Pedro Henríquez Ureña: «Seis ensayos en busca de nuestra expresión»

Edición de Bruno Rosario Candelier

por ASALE bajo la dirección de

Francisco Javier Pérez

 

Prólogo de

Bruno Rosario Candelier

Academia Dominicana de la Lengua

 

“Si las artes y las letras no se apagan,

tenemos derecho a considerar seguro el porvenir”.

  (Pedro Henríquez Ureña)

 

Pedro Henríquez Ureña es un paradigma del intelectual consagrado al estudio de las letras hispanoamericanas. Producto de una corriente cultural que anhelaba el desarrollo de la propia identidad histórica, social y cultural en su expresión intelectual y estética, una forma de anhelar la independencia no solo política, sino filosófica y literaria según la aspiración de los intelectuales y escritores de la América española, en Seis ensayos en busca de nuestra expresión (Buenos Aires, 1928) el filólogo dominicano encauzó ese anhelo de los escritores americanos para alcanzar la propia voz como signo y cauce de una sentida apelación creadora en el uso de la lengua y el cultivo de las letras.

Humanista entusiasta y fecundo, Pedro Henríquez Ureña escribió numerosas obras inspiradas en el genio de nuestra lengua. Cultor apasionado de la palabra, intérprete eminente de la literatura hispanoamericana, ensayista prolífico y profundo, se dedicó al estudio de nuestra lengua y la interpretación de nuestras letras con una consagración ejemplar. Publicó una veintena de obras centradas en la identidad lingüística y cultural de los hispanoamericanos. En México escribió en El Universal, hacia 1923, el concepto de que la América hispana precisaba de normas y orientaciones dirigidas hacia la definición inequívoca de su propia vida intelectual, estética y espiritual. Era una vieja aspiración que impulsaron hombres visionarios, intelectuales y escritores de nuestra América, que habían iniciado el camino en procura de nuestro desarrollo literario: “No hemos renunciado a escribir en español, y nuestro problema de la expresión original y propia comienza ahí…Nuestra expresión necesitará doble vigor para imponer su tonalidad sobre el rojo y el gualda” (1).

En ese tenor, Pedro Henríquez Ureña reflexionó sobre el destino de nuestras letras y entendió que debíamos cultivar nuestra propia voz, fundada en la temática de nuestras vivencias y el hallazgo de la intuición con nuestro tono distintivo y una adecuada estimativa de nuestras percepciones y valoraciones para asumir, potenciar y promover los más altos valores literarios, estéticos y espirituales a través de la lengua y la cultura de los pueblos hispanoamericanos. Creía el humanista dominicano que, para alcanzar ese objetivo había que enfrentar el problema sin rodeos: “En literatura, el problema es complejo, es doble: el poeta, el escritor, se expresan en idioma recibido de España. Al hombre de Cataluña o de Galicia le basta escribir su lengua vernácula para realizar la ilusión de sentirse distinto del castellano” (2).

Pondera nuestro filólogo la dimensión americanista, que supo identificar en forma admirable enfatizando el vínculo entrañable de pueblos hermanos que comparten lengua, geografía y modos de vida, como manifiesta en México, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Santo Domingo, Colombia, Perú, Chile o Argentina, países en los cuales hay una vigorosa literatura, sin obviar entre los suramericanos, a Venezuela y Paraguay y, desde luego, a los demás pueblos antillanos y centroamericanos, empapados de las manifestaciones esenciales de nuestro idioma al compartir la tradición española cifrada en el alma de nuestra lengua.

Para la búsqueda de ese acento propio centrada en la tonalidad de nuestro estilo “obliga a acendrar nuestra nota expresiva, a buscar el acento inconfundible” (3), para lo cual nuestro autor enfatizó la dimensión creadora a través del ensayo y la crítica literaria en las diversas expresiones de nuestras letras, que nuestro autor supo estudiar, valorar y enaltecer. Al tiempo que ensanchaba nuestro horizonte intelectual y estético, con su visión del mundo, su formación académica y su vocación orientadora contribuyó a forjar valiosos creadores, analistas e investigadores literarios en los países donde desplegó su actividad docente y su labor escritural, ejercida a través de numerosas publicaciones o mediante conferencias, cartas y contactos personales en asesoría académica a escritores, estudiantes, profesores e investigadores.

