El ánfora sagrada de Juan Miguel Domínguez Prieto

Por

Bruno Rosario Candelier

 

A

Giovanna Ramos,

fulgor de la Llama divina.

 

“Al entrar al pequeño templo de Santa Eufemia de Ambia, el Cristo del XI le dice en bajo perfumado:

-Estoy esperando amorosamente, mi pequeño poeta, el día en que no busques tu perennidad, sino la alabanza. ¿Estás oyendo por fuera? ¡Es un pájaro románico, desde la hora de mi talla! (Juan Miguel Domínguez Prieto, “El poeta y el pájaro”, en Oficio de Brevezas, Toledo, Ed. Acumán, 2004, p. 57).

 

Fundamentos de una trayectoria espiritual 

Juan Miguel Domínguez Prieto vive en comunión mística con lo viviente. Natural de Madrid, en cuya Universidad Complutense se doctoró en Filología Románica, ha hecho de la escritura su modo ejemplar de vida creadora mediante la cual testimonia su ardiente apelación espiritual, su luminosa vocación contemplativa y su ferviente entusiasmo divino. Toda su producción poética, desde Iconos de agua viva hasta La luz lateral, está impregnada del aliento de lo sagrado, que parece brotar en forma natural, prístina y pura, del ánfora interior de su alma privilegiada con el esplendor del Altísimo.

Este iluminado poeta madrileño reside en Guadalajara, España, donde ejerce la docencia literaria, vive una vida hogareña con su esposa y sus dos hijas y realiza el doble llamado de su vocación literaria en su dimensión simbólica y mística: “Paralelamente, en esta fragante y larga Guadalajara de Alcarria y de Campiña, me cuido el alma yendo hasta los pastores. Me traen un aroma antiguo de oficio que se pierde. Me arrodillan el interior ante la Belleza primera” (1).

La lírica de Juan Miguel Domínguez Prieto revela la pasión que lo subyuga: el sentimiento de lo divino, la Presencia inmaterial de la gracia, el aliento sutil de lo Sagrado, que vive y disfruta con profundo amor místico. En el instante en que experimenta la vivencia espiritual y estética bajo la onda de la Belleza suprema, se despierta su intuición de verdades profundas mediante el arrebato intangible de lo Eterno en cuya manifestación se revela la llama sutil de infinitud suprema.

Nuestro poeta escribe un diario personal, en el que estampa el testimonio espiritual, orante y místico, de su vocación contemplativa, y en él plasma esta gema de su convicción profunda: “Querer lo que se busca” (Diario, 14 de febrero de 1990). ¿Qué busca el poeta? Lo que motiva su canto. ¿Qué motiva su canto? Lo que lo arrebata al Misterio. Nada tan firme como la conciencia del místico para definir el sentido de su vida: lo divino en su hondura intangible, que entraña amor y dación de gracia con santidad y perfección.

Domínguez Prieto funda su vida y su creación en una perspectiva sagrada y trascendente que le aporta la fe católica y la teología mística de su formación intelectual y, en tal virtud, su lírica se imanta de la gracia divina que lo apela y del aliento vaporoso con que su pasión y su talante se impregnan de hondura y entusiasmo. Su obra es una evidencia de esta verdad: Nada como la gracia para colmar su dicha, y nada como el amor para saciar su sed.

En su gozosa búsqueda de la Belleza originaria, Domínguez Prieto vive el sentido de la Fuente ‘primordial’. Sabe que la vivencia de la verdad tiene barreras y que la belleza neutraliza tedios y desganos. En su contacto con lo viviente, siente que los elementos transpiran los efluvios imperceptibles de la Divinidad, y por eso la ferviente devoción que experimenta el poeta interiorista por el agua, el sol, la luna, el mar: “Acabo de venir del mar. Estoy en gracia” -dice complacido en un pasaje de su Diario (11 de junio de 1991).

Juan Miguel Domínguez Prieto vive místicamente el mundo. Vivir místicamente el mundo es vivirlo sintiendo lo sagrado en cada criatura viviente, en fenómenos y cosas, en hechos y vivencias. Desde la perspectiva mística se revela en una entrañable convivencia con lo existente, cantando el arrebato de la gracia, disfrutando el gozo de la contemplación, viviendo el esplendor de la Creación. Integrado a los fluidos de lo viviente y en armonía con el dictado del Altísimo, revela la amartelada fruición de su estado de iluminación que asume con vocación seráfica en expresión de una kénosis interior, es decir, como un sentimiento de anonadación espiritual que asume con obediencia supina y, en comunión de amor con lo sagrado, su lírica expresa el júbilo espiritual del vínculo divino.

El místico se distingue por la armonía de su alma, la paz de su conciencia y la pureza de su corazón. En actitud armoniosa con las cosas, experimenta un sentimiento de ternura y piedad por criaturas y elementos. En su trato con los demás, es un ente de unión y un factor de comprensión y armoniosa convivencia. En todo lo que hace, busca un fin trascendente, y vive en sintonía con la Energía Espiritual del mundo. Por esa entrañable disposición de empatía y comprensión, el místico tiene un corazón amoroso, con capacidad de sacrificio, renuncia y altruismo en generosa identificación, coparticipación solidaria y la convicción de su perspectiva puesta en el más allá. Su vida confirma que el amor disipa indiferencias y nostalgias y anula ausencias y olvidos. Nuestro poeta, que vive la gracia mística, ama la Luz cabe el misterio de lo Eterno.

