Los diccionarios de la Academia Dominicana de la Lengua

Por Bruno Rosario Candelier 

   Me corresponde hablar de los diccionarios que hemos publicado en la Academia Dominicana de la Lengua en este panel sobre los diccionarios dominicanos. En la ADL hemos publicado cinco diccionarios vinculados con la lengua española. El primero y más importante es el Diccionario del español dominicano, que comenzamos investigar en el año 2008 y publicamos en el 2013, es decir, tardamos unos cinco años de investigación para recoger las palabras del español dominicano. En ese diccionario hay incluidas 11,000 entradas y tratamos de identificar, al confeccionar este diccionario, dos aspectos fundamentales. En primer lugar, los dominicanismos léxicos; y, en segundo lugar, los dominicanismos semánticos.

El conocimiento de la lengua es clave para nuestro desarrollo cultural, y en ese conocimiento es fundamental el dominio del vocabulario, y el vocabulario de una lengua se encuentra en sus diccionarios. Pero además del vocabulario, la lengua tiene una dimensión gramatical y una dimensión ortográfica, es decir, están el diccionario, la gramática y la ortografía, que son los códigos esenciales de una lengua. Pero como aquí hemos de centrar este comentario sobre el Diccionario del español dominicano, voy a mostrar algunos ejemplos para que se identifique bien lo que es un dominicanismo, tanto léxico como semántico.

Pues bien, se denomina «dominicanismo léxico» al conjunto de las palabras inventadas o creadas por los hablantes dominicanos, es decir, de las formas verbales que no aparecen en ninguna otra variante de la lengua española, ni en la lengua general, ni en las lenguas regionales o locales del español en el mundo hispánico. Por ejemplo: las palabras mangú, bachata, changüí, chiripero, concho, tutumpote, locrio, pariguayo, son voces propias del español dominicano porque fueron creadas por los hablantes dominicanos y, por consiguiente, constituyen una invención del léxico dominicano como tal, en su doble aspecto formal y conceptual, es decir, en su escritura y en el significado que esa palabra tiene, porque las palabras tienen una forma y un valor semántico. Respecto al significado aquí entra la segunda parte, es decir, los dominicanismos semánticos. ¿A qué se le llama «dominicanismo semántico»? A las palabras de la lengua española que en nuestro país tienen un significado diferente al significado de base que esa palabra tiene en la lengua general. Por ejemplo, la palabra «cuero» en nuestro país alude a una ‘prostituta’; o la palabra «lámina» se aplica en nuestro país a ‘mujer hermosa’; o la palabra «figureo», que significa ‘ostentación’, o la palabra “gancho”, que en nuestro país tiene el significado de ‘trampa’; o la palabra «chepa», que le damos el significado de ‘casualidad’. Esos son ejemplos de dominicanismos semánticos, es decir, de las palabras de la lengua española que en el español dominicano tienen un significado diferente del significado consignado en el Diccionario de la lengua española.

Otra faceta distintiva del léxico dominicano, como se muestra en el Diccionario del español dominicano, es una «combinación léxico-semántica-gramatical». Por ejemplo: es una invención del habla dominicana la palabra «medalaganario», una creación formada por los vocablos “me da la gana”, más la derivación –ario, que forma “medalaganario”, para significar ‘la actitud caprichosa o antojadiza’ de una persona; o la palabra «conchoprimismo», formada por “conchoprimo” (conchoprimo es el vocablo que alude a la época de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, cuando había la lucha montonera en los levantamientos armados o revoluciones caudillistas); o la palabra «machepero», de «machepa», una derivación de la palabra «machepa», que se refiere a la ‘madre del hombre pobre’; o «brincadera», que es una ‘reiteración del acto de brincar’.

También podemos hablar, al enfocar los rasgos del español dominicano, de los «arcaísmos», que comprenden las voces del legado patrimonial de la lengua española, es decir, del español clásico o de la época en que se le llamaba lengua castellana, por las voces antiguas que aún conservan muchos de nuestros hablantes, como la palabra «dizque», equivalente a ‘dicen que’, o la palabra «curcutear», que significa ‘indagar’. Justamente, ahora que hablo de «curcutear», que es una palabra clásica de la lengua española, el cibaeño la pronuncia “cuicutiai”. Y ¿qué es cuicutiai o curcutear? No es más que ‘investigar, averiguar, indagar algo’, y esa es una herencia léxica del caudal patrimonial de la lengua castellana.  Y así hay otras palabras.

