Del verbo ordinario al verbo del Altísimo

Por Juan Miguel Domínguez Prieto

 

Al Excelentísimo Señor Doctor y bien amado fraternalmente, Don Bruno Rosario Candelier, mentor, en mí, de los misterios de la Belleza incólume en la didascalia del Ateneo Insular, dedico esta pequeña geografía rezada, de tierras más realmente interiores que veras a la vista común, desde la gratitud más honda y la admiración y el cariño de su poeta, Juan Miguel Domínguez Prieto, Guadalajara, España, Santa Rosa de Lima, MMIX, Domingo (Juan Miguel Domínguez Prieto, Altizaro, Madrid, Cuadernos del Laberinto, no. 5, 2009). Alborozo por obediencia y sumisión, la Llama de lo Alto fragua el celaje que transforma:

 

Con el gozo, tu piel parece hosanna

abriéndose en olor de luz. Parece

que no es de fuera el alba que amanece.

Que surte luz sin brote de mañana.

 

Parece albor posado y qué temprana

la diafanidad que permanece.

Parece que el albor te comparece,

con ser de piel el aire en que se afana.

 

Parece, al despuntar el que te mira,

que es de siempre el albor que te respira,

que siempre tú me esperas en olor

 

de luz, adentro, al alba en permanencia:

alba en alba, velando transparencia,

piel de hosanna, porosa de tabor.

(Juan Miguel Domínguez Prieto, Íconos el Agua Viva,

 Madrid, Nossa y Jara Editores, 1996, p. 15).

 

Con respetuosa fraternidad, al Dr. Bruno Rosario Candelier, estos Íconos del agua viva, responsorios de amor a su elocuente silencio; agua inscrita por obediencia en la sed de su quinta palabra; balbuceo del verbo al Verbo que preludia, escribiendo su dedo sobre la tierra, las Bellezas de una Misericordia que anhelamos cantar para siempre en el Sol común que nos visita y habita de lo Alto (Juan Miguel Domínguez Prieto, Guadalajara, 20 de octubre de 2004). Traspasada de la gracia que enamora, el agua tiene aquí una sutil simbología mística bajo el esponsorio de la luz inmersa en agua viva, preludio verbal de la Llama que transfigura bajo la fragua de lo divino:

 

Me enamoras, Quietud, con agua viva,

quieta la voz y la mirada estable.

¿Soy la sed que te busca o se hace amable

el salto de tu fuente rediviva?

  

Yo te miro a la luz, que siempre estriba

en tu pupila antigua y perdurable.

Tú me miras con voz, con inefable

salmo de soledad, porque conviva.

 

Vas hilando de gracia el movimiento

a tu luz, cenital, y hacia tu acento.

Y solo veo aquello que me hilas

 

-será tu lloro mi agua hacia la altura-,

pues antes de que alcance tu hermosura

eres la luz hallando mis pupilas.

(Juan Miguel Domínguez Prieto, Íconos el Agua Viva,

 Madrid, Nossa y Jara Editores, 1996, p. 17).

 

   Responsorio de amor a su elocuente Llama, divina dotación por ordenamiento de lo Alto, inherente al verbo que preludia el ícono del Verbo de la Hermosura sutil:

 

De tanta luz, tu vista es un encaje

liviano, antiguo; mas lo nuevo canta.

Es un cendal de Dios que se levanta.

La gracia da a tu vista su ropaje.

 

Anhelo ver la Luz sin tu celaje.

Tú guardas, manantial del alba santa

como una hebra de aire dice planta,

como dice el altar su maridaje.

 

Mas tanta luz, doblando a tanta gracia,

con blancura se cela en tu misterio

y contemplo presagio y no figura.

 

Pero canto en clamor: la sed me sacia

soy herido por Luz en presbiterio

y voy a Luz, sin pago de hermosura.

 

(Juan Miguel Domínguez Prieto, Íconos el Agua Viva,

Madrid, Nossa y Jara Editores, 1996, p. 19).

 

Dilectamente al Doctor Bruno Rosario Candelier, bajo el apalabrado silencio amoroso de nuestra luz común (Juan Miguel Domínguez Prieto, Guadalajara, España, 14 de marzo de 2012).

 

El gorrión, como ave de luz inmersa en la sombra invisible del Eterno:

 

Toda la danza: ¡Hela, en la mansa luz!

Salmodia total no deja pronunciarse, se ama solo.

Ven a Mí, la sierva,

boca al sonido y al temblor cantares.

Ave, hazte, plena a Mí.

Veni. A Mí, ven, la sierva, como agua,

como alba, gratia plena.

(Juan Miguel Domínguez Prieto, Trobar Leu: cantos apropiados,

Madrid, Huerga y Fierro Editores, 2012, p. 39).

 

Símbolo de pureza seráfica, emerge el lirio de la Luz que transpira la Llama del que Es:

 

Tiene oscuro ejercicio de campo, así conoce la luz.

Cuando son tus lirios, arde la mirada.

Qué fibras tañe, Tú lo sabes;

sabes la hora del cabello que te seca.

Sigue llorando tu agua para lavar el tiempo de la alondra.

Ahora puedes dejar a tu sierva callada en la lira de tu mano.

Todo es besar tu silencio y amanece.

No importará haber cenado junto a la Luz.

El lirio es Entraré y cenaré contigo.

Ahora, según tu promesa.

(Juan Miguel Domínguez Prieto, Trobar Leu: cantos apropiados,

Madrid, Huerga y Fierro Editores, 2012, p. 66).

Icono del Agua Viva

Me enamoras, Quietud, con agua viva,

quieta la voz y la mirada estable.

¿Soy la sed que te busca o se hace amable

el salto de tu fuente rediviva?

 

Yo te miro a la luz, que siempre estriba

en tu pupila antigua y perdurable.

Tú me miras con voz, con inefable

salmo de soledad, porque conviva.

 

Vas hilando de gracia el movimiento

a tu luz, cenital, y hacia tu acento.

y solo veo aquello que me hilas

 

-será tu lloro mi agua hacia la altura-,

pues antes de que alcance tu hermosura

eres la luz hallando mis pupilas.

 

(Juan Miguel Domínguez Prieto, Iconos del Agua Viva,

Madrid, Nossa y Jara Editores, 1996, p. 17).

De tanta luz, tu vista es un encaje

liviano, antiguo; mas lo nuevo canta.

Es un cendal de Dios que se levanta.

La gracia da a tu vista su ropaje.

 

Anhelo ver la Luz sin tu celaje.

Tú guardas, manantial del alba santa

como una hebra de aire dice planta,

como dice el altar su maridaje.

 

Mas tanta luz, doblando a tanta gracia,

con blancura se cela en tu misterio

y contemplo presagio y no figura.

 

Pero canto en clamor: la sed me sacia

soy herido por Luz en presbiterio

y voy a Luz, sin pago de hermosura.

 

(Juan Miguel Domínguez Prieto, Iconos del Agua Viva,

Madrid, Nossa y Jara Editores, 1996, p. 19).

Huele a pan la luz, a criatura

cercada de alba huele, a muy temprano.

Solo no es tarde en alba de tu mano:

epifanía allende la blancura.

Casa de pan, tu palma, de clausura

esponsal; pero abierta donde hilvano

corporales al ara de tu mano,

tú que vistes el sol por vestidura.

Alba es siempre en tu mano aunque maitina,

olor de luz que sacia en flor de harina.

Mano que hospeda. Laudes del descanso.

Criatura, capaz del alba, toda

hueles a Emaús, a pan de boda,

y en palma del Esposo a huésped manso.

(Juan Miguel Domínguez Prieto, Iconos del Agua Viva,

Madrid, Nossa y Jara Editores, 1996, p. 67).

Nadie aquí me ve más que El que me ve,

me ama y se mira dentro.

Tu frente inclinada me da la sombra de amor.

Pero eres Tú Quien me llamas palmerales

y creas tu reposo.

Toda la herida calla, que tu presencia es paño;

y paño, tu sierva a Ti.

Y rocío sellado, nuestras manos,

para signar la boca, la frente

-oasis nuestro mío-,

que, inclinadas, hacen sombra de amor.

(Juan Miguel Domínguez Prieto, Trobar Leu: Cantos apropiados,

Madrid, Huerga y Fierro Editores, 1996, p. 65).

El ánfora sagrada de Juan Miguel Domínguez Prieto

Por

Bruno Rosario Candelier

 

A

Giovanna Ramos,

fulgor de la Llama divina.

 

“Al entrar al pequeño templo de Santa Eufemia de Ambia, el Cristo del XI le dice en bajo perfumado:

-Estoy esperando amorosamente, mi pequeño poeta, el día en que no busques tu perennidad, sino la alabanza. ¿Estás oyendo por fuera? ¡Es un pájaro románico, desde la hora de mi talla! (Juan Miguel Domínguez Prieto, “El poeta y el pájaro”, en Oficio de Brevezas, Toledo, Ed. Acumán, 2004, p. 57).

 

Fundamentos de una trayectoria espiritual 

Juan Miguel Domínguez Prieto vive en comunión mística con lo viviente. Natural de Madrid, en cuya Universidad Complutense se doctoró en Filología Románica, ha hecho de la escritura su modo ejemplar de vida creadora mediante la cual testimonia su ardiente apelación espiritual, su luminosa vocación contemplativa y su ferviente entusiasmo divino. Toda su producción poética, desde Iconos de agua viva hasta La luz lateral, está impregnada del aliento de lo sagrado, que parece brotar en forma natural, prístina y pura, del ánfora interior de su alma privilegiada con el esplendor del Altísimo.

Este iluminado poeta madrileño reside en Guadalajara, España, donde ejerce la docencia literaria, vive una vida hogareña con su esposa y sus dos hijas y realiza el doble llamado de su vocación literaria en su dimensión simbólica y mística: “Paralelamente, en esta fragante y larga Guadalajara de Alcarria y de Campiña, me cuido el alma yendo hasta los pastores. Me traen un aroma antiguo de oficio que se pierde. Me arrodillan el interior ante la Belleza primera” (1).

La lírica de Juan Miguel Domínguez Prieto revela la pasión que lo subyuga: el sentimiento de lo divino, la Presencia inmaterial de la gracia, el aliento sutil de lo Sagrado, que vive y disfruta con profundo amor místico. En el instante en que experimenta la vivencia espiritual y estética bajo la onda de la Belleza suprema, se despierta su intuición de verdades profundas mediante el arrebato intangible de lo Eterno en cuya manifestación se revela la llama sutil de infinitud suprema.

Nuestro poeta escribe un diario personal, en el que estampa el testimonio espiritual, orante y místico, de su vocación contemplativa, y en él plasma esta gema de su convicción profunda: “Querer lo que se busca” (Diario, 14 de febrero de 1990). ¿Qué busca el poeta? Lo que motiva su canto. ¿Qué motiva su canto? Lo que lo arrebata al Misterio. Nada tan firme como la conciencia del místico para definir el sentido de su vida: lo divino en su hondura intangible, que entraña amor y dación de gracia con santidad y perfección.

Domínguez Prieto funda su vida y su creación en una perspectiva sagrada y trascendente que le aporta la fe católica y la teología mística de su formación intelectual y, en tal virtud, su lírica se imanta de la gracia divina que lo apela y del aliento vaporoso con que su pasión y su talante se impregnan de hondura y entusiasmo. Su obra es una evidencia de esta verdad: Nada como la gracia para colmar su dicha, y nada como el amor para saciar su sed.

En su gozosa búsqueda de la Belleza originaria, Domínguez Prieto vive el sentido de la Fuente ‘primordial’. Sabe que la vivencia de la verdad tiene barreras y que la belleza neutraliza tedios y desganos. En su contacto con lo viviente, siente que los elementos transpiran los efluvios imperceptibles de la Divinidad, y por eso la ferviente devoción que experimenta el poeta interiorista por el agua, el sol, la luna, el mar: “Acabo de venir del mar. Estoy en gracia” -dice complacido en un pasaje de su Diario (11 de junio de 1991).

Juan Miguel Domínguez Prieto vive místicamente el mundo. Vivir místicamente el mundo es vivirlo sintiendo lo sagrado en cada criatura viviente, en fenómenos y cosas, en hechos y vivencias. Desde la perspectiva mística se revela en una entrañable convivencia con lo existente, cantando el arrebato de la gracia, disfrutando el gozo de la contemplación, viviendo el esplendor de la Creación. Integrado a los fluidos de lo viviente y en armonía con el dictado del Altísimo, revela la amartelada fruición de su estado de iluminación que asume con vocación seráfica en expresión de una kénosis interior, es decir, como un sentimiento de anonadación espiritual que asume con obediencia supina y, en comunión de amor con lo sagrado, su lírica expresa el júbilo espiritual del vínculo divino.

El místico se distingue por la armonía de su alma, la paz de su conciencia y la pureza de su corazón. En actitud armoniosa con las cosas, experimenta un sentimiento de ternura y piedad por criaturas y elementos. En su trato con los demás, es un ente de unión y un factor de comprensión y armoniosa convivencia. En todo lo que hace, busca un fin trascendente, y vive en sintonía con la Energía Espiritual del mundo. Por esa entrañable disposición de empatía y comprensión, el místico tiene un corazón amoroso, con capacidad de sacrificio, renuncia y altruismo en generosa identificación, coparticipación solidaria y la convicción de su perspectiva puesta en el más allá. Su vida confirma que el amor disipa indiferencias y nostalgias y anula ausencias y olvidos. Nuestro poeta, que vive la gracia mística, ama la Luz cabe el misterio de lo Eterno.

La lírica mística de Juan Miguel me brinda la ocasión para enfocar la experiencia de lo trascendente en las diferentes modalidades de su irradiación poética, según se manifiesta en la creación interiorista:

  1. Expresión del fluir de la conciencia en comunión con lo divino.
  2. Creación estética y espiritual como cauce de la conciencia sutil.
  3. Valoración del sentido estético y mística del sentido.
  4. Recreación del impacto espiritual de lo real en la conciencia.
  5. Vivencia del júbilo interior con el esplendor de lo divino.
  6. Revelación de las formas arquetípicas de la Creación.
  7. Vivificación de la sabiduría espiritual y sagrada del Cosmos.

La dimensión mística es el más alto estadio en el desarrollo de la sensibilidad espiritual y la conciencia sutil. Una creación que refleje una conciencia desgarrada o angustiosa no es obra de un místico, porque el místico se siente unido a la Divinidad, y al vivir en comunión con lo sagrado, se siente integrado a la Energía Divina, y vive en armonía y sosiego interior, disfruta el encanto de lo viviente y experimenta el gozo de ser para la Luz. El místico tiene un corazón impregnado de sabiduría y amor, y por tanto refleja una actitud empática y generosa, y en tal virtud proyecta ternura y piedad hacia todos. Y su obra, por su dimensión mística, es genuina, limpia, abierta, transparente y luminosa, y como tal rebosa entusiasmo, expresa una ternura espiritual y un sentimiento de júbilo divino.

