Ortoescritura

Por Rafael Peralta Romero

NOMBRES PROPIOS QUE TAMBIÉN SON COMUNES

Hace unos nueve años, publiqué en este diario un artículo titulado “Divertimento con los apellidos”, en el cual mostramos que muchos apellidos son homónimos de términos que  tienen sentido léxico, es decir son palabras comunes con las que  se mencionan cosas, lugares, plantas, situaciones, procedimientos, animales, accidentes geográficos, partes del cuerpo, entidades abstractas o  metales.

El de hoy, es también una diversión, pues citaré nombres de personas que han sido tomados de sustantivos -y hasta adjetivos- comunes que designan cosas, seres, fenómenos de la naturaleza, deidades, funciones,  acciones, por igual  nombres que se conocieron  primero  por países y regiones.

Es muy evidente que rosa, margarita, orquídea, violeta y hortensia son flores, mientras la flor se define como “brote de muchas plantas, formado por hojas de colores, del que se formará el fruto”. Y flores son también dalia, camelia, jacinto, clavel y melisa, todos los cuales funcionan como nombres de personas, escritos con mayúscula inicial.

Quizá sorprenda saber que /carmen/   es una palabra común, al menos en Granada, donde se denomina con esta palabra a una quinta o huerto con jardín. El culto a la Virgen del Carmen, una de las advocaciones con que se alaba a santa  María, la madre de Jesucristo,  es responsable de que tantas mujeres en el mundo sean llamadas de este modo.

El nombre procede de la veneración a María en el Monte Carmelo, ubicado  en Israel. Según un diccionario bíblico, Carmelo o Carmen derivan de la palabra hebrea Karmel o Al-Karem, la cual se traduce como “jardín de Dios”.

De la religión viene también Ángel, Presbiterio (parte de la iglesia), Mártires, Obispo, Santo, Gracia, Confesor (sacerdote), Pastor, Trinidad, Diosa, Deogracia, Cruz, Crucita, Inmaculada (sin mancha), Evangelista, Rosario, Sagrario, Providencia, Fe, Natividad, Esperanza, Caridad y Salvador.

Los nombres terminados en -o son ordinariamente masculinos, pero algunos, por lo que significan, han servido para nombrar mujeres: Rosario (rezo a santa María), Sagrario (lugar sagrado), Socorro (ayuda), Milagro (acción portentosa), Consuelo (alivio de la pena), Amparo (protección), Rocío (lluvia tenue) y Remedio (medicina).

Como rosario, amparo y socorro, en santa María encuentran motivos los nombres Piedad (devoción por las cosas santas), Dolores, Virgen, Concepción, Reina, Mercedes (plural de merced, favor).

Fenómenos de la naturaleza prestan sus nombres a las personas: aurora, luz, alba (amanecer), luna, mar, sol, estrella.

El vocablo alba es también sinónimo de blanca, y en esta función es, por tanto, un adjetivo, como lo son también blanca, pura, cándida, clara, marina, digna, iluminada, amable, aquilino (rostro largo y delgado), argentina (relativo a plata), paulino (relativo a san Pablo), justo, bienvenido, augusto, máximo, silvestre, facundo (de fácil hablar), linda, bruno (nombre de un árbol, también de color oscuro) todos los cuales, escritos con inicial mayúscula, fungen como nombres de personas.

Muchas personas llevan nombres de países, que no necesariamente tienen valor semántico en nuestra lengua: América, Argentina, Francia, Grecia, Germania, Albania, Bolivia, Colombia, Bélgica, Argelia, África, Asia, Australia, Oceanía, Filadelfia, Virginia, Janeiro, Italia, Helvecia, Lusitania, Nápoles, Austria, Kenya, Israel, Nairobi, Belén. Siriaco (relativo a Siria), Delia (natural de Delos, Grecia).

Las siguientes palabras son sustantivos y adjetivos comunes usados para nombrar personas: Olivo (nombre de árbol), León, Ventura, Petra (nombre de planta), Erinia (deidad griega), Paloma, Patria, Patricia, Patricio, Lucía (del verbo lucir), Modesto (adjetivo), Amado (adjetivo), Domingo, Norma (regla), César (emperador romano), Rey, Reyes, Delfín (pez, primogénito de un rey) Delfina (mujer del delfín). Se agrega Julio que antes de denominar al sexto mes correspondía a una autoridad romana de igual nombre.

Ya lo ha visto usted, este tema es una diversión.

 

¿ES CÓVID O COVID? ¿LLANA O AGUDA?

Muchas serán -y ya son- las consecuencias del coronavirus de 2019, agente responsable de la terrible enfermedad denominada COVID-19.

Su escritura se corresponde con la sigla inglesa de “coronavirus disease”, enfermedad del coronavirus. Dado que contiene el sustantivo enfermedad en su forma inglesa, se ha recomendado que su género sea femenino (la COVID-19, mejor que el COVID-19). Lo que sí creo es que la fuerza del uso hará prevalecer el masculino.

Como es un acrónimo, formado a partir de la expresión “coronavirus disease”, se suele escribir por completo en mayúsculas. Pero dada su sobrada presencia en todos los niveles de lengua, el vocablo se ha lexicalizado (se hizo parte del español) por lo que puede escribirse en minúsculas. Se recomienda no dejar la inicial mayúscula porque se trata de un nombre común: covid-19. Fundéu defiende el guion como parte del nombre establecido y cita la Ortografía de la lengua española cuando explica: “…en aquellas piezas léxicas constituidas por una combinación de segmentos de cifras y letras se han venido separando tradicionalmente dichos segmentos con guion”.

Lo recomendable en el género: la cóvid o la covid; en grafía: COVID o covid (también cóvid).En su versión en línea, el Diccionario de la lengua española incorporó esta palabra indicando antes de la definición “m. o f”, que quiere decir masculino y femenino. Luego la define de este modo: Med. Síndrome respiratorio agudo producido por un coronavirus.

Entonces vamos a lo prosódico. ¿Cuál será la recta pronunciación de esta nueva palabra?

Los hablantes del español están divididos entre la pronunciación aguda /covíd/ y la llana /cóvid/

Algunos creen, entre ellos la Fundéu, que es mayoritaria la forma aguda, es decir con el acento en la última sílaba, aunque no se le marque. La pronunciación /cóvid/, con la fuerza de entonación en la penúltima sílaba se asocia al inglés. Sin embargo, no son -o no somos- pocos los hablantes del español que desde el inicio del fenómeno adoptaron la forma llana /cóvid/. Será difícil acoger una forma única, y como ha ocurrido con el género (enfermedad de la covid-19) que contra lógica se ha impuesto el masculino (el covid-19), las academias habrán de admitir las escrituras llana (cóvid) y aguda (covid), aunque se prefiera esta última. Ya ha ocurrido con otras palabras, tomadas de otras lenguas, tal el caso de élite o elite (Minoría selecta o rectora).

De algo podemos estar seguros: si la pronunciamos como llana, debemos colocar tilde, aunque en otras lenguas no la lleve. Aplicaremos la regla de las llanas terminadas en consonante diferente a /n/ y /s/, es decir, acentuaremos gráficamente a cóvid igual que hacemos con lápiz, árbol, cáliz, áspid (culebra), túnel, ángel, mármol, cérvix (útero) y los apellidos López, Gómez, Sánchez, Pérez o Féliz.

Quien la pronuncie como aguda, debe recordar al momento de escribir esta palabra, que no se le marca el acento como ocurre con cerviz (cabeza),cariz, verdad, ardid, David, salud, enfermedad, bondad, maldad, venid, tapiz, feliz o variz. 

Medusa y merluza

Medusa es un animal marino. El Diccionario académico la define así: Una de las dos formas de organización en la alternancia de generaciones de gran número de celentéreos cnidarios y que corresponde a la fase sexuada, que es libre y vive en el agua. Su cuerpo recuerda por su aspecto acampanado a una sombrilla con tentáculos colgantes en sus bordes. En tanto que de merluza el Diccionario dice: 1. f. Pez teleósteo marino, anacanto, muy apreciado por su carne, de color gris plateado, que alcanza hasta un metro de longitud, de mandíbula prominente y dientes finos, y que abunda en las costas de España.

 

Temas idiomáticos

Por María José Rincón

NO HAY ENEMIGO PEQUEÑO

 Han interesado mucho las pequeñas transformaciones que provocan los enclíticos en las formas verbales con las que se unen. Recordemos que llamamos enclíticos a aquellos pronombres personales que se unen directamente al final del verbo y forman con él una sola palabra. Es precisamente la unión del pronombre con la forma verbal la que provoca en ocasiones algunas modificaciones ortográficas que debemos tener presentes cuando nos toque ponerlos por escrito. Cuando se une el pronombre personal se a una forma verbal que termina en -s debemos reducir las dos eses contiguas a una sola; si al subjuntivo exhortativo compremos, terminado en -s, le sumamos el pronombre enclítico se, que empieza también con s-, y el enclítico lo, debemos eliminar una de las dos eses. La forma resultante es comprémoselo y no *comprémosselo. Siempre que nos encontramos con este contexto debe producirse la simplificación: Es su blusa preferida, regalémosela; No quiero guardar más el secreto, contémoselo. En cambio, hay contextos en los que no se produce la simplificación de las consonantes iguales contiguas. Cuando la forma verbal conjugada termina en la consonante -n y a este verbo le sumamos el pronombre personal enclítico nos, resultan dos enes contiguas que deben mantenerse: cuéntennos, páguennos, dígannos. De este modo podemos diferenciar entre la segunda persona del singular de cortesía (cuéntenos) y la segunda persona del plural de cortesía (cuéntennos).

La complejidad de los morfemas flexivos que logran que nuestro sistema verbal pueda adaptarse a todo lo que queremos decir, siempre cargado de matices expresivos, se combina con la presencia de estos pequeños grandes pronombres personales. Nunca viene mal saber cómo se escriben las formas resultantes.

 

A PIE Y A MANO

La lengua crea combinaciones de palabras que, con el uso, llegan a funcionar como una sola. A estos grupos de palabras los conocemos como locuciones y desarrollan un sentido propio que les da personalidad léxica y una forma fija que no admite muchas variaciones y que debemos conocer y respetar. Hoy nos vamos a fijar en un grupo muy particular de locuciones. Tienen como núcleo las palabras pie y mano en singular, pero no son pocas las veces que, quizás porque tenemos dos pies y dos manos, que las encontramos usadas en plural. Si damos un paseo caminando lo hacemos a pie, no *a pies, aunque nos sean necesarios ambos pies para andar. Si nos quedamos en un sitio y no nos apartamos de ahí, estaremos a pie firme, no *a pies firmes, aunque tengamos los dos pies bien afincados en el suelo. Si entramos en un sitio o en una actividad con buen pie o con el pie derecho nos guiará la buena suerte; en cambio, cuidémonos de entrar con mal pie o con el pie izquierdo porque nos perseguirá la mala fortuna. En todo caso nunca lo haremos *con buenos pies o *con malos pies. Si nos paramos nos ponemos en pie, nunca *en pies, aunque sean ambos pies los que nos sostengan. Si tenemos algo cerca o lo consideramos fácil de entender o de hacer, decimos que los tenemos a la mano, no *a las manos. Si realizamos algo manualmente decimos que lo hemos hecho a mano, y no *a manos, aunque seguramente hayamos usado las dos. Cuando somos generosos y también cuando estamos dispuestos a recibir dádivas decimos que abrimos la mano; cuando insistimos en algo o somos excesivamente rigurosos cargamos la mano.

El Diccionario de la lengua española registra muchas de ellas y nos puede ser útil para confirmar su forma adecuada y el sentido exacto en el que se usan. Aprevochémoslo.

 

ANGLICISMOS

Si ya los que procuramos hacer un buen uso de nuestra lengua huimos del abuso de anglicismos innecesarios, imagínense la urticaria que nos producen los anglicismos inventados. El Diccionario de la lengua española define como anglicismo el ‘vocablo o giro de la lengua inglesa empleado en otra’. Todos los usamos; algunos ocupan un hueco léxico que el español no ha llenado todavía; otros sacan a la luz esa inseguridad lingüística que nos convence de que lo dicho en otro idioma nos hace lucir más listos o más a la moda; otros delatan preocupantes lagunas en el vocabulario.

Los falsos anglicismos solo tienen del inglés la apariencia; las tomamos y las usamos a nuestra forma. Por ejemplo, nos apropiamos del sustantivo inglés fashion ‘moda’ para transformarlo en un adjetivo sui géneris aplicado a lo que está ‘a la moda’ (en inglés se diría fashonable o trendy). Al muy usado feeling le atribuimos el sentido de conexión entre personas cuando en inglés significa ‘sentimiento’. No hace falta insistir en todas las palabras de las que disponemos en español para referirnos a esta compenetración, afinidad, sintonía, entendimiento, cercanía o química que nos une a alguien.

Otras palabras las apañamos tomando una parte de aquí y otra de allá hasta que las convertimos en pequeños Frankenstein. Se trata de formas híbridas como puenting, formada con la raíz léxica de puente a la que se añade la terminación inglesa -ing, inventada para designar la actividad que consiste en precipitarse al vacío desde una gran altura atado a un arnés. El Diccionario panhispánico de dudas recomienda sustituirla por el neologismo puentismo, formada con el muy castellano sufijo –ismo que encontramos también en ciclismo o en piragüismo.

Siempre es aconsejable revisar lo que tenemos en casa antes de salir a buscar a lo loco.

 

CIFRAS Y LETRAS

Ya saben que lo mío son las palabras, pero algunas palabras también hablan de números y conviene saber manejarlas correctamente. Los numerales expresan cantidad o número de muy distintas maneras: el valor numérico (numeral cardinal), la división de un todo en partes (numeral fraccionario o partitivo), el lugar que ocupa una unidad en una serie (numeral ordinal) o el resultado de una multiplicación (numeral multiplicativo). Cada uno tiene sus propias curiosidades, con ciertas características para usarlos correctamente.

Hoy nos vamos a fijar en un grupo selecto y limitado de los numerales multiplicativos en español, que pueden funcionar como adjetivos o sustantivos. Los adjetivos numerales multiplicativos que usamos hoy son los acabados en -e, que concuerdan en género tanto con los sustantivos femeninos como con los masculinos: doble sueldo, habitación triple, dosis cuádruple. Pero en español existen también una forma en -o para el masculino y una en -a para el femenino, aunque bastante menos usadas: sueldo duplo, habitación tripla, dosis cuádrupla. Los numerales multiplicativos funcionan también como sustantivos. Cuando es así tienen género masculino y los preferidos son los que tienen la terminación en -e: el doble, el triple, el cuádruple. Estos tres primeros multiplicativos, los más bajos de la serie, son los más habituales y nos suenan a todos, pero no son los únicos. Entre el cinco y el ocho tenemos un par de variantes: quíntuple/quíntuplo (x cinco), séxtuple/séxtuplo (x seis), séptuple/séptuplo (x siete), óctuple/óctuplo (x ocho). Del nueve al trece son casi bichos raros: nónuplo (x nueve), décuplo (x diez), undécuplo (x once), duodécuplo (x doce), terciodécuplo (x trece) y céntuplo (x cien). En lugar de estas formas se opta por la expresión nueve vecesdiez veces, etc.