La lírica mística de Juan Miguel me brinda la ocasión para enfocar la experiencia de lo trascendente en las diferentes modalidades de su irradiación poética, según se manifiesta en la creación interiorista:

  1. Expresión del fluir de la conciencia en comunión con lo divino.
  2. Creación estética y espiritual como cauce de la conciencia sutil.
  3. Valoración del sentido estético y mística del sentido.
  4. Recreación del impacto espiritual de lo real en la conciencia.
  5. Vivencia del júbilo interior con el esplendor de lo divino.
  6. Revelación de las formas arquetípicas de la Creación.
  7. Vivificación de la sabiduría espiritual y sagrada del Cosmos.

La dimensión mística es el más alto estadio en el desarrollo de la sensibilidad espiritual y la conciencia sutil. Una creación que refleje una conciencia desgarrada o angustiosa no es obra de un místico, porque el místico se siente unido a la Divinidad, y al vivir en comunión con lo sagrado, se siente integrado a la Energía Divina, y vive en armonía y sosiego interior, disfruta el encanto de lo viviente y experimenta el gozo de ser para la Luz. El místico tiene un corazón impregnado de sabiduría y amor, y por tanto refleja una actitud empática y generosa, y en tal virtud proyecta ternura y piedad hacia todos. Y su obra, por su dimensión mística, es genuina, limpia, abierta, transparente y luminosa, y como tal rebosa entusiasmo, expresa una ternura espiritual y un sentimiento de júbilo divino.

Enfocar la poesía mística supone penetrar en un dominio de la escritura y de la sensibilidad espiritual y estética que va más allá de la belleza sensorial por cuanto entraña y comporta la vivencia, en plenitud y profundidad, de la gracia divina. La más alta poesía mística es producto de un arrebato singular que disfrutan unos pocos elegidos de tan agraciado don divino ya que la pasión teopática da cuenta de una vivencia honda y misteriosa que se inspira en el fenómeno de la experiencia extática, y, cuando el místico desea testimoniar lo que sucede en la vida, proyecta la dimensión luminosas de lo viviente. Se puede escribir una poesía mística sobre los temas ordinarios de la vida, como lo hace Juan Miguel Domínguez Prieto, si se tiene la sensibilidad espiritual con el talante de lo sagrado. ¿Qué implican la ´sensibilidad espiritual´ y el ´talante de lo sagrado´? ´Sensibilidad espiritual´ significa desarrollar la dimensión trascendente de la percepción de lo real con una conciencia de la condición superior de lo divino, condición que genera el sentimiento místico con la disposición para captar el sentido superior de lo viviente; y en segundo lugar, el ´talante de lo sagrado´ supone la capacidad de la sensibilidad trascendente para sentir lo viviente en su dimensión espiritual, pura y divina, condición que permite ´sentir en el espíritu´ lo divino mismo, haciendo de la búsqueda espiritual y estética una tendencia superior del intelecto y la sensibilidad en tal grado y manera que la persona aprende a vivir y disfrutar el sentido de lo Eterno. Lo que estoy diciendo se puede rastrear en la lírica teopática de Domínguez Prieto.

La connotación mística tiene una dimensión contemplativa desde la perspectiva de los asuntos cotidianos, especialmente por quienes están inmersos en la realidad común, desacralizada y superflua, en medio de los apremios existenciales de este mundo. Pero quienes han desarrollado la sensibilidad trascendente y viven de manera natural la espiritualidad de lo sagrado pueden participar de un aliento místico con tal intensidad que le resulta espontáneo, natural y coherente testimoniar su visión contemplativa del mundo, como lo hicieron san Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús o Karol Wojtyla, o como lo hacen, entre los interioristas dominicanos, los eclesiásticos Freddy Bretón, Tulio Cordero, Fausto Leonardo Henríquez, Teodoro Rubio, Jit Manuel Castillo, Roberto Miguel Escaño, o, entre los interioristas españoles, Clara Janés, Juan Miguel Domínguez Prieto, José Félix Ollala, José Nicas, María del Carmen Soler y Gonzalo Melgar, y entre los americanos, Luce López-Baralt, José Luis Vega, Marco Martos, Segisfredo Infante, Conny Palacios, Ofelia Berrido y Leopoldo Minaya, entre otros.

En realidad, para quien no está compenetrado interiormente con la vivencia de lo sagrado, la mística y la lírica mística, constituyen una disciplina inalcanzable porque su cultivo no depende de la inteligencia ni de la voluntad, sino de la sensibilidad y la conciencia espiritual, y, de un modo singular, de una comunión entrañable con la Presencia divina, que a modo de coparticipación empática, llena, transforma y desborda lo viviente, inundando el alma de la inefable desmesura de lo Inmenso. Sentir, crear y vivir la poesía mística en su connotación espiritual, en su talante emocional y en su onda lírica, sagrada y simbólica supone una sintonía especial con lo divino con esa disposición entrañable y visceral, desde el hondón de la sensibilidad, en comunión con la Energía Espiritual del Cosmos. Justamente, por esa disposición de la interioridad espiritual, la lírica mística se distingue de las otras expresiones poéticas y se reconoce por estos rasgos esenciales:

