Pedro Henríquez Ureña, el humanista de américa en la Argentina

Por

Alicia María Zorrilla,

Presidenta de la Academia Argentina de Letras.

 

no es ilusión la utopía, sino el creer que los ideales se realizan sobre la tierra sin esfuerzo y sin sacrificio. Hay que trabajar. Nuestro ideal no será la obra de uno o dos o tres hombres de genio, sino de la cooperación sostenida, llena de fe, de muchos, innumerables hombres modestos (Pedro Henríquez Ureña).

«Y se me cierra la garganta al recordar la mañana en que vi entrar a la clase a ese hombre silencioso, aristócrata en cada uno de sus gestos, que con palabra mesurada imponía una secreta autoridad: Pedro Henríquez Ureña»[1], así lo define emocionado el escritor argentino Ernesto Sábato, uno de sus alumnos. Así podría definirlo también una estrofa de la Epístola moral a Fabio: «Una mediana vida yo posea, / un estilo común y moderado, / que no lo note nadie que lo vea»[2].

Ensayista, crítico literario, filósofo, traductor, periodista, historiador, profesor, investigador, don Pedro, el maestro dominicano de pensamiento profundo y de palabra viva y mesurada, de criterio sólido y ecuánime, arriba por primera vez a la Argentina en 1922 como integrante de la delegación mexicana encabezada por el político y escritor  José Vasconcelos Calderón para asistir a la asunción del mando presidencial de Marcelo Torcuato de Alvear; no le interesa la política, pero sí el voseo, al que le dedica su estudio. Se acerca primero a la Argentina a través de sus escritores: Esteban Echeverría, José Mármol, Domingo Faustino Sarmiento, Olegario Víctor Andrade, y, luego, gracias también a la delegación argentina que participa del Congreso Internacional de Estudiantes, celebrado en México en 1921. Después de escuchar las exposiciones presentadas, realmente deslumbrado, dice: «Cabía pensar que nuestra América es capaz de conservar y perfeccionar el culto de las cosas del espíritu, sin que las ofusquen sus propias conquistas en el orden de las cosas materiales»[3]. No obstante, su nombre ya se conoce en la Argentina, pues, en 1913, según las investigaciones del académico Pedro Luis Barcia, se reproduce en la revista Nosotros su trabajo sobre «La obra de José Enrique Rodó»[4], y, en la misma revista, pero en 1919, aparece «La enseñanza de la sociología en América», una carta dirigida a Arturo de la Mota[5]. En 1921, en la Revista de la Universidad de Buenos Aires, se publica «En la orilla»[6], apuntes breves que luego recoge en su obra En la orilla. Mi España, de 1922. En verdad, este año significa su primera y verdadera visión de la Argentina. En esta estada, le aconseja a Ricardo Rojas la fundación de un Instituto de Filología Hispánica en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires; más aún, le pide que lo presida un discípulo de don Ramón Menéndez Pidal. El elegido es Américo Castro. Además, visita la Universidad de La Plata, donde pronuncia su elogiada conferencia sobre «La utopía de América», publicada en 1925. Dice el gran dominicano: «Si el espíritu ha triunfado, en nuestra América, sobre la barbarie interior, no cabe temer que lo rinda la barbarie de afuera. No nos deslumbre el poder ajeno: el poder es siempre efímero. Ensanchemos el campo espiritual: demos el alfabeto a todos los hombres; demos a cada uno los instrumentos mejores para trabajar en bien de todos; esforcémonos por acercarnos a la justicia social y a la libertad verdadera; avancemos, en fin, hacia nuestra utopía»[7].

Luego, regresa a México, donde se desempeña como director general de Educación Pública del Estado de Puebla. Conoce a Isabel Lombardo Toledano, veinte años menor que él, y se casa. La situación le es adversa y pierde su cargo. Entonces, le escribe a su amigo Rafael Alberto Arrieta, quien le consigue tres cátedras de Castellano en el colegio secundario Rafael Hernández, dependiente de la Universidad Nacional de La Plata. Así comienza a formar hombres y lectores con la sabia humildad de los grandes, con la sencillez de los verdaderos eruditos, con una mezcla de «entusiasmo» y de «moderación reflexiva»[8]. Como dice su madre, la gran poetisa y educadora dominicana Salomé Ureña, en un poema que le dedica cuando cumple seis años, «la fiebre de la vida lo sacude»[9].

Llega a Buenos Aires a fines de junio de 1924 con su esposa y la mayor de sus hijas, Natacha, y se instala primero en una pensión; después, en La Plata, donde nace Sonia, su segunda y última hija. Lo hace después de haber viajado mucho, de entrañar otras culturas: los Estados Unidos (California, La Florida, Nueva York, Minnesota, Chicago), Cuba, México, España, Francia, Centroamérica, etcétera. En La Plata, colabora en la revista Valoraciones, editada entre septiembre de 1923 y mayo de 1928. Luce en sus páginas la pluma del ensayista, su deseo de bajar hasta la raíz de las cosas que anhela decir. Allí conoce a Alejandro Korn, a José Luis Romero y a Ezequiel Martínez Estrada.

Atraído por la gran ciudad, en 1925, se traslada a Buenos Aires y comienza su labor docente en el Instituto Nacional del Profesorado Secundario Joaquín Víctor González, pero sigue viajando en tren a La Plata. No pone límites a su afán docente. El 20 de julio de ese año, le escribe a su amigo Alfonso Reyes, a la sazón embajador de México en Francia: «Buenos Aires me recuerda a la Nueva York de 1905; si para 1945 fuera lo que es la Nueva York de hoy, podría uno consolarse. Pero ¡quién sabe!»[10]. Y el 5 de septiembre, en otra carta a Reyes, se define: «Yo no soy contemplativo; quizá no soy ni escritor en el sentido puro de la palabra; siento necesidad de que mi actividad influya sobre las gentes, aun en pequeña escala»[11]. Como dice Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña está «sediento de educar y de educarse»[12] con una disciplina ejemplar. Tanto en Buenos Aires como en La Plata, se destaca como eminente profesor: consideraba que el éxito del profesor tenía su fundamento en el éxito del maestro. Sus libros reflejan su pulcritud, su esmero en la composición (La versificación irregular en la poesía castellana (1920); Observaciones sobre el español de América[13] (1921); En la orilla. Mi España (1922); El libro del idioma. Lectura, gramática, composición, vocabulario [en colaboración con Narciso Binayán, 1927]; Seis ensayos en busca de nuestra expresión (1928); Cien de las mejores poesías castellanas (1929); Aspectos de la enseñanza literaria en la escuela común (1930); El teatro de la América Española en la época colonial (1936); La cultura y las letras coloniales en Santo Domingo (1936); Sobre el problema del andalucismo dialectal en América (1937); Para la historia de los indigenismos. Papa y batata. El enigma del aje. Boniato. Caribe. Palabras antillanas (1939); Gramática castellana (dos tomos), para el nivel secundario, en colaboración con Amado Alonso (1939); El español en Santo Domingo (1940); Plenitud de España (1945); Literary currents in Hispanic America (1945); Historia de la cultura en la América Hispánica (1947); La utopía de América; Estudios mexicanos; Antología clásica de la literatura argentina (en colaboración con Jorge Luis Borges); escribe en la Historia de la Nación Argentina, dirigida por Ricardo Levene, el capítulo «Cultura española de la Edad Media desde Alfonso el Sabio hasta los Reyes Católicos». Siempre siente atracción por los temas filológicos; lo corroboran sus trabajos sobre «El idioma español y la historia política en Santo Domingo» y el ya citado «Sobre el problema del andalucismo dialectal en América». Sabe que la lengua une a los hombres de Hispanoamérica; es la savia de su cultura y de su identidad, y a su estudio se entrega con sumo orden, sin improvisaciones ni erudición superficial. Cuando habla de su escritura, dice: «Siempre he escrito suficientemente despacio para trabajar tanto la forma como la idea. […] mi procedimiento es pensar cada frase al escribirla, y escribirla lentamente; poco es lo que corrijo después de escrito ya un artículo… En cuanto a las ideas, también es necesario pensarlas muy cuidadosamente antes de escribir; sobre todo, ninguna idea incidental enunciarla de prisa porque es incidental»[14]. José Vasconcelos Calderón asegura que su prosa conlleva «la luz y el ritmo que norman su espíritu»[15].

El doctor Bruno Rosario Candelier, director de la Academia Dominicana de la Lengua, considera que Henríquez Ureña escribe «para edificar»[16]. Creemos que este es un verbo muy significativo en la ruta intelectual del escritor, pues anhela refundar América como patria de la justicia y de los valores que sostienen la integridad moral de las personas.

A pesar de sus valiosas obras y de su hacer sin descanso —Alfonso Reyes llega a preguntarle si sigue pensando mientras duerme—, Henríquez Ureña se queja de que ha trabajado poco y de que no ha escrito lo que hubiera querido, es decir, cuentos, novelas, dramas. No publica novelas o dramas, pero sí cuentos: Los cuentos de la Nana Lupe (Universidad Autónoma de México); «Éramos cuatro…» y «El hombre que era perro», en Caras y Caretas (Buenos Aires, 8 de agosto y 9 de septiembre de 1925, respectivamente); «El peso falso» y «La sombra», en el diario La Nación (Buenos Aires, 12 de julio y 30 de agosto de 1936, respectivamente).

Es invitado por el Gobierno dominicano para ocupar la Superintendencia General de Educación de Santo Domingo y hacia fines de 1931 viaja a su patria. No obstante, continúa ligado a la Argentina, donde se le concede licencia en sus cátedras. Al año siguiente, la Universidad de Puerto Rico le otorga el título de Doctor honoris causa. Finalmente, no tolera la situación política de su país y deja su cargo. Viaja a Francia, donde su padre es ministro plenipotenciario por la República Dominicana, y regresa a Buenos Aires para reanudar sus actividades docentes. Sin duda, las horas que les consagra con generosidad a sus alumnos le impiden dar vuelo a su imaginación. Sin embargo, no siente que pierde el tiempo, pues, entre ellos, puede haber un futuro escritor. Entonces, debe acompañarlo, ayudarlo, guiarlo. Don Pedro corrige «la ignorancia», denuncia «la barbarie», compadece «la mediocridad» y odia «la demagogia»[17]. Devoto incondicional de la cultura, sabe que solo la educación salva a los pueblos. Por eso, dice: «… la sinceridad y la perseverancia de nuestra dedicación nos permitirán guiar por nuestros caminos a otros, de quienes no nos desplacería ver que con el tiempo se nos adelantasen»[18].

Nunca logra obtener cátedras titulares porque se niega a renunciar a su ciudadanía dominicana, gesto que lo enaltece. Sin duda, ese no es un obstáculo, ya que su verdadero objetivo es trabajar siempre con apasionada consagración. Como reconocimiento a su valía intelectual, el 5 de abril de 1934, la Academia Argentina de Letras lo designa académico correspondiente en representación de la República Dominicana.

Colabora con el diario La Nación y forma parte del equipo de la revista Sur, dirigida por Victoria Ocampo. Al centenario de su nacimiento, Sur le dedica el número 355 con estudios de Enrique Anderson Imbert, Ana María Barrenechea, Emilio Carilla, Raúl H. Castagnino, Emilia de Zuleta, Enrique Zuleta Álvarez y otros. Destacamos un párrafo del doctor Zuleta Álvarez: «… el brillo del cumplido esfuerzo literario ha estado permanentemente acompañado por la lección moral, por la intención de que la obra de cátedra y la página escrita estuvieran al servicio del perfeccionamiento ético y espiritual del hombre de América»[19].

Dice José Blanco Amor que ha sido «el más grande utopista que tuvo la América hispana, tierra de utopistas delirantes. […] fue utopista por vocación y por rigor de estudioso»[20]. Don Pedro cree en la cultura del esfuerzo y del sacrificio, y en los bienes que proporciona el trabajo sin pausa, sobre todo, el trabajo de saber, que es su descanso. Aspira a una «eutopía», es decir, a la construcción de un buen lugar, de un lugar mejor que los existentes, donde la riqueza material no ahogue la vida espiritual, y cree —según Enrique Anderson Imbert, uno de sus destacados alumnos— «que el ansia de perfección vale como norma tanto para la actividad cultural como para la acción política»[21]. Además, se distingue «por la rara combinación de rigor intelectual y accesibilidad al diálogo»[22]. Alfonso Reyes, quien lo llama el «testigo insobornable», dice que Henríquez Ureña enseña «a oír, a pensar», y suscita «una verdadera reforma en la cultura…»[23], y Jorge Luis Borges afirma que «su memoria era un precioso museo de las literaturas»[24]; tenía la impresión de que ya había leído todo. Sus alumnos aprenden oyéndolo conversar[25] y viven con el ejemplo constante, cotidiano, de su conducta intachable. A ellos los instruye acerca de que «el ideal de justicia está antes que el ideal de cultura: es superior el hombre apasionado de justicia al que solo aspira a su propia perfección intelectual»[26].

Continúa trabajando como profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires; en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, de la Universidad Nacional de La Plata; en el Colegio Nacional Rafael Hernández, de la Universidad de La Plata, y en el Colegio Libre de Estudios Superiores de Buenos Aires. También, con Amado Alonso, en el Instituto de Filología de la Facultad de Filosofía y Letras, donde tiene a su cargo la Biblioteca de Dialectología Hispanoamericana, y es asesor de varias editoriales, entre ellas, Losada, donde dirige la colección «Cien obras maestras de la literatura y el pensamiento universal». En 1939, Amado Alonso publica en Buenos Aires la Revista de Filología Hispánica, de la que Henríquez Ureña es asiduo colaborador.

En 1940, viaja a los Estados Unidos. En la Universidad de Harvard, dicta ocho conferencias en inglés, en la cátedra Charles Eliot Norton, en el Fogg Museum of Art. En 1945, aparecen en las Literary Currents in Hispanic America, que, en 1949, son traducidas al español por Joaquín Díez-Canedo para la editorial Fondo de Cultura Económica: «Mi propósito —dice Henríquez Ureña— ha sido seguir las corrientes relacionadas con la “busca de nuestra expresión”»[27].  Escribe al respecto Emilia de Zuleta: «Si asombra la prodigiosa erudición contenida en esta obra, más admirable aún es la originalidad y la precisión del método en cuya diacronía va integrándose, por planos sincrónicos, con los pertinentes ajustes y correcciones, la literatura peninsular»[28]. En 1941, regresa a Buenos Aires y publica sus trabajos sobre «Literatura de Santo Domingo y Puerto Rico» y «Literatura de la América Central» en la Historia universal de la literatura, dirigida por Santiago Prampolini[29]. En 1944, «dirige el primer trabajo de sociología empírica de la literatura elaborado por Dora Gumpel y Mario Muñoz Guilmar: “La literatura en los periódicos argentinos”»[30].