Hemos dicho que los numerales son una serie cerrada. Aquí ya han conocido a todos los miembros de una familia preciosa en la que conviven amigablemente cifras y letras.

Los poetas, el lenguaje simbólico y el cerebro

Por José Silié Ruiz

     Los poetas usan con licencia el lenguaje simbólico; me declaro admirador de la poesía. Veamos dos ejemplos de poetas excelsos, ambos bardos y son mis distinguidos amigos: el primero José Mármol, de su obra Yo, la isla dividida, el poema «Palabra y vacío»: “Todo conspira contra nuestro amor, cultura. Un tsunami de vocablos en el reino digital, y el sentido se desliza de la forma de lo sido y se arrulla en sordera de vacío y de no ser. Palabras en la boca a la hora de la luna. Cuando algo no se mueva empieza a sospechar. Pero nada era dicho jamás ni develado. El sonido es vacío. El silencio, plenitud».

El segundo poema es de la autoría de Virgilio López Azuán, de su obra: Paraíso de la imagen, su poema «Es mejor y lo digo, amarse intensamente»: «Es mejor, y lo digo, amarse intensamente, besar estos rayos, los misterios que fluyen tan limpios, tan cristalinos que nos invitan a fabricar la vida en un verso donde cabe todo. Si falta la imagen la nada entra en forma de vacío transfigurada del todo, y entonces quedamos con la boca abierta sin palabras que decir como tibios expectantes (…)».

Consideraremos la mente preconsciente e inconsciente. Hay diferentes ángulos de enfocar el lenguaje simbólico, el lenguaje imaginativo que bien usan como nadie los poetas. Los aportes en esa investigación han recibido auxilio de la hermenéutica, de la antropología y de la neurología fundamentalmente. Ese lenguaje poético está basado en asociaciones y analogías. El concepto de «asociaciones» de los bardos puede considerarse desde el punto de vista de la literatura y la psicología. En psicología, hay: asociaciones de conductas, la asociación de ideas y la tercera la asociación libre.

Desde la perspectiva psicoanalítica existen dos tipos básicos de redes de asociación mental, las asociaciones secuenciales y la asociación centrada. La primera, se inicia con un disparo inspirador cuando las musas aparecen, la segunda la agrupación centrada, genera la asociación de múltiples ideas de palabras asociadas. Para que estos juicios de inspiración sean totalmente fructíferos conviene suspender en ellos los juicios de valores.

Cuando el poeta evoca un sueño propio, «evocar» es llamar la memoria, «exvocare» es llamar fuera lo que pasa en las actividades sensoriales. La realidad que percibimos con los sentidos y pasa a través de nuestro andamiaje sensorial e intelectual, como se ha dicho a través la entonación poética, es la «viva imagen del alma».

La simbolización, las representaciones imaginativas, las fantasías, la capacidad de soñar nos permite exteriorizar nuestras interioridades que de otra forma quedarían ocultas en el cerebro. ¿Cuál es la diferencia del cerebro del artista que crea, el cerebro del filósofo pensante, con el del hombre común? Explorando nuestros recónditos recuerdos nos permite codificar en nuestras fantasías. Ellos con más neuronas (activas) en las áreas de Broca para coordinar las palabras, el área amigdalina y el hipocampo para una mayor emoción y sensibilidad, esas que nos llevan a estímulos arquetipos de imaginación que son comunes y posibles a todos los seres humanos (todos nacemos con iguales condiciones), pero ¿por qué en los poetas y los pensantes, están más desarrolladas esas áreas? Lo hacen: por sensibilidad, por memoria y por aprendizaje.

Ahora entendemos los factores que participan en los distinguidos poetas, los escritores de fina pluma, los filósofos, ellos pueden manejar las letras y los colores mejor que ningún otro humano. Ahora sabemos por qué las letras en ellos adquieren música, encantos y pirotecnia. Solo ellos, los poetas y los humanistas, son quienes desnudan las palabras, para hacerlas musas carnales como la venus de Citeres para que nosotros, los neófitos, podamos danzar con ellas, hacerlas espejismo y convertir la prosa en carnavales de emociones para gratificar el pensamiento y así poder viajar a otras tierras, a otros mil lugares, los que por el embeleso que nos extasía, jamás se harían inveterados ¡Viva la poesía, la inteligencia y el pensamiento humano excelso!

(https://hoy.com.do/los-poetas-el-lenguaje-simbolico-y-el-cerebro/) 10 de julio de 2021.

Macutear, trabuco, díscolo/discordante

Por Roberto E. Guzmán

MACUTEAR

“Lo que quiere es una policía que no MACUTEE. . . “

Este verbo del título deriva de la voz macuto. El macuto es una cesta tejida, flexible, que se usa (¿usó?) para llevar frutos, vegetales y para recoger granos. Las cuerdas que servían para cargarlo permitían llevarlos también sobre la espalda o colgarlo sobre el hombro. Las cantidades o carga transportadas en un macuto nunca fueron grandes. Cuando se usaba para recoger granos se llevaba sobre el vientre para mayor comodidad y celeridad en la recogida. El uso del macuto casi ha desaparecido y se ha convertido en un objeto del folclor destinado para la venta a turistas.

La difusión de la palabra en el español general quedó circunscrita al objeto descrito más arriba; por eso tardó mucho tiempo para que los europeos reconocieran la palabra o la integraran a su uso. Algunos cronistas de Indias reconocieron macutos en Suramérica; este dato ha de retenerse como una traslación del nombre a un objeto parecido al macuto objeto de este estudio. Este fenómeno fue frecuente en América de esa época. Por eso se han encontrado canoas en otras regiones y muchas otros indigenismos de las Antillas en Tierra Firme.

El verbo macutear parece que es de uso exclusivo de los hablantes de español dominicano. El macuto mismo, según indican los estudios, se usó en Venezuela y República Dominicana. Que conste, lo que es de uso exclusivo de los dominicanos es el uso del verbo, pues la acción es mundial.

Con respecto al origen de la palabra macuto, durante largo tiempo se aceptó que era una voz de origen taíno porque el primer contacto de los colonizadores con la voz fue en las Antillas. Luego cuando se estableció que se conocía también en Venezuela hubo que revisar esa opinión. Pensaron algunos que era voz caribe, aunque por ser conocida en Venezuela y las Antillas, se presume que es arahuaca.

La voz no adquirió vigencia en el español peninsular debido quizás a que al ser una cesta de tejido vegetal flexible no se asemejaba a las existentes en Europa.

  1. Fernando Ortiz argumentó que la palabra macuto tenía antecedentes en lenguas de Angola. Además, arguye él, en idioma congo, nkutu significa saco, bolsa o talego de fibras vegetales.

Todavía en el portugués brasileño del 1948 se conocía la voz macuto, sustantivo masculino para expresar “mentira, inverdade”. La etimología atribuida a la voz era del quimbundo , prefijo plural de cuarta clase más kuto, mentira. Fue término usado entre los negros y hoy (1948) parece haber desaparecido. A influencia africana no portugués do Brasil (1948:235). Versión en español de RG.

Una nota curiosa con rasgos que salen de lo común es la acepción que insertó D. Roque Barcia en su Diccionario general etimológico de la lengua española (1881-III-531), “Masculino americano. Paquetito hecho de yagua, que contiene cera, carne, tabaco, etc.”

No hay explicación para esta definición, pues este autor conocía la obra de Esteban Pichardo.

El macuto antillano era más largo que ancho, con la boca ancha, tejido de guano. Ya se escribió que este macuto servía para recoger en él los granos durante las cosechas. De la actividad de recolección derivó el verbo macutear, que en buen dominicano es sobornar o exigir soborno. Casi siempre quienes solicitan o reciben el macuteo son los empleados públicos, funcionarios y agentes del orden público.

Cuando el macuteo era de sumas importantes de dinero, mi hermano Julio decía que eso era seroneo, de serón, pues las cantidades de dinero no cabían en un simple macuto y se precisaba de un serón para transportarlo. El serón dominicano es “Especie de árgana hecha con fibras de guano que sirve para llevar carga en las caballerías”.  Diccionario de cultura y folklore dominicano (2005:376).

Parece que la práctica del macuteo no ha cesado en la vida cotidiana dominicana; solo ha variado la forma de practicarlo y los montos.

 

TRABUCO

“. . . era un tercer bate de un ´line up´ que contaba con un TRABUCO de formidables bateadores”.

El primer encuentro de los niños y jóvenes dominicanos con el trabuco es por medio de la historia dominicana. En la noche del 27 de febrero de 1844 se asegura que Matías Ramón Mella realizó un disparo con un trabuco para precipitar las acciones. Esa es la acción que se conoce con el nombre de “trabucazo de Mella”.

Por fuerza de la historia los estudiantes se enteran de lo que significa un trabuco. Este trabuco es un arma de fuego prácticamente en desuso. La descripción que hacen los diccionarios es en comparación con una escopeta, más corta que esta, pero con la boca ancha y de mayor calibre.

Procede enseguida que se pase a la explicación con relación a la cita. El sustantivo está usado en sentido metafórico, algo que los dominicanos han logrado en su habla. El traslado que ha hecho el hablante de español dominicano es llamar trabuco a una persona o cosa extraordinaria, así como a un equipo deportivo que destaca por su desempeño. Diccionario del español dominicano (2013:668).

El trabuco de la cita es una alineación extraordinaria de bateadores, que aciertan con el bate y demuestran poder en esta actividad. Este uso de trabuco sorprendería grandemente a otros hablantes de español, pues para la mayoría de hablantes de español el trabucazo es el disparo del trabuco; la herida ocasionada por el disparo del trabuco y en el registro coloquial, la pesadumbre o susto que, por inesperado sobrecoge y aturde.

Como los dominicanos son tan aficionados al deporte del beisbol, el trabuco ha ido más lejos en ese ámbito. Se usa la palabra trabucazo para particularizar un lanzamiento de la pelota o el tiro de esta por uno de los jugadores, cuando alcanza gran velocidad o precisión. Ejemplos son, “Ese pícher tiene un trabuco en el brazo”. “El jardinero central tiró un trabucazo al plato”.

Del mismo modo que ha ocurrido con otros usos del lenguaje, los dominicanos le han imprimido un sentido diferente y exclusivo a una acción. Esto es propio de la riqueza de la lengua. Debe ser motivo de celebración.

 

DÍSCOLO – DISCORDANTE

“Hay temor en la nota DÍSCOLA entre pares ya que se asume que leer no es cosa de hombres”.

No todas las palabras se prestan para ser llevadas a un uso extraordinario, es decir fuera de su ambiente. El ámbito de acción delimita los significados que pueden atribuirse a casi todas las palabras. Hay que ser cauto con el uso de la figura que se llama “uso figurado”.

Las metáforas son bellas, por eso las usan los poetas. Esas son las que consisten en cambios de palabras entre el término concreto y la noción abstracta.

Los poetas disfrutan de una licencia especial para crear tropos, esto es, el uso de palabras con sentido distinto del literal, a condición de que haya alguna semejanza entre el sentido literal y el abstracto.

No es menos cierto que en la vida diaria usamos con mucha frecuencia de las metáforas sin darnos cuenta de ello. Algunas de estas metáforas se han integrado con tanta naturalidad a la lengua que no llaman la atención, pasan inadvertidas.

Con eso de las metáforas puede suceder, guardadas todas las distancias, lo que dijo el personaje de Molière, que no sabía que hablaba en prosa, aquí en lugar de prosa colóquese metáfora.

Con respecto a las notas, en el lenguaje escrito pueden ponderarse varias características, entre ellas las de los sonidos con cierta frecuencia, que con respecto de la calificación y rasgo puede ser discordante, por eso se colocó esta palabra en el título junto al que se critica.

Díscolo es “desobediente, rebelde, indócil, indisciplinado, revoltoso, indomable, indómito, perturbador”. Discordante, por su parte, referido a persona es, que rompe la armonía del conjunto. Si en la cita se usó la palabra “pares”, se supone que ellos y ellas son miembros de un conjunto.

Por fortuna, no se califica de falta de conocimientos el asunto de la elección de una palabra inadecuada en esta situación, es más bien algo relacionado con las dotes poéticas del redactor. No hay lugar a sorpresa, en el español al igual que en otras lenguas son más los eunucos creativos que los productores formales.

Cómo emplear qué/que, por qué/porque, porqué/por que

Por Tobías Rodríguez Molina

Existen en nuestra lengua española, y eso lo notamos con frecuencia, palabras o pares de palabras que a muchos usuarios confunden al momento de escribirlas. Por eso es bueno, es útil que les prestemos una esmerada atención, ya que aun en textos producidos por veteranos escritores y gente de prestigio por su nivel cultural,  aparecen usos que reflejan confusión.  Les presentaré los aspectos teóricos y ejemplos prácticos que contribuyan a aminorar o a resolver las dudas cuando les toque escribir  textos  en los que se usen esos términos. Presentaré los pares en el orden en que aparecen en el título de este ensayo, empleándolos en el contexto en que se emplean  para una mayor asimilación de los mismos. Pasemos a verlos por separado.

  1. Qué. Esta palabra con tilde se emplea en las oraciones interrogativas y exclamativas si ella es también interrogativa o exclamativa, como en casos parecidos a estos: a) ¿Qué te encomendaron que le compraras a tu tía?  ; b) ¡Qué contenta se puso mi tía con el regalo que le llevé! c) Samuel no sabe qué regalo le llevé a su tía. (En los tres casos, al funcionar el “qué” como interrogativo o exclamativo, lleva marcada la tilde).
  2. Este “que” desempeña varias funciones: a) la de pronombre relativo haciendo referencia a su antecedente, como en este ejemplo: El joven que te acompañó al salir del estadio es amigo mío. ; b) la función de encabezador de la proposición subordinada sustantiva de objeto directo en una oración compuesta como esta: Ella quiere que le saques una copia de este poema. ; c) la función copulativa equivalente a y. Ejemplo: Miguel Martínez, que no Juan Pérez, fue el que llegó primero.  (Este “que” copulativo no es muy usual en la actualidad).
  3. Por qué. Se usa este par de palabras, separadas y con el “qué” acentuado, en las oraciones interrogativas y exclamativas. Ejemplos: a) ¿Por qué no llegaste a pie a ese lugar tan cercano?; b) Quiero saber por qué no vino tu hermano contigo. c)  ¡Por qué sería que José se fue tan disgustado!  (Esta oración es exclamativa que expresa sorpresa, pero también tiene matiz interrogativo).
  4. Es la palabra que se emplea para responder a la pregunta “¿Por qué…?” y también a la expresión exclamativa   “¡Por qué…!” Véanse estos ejemplos: 1. ¿Por qué no terminaste el trabajo que te asignaron?  Porque recibí una llamada urgente  de mi casa antes de terminarlo; b) ¡Por qué tontería se enoja ese hijo tuyo!  Ciertamente, se enoja porque le llamé la atención delante de ti.
  5. Porqué. Esta palabra interrogativa equivale en su dignificado a la razón, el motivo, la causa, y se emplea precedida del artículo definido “el”. Fijémonos en el siguiente ejemplo: No comprendo  el porqué de su  tardanza en llegar a la cita acordada.