  1. Ternura interior como expresión de una disposición empática y amorosa del sujeto creador con el fulgor de lo viviente.
  2. Sentimiento de lo sagrado como testimonio de la búsqueda de lo divino que anima la vida y la creación.
  3. Júbilo expresivo con fruición espiritual en tanto huella del sentimiento de gozo y entusiasmo que rebosa el alma del místico.
  4. Referentes simbólicos alusivos a la trascendencia como representación icónica de lo divino en razón del poder de transfiguración lírica, para hacer sensible, a través de la realidad natural de lo viviente, la dimensión sobrenatural de la Creación.
  5. Llama de amor divino en cuya virtud sagrada y mística de la cual la persona lírica siente y expresa la pasión de lo trascendente que envuelve y contagia la sustancia de la creación impregnada de belleza sutil y sentido de orden superior.

 

Clave mística de una vocación creadora

La creación poética de Juan Miguel Domínguez Prieto viene determinada por tres grandes instancias subyacentes en el producto creador: apelación sagrada, cosmovisión espiritual y sensibilidad trascendente, que configuran la obra artística y literaria. En la creación poética de Domínguez Prieto esas instancias tienen atributos singulares y específicos. ¿Cuál es la apelación secreta, profunda y entrañable de Juan Miguel Domínguez Prieto a la luz de su creación poética? En todo creador subyace una honda apelación que mueve su talento, determina su talante y perfila su creación para realizar algo grande y significativo. Domínguez Prieto testimonia en su lírica la llama de lo divino y la pasión de lo sagrado que hacen de su creación una genuina manifestación de la lírica teopoética. Puedo deducir, tras una ponderada lectura de la lírica de este singular poeta castellano, los rasgos de la apelación creadora de este valioso poeta interiorista:

  1. Seducción por el misterio de la Creación, con la convicción de que el universo de lo existente es obra divina.
  2. Encanto por el esplendor de lo viviente en forma ruiseñoreante desde la gema de su ensoñación estética, simbólica y mística.
  3. Vocación amorosa plasmada en la creación poética en tanto vivencia y testimonio de un alto don espiritual.
  4. Goce de la gracia divina inherente al ánfora interior de su amartelada sensibilidad que se desborda en ternura y piedad hacia criaturas y elementos.

En un cuestionario que le sometí al admirado poeta castellano, respecto a su propia apelación intelectual, me respondió: “La conciencia más extensa posible de la Creación de Dios la tuve temprano. Me refiero a las márgenes de la Creación, a la contigüidad interior” (2).

Su concepción literaria, razón de ser de su lírica mística, comparte la doble apelación espiritual y estética, fundada en el asombro de una inmensidad que se pierde en la contigüidad, por lo cual nuestro poeta interiorista cree que ha sido llamado para la creación mística: “(…) vocacionado, en infinito amor sutil de Esposo, al balbuceo. La poesía es el balbuceo que acentúa una tentativa de amor ante Quien nos crea contemplativos por la pronunciación del Sí” (3).

Para Domínguez Prieto, la creación poética es “una manera pura de amar” (4) ya que para él la creación, es decir, el sentido de la poïesis, entraña un testimonio de una amorosa visión del mundo y de la vida. Justamente, para aquilatar su producción creadora y valorarla adecuadamente hemos de enfocar la cosmovisión de Domínguez Prieto cuyo fundamento le viene dado de la mística católica, esencial para captar la clave lírica, estética y simbólica de su creación, que manifiesta las siguientes coordenadas:

  1. Conciencia poética de la crucifixión por la cual renuncia a sí mismo al modo evangélico para ser asiento del Verbo en su expresión creadora: “Mientras se escribe, se está en un exilio; se sabe que las altas son las palabras silenciosas, y a ellas tiende en parte por lo que es, en forma, coincidente a la delicia de Babel, de Babilonia; allí te dicen: canta para nosotros, mientras lloro la Tierra junto a sus canales” (5).
  2. Vivencia del sentido del silencio, renunciando a la palabra superficial y vacua para hallarla, rediviva y luminosa, en la plenitud de su sentido. “Un endecasílabo se crucifica en el Gólgota cuando no suena”, escribió el poeta de Guadalajara (6).
  3. Convicción de que con la palabra y el poder de la creación ha de potenciar la sabiduría y el amor a favor del desarrollo interior de la conciencia en su ruta hacia el ascenso del espíritu. Tiene la concepción de que “el trabajo del poeta está llamado a ser un testimonio de profecía limpia, inmaculado, una manera de iluminación de las sendas” (7).
  4. Creencia de que el don de la escritura canaliza el seguimiento de su vocación creadora y mística. Siente nuestro poeta que los creadores han sido iluminados y convocados “no para experimentar con la palabra, sino para someterla, en el justo criterio de las realizaciones, y que dé testimonio de la Luz” (8).

