La crítica retórica de Joaquín Balaguer

Por Bruno Rosario Candelier

 

  1. El llamado de las letras

Poeta, historiador, biógrafo, ensayista y crítico literario, Joaquín Balaguer es uno de los más fecundos escritores de la República Dominicana y uno de los más consagrados intelectuales del país. Autor de medio centenar de obras socio-históricas, políticas y literarias, líder político y Presidente de la República en varias ocasiones, antiguo profesor con un ejercicio magisterial en sus diferentes niveles escolares, es el doctor Balaguer, egresado de la Universidad de Santo Domingo y de la Soborna de París, un estudioso e intérprete de la realidad socio-política y cultural dominicana, como lo evidencian los libros publicados por este eminente representante de la intelectualidad nacional.

Con una larga ejecutoria ensayística y literaria, teórico y analista de nuestros grandes prosadores y poetas, historiador de las letras nacionales y creador de poesía y ficción, Joaquín Balaguer inaugura para la crítica literaria dominicana la llamada tendencia retórica cuyas bases se nutren de la retórica clásica, a la que llega nuestro estudioso tras una larga y paciente investigación de las normas tradicionales del buen decir.

Este brillante crítico, historiado y filólogo nace en Villa Bisonó, antigua Navarrete, el 1° de septiembre de 1907, y vivió hasta el 14 de julio de 2002, cuando falleció en Santo Domingo. Desde muy joven sintió el llamado de las letras, acudiendo en primer lugar a la apelación de las musas que deja sentir en sus primeros versos publicados en 1922 con los títulos de Salmos paganos, Claro de luna y Tebaida lírica, consagrándose posteriormente a la lectura de los clásicos grecolatinos y españoles, y al estudio formal de la retórica clásica, cuyas huellas destila en sus páginas desbordadas por el aliento romántico-modernista de la creación.

Con apenas 20 años, participa en 1927 en el concurso literario de los Juegos Florales de La Vega, donde ganó su primer galardón intelectual con un estudio sobre la obra literaria de Federico García Godoy, cuyo magisterio continuaría hasta culminar con obras históricas, ensayísticas, poética y narrativas que le acreditarían el Premio Nacional de Literatura por su valioso aporte a las letras dominicanas.

Joaquín Balaguer ha ejercido un liderazgo literario desde diversas tribunas: primero en la docencia, con la que combinó su vocación de creador y analista literario; segundo, a través del periodismo, habiendo dirigido el diario La Información, de Santiago, y publicado numerosos artículos y ensayos de diversa índole; y tercero, mediante la publicación de sus libros de crítica y teoría, obras que revelarían sus sobresalientes dotes intelectuales aplicadas al estudio y la interpretación de nuestros valores humanísticos.

La oratoria que distinguió el verbo iluminado de Joaquín Balaguer, que cultivo en sus actividades políticas, se deja sentir en sus ensayos y críticas y en cada uno de sus escritos socio-históricos. Producto del entusiasmo con que exalta las virtudes intelectuales, estéticas o morales de los escritores que merecieron su atención, Balaguer puede dar la impresión de que escribe arrastrado por la emoción, desbocado como un corcel sin bridas; sin embargo, sus parlamentos reflejan un extraordinario dominio de los matices expresivos de la lengua y un criterio depurado del uso apropiado de vocablos y giros idiomáticos que destacan la belleza estilística de sus páginas memorables. Y es que Balaguer buscaba siempre engalanar la expresión para lograr la belleza literaria expresada en palabras y sintagmas, en oraciones y párrafos rigurosamente apegados a los dictados de la doctrina clásica y a los cánones estéticos avalados por un linaje literario de alto abolengo y reputada aceptación. Para ello contaba nuestro autor con una sensibilidad crítica aguda, penetrante, imaginativa, y es generoso en la exaltación de las figuras nacionales y en la ponderación de sus cualidades literarias.

Con una prosa cincelada con el timbre de la más alta elocuencia para despertar las más calladas de las emociones, Balaguer orquestaba sus palabras como si se tratara de notas musicales en procura de la eufonía verbal mediante la imagen sonora y elocuente, el lenguaje depurado y culto, y el estilo fluido y elevado. La huella de Marco Tulio Cicerón, Dante Alighieri y Francisco de Quevedo, con el trasfondo de la cultura clásica de Occidente, se armonizan en Balaguer bajo la iluminación de Gustavo Adolfo Bécquer y Rubén Darío con el influjo del aliento intimista y emotivo, a sus vivencias y pasiones, con su entusiasmo enaltecedor, desde los senderos más insospechados y complicados hasta los más acendrados y sublimes de la vertiente estética, afectiva y espiritual que con tanto acierto llamaran los antiguos griegos la ‘dolencia divina’, frase que a menudo citaba el propio Balaguer en sus escritos críticos.

Partidario fervoroso de la métrica clásica –la que ha concitado la reflexión de Balaguer con importantes intuiciones estéticas propuestas por el teórico dominicano a las letras hispanas- nuestro crítico pondera el uso pertinente de los acentos expresivos, el empleo adecuado del ritmo melodioso, el manejo apropiado de la medida silábica en la cadena expresiva con su carga de pausas, entonaciones y dejos. Con gran despliegue investigativo, Balaguer supo enmendar la plana retórica a afamados teóricos de la versificación castellana, y sus recomendaciones respecto a la métrica tradicional han sido tomadas en cuenta por los principales tratadistas del género en ese aspecto normativo de la retórica clásica.

 

  1. El fundamento retórico de una teoría

Desde sus inicios en el estudio y el cultivo del verso, Joaquín Balaguer sentiría especial inclinación por las letras clásicas, y para entenderlas y valorarlas cabalmente, comprendió que debía dominar la naturaleza de su plataforma métrica y los caracteres del arte de la versificación. Para ello estudió los vericuetos más oscuros de la versificación castellana e indagó tratados y teorías en los que se advierte la presencia de la erudición española y extranjera. Para lograr una visión completa, coherente y definitiva sobre los diferentes enigmas de nuestra versificación, se dispuso Balaguer a escribir sus planteamientos teoréticos, y después de varios años de investigación y estudio, publicó Apuntes para una historia prosódica de la métrica castellana, editado por el Instituto “Miguel de Cervantes” de la Revista de Filología Hispánica de Madrid, en 1954.

Justamente en la biblioteca de ese Instituto filológico conocí la obra de Joaquín Balaguer mientras me hallaba en Madrid para realizar estudios sobre filología, disciplina en la que me doctoré en la Universidad Complutense de Madrid, y investigaba textos y teorías en la prestigiosa biblioteca del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, al que está adscrito el Instituto “Miguel de Cervantes” y que me facilitó la documentación para sostener la teoría de la multivocidad que desarrollé en Lo popular y lo culto en la poesía dominicana, sustentada como tesis doctoral en la Universidad Complutense de Madrid, en 1973, y publicada en Barcelona, con los auspicios de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, en 1977. Por ese mismo centro de investigación había pasado el más ilustre de los humanistas dominicanos, Pedro Henríquez Ureña, y como lo hiciera el autor de estas líneas en la década de los ’70, y Joaquín Balaguer en la década de los ’50, lo hizo Henríquez Ureña en la década de los ’20 del siglo XX cuando estudió bajo la dirección de los filólogos españoles, con Ramón Menéndez Pidal a la cabeza, y publicó, en la misma capital ibérica, y en 1920, otra teoría métrica con el título de La versificación irregular en la poesía castellana (Madrid, Revista de Filología Española, 1920). De manera que tres filólogos dominicanos, Pedro Henríquez Ureña, Joaquín Balaguer y Bruno Rosario Candelier, estudiamos en Madrid, escribimos sobre el arte de la creación poética y publicamos en España nuestras respectivas obras.

En Apuntes para una historia prosódica de la métrica castellana (México, Fuentes Impresores, 1974), en la que Balaguer realiza un importante estudio sobre varios aspectos de la métrica castellana, hace un recuento de las aportaciones de los principales tratadistas sobre la materia. Arranca del aporte de Antonio de Nebrija al fijar las leyes del verso de arte mayor, al cual los preceptistas asimilan las formas rítmicas compuestas de dos hemistiquios –partes en que se dividen un verso largo- fácilmente separable e independiente entre sí. Subraya la injusta acusación hecha a Antonio de Nebrija de que intentó introducir en la versificación castellana los pies cuantitativos del latín y la poca claridad con que Juan del Encina reprodujo las ideas del Nebrija, según nuestro avezado teórico, afirmó que en nuestra lengua existieran sílabas largas y sílabas breves como aconteciera en la lengua de Virgilio y Horacio.

Anota Balaguer, en consecuencia, el carácter indígena del arte mayor, es decir, su raigambre netamente hispánica, a pesar de que en él se imiten determinadas formas de la métrica clásica, habida cuenta de la filiación románica de nuestra lengua: “El arte mayor es un metro indígena, hijo del genio poético de España, y aunque en él se imiten, como en el pie de romance, determinadas formas de la métrica clásica, sus diversas combinaciones reflejan, con impresionante fidelidad, las tendencias características de los primeros tiempos de la poesía castellana. De ahí que en este metro, a pesar de su artificiosidad, se descubran muchas de las particularidades que dominan, durante su época de formación, la poesía de nuestra lengua. La primera de esas tendencias generales de la poesía española, correspondiente al período preclásico, que halla eco en el metro de Juan de Mena, es la de la influencia ejercida por la música sobre el lenguaje versificado” (Joaquín Balaguer, Apuntes…, p. 85).

Para hacer una afirmación de esa naturaleza, Balaguer se documenta en la autoridad del Marqués de Santillana, el primero en señalar el carácter indígena del arte mayor, según asegura en “Proemio e carta” al Condestable don Pedro (Ibídem, p. 85), y señala la ligereza de interpretar las ideas de Nebrija sobre el verso de arte mayor expuesta en su Gramática castellana (1492). Mientras los teóricos asimilan el arte mayor a las formas rítmicas compuestas de dos hemistiquios fácilmente separables entre los dos miembros del verso, algunos estudiosos, como Andrés Bello, sobre el arte mayor forman un solo verso pero sometido a cesura con sinalefa libre, de manera que un hemistiquio en aguda o en esdrújula se compensa en el siguiente: “La doctrina de Bello sobre el arte mayor se encuentra enérgicamente desmentida, en su parte fundamental, y de las composiciones críticas en el mismo metro que figuran en el Cancionero de Baena. Lo que se depende del examen del poema del vate cordobés es el hecho de que el arte mayor, contrariamente a lo que afirma Bello, es un verso compuesto de dos hemistiquios independientes, y no un verso cuyas cláusulas se hallan separadas por una simple cesura (Apuntes, p. 50).

La tesis de Balaguer ha sido tomada en cuenta. Por ejemplo, el filósofo alemán Rudolf Baehr la cita y la comenta ampliamente, lo que refleja el alcance del aporte de nuestro distinguido compatriota: “Joaquín Balaguer –dice el tratadista germánico- ha emprendido un nuevo intento de ordenar sistemáticamente la patente arbitrariedad de Juan de Mena en el uso de la cesura intensa y de la norma” (Rudolf Baehr, Manual de verificación española, Madrid, Gredos, 1970, p. 188). Precisa el ilustre autor que su punto de partida es la división del arte mayor, señalada expresamente en las poéticas antiguas, que atribuyen a los hemistiquios un carácter casi independiente. Según Balaguer, hay una tendencia al equilibrio en el verso de arte mayor. El octosílabo y su pie quebrado en un verso como Los infantes de Aragón / qué se fizieron?, de Jorge Manrique, se corresponde con la sinalefa y otras licencias que se permitían los versificadores tradicionales en pro de la compensación silábica. Balaguer ilustra, con varios ejemplos, el hecho de que los hemistiquios pueden tener una extensión diferente y aportar, como reconoce Baehr, nuevas perspectivas para enfocar el problema de la relación entre las cesuras normal e intensa (Baehr, Ob. Cit., p. 189).

Las composiciones de versos en arte mayor, exaltadas en el siglo XV por el metro de Juan de Mena en El Laberinto de Fortuna, renacen con otras variantes de cadencias o cesuras en el siglo XVII: “El primer cambio introducido en el metro de Juan de Mena, durante esta segunda época, consistió en variar la acentuación de los dos hemistiquios; el acento rítmico, en vez de cargar invariablemente sobre la segunda, sobre la quinta y sobre la octava sílaba, como lo requería la preceptiva del siglo XV y como lo enseñó el autor del Laberinto, se mueve en lo sucesivo con cierta libertad dentro del verso. El famoso fabulista don Tomás de Iriarte (1750-1791), quien ante todo se empreñó en infundir variedad a sus composiciones, figura entre los primeros iniciadores de esta práctica: en la fábula que lleva por epígrafe “El retrato de golilla”, el acento rítmico carga unas veces sobre la primera sílaba del hemistiquio:

 

Y así que del rostro toda la semblanza

Hubo trasladado, golillas le ha puesto…

Otras veces sobre la segunda: De frase extranjera el más pegadizo…

Y otras sobre la tercera: No sin hartos celos un pintor de hogaño…” (Apuntes, p. 116).

 

El “ancho vacío” que vino a llenar la obra filológica de Joaquín Balaguer, según el testimonio del investigador español E. Diez-Echarri en su Historia general de la literatura española e hispanoamericana (Madrid, Aguilar, 1966, p. 1529) obedece a que, en sus indagaciones sobre estos aspectos prosódicos, Balaguer curcuteó todos los vericuetos del verso español en un examen riguroso, retrospectivo y cronológico de la versificación de los más notables autores castellanos, al estudiar el metro de Juan de Mena y otros importantes aspectos de la versificación castellana: Todos los tratadistas posteriores a Nebrija, como es sabido, parten siempre del supuesto de que el paradigma del verso de Juan de Mena es el dodecasílabo. No hay necesidad de citar nombres particulares, porque todos, desde Rengijo y Luis Alfonso de Carvallo hasta Milá y Morel Faito, coinciden en lo que respecta a este punto. Nadie da explicaciones, desde luego; pero la seguridad con que todos afirman la existencia del fenómeno ha convertido en un aserto casi inexpugnable la hipótesis inventada por los primeros que escribieron mucho tiempo después de haber desaparecido el arte mayor de la lira española, sobre el famoso verso…” (Apuntes, p. 125).

Con el correr de los años (siglos XVIII y XIX) se mantiene la acentuación del dodecasílabo (segunda, quinta y octava sílabas) pero, como advierte Joaquín Balaguer, “la pausa tiende a convertirse en cesura, y la sinalefa puede tener lugar entre los dos hemistiquios” (Apuntes, p. 123).

Para la visualización de los acentos se suelen emplear estos símbolos (ó o), es decir, la letra o, acentuado o sin acento, para indicar, respectivamente, la sílaba tónica y la sílaba átona. (Desde antiguo los pies del verso, basados en la terminología de la métrica clásica, reciben los nombres de yambo (o ó), troqueo (ó o), dáctilo (ó o o), anfíbraco (o ó o). El signo del acento agudo ó denota la sílaba portadora de una vocal tónica (o ictus) propia de un tipo determinado de verso (Ver Baehr, Ob. cit., p 27). Muchos versificadores modernos desconocen estos fundamentos de la versificación tradicional y ese desconocimiento explica, a menudo, no sólo el desprecio por la antigua retórica sino la falta de destreza para componer al modo antiguo, y hasta la rudeza o aspereza en la no fluyente sonoridad de los versos modernos. La limpieza expresiva que se aprecia en poetas como Franklin Mieses Burgos o Mariano Lebrón Saviñón en parte se debe al conocimiento que esos poetas tenían de las leyes de la versificación tradicional o clásica.

Pues bien, los tratadistas posteriores a Nebrija parten del supuesto de que el paradigma del verso de Juan de Mena es el dodecasílabo, pero Balaguer señala varios ejemplos que relevan otras medidas silábicas. En su exhaustiva investigación, Balaguer descarta las propuestas hechas por Hermosilla, Sinibaldo de Más o José Eusebio Caro o la cláusula de duración apuntada por Andrés Bello en su Arte métrica. El pie que constituye el elemento esencial del verso de Juan de Mena, que ilustró con singular maestría el uso de arte mayor, como el de todos los metros castellanos, es el mismo que definió Nebrija con clarividencia asombrosa. Y cita sus palabras: “Más de los números e medida de la prosa diremos en otro lugar: ahora digamos de los pies de los versos: no como los toman nuestros poetas que llaman pies a los que habían de llamar versos; más por aquello que los mide; los cuales son unos asientos o caídas que hace el verso en ciertos lugares”. A lo que acota Balaguer: “Dos consecuencias, ambas capitales, resultan de las definiciones dadas por el humanista español de la versificación castellana: a) el pie de la versificación romance no es el mismo de la poesía latina, puesto que no se funda en la distribución de las sílabas en largas y breves, ni equivale tampoco a la cláusula rítmica de Bello, puesto que el dramático nebricense no habla de “partecillas de una duración fija”, sino que por el contrario, admite categóricamente que la anacrusis de una sílaba al comienzo del verso no rompe el compás o la estructura rítmica de éste; y b) el pie, y no la igualdad silábica, constituye el elemento esencial del verso castellano” (Apuntes, p. 163).

En su valoración prosódica Balaguer toma en cuenta la teoría de Nebrija, así como las de Gonzalo Correas, Bello, Hanssen, Fatio, Foulché Delbosc y otros renombrados tratadistas de la materia sin olvidar a Navarro Tomás y a Pedro Henríquez Ureña, e ilustra sus apreciaciones sobre el verso con textos de variados autores, desde Juan de Mena, Calderón de la Barca, Lope de Vega y Miguel de Cervantes, hasta Rubén Darío y algunos versificadores decimonónicos de nuestro país.

El libro de Balaguer revela erudición, precisión analítica, ilustración pertinente y claridad expositiva, cualidades que adornan al autor de Apuntes para una historia prosódica de la métrica castellana. El esfuerzo investigativo que consagró Joaquín Balaguer al escribir su más importante contribución al esclarecimiento del verso español –contribución reconocida por los especialistas del mundo hispánico- reportó al autor de Apuntes la satisfacción del éxito en tan compleja empresa intelectual y artística.

Hay que destacar, además, la coherencia del Balaguer teórico y del Balaguer crítico, pues en todos sus escritos hace la aplicación pertinente. Como crítico literario, Balaguer encabeza una tendencia crítica, la que he llamado crítica retórica, y en sus trabajos críticos es consecuente con sus postulados teóricos al analizar e interpretar la labor creadora de nuestros poetas del pasado.

En efecto, al estudiar la obra de Salomé Ureña señala que a esa poetisa egregia debemos los versos mejor construidos de la poesía dominicana, por lo que la sitúa entre los grandes versificadores de lengua española: “La obra poética de Salomé Ureña se distingue, en cuanto a la forma y al mecanismo de la versificación, por su pulcritud y su limpieza. Sus versos se hallan por lo general admirablemente construidos. Todas sus poesías, aún las que compuso en los comienzos de su carrera literaria, se encuentran libres de extravagancias retóricas, de falsas rimas y de amplificaciones ociosas, de prosaísmos chocantes y de violencias de estilo, de vicios de construcción y de locuciones ásperas y poco naturales” (Joaquín Balaguer, Historia de la literatura dominicana, Santo Domingo, Librería Dominicana, 1965, 3ª ed., p. 127).

Obviamente, el tratado de métrica castellana de Joaquín Balaguer, aunque es aplicable a la literatura tradicional, como veremos en la tercera parte de este estudio, no lo es a la literatura de la modernidad, pues la poesía moderna, por ejemplo, se liberó de la rima y de toda normativa concebida para la creación de versos tradicionales destinada a encasillar la expresión poética, pero como toda la literatura de la clasicidad se mantendrá inalterable para siempre, razón por la cual el estudioso de los textos poéticos antiguos hallará en estos Apuntes… unas observaciones útiles, instructivas y orientadoras sobre la organización de los versos al modo tradicional y sobre las medidas silábicas con sus peculiares acentos y la forma como el significante pautaba su ritmo y su sentido, su musicalidad y su expresión.

Aún más, se sabe que un estudio de esta naturaleza, como lo han revelado valiosos poetas modernos con cabal dominio de la métrica clásica, como lo hiciera Franklin Mieses Burgos al sostener que el poeta actual debe conocer la preceptiva clásica porque ese conocimiento conlleva una soltura mayor para el ejercicio del verso en el empleo de los acentos y en la colocación de las palabras, aun cuando no se versifique según la pauta tradicional pues el empleo del versolibrismo y la polimetría en la versificación moderna no descarta ciertos efectos sonoros y eurítmicos, y en tal virtud ayudan a la distribución de pautas y acentos y medidas, como todo el bagaje cultural anejo a la inveterada versificación tradicional.

En la historia de la formalización métrica, la obra de Balaguer contiene quizás las últimas y definitivas precisiones y observaciones pertinentes sobre este aspecto preceptivo de la versificación castellana, y conviene subrayar el aporte de este escritor y académico dominicano al conocimiento de los aspectos métricos de la poesía de la clasicidad.

 

  1. Ilustración de un ejercicio crítico

Los susodichos fundamentos teóricos, que Balaguer estudiara con rigor formal y consagrada disciplina en sus Apuntes, le han servido para el ejercicio de su práctica crítica. En ese sentido podemos reiterar que hay una coherencia entre el Balaguer teórico y el Balaguer crítico, pues en todos sus escritos críticos hace la aplicación pertinente de su concepción estética. En sus estudios críticos es consecuente con sus postulados teóricos, y la erudición clásica que poseía, la aplicaba a la labor creadora de los poetas que merecieron su atención crítica.

Al comentar la poesía de Gastón Fernando Deligne lo presenta como un versificador altamente culto, conocedor a fondo de la técnica del endecasílabo clásico, al tiempo que enriquece la formalización poética mediante el empleo de expresiones antiguas ajustadas al más exigente código de arte: “Fue Gastón F. Deligne, por su versificación sabia y por su tendencia a emplear toda clase de primores de estilo, artista de la familia cordobesa de Juan de Mena y de Góngora: el autor de Galaripsos no sólo ensanchó el dominio de la poesía con poemas de poderosa originalidad, sino que supo también enriquecer el verso con nuevos recursos expresivos” (Historia de la literatura dominicana, p. 230).

La aplicación que hace Balaguer a la crítica literaria no sólo refleja erudición clásica, sino una serie de rasgos exegéticos apreciables en su praxis crítica, y que son los siguientes:

 

1) Aplicación de los principios de la tradición clásica. Algunos de esos principios fundamentales de la tradición clásica hallan en Balaguer, como en los grandes estudiosos de las letras, cabal atención, como la preocupación por la suerte o el destino, como el conocimiento del alma humana, como el interés por las tendencias humanísticas. El cultivo del espíritu es una opción preferencial en los herederos de la tradición clásica, y ese aspecto lo subraya Balaguer en muchos de los hombres y mujeres ilustrados a quienes consagra sus horas de estudio y reflexión, como lo hace al ponderar los méritos de Virginia Elena Ortega, y para exaltar sus cualidades, destaca los aspectos que nadie podría disputarle, por lo cual suele usar términos enfáticos excluyentes (como nunca, nadie, jamás, mejor): “Virginia Elena Ortega ha sido la escritora dominicana mejor dotada para actividad literaria. Salomé Ureña, la reina de nuestro parnaso, tiene rivales que le disputan la corona del verso. Pero Virginia Elena Ortega, cuya estrella se apagó en la hora de su esplendor meridiano, no tiene, en cambio, quien le discuta un lauro más modesto, pero no menos codiciable: el de la prosa narrativa. Jamás se ha visto, en la literatura nacional, inteligencia de mujer a quien con más dulzura le sonrieran las Gracias; ni imaginación risueña, ni pluma más abundante dotada del don de narrar, en páginas encantadoras, las pequeñeces del vivir cotidiano” (Joaquín Balaguer, Semblanzas literarias, Santo Domingo, Editorial de la Cruz Aybar, 1985, p. 129).

 

2) Erudición clásica aplicada a sus estudios críticos. Se trata de un conocimiento y una instrucción sobre la cultura de los clásicos del pasado y que nuestro autor vincula, de un modo enriquecedor, al análisis de los textos elegidos. Esa erudición de la cultura clásica tiene la particularidad, en los trabajos de Balaguer, de ser aplicada a la realidad literaria dominicana, en la casi totalidad de sus interpretaciones y ensayos.  En efecto, consagrado a la interpretación de las letras nacionales, Balaguer dedica la mayor parte de sus estudios y análisis a los autores dominicanos, de manera que su apreciable talento analítico y su indudable capacidad interpretativa, los ha vertido a favor del desarrollo de nuestra literatura y en beneficio de su difusión y proyección. Esa erudición clásica se aprecia en todos sus ensayos críticos, como en este pasaje que presentamos como ilustración: “El cuento mitológico “Los diamantes”, ágilmente escrito, oculta un profundo sentido moral bajo la apariencia de una fantasía risueña. Proserpina, símbolo en el maravilloso relato de la mujer enloquecida por el pérfido brillo de la piedra alucinante, adquiere, al ser evocada por la pluma de Virginia Elena Ortea, aspecto de criatura al propio tiempo, espléndida y siniestra, digna de un bacanal del Ticiano. La figura de Plutón, fuertemente tallada en una especie de medallón llameante, cobra aquí toda su feroz grandeza para moverse en medio de su palacio diabólico, labrado por la noche” (J. Balaguer, Semblanza literarias, p. 132).

 

3) Retórica clásica orillada en sus exégesis textuales. La retórica, en la acepción de reglas o principios exigidos por cada movimiento literario, tuvo su germinación, como es natural, en el Clasicismo antiguo, y cada movimiento genera su propia retórica, de manera que podemos hablar de la retórica clásica, la retórica romántica, la retórica modernista, etc. Para la retórica clásica, o neoclásica, el dominio de la gramática y las reglas de la escritura y la composición, son normas ineludibles. Al destacar el aliento femenino de Virginia Elena Ortea (resulta chocante la clasificación de “acento varonil” que Balaguer atribuye a Salomé Ureña) nuestro crítico echa de menos la ausencia de retórica en una escritora que lo fue “más por vocación que por estudio” (Ibidem, p. 137). Al enjuiciar a Salomé Ureña, dice: “No hay caídas visibles ni defectos mercados en su verificación de pulcritud inmaculada. Fue tan grande su dominio del arte de la composición, tan sagaz y constante su instinto de la armonía, tan notable y tan activo su sentimiento de la belleza plástica del verso, que llegó hasta desechar aquellas sinéresis, sin dudas correctas pero ásperas y a veces también algo forzadas, que en los poetas dominicanos y aún en los de toda América subsistieron durante largo tiempo cuando ya habían sido proscritas de la pronunciación castellana” (Joaquín Balaguer, Letras dominicanas, Santo Domingo, Editorial de la Cruz Aybar, 2a. ed., p. 291).

 

4) Coherencia conceptual entre ideología estética y praxis crítica

La coherencia que se aprecia en el Balaguer teórico y el Balaguer crítico se puede reconocer también entre la vida y la obra de Balaguer, que actúa como piensa, de manera que no hay contraste entre su pensamiento y su acción, entre su decir y su hacer, y esa es una virtud que hay que destacar en nuestro crítico. Cuando ejercita su capacidad crítica pone de manifiesto esa concordancia entre su criterio y su discurso, entre su formación academicista y su aplicación escritural, entre su concepción teórica y su cumplimentación literaria.

Balaguer pondera el pasaje de Guanuma, la novela de Federico García Godoy, en la que el destacado novelista vegano penetra en el ánimo abatido de Santana al comprobar el paso de la Anexión de la República a España. Externa nuestro crítico palabras de compasión hacia el caudillo seibano: “Pero tal vez lo más admirable y lo más novelesco que hay en “Guanuma”, por ser lo que más fielmente refleja las repercusiones del drama de la Anexión en la conciencia del hombre que llevó adelante esa empresa, son las páginas donde se describe a grandes rasgos la crisis en que el fracaso de su obra precipita al general Pedro Santana. Ese proceso de descomposición moral se halla sin duda vigorosamente sentido y bien analizado. García Godoy, tan severo a veces con el Marquez de las Carreras, baja al fondo del alma de aquel gran caudillo y descubre los pliegues más íntimos de su pensamiento para fotografiarlos con rigor implacable, pero con rigor que no excluye cierto sentimiento de simpatía verdaderamente humano. En ese espectáculo interno, en el desarrollo de esa crisis que pasa desde el saboreo del triunfo hasta el amargo convencimiento de la derrota, y que abarca desde lo que hubo en el héroe de más grande y magnífico hasta lo que cupo en su espíritu de más sucio y más villano, reside el verdadero interés dramático de “Guanuma”. Esas solas páginas serán suficientes para hacer a toda la novela digna de sobrevivir entre las mejores obras de su género de la literatura hispano-americana” (Balaguer, Letras dominicanas, p. 203).

 

5) Vinculación del contexto histórico y el contexto literario

Aunque la crítica literaria de Joaquín Balaguer se apoya, como base especulativa, en la retórica clásica, también enfoca, paralelamente, el contexto histórico que empalma al literario en sus exégesis literarias. El acento en la retórica clásica, con las exigencias del buen decir y el gusto exigente y equilibrado en la normativa técnica y compositiva, por lo cual inscribimos su obra en la tendencia de la crítica retórica –que dijimos que él inaugura para las letras nacionales- no es obstáculo para engarzar su visión del fenómeno literario a la realidad histórica, por lo cual Balaguer orilla también la crítica histórica que desarrollaran en nuestro país críticos de la talla de Max Henríquez Ureña, Emilio Rodríguez Demorizi y Carlos Federico Pérez. Balaguer emplea con indudable maestría el método comparativo que auspiciaran en el siglo XIX los filólogos alemanes, y al aplicarlo a las letras dominicanas, revelan sus juicios críticos una erudición enciclopédica y una admirable cultura humanística ecuménica, haciendo inferencias muy provechosas para el conocimiento de la literatura criolla. Al enjuiciar a Fabio Fiallo, escribe nuestro analista: “El ruiseñor de Fabio Fiallo, en efecto, no anidó como el de Bécquer en el corazón de la humanidad, ni se detuvo a cantar como el de Heine en un arbusto venenoso. El poeta dominicano es, en otros términos, un poeta de salón, capaz de ditirambos y de cortesanías, pero no un poeta nacido, como los dos altos líricos a quienes manifiestamente recuerda, para convertir el amor en la cifra de todos los sentimientos que se agitan en el reino de las almas; y por eso, aunque permaneció durante más de treinta años cultivando rosas de pasión en el jardín de Eros, no acertó nunca a verte una siquiera de esas lágrimas que brotan d ela pluma de los grandes poetas y en las que se refleja no sólo el corazón de quien las vierte sino también el de todo el universo”. (J. Balaguer, Letras dominicanas, p. 13).

La dedicación de Joaquín Balaguer a las letras, tan fecunda como la de Pedro Henríquez Ureña y tan consagrada como la de Federico García Godoy, le ha permitido ejercer el autor de Métrica castellana un intenso magisterio literario que ha desplegado en numerosos textos exegéticos y que han contribuido al desarrollo de las letras nacionales y, de un modo especial, al fortalecimiento de la tradición crítica en la República Dominicana.

La categoría de crítico literario de Joaquín Balaguer no desaparece en el brillante escritor de Navarrete cuando las circunstancias de su carrera política lo elevan a la jefatura del Estado, cuya labor ilustra el ejemplo de la coexistencia de dos actividades tan absorbentes y contrapuestas como son la literatura y la política. En la labor crítica de Joaquín Balaguer su interpretación destila, a pesar de la generosidad con que enjuicia a sus autores favoritos, gotas de aliento dominicanista a través de su innegable sentido crítico. Balaguer no es el analista literario que funda sus juicios en un instinto crítico, sino que hay en él un claro sentido de la crítica que es resultado a la vez de la intuición y de la formación, y ese sentido crítico que revelan sus páginas de interpretación literaria, a pesar de la pasión con que a menudo exalta las cualidades de los escritores analizados, no deja de señalar los defectos o carencias de los textos o los escritores. Hasta en la literatura se aprecia la concepción providencialista de la historia que tiene Joaquín Balaguer, pero ese rasgo de su ideología no le ha impedido estudiar y moldear la idiosincrasia del dominicano, al que ha subyugado con la grandilocuencia de su verbo y la gallardía de su expresión, que maneja con igual solvencia en la tribuna pública o en el ejercicio de la crítica histórica o literaria con una constancia que supera más de medio siglo de vida intelectual, política o literaria.

La contribución intelectual de Joaquín Balaguer comprende no solo el ámbito de la teoría y la crítica literaria, sino que alcanza también la historiografía, el ensayo y la oratoria. El aporte de Balaguer a la crítica literaria es realmente valioso y hay que acudir a sus opiniones críticas para conocer la dimensión de nuestros escritores decimonónicos y los del primer tercio del siglo XX. Sus obras de historia no se restringen a los autores de textos literarios, sino que toma en cuenta diferentes aspectos de los próceres escritores (Núñez de Cáceres, Espaillat, Meriño) o combina la historia y la ficción (Los carpinteros). Como cultor de la palabra hablada, Balaguer enaltece la oratoria dominicana y su nombre figura junto a los de Eugenio Deschamps, Félix María del Monte y Fernando Arturo de Meriño entre los grandes oradores dominicanos. Su contribución teórica se aprecia en Apuntes para una historia prosódica de la métrica castellana, obra que le consagra como un teórico de la versificación española. Ese aporte fue determinante para figurar entre los miembros de la Academia Dominicana de la Lengua.

Prevalido de la erudición de cultura clásica, auxiliado del instrumental teórico de la preceptiva literaria y manumitido del aliento de su poderoso vuelo expresivo, Balaguer ha abordado con la pasión que la caracteriza, con la efusión de su verbo encendido y la fuerza de su sentido crítico, textos de creación y ensayos, de análisis y valoración de las grandes figuras de las letras nacionales. Como prosista virtuoso del lenguaje florido y preciosista, como estilista esmerado de la expresión pulcra y elegante y como cultor apasionado de la tradición humanista, Balaguer ha desplegado un entusiasmo inusitado por la difusión de los valores clásicos y ha sido consecuente con la preceptiva de linaje clásico en sus análisis críticos y teóricos.

Las grandes realizaciones de Joaquín Balaguer revelan a un intelectual enaltecido por la Historia como una figura singular del siglo XX. Es mucho lo que hay que aprender de este consagrado hombre de letras; es mucho lo que el país le debe a este incansable cultor de la palabra, y es grande el reto de los que han de continuar la huella de este escritor eminente.

 

Bruno Rosario Candelier

La retórica clásica de Joaquín Balaguer

Moca, Ateneo de Moca, 5 de agosto de 1988.

 

Ser suizo, pelar(se), carrusel, funcionariato

Por Roberto E. Guzmán

SER SUIZO

“… porque no SOMOS SUIZOS ni lo seremos…”

La locución “ser suizo” parece que solo pertenece a los dominicanos. Se escribe “parece”, pues puede manifestarse que se han hecho las diligencias para documentarla en otras hablas y no se ha encontrado rastro de ella. Las obras dedicadas a ofrecer informaciones acerca de estas expresiones no traen noticias acerca de ella.

Las personas, los grupos, acostumbran a conceder o reconocer valores a algunas cosas. Un grupo o país puede constituirse en referente de una idea que una comunidad se hace acerca de ciertas cualidades. Algunos de estos atributos pueden ser negativos o positivos. Con respecto de los referentes los hay en los que el grupo se reconoce o con los que se identifica.

Una locución verbal parecida a la del título que los hablantes cultos de español dominicano usan es “hacerse el sueco”. Con esto se indica disimular, fingir no entender algo. Otra similar es cuando una persona “habla en chino”; esta reconoce que la persona que así habla lo hace en un lenguaje ininteligible. Los ingleses son tenidos por ser puntuales, de allí que a los cobradores se les designe con el nombre de “ingleses”. Los caribeños tienen la reputación de llegar tarde hasta a su entierro, por eso las tardanzas se toman a la ligera en la región del mar Caribe.

Con respecto de los suizos la cualidad que se rememora con la locución es la de ser civilizados, educados, cívicos, mesurados. Todas son características positivas que se les supone como sobresalientes a los ciudadanos de la Confederación Suiza. En esto es muy probable que haya influido una idealización del sistema de gobierno y de la postura de ese país con respecto a los conflictos bélicos, su política de neutralidad.

 

PELAR(SE)

“Partidos y gobiernos que son una jugada de lotería que SE PELA en todos los intentos…”

El verbo pelar ha criado una extensa prole. Esta prolija familia de derivados se ha fortalecido con las locuciones que el hablante ha creado para expresar con gracia sus sentimientos.

