Temas idiomáticos

Por María José Rincón

 

ALUZAR EL CAMINO 

Lo más gratificante de la divulgación es siempre la respuesta. Tras la publicación de «Cifras y letras», la Eñe de la semana pasada, recibí un delicioso mensaje de Jocabed, una lectora de 10 años, en el que me dice que es una de las columnas que más le ha gustado y que su madre siempre la anima a leerlas para que practique la lectura.

Los que nos dedicamos a la investigación y al estudio solemos poner el acento en verbos como buscar, analizar, revisar, probar, descartar, deducir, plantear, publicar… Demasiado a menudo olvidamos que, mientras hacemos todo esto, hay otro verbo que debemos poner en marcha: divulgar. Nuestra responsabilidad como investigadores es compartir con los demás nuestra experiencia, nuestro trabajo y también los conocimientos que de ellos obtenemos, con rigor y, si fuera posible, con cercanía. Y por investigadores me refiero a los de todos los campos del saber científico, incluidas las humanidades y, entre ellas, por supuesto, las ciencias del lenguaje, que es lo que a mí me toca.

La divulgación del conocimiento nos hace recordar que el saber no es para atesorarlo en una pequeña urna como si fuera una reliquia; el saber solo tiene sentido si se comparte y ayuda a mejorar nuestro entorno, a encender pequeñas chispas que alucen (mira, Jocabed, qué hermosa palabra, dedicada especialmente para ti) el camino de otros.

Les parecerá a veces que no hay nadie siguiendo ese camino. Pero habrá un día en el que reciban un mensaje como el que yo he recibido de Jocabed y comprendan que la divulgación del conocimiento es un merecido homenaje a aquellos gigantes sobre cuyos hombros nos subimos para que nuestra mirada llegue más lejos, pero también un mensaje de esperanza para aquellos que, como Jocabed, serán gigantes algún día.

 

SIEMPRE SERÁ EL PRIMERO 

No todos los días la labor de investigación filológica salta de las páginas de las revistas científicas para colarse en las de la prensa. Un hallazgo lexicográfico extrordinario, publicado por la medievalista argentina Cinthia María Hamlin, ha traspasado las páginas del primer Boletín de la Real Academia Española de este año. La investigadora se topó casi por casualidad con dos folios de un incunable que, gracias a su labor de datación, sabemos que fue impreso en Sevilla cerca de 1492 y que se trata del primer vocabulario romance-latín que llegó a la imprenta. Sus pesquisas van más allá y proponen como su autor al cronista, historiador y traductor Alfonso Fernández de Palencia, quien había publicado en 1490 el Universal Vocabulario, con el que el incunable ahora encontrado guarda una estrecha filiación lexicográfica.

Se trata de un vocabulario, que el autor dedica a la reina doña Isabel, que registra palabras en español y ofrece para ellas su equivalente latino: «He copilado de todos los más vocablos que pudo nuestro trabajo alcanzar, poniéndolos en orden de A, B, C y dado a cada vocablo castellano un vocablo latino, o los que según nuestro juicio entendimos ser más acomodados». Confirmado el descubrimiento, adelantaría unos años al que hasta ahora se consideraba el primero en su género, el Diccionario latino-español de Elio Antonio de Nebrija, publicado en Salamanca en torno a 1494.

Aunque a las puertas del año de conmemoración del quinto centenario de la muerte de Nebrija este feliz acontecimiento filológico le arrebata la primacía lexicográfica, seguiremos venerando al sevillano por ser autor de la primera gramática de nuestra lengua y, por supuesto, para nosotros siempre será el primero que registró una palabra taína en un diccionario de lengua española.

 

EN LA PUNTA DE LA LENGUA 

Apreciar las cualidades de lo que nos rodea forma parte de la vida; percibir aquello que distingue nuestro entorno, que le da su carácter, y saber expresarlo nos relaciona con el mundo. Puede parecerles que estoy elucubrando, pero imaginen qué haríamos si la lengua no nos permitiera hablar de esas cualidades. ¿Cómo diríamos que algo está frío o es grande o que alguien es ingenioso, exigente o adorable? No hay que alarmarse, para referirnos a las cualidades la lengua española nos brinda un extraordinario repertorio de adjetivos calificativos cargados de matices para que no se nos escape ni un detalle del mundo.

Además, la lengua nos permite graduar el adjetivo para expresar en qué medida está presente esa cualidad; si algo está friísimo o es muy intenso, si alguien es cada día más ingenioso, menos exigente o sigue siendo tan adorable como siempre. Como bien nos explica la Nueva gramática de la lengua española, el adjetivo puede expresarse en tres grados: positivo, comparativo y superlativo.

Cuando usamos el adjetivo tal cual, sin modificadores de grado, expresamos la cualidad de una forma neutra (una mañana fría, un dolor intenso, un comentario ingenioso). Si recurrimos al grado comparativo, podemos expresar la superioridad (más ingenioso que), la inferioridad (menos exigente que) o la igualdad (tan adorable como). Si de lo que se trata es de expresar la cualidad en su grado más alto, entonces hay que echar mano del superlativo (una mañana friísima, un dolor intensísimo, un comentario muy ingenioso).

Este abanico de grados de intensidad se suma al abundante caudal de adjetivos de la lengua española y a la riqueza de matices propios de cada adjetivo y nos pone el mundo en la punta de la lengua. ¿Me acompañan a saborearlo?

 

CUALIDADES SUPERLATIVAS

Después de unas semanas compara que te compara, hemos llegado a ese momento en el que lo que necesitamos es indicar que una cualidad está presente en una medida muy elevada. Para eso la gramática nos permite expresar el adjetivo en grado superlativo.

Si queremos dar a entender que una persona o una cosa posee una cualidad en mayor grado en comparación con el resto, necesitamos un superlativo relativo: el más hermoso de todos, la menos lenta de las corredoras. En cambio, si la intención es referirnos a una cualidad que se manifiesta en un grado muy destacado sin necesidad de establecer una comparación, necesitamos un superlativo absoluto. Para construir un superlativo absoluto tenemos dónde elegir. Podemos recurrir al adverbio muy (muy aburrido, muy profunda) o al sufijo -ísimo (aburridísimo, profundísima). Existe, además, la posibilidad de incluir otros matices aprovechando ciertos adverbios en -mente que expresan intensidad: sumamente caro, extremadamente picante, intensamente azul. Pero aún hay más opciones; las que nos proporcionan aquellos prefijos que aportan un matiz intensificador (mega-, hiper-, super-, requete-, archi-); no los encontrarán en el diccionario, porque se construyen según la necesidad, pero no duden en usarlos, aunque la mayoría estén reservados al registro coloquial: megabarato, hiperfrío, superfamoso, requetepesado, archisensible.

En el español dominicano tenemos el precioso sufijo –(n)ingo, que expresa el grado superlativo. Solo lo encontramos en algunas palabras, pero no me resisto a recordarlo aquí: nueveciningo ‘muy nuevo’, soliningo ‘muy solo’, azuliningo ‘de color azul intenso’, chininingo o chirriningo ‘muy pequeño’, blandiningo ‘muy blando’.

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