Enfocar la poesía mística supone penetrar en un dominio de la escritura y de la sensibilidad espiritual y estética que va más allá de la belleza sensorial por cuanto entraña y comporta la vivencia, en plenitud y profundidad, de la gracia divina. La más alta poesía mística es producto de un arrebato singular que disfrutan unos pocos elegidos de tan agraciado don divino ya que la pasión teopática da cuenta de una vivencia honda y misteriosa que se inspira en el fenómeno de la experiencia extática, y, cuando el místico desea testimoniar lo que sucede en la vida, proyecta la dimensión luminosas de lo viviente. Se puede escribir una poesía mística sobre los temas ordinarios de la vida, como lo hace Juan Miguel Domínguez Prieto, si se tiene la sensibilidad espiritual con el talante de lo sagrado. ¿Qué implican la ´sensibilidad espiritual´ y el ´talante de lo sagrado´? ´Sensibilidad espiritual´ significa desarrollar la dimensión trascendente de la percepción de lo real con una conciencia de la condición superior de lo divino, condición que genera el sentimiento místico con la disposición para captar el sentido superior de lo viviente; y en segundo lugar, el ´talante de lo sagrado´ supone la capacidad de la sensibilidad trascendente para sentir lo viviente en su dimensión espiritual, pura y divina, condición que permite ´sentir en el espíritu´ lo divino mismo, haciendo de la búsqueda espiritual y estética una tendencia superior del intelecto y la sensibilidad en tal grado y manera que la persona aprende a vivir y disfrutar el sentido de lo Eterno. Lo que estoy diciendo se puede rastrear en la lírica teopática de Domínguez Prieto.

La connotación mística tiene una dimensión contemplativa desde la perspectiva de los asuntos cotidianos, especialmente por quienes están inmersos en la realidad común, desacralizada y superflua, en medio de los apremios existenciales de este mundo. Pero quienes han desarrollado la sensibilidad trascendente y viven de manera natural la espiritualidad de lo sagrado pueden participar de un aliento místico con tal intensidad que le resulta espontáneo, natural y coherente testimoniar su visión contemplativa del mundo, como lo hicieron san Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús o Karol Wojtyla, o como lo hacen, entre los interioristas dominicanos, los eclesiásticos Freddy Bretón, Tulio Cordero, Fausto Leonardo Henríquez, Teodoro Rubio, Jit Manuel Castillo, Roberto Miguel Escaño, o, entre los interioristas españoles, Clara Janés, Juan Miguel Domínguez Prieto, José Félix Ollala, José Nicas, María del Carmen Soler y Gonzalo Melgar, y entre los americanos, Luce López-Baralt, José Luis Vega, Marco Martos, Segisfredo Infante, Conny Palacios, Ofelia Berrido y Leopoldo Minaya, entre otros.

En realidad, para quien no está compenetrado interiormente con la vivencia de lo sagrado, la mística y la lírica mística, constituyen una disciplina inalcanzable porque su cultivo no depende de la inteligencia ni de la voluntad, sino de la sensibilidad y la conciencia espiritual, y, de un modo singular, de una comunión entrañable con la Presencia divina, que a modo de coparticipación empática, llena, transforma y desborda lo viviente, inundando el alma de la inefable desmesura de lo Inmenso. Sentir, crear y vivir la poesía mística en su connotación espiritual, en su talante emocional y en su onda lírica, sagrada y simbólica supone una sintonía especial con lo divino con esa disposición entrañable y visceral, desde el hondón de la sensibilidad, en comunión con la Energía Espiritual del Cosmos. Justamente, por esa disposición de la interioridad espiritual, la lírica mística se distingue de las otras expresiones poéticas y se reconoce por estos rasgos esenciales:

  1. Ternura interior como expresión de una disposición empática y amorosa del sujeto creador con el fulgor de lo viviente.
  2. Sentimiento de lo sagrado como testimonio de la búsqueda de lo divino que anima la vida y la creación.
  3. Júbilo expresivo con fruición espiritual en tanto huella del sentimiento de gozo y entusiasmo que rebosa el alma del místico.
  4. Referentes simbólicos alusivos a la trascendencia como representación icónica de lo divino en razón del poder de transfiguración lírica, para hacer sensible, a través de la realidad natural de lo viviente, la dimensión sobrenatural de la Creación.
  5. Llama de amor divino en cuya virtud sagrada y mística de la cual la persona lírica siente y expresa la pasión de lo trascendente que envuelve y contagia la sustancia de la creación impregnada de belleza sutil y sentido de orden superior.

 

Clave mística de una vocación creadora

La creación poética de Juan Miguel Domínguez Prieto viene determinada por tres grandes instancias subyacentes en el producto creador: apelación sagrada, cosmovisión espiritual y sensibilidad trascendente, que configuran la obra artística y literaria. En la creación poética de Domínguez Prieto esas instancias tienen atributos singulares y específicos. ¿Cuál es la apelación secreta, profunda y entrañable de Juan Miguel Domínguez Prieto a la luz de su creación poética? En todo creador subyace una honda apelación que mueve su talento, determina su talante y perfila su creación para realizar algo grande y significativo. Domínguez Prieto testimonia en su lírica la llama de lo divino y la pasión de lo sagrado que hacen de su creación una genuina manifestación de la lírica teopoética. Puedo deducir, tras una ponderada lectura de la lírica de este singular poeta castellano, los rasgos de la apelación creadora de este valioso poeta interiorista:

  1. Seducción por el misterio de la Creación, con la convicción de que el universo de lo existente es obra divina.
  2. Encanto por el esplendor de lo viviente en forma ruiseñoreante desde la gema de su ensoñación estética, simbólica y mística.
  3. Vocación amorosa plasmada en la creación poética en tanto vivencia y testimonio de un alto don espiritual.
  4. Goce de la gracia divina inherente al ánfora interior de su amartelada sensibilidad que se desborda en ternura y piedad hacia criaturas y elementos.

En un cuestionario que le sometí al admirado poeta castellano, respecto a su propia apelación intelectual, me respondió: “La conciencia más extensa posible de la Creación de Dios la tuve temprano. Me refiero a las márgenes de la Creación, a la contigüidad interior” (2).

Su concepción literaria, razón de ser de su lírica mística, comparte la doble apelación espiritual y estética, fundada en el asombro de una inmensidad que se pierde en la contigüidad, por lo cual nuestro poeta interiorista cree que ha sido llamado para la creación mística: “(…) vocacionado, en infinito amor sutil de Esposo, al balbuceo. La poesía es el balbuceo que acentúa una tentativa de amor ante Quien nos crea contemplativos por la pronunciación del Sí” (3).

Para Domínguez Prieto, la creación poética es “una manera pura de amar” (4) ya que para él la creación, es decir, el sentido de la poïesis, entraña un testimonio de una amorosa visión del mundo y de la vida. Justamente, para aquilatar su producción creadora y valorarla adecuadamente hemos de enfocar la cosmovisión de Domínguez Prieto cuyo fundamento le viene dado de la mística católica, esencial para captar la clave lírica, estética y simbólica de su creación, que manifiesta las siguientes coordenadas:

  1. Conciencia poética de la crucifixión por la cual renuncia a sí mismo al modo evangélico para ser asiento del Verbo en su expresión creadora: “Mientras se escribe, se está en un exilio; se sabe que las altas son las palabras silenciosas, y a ellas tiende en parte por lo que es, en forma, coincidente a la delicia de Babel, de Babilonia; allí te dicen: canta para nosotros, mientras lloro la Tierra junto a sus canales” (5).
  2. Vivencia del sentido del silencio, renunciando a la palabra superficial y vacua para hallarla, rediviva y luminosa, en la plenitud de su sentido. “Un endecasílabo se crucifica en el Gólgota cuando no suena”, escribió el poeta de Guadalajara (6).
  3. Convicción de que con la palabra y el poder de la creación ha de potenciar la sabiduría y el amor a favor del desarrollo interior de la conciencia en su ruta hacia el ascenso del espíritu. Tiene la concepción de que “el trabajo del poeta está llamado a ser un testimonio de profecía limpia, inmaculado, una manera de iluminación de las sendas” (7).
  4. Creencia de que el don de la escritura canaliza el seguimiento de su vocación creadora y mística. Siente nuestro poeta que los creadores han sido iluminados y convocados “no para experimentar con la palabra, sino para someterla, en el justo criterio de las realizaciones, y que dé testimonio de la Luz” (8).

La sensibilidad es fundamental para la comprensión de una obra poética de la cual emana la onda espiritual que finca la conciencia estética y mística. La sensibilidad no es solo el punto de contacto con el Universo, sino el centro de nuestras percepciones y la base fontanal de nuestras operaciones. En Juan Miguel Domínguez Prieto la sensibilidad tiene los siguientes rasgos:

  1. Empatía porosa al esplendor de lo viviente en virtud de lo cual nuestro poeta se siente partícipe de la gracia estética, la gracia cósmica y la gracia mística.
  2. Posesión del aliento orante, numénico y sagrado en virtud del cual mana de su sensibilidad un reclamo religioso con el Ser divino a partir de sus criaturas vivientes.
  3. Canal de la Belleza sutil y la Verdad divina en virtud de las cuales se siente empatado al misterio de lo Eterno en su hermosura abismante que lo embriaga y arrebata.
  4. Talante abierto y sensible a los efluvios estelares mediante los cuales siente el destello sublime de la Llama infinita.

En tal virtud, Domínguez Prieto sabe por qué y para qué escribe. “Escribo porque es una puerta estrecha de obediencia a Su Belleza. Trato de encauzar mi sensibilidad hacia la alabanza al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo; y a la negación de mí, en sentido evangélico. Ser sensible ante el quehacer poético y vivir en gracia no es separable. Sin gracia sacramental, no escribo. Antes de hacerlo, intento no olvidarme de orar y de invocar al Espíritu Santo. Después, hay que latir parejo y sensibilizado al Pneuma, cuidando de no consentir, desde la escritura, ninguna idolatría de los logros” (9).

Consciente el poeta de que “vive, comparte y celebra en la catacumba de su interioridad” (10), asume su creación en obediencia de amor y entrega consentida al proyecto divino que lo obsede y a favor del crecimiento de lo que permanece y trasciende. En tal sentido, su creación poética refleja los siguientes atributos espirituales y estéticos:

  1. Expresión poética impregnada de ternura y empatía universal en dación de amor divino por el cual está consciente de la intención de su escritura.
  2. Compenetración con lo viviente como expresión tangible del Amor intangible.
  3. Renuncia de sí con entrega sacrificial al Ordenamiento divino en oblación de amor.
  4. Júbilo entrañable como epifanía de la fruición espiritual que le salva del vacío, la nostalgia y el desaliento.

Cree el poeta castellano que cuando se escribe se está en el exilio, como en una ausencia de la verdadera vivencia del espíritu. El mundo que conocemos o la realidad sensible que perciben nuestros sentidos corporales no es sino el “Cuerpo de la Piedad”, es decir, la obra visible del Creador, y aunque el poeta confiesa que ha sentido la tentación de abandonar la escritura para optar por el silencio, la convicción de que “el aliento creador lo da el Espíritu” (11) le impulsa a testimoniar la vivencia del amor en su creación.

 

Virtudes espirituales de una creación poética

Nuestro poeta experimenta una honda motivación estética y espiritual que plasma en su poesía. La apelación sensorial y suprasensible, que potencia su sensibilidad mística, lo pone en comunión con la naturaleza y a su través siente la Presencia que lo arroba en revelaciones y vivencias a oscuras y sin velo como un sortilegio de la luz desde la onda de la Llama prístina expresada en el Misterio. Para el creyente, y Juan Miguel lo es en sumo grado, Dios da la gracia para sentir por Él, que se hace sensible a través de una presencia singular, y esa gracia se hace dicha y encanto, aliento y ternura. Con la potencia sensorial de su capacidad de escucha, experimenta lo que su corazón ausculta a partir de los efluvios sutiles que su intuición atrapa, como lo revelan los siguientes versos (12:

 

Oído echado en los campos,

es escucharte,

y a ella, Tú,

 a su arcilla como antecántaro;

noche aún, Tú.

Arcilla y Luz, ¡os escucháis!

Os veo.

Qué no alcanza el limo

arrodillando

frescor de Virgen afgana.

 

Os veo,

arcilla y Luz,

horizonte y pájaro.

Sobre doce bosques,

una sola ave

cómo “pone el pico al aire”.

 

Azul de la tierra,

azul es rama.

Y a ella, Tú;

a escuchar

cómo calla a tu oído descalzo,

cómo calla a tu oído.

 

En su amartelada visión lírica la luz y el agua consustancian la Presencia en una transfiguración sutil y simbólica de la gracia divina que se hace aliento telúrico y manjar celeste en la palabra del poeta, como se aprecia en su poema “Icono en el jardín de Arimatea” (13), sortilegio de la dolencia divina que estremece su pecho y desmaya sus sentidos haciéndose visible en la magia verbal de su vivencia teopática con la que enlaza referencias bíblicas y el sentido místico de lo viviente y las irradiaciones estelares:

 

De pronto, todo es agua y es temprano

y es sol el agua y eres tú la fuente.

Todo es temprano y agua, de repente,

y te fluye el Tabor entre la mano.

 

Es todo transparente y todo humano,

todo piel de la Luz, tempranamente,

para llevar tu nombre entre la frente,

para manar…debajo del manzano

 

te desperté, entre la piel manada.

Es de agua tu nombre, desposada,

del árbol recental de la inocencia. 

 

Y es agua todo y boda y es mañana

y la novia se viste donde mana

la fuente antes del sol, tu transparencia.

 

En “Poemas sefardíes” el poeta acude a la añeja forma del decir antiguo entre los judíos españoles y canta el sentimiento de acatamiento de la Virgen Esposa. En lenguaje afín a la anonadación de la conciencia, efecto de la kénosis de su talante franciscano, la persona lírica recrea, con hondura y belleza, el simbolismo espiritual ante la gestación del Hijo del Hombre: “Melacrísmame / con noche de Ispahán/ de oler tu Alba”, dice en uno de sus textos en el antiguo ladino (14); y en otro que apuntala el criterio de que lo que somos interiormente comporta una connotación que transforma la conciencia, apuntalando estética y espiritualmente su proyecto poético: “La Yovena i anasba, la di la boz vaziya/ ke en boka kalya dulse/su abaxada/ lyebando la kreatura/Pexe escribe kon sol/en la su escurra almendra i aze la manyana. /Serrada huerta, ayre/ke da, ke da bimbrio sin demandar el arvole,/ y avierta esposika/ buxkando lo ke save/avla en su blanka kaza dualo envenranolyera/en su kaza de anasba”. Traducido al español actual, el propio autor translitera su creación lírica con los siguientes términos: “De abril –y núbil-, la de la voz vacía que dulce silencia su descendimiento llevando la Criatura, escribe en su mandorla Ixtís con sol y hace la mañana. Cerrado Huerto, Aire que da, que da su fruto, amarilla sin preguntarse por el árbol, Abierta y Pequeña Esposa buscando lo que sabe: ella es la que, en su hogar blanco, habla del verano íntimo en su casa de Párthenos” (15).

