ponderar la riqueza de datos relacionados con el mundo de la mitología insular que sostiene la investigación de campo de esta novela y revelan la sólida erudición de Marcio Veloz Maggiolo en facetas tan diversas como leyendas, mitos, tradiciones y creencias con un conocimiento profundo y riguroso de la cultura viva y la antropología dominicana y antillana, lo que refuerza la calidad de esta novela, confirma la categoría intelectual del autor y testimonia la seriedad profesional que avala esta obra maestra de la novelística dominicana.

La dinámica narración de esta novela viene potenciada por la fuerza de su lenguaje, la voz personal y auténtica del escritor y su estilo audaz, vivo y fluyente consustanciado al aliento dramático y el acento entrañable de su formalización. La mosca soldado, de Marcio Veloz Maggiolo, inscrita en el modo de ficción trascendente en las letras dominicanas, apuntala la prestancia literaria del ilustre escritor y académico.

 

Bruno Rosario Candelier

Academia Dominicana de la Lengua

Santo Domingo, Ciudad Colonial, 20 de abril de 2005.

 

Notas:

  1. Marcio Veloz Maggiolo, La mosca soldado, Madrid, Siruela, 2004.
  2. Cfr. Marcio Veloz Maggiolo, “Lo sobrenatural en algunos escritores dominicanos”, en El Siglo, Santo Domingo, 15 mayo de 1999, p. 3F.
  3. Cfr. Marcio Veloz Maggiolo, “Las maneras ocultas de ‘ganar’ la eternidad”, en Listín Diario, Santo Dgo., 28 de marzo de 1993, p. 4.
  4. Bruno Rosario Candelier, Poética Interior, Santiago, República Dominicana, PUCMM, 1991, p.22.
  5. M. Eliade, Lo sagrado y lo profano, Madrid, Guadarrama, 1973, p. 25.
  6. Cfr. Marcio Veloz Maggiolo, “Ciencia, religión y filosofía de lo ‘inmaterial’”, en Listín Diario, Santo Domingo, 10 de enero de 1993, p. 4.
  7. J. Alsina Clota, El Neoplatonismo, Barcelona, Antropos, 1989, p. 9.

 

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