Del verbo ordinario al verbo del Altísimo

Por Juan Miguel Domínguez Prieto

 

Al Excelentísimo Señor Doctor y bien amado fraternalmente, Don Bruno Rosario Candelier, mentor, en mí, de los misterios de la Belleza incólume en la didascalia del Ateneo Insular, dedico esta pequeña geografía rezada, de tierras más realmente interiores que veras a la vista común, desde la gratitud más honda y la admiración y el cariño de su poeta, Juan Miguel Domínguez Prieto, Guadalajara, España, Santa Rosa de Lima, MMIX, Domingo (Juan Miguel Domínguez Prieto, Altizaro, Madrid, Cuadernos del Laberinto, no. 5, 2009). Alborozo por obediencia y sumisión, la Llama de lo Alto fragua el celaje que transforma:

 

Con el gozo, tu piel parece hosanna

abriéndose en olor de luz. Parece

que no es de fuera el alba que amanece.

Que surte luz sin brote de mañana.

 

Parece albor posado y qué temprana

la diafanidad que permanece.

Parece que el albor te comparece,

con ser de piel el aire en que se afana.

 

Parece, al despuntar el que te mira,

que es de siempre el albor que te respira,

que siempre tú me esperas en olor

 

de luz, adentro, al alba en permanencia:

alba en alba, velando transparencia,

piel de hosanna, porosa de tabor.

(Juan Miguel Domínguez Prieto, Íconos el Agua Viva,

 Madrid, Nossa y Jara Editores, 1996, p. 15).

 

Con respetuosa fraternidad, al Dr. Bruno Rosario Candelier, estos Íconos del agua viva, responsorios de amor a su elocuente silencio; agua inscrita por obediencia en la sed de su quinta palabra; balbuceo del verbo al Verbo que preludia, escribiendo su dedo sobre la tierra, las Bellezas de una Misericordia que anhelamos cantar para siempre en el Sol común que nos visita y habita de lo Alto (Juan Miguel Domínguez Prieto, Guadalajara, 20 de octubre de 2004). Traspasada de la gracia que enamora, el agua tiene aquí una sutil simbología mística bajo el esponsorio de la luz inmersa en agua viva, preludio verbal de la Llama que transfigura bajo la fragua de lo divino:

 

Me enamoras, Quietud, con agua viva,

quieta la voz y la mirada estable.

¿Soy la sed que te busca o se hace amable

el salto de tu fuente rediviva?

  

Yo te miro a la luz, que siempre estriba

en tu pupila antigua y perdurable.

Tú me miras con voz, con inefable

salmo de soledad, porque conviva.

 

Vas hilando de gracia el movimiento

a tu luz, cenital, y hacia tu acento.

Y solo veo aquello que me hilas

 

-será tu lloro mi agua hacia la altura-,

pues antes de que alcance tu hermosura

eres la luz hallando mis pupilas.

(Juan Miguel Domínguez Prieto, Íconos el Agua Viva,

 Madrid, Nossa y Jara Editores, 1996, p. 17).

 

   Responsorio de amor a su elocuente Llama, divina dotación por ordenamiento de lo Alto, inherente al verbo que preludia el ícono del Verbo de la Hermosura sutil:

 

De tanta luz, tu vista es un encaje

liviano, antiguo; mas lo nuevo canta.

Es un cendal de Dios que se levanta.

La gracia da a tu vista su ropaje.

 

Anhelo ver la Luz sin tu celaje.

Tú guardas, manantial del alba santa

como una hebra de aire dice planta,

como dice el altar su maridaje.

 

Mas tanta luz, doblando a tanta gracia,

con blancura se cela en tu misterio

y contemplo presagio y no figura.

 

Pero canto en clamor: la sed me sacia

soy herido por Luz en presbiterio

y voy a Luz, sin pago de hermosura.

 

(Juan Miguel Domínguez Prieto, Íconos el Agua Viva,

Madrid, Nossa y Jara Editores, 1996, p. 19).

 

Dilectamente al Doctor Bruno Rosario Candelier, bajo el apalabrado silencio amoroso de nuestra luz común (Juan Miguel Domínguez Prieto, Guadalajara, España, 14 de marzo de 2012).