Hay que tener cuidado con este caso pues algunas personas tienden a confundirse y escriben “el por qué”,  posiblemente desorientados por la similitud semántica de ambos, ya que expresan lo mismo, es decir, la razón, el motivo, la causa.

  1. Por que. En esta expresión va implicado el relativo “que”, equivalente o sustituible por “el cual”, “los cuales”, “la cual”, “las cuales”. Véanse estos ejemplos: 1. La razón por que no llegó a tiempo fue que él sufrió un accidente cuando venía en su carro.  Si hacemos la sustitución  del “que”, la redactaremos de este modo: La razón  por la cual no llegó a tiempo fue que  sufrió un accidente cuando venía en su carro.   El motivo por que no asistió a clase tuvo que ver con el fuerte aguacero caído hoy.  El “por que” de esta oración se puede cambiar por “por el cual”, manteniendo la concordancia con “el motivo”. La misma quedaría redactada así: El motivo por el cual no asistió  a clase tuvo que ver con el  aguacero caído hoy.

Estas palabras expuestas teóricamente y  con ejemplos sencillos, y que son objeto de frecuentes preguntas de parte de estudiantes y profesionales, deberán borrarles dudas a los que lean con atención estas anotaciones. Así  habrá  usuarios del español cada vez más competentes y con un mayor prestigio como escritores.

Federico Henríquez Gratereaux: Ubres de novelastra

Por José Enrique García

 

El amplio tejido de este libro, nos topamos con este trozo de escritura  que nos ofrece, de una forma explícita y extensa, la naturaleza del nombre  novelastra que forma parte del título. Como bien se sabe, llaman madrastras a las sustitutas de las verdaderas madres carnales. Muchas madrastras son capaces de amamantar hijos que no han parido; alimentan niños ajenos y los crían robustos de cuerpos y con almas equilibradas. La leche  y la buena voluntad  surten esos efectos benéficos. En nuestro tiempo los géneros literarios están sufriendo extraños cambios morfológicos, mutaciones casi monstruosas. Las “novelastras”, probablemente, irán reemplazando a las legítimas novelas en el gusto del público. En estas obras literarias híbridas se ofrecen noticias, relatos y explicaciones, en una suerte de  “servicio en combo” parecido al que dan los establecimientos populares de  comida rápida. (pág.209)

Esta descripción me remite al caldo que hacía mi padre  ciertas mañanas. Sobre tres piedras, dispuestas de forma triangular en el patio, colocaba una paila resistente, ponía agua que hervía rápidamente con el fuego de la leña y  echaba cuantas cosas de comer encontraba en los alrededores: huevos, ajíes, maíz, auyama, cebollas, molondrones, cilantro, hierbabuena, guandules, ajos, yuca, perejil, puerro, frijoles, espinaca…Los ingredientes los determinaba  el  azar,  y el resultado era siempre el mismo y certero: el olor envolvía todo el ámbito, y despertaba el  apetito porque el bendito caldo era una maravilla de color,  olor y sabor, y siempre le quedaba igual.

Papá murió y con él ese caldo, pues receta no había, sólo su pulso que no fallaba. Ese caldo, en cierto modo, conduce a este “género”. En la novelastra todas las expresiones tienen su hueco: los géneros mayores, los deslices cotidianos y vulgares, la parodia y la paráfrasis, el humor bien fundamentado y el relajo de colmado y mercado, el ensayo filosófico, así como  la reflexión de taberna, el poema verdadero, la charlatanería y la ocurrencia, el dato histórico y las texturas propias de la intrahistoria. Caben, igualmente, cuantas formas de decires se cultivan bajo el imperio de la lengua y, sobre todo, de los idiolectos de personajes y personajillos.

Y en eso consiste el “género”, en la construcción de una imagen que atrape el fluir temporal en lo grueso  y en  lo mínimo, pues ignoramos quién decide más, si lo histórico histórico o lo intrahistórico, asumiendo este concepto unamuniano que tanto peso atribuye al vivir ordinario. Ladislao pretende darnos leche de pensamiento servida en ubres de “novelastra”. Como Cervantes, quiere modificar las novelas tradicionales. (p.211)

Ahora bien, esta modalidad narrativa, que se afirma intencionalmente en esa suerte de conjunción de formas expresivas, tiene raíces en la tradición fantástica que arranca con el Manuscrito de Zaragoza. El siglo XX, prácticamente, le pertenece a la narrativa fantástica. Comenzar con Jorge Luis Borges y terminar con Umberto Eco, es  ejemplificación suficiente para dar cuerpo a la aseveración. Sigmund Freud acuñó el término unheimlich, con el que designa a lo siniestro, que es la forma como se muestra lo fantástico.

El término, en uno de sus sentidos que opera en el mismo ámbito, significa: “irrupción de la realidad”. Lo siniestro que opera en la realidad concreta, la que cada uno de nosotros agota y construye, y la del conjunto. El término se amplía y reafirma con Roger Callois, Luis Vais, Torodov y entre otros. Lo fantástico no se detiene en la teorización, nace y empuja desde la práctica, y avanza, cubriendo terreno, y llega hasta las páginas de Ubres de novelastra de Federico Henríquez y Gratereaux. Lo fantástico es la realidad pendulando o basculada, y con ello se crea algo que no existía como tal, sino que andaba en la realidad que hacemos a cada instante. Una referencia que precisa la conciencia del empleo del recurso narrativo, la tenemos en estas líneas: “El hombre y la naturaleza tal vez oscilen, en un pendulación perpetua, entre el caos y el orden. ¿Hay o no hay una historia universal?´ ¿El hombre progresa, o regresa? ¿Hace  círculos  o espirales? ¿Avanza o retrocede, simultáneamente? (pág.109).

Sí, todo se ha dicho, pero cada quien busca su forma de decir lo que se ha dicho. Y aquí encontramos una nueva forma de decir lo que hemos dicho y leído. En esta novelastra cabe lo visto, sentido, olido, leído, lo entrevisto, lo soñado, lo que pudo ser y lo que fue, lo maravilloso, lo monstruo; es un remolino de decires que asciende y desciende creando múltiples sensaciones. Y ese es su orden, que arranca desde el título. Y también su naturaleza  que se afirma en la presencia del otro, de ese otro que se manifiesta en espacio, tiempo, personajes, referencias, voces, palabras, gestos… basculando, moviéndose en direcciones encontradas para crear un fluir yuxtapuesto, encimado los unos a los otros… En fin, relato donde se prestigian los procedimientos estructurales y los recursos retóricos propios de la literatura fantástica.

Agreguemos un dato más: las informaciones disímiles, múltiples que desfilan por las páginas de esta obra  provienen, en la mayoría de los casos, no de la invención, que siempre es corta, sino de la acumulación en la memoria, de realidades que la realidad produce en las épocas, en las décadas, en los años, en los meses, en los días, en los minutos, en los instantes…. Es con los hechos que se tejen estas historias sinuosas de Ladislao Udrique, de Azuceno, de Lidia Portuondo,  de Medialibra  y de tantos otros.

Este libro funciona como un espejo que nos devuelve muchos de los eventos que marcaron nuestra existencia que  en esta etapa de vida, en este lugar del existir, admitimos como ineludibles.

Esta novelastra es una conjunción entre lo que es o lo puede ser, verosimilitudes ambas. Por este libro, fluye todo el siglo XX, removiendo recuerdos, remeneando acontecimientos vistos, oídos, leídos y, más que nada, sentidos. Es, definitivamente, una narración de un hombre, Federico Henríquez y Gratereaux, que conversa con su siglo, y más allá.

Areito, 17 de julio, 2010.

 

Este  género, la novelastra, esta inversión narrativa, se le ocurre a Ladislao cuando quedó dormido en medio de un parque de La Habana, después de darse un jumo con ron cubano: Al despertar, anotó sus opiniones acerca del género literario en que debía expresar unas ideas tan controversiales y complejas”( p.343). Y en efecto, Ubres de novelastra es una obra levantada sobre disímiles ideas; ideas que conforman un armazón de sustancias y conflictos; ideas que se yuxtaponen a lo largo y ancho de sus más de quinientas páginas. Su autor, Federico Henríquez Gratereaux, reafirma la forma narrativa al recurrir al símil de las escamas del pescado: “Despegar las escamas y mostrar lo que hay debajo de ellas es, al mismo tiempo, una técnica de arqueólogo. Ellos levantan con cuidado las capas de tierra que cubren la historia. Esta manera de trabajar e investigar puede adaptarse a la literatura. (345). Pero entremos, de una vez al fondo, al contenido, a la sustancia, desde luego de forma sucinta. ¿Qué narra o se cuenta?  Mucho y de todo. Como sugiere la palabra “ubres”. Tomemos, de los tantos ángulos narrativos, el que corresponde al personaje central, Ladislao Ubrique, un investigador húngaro, investigador, escéptico  y hasta nihilista, quien anda por pueblos y archivos cubanos  investigando  en varias direcciones: las manifestaciones musicales cubanas, la historia de una legendaria mujer  que sobrevivió a varias guerras  y otros  asuntos  que sólo él conoce.

Ladislao nos ubica en el mismo nervio de la narración al mismo tiempo que contextualiza íntegramente con ésta, una de sus anotaciones: “_ Algunos cubanos me hacen preguntas esperando de mi revelaciones especiales, quizá por ser yo un extranjero. Pero no soy español; no soy norteamericano, ni ruso, no tengo funciones diplomáticas. Soy un simple ciudadano que investiga, por amor a la verdad, ciertos problemas de historia social. Me han tratado tan bien en Cuba y estoy tan agradecido de ello, que siento vergüenza al decir cualquier cosa que parezca una crítica, un reparo  a mis anfitriones. ¡ Somos amigos! Si: siento que somos compañeros de trabajo, que navegamos en el mismo barco. La red de historia contemporánea abarca a húngaros, cubanos, checos, rusos, españoles, alemanes: todos nos revolvemos como peces cogidos en un gran chinchorro universal. Santiago de Cuba.1993”. (p.293)

A pesar de esa carga de humor que se dosifica en las páginas, hay un desarraigo en la obra entera, un poso de nostalgia  que no [podemos eludir. Y regresamos a Jorge Manrique para disentir, la creencia de que cualquier tiempo pasado fue mejor aquí se desdice: persiste en el fluir temporal el mismo horizonte de dificultades. Con los hechos narrados vienen los pormenores, las menudencias que, como olores, imágenes, sabores, nos sorprenden  al pensar en lo que queríamos ser y lo que somos y no fuimos ni seremos, porque  _ y aquí una clave de la noveslatra – las gruesas ideologías, estas y  las otras, sus propulsores y ejecutores impidieron el advenimiento de lo soñado y esperado. El poder se encima no sólo sobre el colectivo, sino, más que nada, sobre las individualidades. Y  constantemente estas páginas nos echan a la cara esta  sensación que cada quien carga en silencio  En cualquiera de sus páginas nos topamos con ese rasgo, por ejemplo:

“’Conozco a un químico que viene a la taberna los fines de semana. Parece que huye de la mujer. A ella no le interesa la química, ni la literatura, ni las noticias. Sospecho que tampoco “el ejercicio  de la sexualidad: así lo dice el compañero de tragos del químico, un viejo pensionado de lenguaje corrosivo. El químico tiene una mente prodigiosa: está enterado de los cambios y transformaciones experimentadas por las ciencias naturales y el pensamiento teórico. Es una pena que sus sabias palabras naufraguen en alcohol en una taberna llena de espías soeces, de jubilados enfermos y deprimidos. Te lo presentaré. Con solo oírle una vez apreciará su penetración”: y sabrá algo del severísimo daño social por la acción combinada de políticos y economistas” (p.202)

Y, precisamente, una de las constataciones que extraemos al leer esta obra  reside en el encadenamiento consecuencial del ejercicio del poder. Todas las  ideologías, desgraciadamente, conducen al mismo resultado; esclavitud, dictadura, encarcelamiento, torturas, opresión sicológica, reclusión de campos de concentración, eliminación individual y colectiva. Ahora, al fin y al cabo, todo concluye, y el horror no escapa a la verdad que impone el tiempo,  cáñamo conductor que es soporte y significación. El fluir ininterrumpido arrastra consigo mismo a éstos y aquellos, a ideologías y prácticas, a utopías y realidades, a personajes y hechos. El tiempo lo convierte todo en detritus, en inutilidades, tanto los gruesos actos como las menudencias. Así, por  las páginas de este libro, por el mirador de su autor, el de Henríquez Grateraux, pasan los eventos de hombres y mujeres

Y el  memorial del siglo XX que escribe, en cierta forma, la obra misma, pues  esta narración no es más que un memorial de horrores del siglo XX, un espejo que nos lanza a la cara acontecimientos e ideas epocales y, sobre todo, las consecuencias de esas prácticas, como nos confirman estas líneas: “Te hablaré de unos hechos que sucedieron en esta época, casi podríamos decir que cuando tu madre y yo éramos novios. Entonces contaba de las matanzas sañudas de la guerra civil de España, de los horrores del sitio de Stalingrado o de los abusos cometidos por soldados extranjeros en Hungría. ’’ No te hagas ilusiones acerca de la conducta de las personas’’. Decía que los hombres utilizaban las doctrinas más refinadas para justificar cualquier atrocidad, “’ no importa que la doctrina sea política, económica o religiosa: es la misma cosa” Muchísimos años después, empecé a comprobar por mí mismo cuánta razón tenía”’. (P.165). Y, finalmente, cierro estas notas especificando que ellas son el resultados de la lectura de una ficción, esto es de un mundo imaginario, como corresponde a toda narración en la que predomina el lenguaje expresivo, en la que la  ambigüedad es substancia y, como tal, nos topetamos con verosimilitudes; las verdades literarias.

Areíto, 2 de octubre de 2010

 

Ubres de novelastra, de Federico Henríquez Gratereaux

Por José Miguel Soto Jiménez

 

Debo confesar que al acercarme a esta obra excepcional lo hice con cierta lentitud cautelar. La aproximación fue en “puntillas”. Por “salto vigilado”, como si el nombre de este animal, molestado de repente de su reposo, me fuera a  morder.

Era conveniente no despertar a la bestia que dormitaba en mi mesa de estudio, “resollando”, echada sobre su anatomía de 500 páginas, con su apelativo amenazante.

