Nuestro vino es agrio, pero es nuestro vino

Nuestro vino es agrio, pero es nuestro vino

Por Tobías Rodríguez Molina

 

Deberíamos leer, meditar, rumiar, con cierta frecuencia, este dicho de José Martí tan lleno de riqueza y enseñanzas. Es bueno que aparezca ante nuestros ojos y ante nuestra conciencia de manera constante. Debería colgar, con letras bien legibles, junto a nuestra mesa de trabajo o de estudio. O escribirlo algunas veces en algunas páginas de nuestra libreta de apuntes o en nuestro celular. Aunque lo mejor sería esculpirlo en nuestro ser más íntimo hasta que se haga vida en nosotros.

Seguro que todos hemos oído a infinidad de personas injuriar, maldecir a su país, nuestro país, renegar de él y cobijarse bajo otras banderas.  Esos hacen exageradas y mal traídas  comparaciones con otros pueblos y con su pueblo, al  cual rechazan y al otro lo adoran.  Todo lo de su país es malo, pésimo, y lo del que adoptan es bueno, maravilloso, estupendo, excelente. En el examen que le hacen al suyo le ponen una nota bien baja. Al otro un inmenso CIEN.

No soportan ni el calor de su pueblo, ni el frío.  No  visten, ni calzan con esas porquerías elaboradas o mal hechas por los “mediocres” de aquí. No fuman cigarrillos hechos en su “despreciable” y atrasado país, ni van a un cine de su pueblo natal, pues le parecen atrasados. !“No “ombe”¡ Lo de aquí es basura. Lo de ellos son exquisiteces”, afirman desafiantes.

¿Se ha visto alguna vez que el pichón de pato se aleje del lado  de  su madre, porque le parece  fea, para mudarse a la casa de la bella pava real? Quizás su madre sea fea, pero es su madre.

Tampoco deja el niño a su mamá, ajada por el hambre y viviendo en una casucha de yaguas y cubierta de harapos, para irse a vivir a casa de  una elegante, rica  y bien vestida dama, en una ostentosa mansión, donde hay de todo y bueno.

Es que lo nuestro, aunque sea inferior a lo de otro, toca más fuertemente las fibras de nuestro ser, de nuestra naturaleza.

¡Qué poco vale el que desprecia su vino agrio para saborear, muchas veces mendigándolo, el vino dulce ajeno¡ Habría que afirmar,  contundentemente, que el que hace semejante cosa es un traidor, un imbécil, un flojo, un despreciable, un  cobarde. Para todos sabe, o debe saber mejor, lo nuestro supuestamente malo que lo  ajeno tenido como bueno. La ropa de tela mala, por lo barata, de un campesino le cubre mejor y le es más útil que el riquísimo traje, hecho al último grito de la moda, del artista de cine o del civilizado diplomático.

Nuestro país tiene deficiencias en el orden político, educativo, cultural, social, económico. Seremos subdesarrollados. Otras muchas naciones están por encima de  nosotros en casi todos los órdenes; pero no por eso el nuestro  deja de valer para nosotros. Es nuestro y como nuestro vale.

Juan Pablo Duarte sabía que su terruño dominicano marchaba pésimamente. La situación que se veía y vivía andaba mal. Estaba realmente agria. Y conocía otros países que marchaban enormemente mejor que nosotros.  Pero no renegó de la  tierra que lo vio nacer,   que le dio vida. Al contrario, si más se hundía nuestro país  y más flotaban los otros, más se sacrificaba y se  desvelaba por él.  Más lo amaba, pues era  el suyo.

Eso vale. Eso es ser grande. Esa es la correcta actitud de un ser humano recio y con conciencia limpia, pura. Así se comportan los valientes a diferencia de  los cobardes y mediocres.

¿Que ahora también tenemos deficiencias y nos ahogan las dificultades?  ¿Que todo anda al revés? Pues ¡a la carga¡ Esas deficiencias son nuestras. Pesan sobre nuestros hombros y no podemos tirarlas al suelo ni dejárselas a otros, sino que a todos   nos toca arrimar el hombro para, por lo menos,  enderezarlas o por lo  menos paliarlas.

Tenemos que luchar para que nuestro vino sea más dulce. Pero si sigue siendo agrio a pesar de los enormes esfuerzos por endulzarlo, ese es nuestro vino  y así lo beberemos hasta que, con tesonero afán y sin tregua, por la vía correcta, legal y democrática, le quitemos el mando a los que se han dedicado a buscar su beneficio personal por  vías torcidas y protegidos por el manto de la impunidad,  haciendo nuestro vino cada vez más agrio.

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