A pesar de desencantos y fatigas, siempre lo guía la templanza y un anhelo de armonía que vierte en cada uno de sus actos, en cada obra, en cada palabra, pero el tiempo y la vida intensa nos lo arrebatan. Le confía a Luis Alberto Sánchez que el corazón le da, a veces, ciertos malestares; «cuenta [Sánchez] que, la última vez que lo encontró, «estaba enflaquecido y pálido. Trabajaba como galeote. […]. Todo lo suyo fue a corre-vuela, siendo él, sin duda, hombre de sosiego, de ahondamiento, de comprobaciones reiteradas»»[31].

Víctima de un síncope cardíaco, don Pedro fallece el 11 de mayo de 1946 en el tren que lo lleva de Buenos Aires a La Plata para cumplir con sus obligaciones de docente universitario. El filólogo, traductor y crítico literario argentino Augusto Cortina narra de esta manera sus últimos momentos: «Eran las 15 y 15. Don Pedro llegó, como de costumbre, al minuto. Antes de sentarse a mi lado, colocó su sombrero en la repisa del tren. Me dijo: “¿Quiere que coloque el suyo?”. Y la acción siguió a la palabra. Tomó asiento tranquilamente. “¿Cómo le va?”, le pregunté. Entonces, se llevó la frente al dorso de la diestra semicerrada y se desplomó a mi lado. Lo miré sorprendido: pensaba que, antes que otras veces, se proponía dormir un rato. Advertí entonces su rostro ligeramente descompuesto. Después, por cortos momentos, un leve ronquido». Una muerte sin agonía, silenciosa, serena, abrazado a sus libros; quizá, una forma de la felicidad. Así quiso dejarnos, como cayendo en un profundo sueño. En El oro de los tigres, Jorge Luis Borges  recrea admirablemente ese instante: «En la oscuridad el sueño le dijo: Hará una cuantas noches, en una esquina de la calle Córdoba, discutiste con Borges la invocación del Anónimo Sevillano[32] Oh Muerte, ven callada como sueles venir en la saeta. […], el diálogo era profético»[33].

Es sepultado en Buenos Aires, pero, al cabo de treinta y cinco años, sus restos son repatriados a Santo Domingo (República Dominicana) e inhumados en la Iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes, junto al sepulcro de su madre[34], en el Panteón de la Patria[35].

Dice el investigador argentino Emilio Carilla que, cuando escribe sobre Henríquez Ureña, no puede imaginarlo muerto: «Para mí será siempre el seguro guía, la palabra amable, el espíritu amplio, que cumple su misión en Buenos Aires y a quien visito en cada viaje»[36]. Cuando la Universidad Nacional de La Plata decide rendir homenaje a su memoria, destaca su papel de artífice del acercamiento cultural entre la República Argentina y la República Dominicana.

Los que no lo conocimos gozamos hoy, a través de sus obras, de su prédica ejemplar, de su magisterio, de su digna erudición, de su irrenunciable vocación de servicio, que demuestra durante los veintidós años que vive en la Argentina para gloria de la cultura argentina. Coincidimos con el escritor Roy Bartholomew, alumno del maestro, en que «don Pedro nunca presidió nada»; simplemente los presidía a todos y, hoy que nos hermana, continúa presidiéndonos.

 

ALICIA MARÍA ZORRILLA

Academia Argentina de Letras

[1] Antes del fin. Memorias, Buenos Aires, Seix Barral, 1998, p. 47.

[2] <https://www.camagueycuba.org/cienpoesias/35.html> [Consulta: 11 de septiembre de 2021].

[3]  «El amigo argentino», Dos apuntes argentinos, Obra crítica, Primera reimpresión, México, Fondo de Cultura Económica, 1981, p. 301.

[4] Pedro Henríquez Ureña y la Argentina, Santo Domingo, República Dominicana, Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos, Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, 1994, p. 30.

[5] Ibidem, p. 32.

[6] Ibidem, p. 34.

[7] La utopía de América, Caracas, Biblioteca Fundación Ayacucho, 1978, p. 6.

[8] Pedro HENRÍQUEZ UREÑA, «Vida y obra de Pedro Henríquez Ureña», La utopía de América, p. 480. Destacamos entre comillas los conceptos de José Enrique Rodó.

[9] Pedro HENRÍQUEZ UREÑA, «Vida y obra de Pedro Henríquez Ureña», La utopía de América, p. 475.

[10] Citado por Roy Bartholomew en su artículo «Nuevo adiós a don Pedro», La Nación, Buenos Aires, domingo 3 de mayo de 1981.

[11] Ibidem.

[12] «Encuentros con Pedro Henríquez Ureña», Revista Iberoamericana, XXI, 1956, p. 55 (Citado por María Teresa Barbadillo de la Fuente, art. cit., p. 597).

[13] Aparecen en 1930, en la Revista de Filología Española.

[14] «Vida y obra de Pedro Henríquez Ureña», La utopía de América, ed. cit., p. 480.

[15] Ibidem, p. 481.

[16] Boletín de la Academia Argentina de Letras, Vol. LXXII, Buenos Aires, Academia Argentina de Letras, 2007, p. 495.

[17] Enrique ANDERSON IMBERT, «La filosofía de Pedro Henríquez Ureña», Sur. Pedro Henríquez Ureña 1884-1946. Centenario de su nacimiento, Buenos Aires, N.º 355, julio-diciembre de 1984, p. 19.

[18] «La cultura de las humanidades», Obra crítica, Primera reimpresión, México, Fondo de Cultura Económica, 1981, p. 597.

[19] Sur. Pedro Henríquez Ureña. 1884-1946. Centenario de su nacimiento, Buenos Aires, julio-diciembre 1984, p. 183.

[20] «Pedro Henríquez Ureña y la “magna patria”», La Prensa, Buenos Aires, domingo 8 de junio de 1980.

[21] «De la estirpe americana de los patriarcas», La Nación, Buenos Aires, 31 de mayo de 1981.

[22] Ibidem.

[23] Pasado inmediato y otros ensayos, México, El Colegio de México, 1941, p. 34.

[24] «Prólogo. Pedro Henríquez Ureña», Obra crítica, Primera reimpresión, México, Fondo de Cultura Económica, 1981, p. VIII.

[25] Le escribe a Rafael Alberto Arrieta: «Creo que voy acercándome (al menos eso procuro) a escribir en el tono de la conversación y aspiro a que mis artículos —mientras no puedan ser sustanciales— sean conversaciones con amigos» («Vida y obra de Pedro Henríquez Ureña», La utopía de América, ed. cit.,

  1. 487).

[26] Ibidem, p. 488.

[27] Las corrientes literarias en la América Hispánica, Tercera reimpresión, México, Fondo de Cultura Económica, 1969, p. 8.

[28] Sur. Pedro Henríquez Ureña. 1884-1946. Centenario de su nacimiento, ed. cit., p. 169.

[29] Rafael GUTIÉRREZ GIRARDOT, «Pedro Henríquez Ureña», Diccionario Enciclopédico de las Letras de América Latina, Caracas, Monte Ávila Editores, 1995, p. 2195.

[30] Ibidem.

[31] Citado por María Teresa Barbadillo de la Fuente, «Reencuentro con Pedro Henríquez Ureña» [en línea]. <https://cvc.cervantes.es/literatura/cauce/pdf/cauce14-15/cauce14-15_32.pdf> [Consulta:

22 de septiembre de 2021].

[32] Se refiere a la Epístola moral, atribuida a Andrés Fernández de Andrada (1575-1648).

[33] Buenos Aires, EMECÉ, 1972, p. 133. Dice Borges que él «había citado una página de De Quincey en la que se escribe que el temor de una muerte súbita fue una invención o innovación de la fe cristiana, temerosa de que el alma del hombre tuviera que comparecer bruscamente ante el Divino Tribunal, cargada de culpas» («Pedro Henríquez Ureña», Obra crítica, ed. cit., p. 9).

[34] Oscar Hermes VILLORDO (coord.), «Pedro Henríquez Ureña. Repatriación de sus restos», La Nación, Buenos Aires, 26 de octubre de 1980.

[35] La urna con sus restos mortales llevaba la Orden de Mérito de Duarte, Sánchez y Mella en el Grado de Gran Cruz Placa de Plata, que es la principal distinción concedida por el Gobierno de la República Dominicana.

[36] «Henríquez Ureña y nosotros», La Nación, Buenos Aires, agosto de 1947.

Mística de la palabra en el libro sagrado: la Biblia como logos de la creación

Por

Bruno Rosario Candelier

 

A

Gisela Hernández,

cultora de lo divino en la palabra.

Tú pones en mi corazón una alegría mayor que la del tiempo”.

(Salmos 4, 8).

 

La Biblia es el libro sagrado de la cultura judeo-cristiana. Fuero y cauce del Logos de la Creación, también es una obra literaria que podemos abordar a la luz de la palabra para apreciar las diversas manifestaciones del texto fundacional de la civilización occidental, inspiración del modelo inveterado de conducta ejemplar, que ha edificado a millones de lectores y escritores en su formación intelectual, moral, religiosa, estética y espiritual.

La Biblia contiene varios libros sagrados como obra poética, narrativa, histórica, ensayística o testimonial, lo que enriquece su naturaleza de texto religioso con mensajes divinos vertidos mediante la palabra. En tanto expresión de la energía interior de la conciencia, la palabra concita, impulsa y atiza el aliento de vida, la inspiración sagrada y el poder de creación. Y es signo, fuero y cauce del aliento superior de la conciencia trascendente.

Desde el Génesis, el libro inicial de La Biblia, se habla de la Creación del mundo, obra del Padre del Universo, de cuyo Logos primordial procede todo. “Al principio creó Dios los cielos y la tierra”, dice el primer versículo del texto sagrado; y Dios dijo: “Haya luz; y hubo luz” (Gén., 1, 3). Y luego dijo Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza…” (Gén., 1, 26). Y luego el mismo texto afirma que “Y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho”. Y luego leemos: “Formó Yahveh Dios al hombre del polvo de la tierra, y le inspiró en el rostro aliento de vida” (Gén., 2, 7).

La palabra primordial concibe, perfila y crea lo viviente: y la palabra humana, derivada del Logos primordial, plasma la onda de la intuición; encauza el aliento inspirador; y canaliza el soplo de la inspiración y la revelación. El soplo o Ruah, que tanto impacto tiene en la cosmovisión espiritual de los hebreos, está presente en la lírica de los creadores que han heredado la cultura de sus antepasados bíblicos.

En nuestra condición de criaturas hechas a imagen y semejanza del Logos primordial, fuimos creados mediante la virtud operativa de la Palabra. Con la creación del mundo, Dios creó al hombre mediante el poder creador del Verbo. Y le otorgó el don de nombrar las cosas y el poder de conocerlas, poseerlas y disfrutarlas. Y, con el don de la Vida, el Logos y el Amor, nos dio el poder de la intuición, la creación y la interpretación. La Vida, el Logos y el Amor signos son de posesión, creación y comunión con lo viviente.

Aunque el tesoro de la Biblia forma parte de la literatura hebrea, gracias a su categoría histórica, religiosa y literaria, pertenece a la literatura universal. La Biblia es el libro de la humanidad y, como libro inspirado, es la obra literaria más traducida porque ese luminoso texto proyecta la voz de Dios, la historia de la salvación y una relación trascendente de la creación, el desarrollo y la evolución humana.

La Biblia revela el sentido místico de la Creación del mundo mediante la palabra. La función esencial de la palabra que edifica, ilumina y embellece la conciencia se funda en cinco ejes de la sensibilidad y la conciencia: la clave del amor, cauce y destino de la unión consentida; la clave de la sabiduría, fuente de entendimiento y valoración de fenómenos y cosas; la clave de la belleza, dimensión sensorial que concita, emociona y entusiasma; la clave del ideal, motor que atiza la vocación creadora; y la clave de la mística, aliento que concita el desarrollo de la espiritualidad.

Al enfocar la Biblia a la luz de la literatura, podemos estudiarla como lenguaje, es decir, como expresión creadora de la palabra. El pasaje bíblico de Juan, con el que comienza el Nuevo Testamento, da la pauta orientadora. La Biblia está dividida en dos partes, el Antiguo Testamento, con el libro inicial del Génesis, y el Nuevo Testamento, que termina con el Apocalipsis.

La Biblia puede ser estudiada no solo desde un punto de vista religioso, teológico y místico, sino también desde un punto de vista cultural, lingüístico y literario por su relación con la vida, la sociedad y la cultura. Desde el punto de vista antropológico, se relaciona con el comportamiento de la vida humana; desde el punto de vista histórico, entraña hechos del pasado de la humanidad que siguen repercutiendo en el presente; y desde el punto de vista de la lengua, contiene referencias léxicas, semánticas y estilísticas. Hay pasajes históricos, geográficos, religiosos, literarios y culturales en la Biblia por lo cual puede ser abordada desde varios puntos de vista, como el psicológico, con reacciones emocionales de las personas. No solo desde la religiosidad y la teología, sino también desde la ciencia y el arte puede ser abordada la Biblia como expresión de la vida y la conciencia.

El singular texto sagrado de la Biblia revela un saber iluminado, tanto teológico, como religioso, moral y espiritual. Es decir, las diferentes disciplinas humanas hallan datos y referencias en todos los libros de la Biblia, lo mismo del antiguo que del nuevo testamento.

El antiguo testamento contiene los libros del pentateuco, historias, narraciones, profetas, salmos, cantares y sapienciales. La religión de los hebreos fue establecida por Moisés, que liberó a su pueblo de la opresión egipcia. Justamente la historia de Moisés aparece en el antiguo testamento, desde su salvación milagrosa a través de las aguas del Nilo, hasta el éxodo del pueblo hebreo, cuya creencia monoteísta viene del decálogo que Moisés recibió con la certeza de que un día alcanzaría la tierra prometida.

El nuevo testamento se inspira en la vida, la pasión y la crucifixión de Jesús. Comprende 4 evangelios, los hechos de los apóstoles, las cartas doctrinarias y el libro del Apocalipsis. El Evangelio o ‘Buena Nueva’ de la doctrina cristiana, presenta a los creyentes un Reino de gracia, amor y perdón.

En Éxodo (3, 4-13) se narra el hecho en que Moisés “escuchó una voz” que le decía “Moisés, Moisés” y, al escuchar la voz que lo llamaba por su nombre, quiso saber el nombre de quien lo apelaba, recibiendo como respuesta elusiva el tetragrama YHWH [YAVEH], que significa ‘Yo Soy’, circunloquio mediante el cual Dios oculta su nombre y mantiene el enigma de su identidad. El Tetragrámaton (YHWH, nombre de cuatro letras) refiere al que Es de cuya fuente, mediante el Verbo, recibimos la dotación de la Divinidad.