Actualmente, el equipo lexicográfico de la ADL está trabajando en la actualización del Diccionario del español dominicano, para incorporar voces que no fueron recogidas en la primera edición y también para enriquecer con nuevas acepciones las palabras consignadas. Actualizarlo significa incluir voces que no se incluyeron en la primera edición o mejorar o ampliar su definición con nuevas acepciones. Las acepciones son los diferentes significados que una palabra suele tener. Entonces, para esta segunda edición, que esperamos terminar dentro de un par de años, Dios mediante, la intención es, no solo incluir las voces que quedaron fuera, sino también hacer una edición electrónica para llevarlo a las redes telemáticas, al tiempo que se hará también una edición impresa. Eso quiere decir, naturalmente, que la Academia sigue trabajando, en la actualidad, en la identificación de las palabras que usan los hablantes dominicanos, tanto en el plano de la escritura en libros, revistas y periódicos, y también en la oralidad, que es una grandiosa fuente para recoger el léxico de una comunidad de hablantes.

Pero, además, en la Academia Dominicana de la Lengua también hemos publicado otros diccionarios. Por ejemplo, el Diccionario fraseológico del español dominicano, del suscrito en coautoría con Irene Pérez Guerra y Roberto Guzmán Silverio. ¿Qué recoge ese diccionario? Recoge lo que en el área de la lexicografía se llama fraseología, es decir, el caudal de locuciones, frases, adagios y giros, que forman parte de la lengua española. El mayor caudal está cifrado en los refranes, que forman parte de fraseología, porque esa vertiente —que es muy importante en todas las variantes de la lengua española en el mundo—, ya que los refranes conforman la expresión heredada de los hablantes, razón por la cual también confeccionamos el Diccionario de refranes —de mi autoría—, que recoge, justamente, eso que nosotros identificamos como refranes, que en la lengua española se llaman paremias. La paremiología es una dimensión muy importante en el conocimiento de la lengua española porque comprende el arsenal de frases hechas que usan los hablantes y que de alguna manera reflejan una importante vertiente de esa faceta cultural de los hablantes de una lengua, por las raíces idiomáticas, antropológicas y conceptuales que recoge la idiosincrasia de una mentalidad en todos los órdenes que comprenden los refranes, porque los refranes abarcan todas las áreas del saber y de la vida de una comunidad.

Posteriormente trabajé e la confección de un Diccionario de símbolos, una faceta muy importante en la alta cultura, por el alto nivel representativo de la simbología. Un aspecto clave en la confección de este Diccionario fue, justamente, entender lo que la palabra «símbolo» entraña para una cultura o para una obra artística y literaria, ya que el simbolismo siempre está vinculado con ese nivel de representación que una palabra tiene respecto a un saber determinado, que es importante porque supone un nivel de conciencia idiomática muy profundo y significativo, como suelen usar y aplicar los escritores en cualquier género literario —como el drama, la novela, la poesía, el ensayo y la crítica literaria—. Es decir, se trata de un nivel de representación intelectual, estético y espiritual que supone una profunda y elevada conceptuación a la hora de clasificar el trasfondo semántico de las palabras y de consignar los diferentes significados metafóricos y simbólicos que una palabra puede tener; porque una palabra tiene, además del sentido de base, un sentido metafórico y también puede tener un sentido simbólico. Y ese es el nivel de enriquecimiento de una lengua y de los buenos hablantes. Los hablantes cultos, que suelen ser los intelectuales, académicos y escritores, conocen y aplican en su creación la dimensión simbólica de una palabra, aun cuando no siempre esos escritores están conscientes del aporte creativo, conceptual y espiritual, que ellos hacen mediante un símbolo, por el hecho de que la mayoría de los valiosos aportes de un escritor lo hace de una forma intuitiva, para la cual no es necesario una plena conciencia de lo que aportan, y es el crítico o el exégeta literario que suele descubrir el trasfondo simbólico de una palabra o de una expresión.

El otro diccionario que escribí es el Diccionario de mística, y la mística no es más que la búsqueda de lo divino. En ese Diccionario se abordan palabras de la espiritualidad sagrada que tienen un valor sagrado en la conciencia de la alta cultura, ya que tiene que ver con esa dimensión profunda de la inteligencia sutil y de la sensibilidad espiritual de los seres humanos. El nivel de profundización en este Diccionario de mística supone una concentración en una disciplina espiritual específica, como es la creación literaria vinculada a la Divinidad, que en el ámbito de la poesía llamamos Teopoética, que se manifiesta tanto en la poesía, como en la narrativa y el teatro, fundamentalmente. Por ejemplo, el libro Luz de oscura llama, de la escritora y académica española Clara Janés, es una obra teatral de inspiración mística, centrada en san Juan de la Cruz. La novela El pobre de Asís, del griego Nikos Kazantzakis, es una narrativa mística, inspirada en la vida de san Francisco de Asís; y el poemario Luz sobre luz, de la académica y poeta puertorriqueña Luce López-Baralt, es una creación teopoética inspirada en lo divino, como lo son los otros dos libros citados.