La sensibilidad es fundamental para la comprensión de una obra poética de la cual emana la onda espiritual que finca la conciencia estética y mística. La sensibilidad no es solo el punto de contacto con el Universo, sino el centro de nuestras percepciones y la base fontanal de nuestras operaciones. En Juan Miguel Domínguez Prieto la sensibilidad tiene los siguientes rasgos:

  1. Empatía porosa al esplendor de lo viviente en virtud de lo cual nuestro poeta se siente partícipe de la gracia estética, la gracia cósmica y la gracia mística.
  2. Posesión del aliento orante, numénico y sagrado en virtud del cual mana de su sensibilidad un reclamo religioso con el Ser divino a partir de sus criaturas vivientes.
  3. Canal de la Belleza sutil y la Verdad divina en virtud de las cuales se siente empatado al misterio de lo Eterno en su hermosura abismante que lo embriaga y arrebata.
  4. Talante abierto y sensible a los efluvios estelares mediante los cuales siente el destello sublime de la Llama infinita.

En tal virtud, Domínguez Prieto sabe por qué y para qué escribe. “Escribo porque es una puerta estrecha de obediencia a Su Belleza. Trato de encauzar mi sensibilidad hacia la alabanza al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo; y a la negación de mí, en sentido evangélico. Ser sensible ante el quehacer poético y vivir en gracia no es separable. Sin gracia sacramental, no escribo. Antes de hacerlo, intento no olvidarme de orar y de invocar al Espíritu Santo. Después, hay que latir parejo y sensibilizado al Pneuma, cuidando de no consentir, desde la escritura, ninguna idolatría de los logros” (9).

Consciente el poeta de que “vive, comparte y celebra en la catacumba de su interioridad” (10), asume su creación en obediencia de amor y entrega consentida al proyecto divino que lo obsede y a favor del crecimiento de lo que permanece y trasciende. En tal sentido, su creación poética refleja los siguientes atributos espirituales y estéticos:

  1. Expresión poética impregnada de ternura y empatía universal en dación de amor divino por el cual está consciente de la intención de su escritura.
  2. Compenetración con lo viviente como expresión tangible del Amor intangible.
  3. Renuncia de sí con entrega sacrificial al Ordenamiento divino en oblación de amor.
  4. Júbilo entrañable como epifanía de la fruición espiritual que le salva del vacío, la nostalgia y el desaliento.

Cree el poeta castellano que cuando se escribe se está en el exilio, como en una ausencia de la verdadera vivencia del espíritu. El mundo que conocemos o la realidad sensible que perciben nuestros sentidos corporales no es sino el “Cuerpo de la Piedad”, es decir, la obra visible del Creador, y aunque el poeta confiesa que ha sentido la tentación de abandonar la escritura para optar por el silencio, la convicción de que “el aliento creador lo da el Espíritu” (11) le impulsa a testimoniar la vivencia del amor en su creación.

 

Virtudes espirituales de una creación poética

Nuestro poeta experimenta una honda motivación estética y espiritual que plasma en su poesía. La apelación sensorial y suprasensible, que potencia su sensibilidad mística, lo pone en comunión con la naturaleza y a su través siente la Presencia que lo arroba en revelaciones y vivencias a oscuras y sin velo como un sortilegio de la luz desde la onda de la Llama prístina expresada en el Misterio. Para el creyente, y Juan Miguel lo es en sumo grado, Dios da la gracia para sentir por Él, que se hace sensible a través de una presencia singular, y esa gracia se hace dicha y encanto, aliento y ternura. Con la potencia sensorial de su capacidad de escucha, experimenta lo que su corazón ausculta a partir de los efluvios sutiles que su intuición atrapa, como lo revelan los siguientes versos (12:

 

Oído echado en los campos,

es escucharte,

y a ella, Tú,

 a su arcilla como antecántaro;

noche aún, Tú.

Arcilla y Luz, ¡os escucháis!

Os veo.

Qué no alcanza el limo

arrodillando

frescor de Virgen afgana.

 

Os veo,

arcilla y Luz,

horizonte y pájaro.

Sobre doce bosques,

una sola ave

cómo “pone el pico al aire”.

 

Azul de la tierra,

azul es rama.

Y a ella, Tú;

a escuchar

cómo calla a tu oído descalzo,

cómo calla a tu oído.

 

En su amartelada visión lírica la luz y el agua consustancian la Presencia en una transfiguración sutil y simbólica de la gracia divina que se hace aliento telúrico y manjar celeste en la palabra del poeta, como se aprecia en su poema “Icono en el jardín de Arimatea” (13), sortilegio de la dolencia divina que estremece su pecho y desmaya sus sentidos haciéndose visible en la magia verbal de su vivencia teopática con la que enlaza referencias bíblicas y el sentido místico de lo viviente y las irradiaciones estelares:

 

De pronto, todo es agua y es temprano

y es sol el agua y eres tú la fuente.

Todo es temprano y agua, de repente,

y te fluye el Tabor entre la mano.

 

Es todo transparente y todo humano,

todo piel de la Luz, tempranamente,

para llevar tu nombre entre la frente,

para manar…debajo del manzano

 

te desperté, entre la piel manada.

Es de agua tu nombre, desposada,

del árbol recental de la inocencia. 

 

Y es agua todo y boda y es mañana

y la novia se viste donde mana

la fuente antes del sol, tu transparencia.