La Poética del Logos o Mística del Verbo, que exaltan los creadores de poesía, ficción y ensayo, formaliza el don de la palabra, signo, fuero y cauce del aliento divino inherente en la conciencia. De ahí el concepto originario de Heráclito de Éfeso, quien intuyera la idea de Logos, y también la genial concepción de Juan el Evangelista al sostener que la Palabra era Dios: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho” (Jn 1, 1).

El Evangelio de Juan dice que al principio existía el Verbo o Logos, que el evangelista traduce como Verbo o Palabra. Es decir, el vocablo Palabra equivale al Logos de los griegos, que significa ‘imagen’ y ‘concepto’. Al principio fluía la Palabra, y la Palabra venía de Dios, y la Palabra era Dios, es decir, en la concepción del evangelista hay una identificación entre Dios y Palabra, el Verbo emanante de la Divinidad. De esa identificación de Palabra con Divinidad se infiere que la palabra entraña un poder divino, y de ahí el nexo con la mística, que entraña el cultivo de lo divino.

La palabra es un don poderoso, una dotación cognitiva, intuitiva y creadora o, lo que es lo mismo, encarna y despliega el poder que tenemos pues con ella intuimos, pensamos, hablamos y creamos. Al principio la Biblia alude a Dios, pues afirma que mediante la Palabra existió todo, pues las cosas se hacían al pensar la palabra, porque fue a través del Verbo como Dios fue pronunciando las emanaciones que se volvían fenómenos y cosas, según el texto bíblico. La Divinidad dictó una orden y ese ordenamiento fue verbal, con un aliento espiritual que se materializa en las expresiones sensoriales y suprasensibles tras su paso por irradiaciones, mediante imágenes, destellos, aromas, ondas y susurros de lo Alto. Y dice: “Con ella existió todo; sin ella no existió cosa alguna de lo que existe” (Jn., 1, 3).

El Logos en su sentido primordial 

La primera acepción de Logos o Verbo es ‘palabra’. La palabra contiene aliento espiritual, que es la luz de la conciencia; esa luz brilla en las tinieblas, y la tiniebla no la puede extinguir. Ese concepto es la idea encarnada en la “Palabra”, razón por la cual en la Biblia el Verbo o Logos se vincula a la Divinidad. De hecho, en la literatura mística hay una tradición según la cual la palabra que conocemos y usamos los humanos es la parte divina inmersa en nuestro espíritu y que nos conecta a Dios porque se entiende que Palabra fue la dotación que Dios otorgó a los humanos dotándolos de su poder creativo, el poder de la inteligencia, el poder de la intuición y el poder de la creación.  Con las palabras nombramos las cosas, y cuando Adán comenzó a nombrar lo que sus ojos contemplaban, “puso nombre a todos los ganados, y a todas las aves del cielo, y a todas las bestias del campo…” (Gn., 2, 20).

Procuramos conocer el nombre de las cosas, y denominamos las que no están nombradas. Desde Adán los primeros hablantes comenzaron a nombrar las cosas, y hacer uso de las palabras para referir sus percepciones, intuiciones y vivencias.

Uno de los atributos más importantes que nos otorga el Logos de la conciencia es la capacidad de intuir. Podemos intuir, pensar, imaginar y crear. Ahora bien, soñar puede interpretarse como la capacidad para imaginar, pero también existe la capacidad para revelar lo que acontece en el sueño. A veces soñamos. ¿Y qué es el sueño? Una vivencia inconsciente que ocurre cuando estamos dormidos y que revela algún nivel del inconsciente, porque al otro día recordamos que soñamos. Es decir, lo que acontece en nuestra mente mientras dormimos pasa a otro nivel de la conciencia, porque después de soñado podemos recordar lo que soñamos. Entonces, el sueño es una una manifestación de la conciencia que también aparece en la Biblia. Por eso en Génesis (Gn., 2, 19,20) se alude al poder de la palabra para denominar e identificar las cosas.

Leemos en el Génesis (Gn., 6-8) donde se habla del sueño de José, y dice: “Un día tuvo José un sueño y contó el sueño a sus hermanos, y dijo José a sus hermanos: “Escuchen el sueño que he soñado: estábamos azotando gavilla en el campo, mi gavilla se levantaba y se ponía derecha, y la gavilla de ustedes la rodeaban y se postraron entre ellas”. Entonces, la interpretación de ese sueño, en ese mismo capítulo en el versículo 23, dice: “Cuando llegó José al lugar donde estaban sus hermanos, fue sujetado, le quitaron la túnica con mangas, lo tomaron y lo echaron en un pozo vacío, sin agua y se sentaron a comer. Levantando la vista vieron una caravana de ismaelitas que transportaban en camellos gomas, bálsamos y racimos de Galahad a Egipto”. Judá propuso a sus hermanos diciéndoles: “¿Qué sacamos con matar a nuestro hermano y con echar tierra sobre su sangre?” No deciden matarlo, sino venderlo y luego es conocida la historia de José por el poder que llegó a tener en Egipto y todo eso tuvo lugar en un sueño que lo relata el libro del Génesis.

Desde el punto de vista literario, la Biblia es un conjunto de libros. En griego la palabra “biblia” significa ‘libros’ en plural, porque el singular es biblíon. El significado de biblia indica que en el texto sagrado hay muchos libros en un solo texto. Todo cuanto acontece, según la Biblia, sucede para bien ya que nada sucede por azar, conforme un principio místico. La Biblia también es fuente de la mística cristiana, centrada en la vivencia del misterio divino, vertido en el nuevo testamento y en la Patrística de la Iglesia, cuyos pensadores y teólogos remiten a los primeros apóstoles, como el siguiente pasaje de san Juan evangelista, esencial para entender el sentido de la mística cristiana: “Lo que existía desde el principio, lo que oímos; lo que vieron nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos -acerca de la Palabra de vida -porque la vida se manifestó y nosotros la vimos, damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba con el Padre y se nos manifestó- lo que vimos y oímos, os lo anunciamos ahora, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y su Hijo, Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo” (I Jn. I, 1-4).

Un poder humano recibido de Dios es el sentimiento del amor y, como la Biblia habla de todo lo humano, el amor necesariamente tenía que aparecer en la Biblia. Se habla del amor humano y el amor divino. En El cantar de cantares se describe el amor humano, aun cuando los místicos le dan una interpretación sagrada valorándolo como “amor divino” o “amor místico”. Ahora bien, quien realmente describe el amor místico, el amor puro, que es el amor de los elegidos, es san Pablo en la primera carta a los Corintios. En esa carta el capítulo 13 describe lo que es la esencia del amor: “Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como campana que suena o címbalo que retiñe. Y aunque tuviera el don de hablar en nombre de Dios y conociera todos los mentirosos y toda la ciencia; y aunque mi fe fuese tan grande como trasladar montañas, si no tengo amor, nada soy. Y aunque repartiera todos mis bienes a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve”. Y da una hermosa descripción del amor espiritual: “El amor es paciente y bondadoso; no tiene envidia, ni orgullo, ni jactancia. No es grosero, ni egoísta; no se irrita ni lleva cuenta del mal; no se alegra de la injusticia, sino que encuentra su alegría en la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta. Cuando yo era niño, hablaba como un niño, razonaba como un niño; al hacerme adulto, he dejado las cosas de niño. Ahora vemos confusamente en espejo y oscuramente; entonces veremos cara a cara. Ahora conozco imperfectamente; entonces conoceré como Dios mismo me conoce (Cor., 13, 1, 12).

La palabra en la cultura bíblica

Alfred Weber, en su Historia de la cultura (México, FCE, 1965, 8va ed., p. 32) atribuye un «espíritu mágico» al rasgo cultural determinante de las altas culturas primarias, entre las que se encuentran las de Egipto y Babilonia. Esa vinculación mágica de la cultura egipcia se aprecia en el pasaje que relata el Génesis sobre el viaje de Abraham a Egipto: «Levantó Abraham sus tiendas para ir al Negueb; pero hubo un hambre en aquella tierra, y bajó a Egipto para peregrinar allí, por haber en aquella tierra gran escasez. Cuando estaba ya próximo a entrar en Egipto, dijo a Sarai, su mujer: «Mira que sé que eres mujer hermosa, y cuando te vean los egipcios dirán: ‘Es su mujer’, y me matarán a mí, y a ti te dejaran la vida; di, pues, te lo ruego, que eres mi hermana, para que así me traten bien por ti, y por amor de ti salve yo mi vida». Cuando, pues, hubo entra­do Abraham en Egipto, vieron lo egipcios que su mujer era muy hermosa; y viéndola los jefes del Faraón, se la alabaron mucho, y la mujer fue llamada al palacio del Faraón. A Abraham le trataron muy bien por amor de ella, y tuvo ovejas, ganados y asnos, siervos y siervas, burras y camellos. Pero Yahveh afligió con grandes plagas al Faraón y a su casa por Sarai la mujer de Abraham; y llamando el Faraón a Abraham, le dijo: «¿Por qué me has hecho esto? ¿Por qué no me diste a saber que era tu mujer? ¿Por qué dijiste: Es mi hermana, dando lugar a que la tomase por mujer? Ahí tienes a tu mujer; tómala y vete» (Gén 12, 9-19).

Un aspecto importante de la Biblia es el concepto del amanuense. Amanuense es quien escribe a mano lo que otro le dicta. Es decir, es un intermediario o interlocutor. Cuando alguien escribe lo que el Espíritu le dicta es también un amanuense, un amanuense del Espíritu. En la Biblia, el amanuense del Espíritu aparece en el Apocalipsis.

La palabra apocalipsis significa ‘revelación’ de lo Alto, y es el nombre del último libro de la Biblia. Ese libro da cuenta de cosas sorprendentes, misteriosas y enigmáticas mediante imágenes y símbolos de difícil interpretación. Pero, como nos ha enseñado el teólogo mocano Luis Quezada, en su esencia fluye el aliento de la esperanza. El autor es Juan el Vidente, amanuense de grandes revelaciones. En Apocalipsis 1, 9-15, leemos: “Yo, Juan, hermano vuestro, que por amor a Jesús comparto con vosotros la tribulación y a la espera paciente del Reino, me encontraba desterrado en la isla de Patmos por haber anunciado la palabra de Dios y haber dado testimonio de Jesús. Caí en éxtasis un domingo”.

El éxtasis ocurre cuando el sujeto tiene la sensación de que sale fuera de sí, y no tiene control de sus sentidos, ya que una fuerza superior lo domina. Al éxtasis también se le puede llamar rapto y arrobo. Cuando se dice “rapto del espíritu” no es que sacan al sujeto físicamente y lo llevan a otra parte, sino que experimentas la sensación de estar fuera de sí mismo, pues es una vivencia mental, espiritual, pues se trata de un fenómeno de la conciencia en el que se vive un estadio especial, un “arrobamiento de la conciencia”. El arrobamiento de la conciencia es un estado en el que el sujeto sabe lo que le está ocurriendo, pero no puede negarse a esa experiencia interior. Es el éxtasis de los sentidos. Quien experimenta el éxtasis de los sentidos tiene la sensación de que está fuera de sí, y no puede resistir la fuerza que lo domina, porque es una fuerza superior que toma control del sujeto, que está consciente de esa experiencia, pero no puede oponerse al dictamen de esa fuerza trascendente.

Santos, iluminados y místicos han experimentado el éxtasis, como san Francisco de Asís, santa Teresa de Jesús o san Juan de la Cruz, incluso gente que no son santos ni militantes religiosos. Por ejemplo, el escritor argentino Jorge Luis Borges experimentó en su vida dos momentos de éxtasis; y el poeta boricua Francisco Matos Paoli dio testimonio de que varias veces experimentó el éxtasis, esa fuerza espiritual que toma control de la sensibilidad o de la conciencia de la persona que experimenta ese estadio peculiar, ese arrobamiento de la conciencia. Entonces, Juan el Vidente, escribe: “Caí en éxtasis un domingo”. Dice que un domingo le arrebató el espíritu; es decir, experimentó el éxtasis de la conciencia. Más adelante señala: “Y oí detrás de mí una voz potente, como de trompeta que decía: -Escribe en un libro lo que veas y mándalo a estas siete iglesias: a Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea”.  Me volví para mirar de quien era la voz que me hablaba, al volverme vi siete candelabros de oro, y en medio de los candelabros una especie de figura humana que vestía larga túnica y tenía el pecho ceñido de una banda de oro”.

Esa descripción es un testimonio de quien ha experimentado el éxtasis. Mientras se vive el éxtasis nadie puede hacer nada, sino quedarse tranquilo. Normalmente el éxtasis no dura mucho tiempo, uno, dos o pocos minutos, pero nunca es largo. Algunos poetas que han experimentado el éxtasis pueden recordarlo y describirlo. Presento ese ejemplo de la descripción del éxtasis como un testimonio de lo que es un amanuense del Espíritu, como Juan el Vidente, porque lo que él escribe le fue dictado por una voz divina, no por una voz humana.

   Público: ¿Puede alguien ser arrebatado por una fuerza que no sea la del Espíritu Santo?

   BRC: Podría acontecer por la energía de una Musa, por el influjo de una potencia cósmica angelical o diabólica. Creo que puede darse esa posibilidad.

   Público: Yo tuve una extraña experiencia, pues un día me desperté y abrí un libro y lo cerré. Entonces, repentinamente, comencé a escribir y yo no sabía que estaba escribiendo. Ya tenía siete páginas escritas cuando escribí bajo esa vivencia.

   BRC: Lo que dices es diferente de la revelación, como es la inspiración. La inspiración es un soplo espiritual del sentido de fenómenos, cosas o tal vez de una energía invisible, pero el soplo espiritual de la revelación es un soplo de lo Alto, de lo divino mismo. Para los antiguos griegos el soplo de la inspiración venía de las Musas, que dictaban ese soplo, y entonces entendían que las Musas existían justamente para eso, para inspirar a los hombres. Para los creyentes y los espirituales la revelación viene de la Divinidad, pero esa revelación, que es de orden superior o divino ocurre por una gracia de Dios. La inspiración nace del recuerdo, de la formación intelectual, de vivencias soterradas en la conciencia, de lecturas que han dejado huellas en el inconsciente, de intuiciones. En cambio, la revelación es un dictado de una energía superior. En la primera carta a los Corintios, san Pablo dice: “En cuanto a los dones del Espíritu, no quiero, hermanos, que sigáis en la ignorancia. Como sabéis, cuando no erais cristianos, os dejabais arrastrar ciegamente hacia los ídolos mudos. Por eso os hago saber que nadie que hable movido por el Espíritu de Dios puede decir: “Maldito sea Jesús”. Como tampoco nadie puede decir: “Jesús es Señor”, si no está movido por el Espíritu Santo. Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo. Hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Hay diversidad de actividades, pero uno mismo es el Dios que activa todas las cosas en todos. A cada cual se le concede la manifestación de Espíritu para el bien de todos” (Cor., 12, 1-7). 