Eso quiere decir que hemos hecho un intenso trabajo, un trabajo concentrado, dedicado, especializado en temas específicos, durante varios años, al estudio de la palabra en sus manifestaciones lexicográfica y semántica, y también en su dimensión fraseológica, literaria, estética, simbólica y espiritual.

Los hablantes conscientes de su lengua sienten amor por la palabra, se identifican con el conocimiento de la palabra, buscan el significado de una palabra cuando lo desconocen, y lo buscan en los diccionarios. Hay diccionarios en todas las áreas del saber, no solo en la lengua, como es el Diccionario de la lengua española. Los hablantes dominicanos pueden tener acceso, por ejemplo, a los diccionarios que hemos mencionado, pero hay muchos otros diccionarios en el ámbito científico, y en el ámbito específico de cada disciplina, que están a nuestro alcance, que sin duda ayudan en la formación intelectual. Porque, como decía Gabriel García Márquez, cuando le preguntaron cómo logró tener el conocimiento de la lengua que su literatura mostraba dijo que, desde pequeño, cada vez que él le preguntaba a su abuelo el significado de una palabra, le decía «Ven, vamos a consultar el diccionario, que el diccionario lo sabe todo». Y acontece que, efectivamente, el diccionario suele ser un texto donde las palabras se presentan, se definen, se describen como son, se ponen ejemplos las obras que hemos citado, Trabaja en la confección de un diccionario es una labor exigente, pero es profunda y edificante, porque quien escribe un diccionario vinculado con la lengua, tiene que tener el conocimiento de una rama de la lingüística que se llama lexicografía. La lexicografía es la ciencia que se encarga de confeccionar diccionarios, y esa ciencia tiene muchos aspectos peculiares que hay que conocer porque una palabra no puede definirse antojadizamente: hay una normativa, una pauta léxica, una orientación semántica de cómo definir una palabra. Y entonces, a menudo, el lector que acude al diccionario no sabe esas cosas; no sabe que detrás de una definición hubo una labor de investigación, de acarreo, de la fuente donde documentar esa palabra, sobre todo, y hay que tener una plena conciencia de que, al definir una palabra, hay que hacerlo con propiedad, con rigor y corrección y, si es posible, con elegancia. En definitiva, para dar lugar a las preguntas, voy a dejar hasta aquí mi intervención, y quiero felicitar a Ydrialis Castillo por esta convocatoria, y ponderar a los que me han precedido en la palabra, y añadirles que esta labor a la que nos dedicamos en la Academia Dominicana de la Lengua, la hacemos justamente para cumplir la misión que nos fue encomendada por la Real Academia Española, que es el estudio de la lengua y el cultivo de las letras. La Academia Dominicana de la Lengua está centrada en esas dos vertientes, y los académicos lo hacemos, justamente, para contribuir a que nuestros hablantes tengan una mayor conciencia de la lengua, se ocupen de consultar diccionarios, de estudiar la gramática y la ortografía para que logremos un uso ejemplar de la palabra mediante el arte del buen decir, que es parte de nuestra sagrada misión.

Preguntas al expositor 

—Ydrialis Castillo: Muchísimas gracias, don Bruno, por esa magnífica cátedra, no solo en lexicología, lingüística y filología, sino también en cultura. Usted nos ha enriquecido con esa explicación, al hablar sobre los diccionarios que ha publicado la Academia Dominicana de la Lengua, pero también sobre cómo se debe proceder ante la palabra, explicar la palabra para compartirla.

—Público: ¿Qué se necesita para hacer un diccionario especializado en un tema?

—BRC: Lo primero que hay que saber es sobre la disciplina a la que alude, en la que se va a centrar ese diccionario, porque no se puede escribir un diccionario de cualquier área, en cualquier ámbito del saber, si no se tiene el conocimiento de esa disciplina. Por ejemplo, para hacer un diccionario jurídico, hay que conocer las leyes; un bisoño sin el conocimiento de las leyes no podría hacer un diccionario jurídico. Pero lo mismo habría que decir de un diccionario de astronomía o de arqueología o un diccionario de las comidas, por ejemplo, o del arte —de cualquier saber—; o un diccionario de literatura, que requiere el conocimiento de obras literarias para mostrar ejemplos convincentes. Pero, además, y hablando de literatura, tendría que ser alguien que conozca las técnicas compositivas, los recursos de la creación, las leyes de la creación. Porque, por ejemplo, la novela tiene leyes, la poesía tiene leyes, el drama tiene leyes. La mayoría de los dramaturgos, de los novelistas o los poetas, no conocen esas leyes; sin embargo, las aplican en su escritura. ¿Quién conoce esas leyes? El teórico de la literatura, el filólogo, el estudioso de la obra literaria. Pues eso mismo se podría decir de cualquier disciplina. Un diccionario del tema médico, por ejemplo, tiene que ser escrito por alguien que sea doctor en medicina, y que sea un estudioso de la medicina, para definir, para describir con propiedad científica las palabras del área de la medicina, y eso es elemental para todos los conocimientos. Y, por supuesto, en cualquier área que sea, en cualquier disciplina del saber que se escriba un diccionario, tiene que ser alguien que conozca la palabra, que tenga conocimiento de la lengua, aun cuando ese diccionario no sea de lingüística ni de las palabras de la lengua española. Pero debe tener un conocimiento de la lengua, porque el autor de un diccionario tiene que redactar con propiedad y corrección, cada una de las palabras que va a definir. Y desde luego cada disciplina va a pautar un tipo de normativa que hay que seguir en la confección de ese diccionario.