Los dominicanos en su habla han añadido nuevas acepciones al verbo. Aquí solo se mencionarán las que se entienden que son de uso más frecuente.

En la cita que figura en cabeza de este comentario el verbo pelarse se usa en sentido figurado del original que es, “no conseguir premio en un juego de azar”. Aquí hay que tomarlo para expresar “no conseguir lo que se desea”. La idea es muy próxima de otra de las acepciones dominicanas, “equivocarse, cometer un error”.

El autor de estas reflexiones acerca del habla de los dominicanos es de la opinión que el primer uso que introdujo el hablante dominicano fue en referencia con relación a un billete de la lotería que no sale premiado.

No se procederá aquí a estudiar o mencionar las otras locuciones formadas por el hablante de español dominicano con apoyo sobre el verbo pelarse, porque son muchas y eso se dejará para otra ocasión.

 

CARRUSEL

“En este CARRUSEL de la autodestrucción…”

“… conmigo no cuenten para un CARRUSEL de la revancha…”

Es muy probable que una gran cantidad de personas que leen la palabra del título piensen que se trata de una voz que procede del francés. Sí, es cierto, la voz ingresó en la lengua española desde el francés, pero la historia no termina ahí.

Todo comenzó con un juego moro que los españoles introdujeron en Nápoles, Italia, en el siglo XVI. En italiano pasó por varias ortografías, hasta llegar a carousello en el 1580. Al francés llegó en el año 1596 carrouselles, para terminar en carrousel en 1620.

El juego a que se aludió más arriba era entre jinetes haciendo evoluciones. Por metonimia en 1740 se designó en París la Place du Carrousel el sitio donde se practicaba el torneo ecuestre. Luego en 1870 pasó a llamarse así al tiovivo de caballitos de madera. Dictionnaire historique de la langue française (2012-I-604).

Del francés pasó al español que lo reconoció con la grafía actual que consta aquí. La palabra ha evolucionado en las diferentes lenguas. En español moderno se usa, como en la cita, para “sucesión de elementos en el espacio y en el tiempo”. Este carrusel puede tomarse con el valor de “fiesta, feria, desfile, exhibición pública”. Entró en el diccionario de la corporación madrileña de la lengua en la edición del año 1992.

Como sucede con frecuencia en las lenguas, con el uso generalizado de la palabra esta adquirió acepciones propias en algunas hablas. En este caso en México y Perú ha servido para mencionar diferentes tipos de fraudes.

El campo de acción del carrusel se ha ampliado, pues al soporte giratorio donde se colocan las diapositivas en un proyector se le conoce con el nombre de carrusel.

En la cita debe asumirse que la utilización de la palabra carrusel hay que tomarla en tanto “exhibición pública, espectáculo”, claro, sin los jinetes.

 

FUNCIONARIATO

“… y la última vez que el FUNCIONARIATO público tuvo alguna posición pública…”

Al examinar esta voz que no aparece en los diccionarios de español internacional se enfocará el estudio sobre la terminación y la posible significación que se atribuye a esta, porque está abierta a interpretación.

Las terminaciones -ato, -ata son de poca productividad aún en el español de América Central continental y de las Antillas. Eso así a pesar de que es precisamente en estas hablas en las que se utilizan con mayor frecuencia.

Tan pronto se entra en contacto con una voz que termina de la forma apuntada se produce en el lector o en el oyente una reacción de poca o ninguna simpatía. Esto se debe a que estos derivados tienen un significado peyorativo; piénsese en chivato, por ejemplo.

Los dominicanos han formado varias voces con este sufijo, con una connotación de disgusto político, “trujillato, balaguerato” y otros que no hace falta mencionar. “Las derivaciones en -ato, -ata denotan dignidad, oficio y a veces tiempo y lugar”. Innovaciones sufijales en el español centroamericano (1987:135).

Desde el momento que se lee funcionariato se piensa que aquello a lo que se alude o se hace referencia, se hace con menosprecio o desdén con respecto de la palabra del español general que más se asemeja a la que se añade la terminación señalada.

No cabe duda de que con la voz del título se remite la memoria a una palabra parecida que se desea denigrar; en este caso se trata de funcionariado que es la clase (¿?) de funcionarios; vale decir, empleados de la administración pública de cierta categoría, profesionales de los cargos públicos.

Con esta terminación se incorpora a la voz creada el significado de oficio, posición, sistema, pero con intención de desacreditar.

Nueva vez hay que celebrar que la inventiva popular encuentre formas de encaminar sus sentimientos por medio del habla que constituye la manera más idónea de expresarse.

 

Modalidades de desaciertos en comentaristas de grupos y otros

Por Tobías Rodríguez Molina

Se podría decir que muchos de los desaciertos presentes en lo que escriben los comentaristas de grupos se deben al hecho de escribir por las redes, al tener la creencia de que por las redes se escribe sin necesidad de revisar lo que uno escribe. También podría afirmarse que muchos de ellos escudan en el hecho de escribir en las redes las  deficiencias de las que adolecen. Pero sea descuido al no revisar y mejorar lo escrito o sean deficiencias propias, los comentaristas son responsables de lo que escriben. Veamos, pues, los casos que esta vez les presento.

  1. “Vuelvo a insistir después de ver el vídeo de Altagracia Salazar, en que no es necesario la reforma fiscal.”(Comentarista grupal). Hace falta una coma antes de “después” y donde escribió “necesario” debió escribir “necesaria” para mantener la concordancia con “reforma fiscal”.
  2. “…si aqui se le cae atras a grandes empresarios, la evasion se convertiria en mas recursos para el estado.”(Comentarista grupal). Deben ir acentuadas “aquí”, “atrás”, “evasión”, “convertiría”, “más”, y debe escribir “Estado” con mayúscula inicial.
  3. “…aquí la palabra optimizacion  del gasto publico no existe, sino se regula es el mismo estado que sufre.”(Comentarista grupal).Deben ir acentuadas “optimización”, “público”; debe escribirse “si no” así, separado, y “Estado” se iniciará con “E” mayúscula. Además, se omitió “el” delante de “que” en la parte final que debe ser: “…es el mismo Estado el que sufre.”
  4. “Si aqui se fomentara mas las PYMES aumentaría el empleo en el país.”(Comentarista grupal). Deben escribirse “aquí” y “más” acentuadas ambas palabras. Para guardar las normas de la concordancia debió escribir “Si aquí se fomentaran más las PYMES…”.
  5. “…esperamos que ése proyecto no sea aprobado por el Senado.” (Comentarista grupal). No debe escribirse “ese” con tilde.
  6. “Sr. Presidente Luis Abinader, los empleados de AAA dominicana, les pedimos que ponga fin a nuestra incertidumbre…” (Encabezado de una carta). Debe escribirse  “le pedimos”, ya que “le”concuerda con “Luis Abinader” y no con “los empleados”, que es  el sujeto, sino “Luis Abinader”, que es el referente o receptor de lo que se pide.
  7. “Qué revisen y les impongan 30 o 40 años… para los corruptos y que les quiten, ahh qué el problema de la corrupción administrativa se resuelve.”(Comentarista grupal). A ese “Que” inicial se le quita la tilde, al igual que al “que” escrito después de “ahh”. Además, el “ahh qué” debe ser “a que”. Por otro lado,  “para los corruptos” debe ser “a los corruptos”.
  8. “Ivan Duque ha adoptado una postura firme de perseguir la evasión a escuchado el clamor de un pueblo que realmente no aguanta mas impuesto muy loable su gesto.” (Comentarista grupal). Le falta la tilde a “Iván” y a “más”; “a escuchado” debe ser “ha escuchado”. Además, “más impuestos” es mejor que   “más impuesto”. La expresión “muy loable su gesto”  es una oración, por lo cual deberá escribirse “Muy loable su gesto”.
  9. “…centrales sindicales proponen que a los que mas producen y tienen…sean los que mas paguen impuestos.” (Comentarista grupal). Los dos “más” hay que tildarlos, y “a los que más producen” debe expresarse “los que más producen”.
  10. “…el modelo neoliberal no es malo, paises nordicos y canada, chile y uruguay aplican una mezcla del modelo neoliberal con elementos de la socialdemocracia…” (Comentarista grupal). Les falta la tilde a “países” y a  “nórdicos”, y los tres países “Canada, Chile y Uruguay” debió escribirlos con mayúscula inicial. La coma que aparece después de “malo” no etás bien empleada. Allí debe ponerse un punto o un punto y coma.
  11. “Lo que daña el modelo neoliberal en latinoamerica es la rampante corrupcion….” (Comentarista grupal).” Latinoamérica” y “corrupción” debe escribirlas con tilde y “Latinoamérica” con la primera letra en mayúscula.
  12. “La noticia de que Albert Pujols habría sido puesto en libertad por los Angeles Angels sorprendió a todo el mundo. No porque estuviera teniendo una magnífica temporada…si no por todo lo que representa el dominicano para el equipo y para el béisbol.” (ESPN, El caso de Albert Pujols). Dos evidentes desaciertos están presentes en ese fragmento: uno es el haber puesto punto y seguido después de “mundo” en vez de una coma para darle continuidad a la idea ya iniciada en la primera parte de esa oración; el segundo consiste en escribir separado lo que debe ser el “sino” adversativo.

Cuando escriba por las redes, revise bien el texto que envía para que no se le achaquen errores que usted no suele cometer. Así su prestigio no se le reducirá ante quien lee lo que  usted escribe.

Chubar, jurunela, jalda

Por Roberto E. Guzmán

CHUBAR

“. . . el PRD no se percató de que los “cívicos le CHUBARON a Bosch. . .”

En los diccionarios de español general o internacional no es posible encontrar el verbo del título. En el Diccionario de americanismos de la Asociación de Academias de la Lengua Española sí aparece este verbo, pero consta escrito con una uve /v/ para representar el sonido entre la letra U y la A. Al final, que se articule de un modo o de otro es una sutileza articulatoria que ya no se estimula.

No hay que extrañarse que algo como esto ocurra. Hay que pensar que una representación gráfica u otra se use es indiferente en este caso porque el sonido es el mismo. En el pasado se alentó la diferencia de pronunciación entre las dos consonantes, be /b/ y uve /v/.  Este no es el espacio para entrar en detalle acerca de esto. Además, este verbo, chubar, pertenece al habla y muy pocas veces se encontrará en forma escrita.

El verbo es una creación del hablante de español dominicano. No se conoce en ninguna otra variedad de español. Todo dominicano sabe que este verbo sirve especialmente para incitar a los perros a atacar. Expresa la idea de instigar a que animales o personas luchen o a para crear animadversión entre estos.

Quien produce estas observaciones acerca del habla opina que este verbo, chubar, es onomatopéyico. Deriva del sonido con que se incita a los perros al ataque, ¡chu, chu! O al sonido que se emite con los labios proyectados, expulsando el aire de manera forzada, con la mandíbula casi cerrada. Este sonido se usa también para incitar a las bestias a caminar, avanzar o acelerar el paso.

El verbo chubar figura en Criollismos, la obra de R. Brito de 1930, con un sinónimo que se ha adoptado desde esa fecha en forma de acepción, azuzar. Aparece en esa obra con la grafía chubar. En El español de Santo Domingo, P. Henríquez Ureña lo escribe con uve, chuvar. Desde esa fecha en adelante las personas que se han ocupado del verbo lo han escrito con be /b/. Solo el Diccionario de americanismos en época más reciente lo representa con uve /v/.

Hay que resaltar que D. Manuel Patín Maceo no introdujo este verbo en sus obras; en lugar de eso colocó la orden “¡chúbale! Voz para azuzar perros”.

La obra De nuestro lenguaje y costumbres (1967:49) inserta la voz chubai. Esa representación con la /i/ es fiel a la pronunciación de la zona del Cibao en esos años. A su lado pone “chubar” y escribe, “Azuzar los perros. Incitar a pelear a dos personas”.

Más arriba se escribió que chubar es una voz con rasgos fonético onomatopéyicos. Para sostener este aserto se repasaron los lexicones de voces antiguas de la lengua española; luego los del portugués y el francés. Por último, se recurrió al inglés. En esa lengua se encontró el verbo transitivo shoo que en esa lengua se usa para ahuyentar, mandar, echar. Se piensa que de allí proviene el chubar dominicano. Justo es reconocer que esa explicación constaba ya en Aiguna palabra dominicana (2015:75), “(Probablemente del inglés shoo” [espantar animales] durante la ocupación americana del 1916), o del español chus, voz que se usa para llamar el perro”.

La voz en estudio figura en el Diccionario del español dominicano (2013:182). “Incitar a pelear a alguien en contra de otra persona. Azuzar a un animal contra una persona u otro animal”. Vienen estas acepciones acompañadas de una cita de la literatura dominicana y un ejemplo de uso respectivamente.

 

JURUNELA

“Usted puede, haber nacido y haberse criado en la JURUNELA más recóndita. . . “

Jurunela es otra voz creada por el habla dominicana. La voz es invención del habla de los dominicanos; la acepción de la voz es una contribución de la inventiva dominicana.

Con respecto de esta voz hay algunas características que se piensa que hay que ratificar. En el desarrollo de esta sección se expondrá la voz completa y se destacará el rasgo saliente que ha faltado resaltar en los lexicones del habla dominicana. Se repasarán las acepciones en los lexicones del habla dominicana hasta llegar al rasgo que se considera que se ha soslayado.

La voz estudiada en esta sección no tiene larga historia en el español dominicano. Esta aseveración se hace porque no se encontró rastro de esta hasta la publicación de la obra De nuestro lenguaje y costumbres (1967:58) donde se presenta la acepción, “Lugar escabroso; escondido; también lugar de mala fama”. Cuando el autor de estos comentarios tuvo contacto con el uso de esta voz no la conoció por ser un lugar escabroso. Las dos restantes características sí fueron conocidas. Es posible que en el medio rural una jurunela representara un sitio de terreno accidentado, rasgo que puede hacer inhóspito ese paraje.

Carlos Esteban Deive incluyó en su Diccionario de dominicanismos (2002:118) la voz jurunera para “Huronera Chiribitil, covacha. También jurunela”. Se deduce de la redacción de esta acepción que indirectamente Deive propone que el origen de jurunela es huronera. Es posible, pues el hurón también se conoce con el nombre jurón.

No lejos de esta inferencia se encuentra lo escrito por Alberto Membreño, “Jurumela.- Corrupción de huronera. Pieza sucia, pequeña y obscura”. Vocabulario de los provincialismos de Honduras (1897:102).

Hubo que esperar hasta la aparición del Diccionario del español dominicano (2013:400) para que la voz jurunela fuese asentada con cuatro acepciones. “Local o vivienda de pequeño tamaño y en malas condiciones. Lugar donde se da de comer a los animales. Lugar inhóspito. Lugar de diversión considerado de mala reputación”. La última acepción añadida fue la predominante en las ciudades durante años, junto a la vivienda pequeña y en malas condiciones.

Con esta voz sucede algo parecido a lo que se observa con otras palabras. El hablante la abusa. La lleva por encima de la realidad de su significado cuando entiende que una persona no vive en una casa conforme con su condición social. Es una exageración propia del hablante que no debe tomarse al pie de la letra.

Algo que llama la atención con respecto de la voz jurunela es la formación. Esos dos sonidos de letra /u/ próximos unos de otros hacen pensar que pudo tener origen africano. Se han hecho las diligencias pertinentes para documentar esa posibilidad, pero con resultados infructuosos. En cambio, se han encontrado varios sitios con nombres de origen indígena en República Dominicana con este tipo de sonido, ahí está Jumunucú en las cercanías de La Vega. Jumunuco en Jarabacoa. En Cuba existen o existieron sitios con los nombres Jurumú y Jururú. Indigenismos (1977-II- 904).

No puede asegurarse que la voz provenga de una u otra de los posibles orígenes. No se encontró vestigio de un posible origen en el español antiguo. Queda como tarea pendiente.

 

JALDA

“. . . y es por eso que resulta JALDA empinada. . .”

En República Dominicana los citadinos no acostumbran a usar esta palabra. La primera explicación para esto es que eligen otras palabras que representan la misma idea en el ambiente urbano. Las calles serán en “cuesta,” o en “subida”, pero no serán jaldas. Para ese hablante de español dominicano las jaldas son propias de los ambientes rurales.

Esta palabra comenzó en español con la letra inicial hache /h/ que por razones desconocidas derivó en efe /f/ y terminó en falda. Esa falda se conoce como parte del vestuario femenino, aunque no siempre fue solo eso. Existe aún la falda de la montaña, la parte más baja de la ladera, una elevación del terreno o de una montaña.  Esa es la jalda que se menciona en los predios rurales.

En el habla de los dominicanos en los campos se ha oído el uso de jalda para “la parte inferior de un monte” que es la acepción que le reconoció D. Augusto Malaret en Puerto Rico. Esta acepción aparece identificada en el Diccionario de la lengua española. Malaret la trajo en su Diccionario de provincialismos de Puerto Rico (1917:90).

El Diccionario de americanismos de la Asociación de Academias de la Lengua española incluye además de Puerto Rico a República Dominicana y Costa Rica como países donde se usa jalda para “ladera de una montaña o monte”. En Puerto Rico se utiliza jalda también para “cuesta empinada”. En sentido metafórico “jalda arriba” se emplea también para “empresa difícil que se lleva a cabo a pesar de los obstáculos”.

Con respecto de la jota /j/ de jalda puede insinuarse que apareció como consecuencia del énfasis del habla rural sobre la letra hache /h/, fenómeno que se produjo también en otras palabras del español. Si los tratadistas se han visto en la obligación de reconocer la representación con la jota /j/ se debe en gran medida a la intervención de A. Malaret, “Nadie dice halda, sino jalda o falda”. Vocabulario de Puerto Rico (1955:195).

Esta explicación con respecto a la ortografía reconocida para jalda no hay que interpretarla en sentido estricto.

Algo que llama la atención, estas dos faldas, la de la indumentaria femenina y la de la montaña, están presentes en español, italiano y portugués. Etymological Dictionary of the Romance Languages. Friedrich Diez (1864:194).