Todos los seres vivientes recibimos dones, y los humanos recibimos dones singulares. Con el don de la vida se nos da el don del Logos, que es el don del lenguaje, y con el lenguaje desarrollamos la capacidad para intuir, pensar, hablar y crear. La creatividad es el talento del pensamiento, el poder de la intuición y también el don del amor. Cada persona recibe dones especiales. Por ejemplo, el don de escribir poesía, el de interpretar o el de profetizar. San Pablo escribió: “Porque a uno le es dada por el Espíritu la palabra de sabiduría; a otro la palabra de ciencia, según el mismo Espíritu, le otorga un profundo conocimiento. Este mismo Espíritu concede a uno el don de la fe, a otro el carisma de curar enfermedades; a otro el poder de realizar milagros; a otro el don de profecía, a otros en distinguir entre espíritus falsos y verdaderos; a otro el hablar un lenguaje misterioso y a otro, en fin, el don de interpretar ese lenguaje. Todo esto lo hace el mismo y único Espíritu, que reparte a cada uno sus dones como él quiere” (I Cor., 12, 4-11).

Con el don de la palabra se aprende el lenguaje del buen decir. Otros tienen el don para distinguir inspiraciones, porque  tienen la capacidad de leer y valorar una obra literaria. Tienen el don de la lengua quienes pueden hablar varios idiomas. Todo eso lo reparte el Espíritu dando a cada uno lo que a Él le plazca. Cada uno ha de descubrir el don que recibió, y valorarlo y plasmarlo en obras.

El don de la escritura es un don muy valioso, pues el que escribe, el que hace literatura, el que compone poesía, cuentos, novelas, teatro, crítica literaria o ensayo, tiene el don de la palabra y de la creación y, en tal virtud, tiene las condiciones intelectuales para cultivar ese don. Es importante tener conciencia de los dones y las cosas. En el Libro de la sabiduría, que se atribuye a Salomón, hay sabias reflexiones. ¿Alguien sabe que significa sabiduría?

   Público: El deleite de la palabra de Dios.

   BRC: Esa es una hermosa interpretación. Sabiduría no es sinónimo de inteligencia, ni de conocimiento, ni de información. Es un saber que logran algunos seres humanos para vivir la vida con un sentido espiritual. ¿Qué se necesita para acercarse a la sabiduría?

   Público: Si buscamos el término bíblico, sabiduría viene de saborear, pero saborear en el Espíritu, porque puede ser que se hable del deleite de la palabra. Cuando se dice “saborear en Espíritu” tiene que ver con la fruición de la conciencia.

   BRC: Así es. La fruición es el deleite del espíritu, y el espíritu se deleita con las cosas que generan una enseñanza profunda, una verdad de vida o un saber que eleva y edifica la conciencia, lo que se consigue por la intuición. Las personas sabias son intuitivas, amorosas, cultores del espíritu. La intuición es un foco de la mente con el cual alumbramos la realidad y conocemos la realidad para nutrir la mente. La intuición es el más alto poder de la conciencia. A la intuición se deben los conocimientos científicos, artísticos, filosóficos, teológicos y humanísticos. El saber de la espiritualidad y los conocimientos profundos que ha alcanzado la humanidad se deben a la intuición y a la revelación. Hay personas con una intuición muy refinada, aun cuando no hayan leído. Tienen un conocimiento de la realidad, una actitud serena ante la vida, una visión luminosa de lo viviente y una sabiduría. Ese conocimiento es espiritual, no es un conocimiento intelectual, ni imaginativo, ni especulativo. La intuición penetra en la esencia de las cosas, porque con los sentidos físicos tenemos contacto con la realidad sensorial, que es la dimensión material que percibimos de las cosas. Percibimos los datos sensoriales de las cosas con los sentidos físicos, pero el conocimiento profundo lo dan los sentidos espirituales. Los sentidos espirituales son los sentidos interiores, como la intuición, la memoria, la imaginación, el sentido común y la estimativa. La función primordial de la intuición, que nos proporciona el conocimiento profundo que genera sabiduría.

En el Eclesiastés leemos: “Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: su tiempo de nacer, y su tiempo de morir; su tiempo de plantar, y de cosechar… Su tiempo de llorar, y su tiempo de reír; su tiempo de lamentarse, y su tiempo de danzar.Su tiempo de lanzar piedras, y su tiempo de recogerlas; su tiempo de abrazarse y su tiempo de separarse” (Ecl. 3, 1-5).

Las parábolas constituyen un procedimiento del lenguaje bíblico para comunicar una enseñanza, como lo hacía Jesús para adoctrinar a sus discípulos. Una parábola es una comparación de una cosa con otra mediante el lenguaje para deducir una enseñanza y un aprendizaje.

   Público: Como la parábola del hijo pródigo. Su moraleja enseña que no debemos menospreciar los bienes, porque el dispendio trae pobreza y humillación y remordimiento de conciencia.

   BRC: La Biblia contiene enseñanzas para aprender a vivir. Jesús hablaba en parábola para dar a entender su mensaje moral y espiritual. Los místicos dicen que las vivencias espirituales de la experiencia extática son inefables porque acontece en un nivel interno de la conciencia y en un estadio sublime del espíritu. Quienes viven esa experiencia se valen de símbolos para comunicar esa experiencia. Por eso los místicos, como los autores de los textos bíblicos, resolvieron el misterio de lo indecible mediante la invención de los símbolos. En la II Carta a los Corintios, Pablo habla de palabras inefables: “¿Hay que seguir presumiendo? Aunque es del todo inútil, me referiré a las visiones y revelaciones del Señor. Conozco a un cristiano que hace catorce años -si fue en cuerpo o sin cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe- fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y me consta que ese hombre fue arrebatado al paraíso, y oyó palabras inefables que el hombre no puede expresar. De ese hombre presumiré porque en cuanto a mí solo presumiré de mis flaquezas (II Cor., 12, 1-5).

 

Los indefinidos y sus funciones

Por Tobías  Rodríguez Molina         

 

En español no todas las palabras expresan su sentido o valor de forma idéntica. Por ejemplo, los sustantivos, los adjetivos, los verbos y los adverbios expresan su significación o sentido de manera precisa, determinada. Por eso al decir carro, rojo, brillar,  bien y mal captamos de manera precisa el significado de cada una de esas palabras, por lo cual podríamos decir que son palabras con su significación bien definida, bien precisa, bien determinada. Sin embargo existen otras palabras que no se comportan de igual manera, y esas palabras son las llamadas indefinidas, que podemos definir como que  “son   palabras que indican una cantidad  o identidad de manera indeterminada o imprecisa.” (español.lingolia.com)

Ejemplos de palabras indefinidas son algo, alguno, varios, nadie, otro, poco, mucho, bastante, medio, demasiado, suficiente.

Como hemos visto y veremos más adelante, estas palabras son bastante numerosas en nuestro idioma español y algunas admiten variaciones de género y número, mientras que otras solo pueden usarse en singular o en plural o no tienen una variante en femenino.

Cuando los indefinidos acompañan a un sustantivo indicando cantidad, en ese caso sufre las variaciones de género y número, y por igual sufrirá esas variaciones si no acompaña al sustantivo pero hace referencia a él con la función de pronombre.

Pongamos ejemplos de indefinidos con función de adjetivo concordando en género y número:

  1. Muchos muchachos llegaron cansados.
  2. Muchas muchachas llegaron cansadas.

En el caso a), muchos es el indefinido concordando en género y número con muchachos, y en el b), muchas concuerda con muchachas también en género y número.

Veamos indefinidos funcionando como pronombres:

  1. Algunos (adjetivo) muchachos llegaron cansados y otros (pronombre) hambrientos.
  2. Algunas (adjetivo) muchachas llegaron cansadas y otras (pronombre) hambrientas.

Como se puede notar “otros” se refiere a muchachos, y “otras” se refiere a muchachas en su función de pronombres y, por lo tanto, son variables

Ahora bien, si el indefinido acompaña a un adjetivo o a un adverbio, no sufre cambios de género y número, ya que funciona, en ambos casos, como adverbio  y el adverbio  es invariable.

Ejemplos:

1.a) Él es medio torpe.

b) Ellos son medio torpes.

2.a) Ella es bastante inteligente.

b) Ellas son bastante inteligentes.

Vieron que medio y bastante acompaña a torpes e inteligentes, respectivamente, los cuales son adjetivos; por eso esos dos indefinidos se mantuvieron invariables.

Veamos el indefinido acompañando a un adverbio.

  1. Él llegó bastante bien.
  2. Ellas llegaron bastante bien.

Como pudieron observar,  en esos dos últimos dos ejemplos, bastante acompaña al adverbio bien, manteniéndose por lo mismo en forma invariable.

Vamos a ver ejemplos de indefinidos que pueden variar:

Algún-alguno-alguna-algunos-algunas. (Algunos almacenes están vacíos.)

Otro-otra-otros-otras (Tú tienes otras camisas blancas.)

Mucho-mucha-muchos-muchas (Él tiene muchos pantalones en su armario.)

Demasiado-demasiada-demasiados-demasiadas (Aquí hay demasiadas personas.)

Cierto-cierta-ciertos-ciertas (Llegaste con cierto cansancio.)

Tanto-tanta-tantos-tantas (Él nunca tuvo tantas monedas como ahora.)

 

Veamos indefinidos que solo varían en número:

Bastante-bastantes (Comiste bastantes manzanas.)

Suficiente-suficientes (Trajo suficientes deseos de servir.)

Cualquier-cualesquiera (Ella va a leer cualquier novela.)

Quienquiera-quienesquiera (Él vendrá con quienesquiera venir.)

 

Fijémonos en indefinidos que solo varían en género:

Varios-varias (Pasó en aquel lugar varias noches.)

Ningún-ninguno-ninguna (No llegó ninguna mujer con Luis.)

 

Véase la lista de indefinidos que son totalmente invariables:

Alguien (Alguien se lo dijo a ella.)

Algo (Debiste haber comido algo antes de venir a trabajar.)

Más (Doce es más que diez.)

Menos (En Cuba hace menos frío que en Rusia.)

Nada (No le dijo nada de lo que yo le dije.)

Nadie (A nadie le dijo lo que sabía.)

Cada (Cada cosa debe estar en su sitio.)

Al conocer  la gran variedad de contextos en los que pueden aparecer los indefinidos, y que del contexto en que aparecen puede, en muchos casos, depender su variación o no, debemos estar atentos al contexto en que aparecen los mismos  para no cometer desaciertos en su empleo. En esos contextos desempeñan las  diferentes funciones de adjetivo, pronombre o adverbio.

 

La concordancia en los colectivos y otros casos

Por Tobías Rodríguez Molina

 

Uno de los medios gramaticales de relación interna en la oración es la concordancia, la cual constituye un elemento de rección porque las condiciones en que se verifica no son iguales para los miembros en que se da la concordancia. Eso quiere decir que uno de ellos impone la concordancia a la que tiene que someterse el de inferior jerarquía sintáctica. Por ejemplo, el sustantivo, como categoría superior al adjetivo, le impone a este los morfemas de género y número. Y lo mismo sucede con otras palabras que estén en concordancia.

Es evidente que existen unas leyes o reglas gramaticales que rigen la concordancia. Esas leyes resultan de las relaciones que se dan entre las diferentes categorías gramaticales.

A partir de aquí se puede definir la concordancia como la igualdad de género y número entre el sustantivo y sus modificadores (con excepción del complemento), y la igualdad de número y persona entre el verbo y su sujeto.

Ahora bien, esas leyes generales de la concordancia no se aplican en todos los casos, uno de los cuales es el de los nombres colectivos y otros casos a los  que suele llamárseles casos especiales de concordancia. En esos casos  se suele dar, con mayor frecuencia, la concordancia de sentido, en vez de la concordancia gramatical.

Pero antes de  continuar creemos  conveniente ofrecer una  definición de los nombres colectivos; veamos la siguiente:

“El nombre colectivo o sustantivo colectivo es el sustantivo que en singular expresa una colección o agrupación de objetos, animales o personas semejantes, en contraposición a los nombres individuales, (p. ej., alumnado es un nombre colectivo, mientras que alumno es individual).” (Wikipedia). Los siguientes son algunos ejemplos de nombres colectivos:

Avispero (conjunto de avispas); equipo (conjunto de personas que juegan en grupo); cardumen (conjunto de peces); enjambre (conjunto de abejas); gente (conjunto de personas); tropa (conjunto de soldados).

Veamos a continuación algunos de los casos de empleo más frecuente de los colectivos:

  1. Cuando el nombre es colectivo y va seguido del complemento en plural, el cual especifica ese nombre colectivo, el verbo puede ir en plural o en singular. Véanse los siguientes ejemplos:

La tropa de soldados  llegaron  muy cansados. (En este caso la concordancia se ha hecho con el complemento “de soldados”).

La tropa de soldados llegó muy cansada. (Aquí se hizo la concordancia con “la tropa”).

Pero si no va seguido del complemento, es preferible emplear el verbo en singular. Observe este ejemplo:

La tropa llegó muy cansada.

 

  1. Siguiendo con los nombres colectivos, cabe añadir que sustantivos como “mitad”, “parte”, “resto” y otros semejantes, aplicados a un conjunto de individuos, presentan la posibilidad de la concordancia en singular o plural. Veamos los siguientes ejemplos.

La mitad de los tripulantes evitaron la desgracia.

La mitad de los tripulantes evitó la desgracia.

 

  1. Si las palabras que acompañan al colectivo no aumentan la idea de pluralidad, sino que, por el contrario, la disminuyen, la concordancia en plural parece difícil o imposible. Mediante los siguientes ejemplos, se puede constatar lo que se acaba de decir:

La muchedumbre, conmovida por el hecho, lloró amargamente.

Aquel grupo, entre todos los miembros, había provocado esa situación.

  1. Si las palabras que acompañan al colectivo aumentan la idea de pluralidad, la concordancia en plural parece más factible o posible. Véase el siguiente ejemplo.

Aquel grupo de asistentes, preocupados por lo que estaba pasando, salieron despavoridos del salón.

Pasaremos a continuación a ver  otros casos de concordancia.