 

En “Poemas sefardíes” el poeta acude a la añeja forma del decir antiguo entre los judíos españoles y canta el sentimiento de acatamiento de la Virgen Esposa. En lenguaje afín a la anonadación de la conciencia, efecto de la kénosis de su talante franciscano, la persona lírica recrea, con hondura y belleza, el simbolismo espiritual ante la gestación del Hijo del Hombre: “Melacrísmame / con noche de Ispahán/ de oler tu Alba”, dice en uno de sus textos en el antiguo ladino (14); y en otro que apuntala el criterio de que lo que somos interiormente comporta una connotación que transforma la conciencia, apuntalando estética y espiritualmente su proyecto poético: “La Yovena i anasba, la di la boz vaziya/ ke en boka kalya dulse/su abaxada/ lyebando la kreatura/Pexe escribe kon sol/en la su escurra almendra i aze la manyana. /Serrada huerta, ayre/ke da, ke da bimbrio sin demandar el arvole,/ y avierta esposika/ buxkando lo ke save/avla en su blanka kaza dualo envenranolyera/en su kaza de anasba”. Traducido al español actual, el propio autor translitera su creación lírica con los siguientes términos: “De abril –y núbil-, la de la voz vacía que dulce silencia su descendimiento llevando la Criatura, escribe en su mandorla Ixtís con sol y hace la mañana. Cerrado Huerto, Aire que da, que da su fruto, amarilla sin preguntarse por el árbol, Abierta y Pequeña Esposa buscando lo que sabe: ella es la que, en su hogar blanco, habla del verano íntimo en su casa de Párthenos” (15).

La llama sagrada de la mística, lo mismo que la del amor y la pasión, transfigura los objetos. Cuando la sensibilidad está dominada por el sentido místico, la voluntad y el entendimiento se ponen al servicio de una apelación humanizante y trascendente. A raíz de su convicción mística, el joven Francisco de Asís se hizo trovador de Dios, en un tiempo en que los enardecidos trovadores enaltecían las cosas de mundo mediante canciones, bebidas y juergas. Así nos lo presenta Gilbert Chesterton, cuando el joven trovador veía a Dios iluminando las cosas, puesto que el Poverello se hallaba, en cierto modo místico, “como al otro lado de las cosas, que contempla éstas saliendo de la Divinidad” (16). Juan Miguel Domínguez Prieto es devoto del santo de Asís, como suelen serlo los místicos cristianos, que experimentan ese mismo fenómeno de transfiguración. Como místico y poeta, a nuestro admirado creador castellano le sucede ese fenómeno de empatía y transferencia iluminante. El poeta no refiere los objetos que captan sus sentidos, sino la imagen que su intuición formula de las cosas a la luz de su llama mística y su pasión sagrada revelando en su escritura una connotación espiritual y estética que su sensibilidad transmuta con el aura sutil que su talante imprime a lo viviente al asumir el mundo como expresión sagrada. Pasión, fe y erudición se suman a su talante místico, y tras la emoción que engarza jubiloso a su creación, escribe imbuido de la magia alcarreña y, estimulado por la pasión que lo empata a lo divino, se exulta su corazón, y canta (17):

 

Aunque sólo pusiera tus manteles,

ya estaría el alba limpia.

Recuerdo, sí, comía al aire, era pastor.

Cuando comía el pan,

besaba todo el campo: la semilla,

el surco y el origen.

Lejanas estaciones

se abrían en la mano

partiendo el pan que parte.

No está allí mi boca.

Aunque sólo el decir te contemplase,

conocería el Nombre de la Luz.

Hablaba amaneciendo.

Cada bosque

retomaba las horas de sus labios

-el Nombre me decía-,

como ahora las retoma

amaneciendo lejos.

Caminaré hasta su casa: digo.

Sólo por ver tu pan,

Te pediré tejer

cada día el mantel al invitado.

 

Nutrido en las vivencias de la gracia divina e imantado por los efluvios telúricos y celestes de su amada Alcarria, nuestro poeta hace de la oración un canto de amor a la fuerza sublime que lo apela: “Si el poeta orante -ha dicho este interiorista- ha sido convocado a cantar, no ha sido llamado a tallar a cualquier precio su Nombre entre los hombres” (18).

Dios tiene un designio para cada hombre, y Juan Miguel sabe cuál es el suyo. Por eso no ha dudado en empuñar la lira mística para su canto poético y profético. Alto es el Tabor de la gracia, y sagrada la misión del místico de Castilla. En carta al suscrito, afirma el poeta: “Marginar la mística sería enajenar la necesaria obediencia” (19), que el contemplativo acata, reverente y gozoso, en sumisión a su designio divino.

La lírica mística es el mejor ejemplo de la interiorización de la imagen en la onda estética del contemplador. La realidad estética es el producto de la transmutación que realiza el sujeto creador de lo real objetivo que captan sus sentidos. No canta el poeta lo que perciben sus sentidos, sino lo que hiere su sensibilidad, lo que impacta su conciencia con su creación ante el hechizo de lo viviente, y en esa operación intelectual de convertir en imagen la percepción de las cosas, transmuta el dato sensorial en sustancia estética, y si tiene una intención creadora, la hace poesía, y si tiene una intención mística, la manifiesta como expresión de lo divino: “El peregrino advierte/ que lleva en sí el peso de la tierra. /Han abierto narcisos/ en el terrado a donde nunca sale, / a donde sale a oler. / Fuera, mira a los lejos: / sube un ´ocaso´ verde, ante trigal, / por el monte –mayor frente a los ojos-, / delicado por alma de espliegares. / Y el fuera es un adentro: / interior de vasija / y aromados terrones que se guardan.  / O el corazón al fondo es una alcarria / ¿intimada o intacta? / con su luz regresada de las flores” (20).