Por eso me tomé mi tiempo para aproximarme a ella, con la aprensión de que, tarde o temprano, se me echaría encima tomándome por asalto, jadeante, entre “zarpazos y colmilladas”.

En realidad no estamos aludiendo a la fábula del “gato y el ratón”, sino a la del “ratón y el queso”. Al impulso incontrolable de sentirse atraído por la carnada, aunque se presienta la trampa. No importa que el mote anunciara tormentos. Se trataba de Federico Henríquez Gratereaux, uno de mis autores favoritos. Un pensador. Un comunicador. Un erudito. Un amigo. Valía la pena el riesgo. Ahora confieso también que esta obra excepcional, no podía ser titulada de otra forma. Que le era ajeno cualquier otro nombre. Con la facultad “deicida” de nombrar las cosas, el “pequeño Dios” que es el autor, da vida cuando nombra. Por eso lo hace “como le da la gana”. No porque lo razone, sino porque le viene del “forro” y eso basta. Sería una pérdida de tiempo por tratarse de quien se trata, decir que este libro está bien escrito, y que la prosa elegante, por encantar encanta y lleva a uno por donde el autor quiere que uno valla. Hay en su estilo un toque de aristocracia no republicana, un dejo de autoridad a la vieja usanza: templo, academia, salón elegante, capaz de convertir cualquier vulgaridad o cursilería en sentencia conveniente. Federico escribe como habla, correctamente. Nada de caños salvajes, o “golpe de aguas”, nada de chorreras y borbotones. Fuente es la suya, donde prima la armonía, la belleza de la forma al servicio del buen sentido. Notable por lo cabal. Sobrecogedor por lo lógico. Prisionero de sus propias normas. Esclavo de su albedrío, tiene el defecto gravísimo de parecerse demasiado a sí mismo. Es la medida exacta de lo razonable lo que lo domina. Federico Henríquez, sin quererlo, siendo consorte consentido de sus musas, sufre empero el sortilegio y desvarío de sus bacantes y como los buenos autores, no puede evitar ser reo de la “sagrada maldición” de escribir sobre lo mismo.

Él intenta en vano lo contrario, con la pretensión de que hace otra cosa. Se  entretiene engañándose a sí mismo, mientras viste y desviste a su caterva con disfraces cautivantes. Lo fascinante, es su pasión por la articulación de ideas sobre nuestra realidad. “Conceptualiza”, se deleita haciéndolo como si estuviera en “La Feria de las Ideas”, no por el prurito de oírse a sí mismo, sino para ayudarnos a entender nuestros dilemas, desentrañándolos. Lo de novelar es sólo un pretexto, un artilugio para seguir haciendo lo que ha hecho siempre con maestría.

Válido es el recurso. No sólo por lo bien logrado, sino porque en todo caso, es cierto lo que se ha dicho: “La realidad supera la ficción”, y sus personajes: guardias, policías, emigrantes, revolucionarios, exiliados, blancos y mulatos, putas, y maricones, citados con nombres falsos, son aposentados en una realidad que es, ha sido y seguirá siendo la nuestra.

Replicarla, recrearla, es el verdadero reto que tiene que afrontar el novelista, no como “deicida”, sino como cómplice del demiurgo.

En “Ubres de novelastra”, estos sujetos pretendidos de la “ficción”, son “habitantes” de nuestra historia, trascendidos a la universalidad que nos contiene. No porque nos impacten esas realidades de otros sitios, sino porque somos fruto de la misma. Material, cultural o emocionalmente venimos de esos sitios: de áfrica, Europa, Asia. Provenimos de Moscú. Budapest, Madrid, Sevilla, La Habana, Santiago, México o “uartelaría”. Por eso tenemos “la guerra en el corazón”.

Por eso somos fermentos del “Ciclón en una botella”. Por eso y por la necesidad, nuestros pueblos se “mudan de sitio” siguiendo viejas rutas ancestrales.

Somos el producto de esos “Huevos históricos empollados” por nuestras nostalgias, venidas de muy lejos. Nostalgias por cosas y actitudes que “no conocemos y apenas sospechamos”, pero que son parte de nosotros.

Tenemos el autoritarismo entre “pecho y espalda”, y la “visión cuartelaría de la historia” le da vida truculenta a ese “disparatario” en el que vivimos. Epítome de un sincretismo insufrible. Síntesis cocida a fuego lento, con la premeditación díscola del “sancocho”.

Quizá porque los autores son malos intérpretes de sus obras, el maestro cree que en “Ubres de novelastra” está mesclando ficción con realidad, pero sólo combina especies repetidas del mismo asunto. Esa realidad nuestra de cada día, tan rancia, tan propia de la región y que a pesar de todo nos sigue sorprendiendo, enamorando y cautivando para siempre.

Sobreviviendo entre palmeras y llanuras desperdiciadas. Machetes, vainas y “jodiendas”. Vacas solemnes. Mar, sol, merengues, bachatas, gallos y villorrios. Imprevisión, ron, montaña y siembra. “Envainados” por “secula seculorum”, entre pillos, déspotas, engaños, borrachos y traidores. “Avivatos”, “jodedores”, brisas casuales, aguas de mayo. Malos oradores, mujeres “jembras” y poetas cursis. Todo como es y como ha sido siempre. Como fue antes y después, por los siglos de los siglos de nuestros hatos, amén.

¡Enhorabuena! Federico. ¡Hay que volver a Capotillo!

Listín Diario, 9 de abril de 2009.

Federico Henríquez Gratereaux

Por Manuel Núñez

 

Conocí a Federico, en la Logia Cuna de América, en aquel salón literario ya desaparecido. Por allí pasó un tropel de escritores, poetas, alevines de escritores, y gente que amaba alternar en ese mentidero, en cuyo cetro se hallaba la presencia infaltable y señera del poeta Franklin Mieses Burgos, a quien Federico saludaba con su santo y seña, que era, nada más pero tampoco nada menos, que el responso a Verlaine:“Liróforo celeste, que al instrumento olímpico y a la siringa agreste diste tu acento encantador, Pan Panida, qué coros condujiste hacia el propileo sacro que amaba tu alma triste al son del sistro y del tambor. Que tu sepulcro cubra de flores primavera de amor si pasa por allí, que el fúnebre recinto visite Pan bicorne, que de sangrientas rosas el fresco abril te adorne y de claveles de rubí, que púberes canéforas… etc.”. Hecha esta ceremonia de grata recordación, comenzaba la tertulia. Yo era un gnomo que asistía a este encuentro de gigantes. En ese patio interior, vivió el grande del Siglo de Oro español, Tirso de Molina, y allí asistimos deslumbrados ante las explosiones dialécticas de Fernández Spencer; ante los hallazgos de un Fernando Vargas, que, recién llegado de París, parecía el Melquíades de los Cien Años de Soledad, y desde luego ante la facundia torrencial y enriquecida por una desleída cultura de Federico Henríquez, que muchas veces llegó con su padre, don Herminio, a quien acomodaba presuroso en la mecedora, y por quien expresaba una auténtica veneración.

 

Y aun cuando éramos gente de logia, rodeados de masones y venerables, en lo que toca a la actividad intelectual, podía decirse que Federico no pertenecía a ninguna de las capillas intelectuales conocidas. En sus años mozos, había dado claras muestras de antitrujillismo, y no había ni en su prosa ni en sus preferencias políticas ninguna de las señas de identidad de ese pasado que tuvo una influencia ejemplar, y que servía para establecer la nueva tabla de valores sociales. Había, como ocurre casi siempre en nuestro país, dos tipos de antitrujillistas. Aquellos que mantuvieron viva la llama votiva de la resistencia y que acaso pagaron con sus vidas la defensa de la libertad, y la de aquellos que una vez consumado el magnicidio se han dedicado a reescribir la historia, para ponerse los estoperoles de la gloria, e incluso muchos de los que en aquel punto y hora, habían guardado en un baúl secreto sus arrestos, sus escrúpulos y la grandilocuencia que ahora exhiben, se han convertido en inquisidores, han constituido un Santo Oficio, y han convertido el antitrujillismo en mercancía política, para hacerse adorar como semidioses, persiguiendo a imaginarias reencarnaciones del dictador personalista.

 

Entre los contemporáneos de Federico, y acaso entre los intelectuales jóvenes, reinaba el credo marxista en las universidades, en las creencias transformadas en dogmas. Había algo en común, entre un mundo y otro. Ambas habían creído en el partido único. Ambos habían soñado con sociedades de pensamiento dirigido, en ambas circunstancias se habían propuesto alimentar el mito del hombre nuevo; en ambos situaciones se había instalado un sistema represivo que había transformado las sociedades en cárceles. En la dictadura de Trujillo, sin embargo, se había montado el teatro democrático: se celebraban elecciones cada cuatro años; a veces se producía la alternancia con presidentes peleles; se impartía justicia solemne con hombres de paja y, en los discursos de sus trovadores, se hablaba del dictador como campeón de la democracia; pero, por debajo de esa caricatura, en la que transcurrió toda la infancia y los años mozos de Federico, se hallaba el culto a la personalidad. Las palabras del dictador se convirtieron en catecismo; Libro Los Días Alcionios. Indb 560 09/09/2011 09:24:24 p.m. Los días alciónios561oposición verdadera paraba con sus huesos en las ergástulas; no había libertad de asociación; no había libertad de pensamiento ni de expresión; la población civil se había incorporado al espionaje del Estado, bajo el sistema del caliesaje. Sin duda, el haber vivido con inteligencia y con las luces de Federico esta circunstancia, fue, acaso, el antídoto ideal, para resistir a la tentación de respaldar las dictaduras celestes, que nos proponían las utopías de los años setenta. Las semejanzas aumentaban el horror. Sólo que ahora se le pedía al intelectual que renunciara a la sociedad abierta, al pluralismo político, a la libertad de expresión y de asociación, en nombre del progreso, del sentido de la historia. Y, además, se disfrazaba toda esa tramoya, con el peplo sagrado de la ciencia. Nueva vez, Federico resistió esa tentación, y entonces aquellos que pregonaban la llegada de la Revolución no le ahorraron adjetivos ni ultrajes. Los que defendían la democracia; los que respaldaban la libertad de asociación y de expresión; aquellos que se mantenían en la creencia de que el poder del Estado era propiedad privativa de la sociedad, que se delegaba transitoriamente a unos gobernantes mediante el sufragio, eran acusados sumariamente de ser unos reaccionarios, de ser atrasados, de rémoras del sentido de la historia. Porque, al parecer, se llamaba personas avanzadas, progresistas, aquellos que mantenían una indulgencia con esas dictaduras, y que respaldaban una sociedad totalitaria. Toda esta estafa ideológica, Federico la describe magistralmente en su ensayo “El terrorismo moral”. De allí extraigo este pasaje, verdaderamente memorable: “La confrontación ideológica que se vive hoy en todo el mundo está exigiendo a muchos ciudadanos pacíficos, y no primariamente políticos, pensar en estos cruciales problemas y enfrentar el terrorismo moral que deforma la verdad y retuerce el pensamiento. (…) Muchos de los intelectuales marxistas ya no son contestatarios; ellos repiten consignas, son, a lo sumo, afirmatarios; ellos repiten consignas al unísono, como canciones del Coro de los Mormones. Y es que los intelectuales marxistas son el establecimiento –the establishment– lo consabido, lo escolástico lo que se dice de memoria. Revistas y universidades cuentan los pelotones uniformados de intelectuales marxistas, que gozan de variados privilegios sociales por ser propietarios de algo así como el monopolio de la redención de las masas”.

 