  1. El autor de una obra puede emplear la primera persona del plural, al cual se le llama el plural de  modestia. Observe  este  ejemplo:

Nosotros creemos (opinamos) que eso es algo injusto.

  1. Dos o más sustantivos pueden considerarse como una unidad  y concertar en singular. Véase el siguiente ejemplo:

La entrada y salida de aviones fue suspendida.

Pero si a cada sustantivo se le antepone el artículo, se impone la forma plural. Vea este ejemplo:

La entrada y la salida de aviones fueron suspendidas.

  1. Los sustantivos femeninos que empiezan con “a tónica” van precedidos por artículos masculinos (el, un) cuando se usan en singular. Fíjese  en los  ejemplos siguientes:

Tiene el (un) alma de ángel.

El (Un) águila vuela alto, muy alto.

Pero cuando el sustantivo  va acompañado de demostrativos, se emplea el femenino. Vea los próximos ejemplos:

Esa alma que tienes es pura, limpia, celestial.

Esta águila surcó los cielos de la montaña.

  1. Si un adjetivo va detrás de dos o más sustantivos y se refiere a ambos, concuerda con ellos    en plural. Pero si se refiere solo al último, concuerda con este. Observe los ejemplos referentes a este caso:

El muchacho y la muchacha, asustados, salieron corriendo. (Hay que tener en cuenta que si hay un sustantivo masculino, el adjetivo concuerda en género con el masculino).

Estudió geografía y gramática española. (Solo estudió gramática española, no geografía española).

  1. Hay casos en que un adjetivo debe aparecer en masculino aunque el referente sea femenino.    Vea ejemplos de este caso:

Tu criatura (femenino) está precioso,  rosado, frondoso (adjetivos masculinos por tratarse de un niño).

Su majestad (femenino) llego contento (masculino porque  se trata del rey).

  1. En oraciones con el verbo ser, como las siguientes, se emplea el verbo complementario en plural. Fijarse  bien en  los ejemplos:

Yo soy de los que defienden tu derecho a la protesta pacífica.

Tú eres de las que trabajan con entusiasmo.

Como se ha podido observar por los variados casos presentados, el sentido se impone normalmente por encima del valor gramatical tanto en la relación sustantivo y adjetivo, así como también en la relación sujeto y verbo. Además, hay casos en que se sugiere un tipo de concordancia, dejando al gusto o subjetividad del usuario el empleo de una o de la  otra. Espero contribuir a que empleemos  de la forma debida los  colectivos y los demás casos  de concordancia cuando   aparezcan en los  escritos que produzcamos.

Buhonero, complejo, alcaide/alcalde

Por Roberto E. Guzmán

 BUHONERO

“Para muchos BUHONEROS de la avenida Duarte. . .”

La idea que se tenía acerca del buhonero ha cambiado con el transcurso del tiempo. En principio el buhonero era un vendedor ambulante que se trasladaba de un lugar a otro con sus mercancías. Se le tenía por persona que alababa en exceso el valor de su mercancía, que exageraba la cualidad de sus productos.

En algún momento el buhonero iba a la “plaza del mercado” de los poblados. Para las personas que vivían en poblados alejados de establecimientos comerciales era conveniente comprar del buhonero porque eso les evitaba el penoso viaje por caminos muchas veces difíciles.

Este comerciante al por menor traficaba con productos menores, pequeños y baratos que podían ser adquiridos por los residentes de las zonas rurales. Más adelante en la historia una vez que el buhonero dominicano fijó un punto para sus ventas, aunque fuera al aire libre, dejó de ser ambulante y se especializó en las baratijas. En periódicos dominicanos del siglo XIX se mencionaban estos vendedores ambulantes y se entendía en esos años que esa actividad era una de las favoritas de los inmigrantes de origen sirio, libanés, palestino, inmigrantes conocidos en toda América con el gentilicio de turcos.

Un fenómeno que se ha producido en la circulación de los artículos que comerciaban los buhoneros es que se han “establecido”. Esto es, se han fijado en mercados de pulgas donde venden objetos nuevos, usados y chucherías.

El Diccionario de la lengua española en la segunda acepción para la palabra del título asienta que buhonero es “vendedor ambulante” en República Dominicana y Venezuela. Esto ya no es parte de la realidad dominicana. Los vendedores ambulantes que existen en República Dominicana, son los que negocian con alimentos perecederos. Vale que uno se pregunte si todavía quedan buhoneros que visitan las recónditas zonas rurales del país dominicano.

Los vendedores ambulantes en la actualidad se transportan en motonetas, camionetas, camioncitos, motocicletas y otros tipos de vehículos; hasta el caballo ha sido desechado. En lugar de pregonar sus mercancías a viva voz, lo hacen por medio de altavoces.

El buhonero dominicano pasó a través de varias etapas, quizás vicisitudes. En la edición del Diccionario de la lengua española de 1992 no aparece mención de República Dominicana, ni de Venezuela para el vendedor ambulante o de baratijas. En la edición de ese diccionario del año 2001 viene la mención de Venezuela. Hubo que esperar hasta la edición de 2014 para ver incluida la República Dominicana. Como puede comprobarse por los años citados de las ediciones, hubo que esperar pacientemente para que se hiciese lugar al uso dominicano de la palabra buhonero. Este largo período de espera hay que tomarlo como parte de la cautela que observan las autoridades que cuidan de la lengua general.

 

COMPLEJO

“Mi experiencia como observador y quizás algún COMPLEJO de psiquiatra. . .”

Hay palabras que cobran importancia en el idioma; o, que se introducen en el habla y se hacen importantes, comunes. Algunas veces esas palabras han estado presentes desde largo tiempo en el lenguaje, pero algún acontecimiento le imprime o devuelve notoriedad.

El vocablo del título entró en el habla culta en República Dominicana en la década de los años sesenta del siglo XX. Como sucede con frecuencia en el lenguaje, al popularizarse el vocablo halló espacio en el habla de todos los días; es decir, no solo en el dominio de la esfera culta de hablantes.

Aparejado con esta popularidad el vocablo adquirió una connotación negativa. En esa etapa fue el adjetivo acomplejado el que sirvió para explicar el comportamiento social de muchas personas, especialmente en la actividad política. En esos momentos se usaba el adjetivo para interpretar el inesperado e inexplicable comportamiento político de algunas personas distinto al propio.

Cuando el vocablo complejo entró en el español indicaba acerca de las cosas compuestas de elementos diversos. Más adelante sirvió para referirse a lo complicado. Así anduvo por los meandros del lenguaje hasta que la psicología se apoderó del término.

En psicología se ha adoptado el término para designar el, “Conjunto de ideas, emociones y tendencias generalmente reprimidas y asociadas a experiencias del sujeto, que perturban su comportamiento”. Diccionario de la lengua española de la Asociación de Academias de la Lengua Española.

Este término ha llegado a tener connotaciones patológicas como consecuencia de su amplio uso entre psicoanalistas y psiquiatras para caracterizar el conjunto de ideas e impulsos que entran en conflicto con otros aspectos de la personalidad. No obstante, este concepto no implica necesariamente anormalidad y puede usarse para caracterizar asociaciones de deseos, impulsos y sentimientos que ocurren en personas normales.

En la cita se usa el término complejo para significar “creerse”. Esto así cuando se hace seguir por un sustantivo precedido del nombre de una profesión. Con esto se expresa que la persona que de este modo se caracteriza “se considera, piensa o supone” que es eso que se designa con el sustantivo. El que se utilice de esta manera no conlleva por necesidad un tono crítico o negativo.

 

ALCAIDE – ALCALDE

“. . . ALCALDE de la referida cárcel”.

Con el auxilio de esta sección se tratará de dejar bien establecida la diferencia entre las funciones de las personas que desempeñan estas dos posiciones, el alcaide y el alcalde.

El amigo chusco sugirió que desde el principio deje claro que el alcaide no es un alcalde de una ciudad de la región del Cibao de la República Dominicana. Durante largo tiempo al alcalde de las ciudades en República Dominicana se denominó síndico. Quizás una de las razones para proceder de este modo era evitar tener que usar la palabra alcalde, por la proximidad fonética que esta guarda con el director del establecimiento penitenciario.

Los dos vocablos proceden del árabe, eso tienen en común. El alcaide entró a tempranas horas en el idioma que terminó por llamarse español. También pasó con la misma grafía al portugués; con una letra /i/ llegó al catalán.

El alcalde no fue más que un juez hasta la Edad Media, época en la que se le sumaron las atribuciones municipales que al final predominaron.

Lo que ha de retenerse con respecto a alcaide, el de la entrometida letra /i/ es que designa a la persona encargada del gobierno de una cárcel.

El alcalde es el del ayuntamiento, el que ejecuta los acuerdos que toma esa corporación.

 

En torno al gentilicio de la provincia y municipio de San Cristóbal

Por Domingo Caba Ramos

 

  1. Consideraciones generales acerca de los gentilicios 

Gentilicio, desde el punto de vista etimológico y según el Diccionario de la lengua española, es un vocablo que procede   de la voz latina “gentilicius” y esta de “gentīlis”, que significa «que pertenece a una misma nación o a un mismo linaje»

En su sentido profundo, se define como la palabra (adjetivo o sustantivo) que designa la nacionalidad, raza y procedencia geográfica o lugar de origen de una persona. Por esa razón, aunque existen otras causas que lo originan (históricas, culturales, usos coloquiales…), en la mayoría de los casos, los gentilicios derivan del topónimo (nombre de lugar) a que hacen referencia: dominicano, de República Dominicana; nicaragüense, de Nicaragua; panameño, de Panamá; argentino, de Argentina; habanero, de La Habana, etc. Esto significa que casi siempre el gentilicio es inseparable del topónimo del cual procede. Cuando así ocurre, por convención o acto espontáneo de los hablantes, en español, por lo general, los gentilicios se forman mediante el procedimiento morfológico consistente en agregar sufijos a la raíz o base léxica del topónimo. Entre los  más comunes sufijos utilizados al respecto merecen citarse : en se (estadounid – ense) ; eño (capital – eño ) ; ero(barranquill – ero ); ino (argent – ino) ; ano (dominic–ano ) y és (franc -és).

De lo antes expresado se infiere que para la conformación de los gentilicios no existen normas académicas que establezcan cómo llamar a los nativos de un lugar. Esas voces distintivas, la comunidad lingüística las crea, las asume y utiliza como sello de identidad, y es el uso colectivo que los hablantes lo que define su validez. Al no depender de reglas fijas, en su caso tampoco rige el criterio de corrección, vale decir, en lugar de usos correctos o incorrectos, cuando de los gentilicios se trata, lo preferible sería hablar de validez o no validez. 

Esa pertinencia o validez está determinada, no por su mayor o menor sujeción a una regla gramatical, sino por el peso de la costumbre, de la convención y permanente presencia en el uso cotidiano de la lengua. En tal virtud, deberán considerarse válidos o representativos todos aquellos gentilicios que, como antes se planteó, la comunidad o una  parte significativa de ella los haya adoptado como tales por la fuerza de la costumbre; pero muy especialmente, los que han sido impuestos por la mayoría de los hablantes de esa comunidad. Al margen de esta consideración, sin embargo, es muy común que se apele a la autoridad oal criterio académico para atribuirle valor a un gentilicio, considerándolo o no correcto en virtud de lo que acerca de su significado establezca en su diccionario la Real Academia Española (RAE).

Conforme al juicio precedente, conviene aclarar que si bien son muchos los gentilicios que aparecen consignados como entradas en el diccionario académico, ello se debe a que la RAE los recoge del habla viva en un determinado momento (sincronía ) y los registra en dicho lexicón, más con intención  descriptiva que prescriptiva. De ahí que aparezcan en este, voces gentilicias, “santiaguense/santiagués” y “sancristobero”, por ejemplos, cuyos usos generalizados nose corresponden con la realidad lexicográfica oel auténtico sello de identidad del lugar sobre el cual versan:

Santiago de los Caballeros y San Cristóbal, República Dominicana, toda vez que los hablantes de estas demarcaciones, en su mayoría, se identifican como “santiagueros” y “sancristobalenses”, respectivamente, y no como “santiaguense” y “sancristobero”. Escasamente a un nacido en el municipio de Santiago de los Caballeros se le escuche usar el término “santiaguense” y mucho menos “santiagués”.

En la aceptación y difusión de las voces gentilicias, en ocasiones, al margen de la realidad, prima lo subjetivo, las preferencias y el punto de vista particular del hablante. A tono con este planteo, para identificar a los naturales de un determinado espacio geográfico, se prestigia el uso de una de esas voces, no en virtud de su alta frecuencia en los actos habituales del habla, sino motivado por el deseo de que sea esta el gentilicio que mejor lo represente. Fue lo que sucedió, por ejemplo, con el el destacado abogado y genealogista, doctor Julio Genaro Campillo Pérez (1922/2001), quien hasta la hora de su muerte defendió la tesis de que el nombre que debía utilizarse para nombrar a los nacidos en  la ciudad de Santiago de los Caballeros debía ser “santiaguense” y no “santiaguero” ni “santiagués”, ante las circunstancias, según su justificación, de que estos dos últimos, «ya han sido consagrados para otras ciudades con el mismo nombre de Santiago». Así lo prefería el afamado historiador, a pesar de que la realidad lingüística siempre ha demostrado que en este municipio, como ya se señaló, muy pocos de sus habitantes emplean el término “santiaguense”.

 

Nada genera más confusión, duda, polémica y vacilación que el uso de las voces gentilicias.  Esto quizás se deba a que en muchos casos, una parte considerable de los comunitarios no saben por cuál de esas voces   decidirse, si por la que aparece registrada en el Diccionario de la lengua española o por la que cotidianamente se oye en boca de los hablantes.

Ocurre también que a un mismo lugar se le asignan denominaciones distintas, formadas por sufijos diferentes : santiaguero , santiagués y santiaguense (Santiago) ; bonaense , bonaero (Bonao) .Y lo mismo sucede con el municipio y provincia de San Cristóbal, cuyo habitantes se auto denominan sancristobalense (mayoritariamente ), sancristobero y sancristobaleño, como consta en el Diccionario del español dominicano ( 2013 : 622-23 ),  en el cual estos tres gentilicios se definen estos de la misma forma : « Referido a persona, natural de San Cristóbal, municipio de la provincia del mismo nombre».

Existen también sustantivos que designan ciudades o regiones del mismo nombre en países diferentes, pero con  gentilicios distintos, formados por sufijos también distintos : Santiago  (de Chile ), santiaguino ; Santiago (de Cuba ) santiaguero ; Santiago(de Compostela, santiagués; Santiago  (del Estero, Argentina ), santiagueño ; Santiago  (de los Caballeros ) , santiaguero, santiaguense y santiagués ); San Cristóbal(Venezuela), sancristobalense ; San Cristóbal (República Dominicana), sancritobalense, sancristobero y sancristobaleño.