Consideraciones acerca del gerundio

Por Domingo Caba Ramos

 

            «El gerundio se emplea muchas veces mal. Tan honda es la convicción de este hecho, que ha llegado a producir otro: el que muchos realicen denodados esfuerzos para eludir el gerundio al escribir, como quien se encontrase ante un paraje peligroso y prefiriera dar un rodeo con tal de no transitar por él. Pero el rodeo no es nunca buen procedimiento de escribir. Se puede navegar perfectamente entre escollos, conociendo cuáles son y dónde están»

González Ruiz

El gerundio es la forma verbal del infinitivo invariable. Junto con el infinitivo y el participio conforman las llamadas formas no personales del verbo, también conocidas con el nombre de verboides.  Se trata, el gerundio, de un verboide o derivado verbal que modifica al verbo como adverbio de modo. Desempeña el papel de adverbio y morfológicamente se reconoce porque termina en ando / iendo.

Tiene dos formas de expresión: una simple (Mi hermano está estudiando) y otra compuesta (Habiendo estudiado se fue a descansar)

En su forma simple, el gerundio indica que la acción no ha terminado, mira hacia el presente o comunica un carácter durativo a la frase.   Expresa, en otras palabras, una acción durativa e imperfecta (en desarrollo, no terminada) en coincidencia temporal con el verbo de la proposición principal. Una acción, en fin, que se ejecuta simultáneamente o inmediatamente anterior a la del verbo principal:

  1. Oyendo al profesor, tomaba apuntes en su libreta
  2. El muchacho entró corriendo.
  3. El señor salió dando golpes.
  4. Siguiendo sus instrucciones, se matriculó. 

En su forma compuesta, el gerundio expresa una acción perfecta (terminada) inmediatamente anterior a la del verbo principal: «Habiendo concluido, me llamó…»

El gerundio está aceptablemente empleado cuando la acción que expresa sucede antes o al mismo tiempo que la indicada por el verbo principal. Si por el contrario esa acción ocurre posterior a la acción expresada por dicho verbo, su empleo es inaceptable, como se aprecia en oraciones del tipo:

  1. a) «Redactó el acta, siendo aprobada por todos los miembros de la asamblea”»
  2. b) «Encontró una caja conteniendo dos libras de cocaína»
  3. c) «El preso escapó de la cárcel, siendo encontrado ocho días después»
  4. d) «El presidente asistió a la reunión, marchándose dos horas después»
  5. e) «Se intoxicó en la fiesta, muriendo una semana después»

 

En tales casos hubiera sido preferible escribir:

  1. «Redactó el acta y fue aprobada por todos los miembros de la asamblea»
  2. « Encontró una caja que contenía dos libras de cocaína»
  3. «El preso escapó de la cárcel y fue encontrado ocho días después»
  4. «El presidente asistió a la reunión y se marchó dos horas después»
  5. «Se intoxicó en la fiesta, y murió una semana después»

 

Tampoco se recomienda el uso del gerundio: 

  1. Para combinar los verbos ser y estar. Es lo que sucede en enunciados del tipo:«El informe está siendo redactado», en lugar de: «Se está redactando el informe…»
  2. Cuando la acción tiene carácter momentáneo o no durativo:«Le estamos incluyendo un cheque por la suma de…», en vez de: «Le incluimos un cheque por la suma de…»
  3. Cuando expresa cualidades o atributos personales permanentes: «La señora, siendo muy sabia, se mantuvo firme». Mejor:«La señora, que es muy sabia, se mantuvo firme»
  4. Cuando funciona como adjetivo calificativo: 
  1. «Ayer redacté el informe conteniendo los datos solicitados»
  2. «La directiva del club aprobó una moción modificando los estatutos»

 Preferible:

  1. «Ayer redacté el informe que contenía los datos solicitados»
  2. «La directiva del club aprobó una moción que modifica los estatutos» 

Su uso, en cambio, se recomienda o considera correcto:

  1. Cuando Expresa simultaneidad, esto es, cuando la acciones que expresa se producen al mismo tiempo o coexisten temporalmente con las del verbo principal:  a ) «Vi al policía maltratando al prisionero…», b) « En este momento observo a tu madre comprando en la farmacia», c) «Tu jefe entró gritando»
  1. Cuando expresa anterioridad. En este caso, la acción ocurre inmediatamente anterior a la del verbo principal : a) «Alzando la mano, la dejó caer sobre la mesa»,  b) « Corriendo se lastimó» 
  1. Cuando tiene como propósito explicar ( gerundio explicativo )  los motivos que impulsaron al sujeto a ejecutar la acción.« El niño, viendo que su madre no le hacía caso, se puso a gritar»
  1. Cuando expresa una acción con sentido durativo o matiz de continuidad.«Mi amigo está escribiendo…», «Yo sigo pensando…»
  2. Cuando indica una condición ( gerundio condicional ).- a) «Estudiando, saldrás bien los exámenes»  b) «Levantándote temprano, tendrás tiempo suficiente para terminar el trabajo»
  1. Cuando indica cómo se realiza la acción del verbo principal de la frase (gerundio modal). En tal caso, el gerundio constituye una oración subordinada de carácter adverbial : a ) « Mi hermano llegó cantando», b) «El niño salió corriendo»
  1. Cuando expresa causas ( gerundio causal ) «Habiendo terminado él su carrera, su padre lo envió a Europa…»

 

Ciertamente el empleo del gerundio entraña dificultades que se traducen en errores continuos, tanto en la comunicación oral como escrita ;  pero merced a esta realidad, de ningún modo, los usuarios de la lengua española debemos crear en torno a él una aura satánica que nos conduzca a proscribirlo de nuestra cotidiana práctica comunicativa. «No se trata, pues, de usar el gerundio a diestra y siniestra; pero tampoco de privarnos de los matice que nos permite imprimir en un texto por aquello de ‘ante la duda abstente’» – apunta al respecto la profesora e investigadora mexicana, Beatriz Escalante, en su libro “Curso de Redacción para escritores y periodistas” (2000, pág.119). 

El gerundio le imprime a la frase ricos y múltiples matices expresivos que no debemos soslayar ni desaprovechar. La clave no consiste en evadir su uso, eludirlo o declararle la guerra, sino en el cuidado que pongamos al emplearlo. Ese parece ser el sentir de Gonzalo Martín Vivaldi, (Curso de Redacción, 2000) al plantear que:

«… no usemos el gerundio cuando no estemos muy seguros de que su empleo es correcto. Siempre será posible recurrir a otra forma verbal.  Por ejemplo: en vez de: «Estando en la Base llegó la hora de partir”, podemos escribir: “Cuando estábamos en la Base, llegó la hora de partir” » (pág. 52).

¿Es lo mismo estar dormido que durmiendo?

«No es lo mismo estar dormido que estar durmiendo, porque no es lo mismo estar jodido que jodiendo»

El juicio aclarativo, emitido en un diálogo informal con una periodista, se le atribuye al afamado escritor, Premio Nobel de Literatura y académico español, Camilo José Cela (1916 – 2002). Y vale por cuanto son muchos los hispanohablantes que emplean verboides como los susodichos, “dormido” y “durmiendo”, para referirse a una misma realidad.  A tono con este planteamiento, no resulta extraño escuchar a una madre decir primero: «Mi hijo está dormido», mientras que minutos después se le escuchará informar: «Mi hijo está durmiendo».

Como podrá apreciarse, en cada caso la tierna madre ha querido afirmar exactamente lo mismo, pero empleando construcciones gramaticales diferentes. Y fueron construcciones semejantes a estas las que motivaron la observación del reputado novelista antes citado: “No es lo mismo estar dormido que durmiendo”.

Para entender el fenómeno, es necesario saber o no olvidar la función modificadora del participio y el gerundio. Este último, además de tener carácter adverbial, por cuanto su principal función consiste en modificar al verbo como adverbio de modo, tiene también carácter imperfectivo y durativo, esto es, entraña la idea de actividad, la acción nos la presenta inacabada o situada en tiempo presente. Merced a este rol gramatical, “estar durmiendo” significaría no haber terminado de dormir.

La acción de dormir está en proceso.

El participio, en cambio, funciona como adjetivo, apunta hacia el pasado y entraña la idea de pasividad, posee carácter perfectivo y la acción del verbo nos la presente como acabada o despojada de todo valor durativo. En virtud de esta idea, “estar dormido”, sería lo mismo que decir: ya se durmió, la acción de dormir terminó.

Diario Libre

13/8/2021

 

ERRORES Y CONFUSIONES EN EL USO DEL VERBO HABER

Es mucho lo que se ha escrito acerca de esta forma verbal, y, muy particularmente, sobre los errores que se cometen o de las confusiones en que se incurre al emplearla tanto en la lengua oral como escrita. Pero a pesar de todo, los errores continúan y las confusiones persisten.

Haber, vale recordar, es un verbo irregular procedente del latín ‘habere’, el cual originalmente se empleaba con el mismo significado de ‘tener’, sentido este, actualmente un tanto en desuso, por cuanto para ello se usa frecuentemente la forma ‘tener’ o ‘poseer’.

En la actualidad, el verbo haber se emplea más como auxiliar para formar, seguido del participio de un verbo, los llamados tiempos compuestos de este: he tenido – habían llegado – habrán venido – habías podido, etc.

 

En tal caso, como bien lo establecen las reglas generales de la concordancia del español, dicho verbo debe concertar en género y número con el sujeto correspondiente:

  1. a) “Los apagones habían desaparecido…”
  2. b) “El apagón había desaparecido…”

   Esto quiere decir, que en su función de auxiliar, el verbo haber puede usarse tanto en plural como en singular. Todo dependerá del número en que se encuentre expresado el sujeto que realice la acción por él indicada.

Pero aparte de auxiliar, haber también funciona con impersonal, vale decir, cuando se presenta en aquellas oraciones carentes de sujeto o en las que no es posible identificar la persona gramatical que ejecuta la acción verbal.

Se trata de un rol secundario en el que el susodicho verbo se utiliza para expresar, siempre en tercera persona del singular, la presencia del ser u objeto designado por el sustantivo que en la frase aparece normalmente después del verbo.

 a) “En la toma de posesión habrá muchos invitados…”

  1. b) “En Licey al Medio hubo tres personas heridas de balas…”
  2. c) “En el hospital había varios enfermos casi al borde de la muerte…”

Nótese como en las tres oraciones anteriores, por ser impersonales, no aparecen los sujetos o seres que realizan las acciones del verbo que nos ocupa, sino los objetos directos (muchos invitados – tres personas – varios enfermos) en los cuales recaen dichas acciones. Y como quienes deben concertar en número y persona son el verbo y el sujeto y no el verbo y el objeto, es irregular la práctica muy frecuente de pluralizar el verbo haber en su forma impersonal, expresando erróneamente: 

  1. a) “En la toma de posesión habrán muchos invitados…”
  2. b) “En Licey al Medio hubieron tres personas heridas de bala…”
  3. c) “En el hospital habían varios enfermos casi al borde de la muerte…”

¿A qué se deben tales yerros? 

Sencillamente, a que se ha confundido el sujeto (inexistente) con el objeto gramatical, asumido o interpretado erróneamente como sujeto. Y como en los ejemplos precitados, el objeto   aparece en plural (muchos invitados – tres personas – varios enfermos) el hablante, al percibirlo como sujeto, trata de forzar la concordancia en plural con el verbo que le antecede, originando así una falsa relación entre verbo y objeto. En virtud de esa confusión, no resulta extraño leer o escuchar oraciones irregularmente formuladas del tipo: 

  1. a) “En el Palacio Nacional habían veinte periodistas esperando al presidente…”
  2. b) “En la yola hubieron mujeres que lloraron como niños…”
  3. c) “En el fin de semana habrán muchas presentaciones artísticas…”

 En cada uno de los anteriores enunciados, el redactor debió emplear el verbo haber en tercera persona del singular, esto es, debió escribir: había, hubo y habrá respectivamente. 

Habemos o la trampa de la no inclusión 

La confusión objeto – sujeto también se pone de manifiesto cuando un objeto plural tiene carácter inclusivo, esto es, cuando de una u otra forma el hablante se siente por él aludid. Al no considerarse incluida o afectada por la acción verbal, la persona recurre a la personificación del verbo y a la modificación de la persona gramatical, y es entonces cuando surge la forma “habemos” en expresiones tales como:

  1. “Habemos muchos dominicanos preocupados por los actos de delincuencia…”
  2. “Aquí habemos cinco personas nativas de la ciudad de Moca…”

Se trata,” habemos”, de un arcaísmo carente por completo de pertinencia sintáctica y morfológica, por cuanto si conjugamos el verbo haber en todos los modos, personas y tiempos, descubriremos que la forma “habemos” no aparece. Particularmente en presente del modo indicativo (primera persona del plural) sí aparece “hemos”, pero nunca “habemos”. La Asociación de Academias de la Lengua Española, en su “Diccionario Panhispánico de dudas”, apunta al respecto lo siguiente:

“La primera persona del plural del presente de indicativo es hemos, y no la arcaica habemos, cuyo uso en la formación de los tiempos compuestos es hoy un vulgarismo propio del habla popular. También es propio del habla popular el uso de habemos con el sentido de ‘somos y estamos’ (2004, pág.330).

Y más adelante, en la misma página, el citado y muy consultado lexicón advierte lo siguiente:

 “No debe usarse la forma arcaica habemos para formar la primera persona del plural del presente perfecto o antepresente de indicativo, como a veces ocurre en el habla popular…”  

En su lugar se recomienda la forma impersonal “hay”. Merced a esta recomendación, y en relación con los dos ejemplos antes presentados, lo adecuado hubiera sido escribir: 

  1. “Hay muchos dominicanos preocupados por los actos de delincuencia…”
  2. “Aquí hay cinco personas nativas de la ciudad de Moca…”

 Es posible que al utilizar hay en lugar de habemos, el emisor del mensaje no se sienta incluido o se considere fuera de la acción expresada por el verbo, razón que lo impulsa a emplear la voz “habemos”. Para su satisfacción, remediar la situación o enfatizar el carácter inclusivo del ‘hay’ impersonal, entonces se recomienda acompañar esta forma verbal acompañada de otras (estamos – somos, etc.), expresada en primera persona del plural. Así, en lugar de: “Hay muchos dominicanos preocupados por los actos de delincuencia…” y “En nuestro país hay pocos políticos serios…”, bien podría decirse:

  1. “Hay muchos dominicanos que estamos preocupados por los actos delincuencia…”
  2. “Aquí hay cinco personas que somos nativas de la ciudad de Moca…”

Ello hay…

Igualmente procederemos erróneamente al usar el verbo haber cuando a la forma impersonal “hay “le anteponemos la voz neutra “ello”, tanto al afirmar como al preguntar:

 _“¿Ello hay gente ahí?

_“Sí, ello hay…” 

Semejante “fósil lingüístico”, muy característico del habla dominicana, nada aporta, nada amplía, nada aclara y nada añade al sentido de la expresado. Y su uso lo único que contribuye es a violar el Principio de Economía Lingüística. Se trata de una de las tantas “expresiones chatarra” que utilizamos los hablantes dominicanos.

En resumen, el verbo haber tiene dos usos generales: funciona como auxiliar e impersonal. En el primer caso puede utilizarse tanto en plural como en singular:

  1. Él había llegado
  2. Ellos habían llegado. 

Mientras que el segundo solo se empleará en tercera persona del singular:

  1. a) Había miles de personas…
  2. b) Habrá numerosas presentaciones artísticas…

En relación con la expresión: “habemos” y la construcción léxica “Ello hay”, conviene siempre recordar que en la actualidad una y otra se consideran verdaderos arcaísmos, razón por la cual sus usos, a todas luces, carecen de pertinencia lingüística.

 

Temas culturales

Por Miguel Collado

MUERTE DE EUGENIO MARÍA DE HOSTOS EN SANTO DOMINGO

 PHU: Volvió a Santo Domingo en 1900 a reanimar su obra. Lo conocí entonces: tenía un aire hondamente triste, definitivamente triste. Trabajaba sin descanso, según su costumbre. Sobrevinieron trastornos políticos, tomó el país aspecto caótico, y Hostos murió de enfermedad brevísima, al parecer ligera. Murió de asfixia moral.

En su obra Tras las huellas de Hostos  (1966)  Adolfo José de Hostos registra el momento exacto en que tiene lugar, en Santo Domingo, el deceso de Eugenio María de Hostos: «el 11 de Agosto de 1903, a las 111/4p.m., durante una perturbación atmosférica», como si acaso la naturaleza expresara su dolor por la muerte de quien tanto la amó. La naturaleza rugía, con rayos y truenos. Esa naturaleza expresaba su dolor por la partida del Gran Maestro.

Es desgarrador el testimonio dado sobre la muerte de Hostos por su hijo Adolfo. El es quien mejor describe los últimos instantes del padre ejemplar: Estaba yo solo, junto a su lecho de enfermo en la Estancia Las Marías, en momentos en que no se esperaba un desenlace fatal. De pronto me pareció que su cabeza se ponía enorme, los cabellos blancos caídos sobre las sienes semejaban una aureola de santo que iluminaba su rostro inmóvil. Un súbito brisote acompañado de un trueno lejano, batió las ventanas de su alcoba. Presentí el fin. Acerqué una mejilla a sus labios y me dio su último beso en tierno bosquejo. Apenas balbuceó: «¡Mi mujer, mis hijos¡»y cerró los ojos para siempre. Quedé por tan largo tiempo impresionado que, justamente el día del primer aniversario de su muerte; quedeme triste y conturbado como si hubiera cometido un pecado al oír en el vecindario el eco de una alegre cantinela. Nunca se ha apartado de mi mente la idea de que tenía necesariamente que haber auténtica grandeza en el alma de un hombre que se inmola a sí mismo por el bien de la Humanidad.

Con una pena muy honda reflejada en su mirada llorosa, Federico Henríquez y Carvajal describe la atmósfera que, al día siguiente, sirve de manto a la circunstancia funesta en que tienen lugar las honras fúnebres al Sembrador: La tarde era triste…mui triste! Llovía. La lluvia caía como lágrimas del cielo. El sol, envuelto en una clámide de nieblas, se hundía en el ocaso como si se extinguiese para siempre. La tarde era triste…mui triste! El silencio reinaba en el cementerio…Mudo, con el mutismo de la Esfinge, el cadáver de fisonomía socrática, yacía en el féretro. Mudo estaba el séquito bajo la pesadumbre del gran duelo. Muda la ciudad doliente. Muda la Naturaleza. Y es en esa tarde triste del 12 de agosto de 1903, golpeado en el hondón de su alma por la partida de su entrañable amigo, cuando Federico pronuncia aquel memorable discurso panegírico del que todavía truena la ya célebre frase: «Esta América infeliz que sólo sabe de sus grandes vivos cuando pasan a ser sus grandes muertos».  