Esa vocación de Pedro Henrí­quez Ureña lo convirtió en uno de los más importantes intérpretes literarios en lengua española. Se formó bajo la escuela de Marcelino Menéndez y Pelayo en Madrid. Nacido en Santo Domingo el 20 de junio de 1884 en el seno de una familia de intelectuales y poetas, recibió la inspiración de su vocación literaria, vivió durante su etapa de formación en Cuba, Estados Unidos de América, España y México, y en su época más fecunda de orientador y escritor, se radicó primero en México y luego en Argentina, hasta su muerte en Buenos Aires el 11 de mayo de 1946, tras una fructífera existencia plasmada en la investigación, la escritura y la docencia. Durante muchos años fue profesor de la Universidad de La Plata, institución cuyo prestigio enalteció y en la que formó una brigada de investigadores y estudiosos de la palabra que darían lustre a las letras hispanoamericanas, según el testimonio de importantes intelectuales y escritores argentinos, entre ellos Jorge Luis Borges, que le llamaba “Maestro de América”, como consta en el prólogo de la Obra crítica, de Pedro Henríquez Ureña  o en el ensayo de Pedro Luis Barcia (4), en cuya obra consigna el aporte del maestro dominicano en la literatura argentina.

A Henríquez Ureña le preocupaba la formación intelectual, inquietud que fundaba en la conciencia de la lengua. Insistía en la necesidad de alcanzar una expresión original y genuina. Sobre su vocación hispánica subrayó:

   “No hemos renunciado a escribir en español, y nuestro problema de la expresión original y propia comienza ahí. Cada idioma es una cristalización de modos de pensar y de sentir, y cuanto en él se escribe se baña en el color de su cristal. Nuestra expresión necesitará doble vigor para imponer su tonalidad sobre el rojo y el gualda” (5).

   Su conciencia lingüística lo llevaba a ponderar el esfuerzo que debíamos realizar para conseguir el desarrollo cultural auténtico. Debíamos, decía, “acendrar nuestra nota expresiva, a buscar el acento inconfundible” (6), subrayando la energía nativa de nuestro modo de hablar y escribir. Por eso valoró el conocimiento de la lengua local de cada país. Su libro El español en Santo Domingo, de 1936, es una evidencia de esa inquietud por la voz peculiar de cada uno de los pueblos hispanoamericanos, así como estimó esencial la expresión auténtica de la intuición artística, canalizada en la creación literaria desde la cual atisbó importantes rasgos idiosincráticos de la mentalidad hispanoamericana.

La condición de erudito y acucioso investigador de Pedro Henríquez Ureña se potenció con la posesión de una cultura humanística y el singular don para enseñar. Fomentaba la lectura de los grandes autores de nuestra lengua, especialmente la de los escritores españoles del Siglo de Oro, así como las obras maestras de las letras universales. De acuerdo con la revelación de discípulos suyos, era un hombre sensible y generoso en lo concerniente al ser humano. Propugnaba por el desarrollo de las humanidades con una profunda conciencia literaria y una genuina apelación humanizada. Su formación académica la puso al servicio de la cultura hispanoamericana, al tiempo que indagaba e inter­pretaba facetas entrañables de nuestra América según podemos apreciar en sus creaciones lingüísticas, históricas, filosóficas, estéticas y literarias.