 

El gorrión, como ave de luz inmersa en la sombra invisible del Eterno:

 

Toda la danza: ¡Hela, en la mansa luz!

Salmodia total no deja pronunciarse, se ama solo.

Ven a Mí, la sierva,

boca al sonido y al temblor cantares.

Ave, hazte, plena a Mí.

Veni. A Mí, ven, la sierva, como agua,

como alba, gratia plena.

(Juan Miguel Domínguez Prieto, Trobar Leu: cantos apropiados,

Madrid, Huerga y Fierro Editores, 2012, p. 39).

 

Símbolo de pureza seráfica, emerge el lirio de la Luz que transpira la Llama del que Es:

 

Tiene oscuro ejercicio de campo, así conoce la luz.

Cuando son tus lirios, arde la mirada.

Qué fibras tañe, Tú lo sabes;

sabes la hora del cabello que te seca.

Sigue llorando tu agua para lavar el tiempo de la alondra.

Ahora puedes dejar a tu sierva callada en la lira de tu mano.

Todo es besar tu silencio y amanece.

No importará haber cenado junto a la Luz.

El lirio es Entraré y cenaré contigo.

Ahora, según tu promesa.

(Juan Miguel Domínguez Prieto, Trobar Leu: cantos apropiados,

Madrid, Huerga y Fierro Editores, 2012, p. 66).

Icono del Agua Viva

Me enamoras, Quietud, con agua viva,

quieta la voz y la mirada estable.

¿Soy la sed que te busca o se hace amable

el salto de tu fuente rediviva?

 

Yo te miro a la luz, que siempre estriba

en tu pupila antigua y perdurable.

Tú me miras con voz, con inefable

salmo de soledad, porque conviva.

 

Vas hilando de gracia el movimiento

a tu luz, cenital, y hacia tu acento.

y solo veo aquello que me hilas

 

-será tu lloro mi agua hacia la altura-,

pues antes de que alcance tu hermosura

eres la luz hallando mis pupilas.

 

(Juan Miguel Domínguez Prieto, Iconos del Agua Viva,

Madrid, Nossa y Jara Editores, 1996, p. 17).

De tanta luz, tu vista es un encaje

liviano, antiguo; mas lo nuevo canta.

Es un cendal de Dios que se levanta.

La gracia da a tu vista su ropaje.

 

Anhelo ver la Luz sin tu celaje.

Tú guardas, manantial del alba santa

como una hebra de aire dice planta,

como dice el altar su maridaje.

 

Mas tanta luz, doblando a tanta gracia,

con blancura se cela en tu misterio

y contemplo presagio y no figura.

 

Pero canto en clamor: la sed me sacia

soy herido por Luz en presbiterio

y voy a Luz, sin pago de hermosura.

 

(Juan Miguel Domínguez Prieto, Iconos del Agua Viva,

Madrid, Nossa y Jara Editores, 1996, p. 19).

Huele a pan la luz, a criatura

cercada de alba huele, a muy temprano.

Solo no es tarde en alba de tu mano:

epifanía allende la blancura.

Casa de pan, tu palma, de clausura

esponsal; pero abierta donde hilvano

corporales al ara de tu mano,

tú que vistes el sol por vestidura.

Alba es siempre en tu mano aunque maitina,

olor de luz que sacia en flor de harina.

Mano que hospeda. Laudes del descanso.

Criatura, capaz del alba, toda

hueles a Emaús, a pan de boda,

y en palma del Esposo a huésped manso.

(Juan Miguel Domínguez Prieto, Iconos del Agua Viva,

Madrid, Nossa y Jara Editores, 1996, p. 67).

Nadie aquí me ve más que El que me ve,

me ama y se mira dentro.

Tu frente inclinada me da la sombra de amor.

Pero eres Tú Quien me llamas palmerales

y creas tu reposo.

Toda la herida calla, que tu presencia es paño;

y paño, tu sierva a Ti.

Y rocío sellado, nuestras manos,

para signar la boca, la frente

-oasis nuestro mío-,

que, inclinadas, hacen sombra de amor.

(Juan Miguel Domínguez Prieto, Trobar Leu: Cantos apropiados,

Madrid, Huerga y Fierro Editores, 1996, p. 65).

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