Ahora bien, ¿de qué murió Hostos? Los médicos que lo asistieron durante los pocos días de su breve gravedad fueron connotados facultativos egresados de la Universidad de París: Francisco Henríquez y Carvajal, Arturo Grullón y Rodolfo Coiscou. Francisco fue uno de sus más leales colaboradores en su empresa transformadora del sistema educativo dominicano y en su artículo «Mi tributo», él recomienda que:  Es preciso conocer á Hostos; profundizarlo, para conocerlo; conocerlo, para encantarse en él; encantarse en él, para amarlo; amarlo, para darlo á conocer, para enseñarlo como es él en verdad; conocerlo profundamente, conocer en todo su alcance el gran poder de su mente razonadora y el noble sentimiento que lo animó, que le dio siempre una fisonomía de inacabable bondad, para, tal como es, mostrarlo al pueblo.

Grullón y Coiscou fueron sus discípulos. Conforme a la opinión profesional emitida por los tres, «el Sr. Hostos había muerto de una afección insignificante a la cual hubiera vencido fácilmente cualquier otro organismo menos debilitado y, sobre todo, menos postrado por el profundo abatimiento moral que minaba hacía algún tiempo la existencia del insigne educador».

Ese «profundo abatimiento moral»  no tan sólo socavaba su salud física, sino también su salud espiritual, su ser más profundo, sus ganas de vivir, su deseo de seguir. Y ese «mortal abatimiento» lo atribuían sus amigos más íntimos «a la desesperanza de la redención de su patria nativa, Puerto Rico [y al] rumbo proceloso y torpe por el cual impulsó la angustiosa vida de su patria adoptiva, la República Dominicana, la irreflexiva y funesta división de los elementos que dirigían el Estado a partir de la caída del Gobierno de Heureaux».

En los años iniciales del siglo XX las frecuentes revueltas armadas en las diferentes regiones del país y los conatos de guerra civil —todo producto del caudillismo imperante— fueron creando un enrarecido clima político y erosionando la vida económica de la nación dominicana de tal manera que era inevitable que sobrevinieran la inestabilidad social y el caos, y el desastre en la administración del Estado fue una consecuencia directa e inmediata: la corrupción y las intrigas surgieron como monstruos voraces en la Administración Pública. Había crisis política, había crisis moral. Y esa situación alejaba toda posibilidad de que Hostos pudiese retomar su proyecto pedagógico interrumpido en 1888 con su partida hacia Chile y poder convertir en realidad su sueño de transformar el modo de sentir y de pensar de los dominicanos fundamentados en su ideal de «forjar los espíritus en el molde de virtud que en la razón se inspira». Todo se veía oscuro, la sinrazón se imponía; el país que Eugenio María de Hostos había aprendido a amar como si fuera el suyo ya no era el mismo.

Y bajo esas circunstancias históricas sombrías es que tiene lugar la muerte de Hostos. Pero hay una circunstancia que no es ni física ni política, sino moral-espiritual, que socava la vida del preclaro antillano. Pedro Henríquez Ureña, que había sido tocado tempranamente por la magia envolvente del pensamiento hostosiano, la describe así:

Volvió a Santo Domingo en 1900 a reanimar su obra. Lo conocí entonces: tenía un aire hondamente triste, definitivamente triste. Trabajaba sin descanso, según su costumbre. Sobrevinieron trastornos políticos, tomó el país aspecto caótico, y Hostos murió de enfermedad brevísima, al parecer ligera. Murió de asfixia moral.

Ortoescritura

Por Rafael Peralta Romero

 

Casualidad o chiripa, pero aquí chepa

Se suele atribuir a los académicos, las complicaciones y aparentes dificultades que se presentan en el uso de nuestro idioma, pero no siempre son justas tales imputaciones. Más bien somos los hablantes del castellano quienes propiciamos    esos intríngulis, sobre todo en el uso de las palabras, y a los lexicógrafos no les queda otra opción que incorporar los vocablos con el valor semántico   que le ha asignado cada comunidad, entre las 21 naciones que tienen esta lengua como su sistema de comunicación.

El hecho de que el español sea hablado en tantos países, tan distantes como de Europa a las Antillas, contribuye a la diversidad léxica y la consiguiente aplicación de matices y peculiaridades que van acordes con el carácter y avatares de cada pueblo.

Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, El Salvador, España, Guatemala, Guinea Ecuatorial, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Uruguay, Perú, Puerto Rico, República Dominicana, Uruguay y Venezuela son los países que tienen como lengua oficial el español o castellano, con casi 500 millones de hablantes.

Se estima en  580 millones de personas las que hablan el español,  incluyendo países en los que se usa esta lengua en apreciable medida, como los Estados Unidos de América, donde cerca de 60 millones hablan español. En estos datos se encuentra la explicación de que tengamos dos o tres  palabras para referir el mismo objeto, situación o acción, lo cual molesta a algunas personas.En el español general tenemos la voz /casualidad/ que se define como “Combinación de circunstancias que no se pueden prever ni evitar”. En el habla dominicana esa palabra tiene un refuerzo en /chepa/. El Diccionario del español dominicano (DED)  (2013) la define de este modo: Casualidad afortunada, buena suerte.

Contamos también con la locución adverbial /de chepa/ para indicar que algo ha sucedido por casualidad, por suerte: Me encontraron de chepa, pues iba a salir.

Carambola es el nombre de una fruta, del árbol carambolo. El vocablo tiene siete acepciones en el Diccionario y les transcribo las dos últimas:  6. f. Casualidad favorable. 7. f. coloq. Doble resultado que se alcanza mediante una sola acción.  8. f. coloq. Enredo, embuste o trampa para alucinar y burlar a alguien.

El  diccionario dominicano solo define este vocablo como  “fruto del carambolo”.

Lo que no puede esperarse de un hablante dominicano es el empleo del vocablo /chiripa/ como sinónimo de casualidad. Sin embargo, el Diccionario académico recoge este término, tipificado como de origen incierto, y definido así: carambola (? casualidad favorable). Una segunda acepción refiere: En el juego de billar, suerte favorable que se gana por casualidad.

La locución adverbial /de chiripa/ ratifica el sentido de casualidad: “No perdí el tren de chiripa”. Aquí diremos: No me dejó la guagua de chepa.

Para los dominicanos, chiripa es un   empleo modesto al que se dedica poco tiempo y del que, en consecuencia, se percibe poco ingreso. El DED apunta que es un trabajo extra que le permite algún ingreso a la persona.  Ganancia pequeña.

Tanta fuerza tiene el término en el habla dominicana, que ha generado el verbo chiripear, que no es otra cosa que realizar trabajos ocasionales de poca importancia o de escasa remuneración. También el sustantivo chiripeo que es la acción y efecto de chiripear, vale decir  realización de trabajos de poca importancia o de escasa remuneración. ¿Y cómo llamar al hombre que vive del chiripeo?  Pues, chiripero. Funciona como sustantivo y otras veces como adjetivo. Se dice de la persona que no tiene trabajo fijo y se dedica a tareas ocasionales y de poca importancia. Ya ve usted, quién crea los intríngulis.

 

JOSÉ MÁRMOL Y LA POESÍA EN RD: TRADICIÓN Y RUPTURA

7/08/2021

En otro artículo, he comentado seis ensayos de José Mármol en torno a problemas filosóficos de nuestro tiempo: identidad, modernidad, posmodernidad, lo virtual, lo real, verdad y posverdad. Están incluidos en el volumen Paradoja identitaria y escritura poética, perteneciente a la Colección Ergo de Literatura Dominicana Contemporánea, 2021.

En esa misma publicación aparecen los ensayos titulados “Poesía y diversidad en un mundo globalizado” y “Tradición y ruptura en la poesía de los siglos XX y XXI. Dinámica de sus movimientos”.

El primero de estos trabajos viene revestido de persistente sabor filosófico, porque se trata de una visión desde esa óptica la que emplea el autor. De inicio, plantea que la poesía es la máxima expresión estética de la lengua. Por esa razón considera que, al hablar de poesía, ya se habla de diversidad.

Mármol afirma que la poesía, por su capacidad de expresividad, “constituye una poderosísima herramienta de comunicación social, siendo al mismo tiempo, una de las más admiradas e inmanentes manifestaciones de la literatura, y también del habla popular, en todos los tiempos y en todas las culturas”. (pág.156).

Hay en la poesía una relación pensamiento-sentimiento que conduce al autor del ensayo a explicar que la poesía evoca su concreción en el poema como hecho de lenguaje, como un concreto de pensamiento, a lo que se agrega  la condición subjetiva de concreto sentimiento. Para concluir, Mármol destaca la poesía como un acto verbal de libertaria resistencia frente a las injusticias: “Más allá de los conflictos de todo género, de las pugnas supremacistas de las lenguas, las culturas y las naciones, y de las amenazas globales, estamos en el deber de defender la vigencia de la poesía, en su calidad de la más elevada expresión estética de una lengua…” (pág.163). El octavo y último ensayo contenido en el libro que les comento trata de la trayectoria del quehacer poético dominicano, tomando en cuenta movimientos, tendencias, rupturas y cambios que hayan incidido en la forma de la poesía. Mármol estima compleja la relación de ruptura en la tradición poética y por igual asegura que hay una tradición de rupturas. “Esta dinámica afinca sus fundamentos originales en la asimilación y rechazo de los ismos en boga, especialmente en Europa, en el siglo XIX”.

Después de la impronta dejada por el modernismo, filosofía poética liderada por el nicaragüense Rubén Darío, primer ismo que influyó en nuestras letras, entrado  el siglo XX,  se presentará “el mosaico” de ideas, movimientos, rupturas y otros fenómenos que imprimieron en la poesía dominicana una dinámica cuya herencia hoy -siglo XXI- vivimos. Aunque le cuelga el adjetivo “cuestionado”, Mármol señala el vedrinismo (1912) como el punto de partida, en orden cronológico, de los cambios en la poesía dominicana.

A este le siguen el postumismo (1918-21), el grupo Los Nuevos (1936), los Independientes del 40, la Poesía Sorprendida (1943), Generación del 48, Generación del 60, Joven poesía o Poesía de posguerra, Independientes del 70, grupo Y punto (1970), pluralismo (1974), generación del 80 y los talleres literarios, el interiorismo (1990 hasta la actualidad) y el contextualismo (1993). “Las ideas de estos ismos y posturas estéticas individuales o generacionales -sostiene Mármol- van a ser asimiladas o rechazadas por los jóvenes poetas que gravitarán en la primera y segunda décadas del siglo XXI” (pág. 170).

Hay mucho que ver en este ensayo para conocer el devenir de la creación poética en República Dominicana, cuya dinámica ha permitido “…el eterno retorno de la tradición en la ruptura y la ruptura dentro de la tradición”. El autor recalca este concepto con un juicio categórico: “Así tiene lugar la convergencia en la divergencia en la evolución poética dominicana”. (pág. 186).

LOS “RESTOS MORTALES” Y OTROS PLURALES 

14/08/2021

El apreciado amigo y escritor Víctor Escarramán ha dirigido una comunicación a esta columna cuyo texto se transcribe a continuación: Estimado columnista, escritor y amigo. Ante todo, aspiro a que su vida y la de familia discurran en salud y paz en este tiempo pandémico que nos gastamos. Le escribo para plantear una inquietud, dada su especialidad en el conocimiento de la lingüística y en su interés en la promoción del mejor español académico y del español dominicano, que semanalmente promueve en su columna Orto-escritura.

Me activa la curiosidad escuchar y leer reiteradas veces en medios de comunicación y en los hablantes, el uso del plural, cuando se van a referir al proceso de sepultura de un fallecido.  Y es que, se ha convertido en un canon la expresión: sus restos—se refieren al muerto—serán sepultados el día ZZ, a las XX: 00 horas, en el cementerio YYYY. YYYY.

La inquietud brota con la parte “sus restos”, como refiriendo que el cadáver no es uno, sino un conjunto de restos (partes) del mismo cadáver del mismo cuerpo. Es conocido que el cuerpo con su cabeza, tronco y extremidades es uno, donde cada órgano es parte complementaria de ese cuerpo que forma esa unidad. En la forma en que se enuncia, semeja que al momento del fallecimiento alguien había descuartizado el cuerpo: extrayéndole el corazón (un resto), separando la cabeza, otro, extirpando los pulmones; le habrían cortado las piernas, los brazos, etc. Entonces, si el cuerpo humano, aunque es un conjunto de órganos, al momento del fallecimiento es una unidad monolítica, que será sepultada como un solo, el cuerpo de la persona ¿De dónde nace la necesidad de pluralización “sus restos serán sepultados” en vez de, “su cuerpo o el cuerpo será sepultado”? Atento a sus comentarios, afectuosos saludos, Víctor Escarramán.

Plurales inherentes

La misiva del doctor Escarramán ha motivado las siguientes acotaciones, fundamentadas en el acápite 3.8 de la Nueva gramática de la lengua española (NGLE), titulado “Preferencias morfológicas o léxicas por el singular o por el plural”.

Algunos nombres solo se usan en singular (singulariatamtum). El singular “es parte esencial de su significado”. Los académicos los llaman “Singulares y inherentes”, y entre ellos entran: caos, grima, salud, sed y tino… y debería entrar el vocablo /gente/, el cual dice más en singular que en plural.

La palabra /cariz/ se considera de ese grupo, pero de acuerdo a la morfología puede pluralizarse en carices, como matices, de matiz.

Los nombres no contables deben asimilarse a los singulares inherentes. En algunos países como México y España pluralizan palabras como fútbol, baloncesto o electricidad. Pero no es propio de todos los hablantes de nuestra lengua.

Como hay singulares inherentes, tenemos los plurales inherentes, que es el tema de nuestro comentario: albricias, fauces, arras, exequias, funerales, bodas, provisiones (no se cuentan las provisiones) ¿y las exequias cuántas son?

Todos los sustantivos en plural no conllevan cuantificación. Mire estos casos: apuros, calamidades, tinieblas. Nadie dirá un numeral para estos plurales. Creo que ese fenómeno se ha dado con el sustantivo /resto/ y su plural /restos/. Lo mismo ocurre con los escombros. Digamos que se derriban dos edificios contiguos y lo que queda es escombros, pero si se cayera el del frente se hablará también de los escombros.

Ahora quiero citar la Gramática: “Son muy numerosas las expresiones idiomáticas que contienen sustantivos usados solo en plural. Entre las nominales pueden mencionarse artes marciales, cuidados intensivos, frutos secos, ejercicios espirituales. Son también muy numerosas las locuciones preposicionales adverbiales y adjetivas que incluyen un sustantivo plural”. (NGLE, 2009, página 173).

 

DESVELAR Y DEVELAR, PERO NO DESVELIZAR

21/08/2021

Es una duda recurrente, cíclica podría decirse. Los escritores J. Agustín Concepción, Max Uribe y Rafael González Tirado tuvieron que responder muchas consultas de los medios de comunicación para indicar la palabra correcta al denominar la acción de descubrir algo que permanecía oculto o tapado.

La abundancia de casos se encuentra al descubrir un retrato, una tarja o un busto, ceremonia que implica retirar un paño con el que se suele cubrir el objeto de que se trate para darlo por inaugurado, instalado o colocado. Pero hay un detalle: nadie emplea en estas situaciones los verbos inaugurar, instalar o colocar, pues el preferido -y es válido- es desvelar.

El verbo /desvelar2/ aparece con dos entradas en el Diccionario académico, y supongo que en los demás. En cada caso la palabra aparece con un numerito, como se usa en matemática cuando una cifra se eleva a una potencia dada. En lingüística ese numerito se llama superíndice.

La  primera vez que aparece /desvelar1/ trae como significado lo siguiente: 1. tr. Impedir el sueño a alguien, no dejarlo dormir. U. t.c.prnl. Si tomo café, me desvelo con mucha facilidad.2. prnl. Poner gran cuidado y atención en lo que se tiene a cargo o se desea hacer o conseguir.

La segunda vez, con el número dos “elevado”, y que es otra palabra, aunque se escriba igual que la anterior, significa: 1. tr. Descubrir algo oculto o desconocido, sacarlo a la luz. Desveló el nombre del ganador. U. t. c. prnl.2. tr. Am. Quitar el velo que cubre algo. Desvelar el rostro,  un retrato, una placa conmemorativa.

Como puede verse, en la segunda palabra es que está lo que hacemos cuando dejamos descubierta una escultura, una efigie o la placa que identifica un edificio. El significado se extiende a elementos no físicos que han sido descubiertos: complot, plan, fraude, amoríos.

La palabra /velo/, de la que se ha formado el verbo desvelar (des  y velar) tiene trece acepciones, la primera de las cuales es  “Cortina o tela que cubre algo”. Son muchos los vocablos del español formados a partir de agregar el prefijo /des/ a otra palabra para indicar negación o significado contrario al de la palabra base: deshonra, despegar, deshielo, desabastecimiento, desalambrar…

¿Y qué pasa con el verbo /develar/ que ha perdido la/s/ del prefijo des? Develar procede del latín  develare que también significa  ‘descubrir’, ‘levantar el velo’. No obstante, el Diccionario refiere al verbo desvelar2, Eso significa que  prefiere este  último. De modo que tanto se desvela una tarja como se devela, pero es preferible la primera.

Ya ven que son dos verbos y los correspondientes derivados (desvelado, desvelamiento; develado, develamiento…). Lo malo es que la fuente para engrosar la duda no se detiene ahí, pues el desconocimiento de la forma estándar parió dos verbos terminados en -izar, que se inventan cuando la necesidad lo impone o cuando se desconoce el término ya establecido en nuestra lengua.

Al verbo /desvelar/ se le ha pegado, a fuerza de repetición, el hijo bastardo /desvelizar/. Los académicos de la lengua le atribuyen la creación a Guatemala, Nicaragua y República Dominicana.

Por si fuera poco, el indeseado develizar genera – o degenera- a develizar, atribuido en el Diccionario de la lengua española a Nicaragua y República Dominicana.

Quizá este artículo haya descorrido o quitado el velo para descubrir el origen de las dudas recurrentes respecto del verbo a emplear para denominar esa acción. En buen castellano es preferible desvelar. Lo otro… bueno.