En su búsqueda de la expresión americana, que cultivó con particular empeño y especial devoción, hizo filología estilística, ya que buscaba la expresión genuina de la América hispánica a través de la palabra, es decir, la forma singular, distintiva y caracterizadora de los pueblos hispanohablantes cuyos atributos estudiaba en los textos de nuestros grandes creadores literarios. El lenguaje era para él cauce y vínculo, testimonio y huella de lo que somos y anhelamos. Su vocación filológica quedó plasmada no solo en Seis ensayos en busca de nuestra expresión, sino en otros libros en los que testimonia su magisterio literario, y fue tal su influjo que su obra crítica y ensayística amplió el número de escritores y filólogos formados bajo su orientación en el mundo hispánico, donde se le reconoce como uno de los grandes Maestros de la lengua española. El filólogo dominicano goza de una alta estimación entre los lingüistas, literatos y teóricos de las letras hispánicas. Su obra crítica, teórica y ensayística concitó una honda admiración por la validez de sus criterios, el rigor de su formulación y la claridad de sus orientaciones. Con Pedro Henríquez Ureña nació en Santo Domingo la crítica literaria con fundamento académico y su obra funda la tendencia filológica de la exégesis literaria, que se manifiesta en las interpretaciones basadas en la significación de la palabra como vehículo distintivo de la idiosincrasia cultural de un país o una lengua.

Este grandioso Maestro de América, como se le ha llamado a nuestro ilustre coterráneo, desplegó su talento crítico, creativo y teorético en beneficio del desarrollo de las letras americanas y españolas. A Pedro Henríquez Ureña se debe, en efecto, la base orientadora de un pensamiento crítico que se extiende por todo el mundo de habla española. Esa base tiene su fundamento en la lengua misma, como matriz del pensamiento y vehículo de la expresión. Sus trabajos de crítica e interpretación profundizaron en el conocimiento científico de la lengua y en la realización de sus potencialidades creadoras.

La feliz iniciativa del distinguido secretario general de la Asociación de Academias de la Lengua Española, don Francisco Javier Pérez, de publicar una serie de obras filológicas de nuestros escritores, constituye un valioso servicio a favor del conocimiento y la difusión del aporte de nuestros estudiosos de la lengua y la literatura española e hispanoamericana y, en este caso en particular, esta obra del filólogo dominicano que me complace prologar, Seis ensayos en busca de nuestra expresión, como otras obras suyas, entre las que pondero Las corrientes literarias en Hispanoamérica, El español de Santo Domingo o La cultura y las letras coloniales en Santo Domingo, reflejan y proyectan la valiosa contribución de nuestro gran humanista, cuya lectura y promoción entraña una manera de incentivar el interés por el conocimiento de la lengua y la literatura de nuestra América. El pensamiento del ensayista dominicano que influyó en el desarrollo de nuestras letras y la conciencia de nuestra lengua, con el sentimiento de valoración de nuestra identidad cultural a partir de nuestra manera de sentir, pensar y expresarnos, sigue siendo edificante y luminoso. Una valiosa generación de escritores contó con Pedro Henríquez Ureña como mentor, comenzando con los intelectuales mexicanos que integraron el Ateneo de México en la primera década del siglo XX, entre los cuales figuraron los ensayistas José Vasconcelos, Alfonso Reyes, Antonio Caso, Martín Luis Guzmán, Vicente Lombardo Toledano y otras figuras señeras que formarían la generación intelec­tual de 1910. Y en Argentina su magisterio intelectual dio abundantes frutos en lingüistas y literatos de la talla de Jorge Luis Borges, Ana María Barrenechea, Ernesto Sábato y Enrique Anderson Imbert, entre muchos otros. En Santo Domingo hay que reconocer el influjo de don Pedro en la generación literaria de 1930, entre los cuales sobresalen Juan Bosch, Joaquín Balaguer, Emilio Rodríguez Demorizi, Pedro Troncoso Sánchez,  Carlos Federico Pérez, Flérida de Nolasco y otros.

Pedro Henríquez Ureña había recibido la impronta educativa de Eugenio María de Hostos (7) y admiraba al patriota y escritor cubano José Martí, entre otros prohombres de América. Esa formación civilista fecundó su magisterio, centrado en promover los valores americanistas desde la esencia de la cultura hispánica, entre los cuales figuraban el sentido crítico, el fundamento moral, la disciplina cívica, el estudio de las humanidades, el desarrollo del espíritu y una organización social fundada en la justicia y la solidaridad. En su ponderación del ideal de justicia, rechazaba la tendencia académica elitista, pues Henríquez Ureña prefería al “hombre apasionado por la justi­cia” en lugar del que aspira a su propia perfección en pos de un ideal de convivencia.