 

  1. ¿Sancristobero o sancristobalense?

Acerca de los términos “sancristobero” y “sancristobalense” se lee en el Diccionario de la RAE (DRAE) lo siguiente:

 

  1. «Sancristobero- Natural de San Cristóbal, localidad o provincia de la República Dominicana Cristóbal, localidado provincia de la República Dominicana»
  2. «Sancristobalense- Natural de San Cristóbal, capital del estado de Táchira, en Venezuela. …»

 

No registra el DRAE la voz “sancristobaleño”, el cual sí consta, como antes se estableció, en el Diccionario del español dominicano. Sin embargo, las evidencias léxicas parecen demostrar que el gentilicio dominante o generalizado, empleado por los habitantes de San Cristóbal, para identificarse como nativos de esa sureña ciudad dominicana, es sancristobalense, no sancristobero, como se lee en el diccionario académico, y mucho menos sancristobaleño.

En una breve encuesta aplicada vía telefónica (junio 2021) por el autor del presente ensayo a veinte personas nacidas y residentes en el municipio de San Cristóbal, se les solicitó que seleccionaran el nombre o gentilicio (“sancristobero”, “sancristobalense” o“sancristobaleño”) por ellas utilizado para referirse a los habitantes de su pueblo. El resultado fue como sigue:2 (10%) respondieron “sancristobero”,18 (90%) seleccionaron “sancristobalense” y 0 (0%) “sancristobaleño”. En lo que respecta a este último, el 100% de los encuestados coincidió en afirmar que nunca lo habían escuchado.

Para la realización de dicha encuesta, solo se tomó en cuenta, como criterio relevante, el que la persona encuestada fuera nativa de San Cristóbal; pues para el fin que se perseguía, desde el punto de vista científico, tan válida era la respuesta de un iletrado como la del más iluminado intelectual, esto es, el grado académico de los encuestados ningún mérito le restaba a la encuesta.

Pero no solo los resultados de la encuesta. La relevancia del gentilicio “sancristobalense” también se pone de manifiesto en los textos periodísticos publicados en los diarios que se editan en esa zona (San Cristóbal) o por comunicadores oriundos de aquí, aun cuando en ocasiones existe la tendencia a vacilar en el uso de los términos “sancristobalense” y “sancristobero”, originando que de manera alternativa ambos gentilicios se empleen como sinónimos en un mismo texto. A tono con lo planteado en las primeras líneas del presente párrafo, en los medios se pueden leer textos como los que a continuación se transcriben: 

  • «El alcalde Nelson Guillénrecibió en su despacho al velocista “sancristobalense” Yancarlos Martínez, oriundo de la comunidad de Santa María…» (Ayuntamiento de San Cristóbal, 13/8/2019 )
  • «Durante dos horas, un centenar de “sancristobalenses” escuchó a cinco compueblanos analizar distintos aspectos de la historia moderna del poblado sureño… Pérez destacó la gran cantidad de “sancristobalenses” que han tenido rango de importancia en el Estado y en los poderes de República Dominicana» ( José Pimentel Muñoz, El Nacional, 3/4/2014 ) 
  • «Los “sancristobalenses” no cumplen la cuarentena dispuesta por el gobierno» (El Guardián, SC, 31/3/2020) 
  • «San Cristóbal Tours realiza con éxito recital navideño en apoyo de artistas “sancristobalenses” (http://Espaciodigitalrd.com) 

Pero a pesar de la recurrente presencia del término “sancristobalense” en las notas precedentes, la vacilación en la cual se incurre al utilizar el gentilicio de San Cristóbal, resulta perceptible hasta en los escritos de   veteranos periodistas y escritores nativos de esta comunidad. José Pimentel Muñoz, por ejemplo, en uno de los párrafos antes transcritos, parte de un artículo dado a la luz pública en el vespertino El Nacional en la fecha indicada, utilizó dos veces la voz sancristobalense, mas emplea “sancristoberos” en el título de otro texto suyo(«Solo para sancristoberos»), publicado en el diario digital de cuya dirección forma parte(Almomento.Net, 3/4/2020) 

Igual vacilación se aprecia en un artículo en el que no obstante ser el sustantivo «sancristobalense» parte del título Un gran sancristobalense: doctor Domingo Rojas Nina»), en el primer párrafo de su desarrollo, su autor, oriundo de San Cristóbal, utiliza dos veces el vocablo sancristobero. (http://miguelinr.blogspot.com ,31/12/2010)

Y lo mismo ocurre en el reporte «Mangos banilejos con sabor sancristobero» (Sacristobero.com, 2/2/2017), en cuyo desarrollo aparece cuatro veces la voz “sancristobalenses” y ni una vez el adjetivo «sancristobero» 

En fin, si bien es cierto que a la luz de las evidencias o realidad léxico semántica se aprecia que en el habla de  la mayoría de los moradores de la provincia y municipio de San Cristóbal prima el uso del  gentilicio “sancristobalense” sobre” sancristobero” para denominar a los nativos  de esta zona, no menos cierto es que una franja importante de los nacidos en  esta población muestra inseguridad acerca de cuál de las dos voces  utilizar, inseguridad que, como hemos intentado demostrar, los  conduce  a vacilar o emplear una y otra voz en un mismo contexto o en contextos diferentes.

 

Diario Libre

9/7/2021 

EL VIAJE DE LA LENGUA O «LA OTRA HAZAÑA DE COLÓN»

(Consideraciones sobre el español de América)

 

A mi maestro Celso Benavides – In Memoriam –

“Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras”
(Pablo Neruda)

El 3 de agosto de 1492, un grupo de expedicionarios españoles, representando a los Reyes Católicos y comandados por Cristóbal Colón ( 1451 – 1506 ), partieron del puerto Palos de Moguer, iniciando así un largo viaje cuyos propósitos originales nada tenían que ver con el descubrimiento, conquista y colonización de un nuevo mundo. La expedición, llevada a cabo en tres naves, llegó a una isla del Mar Caribe llamada Guanahaní, el 12 de octubre de 1492, materializándose de esa manera uno de los acontecimientos de mayor trascendencia en la historia de la humanidad: el descubrimiento de América, considerado por Francisco López de Gómera, como “La mayor cosa después de la criación del mundo, sacando la encarnación y muerte del que lo crio…”

Pero aparte de ese extraordinario acontecimiento histórico, Colón, sin proponérselo,   paralelamente llevó a cabo otra empresa de no menos importancia : expandir el castellano por el Nuevo Mundo descubierto y a la que el destacado investigador cubano,  José Juan Arom (Cuba, 1910 – 2007), llamaría siglos después :“La otra hazaña de Colón”

Esa “otra hazaña …”, al decir del  citado profesor, ensayista y laureado escritor cubano,  consistió en llevar la lengua española a las nuevas tierras descubiertas. De ahí que considere, con sobradas razones, que la travesía del veterano y aventurero marinero de origen italiano, más que el viaje del descubrimiento fue “el viaje de la lengua”. La famosa gesta colombina, además de ponernos en contacto con un nuevo espacio geográfico, dio lugar al nacimiento de una nueva lengua, de un nuevo código lingüístico: el español de América.

 
Esta variante dialectal, al decir del respetado maestro y brillante lingüista dominicano, doctor Celso Benavides (1929 -2012),«comenzó a formarse a partir de 1492 en que se produjo el descubrimiento. Es el resultado de la colonización; una mezcla del español con las lenguas aborígenes del continente y en algunos casos con algunas lenguas africanas. Coincide con aquel – aclara Benavides – en todos los rasgos centrales del castellano, pero se aparta de él, en cada pueblo, en los rasgos marginales y no pertinentes para la uniformidad…» (Fundamentos de historia de la lengua española, 1986, p.272)

Para un mejor estudio del desarrollo histórico del español de América conviene insertar esta modalidad dialectal en el contexto lingüístico general en la que se inscribe: el español peninsular. En virtud de este criterio, el español de América, más que una lengua general, se nos presenta como un dialecto; o, en términos más específicos, como la variante dialectal con que se intercomunican y comprenden los pueblos hispanoamericanos. Su origen histórico, como ya hemos señalado, se remonta al mismo instante en que Colón descubre el continente americano, es decir, se inicia con la conquista y colonización del Nuevo Mundo. En sintonía con esta idea, el profesor Arrom, en su ensayo“La otra hazaña de Colón”(1979), apunta lo siguiente:

« Pero vista desde una perspectiva americana, la gesta de Colón cobra un sentido distinto e invita a otro género de esclarecimientos y revelaciones. Por de pronto, para quienes hemos nacido y crecido en estas tierras por él descubiertas, su viaje, es el viaje de la lengua…» (p. 7)

Y continúa más adelante:

« Las impresiones que le causan el paisaje y los hombres que súbitamente aparecen ante sus sorprendidas pupilas las fue asentando en su Diario de a bordo, no en el dialecto genovés que habló en su infancia, ni en el idioma portugués que aprendió en su juventud, sino en la lengua española que adquirió durante su larga espera en Castilla y Andalucía. En lengua española hablaban los tripulantes de las tres carabelas. Y es una palabra española la primera que hiende el aire dormido de la madrugada del 12 de octubre: ¡Tierra!» (p. 8)

Y en cuanto al código empleado por el autor del “Diario de navegación” para describir el paisaje americano, el lingüista y antropólogo antillano enfatiza que:

«De ese modo, entendiendo cada vez más el habla dulce ‘y mansa y siempre con risa’ de los taínos, Colón resuelve el problema de expresar en una lengua europea los rasgos de la realidad americana. Mediante esos procedimientos sientan las bases de un idioma más extenso y preciso con sonoridades autóctonas, con algo de perfume a flor, el sabor a fruta y el frescor de los árboles cuyos nombres tanto había deseado conocer. Y esa lenguapuntualiza Arrom– enriquecida y elaborada artísticamente a lo largo de casi cinco siglos, es a la que hoy llamamos el español de América…»(págs. 24/26)

Ocurrió, de esa manera, y como magistralmente lo expone Neruda, que los conquistadores, con Cristóbal Colón a la cabeza, se llevaron gran parte de nuestra riqueza material, el oro; pero nos dejaron su riqueza espiritual: nos dejaron la lengua, la palabra.

Por eso canta el poeta:

«Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras»

Desde los primeros informes remitidos a los Reyes Católicos, Colón insertó en su Diario de navegación la afirmación de que la raza aborigen “mejor se libraría y convertiría a Nuestra Santa Fe con amor y no por fuerza”. Y al referirse a los indios de la Española, los describe y presenta a los Reyes afirmando que son «la mejor gente del mundo y más mansas; y sobre todo que tengo mucha esperanza en Nuestro Señor de que Vuestras Altezas los harán todos cristianos…».Con estas palabras, fácil resulta apreciarlo, el Almirante comenzaba a sentar las bases de la empresa que más tarde las páginas de la historia americana registrarían con el nombre de Evangelización de América.

«Al exponer tales conceptos – aclara al respecto Max Henríquez Ureña – Colón era el intérprete de un propósito que sabía grato a los Reyes Católicos: la conquista espiritual del Nuevo Mundo» (“Panorama histórico de la literatura dominicana”, 1965, tomo 1, p. 14). Para hacer posible esta conquista, la lengua jugaría un importante papel, por cuanto la cristianización implicaba necesariamente un proceso previo de hispanización o castellanización.

Como bien lo concibe Ángel Rosenblat (1902 -1984) cuando sostiene que « Las instrucciones Reales de toda la primera época involucraban la enseñanza del español» (La hispanización de América, p. 193) Y más adelante (p.194) enfatiza la idea, al considerar que « El castellano era el instrumento de la catequización…»

La enseñanza de la doctrina cristiana, y con ella la del español, estuvo a cargo de los frailes que viajaban en las expediciones a cumplir dicha misión en cada uno de los territorios conquistados. Acudían, al decir de Rosenblat, a “hispanizar” o a “castellanizar” al Nuevo Mundo.

Pero la labor evangelizadora de los misioneros no resultó tan sencilla como pudo haberlo concebido Colón y sus gentes. Es cierto que la convivencia entre indios y españoles favoreció el intercambio de lenguas en uno y otro sentido. Es cierto que un grupo considerable de indios aprendió la lengua de los conquistadores; pero también es cierto que la gran mayoría de la población indígena se resistió a abandonar sus hábitos lingüísticos, mostrando, en consecuencia, un abierto rechazo por la lengua española.

Ante este hecho, los predicadores muy pronto comprendieron que los objetivos hispanizadores trazados por la Corona españolano se alcanzarían a través de la enseñanza del español a los aborígenes. Que era necesario invertir el método de acción seguido hasta ese momento, vale decir,  en lugar de los indios dedicarse al aprendizaje de la lengua de los conquistadores, eran estos quienes debían aprender las lenguas de aquellos para filtrar por medio de ellas los patrones culturales del imperio español y destruir por efecto de esta filtración los modelos culturales nativos, o, como apunta Rosenblat, para « penetrar en ese mundo misterioso y temible de los indios, conocer sus costumbres, comprender su mentalidad, descifrar sus sentimientos y pensamientos, describir su historia, su vida» ( ob. cit., p. 198 )

Podría pensarse que en virtud de este cambio de actitud, las lenguas aborígenes terminaron  imponiéndose sobre el español, pero realmente no sucedió así. Los españoles, lo mismo que su religión y sus costumbres, lograron implantar su lengua en las nuevas tierras descubiertas. Y no podía ocurrir de otra forma, toda vez que el poder imperial que ellos representaban necesariamente tenía que ponerse de manifiesto en el plano de la lengua, y esta realidad, unida al maltrato que de ellos recibían los indios, dio origen a que muy pronto desaparecieran no sólo las lenguas de estos, sino también ellos mismos como raza. En este orden, y refiriéndose a los indios de las Antillas mayores, don Jacobo de Lara afirma que poco después del descubrimiento “Se había extinguido la lengua taína en dichas islas, sobre todo en La Española donde el puñado de indios que aún quedaba, hablaba el idioma de sus conquistadores, un castellano salpicado de taíno…”(“Sobre Pedro Henríquez Ureña y otros ensayos”, 1982, p. 275)

En términos parecidos se expresa Maximiliano Jimenes Sabater (1946 -1998), al sostener que “ por desigual, el enfrentamiento lingüístico entre taínos y españoles, estos no solamente lograron ir imponiendo su idioma al nuevo pueblo sojuzgado, sino que por espacio de sesenta años provocaron el exterminio de una población calculada entre 300,000 a más de un millón de habitantes” (“El español en República Dominicana”  (Suplemento Isla Abierta, No. 292, marzo, 1987)

De todos modos, lo que nadie osa negar es que como producto de ese enfrentamiento, se operó un proceso de adopción recíproca en el que por un lado voces del español pasaron a las lenguas nativas de América y, por otro, palabras y conceptos aprendidos en los nuevos territorios fueron incorporados por los conquistadores en la lengua peninsular.