Este grandioso místico español abre sus sentidos a los datos sensoriales que lo miman y ve en ellos, porque así es su corazón empático y sensible, el destello de lo Increado expresado en fenómenos naturales, criaturas y elementos. Consciente de que la ternura revierte ausencias y olvidos, se pregunta: “¿Para qué la inmediatez si la intimidad del ser, de natural, se nos demora en ser amores?” (21). Sensible al esplendor de lo creado, los colores, los sonidos, los olores, los sabores, las texturas y las formas reclaman la atención de sus sentidos y en sus ojos de místico poeta se transmutan en sustancia fontanal para sentir y valorar el mundo con la emoción de un júbilo entrañable: “¿No es el agua lo que encanta? / No; sí, que tú, pura, / sacas el abrevado silencio. / Con la izquierda, / suavidad; / aire, de lo oscuro. / ¿Para qué? ¿Para quién? / Si una pequeña agua alaba en su nada, / ¿no alcanzará, por más con tu palma, corona de perfume?” (22).

Como Rainer María Rilke, Juan Miguel Domínguez Prieto ve en Toledo la imagen del Tabor durante su estancia en esa histórica ciudad española cuya argamasa espiritual le amansa el alma para recibir, en estado de serenidad seráfica, la gracia de lo Alto. Su visión estética y simbólica fragua su lira al conjuro de lo sagrado y se adentra en su ánfora interior el aliento fecundo del Espíritu. Alumbrado en su íntimo costado, vibra en él la pasión que no resiste ausencia. Expresa su canto con la fruición de lo divino (23):

 

Toledo es el Tabor. Allá, agrecada,

la mano posa a otra luz: modelo

de los blancos que no separa el velo,

ave de voz que no es de voz formada.

 

Domínguez Prieto contempla el mundo con la pureza del místico, al modo de fray Luis de León o Rabindranath Tagore. El propio poeta sabe apreciar y disfrutar esa delicada manera de contemplación, y por eso escribe: “Quien contempla el mundo con pureza ya lo está transformando” (24). Esa singular pureza en la mirada, encendida y potenciada por la conciencia mística, es sensorial y estética, lírica y simbólica, y en tal virtud le permite vivir a plenitud su vocación contemplativa y sentir gozosamente el esplendor de lo viviente al vivir místicamente el mundo, a modo de réplica formal de lo que describe el Génesis: “Y vio Dios que todo era bueno”. De igual manera nuestro querido y admirado poeta siente el mundo reír y parece que su alma danza el canto de la Creación, como lo han experimentado iluminados al sentir en su pecho la llama inmortal de lo sagrado.

 

La llama de la vocación sublime 

Ver el mundo con la pureza del místico es propio de los grandes iluminados del Espíritu. Al hablar de san Francisco de Asís, dice Nikos Kazantzakis en su memorable obra autobiográfica Carta al Greco: “Su corazón era simple, regocijado, virgen; sus ojos, como los del gran poeta y del niño, veían el mundo por primera vez. San Francisco debió a menudo contemplar una flor sencilla, un manantial, un insecto y sentir sus ojos arrasados en lágrimas. ¡Qué gran milagro, pensaba él, qué dicha, qué divino misterio, son la flor, el agua, el insecto! Por primera vez después de tantos siglos, san Francisco vio el mundo con ojos vírgenes” (25). Esa mirada virginal y prístina, originaria y pura que sabe dar el místico, está al alcance de nuestra sensibilidad si nos despojamos de fajas culturalistas, de mamparas conceptuales, de viseras limitantes, y si abrimos nuestros sentidos a los fluidos naturales de las cosas con apertura genuina, podremos decir como exclamó un día Juan Miguel Domínguez Prieto: “Al despertar, no era Domingo fuera, sino en mí” (26). Nuestro poeta canta la dicha de sentir la huella viva de lo divino que atisban sus sentidos en las cosas tangibles del mundo, y lo hace con amorosa comprensión de lo viviente, con la disposición emocional de su sensibilidad empática, con la cordial afinidad por lo sagrado y la entrega queriente al designio superior de cuanto existe. “Si el canto y la poesía brotan -dice Emilio Orozco- como expresión de la vida espiritual del místico, no nos extrañará que constituya a veces la voz que se levanta no sólo para cantar la alabanza y la gratitud al Creador, sino también para interrogar y pedir en el momento de angustia y aflicción” (27). En “La luz lateral” (28) es clara esa triple actitud lírica, estética y simbólica de sentir, proclamar y exaltar lo divino en lo humano que el siguiente soneto formaliza desde el verbo amartelado del poeta castellano:

 

Quiero decir: te basta en su migaja

la Luz. Hubiera la nada bastado

para hallarLe: mas, pone albor al lado

tuyo como un resquicio que desgaja

 

tu aire, que te ilumina cuando saja

el aire, sin que veas el Sol que ha dado

a luz tu gozo visto. En privado,

la Luz se te limita porque baja

 

a ti, pues es en canon como te ama.

Y otro, la Madre, ve por ti. En indicio

oyes la Luz que en ella es ver la Llama.