La llama sagrada de la mística, lo mismo que la del amor y la pasión, transfigura los objetos. Cuando la sensibilidad está dominada por el sentido místico, la voluntad y el entendimiento se ponen al servicio de una apelación humanizante y trascendente. A raíz de su convicción mística, el joven Francisco de Asís se hizo trovador de Dios, en un tiempo en que los enardecidos trovadores enaltecían las cosas de mundo mediante canciones, bebidas y juergas. Así nos lo presenta Gilbert Chesterton, cuando el joven trovador veía a Dios iluminando las cosas, puesto que el Poverello se hallaba, en cierto modo místico, “como al otro lado de las cosas, que contempla éstas saliendo de la Divinidad” (16). Juan Miguel Domínguez Prieto es devoto del santo de Asís, como suelen serlo los místicos cristianos, que experimentan ese mismo fenómeno de transfiguración. Como místico y poeta, a nuestro admirado creador castellano le sucede ese fenómeno de empatía y transferencia iluminante. El poeta no refiere los objetos que captan sus sentidos, sino la imagen que su intuición formula de las cosas a la luz de su llama mística y su pasión sagrada revelando en su escritura una connotación espiritual y estética que su sensibilidad transmuta con el aura sutil que su talante imprime a lo viviente al asumir el mundo como expresión sagrada. Pasión, fe y erudición se suman a su talante místico, y tras la emoción que engarza jubiloso a su creación, escribe imbuido de la magia alcarreña y, estimulado por la pasión que lo empata a lo divino, se exulta su corazón, y canta (17):

 

Aunque sólo pusiera tus manteles,

ya estaría el alba limpia.

Recuerdo, sí, comía al aire, era pastor.

Cuando comía el pan,

besaba todo el campo: la semilla,

el surco y el origen.

Lejanas estaciones

se abrían en la mano

partiendo el pan que parte.

No está allí mi boca.

Aunque sólo el decir te contemplase,

conocería el Nombre de la Luz.

Hablaba amaneciendo.

Cada bosque

retomaba las horas de sus labios

-el Nombre me decía-,

como ahora las retoma

amaneciendo lejos.

Caminaré hasta su casa: digo.

Sólo por ver tu pan,

Te pediré tejer

cada día el mantel al invitado.

 

Nutrido en las vivencias de la gracia divina e imantado por los efluvios telúricos y celestes de su amada Alcarria, nuestro poeta hace de la oración un canto de amor a la fuerza sublime que lo apela: “Si el poeta orante -ha dicho este interiorista- ha sido convocado a cantar, no ha sido llamado a tallar a cualquier precio su Nombre entre los hombres” (18).

Dios tiene un designio para cada hombre, y Juan Miguel sabe cuál es el suyo. Por eso no ha dudado en empuñar la lira mística para su canto poético y profético. Alto es el Tabor de la gracia, y sagrada la misión del místico de Castilla. En carta al suscrito, afirma el poeta: “Marginar la mística sería enajenar la necesaria obediencia” (19), que el contemplativo acata, reverente y gozoso, en sumisión a su designio divino.

La lírica mística es el mejor ejemplo de la interiorización de la imagen en la onda estética del contemplador. La realidad estética es el producto de la transmutación que realiza el sujeto creador de lo real objetivo que captan sus sentidos. No canta el poeta lo que perciben sus sentidos, sino lo que hiere su sensibilidad, lo que impacta su conciencia con su creación ante el hechizo de lo viviente, y en esa operación intelectual de convertir en imagen la percepción de las cosas, transmuta el dato sensorial en sustancia estética, y si tiene una intención creadora, la hace poesía, y si tiene una intención mística, la manifiesta como expresión de lo divino: “El peregrino advierte/ que lleva en sí el peso de la tierra. /Han abierto narcisos/ en el terrado a donde nunca sale, / a donde sale a oler. / Fuera, mira a los lejos: / sube un ´ocaso´ verde, ante trigal, / por el monte –mayor frente a los ojos-, / delicado por alma de espliegares. / Y el fuera es un adentro: / interior de vasija / y aromados terrones que se guardan.  / O el corazón al fondo es una alcarria / ¿intimada o intacta? / con su luz regresada de las flores” (20).

Este grandioso místico español abre sus sentidos a los datos sensoriales que lo miman y ve en ellos, porque así es su corazón empático y sensible, el destello de lo Increado expresado en fenómenos naturales, criaturas y elementos. Consciente de que la ternura revierte ausencias y olvidos, se pregunta: “¿Para qué la inmediatez si la intimidad del ser, de natural, se nos demora en ser amores?” (21). Sensible al esplendor de lo creado, los colores, los sonidos, los olores, los sabores, las texturas y las formas reclaman la atención de sus sentidos y en sus ojos de místico poeta se transmutan en sustancia fontanal para sentir y valorar el mundo con la emoción de un júbilo entrañable: “¿No es el agua lo que encanta? / No; sí, que tú, pura, / sacas el abrevado silencio. / Con la izquierda, / suavidad; / aire, de lo oscuro. / ¿Para qué? ¿Para quién? / Si una pequeña agua alaba en su nada, / ¿no alcanzará, por más con tu palma, corona de perfume?” (22).

Como Rainer María Rilke, Juan Miguel Domínguez Prieto ve en Toledo la imagen del Tabor durante su estancia en esa histórica ciudad española cuya argamasa espiritual le amansa el alma para recibir, en estado de serenidad seráfica, la gracia de lo Alto. Su visión estética y simbólica fragua su lira al conjuro de lo sagrado y se adentra en su ánfora interior el aliento fecundo del Espíritu. Alumbrado en su íntimo costado, vibra en él la pasión que no resiste ausencia. Expresa su canto con la fruición de lo divino (23):

 

Toledo es el Tabor. Allá, agrecada,

la mano posa a otra luz: modelo

de los blancos que no separa el velo,

ave de voz que no es de voz formada.

 

Domínguez Prieto contempla el mundo con la pureza del místico, al modo de fray Luis de León o Rabindranath Tagore. El propio poeta sabe apreciar y disfrutar esa delicada manera de contemplación, y por eso escribe: “Quien contempla el mundo con pureza ya lo está transformando” (24). Esa singular pureza en la mirada, encendida y potenciada por la conciencia mística, es sensorial y estética, lírica y simbólica, y en tal virtud le permite vivir a plenitud su vocación contemplativa y sentir gozosamente el esplendor de lo viviente al vivir místicamente el mundo, a modo de réplica formal de lo que describe el Génesis: “Y vio Dios que todo era bueno”. De igual manera nuestro querido y admirado poeta siente el mundo reír y parece que su alma danza el canto de la Creación, como lo han experimentado iluminados al sentir en su pecho la llama inmortal de lo sagrado.

 

La llama de la vocación sublime 

Ver el mundo con la pureza del místico es propio de los grandes iluminados del Espíritu. Al hablar de san Francisco de Asís, dice Nikos Kazantzakis en su memorable obra autobiográfica Carta al Greco: “Su corazón era simple, regocijado, virgen; sus ojos, como los del gran poeta y del niño, veían el mundo por primera vez. San Francisco debió a menudo contemplar una flor sencilla, un manantial, un insecto y sentir sus ojos arrasados en lágrimas. ¡Qué gran milagro, pensaba él, qué dicha, qué divino misterio, son la flor, el agua, el insecto! Por primera vez después de tantos siglos, san Francisco vio el mundo con ojos vírgenes” (25). Esa mirada virginal y prístina, originaria y pura que sabe dar el místico, está al alcance de nuestra sensibilidad si nos despojamos de fajas culturalistas, de mamparas conceptuales, de viseras limitantes, y si abrimos nuestros sentidos a los fluidos naturales de las cosas con apertura genuina, podremos decir como exclamó un día Juan Miguel Domínguez Prieto: “Al despertar, no era Domingo fuera, sino en mí” (26). Nuestro poeta canta la dicha de sentir la huella viva de lo divino que atisban sus sentidos en las cosas tangibles del mundo, y lo hace con amorosa comprensión de lo viviente, con la disposición emocional de su sensibilidad empática, con la cordial afinidad por lo sagrado y la entrega queriente al designio superior de cuanto existe. “Si el canto y la poesía brotan -dice Emilio Orozco- como expresión de la vida espiritual del místico, no nos extrañará que constituya a veces la voz que se levanta no sólo para cantar la alabanza y la gratitud al Creador, sino también para interrogar y pedir en el momento de angustia y aflicción” (27). En “La luz lateral” (28) es clara esa triple actitud lírica, estética y simbólica de sentir, proclamar y exaltar lo divino en lo humano que el siguiente soneto formaliza desde el verbo amartelado del poeta castellano:

 

Quiero decir: te basta en su migaja

la Luz. Hubiera la nada bastado

para hallarLe: mas, pone albor al lado

tuyo como un resquicio que desgaja

 

tu aire, que te ilumina cuando saja

el aire, sin que veas el Sol que ha dado

a luz tu gozo visto. En privado,

la Luz se te limita porque baja

 

a ti, pues es en canon como te ama.

Y otro, la Madre, ve por ti. En indicio

oyes la Luz que en ella es ver la Llama.

 

Y en ella es Luz tu alba de resquicio,

Y Luz total, que amar es tu ejercicio,

Aun siendo lateral la que te inflama.

 

La vocación contemplativa es una manifestación natural en la sensibilidad de Juan Miguel Domínguez Prieto, y en su testimonio de afiliación al Movimiento Interiorista reveló la “gran seducción fraterna” por el ideario estético que privilegia “la contemplación de lo trascendente” (29), vocación que confirman sus poemas escritos “en un lenguaje pulcro y diáfano con el que asume y recrea los efluvios divinos que su sensibilidad atrapa bajo el sentido luminoso fraguado en la pureza seráfica con los valores sublimes” (30). Esa amorosa vocación contemplativa, afín al más genuino sentimiento místico, concita la sensibilidad de Juan Miguel cuya aura entrañable se hace hinojo en su lira y también temblor en su pecho. En “Temblor en la blancura” el poeta siente el mundo desde la mirada tierna y paciente del pastor que hace de la soledad y el silencio mirra para su alma como una forma de significar la callada introspección que la realidad le inspira y una manera de sugerir, desde la onda sutil de su pasión, el omega fecundo de su oblación secreta y honda:

 

Antes de entrar, de antiguo,

un aire de majada,

para guardar rebaños

y la vista infinita.

Junto al silencio, estuvo la mirada

perdida de pastores – ¿y encontrada

mirando para lirios? – . No está escrita

en su limpia quietud,

en la oblación inmóvil de sus años,

en su ensimismamiento sin contiguo

mundo: la infinitud está ahí, total y recogida

-olvido de lo hermoso-.

A un omega con lirio

está mirando siempre el que apacienta (31).

 

Con la pureza mística propia de un Karol Wojtyla y el aliento visionario de un san Juan de la Cruz, Juan Miguel Domínguez Prieto engarza a su talante lírico una visión del mundo como Templo del Espíritu, y con esa actitud hierática contempla lo creado, y en su proceso escritural su alma parece gestar, en tanto canal de gracia viva, los efluvios que manan de su corazón ardiente al sentir la Luz que lo alucina en júbilo, amor y entrega rebosante de hermosura plena. En su comunión con lo sagrado el poeta interiorista disfruta la plenitud del Verbo, y en esa vivencia de amor, que es su pasión sagrada, vive poética y místicamente el mundo, inmerso en el ámbito ideal de su arrebato divino, que es su morada predilecta, secreta y entrañable. Y al experimentar la apelación de la palabra siente que regresa del exilio al que lo arrastra el mundo circundante, viviendo a plenitud la gracia de la Energía Espiritual de lo viviente. No está ausente del mundo que otros consideran irreal y abscóndito, sino arrebatado en sede fulgurante de la gracia con la revelación del Nous que lo imanta a la llama sacrosanta del que Es. En su poema “Del pájaro solitario” (32) retoma el canto imbuido del arrebato sutil del santo carmelita, haciendo del carmen sagrado y puro una gozosa lira con la música de su ánfora interior:

 

Toma el hosanna, los salmos de agua.

Padre y gran ternura, alégrate; y Espíritu,

que la primavera está; que, alondra,

he regresado del exilio.

O ser nada ahora: cegueral que con amor

de mayo ama tü alba de ojos claros,

alondra en gozo tuya, Señor, en el nido sola.

Cantarás en el lirio que casa tu Nombre

a la contemplación, Elí; en la noche que me

quiso cordera transparente y descalza.

Serviam. Ayay, ya se oyen tus pasos, vírgenes;

listo está el pan del desposorio y todo suena:

sólo Tú eres santo, canto, a Quien

los lirios corresponden.

 

Dios es, en la lírica mística de Juan Miguel Domínguez Prieto, una presencia inmanente con una aureola imantada en elementos sutiles y fenómenos naturales, pájaros y lluvia, aire y fuego. Es hermosa la manera dulce, suave y tierna con que la voz lírica, personal y universal del poeta castellano asume el lenguaje de la lírica para testimoniar tantos efluvios trascendentes que la Gracia acrece en su verbo redimido. En su expresión poética redimida quedan la pureza de su visión lírica, la belleza de su concepción estética y el encanto de su simbolismo místico en el que los pájaros son su símbolo predilecto (33):

 

Has crecido hasta esperar abril oscuramente

y no llamar a la muerte prematura.

Habrá fuera, o no, día, cosecha nueva.

Te inventas, por amor, que sale,

ahora que no sabes

preoír a los pájaros que anuncian.

Hace ya quebraron tu vasija donde antiguas aves.

Y aún no ha roto el cielo en luz definitiva.

Ahora es la hora de alcanzar el canto.

 

Juan Miguel Domínguez Prieto refleja una voz personal, inserta en la voz universal que su lira atrapa con la pureza del ánfora sagrada de su alma de poeta místico. Y esa forma genuina de sintonizar la propia voz en la esfera de su motivación personal es su manera interiorista de asumir la creación poética con el tono de su talante místico y el timbre de su acento lírico, aunando verdades intuidas y verdades reveladas. Nuestro poeta construye sus poemas con selectos términos afines a la espiritualidad bíblica –Tabor, Abba, Omega-; con el aire añejo de antiguos vocablos castellanos –majada, ventalle, fonte-; y el tono jubiloso del aliento sagrado que sus versos rielan y refrendan. Se siente, en efecto, en la lírica de este grandioso poeta interiorista la frescura de lo originario en su dolencia divina, la gracia de lo sobrenatural en su estética mística y la llama de lo sagrado en su talante espiritual. La poesía de Juan Miguel Domínguez Prieto es una réplica del impacto de lo que sucede en su ámbito interior, y su lírica mística entraña, con su connotación sagrada, una creación impregnada de amor divino que el poeta amasa con la onda espiritual de su dintorno. La misión del poeta místico, como creador de formas sublimes, es darle sustancia y esplendor a la belleza sutil a través del lenguaje simbólico, como lo ilustra ejemplarmente la poesía de este admirable poeta castellano, que le da aliento y brillantez a la luminosa pasión que lo trasciende. Poética de lo sagrado, también lo es de las entrañables vivencias que rutilan sus creaciones impregnadas del sentido profundo de lo Eterno que lo cautiva y arrebata.

 

Bruno Rosario Candelier

Movimiento Interiorista del Ateneo Insular

Moca, Rep. Dominicana, 25 de noviembre de 2021.