Temas idiomáticos

Por María José Rincón

 

ALUZAR EL CAMINO 

Lo más gratificante de la divulgación es siempre la respuesta. Tras la publicación de «Cifras y letras», la Eñe de la semana pasada, recibí un delicioso mensaje de Jocabed, una lectora de 10 años, en el que me dice que es una de las columnas que más le ha gustado y que su madre siempre la anima a leerlas para que practique la lectura.

Los que nos dedicamos a la investigación y al estudio solemos poner el acento en verbos como buscar, analizar, revisar, probar, descartar, deducir, plantear, publicar… Demasiado a menudo olvidamos que, mientras hacemos todo esto, hay otro verbo que debemos poner en marcha: divulgar. Nuestra responsabilidad como investigadores es compartir con los demás nuestra experiencia, nuestro trabajo y también los conocimientos que de ellos obtenemos, con rigor y, si fuera posible, con cercanía. Y por investigadores me refiero a los de todos los campos del saber científico, incluidas las humanidades y, entre ellas, por supuesto, las ciencias del lenguaje, que es lo que a mí me toca.

La divulgación del conocimiento nos hace recordar que el saber no es para atesorarlo en una pequeña urna como si fuera una reliquia; el saber solo tiene sentido si se comparte y ayuda a mejorar nuestro entorno, a encender pequeñas chispas que alucen (mira, Jocabed, qué hermosa palabra, dedicada especialmente para ti) el camino de otros.

Les parecerá a veces que no hay nadie siguiendo ese camino. Pero habrá un día en el que reciban un mensaje como el que yo he recibido de Jocabed y comprendan que la divulgación del conocimiento es un merecido homenaje a aquellos gigantes sobre cuyos hombros nos subimos para que nuestra mirada llegue más lejos, pero también un mensaje de esperanza para aquellos que, como Jocabed, serán gigantes algún día.

 

SIEMPRE SERÁ EL PRIMERO 

No todos los días la labor de investigación filológica salta de las páginas de las revistas científicas para colarse en las de la prensa. Un hallazgo lexicográfico extrordinario, publicado por la medievalista argentina Cinthia María Hamlin, ha traspasado las páginas del primer Boletín de la Real Academia Española de este año. La investigadora se topó casi por casualidad con dos folios de un incunable que, gracias a su labor de datación, sabemos que fue impreso en Sevilla cerca de 1492 y que se trata del primer vocabulario romance-latín que llegó a la imprenta. Sus pesquisas van más allá y proponen como su autor al cronista, historiador y traductor Alfonso Fernández de Palencia, quien había publicado en 1490 el Universal Vocabulario, con el que el incunable ahora encontrado guarda una estrecha filiación lexicográfica.

Se trata de un vocabulario, que el autor dedica a la reina doña Isabel, que registra palabras en español y ofrece para ellas su equivalente latino: «He copilado de todos los más vocablos que pudo nuestro trabajo alcanzar, poniéndolos en orden de A, B, C y dado a cada vocablo castellano un vocablo latino, o los que según nuestro juicio entendimos ser más acomodados». Confirmado el descubrimiento, adelantaría unos años al que hasta ahora se consideraba el primero en su género, el Diccionario latino-español de Elio Antonio de Nebrija, publicado en Salamanca en torno a 1494.

Aunque a las puertas del año de conmemoración del quinto centenario de la muerte de Nebrija este feliz acontecimiento filológico le arrebata la primacía lexicográfica, seguiremos venerando al sevillano por ser autor de la primera gramática de nuestra lengua y, por supuesto, para nosotros siempre será el primero que registró una palabra taína en un diccionario de lengua española.

 

EN LA PUNTA DE LA LENGUA 

Apreciar las cualidades de lo que nos rodea forma parte de la vida; percibir aquello que distingue nuestro entorno, que le da su carácter, y saber expresarlo nos relaciona con el mundo. Puede parecerles que estoy elucubrando, pero imaginen qué haríamos si la lengua no nos permitiera hablar de esas cualidades. ¿Cómo diríamos que algo está frío o es grande o que alguien es ingenioso, exigente o adorable? No hay que alarmarse, para referirnos a las cualidades la lengua española nos brinda un extraordinario repertorio de adjetivos calificativos cargados de matices para que no se nos escape ni un detalle del mundo.

Además, la lengua nos permite graduar el adjetivo para expresar en qué medida está presente esa cualidad; si algo está friísimo o es muy intenso, si alguien es cada día más ingenioso, menos exigente o sigue siendo tan adorable como siempre. Como bien nos explica la Nueva gramática de la lengua española, el adjetivo puede expresarse en tres grados: positivo, comparativo y superlativo.

Cuando usamos el adjetivo tal cual, sin modificadores de grado, expresamos la cualidad de una forma neutra (una mañana fría, un dolor intenso, un comentario ingenioso). Si recurrimos al grado comparativo, podemos expresar la superioridad (más ingenioso que), la inferioridad (menos exigente que) o la igualdad (tan adorable como). Si de lo que se trata es de expresar la cualidad en su grado más alto, entonces hay que echar mano del superlativo (una mañana friísima, un dolor intensísimo, un comentario muy ingenioso).

Este abanico de grados de intensidad se suma al abundante caudal de adjetivos de la lengua española y a la riqueza de matices propios de cada adjetivo y nos pone el mundo en la punta de la lengua. ¿Me acompañan a saborearlo?

 

CUALIDADES SUPERLATIVAS

Después de unas semanas compara que te compara, hemos llegado a ese momento en el que lo que necesitamos es indicar que una cualidad está presente en una medida muy elevada. Para eso la gramática nos permite expresar el adjetivo en grado superlativo.

Si queremos dar a entender que una persona o una cosa posee una cualidad en mayor grado en comparación con el resto, necesitamos un superlativo relativo: el más hermoso de todos, la menos lenta de las corredoras. En cambio, si la intención es referirnos a una cualidad que se manifiesta en un grado muy destacado sin necesidad de establecer una comparación, necesitamos un superlativo absoluto. Para construir un superlativo absoluto tenemos dónde elegir. Podemos recurrir al adverbio muy (muy aburrido, muy profunda) o al sufijo -ísimo (aburridísimo, profundísima). Existe, además, la posibilidad de incluir otros matices aprovechando ciertos adverbios en -mente que expresan intensidad: sumamente caro, extremadamente picante, intensamente azul. Pero aún hay más opciones; las que nos proporcionan aquellos prefijos que aportan un matiz intensificador (mega-, hiper-, super-, requete-, archi-); no los encontrarán en el diccionario, porque se construyen según la necesidad, pero no duden en usarlos, aunque la mayoría estén reservados al registro coloquial: megabarato, hiperfrío, superfamoso, requetepesado, archisensible.

En el español dominicano tenemos el precioso sufijo –(n)ingo, que expresa el grado superlativo. Solo lo encontramos en algunas palabras, pero no me resisto a recordarlo aquí: nueveciningo ‘muy nuevo’, soliningo ‘muy solo’, azuliningo ‘de color azul intenso’, chininingo o chirriningo ‘muy pequeño’, blandiningo ‘muy blando’.

La historia literaria dominicana se inicia con Leonor de Ovando en el siglo XVI

Por Miguel Collado                       

 

La historia literaria y la otra historia —la referida a los acontecimientos y hechos registrados en el pasado, los cuales nos revelan lo que ha sido el desarrollo de un pueblo, de una colectividad humana— caminan parejamente, atravesadas ambas por el imponente tiempo y por las acciones del hombre. Del tiempo se nutren; él marca su ritmo. Una nos ayuda a explicar la otra. © 2021, Miguel Collado

«La historia literatura dominicana se inicia con el nombre de Colón…». Con esta mentira histórica el historiador literario Joaquín Balaguer emprende su estudio sobre la historia literaria dominicana. Incluso le dedica ocho páginas (retrato incluido) a Cristóbal Colón abriendo su Historia de la literatura dominicana, ganadora del Premio Nacional de Obras Didácticas en 1956, otorgado por la Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos (SEEBAC). Y analiza, incluso, el estilo literario del navegante aventurero, empeñado en demostrar que su afirmación citada responde a una verdad que solo existe en su pasión hispanófila: «Si lo que caracteriza el estilo poético es la expresión de las ideas por medio de tropos y figuras, ninguno más lleno de poesía que el del Primer Almirante. Todo lo describe Colón por medio de imágenes y con lujo de metáforas tan precisas como deslumbradoras. […] Su estilo llega a veces al borde de lo patético»⁽¹⁾.

Esa distorsión en la historia literaria dominicana se ha venido repitiendo por más de un siglo: desde que Pedro Henríquez Ureña publicara en 1917 su ensayo «Literatura dominicana»⁽²⁾. A partir de sus posteriores y autorizados estudios sobre las letras coloniales ha sido constante la difusión en las aulas universitarias y en las escuelas públicas del país, la creencia de que los primeros escritores americanos fueron los cronistas españoles. ¡Grave error!  El ilustre humanista dominicano —que tempranamente también dio muestras de admiración hacia la cultura española— es quien por primera vez plantea la tesis de que con Cristóbal Colón se inicia la historia literaria dominicana: «El diario de Colón, que conservamos extractado por el padre Las Casas, contiene las páginas con que tenemos derecho de abrir nuestra historia literaria, el elogio de nuestra isla que comienza: “La Española es maravilla…”»⁽³⁾. Casi veinte años después el Maestro de América ratifica casi textualmente su tesis en su ya clásica obra La cultura y las letras coloniales en Santo Domingo (1936): «El diario de COLÓN, que conservamos extractado por Fray Bartolomé de Las Casas, contiene las páginas con que tenemos derecho de abrir nuestra historia literaria, el elogio de nuestra isla…»⁽⁴⁾.

Henríquez Ureña, para sostener su propuesta, cita fragmentos del diario escrito por el Almirante de la mar Océana: Es tierra toda muy alta… Por la tierra dentro muy grandes valles, y campiñas, y montañas altíssimas, todo a semejaza de Castilla… Un río no muy grande… viene por unas vegas y campiñas, que era maravilla ver su hermosura… (7 de diciembre de 1492). La Isla Española… es la más hermosa cosa del mundo… (11 de diciembre). Estaban todos los árboles verdes y llenos de fruta, y las yervas todas floridas y muy altas, los caminos muy anchos y buenos; los ayres eran como en abril en Castilla; cantava el ruyseñor… Era la mayor du1çura del mundo. Las noches cantavan algunos paraxitos suavemente, los grillos y ranas se oían muchas… (13 de diciembre). Y los árboles de allí.., eran tan viciosos, que las hojas dexavan de ser verdes, y eran prietas de verdura. Esa cosa de maravilla ver aquellos valles, y los ríos, y buenas aguas, y las  tierras para pan, para ganados de toda suerte…, para güertas y para todas las cosas del mundo qu’el hombre sepa pedir… (16 de diciembre). En toda esta comarca ay montañas altíssimas que parecen llegar al cielo.., y todas son verdes, llenas de arboledas, que es una cosa de maravilla. Entremedias d’ellas ay vegas muy graciosas… (21 de diciembre). En el mundo creo no ay mejor gente ni mejor tierra. Ellos aman a sus próximos como a sí mismos, y tienen una habla la más dulce del mundo, y mansa, y siempre con risa… (25 de diciembre)⁽⁵⁾.

Con lo que sí estamos de acuerdo —y que no es una fantasía— es con la descripción que Pedro nos ofrece del ambiente cultural y literario que existía en ese momento histórico, casi inmediatamente posterior al descubrimiento en la isla Española:  Había muchos poetas en la colonia, según atestiguan Juan de Castellanos, Méndez Nieto, Tirso de Molina. Desde temprano se escribió, en latín como en español. Y desde temprano se hizo teatro. Gran número de hombres ilustrados residieron allí, particularmente en el siglo XVI: teólogos y juristas, médicos y gramáticos, cronistas y poetas. Entre ellos, dos de los historiadores esenciales de la conquista: Las Casas y Oviedo; dos de los grandes poetas de los siglos de oro: Tirso y Valbuena, uno de los grandes predicadores: Fray Alonso de Cabrera; uno de los mejores naturalistas: el P. José de Acosta; escritores estimables como Micael de Carvajal, Alonso de Zorita, Eugenio de Salazar. Hubo escritores de alta calidad, como el arzobispo Carvajal y Rivera, que se nos revelan a medias, en cartas y no en libros. Cuál más, cuál menos, todos escriben —todos los que tienen letras— en la España de entonces: la literatura “es fenómeno verdaderamente colectivo, —dice Altamira—, en que participa la mayoría de la na-ción». Pero España no trajo sólo cultura de letras y de libros: trajo también tesoros de poesía popular en romances y canciones, bailes y juegos, tesoros de sabiduría popular, en el copioso refranero⁽⁶⁾.

Indudablemente, era un ambiente propicio para la creación literaria y como lógicas habría que entender las conocidas influencias literarias en los nacidos en la Isla, considerados «criollos».

Ahora bien, sí es una fantasía la afirmación hecha por Henríquez Ureña en 1917 y asumida como verdad por Balaguer en 1956, pues Colón no era ni literato ni historiador. Era un navegante europeo escribiendo, muy distante de su patria adoptiva (España), sobre una nueva realidad —un mundo nuevo para sus ojos aventureros— y rindiendo informes de navegación que constituían parte de los deberes de los capitanes: eran las singulares bitácoras de navegantes en el medioevo. El crítico literario Manuel Mora Serrano, al referirse a Colón, lo explica así: «Aparece en nuestra historia literaria por las cartas que escribió a los Reyes Católicos y a su protector Luis de Santángel, donde les da noticias de sus descubrimientos, y por las anotaciones de su cuaderno de bitácora acerca de su extraordinario y accidentado viaje; estas notas […] son obligación de todo capitán de navío»⁽⁷⁾. Es decir, no hubo una intención estética o artística en Colón: solo el impulso de cumplir con una rutina propia de hombre de mar.

Colón ni siquiera era español, pues había nacido en Italia en octubre de 1451. Es decir, no había nacido en la Isla, por lo que tampoco era un «criollo». Era una especie de Francis Drake: otro con patente de corso, pero al servicio de la corona española; era un invasor: ¿un pirata buscando tesoros, posesiones? Todos los soldados y exploradores que lo acompañaban, aturdidos por la sed de aventura, perseguían ese mismo propósito, muy distante del espíritu «evangelizador» enarbolado por los religiosos que arribarían a la Isla después, cuando ya los actos de barbarie habían dejado sus huellas en el indefenso pueblo aborigen.

Paradójicamente, al referirse a los primeros escritores nacidos en Santo Domingo Henríquez Ureña no menciona a Colón y afirma lo siguiente: «Y hubo de ser Santo Domingo el primer país de América que produjera hombres de letras […]. Dominicanos son, en el siglo XVI, Arce de Quirós, Diego y Juan de Guzmán, Francisco de Liendo, el P. Diego Ramírez, Fray Alonso Pacheco, Cristóbal de Llerena, Fray Alonso de Espinosa, Francisco Tostado de la Peña, Doña Elvira de Mendoza y Doña Leonor de Ovando, las más antiguas poetisas del Nuevo Mundo»⁽⁸⁾.

Tres de esos escritores merecen ser destacados: Cristóbal de Llerena (1541-1626), Leonor de Ovando (1544-¿1610/1615?) y Francisco Tostado de la Peña (¿1530?-1586).  Los dos primeros por ser los antecedentes más lejanos en el tiempo de las letras dominicanas en los géneros teatro y poesía, respectivamente; el último, por haber sido el primer poeta nacido en la Isla y por la circunstancia trágica en que fue alcanzado por la muerte a causa del ataque sufrido por la ciudad de Santo Domingo por parte del pirata Francis Drake en enero de 1586. En Llerena y en Tostado de la Peña nos hemos detenido en ensayos separados ya publicados: «Del primer texto dramático de la literatura dominicana (1588)» y «Del primer poeta de la literatura dominicana: Francisco Tostado de la Peña». Llerena también era poeta.

De Leonor de Ovando, Marcelino Menéndez y Pelayo salva cinco sonetos al recogerlos, «como curiosidad bibliográfica», en su Historia de la poesía de hispano-americana⁽⁹⁾:

  1. «En respuesta a uno de Eugenio de Salazar»;
  2. «De la misma señora al mismo en la Pascua de Reyes»;
  3. «De la misma señora al mismo en respuesta de uno suyo»;
  4. «De la misma señora al mismo en respuesta de otro suyo»; y
  5. «De la misma señora al mismo en respuesta de otro suyo sobre la competencia entre las monjas bautistas y evangelistas».

A continuación, transcribimos el primero de esos sonetos:

 

En respuesta a uno de Eugenio de Salazar 

El niño Dios, la Virgen y parida, 

el parto virginal, el Padre eterno, 

el portalico pobre, y el invierno 

con que tiembla el auctor de nuestra vida, 

sienta (señor) vuestra alma y advertida 

del fin de aqueste don y bien superno, 

absorta esté en aquel, cuyo gobierno 

la tenga con su gracia guarnecida. 

Las Pascuas os dé Dios, qual me las distes 

con los divinos versos de essa mano; 

los quales me pusieron tal consuelo, 

que son alegres ya mis ojos tristes, 

meditando bien tan soberano, 

el alma se levanta para el cielo.

 

El insigne filólogo español, dando constancia de su honestidad intelectual, indica su fuente: «Debemos la noticia de ella y el conocimiento de algunos de sus versos al inestimable manuscrito de la Silva de Poesía, compuesta por Eugenio de Salazar, vecino y natural de Madrid, que se guarda en nuestra Academia de la Historia, y que tuvimos ocasión de mencionar tratando de Méjico»⁽¹⁰⁾. Y da más detalles sobre su hallazgo literario: […] nos hace conocer varias composiciones de la ingeniosa poeta y muy religiosa y observante D.ª Leonor de Ovando, profesa en el Monasterio de Regina de La Española, de quien se declara muy devoto y servidor , y a quien dedica cinco sonetos en fiestas de Navidad, Pascua de Reyes, Pascua de Resurrección, Pascua de Pentecostés y día de San Juan Bautista, contestándole la monja con otros tantos, no menos devotos que corteses, y a veces por los mismos consonantes que los del Oidor⁽¹¹⁾.

Son textos escritos durante diálogos literarios sostenidos por la poetisa con el escritor español Eugenio de Salazar (1530-1602), quien los compila en su obra citada por Menéndez y Pelayo, editada, tardíamente, en 2019⁽¹²⁾. Salazar había sido «nombrado en 19 de julio de 1573 Oidor de Santo Domingo, donde permaneció hasta 1580, en que ascendió a Fiscal de la Audiencia de Guatemala»⁽¹³⁾. Por lo que habría que ubicar la producción poética de Leonor de Ovando entre 1573 y 1580.