 

Y en ella es Luz tu alba de resquicio,

Y Luz total, que amar es tu ejercicio,

Aun siendo lateral la que te inflama.

 

La vocación contemplativa es una manifestación natural en la sensibilidad de Juan Miguel Domínguez Prieto, y en su testimonio de afiliación al Movimiento Interiorista reveló la “gran seducción fraterna” por el ideario estético que privilegia “la contemplación de lo trascendente” (29), vocación que confirman sus poemas escritos “en un lenguaje pulcro y diáfano con el que asume y recrea los efluvios divinos que su sensibilidad atrapa bajo el sentido luminoso fraguado en la pureza seráfica con los valores sublimes” (30). Esa amorosa vocación contemplativa, afín al más genuino sentimiento místico, concita la sensibilidad de Juan Miguel cuya aura entrañable se hace hinojo en su lira y también temblor en su pecho. En “Temblor en la blancura” el poeta siente el mundo desde la mirada tierna y paciente del pastor que hace de la soledad y el silencio mirra para su alma como una forma de significar la callada introspección que la realidad le inspira y una manera de sugerir, desde la onda sutil de su pasión, el omega fecundo de su oblación secreta y honda:

 

Antes de entrar, de antiguo,

un aire de majada,

para guardar rebaños

y la vista infinita.

Junto al silencio, estuvo la mirada

perdida de pastores – ¿y encontrada

mirando para lirios? – . No está escrita

en su limpia quietud,

en la oblación inmóvil de sus años,

en su ensimismamiento sin contiguo

mundo: la infinitud está ahí, total y recogida

-olvido de lo hermoso-.

A un omega con lirio

está mirando siempre el que apacienta (31).

 

Con la pureza mística propia de un Karol Wojtyla y el aliento visionario de un san Juan de la Cruz, Juan Miguel Domínguez Prieto engarza a su talante lírico una visión del mundo como Templo del Espíritu, y con esa actitud hierática contempla lo creado, y en su proceso escritural su alma parece gestar, en tanto canal de gracia viva, los efluvios que manan de su corazón ardiente al sentir la Luz que lo alucina en júbilo, amor y entrega rebosante de hermosura plena. En su comunión con lo sagrado el poeta interiorista disfruta la plenitud del Verbo, y en esa vivencia de amor, que es su pasión sagrada, vive poética y místicamente el mundo, inmerso en el ámbito ideal de su arrebato divino, que es su morada predilecta, secreta y entrañable. Y al experimentar la apelación de la palabra siente que regresa del exilio al que lo arrastra el mundo circundante, viviendo a plenitud la gracia de la Energía Espiritual de lo viviente. No está ausente del mundo que otros consideran irreal y abscóndito, sino arrebatado en sede fulgurante de la gracia con la revelación del Nous que lo imanta a la llama sacrosanta del que Es. En su poema “Del pájaro solitario” (32) retoma el canto imbuido del arrebato sutil del santo carmelita, haciendo del carmen sagrado y puro una gozosa lira con la música de su ánfora interior:

 

Toma el hosanna, los salmos de agua.

Padre y gran ternura, alégrate; y Espíritu,

que la primavera está; que, alondra,

he regresado del exilio.

O ser nada ahora: cegueral que con amor

de mayo ama tü alba de ojos claros,

alondra en gozo tuya, Señor, en el nido sola.

Cantarás en el lirio que casa tu Nombre

a la contemplación, Elí; en la noche que me

quiso cordera transparente y descalza.

Serviam. Ayay, ya se oyen tus pasos, vírgenes;

listo está el pan del desposorio y todo suena:

sólo Tú eres santo, canto, a Quien

los lirios corresponden.

 

Dios es, en la lírica mística de Juan Miguel Domínguez Prieto, una presencia inmanente con una aureola imantada en elementos sutiles y fenómenos naturales, pájaros y lluvia, aire y fuego. Es hermosa la manera dulce, suave y tierna con que la voz lírica, personal y universal del poeta castellano asume el lenguaje de la lírica para testimoniar tantos efluvios trascendentes que la Gracia acrece en su verbo redimido. En su expresión poética redimida quedan la pureza de su visión lírica, la belleza de su concepción estética y el encanto de su simbolismo místico en el que los pájaros son su símbolo predilecto (33):

 

Has crecido hasta esperar abril oscuramente

y no llamar a la muerte prematura.

Habrá fuera, o no, día, cosecha nueva.

Te inventas, por amor, que sale,

ahora que no sabes

preoír a los pájaros que anuncian.

Hace ya quebraron tu vasija donde antiguas aves.

Y aún no ha roto el cielo en luz definitiva.

Ahora es la hora de alcanzar el canto.