Notas:

  1. Juan Miguel Domínguez Prieto, “Pastores, los que fuerdes”, en El decano de Guadalajara, Guadalajara, España, 14 de julio de 1998, p. 4.
  2. Juan Miguel Domínguez Prieto, “Contestación al Dr. Bruno Rosario Candelier”. Guadalajara, España, enero de 2006, I, p. 6.
  3. Ibídem, 6.
  4. Juan Miguel Domínguez Prieto, Diarios,II.02.
  5. Juan Miguel Domínguez Prieto, “Contestación…”, citado, I, p. 9.
  6. “Contestación…”, citado, 2, p. 9.
  7. Ibídem, 4, p. 12.
  8. Juan Miguel Domínguez Prieto, “Silencio, inspiración y creatividad”. Ponencia al Encuentro del Movimiento Interiorista. Santo Cerro, La Vega Real, 28 de julio de 2006. P. 10.
  9. Juan Miguel Domínguez Prieto., “Contestación…”, citado. 3, 9.
  10. Ibídem, 4, 12.
  11. Ibídem, 4, 13.
  12. Juan Miguel Domínguez Prieto, “Oído echado en los campos”, en la revista Orar, 158. Edición preparada por Teodoro Rubio. Burgos, España, 2003, p. 19.
  13. Juan Miguel Domínguez Prieto, Iconos de agua viva, Salamanca, Nossa y Jara, 1996, p. 65.
  14. En “Fragmentos de Glosolalia”, inédito. Guadalajara, España, 22 de dic. de 1999, p. 7.
  15. Juan Miguel Domínguez, “Voz de Anasba”, poemas sefardíes. Inédito, Guadalajara, España, en 2004.
  16. Gilbert K. Chesterton, San Francisco de Asís, Barcelona, Ed. Juventud, 1985, 2a. ed., p. 96.
  17. Juan Miguel Domínguez Prieto, “Aunque sólo pusiera tus manteles”, de El nombre hasta el almendro. Publicado en Orar, 158, Burgos, España, 2003, p. 19.
  18. Juan Miguel Domínguez Prieto, “Los poetas también oran”, en Orar, 158, p. 18.
  19. Juan Miguel Domínguez, “Carta a Bruno Rosario Candelier”, Guadalajara, 7 de enero de 2005.
  20. Juan Miguel Domínguez Prieto, “El peregrino advierte”, en La víspera, el paso y la memoria, publicado en la revista Piedra de Milano, 5, Guadalajara, España, diciembre de 1997, p. 4.
  21. Juan Miguel Domínguez Prieto, “Líneas y versos lentos para Pura”, en La Región, diario de Orense, España, 16 de enero de 2003, p. 67.
  22. Juan Miguel Domínguez Prieto, Voz de Anasba, poemas sefardíes, no. VIII, p. 8.
  23. Juan Miguel Domínguez P., “Toledo MDLXXVII”. Guadalajara, España. Enero de 2005.
  24. Juan Miguel Domínguez Prieto, Diarios, 24 de junio de 2003.
  25. Nikos Kazantzakis, Carta al Greco, Buenos Aires, Ed. Carlos Lohlé, 1963, p. 308.
  26. Juan Miguel Domínguez Prieto, Diarios, 07.03.
  27. Emilio Orozco, Poesía y mística, Madrid, Guadarrama, 1959, p. 80.
  28. Juan Miguel Domínguez Prieto, “La luz lateral”, inédito. Guadalajara, 1998.
  29. Juan Miguel Domínguez, “La voz interior que nos trasciende”, en Bruno Rosario Candelier, El ideal interior, Moca, Ateneo Insular, 2005, p. 135.
  30. Bruno Rosario Candelier, “Juan Miguel Domínguez Prieto”, en El Ideal Interior, 321.
  31. Juan M. Domínguez P., “Recogimiento y temblor en la blancura”, en La luz lateral, 1998.
  32. Juan Miguel Domínguez P., Del pájaro solitario, Guadalajara, 2ª. Edición Manual, 2001, V.
  33. Juan Miguel Domínguez P., “Core”, en Barro continuo, inédito. Guadalajara, España, abril de 2003, p. 48.

Cachafú, criollización

Por Roberto E. Guzmán

CACHAFÚ

“… nos lanza la primera parte de su particular, desenfundan sus CACHAFUSES…”

La palabra cachafú solo se conoce en el habla de los dominicanos. Esto es, tanto la palabra como el significado solo son de conocimiento de los hablantes de español dominicano.

Es desafortunado que los hablantes más jóvenes no sepan qué cosa es un cachafú. La aseveración anterior destaca que en el español dominicano más reciente esa palabra es de escaso uso.

Como sucede a menudo con voces de español diferencial, con el paso del tiempo y del uso el concepto o idea que los hablantes se hacen de la voz del habla esta varía, o se hace difuso. Esto último ha sucedido con esta voz.

Las noticias que se tienen de la voz cachafú indican que ha existido en el español dominicano desde hace más de cien años. No obstante, el primer estudio que recoge la palabra es Del vocabulario dominicano (1983:45), donde puede leerse, “Revólver viejo”. En el Diccionario de dominicanismos (2002:46), aparece únicamente como, “Revólver”.

En el Diccionario de dominicanismos (2010:51) califican el arma de, “Revólver viejo de pistón”. No puede descartarse que en principio el cachafú fuese un arma de fuego de pistón, vale decir, que se ceba con pólvora fulminante contenida en una cápsula.

El autor de estos comentarios recuerda que la voz cachafú se usaba hace más de sesenta años para resaltar el tamaño del arma. En la generalidad de los casos se refería a un revólver no muy moderno, nunca a un arma semiautomática, pistola.

Durante el período de la historia dominicana que se conoce con el nombre de Era de Trujillo, la posesión de armas de cualquier tipo era tan restringido que hasta para disponer de un rifle de perdigones se necesitaba de un permiso expedido por la Secretaría de Interior y Policía. De aquí puede deducirse que el porte y tenencia de arma de fuego sin permiso fuese castigado severamente. El comercio de armas de fuego era muy restringido y controlado.

Una vez terminó ese período antes mencionado se liberalizó la posesión y el comercio de armas de fuego. Lo que puso de moda la palabra fue que en el año 1964 se puso esa voz como título a una revista de humor y sátira política, Cachafú.   Esa revista alcanzó amplísima difusión en el país dominicano y se vendía al pregón por su popularidad. Las caricaturas eran de alta calidad y los escritos se debían en su mayoría a la inventiva de Francisco Álvarez Castellanos.

Esa publicación traía en su portada el dibujo de un arma de fuego de gran tamaño, aunque no parecía que fuera para ser disparada desde el hombro, a lo que se añadía la característica de tener un cañón corto de boca ancha. Es probable que esta gráfica haya influido en la idea que el hablante moderno se forjó del arma.

Mediante la lectura del recuento que aquí consta y las explicaciones añadidas, queda claro que todas las acepciones reproducidas más arriba para cachafú son acertadas.

 

CRIOLLIZACIÓN

“En la CRIOLLIZACIÓN del carnaval dominicano…”

La búsqueda en los diccionarios tradicionales para dar con el vocablo del título ha resultado infructuosa. A pesar de que no se halla registrado el vocablo, puede asegurarse que debería hacérsele un lugar. Es oportuno el uso, y, la formación obedece a las normas de la lengua española. En el desarrollo de esta sección se comprobará lo interesante que resulta en América analizar este vocablo.

Los genes presentes en este vocablo tienen estrecha relación con la palabra criollo. En el Diccionario del español dominicano (2013:223) se encuentran las palabras más cercanas a la del título y estas proveen las pistas para entender lo que criollización significa. En ese diccionario aparece el adjetivo criollizado que es, “Referido a persona, que ha adoptado las costumbres de la República Dominicana”.

En ese diccionario, en la misma página, consta el verbo criollizar(se), “Hacer que un extranjero adquiera las costumbres propias de la República Dominicana”. “Hacer que algo adquiera características propias de la cultura dominicana”. Esta segunda acepción sirve de base para que se argumente que el sustantivo criollización es pertinente.

Todos los vocablos de esta familia tuvieron su origen en “criollo” que en español es una adaptación del portugués crioulo, derivado de criar. En un principio con la voz del portugués se designaba al esclavo nacido en casa de su señor, así como al negro nacido en la colonia, por oposición al procedente de la trata.

El vocablo criollo adquirió mayor importancia y relieve social y político cuando pasó a designar al blanco nacido en las colonias. Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico (1980- II- 243-5). En Canarias utilizan el vocablo en cuestión para, “Originario, propio de las islas o de cualquier lugar de ellas, autóctono”. Diccionario diferencial del español de Canarias (1996:424). Esto hace pensar al autor de estas líneas que el vocablo pasó de América a Canarias. Esto así, a pesar de que en la acepción del español de Canarias la palabra criollo lleva huella del concepto portugués acerca de la palabra.

La voz portuguesa crioulo deriva de criadouro que produjo una secuencia hasta llegar a crioilo, crioulo. Antenor Nascentes sostiene que la evolución que se produjo para terminar en la voz conocida en el presente se desarrolló como una consecuencia de la deformación en la elocución del término en boca de los africanos. Dicionário Etimológico da Lingua Portuguesa (1932:223).

La voz pasó a otras lenguas, al francés, créole (kreyol), que entró con una forma hispanizante, crollo en 1598. En Luisiana en el pasado se refería con esa voz a los blancos de origen francés o español. La voz del francés ha producido derivados parecidos por su significación a los españoles mencionados más arriba. Dictionnaire historique de la langue française (2012-I-902). En italiano la voz es créolo, luego de pasar por crioglio, con la misma significación antes citada para Luisiana. Dizionario etimologico della lingua ialiana (1979-I-295).

En inglés ingresó en 1697 Cirole, para transformarse en 1737 en creole tomado del francés, con el valor reconocido antes en Luisiana. Chambers Dictionary of Etymology (2015:233).

La importancia de la palabra criollo en América tiene fuertes matices históricos, pues las independencias de los territorios americanos fueron impulsadas por los criollos. Como es sabido las acepciones de criollo se han ampliado a través de la historia. Un ejemplo de esto es llamar criollo (creole) a la lengua fruto de fusión de una lengua europea y otra indígena negra.

Las voces derivadas de criollo son pertinentes cuando introducen matices adjetivos a nociones existentes; o cuando ensanchan el concepto de lo criollo a nuevos campos, como es el caso de criollización.

Puyar, favela, manoplazo

Por Roberto E. Guzmán

PUYAR

“Si no tienen uno en sus manos PUYANDO 24 horas, inmediatamente se declaran. . .”

“. . . también PUYANDO sus aparatos. . .”

Este uso de puyar es punzante. Hay diversas maneras de puyar, tal y como se comprobará más abajo. La acción de puyar puede herir el cuerpo y en otras ocasiones hiere el espíritu. El verbo deriva del sustantivo puya que apareció temprano en las lenguas romances.

El verbo adquirió temprano en la lengua acepciones asentadas más tarde en los diccionarios para reconocer los usos. Como es de suponer, en América el verbo se hizo de significaciones propias que luego devolvieron al español peninsular.

Algo que se ha observado en el habla de los dominicanos. El verbo puyar y puya son más frecuentes en el habla del pueblo llano; hay más, se empleaba con mayor frecuencia en las conversaciones en las provincias del Cibao que en otras partes del país.

En el origen de puya y del verbo puyar se encuentra una palabra que ha ido de capa caída en el uso, púa. La única púa que se oye y se escribe con frecuencia es la del alambre, alambre de púa.

Puyar(se) en el habla de los dominicanos es usado mayormente para mencionar el “pinchar a alguien con un objeto punzante”. De esta acción más bien suave el puyarse pasó a usarse para un acto intencional, “herir a alguien con un objeto punzante”. Ensanchó su campo de acción y pasó a usarse para dar a entender, “herir a alguien con una arma blanca”.

En tiempos más recientes pasó el verbo a adquirir connotaciones menos concretas, “estimular, incitar a alguien para que realice una acción”. Al incorporar esta acepción, el hablante dominicano lo que hizo fue integrar el uso de otros diez países americanos.

Durante largo tiempo el verbo puyar se usó de manera exclusiva en los predios rurales para “poner una inyección a alguien”.

En el habla contemporánea el verbo puyar ha adquirido acepciones que no poseía en el pasado, “apretar algo, especialmente un botón o una tecla”. La otra acepción que se ha sumado en tiempos recientes es, “manipular un mecanismo, especialmente el motor de un vehículo”.

En la cita puede el lector adivinar que se trata de personas que aprietan teclas o botones de aparatos modernos, especialmente teléfonos celulares u otro tipo de artefactos muy modernos que pueden llevarse consigo a todas partes.

Por medio del recuento de las significaciones del verbo puyar(se) puede observarse como un verbo que existe desde hace siglos en el español internacional ha incorporado en el habla nuevas acepciones menos violentas o sin dolor.

 

FAVELA

“. . . ha sido el de llevar atisbos de paz y progreso a las populosas y marginales comunidades o FAVELAS enquistadas. . .”

Esta palabra se ha integrado con tal ímpetu en el español de todos los días que muchos hispanohablantes no se percatan de que están usando una voz extranjera cuando la usan. Favela es una voz directamente aceptada en los diccionarios del español sin modificación alguna. La voz portuguesa entró en el Diccionario de la lengua española en la edición de 1992. Se escribió “portuguesa” porque así lo escribe ese diccionario, aunque quien esto escribe prefiere llamarla brasileña.

En esa edición de ese diccionario aparece calificada de americanismo con la acepción, “Barraca, chabola”. En la edición del 2014 los redactores del diccionario antes mencionado se pusieron al día. Cambiaron, “Del port. Brasileño favela. 1. En Brasil, barraca, chabola. // 2. En las ciudades brasileñas, barrio marginal de chabolas”.

En la lengua española moderna el portugués o el brasileño no han podido imponer muchas voces. Aparte de saudade es probable que pocos hispanohablantes puedan mencionar otras voces que procedan directamente del brasileño y que se hayan aceptado sin cambio alguno.

La favela tiene una historia curiosa. En brasileño es, “Conjunto de viviendas rústicas, con poca o ninguna infraestructura urbana y carente de servicios públicos, como la recogida regular de basura”. (Versión española RG).

La palabra entró en Brasil al final del siglo XIX después de la Guerra de Canudos, en Bahía. Los soldados en 1897 cansados de esperar por el alojamiento prometido ocuparon los morros más próximos al Ministerio de Guerra. Ese fenómeno inauguró un nuevo modelo de ocupación urbana. Los soldados bautizaron este lugar con el nombre de “morro da favela”, que era el nombre de la elevación donde estuvieron acantonados en Canudos que debía el nombre a la vegetación existente en el lugar.

Favela, en sí, es una leguminosa, un tipo de haba (fava) pequeña, pues favela es el diminutivo de fava, (haba). A origem curiosa das palabras (2003:105-6). (Versión española RG).

Las diferentes lenguas han bautizado estos asentamientos con términos que cobran importancia y definición propias. En francés es bidonville, en inglés tienen slum y shanty town. En español existen varias denominaciones para estos asentamientos urbanos o suburbanos, uno de ellas es “villa miseria”.  