Cuando en 1928 Pedro Henríquez Ureña publicó Seis ensayos en busca de nuestra expresión ya había vivido en España, Cuba y México, países con una sólida tradición literaria, una vasta producción editorial y una vida intelectual intensa y fecunda con alta calidad académica, lo que trató de impulsar tanto en Santo Domingo, como en México y Argentina. Su acrisolada vocación de pensador liberal, su espíritu abierto y cosmopolita, así como su cosmovisión esencialmente humanista lo dirigió siempre a fomentar el interés por las letras y la valoración de las inclinaciones intelectuales, morales, estéticas y espirituales. Pedro Henríquez Ureña tenía una formación moral inspirada en los principios de la educación hostosiana, que había recibido de su propia madre, la insigne educadora y poeta Salomé Ureña, y ese aspecto moralista, que fluye en sus ensayos, pesaba en un hombre con valores éticos y principios fundados en la valoración de la verdad, el cultivo del bien y el disfrute de la belleza espiritual. La limpieza de una conciencia recta y pura, como la de Pedro, florece en una sociedad con escrúpulos morales y sentido de la estética y la espiritualidad, superponiendo los elevados ideales de la conciencia social y espiritual a los intereses personales, y supeditando el afán de lucro para enaltecer la virtud y la disciplina, mediante una sensibilidad fraguada en el ideal, el decoro y los principios que edifican. Se puede agregar a esa aspiración social la vocación creadora de un intelectual que vivía poéticamente la vida y la enseñanza bajo la inspiración del ideal griego, actitud compatible con la vocación científica y artística, fomentando el talento creador a favor de acciones edificantes y luminosas.

Pedro Henríquez Ureña valoraba el cultivo del pensamiento y la creación intelectual y artística. En tal virtud prefería la claridad del concepto al oropel de la expresión rimbom­bante. Sus estudios y ensayos reflejan una honda capacidad analítica, un rigor metodológico y una hondura interpretativa. Esta edición de Seis ensayos en busca de nuestra expresión, obra que refleja su ideal literario, el dominio del lenguaje y el planteamiento reflexivo, cifra la base de su concepción filológica. Y, desde luego, revela la erudi­ción que el intelectual dominicano puso al servicio de su labor pedagógica, centrado en su ideal humanista impregnado de la intuición crítica, del carisma de su vocación socrática y la apelación altruista de su conciencia social que encauzó para atizar el amor a la belleza, la verdad y el bien. En tal virtud, Henríquez Ureña abogaba por la pureza de la forma en la creación literaria, y esa visión, que lo llevaba a ponderar la perfección de la expresión, mueve a los genuinos creadores a crear una obra ejemplar y trascendente, tarea que le corresponde al crítico literario llamado a exigir calidad y rigor en la expresión, comenzando por el uso apropiado de la lengua, la aplicación de las normas gramaticales, ortográficas y estilísticas en una sintaxis reveladora de la corrección expresiva y la elegancia en la forma para lograr la hondura conceptual y la belleza del lenguaje. Así lo confirma nuestro escritor en ese planteamiento de su ideario crítico formulado en el estudio sobre la poesía de Gastón Fernando Deligne en donde sostiene que cree “en la realidad de la poesía perfecta”.

   En el ensayo del filólogo dominicano se aprecia la exaltación de la vocación creadora y la misión de los escritores cuyo trabajo creador ha de contribuir al cultivo de los valores trascendentes y la edificación de la conciencia:

 “Mi hilo conductor ha sido el pensar que no hay secreto de la expresión sino uno: trabajarla hondamente, esforzarse en hacerla pura, bajando hasta la raíz de las cosas que queremos decir; afinar, definir, con ansia de perfección. El ansia de perfección es la única forma. Contentándonos con usar el ajeno hallazgo, del extranjero o del compatriota, nunca comunicaremos la revelación íntima; contentándonos con la tibia y confusa enunciación de nuestras intuiciones, las desvirtuaremos ante el oyente y le parecerán cosa vulgar. Pero cuando se ha alcanzado la expresión firme de una intuición artística, va en ella, no sólo el sentido universal, sino la esencia del espíritu que la poseyó y el sabor de la tierra de que se ha nutrido” (8).