Y es que Federico era, para los sumos sacerdotes de la nueva profecía, una especie en extinción; un defensor del pluralismo y de la democracia. Lo curioso es que andando el tiempo, los rábulas de todas estas mixtificaciones se han erigido en profesores de democracia, del régimen que despreciaban y que pretendían sepultar. Definitivamente los ensayos de Federico Henríquez Gratereaux no están contaminados de monsergas. Son, por el contrario, una reacción fulminante contra el lenguaje embrollado que habían puesto de moda algunos teorizantes, para, con ese vocabulario prestado, con esas frases cohetes, con esa verborrea vacía de ideas y con escasísimo dones para interpretar y comunicar las realidades, hacerse adorar como mandarines. Definitivamente, Federico es partidario de la cortesía orteguiana que es la claridad. Mientras otros cubren la incompetencia para pensar con un vocabulario oscuro, grandilocuente; y nos hacen naufragar en abismos y penumbras; Federico se enfrenta a los problemas dando la cara; no ha cometido el pecado de hablar doctamente de lo que no sabe; ni de contarle las cerdas al rabo sin desollarlo, como hacen muchos intelectuales catalógicos; ni ha dejado su cerebro empotrado en dogmas, como acaece con los intelectuales jesuíticos; ni se ha dedicado a refutar elucubraciones, fantasmas, nacidas de lo que él ha llamado con toda justicia “la momificación ideológica”. Todas estas reflexiones empalman con otros aspectos tratados previamente por el ensayista. En la Feria de las ideas, Henríquez Gratereaux nos hacía ver la persistencia de los “intelectuales brutos”. Vale decir, de individuos mediocres que se enamoran de temas mediocres y a su vez los desarrollan con un estilo parejamente mediocre. Emplean un lenguaje falsamente técnico. Las librerías se hallan plagadas de libros inútiles, escritos por intelectuales sin talento. Libros en los que autores naufragan en bajezas, en cotilleos sin trascendencia y se entregan, sin sonrojarse, a un lenguaje embrollado. Pero el valor del pensamiento se impondrá por el interés, por la riqueza de la información, por el esfuerzo emprendido en el análisis y por el peso de sus síntesis. Al hablar sobre el estilo de la exposición en Schumpeter, en Ricardo, en Keynes, el ensayista nos muestra cómo se echa de ver en la prosa de estos intelectuales la claridad de pensamiento; la capacidad de análisis va pareja con la tradición literaria. En La feria de las ideas, Henríquez Gratereaux se enfrenta entre otras cosas al culto a las abstracciones; echa de menos la responsabilidad de los intelectuales y trata multitud de temas con pericia, con profundidad, con ideas y con un ansia de desmenuzar puntillosamente cada tema. Nos expone de hito en hito toda la información pertinente; mete el escalpelo de sus razonamientos en el meollo de cada circunstancia y extrae argumentos depurados de objeciones. Y, finalmente, remata con definiciones, con interpretaciones sintéticas y muy bien hilvanadas. Un ciclón en una botella, título surrealista de uno sus ensayos de carácter sociológico. El autor hace diana en el fenómeno del caudillismo. Muchas de las preguntas lanzadas a la conciencia nacional todavía claman por respuestas. Se preguntaba Federico: ¿Por qué hombres tan bien dotados intelectualmente y animados por un generoso propósito, fracasan tan ruidosamente al llegar al poder? ¿Por qué, en cambio, otros hombres menos cultivados, o atroces, pero con una energía primitiva, logran empujar la sociedad por el carril que más les place? Al tomar estos derroteros, el ensayista ausculta la mentalidad del dominicano, y trata de indagar por qué hemos padecido un oropel de dictaduras, y por qué el gobierno de los maestros de Ulises Francisco Espaillat o el de Billini se volvieron aguas de borrajas, y llega a varias síntesis, algunas de prosapia martiana, como ésta: “los líderes políticos no son intercambiables, trasladables de una sociedad a otra, como los funcionarios de una compañía multinacional”. En palabras del apóstol, el buen gobernante no es el político exótico que sabe cómo se gobierna al sueco y desconoce los elementos de su país; los políticos foráneos, enamorados de fantasías extraídas de libros que no explicaban nuestra realidad, fueron vencidos por los macheteros criollos. En las espesuras de la historiografía mete la sonda para iluminar los rasgos del liderazgo. Según esto, el líder tiene capacidad para organizar y para seducir, para generar la esperanza y la confianza; se espera, en una sociedad moderna, que el líder domine las doctrinas sociales y las teorías políticas, y que tenga valor personal, y desde luego que supere la pura contemplación de los problemas. Pero muy rápidamente, Federico anticipa que junto a la idea de los hombres excepcionales, encarnados en caudillos que hicieron delirar a las masas, y que poseían a su vez una gran capacidad de convocatoria nacional, pululan los líderes de cartón piedra, estafas políticas vendidas como redentores por la propaganda y la publicidad. En muchos casos, ya no se exige ni siquiera que sean diestros en el manejo de la palabra. Se ha producido, según se deduce de la observación, una caída en la calidad del liderazgo, para luego preguntarse, de modo clarividente: “¿Cuáles son las consecuencias de que hombres vulgares y sin inteligencia dirijan un Estado? Y a seguidas se responde, en cuentas muy resumidas, con una imagen deslumbrante: “En algunos países los dirigentes políticos parecen niños jugando con explosivos”. En estos ensayos salpicados de hallazgos, y escritos con una inteligencia penetrante, puede el lector hallar respuesta a muchas de las encrucijadas que luego hemos visto explicadas con tramoyas verbales, con enmarañadas arquitecturas sociológicas: estadísticas, esquemas, jerga doctoral, que ocultan su impotencia para analizar, su escasa inteligencia y su cultura mediocre, tras las bambalinas de una supuesta disciplina científica. Federico nos aclara que la sociología es una disciplina, no la ciencia experimental. Que, aun cuando se valga de las encuestas, sondeos, resúmenes, para afirmar sus declaraciones; deja grandes porciones de la realidad en penumbras. Las universidades no venden inteligencia; los títulos no dispensan talento ni salvan al mediocre, y el lenguaje que emplean nos les hace participar de una realidad superior. En realidad, desde hace años Federico libra una sorda discusión con interlocutores sandios. Porque mientras él se vale de su poderosa y decantada cultura, de su capacidad explicativa y de una curiosidad insaciable; otros, en cambio, se refugian en los supuestos derechos de la disciplina, y en unas técnicas o en un lenguaje cifrado y todo ese teatro para llegar a conclusiones triviales y para hacernos naufragar en el espectáculo de su impotencia explicativa. De Ortega y Gasset aplica, ten con ten, algunos de sus deslumbrantes hallazgos. En La rebelión de las masas, Ortega nos habla de la barbarie del especialismo. El peligro radica en que hombres que pueden ser muy doctos en la física cuántica, en la medicina o la gimnasia matemática o en el tratamiento de la esquizofrenia, quieren extender sus grandilocuentes conocimientos a otros dominios, en los que son, francamente, incompetentes. Pero el ojo escrutador no se dirige únicamente a los otros. En muchísimos pasajes examina la faena del que escribe en los periódicos, y en ese intríngulis se transforma en pedagogo. Su arte poética se basa, primero: en tener algo que decir; segundo, tener siempre presente a su interlocutor; el autor dialoga con un lector imaginario, que le obliga a esclarecer cuanto dice; tercero, no improvisar absolutamente nada; cuarto, trasuntarnos su pensamiento, desembarazado de los estoperoles de la jerigonza.

La prosa de Federico se vuelve cristalina. Se mueve rítmicamente al son de las ideas que argumenta, desarrolla, explica, penetra en las menudencias y en los ejemplos. Como periodista, como editorialista, Federico ha sentado cátedra. En esas cuartillas nunca pierde la compostura. Jamás lo hemos visto entregado al sarcasmo ni a la delectación que produce en muchos una prosa de güirero, de sonajeros sin ideas, que se han hecho reverenciar por sus frases cohetes, por sus chistes crueles, por el estupor que producen sus provocaciones y el vitriolo de sus lenguas viperinas. Toda esa borrasca, hija del resentimiento y la impotencia, ha sido copiosamente desechada. Si otros, y no pocos, han usado la lengua para destruir personas, para denostar, para mentir, descargar una salva de insultos zafios; Federico sólo la ha empleado para enseñar, para producir placer estético y para defender a su país. Pero su ejercicio no ha escapado a los sambenitos que le han colocado otros. Se le tacha de hispanófilo, de nacionalista y no se salva de algún que otro denuesto esgrimido con el ánimo de sulfurarlo. En la universidad del Estado, y en las cuadrillas de clérigos fraguados por los maestros intelectuales de los años de la Guerra Fría (1945-1990) se había implantado la interpretación historiográfica, sustentada por intelectuales brutos y miméticos, de que nosotros fuimos colonizados por España, y que los europeos, al igual que en África o en Indochina, obraron sobre estructuras bien deslindadas, imponiendo su lengua extraña y sepultando la nuestra, e implantando su religión. Según esta leyenda, difundida por un conocido historiador y dirigente político, para hallar la verdadera cultura dominicana, había que deshispanizarla cultura, inventarnos predecesores imaginarios. En realidad, España es uno de los componentes, no el único desde luego, de lo que ha sido el pueblo dominicano. La hispanización del negro se produjo tempranamente. En los primeros cincuenta años, desaparecieron las lenguas africanas y de las tres lenguas indígenas quedó empotrado en la lengua española un copioso vocabulario de designaciones de plantas, utensilios, animales y lugares que la han enriquecido; son una huella indeleble de la experiencia americana en la lengua de Cervantes. No es concebible que hablemos de dominicanidad haciendo tabla rasa del hecho incontrovertible que desde hace poco más de cuatro siglos, desde que tuvimos conciencia del territorio, desde los días de las cincuentenas, enfrentados a la reina de los mares, a la pérfida Albión, representadas por los William Penn y Robert Vengables, los dominicanos nos hemos expresado en español. Hemos soñado, escrito, pensado en esta lengua, nacimos entroncados a la división política del Imperio español en América, y nacimos como un pueblo nuevo, resultado del Descubrimiento de América. Todo ello bastaría para despejar, y dejar sin efecto algunas de las trivialidades que se sirven hoy con aire doctoral. Primero, la hispanidad no tiene coloración étnica; no está condicionada por la biología, no se halla encastillada en la raza. A menudo se olvida que hace más de cinco siglos que la lengua española dejó de ser propiedad exclusiva de España. Se olvida, acaso con supina ignorancia, que en esta isla surgieron los primeros hombres de letras, el primer dramaturgo y se implantaron las primeras órdenes religiosas y se comenzó a enseñar, por vez primera, la lengua de Cervantes. La lengua española pertenece por igual a negros, blancos y mulatos, y otro tanto habría que decir del sistema de creencias religiosas, de las prácticas folklóricas: del carnaval, de las canciones del romancero. Segundo, que no podemos renunciar a esa herencia, como desean los nuevos utopistas, sin amputar nuestra historia, sin renunciar a nuestra literatura, a nuestros pensadores, a nuestros poetas, a nuestras canciones, a nuestro folklore. En resumidas cuentas: sin desgarrarnos, y sin provocar lo que Federico ha llamado, con mucho acierto, la guerra civil en el corazón.

Una buena porción de sus ensayos se ha consagrado a esclarecer las sombras que han implantado sobre nuestros orígenes los intelectuales hispanófobos. Pareciera que muchos de ellos estuvieren bajo el imperio de las palabras de Jean Price Mars, que preconizaba que los dominicanos éramos bovarystas, que nos creíamos hispánicos sin serlo, y que para curarnos de esa enfermedad deberíamos haitianizarnos. Las necedades y trivialidades de Price Mars son escuchadas con unción religiosa. Federico se ha enfrentado al toro con cautela, sin evitar los envites, sin tenerle miedo a las ideas en Negros de mentira y blancos de verdad, y ha demostrado que pertenecemos por la cultura, por la tradición a la América hispana. Ortega y Gasset, uno de los maestros reverenciados, había escrito que el hombre no tiene naturaleza, sino que tiene historia. El ser dominicano no se halla encastillado en la herencia biológica, sino en la cultura predominante, en su lengua, en sus tradiciones, en sus pensadores, en su literatura, en sus valores y en su folclore, y en los saberes en los que se ha moldeado la biografía social.

Todo el debate intelectual que se libra en estos momentos en el país tiene sus raíces en las ideas. Ahora ha surgido una camarilla de sionistas negros, que quiere, con chantajes intolerables, traspasarnos el drama haitiano y crearnos obligaciones extranacionales con los haitianos que no tenemos. Porque Haití no es un problema interno de República Dominicana. Practican un terrorismo verbal; descalifican a todo el que se niegue a proclamarse partidario de la haitianización del país. Inmediatamente se disiente distribuyen etiquetas: trujillistas, alienados, etcétera.

El objetivo de todos esos grupos confabulados es echar por tierra el Estado nación surgido de la gesta de 1844. Unos lo hacen por ceguera moral. Porque se hallan comprometidos con el relajo, con la sorna, con el sarcasmo y con la irresponsabilidad. Y, otros, porque quieren importar a tierra dominicana los conflictos raciales que han desgarrado a los haitianos. Convertirnos en teatro de rebatiñas de razas, tal como acontece en los Estados Unidos; importar los horrores de otras tierras y situaciones. Estoy absolutamente convencido que ante el drama de la desnacionalización que vive el país, muchos dominicanos, callados, negros, blancos y mulatos no se dejarán seducir por el discurso embrollado de esos intelectuales, ni por las ideas brumosas con las que se quiere llevar a capilla ardiente al Estado fundado bajo la inspiración de Juan Pablo Duarte. Porque, en definitiva, dominicano es más que negro, más que mulato y más que blanco. No voy a entrar en la esclavitud del color en la que quieren meternos a patadas los continuadores criollos de los resabios de Price Mars. Primero, porque la cultura negra no existe. Segundo, porque la cultura africana tampoco existe. En la llamada África negra hay montones de naciones y de culturas diferentes, y además celosas de sus fronteras y diferencias. Por lo pronto, hay cientos de lenguas vivas, y ya nadie habla de una cultura negra o africana, sino de la cultura ruandesa, camerunesa, senegalesa… y un largo etcétera. Como tampoco nadie habla de una cultura blanca. Porque las culturas no tienen color.

Hace poco, leí una declaración extravagante, lanzada como un petardo por un provocador para ponerle punto final a la contienda: “los intelectuales no existen”. Nadie le hizo caso a esa proclamación. Porque era una de esas frases de sonajero, que miran los toros desde la barrera. Y porque más nunca vivimos con intensidad el combate de las ideas. El ejercicio ejemplar de Federico Henríquez Gratereaux es una prueba contundente y definitiva. Es el más rotundo mentís a esas paparruchas.

(Manuel Núñez, Los días alcionios, Santo Domingo, Universidad APEC, 2011).

Federico Henríquez Gratereaux, Ubres de novelastra: trasfondo histórico y filosófico de la ficción

Por Bruno Rosario Candelier

 

Con la publicación de su primera novela, Ubres de novelastra, Federico Henríquez Gratereaux (1) se convierte no sólo en un formidable narrador, sino que aporta, con esta producción novelística, una nueva manera de novelar que enriquece la literatura dominicana, razón por la cual proclamamos, en el acto del lanzamiento de esta obra en la Academia Dominicana de la Lengua, el nacimiento de un nuevo novelista dominicano en la persona de nuestro ilustre académico, pensador y ensayista.

Estamos ante la novela de un autor que hace del pensamiento un tema argumental, puesto que asume el concepto ideológico como núcleo del novelar y a todo cuanto acontece le busca el sentido. Buscar el sentido es hacer metafísica. Pero no empleo el concepto de metafísica en la acepción que le asignara Andrónico de Rodas (2), cuando inventó la palabra [metaphísica] para ordenar los libros de Aristóteles que no correspondían a la física, sino a otra ubicación que denominó ‘más allá de la física’, que es lo que significa el vocablo griego, una manera de consignar una clasificación espacial, sino que la uso en la acepción que tiene para la ciencia del pensamiento, la literatura y la filología, que es la de indagar el sentido de lo trascendente, haciendo referencia a esa dimensión oculta y entrañable de todo lo que existe. Porque todo tiene al mismo tiempo una dimensión física y una dimensión metafísica y a menudo la dimensión no visible de lo real es tan importante o más importante que su misma faceta visible o sensorial. En El Principito, Antoine de Saint-Exupery afirma que lo más importante no se ve, que es la dimensión esencial correspondiente a la esfera suprasensible e insondable de lo real, que sólo la intuición atrapa, puesto que ese sentido interior accede a la dimensión interna y mística de lo viviente. En uno de los pasajes que concentran la atención del narrador sobre las ocurrencias de los hechos, leemos: “Después que las palabras se volvieron letras, esas letras quedaron grabadas en piedras, papiros, pergaminos, bronces, papeles. En vez de apagarse el sonido de las palabras salidas de los labios de los hombres, con las letras se congelaron los decires. Llegaron a ser textos sagrados o venerables tradiciones. Monjes estudiosos, escribas y memorialistas, transmitieron sus saberes gráficos en solemnes ceremonias. Las palabras fueron clasificadas como ingredientes en el anaquel de un boticario; hubo palabras de fuego, palabras de tierra, palabras troqueladas, hubo palabras dulces, alcanforadas, perfumadas, venenosas, santas o desgraciadas. Las palabras, finalmente, se agruparon en leyes, conjuros, canciones y liturgias; luego pasaron a coagularse en doctrinas, ideologías, reglamentos o contratos” (p. 189).