La inventiva del hablante de español dominicano es muy productiva para bautizar este tipo de asentamientos, en República Dominicana los clasifican como barrios, “Monomojao, Salsipuedes, Raboechivo, Nibaje” y otros más, todos muy graciosos y descriptivos.

 

MANOPLAZO

“. . . como si las walkirias tuvieran que ser. . . de un MANOPLAZO”.

Este vocablo forma parte de aquellos cuya formación no es correcta; vale decir, no obedece las reglas que el uso ha impuesto y las normas han establecido. Puede interpretarse formado sobre mano- o sobre manopla. En el examen del vocablo se verá que tiene relación con la mano y no con la manopla.

Es recomendable observar los cambios en las acepciones reconocidas para manoplazo. En ese proceso podrá comprobarse los ajustes que se hicieron en esas acepciones, algunas de acuerdo con los cánones de la lingüística dictados por el paso del tiempo.

Cuando el manoplazo apareció en los repertorios de palabras dominicanas en el año 1930, de la mano de Rafael Brito, fue así, “Golpe dado a mano abierta”. Diez años más tarde cuando D. Pedro Henríquez Ureña se ocupó del asunto solo varió mínimamente la redacción de la acepción, “Golpe dado con la mano abierta”.

Mayor cuidado observaron los redactores del Diccionario del español dominicano en el momento de escribir la acepción, pues tuvieron en cuenta la terminación de la voz manoplazo en el momento de la redacción de la acepción, “Golpe fuerte dado con la mano abierta”.

El rasgo distintivo en esta acepción es la incorporación del adjetivo fuerte que se aviene con lo que las normas aconsejan en el caso de la terminación -azo, especialmente si se tiene en cuenta que esta terminación tiene valor aumentativo. Esta consideración se refuerza cuando se lee para esa terminación, “A veces significa golpe dado con lo designado por la base derivativa”.

Ahí está el manoplazo dominicano cuyo significado se comparte con Puerto Rico. Las características a retener para este golpe son, la mano abierta y la fuerza del golpe.

Desaciertos relacionados con «que»

Por Tobías   Rodríguez Molina

El empleo de nuestra lengua alejado de sus normas se reitera una y otra vez en muchos de los hablantes y escribientes de la misma. Ese alejamiento acontece principalmente al eliminarles palabras a las frases o grupos sintácticos, o al añadirles términos innecesarios, así como también por la separación de elementos que deben aparecer uno detrás del otro. Eso lo verán  expuesto y analizado a continuación.

-1. “Los virus de esa enfermedad no se transmiten con la facilidad que lo hacen los de otras enfermedades.” (Programa  La Receta Médica,  Z 101). El desacierto que aparece en esta oración consiste en la eliminación de “con” del relativo “con que” en la expresión “la facilidad con que (=con la que) lo hacen los de otras enfermedades.” A este apartarse  del buen empleo de los relativos se le puede llamar “desconqueísmo” por quitarle “con” al relativo “con que”.

-2. “El día que te fuiste no te pude decir adiós.” (Una amiga a otra amiga por Facebook). En esta ocasión estamos frente al “desenqueísmo”, ya que al relativo “en que” se le eliminó la preposición “en”, en  la frase “El día en que te fuiste…”

-3. “Durante mucho tiempo los jóvenes han pensado de una manera en la que no concuerda con su edad.” (Estudiante universitaria; trabajo final de Español 2). Mientras en los dos  casos anteriores lo que hay es eliminación de elementos sintácticos, en este tenemos empleo excesivo, pues  se emplearon las palabras “en” y “la” sin ser necesarias. Al redactar dentro de la norma, la expresión se dirá: “…los jóvenes han pensado de una manera que no concuerda con su edad”.

-4. “En el único juego que él falló fue el de ayer.”(Comentarista y narrador deportivo; Serie del Caribe). Este cuarto desacierto es el llamado “traslaenqueísmo, por el traslado o separación del relativo “en que”, que debe aparecer con las dos palabras seguida una de la otra después de “juego”, que es la  palabra relacionada y que debe anteceder al relativo. Por lo tanto, el ordenamiento de esa oración debe ser “El único juego en que él falló fue el de ayer.”

-5. “Por lo regular, se habla de denuncia en los casos que no se sabe quién cometió la infracción.” (Libro de derecho en etapa de corrección). En este caso encontramos de nuevo el “desenqueísmo” porque se separó “en” de “en que”.

-6. “Procuren alcanzar aquella Patria justa para todos, que nos testó Balaguer en la última competencia electoral que participara.” (Artículo en Hoy Digital). El articulista emplea  la muy común entre los dominicanos expresión desenqueísta, tal como la vemos en la frase  “que nos testó Balaguer en la última competencia electoral que participara.” El relativo debe ser: “en que” participara.

-7. “Entonces deberá ser allí que se notifique el acta de alguacil contentiva de  la demanda.” (Tomado de un texto jurídico). El desacierto aparecido en esta ocasión está ubicado después de “allí” y consiste en emplear “que” en vez de “donde”. La frase acorde con la sintaxis del español debe expresarse como sigue: “Entonces deberá ser allí donde se notifique el acta de alguacil…”

-8. “El plazo comienza a correr desde el día que fue notificada la sentencia.” (Libro de derecho en etapa de corrección). Como ya es casi común en los usuarios dominicanos, aquí vuelve a aparecer el “desenqueísmo” en la frase “desde el día que”, que debe expresarse “desde el día en que”.

-9. “Ya me di cuenta que en nuestro país no tenemos democracia.” (Comentarista de un canal capitalino). El “queísmo”, que aparece en la expresión “…me di cuenta que” ya se ha vuelto viral en los dominicanos y demás usuarios de nuestra lengua no importa el  país donde residan, pues expresan “…me di cuenta que” en vez de “…me di cuenta de que”.

-10. “Es conveniente de que conozcamos el tipo de sociedad que tenemos los dominicanos.” (Idem).  El mismo comentarista de la capital esta vez emplea el “dequeísmo”, pues añade “de” a la expresión “es conveniente que”. El mismo comentarista en el caso 9 elimina el “de” necesario y en este 10 le añade un “de” innecesario.

-11. “Hay que tener en cuenta la acción de que se trata el presente caso.” (Tesis de estudiante de Derecho). Este estudiante de término   pone “se” que no lo demanda la sintaxis en un caso como ese. Debió escribir “Hay que tener en cuenta la acción de que trata el presente caso.” O también pudo haber expresado “Hay que tener en cuenta la acción que se trata en el presente caso.”

-12. “Dicho artículo exige que todo documento dirigido a un tribunal que conste el nombre de un abogado, debe indicar su carnet.” (Idem). Al igual  que en el caso 7, aquí aparece usado “que” en lugar de “donde” (=en que). Debe decirse “…todo documento dirigido a un tribunal, donde (en que o en el que) conste el nombre de un abogado, debe indicar su carnet.” La idea  o contenido que se quiere expresar está muy oscura; no se ve claro que el nombre debe aparecer en el documento y no en el tribunal.

-13. “A pesar de tanta pesadumbre, de quejas constantes, no  nos olvidamos que hay una generación que se supera cada día…” (Articulista de La Información, Santiago, R. D.). En  este ejemplo aparece, al igual que en el 9, el “queísmo” en la frase “no nos olvidamos que”, a la cual le falta “de” para que se exprese “no nos olvidamos de que”.

-14. “Es interesante un movimiento como la que está habiendo en la Plaza de la Bandera.” (Médico especialista, Receta Médica).  Este médico, que es especialista en un área de la medicina y alguien con mucha cultura, no tuvo la capacidad de emplear la concordancia entre el  antecedente “movimiento”, palabra de género masculino y que, por lo tanto, exige que el relativo sea “el que”, indicando así  el  género masculino.

Con estos casos, muchos de los cuales ya han aparecido en otros de mis artículos, quiero contribuir a que su español, tanto en el habla como  en la escritura, se acerque lo más posible al uso que  nos ofrecen las normas.

 

Popola, achicharrar(se)

Por Roberto E. Guzmán

POPOLA

“Tú eres el rey de la POPOLA, no la dejes sola pa´que no le den una bola”.

La voz popola suena acariciadora. Puede decirse que es una voz dulce; tiene connotación de habla infantil. Popola y popolita hacen recordar nombres que se ofrecen a los niños para denominar partes del cuerpo cuyos nombres entre adultos son vulgares y entre letrados son cultos, suenan raros. El tipo de palabras del título tiene escasa circulación en la expresión escrita; casi siempre se reserva para conversaciones privadas. Las razones para que sea así son variadas.

En la historia reciente de las canciones dominicanas, las letras han dado un gran salto. Ya no se esconden las palabras obscenas. Cada vez se desnuda más el lenguaje y se hace más explícito. El “doble sentido” ha ido desapareciendo. Esto es quizás el resultado de que las palabras moldean el mundo, pero también lo reflejan. “Ahí me planto” es la frase elegida por este redactor para evitar entrar en ese aspecto del tema.

Con respecto de las palabras consideradas obscenas, debe de recordarse que por lo general estas suscitan emociones inexpresadas. Algunas que se publican o se usan en público en la actualidad revisten el sabor de la transgresión; se erigen en una crítica a la falsedad de la fachada moral de la sociedad.

Aunque se viva en sociedad, todas las personas no reaccionan de la misma manera ante el uso de palabras reales para nombrar hechos de la vida. Algunas profesiones tienen sus códigos para denominar algunas acciones; por ejemplo, cohabitación, relación carnal, adulterio, infidelidad, corrupción y estupro son palabras que en la calle reciben otros nombres descarnados que muchas veces muestran el disgusto o desaprobación del acto por medio de la censurada palabra.

Si se toma desde el ángulo lingüístico, la amplitud del vocabulario sexual puede aceptarse como un índice de la vitalidad de la lengua y de la riqueza de la imaginación de los hablantes del país. No puede negarse que la sexualidad ocupa un lugar preponderante en la vida humana y, en consecuencia, existe una gran creatividad; es un área fecunda y dinámica en el habla del humano de a pie.

Durante largo tiempo los diccionarios ignoraron las palabras que se consideraban crudas y con ello fallaban en su misión de transmitir o asentar el conocimiento. C. J. Cela asegura que “la vulva del diccionario no es el coño del pueblo, sino tan solo una parte de él”.  Diccionario secreto (1968-I-13). Se plegaban -los diccionarios- a la prohibición del tabú, que puede provenir del miedo, de la delicadeza y de la decencia. En casos como este es posible escribir que el lenguaje está al servicio del hecho social.

Los hablantes y escribientes de la lengua en esa condición obedecen a varias motivaciones cuando emplean en público palabras proscritas por “los escrúpulos de María gargajo”. No hay que rasgarse las vestiduras ante las palabras malsonantes.

La palabra del título existe desde hace largo tiempo en la lengua dominicana. Lo nuevo con respecto de esta es usarla en público. En algunos casos quienes de ese modo actúan lo hacen para escandalizar, para protestar contra las convenciones sociales que enmascaran la realidad con adornos retóricos y eufemismos. A lo recién mencionado Lacan añade la metonimia y la metáfora como recursos fundamentales en la elaboración de nuevas palabras en general; recurso que puede considerarse aplicable a la terminología sexual “de pueblo”. En el área sexual ocurre lo que Michel Bréal llamaba los “desarrollos peyorativos” del lenguaje.

Algunas actitudes del ser humano se reflejan a través del léxico sexual, tómese por ejemplo el machismo tropical y caribeño para denominar el pene. Todas las palabras elegidas son alusivas a la rigidez de este, a la fortaleza.

La popola tiene otros nombres más indecentes, escandalizadores. Ya más arriba se apuntó que es usado para denominar la vulva durante la niñez porque la realidad impide que se quede sin nombre. Por este medio el uso de este tipo de palabra no se celebra ni se censura.

 

ACHICHARRAR(SE)

“El ACHICHARRAMIENTO de más de noventa por ciento de los aspirantes a profesores…”

En el español dominicano hay dos verbos que tienen relación entre ellos, con acepciones especiales, muy dominicanas. Esos dos verbos en el título, achicharrarse, y, quemarse hasta en su valor semántico dominicano tienen relación.  Más adelante se revisarán las acepciones correspondientes anunciadas y se emitirán juicios con respecto a la redacción de estas.

El verbo achicharrar es un aumentativo de la acción de quemar, eso que en la lengua general se entiende por “quemar en exceso”. Por esa cualidad, en el español dominicano cuando el verbo quemar se usa en una de las acepciones propias de esa variante de español, puede recurrirse al verbo “quemarse”, como en el ejemplo en cabeza de esta sección.

En la cita puede recurrirse a una de las acepciones, “No aprobar un profesor a un alumno en un examen”. “Suspender un alumno un examen”. En el caso específico citado, como un porcentaje elevado de candidatos que no alcanzaron la calificación aprobatoria, el redactor echó manos del verbo achicharrar para elevar el grado del fracaso.

El verbo quemar cuenta con otras significaciones en el español dominicano. “Vender una cosa muy barata”. “Copiar datos, música o imágenes en un disco digital”. “Rozarse alguien el cuerpo con el de otra persona con intención erótica”. Esta son las más usuales, pues hay otras más.

Puede escribirse aquí que el verbo achicharrar debe esa formación a una onomatopeya, el ruido que produce aquello que se quema. En el siglo XVII el verbo era chicharrar, abrasar. De la misma forma en como sucedió con otros verbos, a este se le añadió una vocal /a/ al principio que se integró y derrotó la forma originaria.

En las conversaciones y hasta en programas televisivos algunas personas utilizan el verbo quemar para dar a entender que una persona, especialmente personalidad pública, se sobrexpone a través de los medios de comunicación causando mediante ese proceder una impresión negativa.

Esa podría ser una nueva acepción para el verbo, pues no se ha logrado hacerla entrar en la conceptualización que existe para el verbo.

Del mismo modo que en otras ocasiones, una vez más hay que reconocer que el hablante de español dominicano aprovecha los recursos existentes en la lengua para explotarlos y comunicar de modo elocuente sus sentimientos.

Mojiganga, entrejunta

Por Roberto E. Guzmán

MOJIGANGA

“… así como acabar con la MOJIGANGA que…”

El vocablo del título no lo crearon los dominicanos. Lo que sí han hecho los hablantes de español dominicano es añadir nuevas acepciones a este vocablo.

La palabra mojiganga comenzó en español conocida por boxiganga. No hay que sorprenderse por el cambio experimentado. Recuérdese que la letra jota /j/ no existía todavía a principios del siglo XVII. En el siglo XVIII se conservó el nombre mojiganga solamente en sentido figurado para “farsa, cosa ridícula con que parece que uno se burla de otro”. La palabra del español pasó al catalán y al portugués.

En el Diccionario de autoridades (1732-II-587) aparece escrito mojiganga con la acepción copiada más arriba. Allí se añade, “Fiesta pública que se hace con varios disfraces ridículos, enmascarados los hombres. . .” (Versión moderna RG).

En el español dominicano el reconocimiento de la palabra estudiada aquí se produjo en el año 1940 cuando P. Henríquez Ureña la escribió en plural, mojigangas, con el sentido de “máscaras”; este estudioso agregó, Por extensión, ‘ridiculeces, tonterías, ficciones’. D. Pedro menciona además el verbo “mojiganguear” al que identifica como juguetear.