 

Juan Miguel Domínguez Prieto refleja una voz personal, inserta en la voz universal que su lira atrapa con la pureza del ánfora sagrada de su alma de poeta místico. Y esa forma genuina de sintonizar la propia voz en la esfera de su motivación personal es su manera interiorista de asumir la creación poética con el tono de su talante místico y el timbre de su acento lírico, aunando verdades intuidas y verdades reveladas. Nuestro poeta construye sus poemas con selectos términos afines a la espiritualidad bíblica –Tabor, Abba, Omega-; con el aire añejo de antiguos vocablos castellanos –majada, ventalle, fonte-; y el tono jubiloso del aliento sagrado que sus versos rielan y refrendan. Se siente, en efecto, en la lírica de este grandioso poeta interiorista la frescura de lo originario en su dolencia divina, la gracia de lo sobrenatural en su estética mística y la llama de lo sagrado en su talante espiritual. La poesía de Juan Miguel Domínguez Prieto es una réplica del impacto de lo que sucede en su ámbito interior, y su lírica mística entraña, con su connotación sagrada, una creación impregnada de amor divino que el poeta amasa con la onda espiritual de su dintorno. La misión del poeta místico, como creador de formas sublimes, es darle sustancia y esplendor a la belleza sutil a través del lenguaje simbólico, como lo ilustra ejemplarmente la poesía de este admirable poeta castellano, que le da aliento y brillantez a la luminosa pasión que lo trasciende. Poética de lo sagrado, también lo es de las entrañables vivencias que rutilan sus creaciones impregnadas del sentido profundo de lo Eterno que lo cautiva y arrebata.

 

Bruno Rosario Candelier

Movimiento Interiorista del Ateneo Insular

Moca, Rep. Dominicana, 25 de noviembre de 2021.

Notas:

  1. Juan Miguel Domínguez Prieto, “Pastores, los que fuerdes”, en El decano de Guadalajara, Guadalajara, España, 14 de julio de 1998, p. 4.
  2. Juan Miguel Domínguez Prieto, “Contestación al Dr. Bruno Rosario Candelier”. Guadalajara, España, enero de 2006, I, p. 6.
  3. Ibídem, 6.
  4. Juan Miguel Domínguez Prieto, Diarios,II.02.
  5. Juan Miguel Domínguez Prieto, “Contestación…”, citado, I, p. 9.
  6. “Contestación…”, citado, 2, p. 9.
  7. Ibídem, 4, p. 12.
  8. Juan Miguel Domínguez Prieto, “Silencio, inspiración y creatividad”. Ponencia al Encuentro del Movimiento Interiorista. Santo Cerro, La Vega Real, 28 de julio de 2006. P. 10.
  9. Juan Miguel Domínguez Prieto., “Contestación…”, citado. 3, 9.
  10. Ibídem, 4, 12.
  11. Ibídem, 4, 13.
  12. Juan Miguel Domínguez Prieto, “Oído echado en los campos”, en la revista Orar, 158. Edición preparada por Teodoro Rubio. Burgos, España, 2003, p. 19.
  13. Juan Miguel Domínguez Prieto, Iconos de agua viva, Salamanca, Nossa y Jara, 1996, p. 65.
  14. En “Fragmentos de Glosolalia”, inédito. Guadalajara, España, 22 de dic. de 1999, p. 7.
  15. Juan Miguel Domínguez, “Voz de Anasba”, poemas sefardíes. Inédito, Guadalajara, España, en 2004.
  16. Gilbert K. Chesterton, San Francisco de Asís, Barcelona, Ed. Juventud, 1985, 2a. ed., p. 96.
  17. Juan Miguel Domínguez Prieto, “Aunque sólo pusiera tus manteles”, de El nombre hasta el almendro. Publicado en Orar, 158, Burgos, España, 2003, p. 19.
  18. Juan Miguel Domínguez Prieto, “Los poetas también oran”, en Orar, 158, p. 18.
  19. Juan Miguel Domínguez, “Carta a Bruno Rosario Candelier”, Guadalajara, 7 de enero de 2005.
  20. Juan Miguel Domínguez Prieto, “El peregrino advierte”, en La víspera, el paso y la memoria, publicado en la revista Piedra de Milano, 5, Guadalajara, España, diciembre de 1997, p. 4.
  21. Juan Miguel Domínguez Prieto, “Líneas y versos lentos para Pura”, en La Región, diario de Orense, España, 16 de enero de 2003, p. 67.
  22. Juan Miguel Domínguez Prieto, Voz de Anasba, poemas sefardíes, no. VIII, p. 8.
  23. Juan Miguel Domínguez P., “Toledo MDLXXVII”. Guadalajara, España. Enero de 2005.
  24. Juan Miguel Domínguez Prieto, Diarios, 24 de junio de 2003.
  25. Nikos Kazantzakis, Carta al Greco, Buenos Aires, Ed. Carlos Lohlé, 1963, p. 308.
  26. Juan Miguel Domínguez Prieto, Diarios, 07.03.
  27. Emilio Orozco, Poesía y mística, Madrid, Guadarrama, 1959, p. 80.
  28. Juan Miguel Domínguez Prieto, “La luz lateral”, inédito. Guadalajara, 1998.
  29. Juan Miguel Domínguez, “La voz interior que nos trasciende”, en Bruno Rosario Candelier, El ideal interior, Moca, Ateneo Insular, 2005, p. 135.
  30. Bruno Rosario Candelier, “Juan Miguel Domínguez Prieto”, en El Ideal Interior, 321.
  31. Juan M. Domínguez P., “Recogimiento y temblor en la blancura”, en La luz lateral, 1998.
  32. Juan Miguel Domínguez P., Del pájaro solitario, Guadalajara, 2ª. Edición Manual, 2001, V.
  33. Juan Miguel Domínguez P., “Core”, en Barro continuo, inédito. Guadalajara, España, abril de 2003, p. 48.
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