Pues bien, esta novela de Federico Henríquez Gratereaux explora la metafísica de la existencia cuyas estimaciones explaya en este novelar y, en tal virtud, procura explicar la razón profunda del proceder humano, sobre todo de los hechos de la historia que han marcado el destino de individuos y de pueblos, despertando en el autor unas reflexiones sobre la conducta humana que el autor expone en diferentes cuadros y escenas de la historia política de Occidente del siglo XX. Explora e indaga el sentido de hechos, actitudes y comportamientos en procura de la rectificación anhelada, según enfoca en este planteamiento: “El doctor Ubrique es un hombre que toma todas las cosas en serio. Lleva la cuenta del “sentido” de los sucesos políticos, aunque a veces no tengan ningún sentido u orientación, ni propósito coherente. Él trata de encontrar orden hasta en una explosión insensata de viejos prejuicios. Un hombre así puede chocar repentinamente con la decepción. Los pueblos –todos los pueblos-, pero especialmente los pueblos pobres, no reflexionan sobre los errores políticos precedentes; prefieren repetirlos. Las noticias de los últimos meses le han conturbado el ánimo. Hubo hace poco disturbios en Los Ángeles porque la policía abusaba de las personas de raza negra; explotó un carro bomba frente a la Galería de los Oficios, en Florencia. La explosión dañó muchas pinturas del Renacimiento. En Nueva York también ocurrió un acto terrorista; colocaron una bomba en el Worl Trade Center. Las torres gemelas, afortunadamente, no parece que tengan grietas en su estructura; pero cinco individuos murieron. A lo mejor Ubrique no podía dormir anoche y bajó a dar una vuelta, escuchó la música, ordenó la bebida y se excedió. Puede ser que esté deprimido, sacudido por los vientos de la desilusión. –No lo coja usted tan a pecho. Esta tarde él estará bien y todo continuará como de costumbre” (p. 485).

El título de la novela de Federico Henríquez Gratereaux, Ubres de novelastra, recuerda el invento de Miguel de Unamuno: Nivola, como le llamaba el autor español a sus intentos novelescos con ideas y hechos sobre los cuales construía una ficción, queriendo significar con esa extraña palabra que su novela era diferente de la novela común. Con Ubres de novelastra Federico asocia la palabra novelastra al vocablo y al concepto implicado en madrastra para significar que las ubres de su saber, es decir, ‘las tetas’ de su inteligencia, dan un producto novelístico diferente al usual, por lo cual llama novelastra a su manera particular de hacer una novela, que como la madrastra, sin ser la madre carnal, amamanta a la criatura con una leche diferente, razón por la cual ve su obra como una madrastra del pensamiento que da una nueva leche nutricia. Esta novelastra es el primer parto novelesco de la invención creadora de Henríquez Gratereaux. En una parte de la novela el narrador enfatiza que “Ladislao pretende darnos leche de pensamiento servida en ubres de novelastra” (p.81). Al respecto leemos: “Como bien se sabe, llaman madrastras a las sustitutas de las verdaderas madres carnales. Muchas madrastras son capaces de amamantar hijos que no han parido; alimentan niños ajenos y los crían robustos de cuerpos y con almas equilibradas. La leche y la buena voluntad surten esos efectos benéficos. En nuestro tiempo los géneros literarios están sufriendo extraños cambios morfológicos, mutaciones casi monstruosas. Las “novelastras”, probablemente, irán reemplazando a las legítimas novelas en el gusto del público. En estas obras literarias híbridas se ofrecen noticias, relatos y explicaciones, en una suerte de “servicio en combo” parecido al que dan los establecimientos populares de comida rápida. Unamuno hizo algunos experimentos fallidos a los que bautizó con el nombre de “nivolas” (p. 209).

Pues bien, como muy bien dijera el autor de esta novela en la presentación que realizamos en la Academia Dominicana de la Lengua, la novela contemporánea ha trivializado el contenido y complicado la forma, haciéndola insustancial, incomprensible y vacua. Federico quiso hacer una novela diferente, una “novelastra” que aporte una leche sustanciosa –de ahí el título que equipara a la madrastra que amamanta a una criatura que no parió, dándole una leche nutritiva- es decir, un contenido edificante fundado en el pensamiento como la sustancia de una reflexión profunda sobre el sentido de la vida, con una razón esenciada en el respeto, la autodeterminación y la libertad, bajo el predicamento de que la sociedad humana ha de crecer moral, intelectual y espiritualmente de manera libre y abierta en su ruta ascendente y luminosa, libre de totalitarismos castradores, plena en realizaciones fecundas, abierta a posibilidades salvadoras. Al respecto, el narrador enfoca el origen de tantas distorsiones: “Rousseau es el arranque de las doctrinas que llevaron en Europa a un montón de revoluciones. O sea, al intento de reformar las malignas sociedades existentes. Los chinos, sin embargo, creen otras cosas. Están convencidos de que el mal en el hombre “procede de que no es consciente de su propia virtud”. Es la educación la que, lentamente, revela al hombre sus potencialidades. Las virtudes son innatas en los seres humanos; pero requieren el trabajo de un lapidario que talle facetas que las hagan relucir, como ocurre con los diamantes en bruto” (p. 452).

Siendo el narrador personaje dominante en esta novela, apreciamos que dicho narrador habla, sin embargo, con la autoridad de la omnisciencia, reivindicando el atributo de quien cuenta lo que efectivamente conoce potenciado con el pensamiento y la ilustración que el autor le traspasa al narrador y esa imbricación de roles y funciones le da a esta novela de Henríquez Gratereaux la fuerza de la convicción y la prestancia del conocimiento hecho relato. Este nuevo producto intelectual de Federico Henríquez Gratereaux es una obra de ficción en la que el autor logra una cabal imbricación entre los datos de la invención imaginaria y las referencias históricas, sociales, antropológicas y culturales, lo que revela la vocación de novelista del destacado sociógrafo dominicano. Ubres de novelastra es una novela sustentada en vivencias reales, en hechos de la historia contemporánea del siglo XX. Se trata de una obra enjundiosa, caudalosa en hechos narrados y acontecimientos evocados, concentrados en siete capítulos organizados en subtítulos articulados según el contenido de su mensaje cuya variedad permite saltar de un lugar a otro, de un tema a otro, de un personaje a otro.

Los brincos mentales que da el narrador de alguna manera refleja la capacidad asociativa de la mente y la interconexión de diferentes hechos de la historia del siglo XX, que el narrador vincula con las peripecias de los personajes y la trama narrativa subyacente en la novelación. En toda la obra fluye el pensamiento como nexo vinculante de la narración. El siguiente pasaje revela la vocación reflexiva del narrador: “La actividad intelectual del hombre es un “continuo histórico” que ha fluido siempre; primero la religión y la ética de los judíos; después el pensamiento filosófico de los griegos; más tarde, las ciencias y las técnicas occidentales. Todas estas “cosas” están dentro de nosotros y nos afectan desde diversos ángulos. En verdad no son “cosas”; pero son entidades reales que nos habitan; no hemos podido desprendernos de la moral cristiana, hija del judaísmo; ni de la vieja metafísica, ni de los excesos y pretensiones del racionalismo. Adorábamos antes los misterios de la química y la llamada “ciencia de la historia”, recientemente “desechada”. Ahora nos prosternamos ante la “ciencia del lenguaje” y la física quántica. Tan pronto lanzamos una disciplina al basurero colocamos otra en su lugar; enseguida ponemos un santo nuevo en el altar” (p. 168-9).

El novelista español Camilo José Cela recogió unas 100 definiciones del concepto de novela, que dio a conocer hacia 1972. Entonces no existía la novela de Federico, cuya estructura novelística daría lugar a un nuevo concepto de novela. La de Henríquez Gratereaux inventa una nueva manera de novelar y, por tanto, amerita una nueva definición que habría que agregar al listado del novelista español. Cuando leí las definiciones recogidas por Cela y las cotejé con las novelas que había leído, llegué a la conclusión de que el novelista, cualquiera que sea el tipo de novela, ha de aplicar cinco características esenciales propias del género literario que llamamos novela y cinco leyes fundamentales del arte del novelar (3), que Federico aplica en Ubres de novelastra: “En los tiempos en que salí de Hungría no sabía a qué atenerme acerca de relatos y narraciones. Daba tumbos mentales. Dudaba sobre el camino más adecuado para “explorar la existencia” que, siempre, es personal, colectiva e histórica. El nacimiento es definitivo, la vida es definitiva, la historia es definitiva. Nada es provisional; nacer, vivir, pertenecer a una sociedad, a una historia, nos marca de modo indeleble, nos define o caracteriza. Estoy en un parque de La Habana al que llaman de la Fraternidad, pensando en un mundo en el que no se ha disfrutado de fraternidad alguna durante un siglo” (p. 71).

Una de las características del novelar es el rechazo de la vertiente nefasta de la realidad o de una manifestación indeseable de la realidad social, que el narrador contrapone mediante su propuesta fictiva: “El bien común requiere de la verdad; de la verdad individual y de la verdad social. ¿Cómo virar el alma hacia la verdad, según reclamaba Platón, si tenemos el cerebro orientado hacia la ganancia? El interés personal empaña y obscurece la verdad; e incluso puede taparla completamente. Los grupos interesados en negocios muy lucrativos terminan por formar bandas de cuervos. No todas las personas enfrentan el hecho real de que la política no es una actividad ideológica, ni humanística, ni prepositiva, ni siquiera organizativa. Es “engañativa”, depredadora, anarquizante” (p. 161).

Los diferentes cuadros, evocaciones y escenas provocan la reflexión intelectual y gnoseológica de un autor, o viceversa, la capacidad reflexiva de un autor, como Federico, tiene la virtud de fabular, hilvanar y asociar planteamientos correspondientes de la ciencia, la religión o la filosofía a hechos de la historia. Hans Seyle fue el psiquiatra canadiense que aplicó al vocablo stress al sentido con que desde 1952 se conoce en el sector de la medicina para aludir a la presión que el miedo y la ansiedad ejercen sobre nuestro cuerpo, produciendo la tensión que finalmente se somatiza en enfermedades y dolencias. En un pasaje muy a tono con la realidad de nuestro tiempo, leemos en la novela: “Si nos dejáramos llevar por la indignación, el desprecio o el odio, tendríamos el alma tensa en todo momento, como una catapulta cargada, lista para lanzar contra el enemigo un peñasco. Y no podríamos vacar a la contemplación de la Naturaleza. El odio daña tanto al odiado como al odiador. Por eso es pertinente intentar desterrar el odio de la actividad psíquica de todos los días. Conocí a una mujer muy simpática que dirigía una tienda de lencería en los años cincuenta, en Budapest; ella me dijo: el odio produce tumores; aunque sea justificado, emponzoña las vísceras. Esta mujer pasaba la vida riendo. Recomendaba comer frutas, exclusivamente, durante dos días, al comienzo de cada mes. “A usted y a sus amigos, personas que leen libros y discuten sobre los problemas sociales, les digo que no razonen durante el fin de semana. Miren el cielo, compren flores en el mercado, contemplen el color de los vegetales apilados, ejerciten el olfato, escuchen música, dejen vagar los sentidos, evoquen los recuerdos gratos de su juventud. Sigan estas reglas de higiene mental” (p. 13).

Esta singular novela, que alterna y fusiona narración, intuición y reflexión, enfoca la tragedia y el dolor que han sembrado la política y las ideologías políticas a lo largo del siglo XX, tema que articula la sustancia narrativa del relato. Ha dicho Mario Vargas Llosa que el repudio a la dimensión nefasta de los hechos sociales es el factor determinante en la gestación de una novela y, por ende, del escritor con vocación de novelista. A Federico le repugna la tragedia que la política ha causado en el mundo y ha sabido canalizar ese repudio en el cauce narrativo: “Creo que Lord Keynes y Kart Marx han producido tantos trastornos en el mundo como el imperio austrohúngaro y el militarismo prusiano. Marxistas y keynesianos provocan alternativamente revoluciones y devaluaciones. Los trabajadores, en ambos casos, quedan en la calle. El paro, la cárcel, la persecución, la desmonetización, la guerra civil, son los granos podridos que contiene el saco del siglo XX. Es una pena que cuando las cancillerías deciden abrir los expedientes al escrutinio de los historiadores, los muertos en las refriegas políticas están hechos polvo. Y lo que es peor: la mayor parte de los esbirros responsables de esas muertes ya han fallecido en sus casas, tranquilamente. Esa terrible impunidad abona el rencor para otras matanzas. Un desangramiento enlaza con otro, en una cadena de horror sin término. No hay argumento, ni música, ni poesía, que logre sacar del pecho los sufrimientos de familias enteras cuyas vidas han sido despedazadas por tantas contiendas” (p. 53).

A Federico no le interesa contar o describir una historia, sino exponerla y pensarla para estudiar y analizar el trasfondo filosófico de un hecho sociográfico al que alude con el bagaje conceptual de su cosmovisión: “Me propongo redactar la crónica del siglo XX, un relato trágico, lleno de crímenes, abusos, empecinamientos, equivocaciones y pasiones. En nombre del razonamiento, de la ciencia aplicada a la historia, de la lógica matemática y de otros adefesios verbales, se han maltratado metódicamente los grupos sociales, las clases, las instituciones, los Estados, los individuos. Cuatro generaciones de hombres se han apaleado sin piedad en los cuatro puntos cardinales, convencidos de que estaban en “lo cierto”, de que “tenían razón”; pretendiendo burlarse de los dogmas religiosos, esgrimían otros dogmas como garrotes: dogmas económicos, sociológicos, políticos” (p.122).

Con el nivel estándar de la lengua general y una prosa fluida y armoniosa, el narrador y el autor se confunden en el discurso, que revela la rica erudición de Federico Henríquez Gratereaux, lo que hace posible la fruición intelectual que genera esta novela de hondas reflexiones políticas, sociales, filosóficas, lingüísticas y literarias. El narrador arranca del hecho de que el siglo XX fue una época de matanzas y crímenes que obedecieron a pasiones ideológicas relacionadas con la política, la filosofía de la historia o doctrinas sociológicas.  Federico tiene un alto concepto del pensamiento, conoce la naturaleza humana y tiene conocimientos fundamentales sobre diversas ciencias creadas por el hombre, lo que le permite ponderar la virtualidad de la literatura para auscultar la urdimbre interior del ser humano, clave y meta de su discurso narrativo: “La literatura es en realidad la verdadera “ciencia general” del hombre. Geología, botánica, zoología, son disciplinas que estudian rocas, plantas, animales. La literatura, en cambio, nos muestra la relación de los hombres con minerales, árboles y vacas. Además, la literatura expone, o deja al descubierto, los vínculos más complejos entre los seres humanos: entre mujeres y hombres, entre jefes y subordinados, amos y esclavos, débiles y poderosos. A través de las obras literarias conocemos el interior de las personas: sus razonamientos, sentimientos, fobias, prejuicios, temores, alegrías. Los antropólogos tal vez puedan explicarnos cómo el hombre llegó a ponerse de pie; quizás algún día logren aclarar el misterioso desarrollo de la laringe que nos llevó a la palabra hablada; o el crecimiento del cerebro, que permitió la abstracción y la fantasía. Pero saber esas cosas no nos librarán de la angustia, de la incertidumbre viscosa en que vivimos todos los días. Ninguna ciencia particular nos enseña a vivir; ni siquiera la reverenda psicología que los vieneses han difundido por Europa. Las aflicciones de los hombres resisten todos los tratamientos; desde la utopía política hasta la embriaguez o la devoción religiosa. Tontos y genios, lo mismo que santos y delincuentes, encuentran su lugar en el mundo y su explicación en la literatura. La envidia y el odio son tan importantes como los neutrones del núcleo del átomo; pero son asuntos estudiados precariamente, con menos intensidad. Solamente algunos literatos excéntricos se atreven a mirar de frente la crueldad, el odio, la envidia, las infinitas aberraciones de la conducta humana” (p. 188-9).