Desaparecidos los indios, la Corona apeló al recurso de introducir negros africanos al Nuevo Mundo en condición de esclavos para reemplazar la ya extinguida fuerza de trabajo indígena, generándose así, un nuevo conflicto idiomático que habría de incidir de manera significativa en la conformación del español de América, puesto que como resultado de dicho conflicto , el grupo étnico emergente logró asimilar en forma casi absoluta la lengua de sus amos, la cual, a su vez, se enriqueció bastante con el aporte lingüístico africano. Merced a esta realidad, el español de América se constituye en la expresión última, esto es, en la modalidad lingüística resultante de la mezcla del español peninsular con las lenguas aborígenes americanas y algunas lenguas africanas.

En fin, el 12 de octubre de 1492, el descubrimiento de un nuevo mundo, América, pasaría a ocupar un espacio de relevancia extrema en las páginas de la historia universal, y con su descubrimiento, nuevas voces o nuevas manifestaciones expresivas comenzarían a ser compartidas en los intercambios comunicativos sostenidos entre los sorprendidos nativos y los sagaces visitantes. Por eso apunta al respecto el ensayista y académico dominicano, Dr. Mariano Lebrón Saviñón (1922 – 2014), lo siguiente:

 

«Y entonces apareció América… América es un deslumbramiento para el español de la conquista. Su espíritu aventurero y romántico, en deleitoso solaz y en un mundo paradisíaco, pasaba su estada de gracia y de milagro presa de una rara embriaguez. Eran las lenguas aborígenes como riachos que iban a henchir el gran caudal de un habla que empezó a universalizarse. Y es el castellano la lengua que planta su pica en las nuevas tierras…» (El español que hablamos, título del prólogo al libro Usted no lo diga, p.23, 2008)

 

EL USO DE LAS LETRAS “E” Y “X” COMO MARCAS DE GÉNERO INCLUSIVO 

«El género masculino, por no ser el marcado, puede abarcar el femenino en ciertos contextos, por lo que puede emplearse para referirse a seres de ambos sexos. Desde un punto de vista lingüístico, no hay razón para pensar que este género gramatical excluye a las mujeres en tales situaciones. Son Innecesarias, pues, las variables de inclusión del doble género como “todos y todas”, “todxs”, “todes” o “tod@s”»

(Real Academia Española)

 

Últimamente se ha puesto de moda el uso de la letra “e” como marca de género inclusivo, lo que ha dado lugar a la creación de nuevas y extrañas variantes morfológicas en  la lengua española que afectan la estructura interna de algunos pronombres  : “elles», “aquelles”,  “nosotres” ,  “todes”,  “míes”, “vosotres”.

Se trata de un recurso creado y promovido en determinados ámbitos (grupos minoritarios pertenecientes a la comunidad LGTB) para aludir a quienes puedan no sentirse identificados con ninguno los dos géneros gramaticales tradicionales (masculino y femenino), es decir, para referirse a personas de género no binario. Con igual propósito se utiliza la letra “x”. Conforme a tales formas de expresión, en lengua no binaria habría que decir:

 

  1. «Todes nosotres llegamos muy bien. Espero que elles también no hayan tenido problemas»
  1. «Todxsnosotrxs llegamos muy bien. Espero que ellxs también no hayan tenido problemas»

Pero estas construcciones expresivas no solo introducen variaciones formales en los pronombres, sino también en otras categorías gramaticales, tales como los sustantivos (“hije”, “niñe”, “hermane”, “abuele”), adjetivos (“Bienvenides”, “hermoses”,“buenes”,“contentes”, etc. y artículos o determinantes(“les”, “unes”). Tales variantes originarían, pues, enunciados del tipo: «Les hijes de mis hermanes son unes muchaches muy estudioses»

El empleo las letras “e” y “x” tiene como finalidad fundamental “visibilizar” a los miembros de esa minoría LGTB), así como los dobletes genéricos del tipo “todos y todas”, promovidos por las líderes feministas, pretenden “visibilizar” o sacar a la mujer del supuesto anonimato en que históricamente la ha mantenido sumida, según el feminismo, la llamada lengua sexista o no inclusiva.

Al respecto, la RAE ha establecido que «El uso de la letra “e” como supuesta marca de género inclusivo es ajeno a la morfología del español, además de innecesario, pues el masculino gramatical ya cumple esa función como término no marcado…». De igual forma se ha pronunciado acerca de la letra “X”, la que aparte de innecesaria, agrega que es impronunciables.

Como podrá apreciarse, el uso de las letras “e” y “x” como presunta marcas de género inclusivo, impulsado durante los últimos años por la comunidad LGTB, se constituye en uno  más de esos inventos léxicos que cual moda lingüística , y  en nombre de la diversidad, tratan de imponer a toda costa determinadas corrientes  o grupos minoritarios.

Novedades o formas expresivas que como el uso del símbolo de la arroba (@)y de los desdoblamientos genéricos(los maestros y las maestras; bienvenidos y bienvenidas; es@sdominican@s;l@s dominican@s, etc.

Temas culturales

Por Miguel Collado

 

RUBÉN DARÍO Y LA POESÍA ROMÁNTICA

Rubén Darío, en la penúltima estrofa de su célebre poema «La canción de los pinos» (1907), como agudo intérprete de la esencia humana ―y como si esperara respuesta de aquellos pinos a los que él llama «hermanos en tierra y ambiente»― dice así:

 

Románticos somos… ¿Quién que Es, no es romántico?

Aquel que no sienta ni amor ni dolor,

aquel que no sepa de beso y de cántico,

que se ahorque de un pino: será lo mejor

 

¿Es romántica toda poesía amatoria que tenga el amor como referente central? ¡No necesariamente! Lo que hace romántico un poema que trate sobre el amor no es el tema, sino el modo de abordarlo.

El amor como eje temático ha estado presente ―como inevitable y travieso duende― en la poesía producida dentro de las más variadas tendencias vanguardistas de la literatura universal posteriores al llamado movimiento del Romanticismo ―en boga en Europa entre los siglos XVII y XIX―, pero su tratamiento, el modo en que los creadores lo han abordado a través de la historia, ha recibido el influjo de las circunstancias propias de cada época, especialmente de los cambios en la valoración y visiones estéticas sobre el arte en sentido general y sobre la literatura específicamente.

¿Quién, en su juventud o en su madurez, no se habrá deleitado con las «Rimas» de Gustavo Adolfo Bécquer?:

 

Amor eterno

 

Podrá nublarse el sol eternamente;

podrá secarse en un instante el mar;

podrá romperse el eje de la Tierra

como un débil cristal.

¡Todo sucederá! Podrá la muerte

cubrirme con su fúnebre crespón;

pero jamás en mí podrá apagarse

la llama de tu amor.

 

¿O con el poema «Gratia plena», de Amado Nervo?:

Todo en ella encantaba, todo en ella atraía:
su mirada, su gesto, su sonrisa, su andar…
El ingenio de Francia de su boca fluía.
Era
 llena de gracia, como el Avemaría;
¡quien la vio no la pudo ya jamás olvidar!

Ingenua como el agua, diáfana como el día,
rubia y nevada como margarita sin par,
al influjo de su alma celeste amanecía…
Era llena de gracia, como el Avemaría;
¡quien la vio no la pudo ya jamás olvidar!

(Fragmento)

¿O acaso no es Pablo Neruda más recordado por los versos románticos de 20 poemas y una canción desesperada que por su portentosa obra Canto general?:

 

Poema XX

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: “La noche está estrellada,

y tiritan, azules, los astros, a lo lejos.”

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.

La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.

Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

(Fragmento)

 

¿Y qué me dicen del poema «¿En el atrio», de nuestro Fabio Fiallo, esa emblemática pieza del romanticismo en la literatura dominicana?:

Deslumbradora de hermosura y gracia,
en el atrio del templo apareció,
y todos a su paso se inclinaron,
menos yo.

Como enjambre de alegres mariposas,
volaron los elogios en redor:
un homenaje le rindieron todos,
menos yo.

Y tranquilo después, indiferente,
a su morada cada cual volvió,
e indiferentes viven y tranquilos
¡ay! todos, menos yo.

 

Pienso que hay mucho de hipocresía en aquellos escritores que hasta se burlan de sus pares que, en un derroche de humanidad, le rinden culto al amor cuando en sus poemas desbordan su sentir más profundo.

Por todo lo anterior, me quito el sombrero ante uno de los grandes de la poesía universal, Rubén Darío, cuando dice (y lo repito):

«Románticos somos… ¿Quién que Es, no es romántico?».

Ortoescritura

Por Rafael Peralta Romero

YA NADIE PODRÁ CONTRA EL MASCULINO DE SARTÉN

4/09/2021

Una presentadora de televisión promueve una marca de sartenes y son apreciables el entusiasmo y la naturalidad con los que proclama: “Estos maravillosos sartenes…”. Emplea dos referentes masculinos (estos y maravillosos) para el sustantivo /sartén/. Está muy convencida de que ese vocablo es voz masculina, por eso asegura que “son hechos en Italia”.  La terminación de “hechos” es clara terminación masculina.

Después vendrá “Sofríalo en /un/ sartén”, “¿Que tal funciona /el/ sartén de hierro colado?”, “Recetas fáciles para preparar /al/ sartén”. Pueden ver: artículo masculino “un”, artículo masculino “el” y el vocablo “al”, que es la contracción de la preposición a + artículo el.

Así decimos, pues se considera tener “el sartén por el mango”, lo cual permitió en un tiempo darse una bailadita en el bar “El Sartén” y a falta de horno, tostar el pan “en un sartén” o seguir este consejo: “Cocina en tu sartén eléctrico”.

Sartén es, de acuerdo con lo que hemos visto, un “recipiente de cocina, generalmente de metal, de forma circular, poco hondo y con mango largo, que sirve sobre todo para freír”. Así define la palabra el Diccionario de la lengua española. El principal código de nuestro idioma lo señala como voz femenina: la sartén, una sartén.

En algunos lugares de América, e incluso de España, se usa como masculino. República Dominicana se cuenta entre los países en los que predomina el uso masculino de este vocablo. No obstante, el Diccionario panhispánico de dudas, también publicación oficial, apunta respecto de este vocablo que “en el habla culta general de España es femenino”. Esa misma obra agrega que en América se alternan los dos géneros con predominio del masculino. El ejemplo que pone ha sido tomado de la novela “Solo cenizas hallarás”, del dominicano Pedro Vergés: “Fregó el sartén y los platos”.

El Diccionario del español dominicano, editado por la Academia Dominicana de la Lengua, 2013, ha incorporado el vocablo /sartén/ con el mismo significado que le atribuye el Diccionario académico, pero de inicio coloca la marca “m”, que quiere decir masculino.

Ilustra su definición con un ejemplo capturado en el libro “Memorias del teniente Veneno”, del poeta Abelardo Vicioso: “Se pudrían y se llenaban de moscas antes de que los echaran al sartén para comerlos”.

Los académicos recomiendan la forma femenina: la sartén por el mango; Fríelo en una sartén. Pero, definitivamente, los hablantes dominicanos, escritores incluidos, prefieren la forma masculina. Usted tiene derecho a escoger. Aunque advierto: ya aquí nadie podrá contra el masculino de sartén

Lo contrario

Contrario a lo que ocurre con sartén (de femenino a masculino) hacemos los dominicanos con el sustantivo /pus/, generalizado como masculino (el pus) y que entre nosotros nadie duda en emplearlo como femenino (la pus).

Aquí les transcribo la definición del Diccionario académico: “1. m. Líquido espeso de color amarillento o verdoso, segregado por un tejido inflamado, y compuesto por suero, leucocitos, células muertas y otras sustancias. En algunos lugares de Am., u. t. c. f“.

La letra “m” al principio de la definición indica que es masculino. Observe esta acotación: “En algunos lugares de Am., u. t. c. f“,  deja dicho que en esos lugares “úsase también como femenino”. Hasta hace poco tiempo el Diccionario solo apuntaba que en Chile era femenino, ya incluye “algunos lugares”. Entre esos está República Dominicana, pues el uso femenino de la palabra pus es una marca del habla criolla, incluidos los hablantes cultos, entre ellos los profesionales de la salud. La lengua no escapa a la costumbre.

 

11/09/2021

Apalabrar y acceder

Para hablar en buen español

El escritor Miguel Solano, gran amigo y cofrade para viajar a los encuentros del movimiento interiorista, y la también amiga Francia Polanco, antigua compañera de trabajo en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, se han dirigido a esta columna para sugerir temas. Solano propone que nos refiramos al verbo “apalabriar”, mientras la voz uasdiana nos señala que nunca hemos escrito con relación a “lista/listado, acceder/accesar”.

Comienzo por responder al colega Solano que la forma “apalabriar”, que él ha escuchado a un amigo, es una deformación del verbo /apalabrar/, el cual es definido por el Diccionario de la lengua española del siguiente modo: “Dicho de dos o más personas: Concertar de palabra algo”.

Es del grupo de verbos formados, por necesidad, agregando la vocal /a/ al inicio de un sustantivo, tales como: apalancar (Levantar, mover algo con ayuda de una palanca), acanalar (Dar a algo forma de canal), acampar (Detenerse y permanecer en despoblado, en el campo), apalear (Dar golpes con palo u otra cosa semejante), acariciar (Hacer caricias a alguien), acaramelar (Bañar de azúcar en punto de caramelo), acartonarse (Hacer que algo o alguien tome la forma del cartón).

En el habla criolla está admitida, por fuerza de uso, la forma /apalabrear/, que el Diccionario del español dominicano la define del siguiente modo: Concertar algo de palabra. “No se preocupe compadre.

Esa compra ya la hemos apalabreado”. La tendencia al menor esfuerzo que se aplica en otros verbos terminados en -eara los que se suele cambiar por -iar, ha originado el uso vicioso de “apalabriar”.

Entre los verbos formados a partir de agregar /a/ delante de un sustantivo quiero mencionar al siempre recordado /asillarse/, el cual me remite a mi origen semirrural.

No ha sido incorporado por el Diccionario académico, pero sí por el de la Academia Dominicana de la Lengua. Significa sentarse una persona. Ha sido común, en el uso hogareño, invitar a un visitante a sentarse con la expresión: Asíllese.

Diferente es cuando se trata de colocar la silla a una caballería: ensillar. “Le dije al muchacho que ensillara el caballo, pero qué va”.