   De esa manera nuestro filólogo enfatizaba la realización de estudios literarios para asumir el genio de nuestra lengua y potenciar la tradición hispánica desde nuestra idiosincrasia, nuestra conciencia y nuestra sensibilidad. Es así como este teórico y analista de nuestra producción literaria supo ponderar la labor de los creadores de la palabra para transmitir, mediante el concurso de la intuición, la veta de su inspiración y la técnica de la escritura, sus personales intuiciones, invenciones o su peculiar valoración del mundo.

Pedro Henríquez Ureña escribía para edificar. Tuvo plena conciencia de las debilidades de nuestros pueblos, de su escasa formación intelectual y sus precariedades no solo materiales, sino intelectivas y espirituales. Con su esclarecida inteligencia, que puso al servicio del crecimiento intelectual y estético, hizo cuanto estuvo a su alcance para incentivar el amor a las artes y las letras, en cuyo desarrollo cifraba el ascenso de la conciencia moral y espiritual, y cuando advertía una carencia expresiva, una imprecisión semántica o una desorientación conceptual, lo señalaba con el sentido edificador del que busca enseñar sin humillar, como se aprecia en diferentes estudios.

Tenía este humanista de América una alta estimación por la perfección literaria, y por esa valoración era exigente en la valoración de la calidad a la que reclamaba las más elevadas cuotas de cultivo, rigor y esmero, actitud que fundaba su ideario poético. Supo Henríquez Ureña compenetrarse con el talante sensitivo y espiritual de los escritores que concitaban su atención, y tuvo la capacidad para subrayar su acento peculiar, su tono distintivo y su técnica creadora al enfocar el aporte que una obra literaria brinda al desarrollo del crecimiento cultural. Con el instinto crítico para atisbar los aciertos y los desaciertos de una obra literaria y aquilatar la grandeza o el talento de un escritor, nunca reparó en elogiar la obra meritoria. Y promovió, sin mezquindades subalternas, los valores que nos distinguen y los principios que nos enaltecen.

 

Los siguientes atributos literarios perfilan esta obra de Pedro Henríquez Ureña:

  1. Valoración de la palabra como expresión de la sensibilidad y la conciencia de un autor cuya creación no solo enaltece la intuición teórica y la interpretación textual que tan generosa y cabalmente realizara, sino que perfila y potencia el estudio de nuestra lengua y el cultivo de las letras desde la base filológica que cultivó para impulsar la creación literaria en múltiples ámbitos de las letras españolas y americanas desde la óptica de nuestra genuina expresión espiritual y estética.
  2. Su obra Seis ensayos en busca de nuestra expresión (1928), revela la concepción intelectual de un escritor que consagró su talento crítico a la forja de una conciencia humanística centrada en los valores conceptuales, estéticos y espirituales, con el sentido de la justicia y el amor a la verdad mediante el cultivo de la palabra inspiradora y el pensamiento edificador cabe la expresión edificante y elocuente.
  3. Los aspectos relevantes de Seis ensayos en busca de nuestra expresión se fundan en el hecho de que tenemos una manera peculiar de ser y proceder que postula, como en efecto acontece en la realidad léxica, imaginativa y conceptual de la literatura hispanoamericana una forma de expresión connatural a nuestra singular idiosincrasia y peculiar talante.
  4. El planteamiento fundamental que sirvió de inspiración a esta obra de Pedro Henríquez Ureña fue su intuición lingüística de que al contar nuestra América con unos rasgos singulares de la tierra, la lengua y la cultura, cónsonos con nuestra singular sensibilidad y talante espiritual, habíamos de tener una voz propia y una expresión original y auténtica que testimoniara nuestra manera de sentir, pensar y querer.
  5. Generoso, abierto y comprometido con el ideal de cultura, sin obviar el ideal de justicia, su concepción literaria se manifiesta en su vida y en su obra, plasmada en este ensayo que analiza y exalta el desarrollo de las inclinaciones intelectuales, morales, estéticas y espirituales desde la creación del lenguaje y la vivencia de la literatura.