Cuando Patín Maceo se ocupó de las palabras mojiganga y mojigangas; para la primera la trata de “Barbarismo por máscara”. Trae la locución Estar de mojiganga con el sentido de “Estar en ridiculez”. Para el plural mojigangas, asienta, “Gestos, ademanes, bravatas”.

No hay que olvidar que la semilla de la acepción de la máscara dominicana para mojiganga apareció en el Diccionario de autoridades, con las palabras “disfraces, enmascarados”. En De nuestro lenguaje y costumbres (1967:63) la mojiganga aparece tipificada por, “Algo que hace de hazmerreír”.

Al leer estas significaciones recogidas en el habla para la palabra mojiganga, eso permite que el lector comience a hacerse una idea de la vía por la que se encamina el habla dominicana con respecto a la palabra. Hay que resaltar que en las acepciones que presenta el diccionario oficial de la lengua española el acento está colocado todavía sobre los disfraces y la acción burlona y la obra teatral breve.

El hablante americano de español en México, Panamá y Honduras retuvo el rasgo del disfraz ridículo y el entorno de la fiesta para su mojiganga que es una figura gigante de madera y trapos en las festividades.

El hablante dominicano hizo de mojiganga, “Persona que es objeto de burla o sirve de diversión a otras”. Así mismo usa mojiganga para referirse a, “Falta de seriedad y orden”. Aunque no se ha encontrado en los lexicones, se ha oído y usado mojiganga para calificar a una persona de poca o ninguna valía. Expresarse diciendo que una persona es un o una mojiganga es hacerlo de modo despectivo. Se ha oído decir que un hombre es un mojiganga, sobre todo cuando la compañera de vida es quien lleva la voz cantante.

La palabra mojiganga ha dado pie a varias locuciones bien acreditadas por el uso. En el habla dominicana, “coger de mojiganga, estar de mojiganga, poner de mojiganga, ponerse de mojiganga”. La nota en estas locuciones va de la mofa, a la ridiculez, hasta someter a una persona a la voluntad y capricho de otra.

Puede afirmarse sin riesgo a equivocación que mojiganga ya no se usa para máscara. Si va vestido de manera extravagante puede que se diga que esa persona es o parece una mojiganga. La persona de quien se dice que es mojigangosa es la que presenta características de ridiculez.

Como la palabra ha rodado en el habla americana, no podía faltar alguien que procurara encontrarle un origen diferente al peninsular. D. Fernando Ortiz va a las lenguas bantúes y explica que el brujo nga, nganga vestía de forma ridícula y extravagante, colores chillones, máscara, campanillas y cencerros. Él entiende que de estos personajes sacó el español la mojiganga del teatro. El citado autor trae en auxilio de su teoría abundante material. Glosario de afronegrismos (1924:322-6).  El Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico alude a Ortiz, pero descarta sus teorías.

 

ENTREJUNTA

“Los que dicen poner candados se conforman con que la puerta esté ENTREJUNTA…”

La búsqueda que se ha emprendido para dar con las menciones de la palabra del título en diccionarios de la lengua general no ha sido productiva.

La primera mención de la palabra entrejunta en un lexicón aparece en el Diccionario de americanismos (2010) de la Asociación de Academias de la Lengua Española. Allí se atribuye su uso al habla cubana.

Algo curioso es que al repasar los lexicones de habla cubana no se encontró rastro de esta. La misma tarea se acometió entre los repertorios de habla dominicana. La primera mención del adjetivo “entrejunta” se encontró en el Diccionario del español dominicano (2013:291).

El autor de estos comentarios acerca de la lengua recuerda el uso de la palabra desde los años de su juventud cuando era un adolescente hace más de sesenta años. En el habla familiar se usaba para pedir a alguien que no cerrara completamente una puerta.

El español general conoce el verbo entornar que deriva en el adjetivo entornado, a para “Volver la puerta o la ventana sin cerrarla del todo”.

Es pertinente llegado a este punto hacerse la pregunta acerca de si usar una composición semejante, entrejunta, es acertada para expresar dejar una puerta o una ventana sin cerrarla del todo.

Al revisar el Diccionario de la lengua española, es decir, el de la Asociación de Academias de la Lengua Española, se encuentra que “entre” puede servir para mentar “Situación en medio de dos o más cosas” o “estado intermedio”. Con respecto del verbo “juntar” este comunica “entornar, cerrar una puerta o una ventana sin echar llave o pestillo”.

Así, ya no cabe sorpresa de que los hablantes de español de Cuba y República Dominicana recurran a entrejuntar para, “Referido a una puerta o ventana, que no está cerrada del todo”.

Si se toma en consideración lo escrito más arriba con respecto a encontrar el vocablo en los lexicones cubanos, esto mueve a pensar que no es un uso antiguo, o, es de uso esporádico. Esa consideración puede aplicarse también a la República Dominicana.

Jurungar, lechón, cháchara

Por Roberto E. Guzmán

JURUNGAR
“… sino que saldrá de nuestros bolsillos, ya rotos, y cansados de tanto JURUNGARLOS”.

El verbo jurungar procede de las hablas dominicana y venezolana. De este modo lo reconoce el Diccionario de la lengua española cuando asentó esta voz en calidad de propia de los dos países cuyas hablas se mentaron más arriba. El reconocimiento antes señalado se produjo en la edición del año 2001.

Las fuentes bibliográficas apuntan en la dirección de una aparición relativamente reciente para el verbo jurungar en el habla dominicana. Esto inclina a hacer pensar que el origen del verbo se produjo en Venezuela, por lo menos con esta grafía.

La primera noticia del verbo escrito jurungar en un repertorio de voces propias del habla dominicana se encuentra en Del vocabulario dominicano de D. Emilio Rodríguez Demorizi, “Jurungar. Embromar. Punzar. Meter un dedo o algo en una cavidad. Molestar. Pinchar”. (1983:143).

Con anterioridad a esta cita hubo alguna noticia acerca de jurungal con un verbo como sinónimo o equivalente, pinchar. Así se halla en Criollismos de Rafael Brito. Llama la atención que este autor haya escrito jurungal, con una letra ele /l/ al final, si se toma en cuenta que su fuente principal de voces vernáculas procede de la región del Cibao, donde la terminación sería otra y no ele /l/. En esa obra Brito en varias ocasiones presenta las palabras escritas de la forma en que la pronunciaban los lugareños del Cibao, con la letra /i/ en lugar de la erre /r/.

Hay que destacar el tiempo transcurrido entre la primera mención de una voz parecida al verbo y la aparición del verbo mismo en un repertorio de voces.

A don Ángel Rosenblat el origen de la palabra le parece indudable “. . . jurungar se formó por cruce de dos verbos: jurgar (hurgar) y jeringar”. La primera mención escrita de este verbo la encontró este investigador en un escrito del año 1859, escrito jorungar, con el valor de escarbar. Unas líneas más adelante, escribe, “. . . en Venezuela, las Antillas, América Central. . . es frecuente que se emplee. . . “no se la jurungue” [la nariz]. Buenas y malas palabras 1974-II-41). Para “introducirse los dedos en las fosas nasales”, es como el autor de estos comentarios recuerda haber oído en su niñez por primera vez el verbo jurungar.

Como es natural que ocurra en casos como este, una palabra que cobra vigencia en el habla tiende a ampliar su ámbito semántico, porque el hablante, o los hablantes, usan la voz aunque no sepan con exactitud el campo específico que cubre.

En Venezuela en el año 1977 ya se utilizaba la voz en cuestión con el valor de, “hostilizar, molestar, provocar la ira de alguien”. Léxico popular venezolano (1977:189).

En los predios rurales la voz pasó a significar “Escarbar. Provocar a alguien”. Ahí está la palabra del campo, escarbar; junto con la idea de pinchar, punchar, pero en sentido figurado, en tanto acción ejercida pero no físicamente. Cuando el verbo del título sentó reales en el ámbito citadino y por ende culto, la acepción tomó rumbo más elevado, “Hurgar, revolver, escarbar”. Este valor se documentó ya en el año 1912. Diccionario de venezolanismos (1993-II-37).

Más adelante en la lexicografía venezolana registró acepciones insospechadas cuando llegó a “Registrar por curiosidad los objetos de otra persona”. En sentido figurado alcanzó a tipificar, “Investigar algún asunto”. Diccionario del habla actual de Venezuela (1994:290).

En el habla de la República Dominicana el verbo jurungar adquirió acepciones desconocidas en otros países. “Estropear algo con lo que se ha estado operando. Maniobrar repetidamente con una cosa. Estropearse un aparato o maquinaria”. Llama la atención la proyección del verbo hacia estropear y maniobrar. En estos casos se produjo un salto que solo el tiempo, la distancia, el medio social y el uso en diferentes circunstancias pueden explicar. Diccionario del español dominicano (2013:400).

 

LECHÓN

“Hay que celebrar que los LECHONES de Santiago no son. . .”

Lechones es el plural de lechón. El lechón es un cochinillo que todavía mama. De allí le llega el nombre lechón, pues mama leche. El cerdo tiene fama de ser un animal sucio (cochino), de donde por extensión se califica con este adjetivo a la persona puerca, desaseada. También se usa la palabra lechón en funciones de nombre para el cerdo macho sin importar la edad de este.

Luego de esa entrada obligatoria hay que enfocarse en el lechón de Santiago de República Dominicana. En esa ciudad casi siempre se usa el nombre en plural, “lechones de Santiago”.

Los lechones de Santiago son las “máscaras que acuden al desfile de carnaval vestidos de diablos”. Diccionario de cultura y folklore dominicano (2005:222). Este disfraz casi siempre lleva cuernos (cachos) añadidos a la careta, sobre la frente o la cabeza, porque así era la representación del diablo. En el caso del “Baile de lechones”, en lugar de disfraz de diablo llevan caretas (máscaras) de lechón.

En Santo Domingo, la capital, se llama “diablo cojuelo” al personaje disfrazado que en Santiago se denomina Lechón. Es posible que esta diferencia entre los nombres nunca sea bien explicada, sobre todo por sus motivos. En Montecristi a los personajes disfrazados del período de carnaval llaman de “toros”.

En los últimos tiempos se ha propagado la costumbre de llamar diablo a todos los personajes disfrazados con trajes llamativos y máscaras elaboradas; sobre todo si llevan cuernos y látigo.

 

CHÁCHARA

“. . . la movilidad en el Gran Santo Domingo no es para CHÁCHARAS. . .”

En verdad, en verdad os digo. . . este vocablo del título se incluye en esta columna para aprovechar y tratar el tema de la onomatopeya y el uso de esta en el español dominicano.

Cháchara es palabra de raíz onomatopéyica romance klakk- “charla”.

Para el objeto de esta exposición solo se insistirá sobre la significación “conversación frívola”. Al español llegó del italiano chiàcchiera que en esa lengua era “conversación sin objeto y por mero pasatiempo”. En italiano tienen un verbo para el ejercicio de esta acción, chiachieràre. Al pasar al español pasó con el sonido de /ch/ y no de /k/ como correspondía por el origen.

En portugués J. P. Machado sostiene que cháchara llega a esa lengua desde el español y tiene “etimología obscura” y alude a A. Nascentes que escribe, “El español tiene cháchara que la Academia Española y M. Lübke consideran vocablo onomatopéyico”. [No obstante] L. Erguilaz da un étimo árabe, con significado de “ruido tumulto”. (Versiones españolas de RG).

La onomatopeya alude a la relación existente entre la cosa que se designa y el sonido de la cosa, al ruido, o voces en el caso de algunos animales con la unidad léxica que se crea para imitarlos. La imitación del sonido se hará de acuerdo con los parámetros de la lengua en cuestión.

La representación de algunos sonidos (onomatopeya) cuenta con la aceptación de los segmentos cultos de los hablantes. Esto no es objeción para que en algunas hablas se sientan con derecho de imitar el sonido a su manera. Es clásica en lingüística la diferencia en la representación de los sonidos de los animales en distintas lenguas por las diferencias que estas arrojan.

Los dominicanos para referirse al sancocho que hierve lo hacen diciendo, plopló. El sonido de un disparo de arma de fuego es tituá. Para dar a entender que algo sucede de modo súbito, ¡rián! Pimpán para el golpe propinado, tras, para el desgarre de una tela; tóquiti para el golpe accidental, especialmente si se recibe en la cabeza. Curcur o culcul, para líquido ingerido con rapidez. ¡Fua!, se fue la luz. Algunas de estas onomatopeyas se tomaron de Retablo de costumbres dominicanas (1991:146).

Una vez que estos sonidos se integran en la lengua en cuestión pueden conducirse como palabras, aceptan el plural, por ejemplo. En algunas lenguas pueden dar lugar a verbos. Se piensa que la lengua que crea onomatopeyas con mayor facilidad es el inglés.

El sentido humanístico de Pedro Henríquez Ureña

Por Bruno Rosario Candelier

Me corresponde enfocar la dimensión filológica de Pedro Henríquez Ureña. La filología es una ciencia que no todo el mundo conoce porque es una disciplina relativamente nueva. Como rama de las humanidades, la filología se ocupa de estudiar la palabra y desde ella aborda el sentido de la cultura, el significado de un texto, el valor literario de una creación y, desde luego, eso supone para quien hace un estudio filológico, tener un conocimiento profundo de la palabra, entender el sentido trascendente que las palabras encarnan y significan para la condición humana y el desarrollo humanístico de una cultura.

Pedro Henríquez Ureña fue nuestro primer gran filólogo; más aún, él es nuestro modelo en el estudio de la lengua y la literatura. Justamente, la filología se ocupa de la lengua y la literatura.  El ilustre filólogo dominicano es modelo para todas las personas que nos dedicamos al estudio de la lengua y al cultivo de las letras. Y ha sido un singular referente por el gran aporte que hizo como crítico literario, como lingüista, como creador de literatura y, sobre todo, como intérprete, como exégeta de la palabra a la que se consagró, a la que dedicó toda su vida con una dedicación esmerada, con una profunda identificación intelectual, estética y espiritual con el valor de la palabra y con lo que eso significa para el desarrollo de la conciencia humana.

