Joaquín Balaguer evoca una trágica historia en su novela histórica «Los carpinteros»

ENIGMA: 1899

   Las farolas de gas del Parque Central de Moca fueron encendidas desde las primeras horas de la tarde. Los domingos y los jueves, según una costumbre que se conservó hasta años recientes, eran días de retreta. La pequeña plaza cuadrangular, con paseos interiores cubiertos de matas de rosas y de árboles frondosos, cobró después extraordinaria animación. Un gran número de personas acudió a oír el concierto público ofrecido por la banda del ayuntamiento. Los mayores tomaron asiento en los bancos alineados en los paseos laterales. Los jóvenes de ambos sexos, en cambio, circulaban alrededor de la glorieta donde la pequeña banda interpretaba trozos de música clásica alternados con ritmos populares. Los novios caminaban en animada conversación, algunos con las manos entrelazadas. Los que no habían llegado aún a esa etapa del noviazgo circulaban a su vez en dirección opuesta, iniciándose entre ellos al encontrarse un diálogo de miradas expresivas.

Grupos constituidos por colegialas y adolescentes, llenaban la plaza con sus risas y otras manifestaciones de alegría bulliciosa. En el centro de uno de esos grupos se destacaba la imponente belleza de Emilia Michel. De tez blanca, de color castaño la cabellera ondulosa, de finas líneas el óvalo perfecto del rostro incomparable. Pícara, traviesa, envolvía a todos al pasar en la malla de su coquetería. Se sabía bella y le agradaba, como a todas las beldades, sentir a muchos admiradores a sus pies cautivos de sus ojos, pendientes de sus gracias y rendidos a sus encantos. En una de sus vueltas alrededor de la glorieta, alguien se detuvo un instante ante ella y lanzó a sus pies un requiebro. Era un galán apuesto, fornido como un efebo circense, hermoso como un apolo de piel morena. En los labios de ella traveseó una sonrisa y en sus ojos brilló un resplandor fugaz, parecido al del relámpago en el cielo de la noche. Nadie atribuyó importancia a esa travesura inocente. Pero de pronto, del seno de la semi oscuridad reinante bajo las arboledas del parque, surgió alguien que se plantó ante Emilia Michel. Hosco, inconocible, amenazante. Se oyeron varios disparos y la joven, bañada en sangre, se desplomó en brazos de sus amigas.

Todavía muerta, su rostro sonreído parecía decir:

-¿Por qué, amado mío? ¿Por qué hieres a quien tanto te ama?

Varios hombres, salidos del público que asistió horrorizado a la escena, se abalanzaron sobre el agresor. Este, pálido, las facciones desencajadas, se entregó sin resistencia. La sorpresa de todos subió hasta el estupor cuando el asesino fue identificado: Jacobito de Lara, el mismo sujeto que algún tiempo antes disparó en la propia casa de su padre contra el presidente Heureaux la misma arma que sirvió para batir al déspota, fue usada para rasgar el pecho de Emilia Michel.

Toda la población de Moca, consternada por el crimen, se desveló esa noche entre los interrogantes: ¿es un criminal o es un héroe? ¿Qué fuerza misteriosa depositó en su cerebro el grano de locura que lo llevó a incorporarse en el último momento a los conspiradores del 26 de julio? ¿Qué lo impulsó a herir a Emilia Michel? ¿Los celos, la vanidad, la sed de sangre, la cólera, el despecho?

(Joaquín Balaguer, Los Carpinteros, Santo Domingo, Editora Corripio, 1985, pp. 255-6).

 

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