Acceder, sí

El verbo /acceder/, procedente del latín, y por tanto de pura estirpe castellana, ha soportado las conspiraciones del indeseado anglicismo “accesar”, el cual ha buscado la forma de inscribirse en la lista de palabras de nuestro idioma.

De acuerdo al Diccionario académico, este vocablo tiene cuatro acepciones, que son: D1. intr. Consentir en lo que alguien solicita o quiere.2. intr. Ceder en el propio parecer, conviniendo con un dictamen o una idea de otro, o asociándose a un acuerdo.3. intr. Entrar en un lugar o pasar a él.4. intr. Tener acceso a algo, especialmente a una situación, condición o grado superiores, o llegar a alcanzarlos. Acceder a la presidencia, a la educación.

Lista y listado

La palabra /lista/designa, entre otras cosas una “Enumeración, generalmente en forma de columna, de personas, cosas, cantidades, etc., que se hace con determinado propósito. Tendremos lista de estudiantes, lista de bodas, lista de empleados, lista de libros o la lista de compra.

A unos usuarios del idioma les dio con llamar /listado/, lo cual ha preocupado a nuestra amiga Francia Polanco, quien ahora pregunta si es que ya ha sido reconocido ese vocablo.

Desde siempre, /listado/ ha sido el participio del verbo listar (hacer lista), pero también es un adjetivo que aplicado a una persona significa: Alistada, sentada o escrita en lista. 2. adj. Que tiene listas. Una tela listada.

Hay una tercera acepción en la que el término /listado/ adquiere la categoría de sustantivo, equivalente a lista o enumeración. Es preferible lista.

 

18/9/2021

SANCOCHITO DE TEMAS LEXICOGRÁFICOS

Me temo que no sea un menú gourmet el que ofrece la columna de hoy, pero no olvidemos que un sancochito suele caer bien. Dos asuntos componen esta entrega. Con el primero respondemos al lector que ha sugerido referirnos a las palabras que terminan en /pendio/. Las palabras para examinar son estipendio, vilipendio, dispendio, expendio y compendio.

Estipendio.  Este vocablo procede del latín “stipendium”. Significa: 1. m. Paga o remuneración que se da a alguien por algún servicio. 2. m. Tasa pecuniaria, fijada por la autoridad eclesiástica, que dan los fieles al sacerdote para que aplique la misa por una determinada intención. Tenemos el verbo estipendiar que se refiere a dar estipendio.

Vilipendio. Deriva del verbo vilipendiar. Significa desprecio, falta de estima, denigración de alguien o algo. Su origen está en el verbo latino “vilipendere”.

Dispendio. Procede del latín  dispendium. El Diccionario de la lengua española le atribuye dos acepciones: 1. m. Gasto, por lo general excesivo e innecesario. 2. m. Uso o empleo excesivo de hacienda, tiempo o cualquier caudal.

Expendio. Este sustantivo deriva del verbo castellano expender. Seis acepciones le guarda el Diccionario académico. Cito estas: 1. m. Arg., Cuba, Méx., Par.,Perú, Ur. y Ven.

En comercio, venta al por menor. 2. m. El Salv.  Establecimiento autorizado para la venta de licor  nacional. 3. m. Méx. estanquillo (? tienda pequeña).

Expender procede del verbo  expendere, que en latín significa ‘pesar’, ‘pagar’. Se define así: 1. tr. Gastar, hacer expensas. 2. tr. Vender efectos depropiedad ajena por encargo de su dueño. 3. tr.  Despachar billetes de ferrocarril, de espectáculos,  etc. 4. tr. Vender al menudeo.

Compendio. Viene de compendium. En nuestra lengua, con este sustantivo se nombra una breve exposición, oral o escrita, de lo más sustancial de una materia. Del latín nos llegó también el verbo /compendiar/, cuyo origen está en compendiare.

 Segundo tema

La diferencia entre los verbos posar, aposar y apozarse constituye el fundamento de esta segunda parte. Más de uno ha vacilado al momento de emplear uno de estos vocablos, pues a pesar de las similitudes gráficas y fonéticas guardan muchas diferencias semánticas.

Empezamos por/posar/ 1. Procede del latín “pausare”, equivalente a ‘cesar’, ‘detener’, ‘reposar’,  pausar.

Reproduzco algunas de las ocho acepciones con las que aparece en el Diccionario académico: 1. tr. Soltar la carga que se trae a cuestas, para   descansar o tomar aliento. 2. tr. Poner suavemente. 3. intr. Alojarse u hospedarse en una posada o casa  particular.  4. intr. Descansar, asentarse o reposar. 5. intr. Dicho de un ave u otro animal que vuela, o de un avión o un aparato astronáutico: Situarse en un lugar o sobre una cosa después de haber volado.

Ejemplo: La paloma se posó en la ventana.

Este verbo tiene un homónimo, es decir, se escriben y suenan de la misma forma: posar 2. Con el numerito (superíndice), el Diccionario le da a /posar/ dos entradas, pues no se trata de una palabra con varios significados, sino de dos palabras. Este /posar2/ viene del francés  “poser”. Es la palabra que corresponde emplear cuando nos referimos a la  acción de permanecer en determinada postura para retratarse o  servir de modelo a un pintor.

El verbo /aposar/ es sinónimo de  posar 1. Ejemplo: Se aposó en la mecedora y se durmió. Pozo es una perforación en la tierra para buscar una vena de  agua y además el lugar en donde los ríos tienen mayor profundidad. Cuando el agua se acumula en algún sitio, decimos que se apoza, del verbo apozarse. En algunos países se dice también /empozarse/, cuando  el agua   queda detenida formando pozas o charcos

 

RAZONES POR LAS QUE “GANDÍO” ES PURO DOMINICANISMO

25/09/2021

El adjetivo /gandío/, que se aplica mayormente a la persona que demuestra interés exagerado por cosas materiales, es un dominicanismo por partida doble.

Los lingüistas han señalado que una palabra adquiere esa condición por la vía lexicográfica o por la vía semántica. El dominicanismo léxico es un vocablo que no figura en el repertorio del español general, pero que tiene uso en el habla criolla y la mayoría conoce su significado. Por ejemplo: brigandina (forma de hacer las cosas) y zafacón (cesto de basura).

Cuando a un vocablo propio de la lengua general se le otorga un valor semántico diferente, estamos en presencia de un dominicanismo semántico. Ejemplo: china (naranja), cuero (prostituta).

Entiendo que /gandío/ es un término criollo por su morfología. Se ha originado a partir del adjetivo gandido, el cual es definido en el Diccionario de la lengua española de la siguiente manera: 1. adj. Zam. Cansado, fatigado. 2. adj. Col., Cuba y R. Dom. Comilón, hambrón. 3. adj. desus. Hambriento, necesitado.

Gandido es el participio de gandir que significa “Masticar el alimento y tragarlo”. Este verbo está en desuso. Nada tiene que ver la acción de “masticar alimento y tragarlo” con el significado que se le otorga en el habla dominicana a la voz /gandío/.

El Diccionario del español dominicano no registra el vocablo /gandío/, sino gandido al cual atribuye como primera acepción: “Referido a persona o a vehículo, que se desplaza muy deprisa”. En segunda acepción, indica lo siguiente: “Referido a persona, comilona, glotona”. En la tercera acepción es cuando aparece la relación semántica con avaricioso, que lo quiere todo.

A esto último se refieren los dominicanos cuando dicen de una persona que es /gandía/ y no gandida. La referida publicación, obra de la Academia Dominicana de la Lengua, apoya la definición de gandido en una frase tomada de la novela La Sangre, de Tulio M. Cestero: Y si la madre o la consorte le reprochaban “qué gandi(d)o eres”, replica risueño “lo mismo era papá y no murió del estómago”. Procede anotar que el novelista escribió /gandío/, pero los académicos agregaron, entre paréntesis la letra -d.

Pienso que en la segunda edición del DED esta definición debe ser revisada.

La forma gandido no encuentra uso en el habla dominicana. Si bien el vocablo /gandío/ es una corruptela por omisión de la -d, muy extendida en el habla popular dominicana (tupío/ tupido, candao/candado, partío/partido), ha adquirido por su uso entre los dominicanos, la característica de un vocablo único, no una palabra originada por la deformación de otra.

Ni siquiera los hablantes cultos asocian a /gandío/ con el participio de gandir, verbo desusado y no conocido en nuestro ámbito. “El que quiera más es un gandío”, suele decirse. O también: “Lo quiere todo para él, es un gandío”. El femenino está bien determinado: Gandía. “No he visto mujer más gandía que esa”.

Gandío (tres sílabas) lleva una tilde diacrítica determinada por los propios hablantes, pues nadie, en nuestro país, la pronunciará con diptongo: gandio (dos sílabas).

El Diccionario fraseológico del español dominicano, de Bruno Rosario Candelier, con aval de la Academia Dominicana de la Lengua, le da entrada al vocablo /gandío/, así escrito, aunque la frase que cita no es la más empleada por los hablantes dominicanos: “quien no lo sepa es un gandío”. Se aparta del más difundido valor semántico de esta palabra: codicioso, ambicioso, egoísta. Por hoy basta, quien pida más es un gandío.

Temas idiomáticos

Por María José Rincón

 

31/08/2021

UNA SORPRESA SUPERLATIVA

La semana pasada nos animamos a expresar la intensidad de las cualidades de nuestro entorno, de las personas y de las cosas que tenemos alrededor. Si lo característico de alguien o de algo se manifiesta en un grado muy alto y así queremos indicarlo, los adjetivos superlativos nos ayudan a hacerlo. Hemos repasado cómo se construyen, pero nos tienen reservada alguna que otra sorpresa.

Directamente del latín hemos heredado algunos superlativos sincréticos que podemos alternar con las formas habituales: óptimo (muy bueno, buenísimo), pésimo (muy malo, malísimo), máximo (muy grande, grandísimo), mínimo (muy pequeño, pequeñísimo), supremo (muy alto o muy superior, altísimo) e ínfimo (muy bajo o muy inferior, bajísimo). No duden en familiarizarse con ellos; solo tienen que probar a usarlos apropiadamente y verán cómo se lo agradecen sus textos: un resultado óptimoun pésimo planteamientouna dedicación mínima, un esfuerzo supremo; y, mi preferido, un porcentaje ínfimo.

Disponemos además de otros superlativos que se construyen no sobre la base del adjetivo en español, sino sobre la base del adjetivo en latín; son superlativos irregulares de uso culto que siempre es interesante conocer. Algunos aprovechan el sufijo -ísimo, que ya conocemos: fidelísimo (muy fiel), sapientísimo (muy sabio), antiquísimo (muy antiguo). Otros se forman con el precioso sufijo -érrimoacérrimo (muy acre), celebérrimo (muy célebre), libérrimo (muy libre) y misérrimo (muy mísero).

Hay también un grupo selecto que puede presumir de disfrutar de dos formas de superlativo igualmente válidas, una formada a partir del adjetivo en español y otra formada a partir de su forma latina: crudelísimo y cruelísimoasperísimo y aspérrimonegrísimo y nigérrimopulcrísimo y pulquérrimopobrísimo y paupérrimo.

Están ahí para conocerlos; no solo para entenderlos en los textos ajenos, sino también para usarlos en los propios cuando la ocasión lo merezca.

Joaquín Balaguer evoca una trágica historia en su novela histórica «Los carpinteros»

ENIGMA: 1899

   Las farolas de gas del Parque Central de Moca fueron encendidas desde las primeras horas de la tarde. Los domingos y los jueves, según una costumbre que se conservó hasta años recientes, eran días de retreta. La pequeña plaza cuadrangular, con paseos interiores cubiertos de matas de rosas y de árboles frondosos, cobró después extraordinaria animación. Un gran número de personas acudió a oír el concierto público ofrecido por la banda del ayuntamiento. Los mayores tomaron asiento en los bancos alineados en los paseos laterales. Los jóvenes de ambos sexos, en cambio, circulaban alrededor de la glorieta donde la pequeña banda interpretaba trozos de música clásica alternados con ritmos populares. Los novios caminaban en animada conversación, algunos con las manos entrelazadas. Los que no habían llegado aún a esa etapa del noviazgo circulaban a su vez en dirección opuesta, iniciándose entre ellos al encontrarse un diálogo de miradas expresivas.

Grupos constituidos por colegialas y adolescentes, llenaban la plaza con sus risas y otras manifestaciones de alegría bulliciosa. En el centro de uno de esos grupos se destacaba la imponente belleza de Emilia Michel. De tez blanca, de color castaño la cabellera ondulosa, de finas líneas el óvalo perfecto del rostro incomparable. Pícara, traviesa, envolvía a todos al pasar en la malla de su coquetería. Se sabía bella y le agradaba, como a todas las beldades, sentir a muchos admiradores a sus pies cautivos de sus ojos, pendientes de sus gracias y rendidos a sus encantos. En una de sus vueltas alrededor de la glorieta, alguien se detuvo un instante ante ella y lanzó a sus pies un requiebro. Era un galán apuesto, fornido como un efebo circense, hermoso como un apolo de piel morena. En los labios de ella traveseó una sonrisa y en sus ojos brilló un resplandor fugaz, parecido al del relámpago en el cielo de la noche. Nadie atribuyó importancia a esa travesura inocente. Pero de pronto, del seno de la semi oscuridad reinante bajo las arboledas del parque, surgió alguien que se plantó ante Emilia Michel. Hosco, inconocible, amenazante. Se oyeron varios disparos y la joven, bañada en sangre, se desplomó en brazos de sus amigas.

Todavía muerta, su rostro sonreído parecía decir:

-¿Por qué, amado mío? ¿Por qué hieres a quien tanto te ama?

Varios hombres, salidos del público que asistió horrorizado a la escena, se abalanzaron sobre el agresor. Este, pálido, las facciones desencajadas, se entregó sin resistencia. La sorpresa de todos subió hasta el estupor cuando el asesino fue identificado: Jacobito de Lara, el mismo sujeto que algún tiempo antes disparó en la propia casa de su padre contra el presidente Heureaux la misma arma que sirvió para batir al déspota, fue usada para rasgar el pecho de Emilia Michel.

Toda la población de Moca, consternada por el crimen, se desveló esa noche entre los interrogantes: ¿es un criminal o es un héroe? ¿Qué fuerza misteriosa depositó en su cerebro el grano de locura que lo llevó a incorporarse en el último momento a los conspiradores del 26 de julio? ¿Qué lo impulsó a herir a Emilia Michel? ¿Los celos, la vanidad, la sed de sangre, la cólera, el despecho?

(Joaquín Balaguer, Los Carpinteros, Santo Domingo, Editora Corripio, 1985, pp. 255-6).