Pedro Henríquez Ureña tuvo la virtud de hallar el sentido subyacente en la imagen y el concepto. Sabemos que la imagen y el concepto son las dos facetas en las que se mueven los escritores, especialmente los poetas, narradores y dramaturgos, pues con los conceptos y las imágenes realmente desarrollan su trabajo creador. Pedro Henríquez Ureña ponderaba altamente el valor del concepto y el valor de la imagen en la creación poética. Y supo hacerlo con la conciencia del filólogo que sabe desentrañar el trasfondo de las palabras; por esa razón él se dedicó a pensar la lengua, a valorar lo que las palabras encierran en su sentido profundo. Pedro Henríquez Ureña se dedicó a descubrir el sustrato poético de la palabra, y a crear conciencia sobre su rol en el desarrollo de la cultura. En su valiosa obra sobre la gramática de la lengua española, tiene el detalle de ilustrar con textos poéticos varias de las facetas normativas de nuestro idioma que él específica y desarrolla en el plano gramatical. Ese aspecto de su enseñanza gramatical llamó poderosamente la atención y además sirvió de inspiración a mucha gente para entender y valorar la literatura como el arte de la expresión estética del lenguaje. He recibido el testimonio de varios literatos y de estudiosos de nuestra lengua y de intelectuales dominicanos y extranjeros que descubrieron el valor de la poesía a través de La gramática castellana, de Pedro Henríquez Ureña y Amado Alonso, justamente por el valor de la ilustración poética que él consignaba en cada uno de los aspectos que ponderaba para enseñar nuestra lengua con propiedad, rigor y elegancia. Y, desde luego, desde el texto literario puso énfasis en fomentar el valor de la lengua como fuero de la creación, como cauce del pensamiento y como base del buen decir porque él estaba consciente del Logos de la conciencia, y también estaba consciente de que la palabra es la clave para desarrollar la capacidad pensar, intuir, hablar y crear. Cuando digo «conciencia» me refiero a la capacidad de la mente para entender, la capacidad de la mente para intuir, la capacidad de la mente para hablar y la capacidad de la mente para crear. Y eso él lo tuvo muy claro en su concepción filológica y en el desarrollo de su trabajo creador como estudioso de la palabra. En tal virtud, quiero subrayar tres aspectos fundamentales para la comprensión y la valoración de la labor filológica de Pedro Henríquez Ureña durante medio siglo de existencia, que desarrolló como profesor, intérprete y creador.

En primer lugar, tenía un sentido ético de la cultura en cuya concepción moral cifraba su quehacer intelectual con edificantes planteamientos teoréticos, en los planteamientos pedagógicos y en los conocimientos lingüísticos de su labor como intelectual, como creador y como docente. Eso, naturalmente, él lo hacía para ponderar esa faceta fundamental de la palabra en la dimensión de una cultura y, especialmente, de una lengua y de la cultura de un país o una comunidad. Para él la palabra era clave para desarrollar la mentalidad de los pueblos, pero, sobre todo, la conciencia intelectual y estética de sus hablantes.

En segundo lugar, tenía un sentido altruista del trabajo intelectual, que concebía como una obra del intelecto para enseñar y orientar. Su consagración como escritor y como filólogo fue plena y rotunda, es decir, él se había preparado para enseñar; él había estudiado la lengua y la literatura, y justamente lo había hecho con alta disciplina y con plena dedicación para contribuir al desarrollo humanístico de los demás. Él tenía una vocación humanística, un concepto humanista de la palabra y una alta valoración de la condición humana, por lo cual se valió de la palabra para contribuir al desarrollo intelectual, estético y espiritual de las personas (estudiantes, docentes, escritores) con quienes se relacionó a través de la docencia, a través de la escritura y a través de conferencias, o mediante la publicación de estudios y de cartas mediante las cuales comunicó lo que sabía. Los que lo conocieron llegaron a decir que él tenía una generosidad con sus conocimientos, es decir, daba a los demás todo lo que sabía. Comunicaba lo que sabía con una generosidad, con un desprendimiento de su saber. Porque él quería conseguir el mayor número de personas que se formasen intelectualmente, que se valieran de la palabra para su desarrollo como personas. Sobre todo, quería conseguir de nuestra América el más alto desarrollo intelectual que saliésemos del atraso, de la miseria, de la ignorancia que reinaba en su época.

En tercer lugar, tenía un sentido trascendente del ejercicio literario, que realizaba para iluminar y orientar la conciencia intelectual, estética y espiritual, aspecto muy importante en su visión del mundo, en su cosmovisión cultural y en su visión filológica. El sentido trascendente que don Pedro le daba a su quehacer intelectual y al ejercicio de la escritura, que siempre realizaba con un propósito de edificación y concientización de sus lectores y de sus alumnos, desde luego. Porque él sintió la necesidad de orientar y de iluminar la conciencia. Lo hizo con plena identificación espiritual, con esa identificación emocional desde la palabra. Fíjense ustedes en su alta condición de filólogo, pues todo lo hacía desde la palabra, con la palabra y por la palabra. Quería conseguir que los hablantes valorasen la palabra, y mediante el cultivo de la palabra desarrollasen su talento, sus inclinaciones intelectuales, morales, estéticas y espirituales, para lo cual se formó, primero en el seno de su familia, con la orientación que le daba su ilustre madre, la grandiosa poeta Salomé Ureña, y luego en los Estados Unidos y en España. Y plasmó sus conocimientos en diferentes escenarios, sobre todo, en México y en Argentina. Aquí también lo intentó cuando fue Superintendente de Enseñanza, cargo equivalente al de Ministro de Educación. Entonces, trató de identificar el propósito esencial de su vocación filológica, que era contribuir al desarrollo intelectual de la conciencia, al desarrollo espiritual de la sensibilidad y al desarrollo del talento creador de los humanos. Lo hizo mediante la valoración de la palabra y la exaltación de la literatura, que era su interés primordial como filólogo para enaltecer lo que nos distingue y eleva.

Creo que estos planteamientos que él desarrolló en una docena de libros dan un perfil de la labor filológica de Pedro Henríquez Ureña.

Quiero subrayar el hecho de que le puso mucha atención a nuestro país. Aunque pasó la mayor parte de su tiempo en México y Argentina, siempre tuvo presente a la República Dominicana, porque amaba entrañablemente a su país de origen. Por eso escribió El español en Santo DomingoLas culturas y las letras coloniales en Santo Domingo. Y, desde luego, en otros libros suyos también tuvo presente a nuestros escritores, a nuestra cultura y nuestra historia, justamente para contribuir a lo que él fundamentalmente le preocupaba, que era la formación intelectual y estética desde la lengua, desde el trasfondo mismo de la palabra, fuero, eco y cauce de la honda sabiduría que adquirió en virtud de su luminosa vocación intelectual. De ahí su énfasis en valorar el sentido subyacente en la imagen y el concepto; de ahí su interés en pensar la lengua y descubrir el sustrato poético del pensamiento; de ahí su predilección en exaltar el texto literario para fomentar el valor de la lengua y la literatura como fuero del buen decir.

Un detalle importante en el aporte de Pedro Henríquez Ureña fue su preocupación por ponderar la voz propia, por el énfasis, la ponderación y la exaltación de la voz propia de los escritores para que escribiesen desde su propia sensibilidad y su propia conciencia en atención a la realidad social y cultural de su país.

En su obra Seis ensayos en busca de nuestra expresión enfatizó esos criterios, que fue una gran preocupación suya para que en la América hispana lográsemos nuestra identificación emocional y espiritual desde nuestra idiosincrasia cultural plasmada en nuestra lengua. De hecho, lo que él planteó en Seis ensayos en busca de nuestra expresión, lo asumieron y lo practicaron importantes escritores de nuestra América, como el dominicano Juan Bosch en Cuentos escritos antes del exilio; como el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, en su novela El hombre de maíz; como el cubano Alejo Carpentier, en su novela El reino de este mundo; y como el argentino Jorge Luis Borges en su cuento La rosa de Paracelso, entre otros textos narrativos y poéticos.

La labor filológica de Pedro Henríquez Ureña fue un luminoso aporte que contribuyó al desarrollo de la identificación cultural de nuestra América desde nuestra literatura, desde nuestra palabra, con la conciencia de nuestro talento, nuestra sensibilidad y nuestro aporte creador.

Santo Domingo, Academia Dominicana de la Lengua, 4 de octubre de 2021.

Pedro Henríquez Ureña, el humanista de américa en la Argentina

Por

Alicia María Zorrilla,

Presidenta de la Academia Argentina de Letras.

 

no es ilusión la utopía, sino el creer que los ideales se realizan sobre la tierra sin esfuerzo y sin sacrificio. Hay que trabajar. Nuestro ideal no será la obra de uno o dos o tres hombres de genio, sino de la cooperación sostenida, llena de fe, de muchos, innumerables hombres modestos (Pedro Henríquez Ureña).

«Y se me cierra la garganta al recordar la mañana en que vi entrar a la clase a ese hombre silencioso, aristócrata en cada uno de sus gestos, que con palabra mesurada imponía una secreta autoridad: Pedro Henríquez Ureña»[1], así lo define emocionado el escritor argentino Ernesto Sábato, uno de sus alumnos. Así podría definirlo también una estrofa de la Epístola moral a Fabio: «Una mediana vida yo posea, / un estilo común y moderado, / que no lo note nadie que lo vea»[2].

Ensayista, crítico literario, filósofo, traductor, periodista, historiador, profesor, investigador, don Pedro, el maestro dominicano de pensamiento profundo y de palabra viva y mesurada, de criterio sólido y ecuánime, arriba por primera vez a la Argentina en 1922 como integrante de la delegación mexicana encabezada por el político y escritor  José Vasconcelos Calderón para asistir a la asunción del mando presidencial de Marcelo Torcuato de Alvear; no le interesa la política, pero sí el voseo, al que le dedica su estudio. Se acerca primero a la Argentina a través de sus escritores: Esteban Echeverría, José Mármol, Domingo Faustino Sarmiento, Olegario Víctor Andrade, y, luego, gracias también a la delegación argentina que participa del Congreso Internacional de Estudiantes, celebrado en México en 1921. Después de escuchar las exposiciones presentadas, realmente deslumbrado, dice: «Cabía pensar que nuestra América es capaz de conservar y perfeccionar el culto de las cosas del espíritu, sin que las ofusquen sus propias conquistas en el orden de las cosas materiales»[3]. No obstante, su nombre ya se conoce en la Argentina, pues, en 1913, según las investigaciones del académico Pedro Luis Barcia, se reproduce en la revista Nosotros su trabajo sobre «La obra de José Enrique Rodó»[4], y, en la misma revista, pero en 1919, aparece «La enseñanza de la sociología en América», una carta dirigida a Arturo de la Mota[5]. En 1921, en la Revista de la Universidad de Buenos Aires, se publica «En la orilla»[6], apuntes breves que luego recoge en su obra En la orilla. Mi España, de 1922. En verdad, este año significa su primera y verdadera visión de la Argentina. En esta estada, le aconseja a Ricardo Rojas la fundación de un Instituto de Filología Hispánica en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires; más aún, le pide que lo presida un discípulo de don Ramón Menéndez Pidal. El elegido es Américo Castro. Además, visita la Universidad de La Plata, donde pronuncia su elogiada conferencia sobre «La utopía de América», publicada en 1925. Dice el gran dominicano: «Si el espíritu ha triunfado, en nuestra América, sobre la barbarie interior, no cabe temer que lo rinda la barbarie de afuera. No nos deslumbre el poder ajeno: el poder es siempre efímero. Ensanchemos el campo espiritual: demos el alfabeto a todos los hombres; demos a cada uno los instrumentos mejores para trabajar en bien de todos; esforcémonos por acercarnos a la justicia social y a la libertad verdadera; avancemos, en fin, hacia nuestra utopía»[7].

Luego, regresa a México, donde se desempeña como director general de Educación Pública del Estado de Puebla. Conoce a Isabel Lombardo Toledano, veinte años menor que él, y se casa. La situación le es adversa y pierde su cargo. Entonces, le escribe a su amigo Rafael Alberto Arrieta, quien le consigue tres cátedras de Castellano en el colegio secundario Rafael Hernández, dependiente de la Universidad Nacional de La Plata. Así comienza a formar hombres y lectores con la sabia humildad de los grandes, con la sencillez de los verdaderos eruditos, con una mezcla de «entusiasmo» y de «moderación reflexiva»[8]. Como dice su madre, la gran poetisa y educadora dominicana Salomé Ureña, en un poema que le dedica cuando cumple seis años, «la fiebre de la vida lo sacude»[9].

Llega a Buenos Aires a fines de junio de 1924 con su esposa y la mayor de sus hijas, Natacha, y se instala primero en una pensión; después, en La Plata, donde nace Sonia, su segunda y última hija. Lo hace después de haber viajado mucho, de entrañar otras culturas: los Estados Unidos (California, La Florida, Nueva York, Minnesota, Chicago), Cuba, México, España, Francia, Centroamérica, etcétera. En La Plata, colabora en la revista Valoraciones, editada entre septiembre de 1923 y mayo de 1928. Luce en sus páginas la pluma del ensayista, su deseo de bajar hasta la raíz de las cosas que anhela decir. Allí conoce a Alejandro Korn, a José Luis Romero y a Ezequiel Martínez Estrada.

Atraído por la gran ciudad, en 1925, se traslada a Buenos Aires y comienza su labor docente en el Instituto Nacional del Profesorado Secundario Joaquín Víctor González, pero sigue viajando en tren a La Plata. No pone límites a su afán docente. El 20 de julio de ese año, le escribe a su amigo Alfonso Reyes, a la sazón embajador de México en Francia: «Buenos Aires me recuerda a la Nueva York de 1905; si para 1945 fuera lo que es la Nueva York de hoy, podría uno consolarse. Pero ¡quién sabe!»[10]. Y el 5 de septiembre, en otra carta a Reyes, se define: «Yo no soy contemplativo; quizá no soy ni escritor en el sentido puro de la palabra; siento necesidad de que mi actividad influya sobre las gentes, aun en pequeña escala»[11]. Como dice Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña está «sediento de educar y de educarse»[12] con una disciplina ejemplar. Tanto en Buenos Aires como en La Plata, se destaca como eminente profesor: consideraba que el éxito del profesor tenía su fundamento en el éxito del maestro. Sus libros reflejan su pulcritud, su esmero en la composición (La versificación irregular en la poesía castellana (1920); Observaciones sobre el español de América[13] (1921); En la orilla. Mi España (1922); El libro del idioma. Lectura, gramática, composición, vocabulario [en colaboración con Narciso Binayán, 1927]; Seis ensayos en busca de nuestra expresión (1928); Cien de las mejores poesías castellanas (1929); Aspectos de la enseñanza literaria en la escuela común (1930); El teatro de la América Española en la época colonial (1936); La cultura y las letras coloniales en Santo Domingo (1936); Sobre el problema del andalucismo dialectal en América (1937); Para la historia de los indigenismos. Papa y batata. El enigma del aje. Boniato. Caribe. Palabras antillanas (1939); Gramática castellana (dos tomos), para el nivel secundario, en colaboración con Amado Alonso (1939); El español en Santo Domingo (1940); Plenitud de España (1945); Literary currents in Hispanic America (1945); Historia de la cultura en la América Hispánica (1947); La utopía de América; Estudios mexicanos; Antología clásica de la literatura argentina (en colaboración con Jorge Luis Borges); escribe en la Historia de la Nación Argentina, dirigida por Ricardo Levene, el capítulo «Cultura española de la Edad Media desde Alfonso el Sabio hasta los Reyes Católicos». Siempre siente atracción por los temas filológicos; lo corroboran sus trabajos sobre «El idioma español y la historia política en Santo Domingo» y el ya citado «Sobre el problema del andalucismo dialectal en América». Sabe que la lengua une a los hombres de Hispanoamérica; es la savia de su cultura y de su identidad, y a su estudio se entrega con sumo orden, sin improvisaciones ni erudición superficial. Cuando habla de su escritura, dice: «Siempre he escrito suficientemente despacio para trabajar tanto la forma como la idea. […] mi procedimiento es pensar cada frase al escribirla, y escribirla lentamente; poco es lo que corrijo después de escrito ya un artículo… En cuanto a las ideas, también es necesario pensarlas muy cuidadosamente antes de escribir; sobre todo, ninguna idea incidental enunciarla de prisa porque es incidental»[14]. José Vasconcelos Calderón asegura que su prosa conlleva «la luz y el ritmo que norman su espíritu»[15].