Menéndez y Pelayo también rescata los versos sueltos de Ovando transcritos más abajo, que «aún llenos de asonancias, como era general costumbre en el siglo XVI y lo es todavía entre los italianos, no me parecen despreciables, y siquiera por lo raro del metro en la pluma de una monja, deben conservarse»⁽¹⁴⁾. Dice el célebre humanista:

 

Versos sueltos de la misma señora al mismo 

Qual suelen las tinieblas desterrarse 

Al descender de Phebo acá en la tierra, 

Que vemos aclarar el aire obscuro, 

Y mediante su luz pueden los ojos 

Representar al alma algún contento, 

Con lo que pueda dar deleyte alguno: 

Assí le acontesció al ánima mía 

Con la merced de aquel ilustre mano, 

Que esclareció el caliginoso pecho, 

Con que puede gozar de bien tan alto, 

Con que puede leer aquellos versos 

Dignos de tan capaz entendimiento, 

Qual el que produció tales conceptos. 

La obra vuestra fué; mas el moveros 

A consolar un alma tan penada, 

De aquella mano vino, que no suele 

Dar la nïeve, sin segunda lana; 

Y nunca da trabajo, que no ponga 

Según la enfermedad la medicina. 

Assi que equivalente fué el consuelo 

Al dolor, que mi alma padescía 

Del ausencia de prendas tan amadas. 

Seys son las que se van, yo sola quedo; 

El alma lastimada de partidas, 

Partida de dolor, porque partida 

Partió, y cortó el contento de mi vida, 

Cuando con gran contento la gozaba: 

Mas aquella divina Providencia, 

Que sabe lo que al alma le conviene, 

Me va quitando toda la alegría, 

Para que sepáys que es tan zeloso, 

Que no quiere que quiera cosa alguna 

Aquel divino esposo de mi alma, 

Sino que sola a él sólo sirva y quiera, 

Que solo padesció por darme vida; 

Y sé que por mí sola padesciera 

Y a mí sola me hubiera redimido, 

Si sola en este mundo me criara. 

La esposa dice: sola yo a mi amado, 

Mi amado a mí. Que no quiero más gente. 

Y llorar por hermanos quien es monja, 

Sabiendo que de sola se apellida: 

No quiero yo llorar, más suplicaros 

Por sola me veáys, si soys servido; 

Que me edificaréys con escucharos⁽¹⁵⁾.

 

De lo anterior cabe deducir que Leonor de Ovando no tan solo es la primera mujer de letras en la historia literaria dominicana sino, también, de todo el continente americano. Confirmada queda esta aseveración en las palabras de Marcelino Menéndez y Pelayo cuando dice: «[…] en el XVI, en que la ruina de la colonia no se había consumado aún, no dejó la isla de ser honrada alguna vez por los favores de las musas, y tuvo desde luego la gloria de que en su suelo floreciese la primera poetisa de que hay noticia en la historia literaria de América»¹⁶.  Sobre Francisco Tostado de la Peña, Menéndez y Pelayo también encuentra noticia en la Silva de poesía de Salazar. Pero el historiador literario español no lo favorece con su juicio crítico: «trae un soneto tan malo que no vale la pena de ser transcrito, aunque Salazar le llame en la contestación “heroico ingenio del sutil Tostado”»⁽¹⁷⁾. Sin embargo, desde nuestra perspectiva de bibliógrafo ese soneto de Tostado de la Peña sí tiene su valor histórico-documental, por lo que lo transcribimos a continuación, acudiendo a Henríquez Ureña: Soneto de bienvenida al oidor Eugenio de Salazar, al llegar a Santo Domingo:

 

Divino Eugenio, ilustre y sublimado, 

en quien quanto bien pudo dar el cielo 

para mostrar su gran poder al suelo 

se halla todo junto y cumulado: 

 

de suerte que si más os fuera dado 

fuera más que mortal el sacro velo 

y con ligero y penetrable vuelo 

al summo choro uviérades volado: 

 

Vuestra venida tanto desseada 

a todos ha causado gran contento, 

según es vuestra fama celebrada; 

 

y esperan que de hoy más irá en aumento 

esta famosa isla tan nombrada, 

pues daros meresció silla y asiento⁽¹⁸⁾.

 

Ese soneto fue copiado por el filólogo y ensayista judío-venezolano Ángel Rosenblat directamente del manuscrito de la Silva de poesía, de Eugenio de Salazar, que, al momento de ser rescatado por Pedro, se encontraba en la Academia de Historia de Madrid. Es lo que informa el excelso humanista dominicano en nota al pie de la pieza poética de Tostado de la Peña. Rosenblat fue un discípulo aventajado de Pedro y de Amado Alonso en la Universidad de Buenos Aires.

Es importante consignar que en su obra citada, Menéndez y Pelayo reconoce la importancia histórica de la literatura producida en la isla Española, pero solo por ser un acontecimiento histórico primigenio, no por su valor estético inicial en sí: «La isla Española, la Primada de las Indias, […] no puede ocupar sino muy pocas páginas en la historia literaria del Nuevo Mundo. Y, sin embargo, la cultura intelectual tiene allí orígenes remotos, inmediatos al hecho de la Conquista […]»⁽¹⁹⁾. ¡Y tiene razón ese respetable erudito español! Es que era el nacimiento de una nueva cultura, que habría de evolucionar con el tiempo, y el desarrollo de la creación literaria, al igual que las demás manifestaciones artísticas, recibiría su impulso luego de iniciado el período de la Conquista.  Apelando a la verdad histórica, podemos afirmar que la poetisa Leonor de Ovando con sus poemas y el dramaturgo Cristóbal de Llerena con su entremés, ambos en la segunda mitad del siglo XVI, representan el antecedente más remoto del nacimiento de la literatura dominicana, no el Almirante Cristóbal Colón con su Diario de navegación (1492-1493).

 

Sor Leonor de Ovando emerge en la temprana fecha del siglo XVI como la autora de los primeros poemas escritos en la América hispana. Con sonetos de aliento místico, esta monja encarna la primera voz poética de La Española, cuya lírica inaugura la creación mística y poética en la literatura dominicana y en las letras continentales⁽²⁰⁾

[…] 

Como poeta, Leonor de Ovando es producto del desarrollo cultural del siglo XVI, que en la base de su cosmovisión se apreciaba la cultura académica como expresión del desarrollo personal y social. 

[…] 

Esta poeta y religiosa dominicana cultivó la poesía mística con hondura conceptual y belleza expresiva. Es decir, la poeta dominicana sor Leonor de Ovando se anticipa a la poeta mexicana sor Juan Inés de la Cruz en la creación de sus devaneos líricos desde la celda de un convento colonial. 

[…] 

La poesía de sor Leonor de Ovando no solo representa la primera manifestación lírica de una autora nacida, criada, desarrollada y establecida en la Española del siglo XVI, sino la primera expresión de la lírica mística en la literatura dominicana, lo que se corresponde con la tendencia de la espiritualidad mística, que fraguó la sustancia de la tradición espiritual de la literatura española⁽²¹⁾.

 

Finalmente, debemos abordar, así sea panorámicamente, el tema de la tesis sustentada por el historiador literario dominicano Abelardo Vicioso en torno a los orígenes de la literatura dominicana. Vicioso los sitúa en el siglo XVII, para lo cual se basa en la teoría histórica sobre la noción de período del ensayista y poeta Pedro Mir, quien sostiene que: «Las raíces más remotas del pueblo dominicano, se detectan a principios del Siglo XVII. En ese momento es preciso situar, pues, el comienzo propiamente dicho de la HISTORIA DE LA REPÚBLICA DOMINICANA, en cuanto historia del pueblo dominicano»⁽²²⁾. Mir justifica su tesis partiendo de un hecho histórico: las devastaciones ordenadas por la corona española y llevadas a cabo durante el gobierno de Antonio de Osorio, en la banda norte de Santo Domingo, durante los años de 1605 y 1605, las cuales dieron lugar a la formación, al pasar el tiempo, de dos pueblos distintos: el dominicano en la parte oriental de la Isla y el haitiano en la parte occidental.

De ahí es que el profesor Abelardo Vicioso parte para afirmar lo siguiente: «Por tanto, habría que partir de esa época a la hora de rastrear los orígenes de la literatura dominicana, con lo que dejaríamos fuera de ella toda la producción literaria del siglo XVI en nuestra isla»⁽²³⁾.  Y luego agrega que como consecuencias de dichas devastaciones «la población isleña, principalmente la pudiente, emigró en masa para no volver jamás, dejando a la isla en completo estado de desolación, abandono y miseria, y llevándose consigo toda la rica producción literaria de los Montesinos y Las Casas, de los Bejarano y los Llerena, de las Elvira de Mendoza y las Leonor de Ovando, que tantas glorias le dieron a las letras en el siglo XVI»⁽²⁴⁾. De cualquier modo, sea en el siglo XVI o en el siglo XVII que se acuerde ubicar los orígenes de la literatura dominicana, cabe admitir que la poetisa Leonor de Ovando no tan solo nació, vivió y produjo sus textos en la parte oriental de Santo Domingo antes de esos trágicos sucesos, sino, además —y esto es muy importante—, que continuó viviendo y produciendo literatura allí hasta muchos años después de las devastaciones: hasta aproximadamente el año 1615. O sea, de cualquier manera, sin importar el siglo, es ella la fundadora de la literatura dominicana, no Cristoforo Colombo (1451-1506).

 

NOTAS:

⁽¹⁾ Joaquín Balaguer. Historia de la literatura dominicana [1956]. 10.ª edición. Santo Domingo, Rep. Dom.: Editora Corripio, 1997. Pág. 11.

⁽²⁾ Pedro Henríquez Ureña. «Literatura dominicana». En: Revue Hispanique (París), 40 (98): 273-294, agosto de 1917. Editado en folleto: París-New York: [s. n.], 1917. 26 p.

⁽³⁾ Ibid. En sus: Obras completas. Recopiladas por: Juan Jacobo de Lara. Santo Domingo, Rep. Dom.: Universidad Nacional «Pedro Henríquez Ureña», 1979. Tomo III: 1914-1920. Pág. 312.

⁽⁴⁾ PHU. La cultura y las letras coloniales en Santo Domingo. Buenos Aires, Argentina: Universidad de BA, 1936. Recogida en su: Obra crítica. Edición, bibliografía e índice onomástico: Emma Susana Speratti Piñero; prólogo: Jorge Luis Borges. México / Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1960. Pág. 338.

⁽⁵⁾ Loc. cit.

⁽⁶⁾ Op. cit., p. 336.

⁽⁷⁾ Manuel Mora Serrano. Literatura dominicana e hispanoamericana. Español 6.° curso. Santo Domingo, Rep. Dom.: DISESA, 1978. Pág. 18.

⁽⁸⁾ Op. cit., p. 336.

⁽⁹⁾ Marcelino Menéndez y Pelayo. Historia de la poesía hispano-americana. Madrid, España: Librería General de Victoriano Suárez, 1911. Tomo I. Pág. 296.

⁽¹⁰⁾ Ibid., pág. 295.

⁽¹¹⁾ Ibid., pág. 296.

⁽¹²⁾ Eugenio de Salazar. Silva de poesía. Editor: Jaime José Martínez Martín. México, D. F.: Frente de Afirmación Hispanista, 2019. 1087 p.

⁽¹³⁾ Marcelino Menéndez y Pelayo. Op. cit., pág. 295.

⁽¹⁴⁾ Ibid., pág. 296.

⁽¹⁵⁾ Ibid., págs.. 298-299.

⁽¹⁶⁾ Ibid., pág. 295.

⁽¹⁷⁾ Ibid., pág. 296.

⁽¹⁸⁾ Pedro Henríquez Ureña. La cultura…Obra crítica, págs. 373-374.

⁽¹⁹⁾ Op. cit., pág. 291.

⁽²⁰⁾ Bruno Rosario Candelier. La sabiduría sagrada. La lírica mística en las letras dominicanas. Moca, Rep. Dom.: Movimiento Interiorista del Ateneo Insular, 2020. Pág. 13. En La búsqueda de lo absolutoEl aliento interiorista en las letras dominicanas: de Sor Leonor de Ovando a Tulio Cordero (Moca, Rep. Dom.: Publicaciones del Ateneo Insular, 1997.  315 p.) Bruno Rosario Candelier afirma: “La figura de Sor Leonor de Ovando emerge en la temprana fecha del siglo XVI como la autora de los primeros poemas escritos en el Nuevo Mundo. Con sonetos y versificaciones de aliento místico representa la primera voz lírica de La Española, inaugura la creación mística en la literatura dominicana y sienta las bases de la tradición poética en la literatura colonial”. Pág. 21.

⁽²¹⁾ Ibid., págs. 13-17.

⁽²²⁾ Pedro Mir. La noción de período en la historia dominicana. Santo Domingo, Rep. Dom.: Editora Universitaria-UASD, 1981. Vol. I. Pág. 19. (Publicaciones de la UASD; vol. CCXCV. Colección Historia y Sociedad; no. 44).

⁽²³⁾ Abelardo Vicioso. El freno hatero en la literatura dominicana. Santo Domingo, Rep. Dom.: Editora Universitaria-UASD, 1983. Pág. 19. (Publicaciones de la UASD; vol. CCCXXIII. Colección Educación y Sociedad; no. 21).

⁽²⁴⁾ Ibid., págs. 19-20.

Pedro Henríquez Ureña: «Seis ensayos en busca de nuestra expresión»

Edición de Bruno Rosario Candelier

por ASALE bajo la dirección de

Francisco Javier Pérez

 

Prólogo de

Bruno Rosario Candelier

Academia Dominicana de la Lengua

 

“Si las artes y las letras no se apagan,

tenemos derecho a considerar seguro el porvenir”.

  (Pedro Henríquez Ureña)

 

Pedro Henríquez Ureña es un paradigma del intelectual consagrado al estudio de las letras hispanoamericanas. Producto de una corriente cultural que anhelaba el desarrollo de la propia identidad histórica, social y cultural en su expresión intelectual y estética, una forma de anhelar la independencia no solo política, sino filosófica y literaria según la aspiración de los intelectuales y escritores de la América española, en Seis ensayos en busca de nuestra expresión (Buenos Aires, 1928) el filólogo dominicano encauzó ese anhelo de los escritores americanos para alcanzar la propia voz como signo y cauce de una sentida apelación creadora en el uso de la lengua y el cultivo de las letras.

Humanista entusiasta y fecundo, Pedro Henríquez Ureña escribió numerosas obras inspiradas en el genio de nuestra lengua. Cultor apasionado de la palabra, intérprete eminente de la literatura hispanoamericana, ensayista prolífico y profundo, se dedicó al estudio de nuestra lengua y la interpretación de nuestras letras con una consagración ejemplar. Publicó una veintena de obras centradas en la identidad lingüística y cultural de los hispanoamericanos. En México escribió en El Universal, hacia 1923, el concepto de que la América hispana precisaba de normas y orientaciones dirigidas hacia la definición inequívoca de su propia vida intelectual, estética y espiritual. Era una vieja aspiración que impulsaron hombres visionarios, intelectuales y escritores de nuestra América, que habían iniciado el camino en procura de nuestro desarrollo literario: “No hemos renunciado a escribir en español, y nuestro problema de la expresión original y propia comienza ahí…Nuestra expresión necesitará doble vigor para imponer su tonalidad sobre el rojo y el gualda” (1).

En ese tenor, Pedro Henríquez Ureña reflexionó sobre el destino de nuestras letras y entendió que debíamos cultivar nuestra propia voz, fundada en la temática de nuestras vivencias y el hallazgo de la intuición con nuestro tono distintivo y una adecuada estimativa de nuestras percepciones y valoraciones para asumir, potenciar y promover los más altos valores literarios, estéticos y espirituales a través de la lengua y la cultura de los pueblos hispanoamericanos. Creía el humanista dominicano que, para alcanzar ese objetivo había que enfrentar el problema sin rodeos: “En literatura, el problema es complejo, es doble: el poeta, el escritor, se expresan en idioma recibido de España. Al hombre de Cataluña o de Galicia le basta escribir su lengua vernácula para realizar la ilusión de sentirse distinto del castellano” (2).

Pondera nuestro filólogo la dimensión americanista, que supo identificar en forma admirable enfatizando el vínculo entrañable de pueblos hermanos que comparten lengua, geografía y modos de vida, como manifiesta en México, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Santo Domingo, Colombia, Perú, Chile o Argentina, países en los cuales hay una vigorosa literatura, sin obviar entre los suramericanos, a Venezuela y Paraguay y, desde luego, a los demás pueblos antillanos y centroamericanos, empapados de las manifestaciones esenciales de nuestro idioma al compartir la tradición española cifrada en el alma de nuestra lengua.

Para la búsqueda de ese acento propio centrada en la tonalidad de nuestro estilo “obliga a acendrar nuestra nota expresiva, a buscar el acento inconfundible” (3), para lo cual nuestro autor enfatizó la dimensión creadora a través del ensayo y la crítica literaria en las diversas expresiones de nuestras letras, que nuestro autor supo estudiar, valorar y enaltecer. Al tiempo que ensanchaba nuestro horizonte intelectual y estético, con su visión del mundo, su formación académica y su vocación orientadora contribuyó a forjar valiosos creadores, analistas e investigadores literarios en los países donde desplegó su actividad docente y su labor escritural, ejercida a través de numerosas publicaciones o mediante conferencias, cartas y contactos personales en asesoría académica a escritores, estudiantes, profesores e investigadores.

Esa vocación de Pedro Henrí­quez Ureña lo convirtió en uno de los más importantes intérpretes literarios en lengua española. Se formó bajo la escuela de Marcelino Menéndez y Pelayo en Madrid. Nacido en Santo Domingo el 20 de junio de 1884 en el seno de una familia de intelectuales y poetas, recibió la inspiración de su vocación literaria, vivió durante su etapa de formación en Cuba, Estados Unidos de América, España y México, y en su época más fecunda de orientador y escritor, se radicó primero en México y luego en Argentina, hasta su muerte en Buenos Aires el 11 de mayo de 1946, tras una fructífera existencia plasmada en la investigación, la escritura y la docencia. Durante muchos años fue profesor de la Universidad de La Plata, institución cuyo prestigio enalteció y en la que formó una brigada de investigadores y estudiosos de la palabra que darían lustre a las letras hispanoamericanas, según el testimonio de importantes intelectuales y escritores argentinos, entre ellos Jorge Luis Borges, que le llamaba “Maestro de América”, como consta en el prólogo de la Obra crítica, de Pedro Henríquez Ureña  o en el ensayo de Pedro Luis Barcia (4), en cuya obra consigna el aporte del maestro dominicano en la literatura argentina.