Los hechos no son lo que parecen, viene a decirnos Federico. Lo que importa es el trasfondo conceptual, el motivo ideológico, el sentido o la razón que los engendra. “Nada sucede por azar”, consignó Leucipo de Abdera. “Todo sucede por razón o necesidad”, escribió el ilustre pensador presocrático. A juicio de Federico, hay que valorar la razón del hecho, no el hecho en sí, sabiendo que la cosmovisión filosófica da un efectivo soporte al novelar proporcionando una herramienta intelectual para la comprensión del sentido de la vida, la historia, la cultura (4), aunque desea canalizar esa comprensión mediante la narración: “Para entender todo lo que es propio de la vida humana es preciso narrarlo. La razón es narrativa y la vida histórica es como una novela. Si vemos a un hombre apuñalar a un transeúnte sin mediar palabra, nos parecerá un acto absurdo, repugnante o sin sentido. Pero si nos dicen que el hombre con el vientre perforado por el puñal violó la hija de 10 años del agresor, entendemos enseguida la causa del crimen” (p. 72).

El autor tiene conciencia de lo que escribe y sabe que el conocimiento es una faena interior del hombre (5) y que, además, está escribiendo una novela o una novelastra, para validar su invento léxico. Al registrar y aplicar técnicas, recursos y estilos, el narrador piensa en el escritor, que lo perfila en atención al uso del lenguaje, conforme revela en este párrafo: “Para contar lo que han visto no tienen más remedio que recurrir a las palabras. Hay escritores que esparcen una lluvia de palabras, como si abrieran una manguera con regadera o una ducha. Arremolinan palabras alrededor de un objeto o un sentimiento. Los escritores barrocos proceden por aglomeración verbal. Sin embargo, parece que cada cosa reclama la mención de una sola palabra fundamental, la palabra clave que la define. Una mesa es una mesa y no una silla; y la silla, a su vez, no es una cuchara o un tenedor. La economía de palabras tal vez sea la regla de oro, si pudiera hablarse de recetas y leyes fijas para la literatura. A lo largo de la historia van quedando en la memoria colectiva algunos dichos, oraciones, poemas, historias, pensamientos. Son siempre expresiones directas, substantivas, económicas, construidas sobre una palabra esencial. Un escritor es un escarabajo que, hundido en la lodosa realidad, se atreve a echar miradas en torno… para integrar varios ángulos de la visión. A la hora de expresarse el escritor se convierte en un guardián apostado a las puertas del texto, con la finalidad de que no entren palabras superfluas” (p. 132).

En Ubres de novelastra la narración está supeditada al pensamiento, que es el peso fuerte de Federico Henríquez Gratereaux, cuya trayectoria intelectual le acredita la categoría de pensador. Nuestro académico y escritor es uno de los más sólidos pensadores dominicanos. El siguiente pasaje confirma la inclinación pensante del autor, que potencia su rica erudición cultural: “En estas islas del Caribe la suerte lo determina todo: el amor, la política, el bienestar económico, la salud. No pasa un día en la Unidad sin que alguien me hable de la suerte. Subo a este autobús y tú aseguras que la suerte me aguarda al término de la carretera. La casualidad llegará a ser, cuando pase el tiempo suficiente, una divinidad antillana. En Praga escuché a un estudiante que mencionó la isla de Martinica, una de las Antillas menores. La emperatriz Josefina nació en esa isla pequeña; su primer marido murió en la guillotina; Napoleón la tomó por esposa, adoptó a su hijo Eugenio y le hizo virrey de Italia. ¿No es obra de mucha suerte nacer en la Martinica y reinar en toda Europa?

Los valores simbólicos tienen en el lenguaje un soporte semántico y una repercusión social. Eso lo sabe Federico que en varios pasajes de la novela presenta cuadros con su connotación simbólica. Refiere un fragmento de uno de los poemas de Franklin Mieses Burgos con una alusión críptica al dictador Trujillo: “Por otra parte, los escritores de las vanguardias literarias disponían entonces del “escudo surrealista”. Un poeta podía compones versos crípticos, con sentidos difícilmente descifrables. Por ejemplo: “Un Longino de piedra /clava lanzas obscuras /al costado del mundo”. Estas líneas las escribió un poeta notable que no era partidario de Trujillo. Impotente para combatirlo, llamó Longino al dictador y compuso un poema a lo largo del cual “disemina” indicios sobre quién es el destinatario del discurso. Ese lenguaje, estéticamente cifrado, era comprendido por un grupo de “iniciados” en esa suerte de resistencia simbólica” (p. 481).

El autor repudia la crueldad con que actúan los hombres en nombre de un proyecto de transformación que suplanta un estado de cosas para imponer otro, casi siempre peor. Explora el sentido de hechos, actitudes y conductas en procura de una rectificación anhelada: “Los pueblos olvidan y recuerdan, alternativamente o simultáneamente. Los gobiernos despóticos producen tantos traumas dolorosos en la convivencia, que las heridas tardan varias décadas antes de cicatrizar. Son muchos los pueblos de esta región que sobreviven aferrados al rencor, a la memoria de los abusos cometidos por los políticos radicales. Crímenes de los fascistas, crímenes de los comunistas, crímenes de los nacionalistas, son todos crímenes espantosos. Chapoteamos en un lodazal de crímenes impunes. Lo mismo en Hungría que en Bulgaria, en Rusia, en Chequía, en España. Antiguamente los humanistas ilustrados mantenían viva la llama del descontento. Pero ya los humanistas están de capa caída. Un reflexivo novelista de Chicago, de origen judío, mostró hace poco el anacronismo de los humanistas; en las sociedades industrializadas de hoy, regidas por un mercado cada vez más extenso, el humanista de antaño tiene poco que hacer. El químico bebió el vino gozosamente, como si buscara aclararse la garganta para seguir hablando” (p. 421).

Con el formato del artículo periodístico o mediante cartas, memorias y documentos, Henríquez Gratereaux ha ideado una nueva estructura de novela como envase de lo que el narrador llama “narraciones escamosas”, puesto que sus reflexiones van deshojando los hechos hasta llegar al meollo del pensamiento o de la ideología que los sustenta, sobre todo, cuando esos hechos son oprobiosos, sojuzgadores, indignantes. Esta novela, por tanto, es un repudio, desde una propuesta estética y literaria, a la opresión, al sometimiento y al dominio totalitario de regímenes de fuerza y se inspira en la convicción de que la libertad es la condición inexorable y auspiciosa que hace posible el desarrollo personal y social, la expansión de las potencialidades creadoras y la realización de las genuinas tendencias intelectuales, morales, estéticas y espirituales de la naturaleza humana. Al reflexionar sobre el orden social y escribe: “Desde entonces, comunistas y fascistas intentan –conservando la modernidad industrial-, reedificar un orden rígido a partir de un Estado totalitario. La destrucción de la libertad política o de libertad académica no ha quitado el sueño a montones de intelectuales. Entre ellos al filósofo Martín Heidegger, persona de aguzada inteligencia. Comunistas y fascistas se han masacrado en Alemania, en España, en Italia, etc. Ladislao te refirió el caso de los despeñados en el tajo de Ronda, una terrible historia que le contaba su padre. Derechistas e izquierdistas no han cesado de propinarse garrotazos. Por eso las prisiones han florecido en nuestra época” (p. 187).

En Henríquez Gratereaux, como en todo buen novelista, la novela es fuente de una visión total de la realidad. Como realidad totalizadora, la novela comprende múltiples facetas de la realidad social, la realidad natural y la realidad histórica: “Créame, el azar se escurre, sin que nos demos cuenta, por los intersticios de nuestras componendas. Cuentan que el físico Albert Einstein dijo una vez: “Dios no juega a los dados”; sin embargo, los partidarios de la mecánica cuántica prefieren creer que Dios ha instalado un garito, con toda clase de juegos de azar. Dios juega a la ruleta con los cuerpos celestes, con los micro-organismos, con los grandes mamíferos, con el clima, con los átomos de la materia. También con los proyectos de los hombres. Cálculo de probabilidades es el nombre científico que se utiliza para designar las “casualidades programadas”. El hombre ha conseguido poner rutas a los electrones, que es lo mismo que trazar un derrotero al caos. En política intervienen: gran número de voluntades humanas tratando de crear orden dentro del caos; otro número cuantioso de voluntades opuestas a las primeras; esto es, con otras concepciones del orden; y, finalmente, el caos mismo con todos los matices del azar. Pero nosotros nos empecinamos en buscar las reglas del desorden” (p. 472).

En la variedad de reflexiones que adensan la novela de Federico, hay de todo y todo tiene un enfoque ponderativo: “Caí al vacío. Un lado del techo de la caseta en la que luchaban desaguaba en un patio situado a poca altura; el otro lado daba a un solar yermo, con una cavidad profunda. Caí de espaldas, con la cabeza en la posición adecuada para desnucarme. Pero no sucedió así. La cabeza y las vértebras cervicales chocaron con un pajón esponjoso pero apretado; el cóccix, poco después, descansó en otro arbusto igualmente acolchado. Pareció que un ángel invisible amortiguó el golpe. Tal vez todo estribó en que el suelo fuera mullido. ¿Por qué resultó mullido y no pedregoso? En la cadena infinita de causas y efectos, rozamientos y choques, idas, venidas, tiempos y espacios, mi caída estuvo “pautada” para que yo no muriese” (p. 460).

   Por esta novela desfilan conceptos de Platón, Husserl, Heidegger y otros filósofos contemporáneos, así como planteamientos conceptuales de economistas, historiadores, sociólogos, politólogos y literatos. Henríquez Gratereaux construye un retrato de la realidad social explorando su urdimbre interior. A su condición de pensador y sociógrafo se suma el novelista que parió su inteligencia y su sensibilidad. En tal virtud, ha trenzado la historia social con la historia de Ladislao Ubrique, dándonos una visión humanizante y crítica del siglo XX. Entre los rasgos de esta novela hay que destacar el concepto del género canalizado en reflexiones metanovelísticas: Ladislao piensa que las masas pueden ser rescatadas de la propaganda política mediante un nuevo género que combine adecuadamente la narración, la explicación y la emoción: “Cuando tú y yo hicimos el curso de literatura comparada nunca oímos hablar de “narraciones escamosas”. –Es cierto, nunca se mencionó esa modalidad del relato; parece un procedimiento nuevo. Creo que se trata de un método experimental muy reciente. Digamos que los peces tienen el cuerpo cubierto de escamas. Para apreciar su carne, o analizarla, es preciso remover las escamas. La realidad histórica, Miklós, se aclara levantando las duras escamas de los prejuicios de nuestra educación. El padre de Ladislao Ubrique citaba, de un pensador español: “La razón histórica no consiste en inducir ni en deducir sino en narrar” (p. 344).

Esta es una novela sin suspenso, sin datos escondidos, sin subterfugios narrativos: “Nosotros creemos que aquello que escribe el escritor es más importante que la apariencia del escritor. Cervantes fue un pobre manco de vida zarandeada; pero don Quijote, el personaje creado por él, es una entidad universal permanente, generadora de entusiasmo, de vitalidad, de comprensión profunda” (p. 23).

Escrita en un lenguaje comunicativo, tiene las imágenes indispensables al sentido estético para que predomine el lenguaje discursivo de la narración. Para conseguir su propósito, el autor se vale de cartas, memorias y documentos que articulan la historia de su ficción: “La Habana, Cuba, noviembre 20, 1991. (Al cuidado de Gizella Ferenczy, Budapest, Hungría). Querida Panonia: Tus papeles han viajado casi tanto como yo; tu compañero Miklós se vio obligado a valerse de un estudiante radicado en Praga para que los documentos, ensayos y fotografías, llegaran a mis manos. He comenzado a utilizar los textos del maestro húngaro de tu profesor alemán. Lentamente me hago cargo de todos los esfuerzos que has hecho para que yo disponga de pruebas y apoyos para los estudios del atroz siglo XX. Aún no he terminado de examinar los muchos recortes de periódicos, artículos históricos y cronologías que contiene el sobre que me entregó el joven Ignaz. Creo que debo dar gracias a Dios, con las manos levantadas y el pecho descubierto, por tu adhesión permanente y por el buen juicio con que has seleccionado las piezas que forman el paquete” (p. 105).

Emoción, dulzura y compasión fluyen en el pensamiento del narrador, que encauza en diversos pasajes narrativos su empatía cósmica: “Budapest, septiembre 9, 1991. Todas las mañanas muere algún pichón. Los he oído caer de los árboles, al amanecer, una y otra vez. A causa de su propia torpeza los pichones agujerean los nidos y se estrellan contra el piso. No saben aún volar pero se arriesgan a dar picotazos al nido que les protege. Pasan entonces mucho tiempo piando desesperadamente antes de morir. Los pájaros adultos no pueden socorrerlos fuera de los nidales. En el silencio de la noche que acaba he escuchado esas pequeñas tragedias ornitológicas; y asociado los lamentos de las aves a los dolores de los jóvenes atrevidos que conspiran contra el gobierno y caen en las tenazas, crueles e inmisericordes, de la policía secreta. Solía dormir junto a una ventana, en un tercer piso, desde donde podía ver las copas de una larga fila de árboles. En esos árboles anidaban los pájaros y yo los oía cantar. Cada cierto tiempo, en medio de trinos y reclamos amorosos, caía un pichón al pavimento y entregaba su vida sin gloria ni ceremonia” (p.51).

En toda la novela predomina el corte reflexivo del novelar sobre el discurrir del mundo, recordando que lo acontecido subyace como sombra: “El pasado está repleto de muertos y de pleitos; el pasado no duerme, solo dormita. Cualquier acontecimiento que coja desprevenido al pasado lo revive y relanza. El pasado está guardado provisionalmente. Sin que usted se dé cuenta podría azuzar muchos fantasmas” (p. 43).

Lo que hace el hombre subyace como una sombra irremediable. El placer se olvida pero el dolor deja una estela imborrable. Así lo consigna Federico cuando escribe: “Lo curioso del pasado es que a pesar de haber pasado no pasa del todo; queda en el recuerdo; sin embargo, la gente olvida lo que comió, lo que rió, lo que amó y disfrutó; y en cambio recuerda los sufrimientos, las injusticias, las matanzas” (p. 46).