El doctor Bruno Rosario Candelier, director de la Academia Dominicana de la Lengua, considera que Henríquez Ureña escribe «para edificar»[16]. Creemos que este es un verbo muy significativo en la ruta intelectual del escritor, pues anhela refundar América como patria de la justicia y de los valores que sostienen la integridad moral de las personas.

A pesar de sus valiosas obras y de su hacer sin descanso —Alfonso Reyes llega a preguntarle si sigue pensando mientras duerme—, Henríquez Ureña se queja de que ha trabajado poco y de que no ha escrito lo que hubiera querido, es decir, cuentos, novelas, dramas. No publica novelas o dramas, pero sí cuentos: Los cuentos de la Nana Lupe (Universidad Autónoma de México); «Éramos cuatro…» y «El hombre que era perro», en Caras y Caretas (Buenos Aires, 8 de agosto y 9 de septiembre de 1925, respectivamente); «El peso falso» y «La sombra», en el diario La Nación (Buenos Aires, 12 de julio y 30 de agosto de 1936, respectivamente).

Es invitado por el Gobierno dominicano para ocupar la Superintendencia General de Educación de Santo Domingo y hacia fines de 1931 viaja a su patria. No obstante, continúa ligado a la Argentina, donde se le concede licencia en sus cátedras. Al año siguiente, la Universidad de Puerto Rico le otorga el título de Doctor honoris causa. Finalmente, no tolera la situación política de su país y deja su cargo. Viaja a Francia, donde su padre es ministro plenipotenciario por la República Dominicana, y regresa a Buenos Aires para reanudar sus actividades docentes. Sin duda, las horas que les consagra con generosidad a sus alumnos le impiden dar vuelo a su imaginación. Sin embargo, no siente que pierde el tiempo, pues, entre ellos, puede haber un futuro escritor. Entonces, debe acompañarlo, ayudarlo, guiarlo. Don Pedro corrige «la ignorancia», denuncia «la barbarie», compadece «la mediocridad» y odia «la demagogia»[17]. Devoto incondicional de la cultura, sabe que solo la educación salva a los pueblos. Por eso, dice: «… la sinceridad y la perseverancia de nuestra dedicación nos permitirán guiar por nuestros caminos a otros, de quienes no nos desplacería ver que con el tiempo se nos adelantasen»[18].

Nunca logra obtener cátedras titulares porque se niega a renunciar a su ciudadanía dominicana, gesto que lo enaltece. Sin duda, ese no es un obstáculo, ya que su verdadero objetivo es trabajar siempre con apasionada consagración. Como reconocimiento a su valía intelectual, el 5 de abril de 1934, la Academia Argentina de Letras lo designa académico correspondiente en representación de la República Dominicana.

Colabora con el diario La Nación y forma parte del equipo de la revista Sur, dirigida por Victoria Ocampo. Al centenario de su nacimiento, Sur le dedica el número 355 con estudios de Enrique Anderson Imbert, Ana María Barrenechea, Emilio Carilla, Raúl H. Castagnino, Emilia de Zuleta, Enrique Zuleta Álvarez y otros. Destacamos un párrafo del doctor Zuleta Álvarez: «… el brillo del cumplido esfuerzo literario ha estado permanentemente acompañado por la lección moral, por la intención de que la obra de cátedra y la página escrita estuvieran al servicio del perfeccionamiento ético y espiritual del hombre de América»[19].

Dice José Blanco Amor que ha sido «el más grande utopista que tuvo la América hispana, tierra de utopistas delirantes. […] fue utopista por vocación y por rigor de estudioso»[20]. Don Pedro cree en la cultura del esfuerzo y del sacrificio, y en los bienes que proporciona el trabajo sin pausa, sobre todo, el trabajo de saber, que es su descanso. Aspira a una «eutopía», es decir, a la construcción de un buen lugar, de un lugar mejor que los existentes, donde la riqueza material no ahogue la vida espiritual, y cree —según Enrique Anderson Imbert, uno de sus destacados alumnos— «que el ansia de perfección vale como norma tanto para la actividad cultural como para la acción política»[21]. Además, se distingue «por la rara combinación de rigor intelectual y accesibilidad al diálogo»[22]. Alfonso Reyes, quien lo llama el «testigo insobornable», dice que Henríquez Ureña enseña «a oír, a pensar», y suscita «una verdadera reforma en la cultura…»[23], y Jorge Luis Borges afirma que «su memoria era un precioso museo de las literaturas»[24]; tenía la impresión de que ya había leído todo. Sus alumnos aprenden oyéndolo conversar[25] y viven con el ejemplo constante, cotidiano, de su conducta intachable. A ellos los instruye acerca de que «el ideal de justicia está antes que el ideal de cultura: es superior el hombre apasionado de justicia al que solo aspira a su propia perfección intelectual»[26].

Continúa trabajando como profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires; en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, de la Universidad Nacional de La Plata; en el Colegio Nacional Rafael Hernández, de la Universidad de La Plata, y en el Colegio Libre de Estudios Superiores de Buenos Aires. También, con Amado Alonso, en el Instituto de Filología de la Facultad de Filosofía y Letras, donde tiene a su cargo la Biblioteca de Dialectología Hispanoamericana, y es asesor de varias editoriales, entre ellas, Losada, donde dirige la colección «Cien obras maestras de la literatura y el pensamiento universal». En 1939, Amado Alonso publica en Buenos Aires la Revista de Filología Hispánica, de la que Henríquez Ureña es asiduo colaborador.

En 1940, viaja a los Estados Unidos. En la Universidad de Harvard, dicta ocho conferencias en inglés, en la cátedra Charles Eliot Norton, en el Fogg Museum of Art. En 1945, aparecen en las Literary Currents in Hispanic America, que, en 1949, son traducidas al español por Joaquín Díez-Canedo para la editorial Fondo de Cultura Económica: «Mi propósito —dice Henríquez Ureña— ha sido seguir las corrientes relacionadas con la “busca de nuestra expresión”»[27].  Escribe al respecto Emilia de Zuleta: «Si asombra la prodigiosa erudición contenida en esta obra, más admirable aún es la originalidad y la precisión del método en cuya diacronía va integrándose, por planos sincrónicos, con los pertinentes ajustes y correcciones, la literatura peninsular»[28]. En 1941, regresa a Buenos Aires y publica sus trabajos sobre «Literatura de Santo Domingo y Puerto Rico» y «Literatura de la América Central» en la Historia universal de la literatura, dirigida por Santiago Prampolini[29]. En 1944, «dirige el primer trabajo de sociología empírica de la literatura elaborado por Dora Gumpel y Mario Muñoz Guilmar: “La literatura en los periódicos argentinos”»[30].

A pesar de desencantos y fatigas, siempre lo guía la templanza y un anhelo de armonía que vierte en cada uno de sus actos, en cada obra, en cada palabra, pero el tiempo y la vida intensa nos lo arrebatan. Le confía a Luis Alberto Sánchez que el corazón le da, a veces, ciertos malestares; «cuenta [Sánchez] que, la última vez que lo encontró, «estaba enflaquecido y pálido. Trabajaba como galeote. […]. Todo lo suyo fue a corre-vuela, siendo él, sin duda, hombre de sosiego, de ahondamiento, de comprobaciones reiteradas»»[31].

Víctima de un síncope cardíaco, don Pedro fallece el 11 de mayo de 1946 en el tren que lo lleva de Buenos Aires a La Plata para cumplir con sus obligaciones de docente universitario. El filólogo, traductor y crítico literario argentino Augusto Cortina narra de esta manera sus últimos momentos: «Eran las 15 y 15. Don Pedro llegó, como de costumbre, al minuto. Antes de sentarse a mi lado, colocó su sombrero en la repisa del tren. Me dijo: “¿Quiere que coloque el suyo?”. Y la acción siguió a la palabra. Tomó asiento tranquilamente. “¿Cómo le va?”, le pregunté. Entonces, se llevó la frente al dorso de la diestra semicerrada y se desplomó a mi lado. Lo miré sorprendido: pensaba que, antes que otras veces, se proponía dormir un rato. Advertí entonces su rostro ligeramente descompuesto. Después, por cortos momentos, un leve ronquido». Una muerte sin agonía, silenciosa, serena, abrazado a sus libros; quizá, una forma de la felicidad. Así quiso dejarnos, como cayendo en un profundo sueño. En El oro de los tigres, Jorge Luis Borges  recrea admirablemente ese instante: «En la oscuridad el sueño le dijo: Hará una cuantas noches, en una esquina de la calle Córdoba, discutiste con Borges la invocación del Anónimo Sevillano[32] Oh Muerte, ven callada como sueles venir en la saeta. […], el diálogo era profético»[33].

Es sepultado en Buenos Aires, pero, al cabo de treinta y cinco años, sus restos son repatriados a Santo Domingo (República Dominicana) e inhumados en la Iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes, junto al sepulcro de su madre[34], en el Panteón de la Patria[35].

Dice el investigador argentino Emilio Carilla que, cuando escribe sobre Henríquez Ureña, no puede imaginarlo muerto: «Para mí será siempre el seguro guía, la palabra amable, el espíritu amplio, que cumple su misión en Buenos Aires y a quien visito en cada viaje»[36]. Cuando la Universidad Nacional de La Plata decide rendir homenaje a su memoria, destaca su papel de artífice del acercamiento cultural entre la República Argentina y la República Dominicana.

Los que no lo conocimos gozamos hoy, a través de sus obras, de su prédica ejemplar, de su magisterio, de su digna erudición, de su irrenunciable vocación de servicio, que demuestra durante los veintidós años que vive en la Argentina para gloria de la cultura argentina. Coincidimos con el escritor Roy Bartholomew, alumno del maestro, en que «don Pedro nunca presidió nada»; simplemente los presidía a todos y, hoy que nos hermana, continúa presidiéndonos.

 

ALICIA MARÍA ZORRILLA

Academia Argentina de Letras

[1] Antes del fin. Memorias, Buenos Aires, Seix Barral, 1998, p. 47.

[2] <https://www.camagueycuba.org/cienpoesias/35.html> [Consulta: 11 de septiembre de 2021].

[3]  «El amigo argentino», Dos apuntes argentinos, Obra crítica, Primera reimpresión, México, Fondo de Cultura Económica, 1981, p. 301.

[4] Pedro Henríquez Ureña y la Argentina, Santo Domingo, República Dominicana, Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos, Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, 1994, p. 30.

[5] Ibidem, p. 32.

[6] Ibidem, p. 34.

[7] La utopía de América, Caracas, Biblioteca Fundación Ayacucho, 1978, p. 6.

[8] Pedro HENRÍQUEZ UREÑA, «Vida y obra de Pedro Henríquez Ureña», La utopía de América, p. 480. Destacamos entre comillas los conceptos de José Enrique Rodó.

[9] Pedro HENRÍQUEZ UREÑA, «Vida y obra de Pedro Henríquez Ureña», La utopía de América, p. 475.

[10] Citado por Roy Bartholomew en su artículo «Nuevo adiós a don Pedro», La Nación, Buenos Aires, domingo 3 de mayo de 1981.

[11] Ibidem.

[12] «Encuentros con Pedro Henríquez Ureña», Revista Iberoamericana, XXI, 1956, p. 55 (Citado por María Teresa Barbadillo de la Fuente, art. cit., p. 597).

[13] Aparecen en 1930, en la Revista de Filología Española.

[14] «Vida y obra de Pedro Henríquez Ureña», La utopía de América, ed. cit., p. 480.

[15] Ibidem, p. 481.

[16] Boletín de la Academia Argentina de Letras, Vol. LXXII, Buenos Aires, Academia Argentina de Letras, 2007, p. 495.

[17] Enrique ANDERSON IMBERT, «La filosofía de Pedro Henríquez Ureña», Sur. Pedro Henríquez Ureña 1884-1946. Centenario de su nacimiento, Buenos Aires, N.º 355, julio-diciembre de 1984, p. 19.

[18] «La cultura de las humanidades», Obra crítica, Primera reimpresión, México, Fondo de Cultura Económica, 1981, p. 597.

[19] Sur. Pedro Henríquez Ureña. 1884-1946. Centenario de su nacimiento, Buenos Aires, julio-diciembre 1984, p. 183.

[20] «Pedro Henríquez Ureña y la “magna patria”», La Prensa, Buenos Aires, domingo 8 de junio de 1980.

[21] «De la estirpe americana de los patriarcas», La Nación, Buenos Aires, 31 de mayo de 1981.

[22] Ibidem.

[23] Pasado inmediato y otros ensayos, México, El Colegio de México, 1941, p. 34.

[24] «Prólogo. Pedro Henríquez Ureña», Obra crítica, Primera reimpresión, México, Fondo de Cultura Económica, 1981, p. VIII.

[25] Le escribe a Rafael Alberto Arrieta: «Creo que voy acercándome (al menos eso procuro) a escribir en el tono de la conversación y aspiro a que mis artículos —mientras no puedan ser sustanciales— sean conversaciones con amigos» («Vida y obra de Pedro Henríquez Ureña», La utopía de América, ed. cit.,

  1. 487).

[26] Ibidem, p. 488.

[27] Las corrientes literarias en la América Hispánica, Tercera reimpresión, México, Fondo de Cultura Económica, 1969, p. 8.

[28] Sur. Pedro Henríquez Ureña. 1884-1946. Centenario de su nacimiento, ed. cit., p. 169.

[29] Rafael GUTIÉRREZ GIRARDOT, «Pedro Henríquez Ureña», Diccionario Enciclopédico de las Letras de América Latina, Caracas, Monte Ávila Editores, 1995, p. 2195.

[30] Ibidem.

[31] Citado por María Teresa Barbadillo de la Fuente, «Reencuentro con Pedro Henríquez Ureña» [en línea]. <https://cvc.cervantes.es/literatura/cauce/pdf/cauce14-15/cauce14-15_32.pdf> [Consulta:

22 de septiembre de 2021].

[32] Se refiere a la Epístola moral, atribuida a Andrés Fernández de Andrada (1575-1648).

[33] Buenos Aires, EMECÉ, 1972, p. 133. Dice Borges que él «había citado una página de De Quincey en la que se escribe que el temor de una muerte súbita fue una invención o innovación de la fe cristiana, temerosa de que el alma del hombre tuviera que comparecer bruscamente ante el Divino Tribunal, cargada de culpas» («Pedro Henríquez Ureña», Obra crítica, ed. cit., p. 9).

[34] Oscar Hermes VILLORDO (coord.), «Pedro Henríquez Ureña. Repatriación de sus restos», La Nación, Buenos Aires, 26 de octubre de 1980.

[35] La urna con sus restos mortales llevaba la Orden de Mérito de Duarte, Sánchez y Mella en el Grado de Gran Cruz Placa de Plata, que es la principal distinción concedida por el Gobierno de la República Dominicana.

[36] «Henríquez Ureña y nosotros», La Nación, Buenos Aires, agosto de 1947.