Prevalido de una luminosa intuición crítica, una notable erudición y el rigor expositivo en su lenguaje, el autor de esta obra coteja la relación de influjos, infiere los datos pertinentes y pondera el rol de la lengua en el desarrollo de la sensibilidad, la conciencia y la creatividad con el propósito de destacar la valía de la creación literaria de la América hispánica (9). Esta singular propuesta de nuestro humanista supo intuir el sentido profundo de la obra literaria, apreciar los diversos niveles expresivos, desde la realidad social hasta la dimensión simbólica, con las connotaciones sicológicas, filosóficas y espirituales, al tiempo que toma en cuenta técnica y estilo, recursos y figuraciones, contenido y forma, con la ponderación precisa y elocuente. Y pondera siempre el valor de la palabra y la significación de la literatura, centro y motor de sus entrañables apelaciones, como también cauce de sus reveladoras interrogaciones.

 

Bruno Rosario Candelier

Academia Dominicana de la Lengua

Santo Domingo, R. D., 31 de mayo de 2019

 

 

 

Notas:

  1. Pedro Henríquez Ureña, Obras completas, Santo Domingo, Secretaría de Estado de Cultura, 2004, T. V, p. 409.
  2. Ibídem, p. 408.
  3. Ibídem, p. 415.
  4. Pedro Luis Barcia, Pedro Henríquez Ureña y la Argentina, Santo Domingo, UNPHU, 1996, 69ss.
  5. Pedro Henríquez Ureña, “Seis ensayos en busca de nuestra expresión”, en Obras completas, citado, p.409.
  6. Ibídem, 412.
  7. Bruno Rosario Candelier, “Estudios literarios de Pedro Henríquez Ureña”, en Lenguaje, identidad y tradición en las letras dominicanas, Santo Domingo, Academia Dominicana de la Lengua, 2005, pp. 146-166.
  8. Ibídem, p. 415. Véase Emilio Rodríguez Demorizi, “Dominicanidad de Pedro Henríquez Ureña”, en Listín Diario, Santo Domingo, edición del 10 de mayo de 1981, p. 6. Manuel Núñez, “Claves en el pensamiento de Pedro Henríquez Ureña”, en Pedro Henríquez Ureña, Obras completas, Santo Domingo, Secretaría de Estado de Cultura, 2003.
  9. Miguel Collado, “Pedro Henríquez Ureña visto a través de su ideario y de su vida itinerante”, conferencia dictada en la Academia Dominicana de la Lengua el 27 de julio de 2018. Publicada en el Boletín no. 34, Santo Domingo, ADL, 2018, pp. 91-122.

 

Bibliografía de Pedro Henríquez Ureña

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  • Seis ensayos en busca de nuestra expresión, Buenos Aires, 1928
  • La cultura y las letras coloniales en Santo Domingo, Buenos Aires,
  • El español en Santo Domingo, Buenos Aires, 1940.
  • Plenitud de España, Buenos Aires,1940
  • Gramática castellana (con Amado Alonso), Buenos Aires, 1940.
  • Historia de la cultura en la América hispánica, Buenos Aires, 1945.
  • Las corrientes literarias en la América hispánica (1945).
  • Obra crítica, México, FCE, 1960.
  • Obras completas. Edición de Juan Jacobo de Lara, Santo Domingo, UNPHU, 1978.
  • Memorias-Diario-Notas de viaje, México, FCE, 2000.
  • Obras de Pedro Henríquez Ureña, Santo Domingo, Ministerio de Cultura, 2003.

 

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