Algunas verdades poéticas confirman la vocación pensante del narrador: “El canto de un pájaro es un himno a la vida” (p.15) o bien “El hombre no sabe la historia que hace” (p. 370). En otra parte apuntala su criterio: “Cervantes llevó a la novela una reflexión certera sobre la sociedad española; sobre sus estamentos sociales y contradicciones en las costumbres; sobre sus vicios, injusticias, padecimientos económicos. Pensó en todas las clases: en las de arriba y en las de abajo. Ofreció en su Quijote el contraste entre dos maneras de ver el mundo. El caballero andante y su escudero veían dos paisajes diferentes, igualmente verdaderos, quizás complementarios. Las ideologías religiosas de moros, judíos y cristianos son el trasfondo de las peripecias de todos los personajes, tanto de los principales como de los menores. Los alimentos interiores de las sociedades modernas han sido suministrados, simultáneamente, por el arte y el pensamiento abstracto. Esa es la leche psíquica que ha nutrido la civilización occidental durante tres siglos. Ladislao convenció a Panonia de la importancia de su tarea literaria” (p. 214).

Diez rasgos notables singularizan la novela de Federico Henríquez Gratereaux:

  1. Tiene una estructura narrativa fundada en artículos breves con unidad y coherencia en cada segmento que integran los capítulos de las diversas historias de esta novela.
  2. El narrador personaje participa en todos los cuadros y escenas que articulan la historia de Ubres de novelastra y, por tanto, establece algún tipo de relación con los demás personajes que interactúan en esta narración.
  3. Hay un pensamiento que atraviesa el hilo conductor de esta novela como un leit motiv que sustenta la motivación conceptual, moral y espiritual del narrador, dando aliento y sustancia a las historias que vertebran la ficción.
  4. Una energía intuitiva, afín al meollo de la narración, el pensamiento y la emoción, convida y sustenta la base inspiradora del impulso temático y narrativo que hizo posible la gestación de Ubres de novelastra.
  5. La conciencia de escribir una obra novelística, igual y diferente a las novelas precedentes, hizo que el autor inventara no sólo un nuevo formato de novelación, sino un nombre, novelastra, que asocia a una madrastra del pensamiento cuyas ubres han de nutrir, con un pecho nuevo, la leche de un pensamiento humanístico revitalizador.
  6. Tanto como tema central, el pensamiento adquiere en Ubres de novelastra, la categoría de personaje, puesto que el entronque de la novela, en términos de posición ideológica, axiológica y gnoseológica, determina el destino final de los hechos que la articulan.
  7. Una novela reflexiva, como en efecto lo es Ubres de novelastra, centrada en la razón de ser de la libertad del hombre y en el anhelo inexorable de la condición humana, hace del contenido de la narración la fuente generativa no sólo del lenguaje discursivo sino del decurso de hechos y conceptos.
  8. El encanto de esta novela no radica en la belleza de la forma sino en la belleza del pensamiento, que hace del concepto mismo el alma del novelar cuyo perfil cinematográfico está presente en algunos de sus pasajes.
  9. El concepto o un planteamiento conceptual, concebido como la matriz inspiradora de Ubres de novelastra, es natural que la categoría tradicional de hechos, ambientes y personajes trascienda la coyuntura espacio-temporal para fundar, más que en un país o en unos acontecimientos, en el hombre mismo el centro de las apelaciones narrativas.
  10. La aplicación de técnicas, recursos y procedimientos narrativos, ineludibles en cualquier tipo de novela, así como el conjunto de anécdotas y vericuetos del lenguaje y el estilo, dejan de ser, en una novela como la presente, mero instrumento de una retórica narrativa sino cabal formulación de un dispositivo formal apropiado al propósito novelístico del autor.

En fin, Ubres de novelastra, una obra maestra por la densidad de su contenido y el modo de su formato, refleja el alto nivel de sensibilidad y conciencia de Federico Henríquez Gratereaux, que ha hecho una novela del pensamiento, al tiempo que pone de manifiesto el talento narrativo, el fundamento conceptual y el dominio del lenguaje de este nuevo narrador de las letras dominicanas.

 

Bruno Rosario Candelier

Academia Dominicana de la Lengua

Santo Domingo, Ciudad Colonial, 8 de agosto de 2008.

Notas:

  1. Federico Henríquez Gratereaux, Ubres de novelastra, Santo Domingo, Corripio, 2008, 505 pp.
  2. Julián Marías, Idea de la metafísica, Bs. Aires, Editorial Columba, 1957, 13.
  3. En mi obra de ensayo Tendencias de la novela dominicana (Santiago, PUCMM, 1988, pp. 69ss) presento las características y las leyes del novelar.
  4. Antonio Fernández Spencer, A orillas del filosofar, Ciudad Trujillo, Arquero, 1960, p. 54.
  5. Federico Henríquez Gratereaux, Un ciclón en una botella, Santo Domingo, Alfa y Omega, 1996, p. 25.

 

La realidad sociocultural dominicana en la visión de Federico Henríquez Gratereaux

Por Bruno Rosario Candelier

 

La intelección de lo dominicano constituyó la motivación aglutinante de los intelectuales y los creadores de la Generación del 60, de la que Federico Henríquez Gratereaux es una de las figuras sobresalientes. Filósofo, sociógrafo, ensayista, crítico literario y comunicador, nuestro distinguido académico de la lengua tiene una teoría de la sociedad dominicana, y, con brillantez y vigor, ha hecho enjundiosos aportes a la interpretación de la realidad histórica, social y cultural del pueblo dominicano mediante el acopio y la exégesis de datos sociológicos, antropológicos, políticos, lingüísticos y literarios para explicar lo que somos, lo que nos define como nación y lo que nos distingue como cultura.

Con su intuición y su talento literario, su recia personalidad intelectual y su cultura ecuménica, Federico Henríquez Gratereaux cautiva con su pensamiento y su lenguaje, y es un maestro de la palabra y del buen decir, que usa con finura, elegancia y precisión. Su acrisolada rectitud y su firme posición respecto a asuntos cardinales de nuestra historia nacional, lo han convertido en un orientador lúcido y penetrante sobre diversos temas de interés nacional. Con su claridad intelectual y su claro sentido de edificación social, Henríquez Gratereaux participa en paneles de televisión, escribe artículos para la prensa diaria y publica libros y opúsculos en los que aflora su brillante inteligencia y su caudalosa sensibilidad. Dotado con la gracia de la palabra, la hondura de la intuición y la base de la erudición, ha enriquecido la bibliografía nacional.

   Su libro Un ciclón en una botella (1) contiene estudios y análisis que dan cuenta de sus reflexiones e intuiciones sobre el proceso social, histórico y político de la República Dominicana, el talante cultural que nos caracteriza y el fondo intrahistórico de las circunstancias y comportamientos que pautan una idiosincrasia y unas raíces vitales, orgánicas, funcionales.

La realidad ideal de la escritura compendia, cifra e interpreta lo que aporta la realidad real. Hace bien Henríquez Gratereaux en dar a conocer la obra que por años esperábamos de su pluma. Ojalá el terrorismo verbal de ciertos círculos intelectuales no lo asedie para que él siga realizando el aporte iluminador que su inteligencia privilegiada le permite. Y su vocación de historiador y cientista social lo concitan. Federico Henríquez Gratereaux no es un hombre de partido, y el intelectual independiente que finca su análisis en su propia percepción de la realidad social cuenta con el impulso de su propia convicción. Y la honda motivación de sus principios y valores.

Federico es un hombre auténtico, lúcido, culto, erudito, solidario, con vocación intelectual probada y sobre todo con convicciones profundas. Por esas convicciones ocupa en nuestro tiempo el sitial que en el suyo han ocupado pensadores como Pedro Francisco Bonó, Américo Lugo o Peña Batlle: tiene en sus manos una antorcha, la pone sobre el celemín, como dice el texto bíblico, y proclama lo que percibe para orientar en forma persuasiva, genuina y veraz. Como intelectual honesto ama la verdad, que es la primera virtud del filósofo. No se concibe a un filósofo que no sea amante de la verdad y que no esté dispuesto a luchar por su implantación en la sociedad donde vive. Federico Henríquez Gratereaux lleva en sus entrañas el temple del filósofo cuya mejor virtud es la de ser fiel a la verdad, base de la ciencia y heraldo del bien.

La inspiración para el trabajo intelectual que realiza Federico Henríquez Gratereaux tiene su base en el hecho de que efectivamente se ha enfrentado con los problemas de nuestra historia y de nuestra sociedad. Él tiene las agallas y la sensibilidad para hablar por lo que somos. Lo que necesitamos. Lo que anhelamos. Para ello ha tenido que acudir a los pensadores, historiadores y literatos dominicanos que han asumido la realidad histórica, social e imaginativa de la nación dominicana. Ha estudiado a los Trinitarios, a Eugenio María de Hostos, Emiliano Tejera, José Ramón López, Pedro Francisco Bonó, Américo Lugo, Francisco Moscoso Puello, Manuel Arturo Peña Batlle, Joaquín Balaguer, Juan Bosch, Héctor Incháustegui… Ha abordado el tema de nuestros dictadores, de los políticos liberales, el papel de la Iglesia, el problema haitiano, el pesimismo dominicano y la voluntad de sobrevivencia de la nación dominicana.

Explora en nuestro  pasado histórico, en nuestro lenguaje y en nuestra poesía los factores que explican la forma de ser y de actuar, de sentir y de pensar del pueblo dominicano, que es su preocupación esencial, porque Federico ha demostrado sentir un  verdadero amor por nuestro pueblo, que defiende, que orienta, y que trata de entender para enseñar a la clase dirigente y la clase pensante del país. Él ausculta nuestra historia, la escarba y la curcutea hasta las raíces que dan cuenta de lo que somos. Explora la convivencia entre amos y esclavos, y Federico encuentra y explica que la etapa de la colonia española estaba determinada por el desarrollo del hato, no por las plantaciones como en Haití, y esa realidad prohijó una relación armoniosa entre blancos y negros, impidió el florecimiento del racismo, que fue altamente discriminatorio en otras regiones americanas, y permitió el cruce de blancos y negros para generar la mulatía criolla con las características socioculturales que hoy conocemos y mostramos, y tuvo lugar el proceso de transculturación hispánica (lengua, religión, modos vitales). El mulato criollo se sentía instalado en la tierra (‘blanco de la tierra’), en la lengua, la religión y la cultura y las asume como propias. Federico Henríquez Gratereaux hace ver cómo la forma de producción económica, la plantación en Haití y el hato en Santo Domingo, estableció la diferencia respecto al carácter de la esclavitud, que Bosch llamaba patriarcal.

Hay una frase reveladora de su intuición histórica que usa Federico Henríquez Gratereaux para explicar el comportamiento de una persona y apreciar lo que podemos esperar de la misma en atención a sus actitudes, reacciones y hábitos. La frase es la siguiente: “Nadie puede saltar fuera de su sombra” (2). Y es así. La historia proyecta también su propia sombra, así como sus luces, por lo cual hay que conocerla para saber lo que somos, lo que puede acontecer en función de fuerzas atávicas o corrientes subterráneas que determinan el pensamiento, la mentalidad o la emotividad, sobre todo si continúan presentes los factores que dan cuenta de hechos y fenómenos.

El alto sentido del pasado viene determinado por el impacto de lo que una vez, que tiende a repetirse cuando sus efectos siguen latentes y vigentes en nuestro comportamiento colectivo. Por eso escribió Federico: “He observado que los jóvenes de mi generación, que nacieron dentro de la Era de Trujillo, no tenían la más remota idea de la posibilidad de guerras intestinas. Para ellos eso era cosa del pasado. Los viejos sí tenían en la cabeza la imagen y los problemas del caudillismo. Y pensaban que podríamos volver a esa situación. Ahora mismo los jovencitos que no conocieron a Trujillo no saben de la posibilidad de una tiranía. Los que vivieron el trujillato creen que esa es una posibilidad social siempre al acecho” (3).

Federico Henríquez Gratereaux lamenta que Pedro Henríquez Ureña no haya vivido entre nosotros el tiempo necesario para contribuir a fraguar nuestro pensamiento porque de haber ejercido su magisterio en nuestro país, hubiera sido la fuente básica de nuestra disciplina intelectual. La disciplina intelectual no la dan sólo los datos de la erudición, el ‘saber mucho’, el estar actualizado en las diferentes manifestaciones científicas, humanísticas o artísticas. La disciplina es método, rigor, sujeción a un hábito formativo y a un procedimiento destinado a conocer la verdad. Y sobre todo, a vivir la verdad para sentirla en el espíritu y compartirla con los demás en el medio social que nos corresponde actuar. La disciplina entraña la observación de normas y pautas para ordenar y edificar, para valorar y aprender, para crecer y crear. Con razón afirma Henríquez Gratereaux: “La disciplina del entendimiento, el rigor mental, una vez se posee, sirve para todo, y no sólo para la literatura o la filosofía” (4).

A Federico Henríquez Gratereaux, que es un paradigma intelectual, que es honesto y recto, que es un hombre sabio y generoso, le preocupa, con razón, el papel del intelectual. En varios de los artículos y estudios que componen su valiosa obra comenta el rol del intelectual y la responsabilidad que le concierne en función de sus dotes de comprensión, de valoración y de expresión y de su capacidad para percibir, esclarecer, valorar, criticar y enmendar. Y le duele que a menudo el intelectual no sirva al esclarecimiento de la verdad sino a su distorsión o estrangulamiento. “El descrédito de los escritores en Santo Domingo –dice nuestro distinguido académico- se debe, en gran parte, al hecho de que su palabra no ha estado siempre al servicio de la verdad” (5).

Son muchos los problemas que plantea y afronta Federico Henríquez Gratereaux en sus formidables ensayos sobre la realidad social dominicana. Historia, cultura, religión, literatura, antropología. Todo lo explora para llegar al resultado a que ha llegado este singular hombre de letras (6).

Federico Henríquez Gratereaux es un pensador, un analista social, un estudioso de nuestra realidad histórica, sociográfica y cultural. Va al dato y lo examina, lo pondera y saca las conclusiones pertinentes para que aprendamos a conocernos partiendo de nuestro pasado, de nuestra manera de sentir para valorar lo que somos, lo que nos falta, lo que podemos remediar porque nuestro distinguido escritor y académico piensa y actúa en función del destino dominicano.

 

Notas:

  1. Federico Henríquez Gratereaux, Un ciclón en la botella, Santo Domingo, Alfa y Omega, 1996.
  2. Un ciclón en la botella, p. 128.
  3. Ibídem, p. 195.
  4. Ibídem, p. 62.
  5. Ibídem, p. 67.
  6. Entre los libros publicados por Federico Henríquez Gratereaux, además de valiosos opúsculos y folletos, sobresalen La feria de las ideas (Santo Domingo, Secretaría de Educación, 1985), Disparatario (Santo Domingo, Alfa y Omega, 2002), Pecho y espalda (Santo Domingo, Alfa y Omega, 2003), Un ciclón en una botella (Santo Domingo, 2004).