A Henríquez Ureña le preocupaba la formación intelectual, inquietud que fundaba en la conciencia de la lengua. Insistía en la necesidad de alcanzar una expresión original y genuina. Sobre su vocación hispánica subrayó:

   “No hemos renunciado a escribir en español, y nuestro problema de la expresión original y propia comienza ahí. Cada idioma es una cristalización de modos de pensar y de sentir, y cuanto en él se escribe se baña en el color de su cristal. Nuestra expresión necesitará doble vigor para imponer su tonalidad sobre el rojo y el gualda” (5).

   Su conciencia lingüística lo llevaba a ponderar el esfuerzo que debíamos realizar para conseguir el desarrollo cultural auténtico. Debíamos, decía, “acendrar nuestra nota expresiva, a buscar el acento inconfundible” (6), subrayando la energía nativa de nuestro modo de hablar y escribir. Por eso valoró el conocimiento de la lengua local de cada país. Su libro El español en Santo Domingo, de 1936, es una evidencia de esa inquietud por la voz peculiar de cada uno de los pueblos hispanoamericanos, así como estimó esencial la expresión auténtica de la intuición artística, canalizada en la creación literaria desde la cual atisbó importantes rasgos idiosincráticos de la mentalidad hispanoamericana.

La condición de erudito y acucioso investigador de Pedro Henríquez Ureña se potenció con la posesión de una cultura humanística y el singular don para enseñar. Fomentaba la lectura de los grandes autores de nuestra lengua, especialmente la de los escritores españoles del Siglo de Oro, así como las obras maestras de las letras universales. De acuerdo con la revelación de discípulos suyos, era un hombre sensible y generoso en lo concerniente al ser humano. Propugnaba por el desarrollo de las humanidades con una profunda conciencia literaria y una genuina apelación humanizada. Su formación académica la puso al servicio de la cultura hispanoamericana, al tiempo que indagaba e inter­pretaba facetas entrañables de nuestra América según podemos apreciar en sus creaciones lingüísticas, históricas, filosóficas, estéticas y literarias.

En su búsqueda de la expresión americana, que cultivó con particular empeño y especial devoción, hizo filología estilística, ya que buscaba la expresión genuina de la América hispánica a través de la palabra, es decir, la forma singular, distintiva y caracterizadora de los pueblos hispanohablantes cuyos atributos estudiaba en los textos de nuestros grandes creadores literarios. El lenguaje era para él cauce y vínculo, testimonio y huella de lo que somos y anhelamos. Su vocación filológica quedó plasmada no solo en Seis ensayos en busca de nuestra expresión, sino en otros libros en los que testimonia su magisterio literario, y fue tal su influjo que su obra crítica y ensayística amplió el número de escritores y filólogos formados bajo su orientación en el mundo hispánico, donde se le reconoce como uno de los grandes Maestros de la lengua española. El filólogo dominicano goza de una alta estimación entre los lingüistas, literatos y teóricos de las letras hispánicas. Su obra crítica, teórica y ensayística concitó una honda admiración por la validez de sus criterios, el rigor de su formulación y la claridad de sus orientaciones. Con Pedro Henríquez Ureña nació en Santo Domingo la crítica literaria con fundamento académico y su obra funda la tendencia filológica de la exégesis literaria, que se manifiesta en las interpretaciones basadas en la significación de la palabra como vehículo distintivo de la idiosincrasia cultural de un país o una lengua.

Este grandioso Maestro de América, como se le ha llamado a nuestro ilustre coterráneo, desplegó su talento crítico, creativo y teorético en beneficio del desarrollo de las letras americanas y españolas. A Pedro Henríquez Ureña se debe, en efecto, la base orientadora de un pensamiento crítico que se extiende por todo el mundo de habla española. Esa base tiene su fundamento en la lengua misma, como matriz del pensamiento y vehículo de la expresión. Sus trabajos de crítica e interpretación profundizaron en el conocimiento científico de la lengua y en la realización de sus potencialidades creadoras.

La feliz iniciativa del distinguido secretario general de la Asociación de Academias de la Lengua Española, don Francisco Javier Pérez, de publicar una serie de obras filológicas de nuestros escritores, constituye un valioso servicio a favor del conocimiento y la difusión del aporte de nuestros estudiosos de la lengua y la literatura española e hispanoamericana y, en este caso en particular, esta obra del filólogo dominicano que me complace prologar, Seis ensayos en busca de nuestra expresión, como otras obras suyas, entre las que pondero Las corrientes literarias en Hispanoamérica, El español de Santo Domingo o La cultura y las letras coloniales en Santo Domingo, reflejan y proyectan la valiosa contribución de nuestro gran humanista, cuya lectura y promoción entraña una manera de incentivar el interés por el conocimiento de la lengua y la literatura de nuestra América. El pensamiento del ensayista dominicano que influyó en el desarrollo de nuestras letras y la conciencia de nuestra lengua, con el sentimiento de valoración de nuestra identidad cultural a partir de nuestra manera de sentir, pensar y expresarnos, sigue siendo edificante y luminoso. Una valiosa generación de escritores contó con Pedro Henríquez Ureña como mentor, comenzando con los intelectuales mexicanos que integraron el Ateneo de México en la primera década del siglo XX, entre los cuales figuraron los ensayistas José Vasconcelos, Alfonso Reyes, Antonio Caso, Martín Luis Guzmán, Vicente Lombardo Toledano y otras figuras señeras que formarían la generación intelec­tual de 1910. Y en Argentina su magisterio intelectual dio abundantes frutos en lingüistas y literatos de la talla de Jorge Luis Borges, Ana María Barrenechea, Ernesto Sábato y Enrique Anderson Imbert, entre muchos otros. En Santo Domingo hay que reconocer el influjo de don Pedro en la generación literaria de 1930, entre los cuales sobresalen Juan Bosch, Joaquín Balaguer, Emilio Rodríguez Demorizi, Pedro Troncoso Sánchez,  Carlos Federico Pérez, Flérida de Nolasco y otros.

Pedro Henríquez Ureña había recibido la impronta educativa de Eugenio María de Hostos (7) y admiraba al patriota y escritor cubano José Martí, entre otros prohombres de América. Esa formación civilista fecundó su magisterio, centrado en promover los valores americanistas desde la esencia de la cultura hispánica, entre los cuales figuraban el sentido crítico, el fundamento moral, la disciplina cívica, el estudio de las humanidades, el desarrollo del espíritu y una organización social fundada en la justicia y la solidaridad. En su ponderación del ideal de justicia, rechazaba la tendencia académica elitista, pues Henríquez Ureña prefería al “hombre apasionado por la justi­cia” en lugar del que aspira a su propia perfección en pos de un ideal de convivencia.

Cuando en 1928 Pedro Henríquez Ureña publicó Seis ensayos en busca de nuestra expresión ya había vivido en España, Cuba y México, países con una sólida tradición literaria, una vasta producción editorial y una vida intelectual intensa y fecunda con alta calidad académica, lo que trató de impulsar tanto en Santo Domingo, como en México y Argentina. Su acrisolada vocación de pensador liberal, su espíritu abierto y cosmopolita, así como su cosmovisión esencialmente humanista lo dirigió siempre a fomentar el interés por las letras y la valoración de las inclinaciones intelectuales, morales, estéticas y espirituales. Pedro Henríquez Ureña tenía una formación moral inspirada en los principios de la educación hostosiana, que había recibido de su propia madre, la insigne educadora y poeta Salomé Ureña, y ese aspecto moralista, que fluye en sus ensayos, pesaba en un hombre con valores éticos y principios fundados en la valoración de la verdad, el cultivo del bien y el disfrute de la belleza espiritual. La limpieza de una conciencia recta y pura, como la de Pedro, florece en una sociedad con escrúpulos morales y sentido de la estética y la espiritualidad, superponiendo los elevados ideales de la conciencia social y espiritual a los intereses personales, y supeditando el afán de lucro para enaltecer la virtud y la disciplina, mediante una sensibilidad fraguada en el ideal, el decoro y los principios que edifican. Se puede agregar a esa aspiración social la vocación creadora de un intelectual que vivía poéticamente la vida y la enseñanza bajo la inspiración del ideal griego, actitud compatible con la vocación científica y artística, fomentando el talento creador a favor de acciones edificantes y luminosas.

Pedro Henríquez Ureña valoraba el cultivo del pensamiento y la creación intelectual y artística. En tal virtud prefería la claridad del concepto al oropel de la expresión rimbom­bante. Sus estudios y ensayos reflejan una honda capacidad analítica, un rigor metodológico y una hondura interpretativa. Esta edición de Seis ensayos en busca de nuestra expresión, obra que refleja su ideal literario, el dominio del lenguaje y el planteamiento reflexivo, cifra la base de su concepción filológica. Y, desde luego, revela la erudi­ción que el intelectual dominicano puso al servicio de su labor pedagógica, centrado en su ideal humanista impregnado de la intuición crítica, del carisma de su vocación socrática y la apelación altruista de su conciencia social que encauzó para atizar el amor a la belleza, la verdad y el bien. En tal virtud, Henríquez Ureña abogaba por la pureza de la forma en la creación literaria, y esa visión, que lo llevaba a ponderar la perfección de la expresión, mueve a los genuinos creadores a crear una obra ejemplar y trascendente, tarea que le corresponde al crítico literario llamado a exigir calidad y rigor en la expresión, comenzando por el uso apropiado de la lengua, la aplicación de las normas gramaticales, ortográficas y estilísticas en una sintaxis reveladora de la corrección expresiva y la elegancia en la forma para lograr la hondura conceptual y la belleza del lenguaje. Así lo confirma nuestro escritor en ese planteamiento de su ideario crítico formulado en el estudio sobre la poesía de Gastón Fernando Deligne en donde sostiene que cree “en la realidad de la poesía perfecta”.

   En el ensayo del filólogo dominicano se aprecia la exaltación de la vocación creadora y la misión de los escritores cuyo trabajo creador ha de contribuir al cultivo de los valores trascendentes y la edificación de la conciencia:

 “Mi hilo conductor ha sido el pensar que no hay secreto de la expresión sino uno: trabajarla hondamente, esforzarse en hacerla pura, bajando hasta la raíz de las cosas que queremos decir; afinar, definir, con ansia de perfección. El ansia de perfección es la única forma. Contentándonos con usar el ajeno hallazgo, del extranjero o del compatriota, nunca comunicaremos la revelación íntima; contentándonos con la tibia y confusa enunciación de nuestras intuiciones, las desvirtuaremos ante el oyente y le parecerán cosa vulgar. Pero cuando se ha alcanzado la expresión firme de una intuición artística, va en ella, no sólo el sentido universal, sino la esencia del espíritu que la poseyó y el sabor de la tierra de que se ha nutrido” (8).

   De esa manera nuestro filólogo enfatizaba la realización de estudios literarios para asumir el genio de nuestra lengua y potenciar la tradición hispánica desde nuestra idiosincrasia, nuestra conciencia y nuestra sensibilidad. Es así como este teórico y analista de nuestra producción literaria supo ponderar la labor de los creadores de la palabra para transmitir, mediante el concurso de la intuición, la veta de su inspiración y la técnica de la escritura, sus personales intuiciones, invenciones o su peculiar valoración del mundo.

Pedro Henríquez Ureña escribía para edificar. Tuvo plena conciencia de las debilidades de nuestros pueblos, de su escasa formación intelectual y sus precariedades no solo materiales, sino intelectivas y espirituales. Con su esclarecida inteligencia, que puso al servicio del crecimiento intelectual y estético, hizo cuanto estuvo a su alcance para incentivar el amor a las artes y las letras, en cuyo desarrollo cifraba el ascenso de la conciencia moral y espiritual, y cuando advertía una carencia expresiva, una imprecisión semántica o una desorientación conceptual, lo señalaba con el sentido edificador del que busca enseñar sin humillar, como se aprecia en diferentes estudios.

Tenía este humanista de América una alta estimación por la perfección literaria, y por esa valoración era exigente en la valoración de la calidad a la que reclamaba las más elevadas cuotas de cultivo, rigor y esmero, actitud que fundaba su ideario poético. Supo Henríquez Ureña compenetrarse con el talante sensitivo y espiritual de los escritores que concitaban su atención, y tuvo la capacidad para subrayar su acento peculiar, su tono distintivo y su técnica creadora al enfocar el aporte que una obra literaria brinda al desarrollo del crecimiento cultural. Con el instinto crítico para atisbar los aciertos y los desaciertos de una obra literaria y aquilatar la grandeza o el talento de un escritor, nunca reparó en elogiar la obra meritoria. Y promovió, sin mezquindades subalternas, los valores que nos distinguen y los principios que nos enaltecen.

 

Los siguientes atributos literarios perfilan esta obra de Pedro Henríquez Ureña:

  1. Valoración de la palabra como expresión de la sensibilidad y la conciencia de un autor cuya creación no solo enaltece la intuición teórica y la interpretación textual que tan generosa y cabalmente realizara, sino que perfila y potencia el estudio de nuestra lengua y el cultivo de las letras desde la base filológica que cultivó para impulsar la creación literaria en múltiples ámbitos de las letras españolas y americanas desde la óptica de nuestra genuina expresión espiritual y estética.
  2. Su obra Seis ensayos en busca de nuestra expresión (1928), revela la concepción intelectual de un escritor que consagró su talento crítico a la forja de una conciencia humanística centrada en los valores conceptuales, estéticos y espirituales, con el sentido de la justicia y el amor a la verdad mediante el cultivo de la palabra inspiradora y el pensamiento edificador cabe la expresión edificante y elocuente.
  3. Los aspectos relevantes de Seis ensayos en busca de nuestra expresión se fundan en el hecho de que tenemos una manera peculiar de ser y proceder que postula, como en efecto acontece en la realidad léxica, imaginativa y conceptual de la literatura hispanoamericana una forma de expresión connatural a nuestra singular idiosincrasia y peculiar talante.
  4. El planteamiento fundamental que sirvió de inspiración a esta obra de Pedro Henríquez Ureña fue su intuición lingüística de que al contar nuestra América con unos rasgos singulares de la tierra, la lengua y la cultura, cónsonos con nuestra singular sensibilidad y talante espiritual, habíamos de tener una voz propia y una expresión original y auténtica que testimoniara nuestra manera de sentir, pensar y querer.
  5. Generoso, abierto y comprometido con el ideal de cultura, sin obviar el ideal de justicia, su concepción literaria se manifiesta en su vida y en su obra, plasmada en este ensayo que analiza y exalta el desarrollo de las inclinaciones intelectuales, morales, estéticas y espirituales desde la creación del lenguaje y la vivencia de la literatura.

Prevalido de una luminosa intuición crítica, una notable erudición y el rigor expositivo en su lenguaje, el autor de esta obra coteja la relación de influjos, infiere los datos pertinentes y pondera el rol de la lengua en el desarrollo de la sensibilidad, la conciencia y la creatividad con el propósito de destacar la valía de la creación literaria de la América hispánica (9). Esta singular propuesta de nuestro humanista supo intuir el sentido profundo de la obra literaria, apreciar los diversos niveles expresivos, desde la realidad social hasta la dimensión simbólica, con las connotaciones sicológicas, filosóficas y espirituales, al tiempo que toma en cuenta técnica y estilo, recursos y figuraciones, contenido y forma, con la ponderación precisa y elocuente. Y pondera siempre el valor de la palabra y la significación de la literatura, centro y motor de sus entrañables apelaciones, como también cauce de sus reveladoras interrogaciones.

 

Bruno Rosario Candelier

Academia Dominicana de la Lengua

Santo Domingo, R. D., 31 de mayo de 2019

 

 

 

Notas:

  1. Pedro Henríquez Ureña, Obras completas, Santo Domingo, Secretaría de Estado de Cultura, 2004, T. V, p. 409.
  2. Ibídem, p. 408.
  3. Ibídem, p. 415.
  4. Pedro Luis Barcia, Pedro Henríquez Ureña y la Argentina, Santo Domingo, UNPHU, 1996, 69ss.
  5. Pedro Henríquez Ureña, “Seis ensayos en busca de nuestra expresión”, en Obras completas, citado, p.409.
  6. Ibídem, 412.
  7. Bruno Rosario Candelier, “Estudios literarios de Pedro Henríquez Ureña”, en Lenguaje, identidad y tradición en las letras dominicanas, Santo Domingo, Academia Dominicana de la Lengua, 2005, pp. 146-166.
  8. Ibídem, p. 415. Véase Emilio Rodríguez Demorizi, “Dominicanidad de Pedro Henríquez Ureña”, en Listín Diario, Santo Domingo, edición del 10 de mayo de 1981, p. 6. Manuel Núñez, “Claves en el pensamiento de Pedro Henríquez Ureña”, en Pedro Henríquez Ureña, Obras completas, Santo Domingo, Secretaría de Estado de Cultura, 2003.
  9. Miguel Collado, “Pedro Henríquez Ureña visto a través de su ideario y de su vida itinerante”, conferencia dictada en la Academia Dominicana de la Lengua el 27 de julio de 2018. Publicada en el Boletín no. 34, Santo Domingo, ADL, 2018, pp. 91-122.

 

Bibliografía de Pedro Henríquez Ureña

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  • La versificación irregular en la poesía castellana, Madrid, 1920.
  • En la orilla. Mi España, México, 1922.
  • Sobre el problema del andalucismo dialectal de América, 1925.
  • Seis ensayos en busca de nuestra expresión, Buenos Aires, 1928
  • La cultura y las letras coloniales en Santo Domingo, Buenos Aires,
  • El español en Santo Domingo, Buenos Aires, 1940.
  • Plenitud de España, Buenos Aires,1940
  • Gramática castellana (con Amado Alonso), Buenos Aires, 1940.
  • Historia de la cultura en la América hispánica, Buenos Aires, 1945.
  • Las corrientes literarias en la América hispánica (1945).
  • Obra crítica, México, FCE, 1960.
  • Obras completas. Edición de Juan Jacobo de Lara, Santo Domingo, UNPHU, 1978.
  • Memorias-Diario-Notas de viaje, México, FCE, 2000.
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