—Público: ¿Imparte la Academia Dominicana de la Lengua cursos de lexicografía?

—BRC: Ofrecemos cursillos, charlas, coloquios, talleres y conferencias. Tenemos en la Academia de la Lengua un equipo lexicográfico conformado por los que tienen una mayor formación en el área de la lexicografía, presidido por la doctora María José Rincón, y actualmente ese equipo está concentrado en la revisión y en la actualización del Diccionario del español dominicano. En diferentes escenarios hemos dictado cursillos, conferencias, seminarios, coloquios, presentación de libros vinculados con la lengua en todas sus manifestaciones: lexicográfica, gramatical y ortográfica, que son las tres áreas del saber lingüístico que los hablantes necesitan conocer y perfeccionar. Con la pandemia hemos restringido las actividades presenciales; pero seguimos haciendo actividades virtuales y, sobre todo, publicamos un boletín mensual en el que aparecen los temas que tratamos en la Academia o que escriben nuestros académicos sobre aspectos idiomáticos. Y, sobre todo, el objetivo de ese Boletín, es justamente, motivar, concientizar lo que es el conocimiento de la lengua española. Tenemos colaboradores fijos en la Academia, y áreas de servicio, como Fundéu. A través de Fundéu damos a conocer la forma apropiada de determinados vocablos cuando, sobre todo, comprobamos en la prensa escrita que a menudo aparecen términos no usados con propiedad y corrección, entonces hacemos la propuesta de cuál es la forma correcta. Pero cuando pase la pandemia (y esperemos que no dure más de dos años, porque normalmente las pandemias en la historia de la humanidad han durado cuatro años —lo digo para que no se desesperen—; llevamos dos, pero históricamente las pandemias suelen durar cuatro años) yo espero que dentro de dos años volvamos a la vida normal, si sobrevivimos al riego que conlleva este afrentoso virus, ese desafortunado COVID que ha cambiado el estilo de vida de millones de gentes en el mundo. Y una muestra del cambio es lo que estamos haciendo aquí en este momento, mediante este recurso virtual; porque si no existiera la presencia pandemia,  esa actividad, probablemente se hubiera hecho presencialmente en Funglode, centro muy valioso para el estudio y la difusión del pensamiento y la cultura en los aspectos concernientes al desarrollo intelectual, por lo cual también felicito a los que trabajan en Funglode y, sobre todo, al creador de Funglode, el presidente Leonel Fernández, que tuvo esa gran visión para crear esta grandiosa institución cultural.

—Público: ¿Son tan raras las palabras de Cibao como para decir que los cibaeños tienen su propia lengua? ¿Puede el cibaeñismo alzarse como un lenguaje propio?

—Ydrialis Castillo: Bueno, corríjame usted, don Bruno: Los diccionarios también ayudan a guardar, a mantener un recuerdo de algunas palabras que quizás con el tiempo se desactualicen o queden en desuso. Entonces es importante tener un libro que permita ver cómo ha evolucionado la lengua a través del tiempo.

—BRC: El español dominicano es una variante del español universal, y el cibaeñismo es una subvariante del español dominicano. Cierto es que los diccionarios contribuyen a mantener el conocimiento de las palabras, si estas dejan de usarse. Las comunidades mantienen viva su lengua y hablan a su manera porque de esa forma se entienden mejor. Mientras haya hablantes cibaeños, el cibaeñismo estará vigente, aun cuando los medios de comunicación, como la radio y la televisión, han contribuido a que haya un uso más amplio del español general. Pero el hablante común, el hablante del pueblo, ese hablante que es parte de la cultura viva del dominicano, habla a su modo y manera la lengua, sin someterse al dictamen del rigor académico. Y eso tiene su valor. Santo Domingo, 20 de octubre de 2021.

0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *