Por
Bruno Rosario Candelier
A
Gisela Hernández,
cultora de lo divino en la palabra.
“Tú pones en mi corazón una alegría mayor que la del tiempo”.
(Salmos 4, 8).
La Biblia es el libro sagrado de la cultura judeo-cristiana. Fuero y cauce del Logos de la Creación, también es una obra literaria que podemos abordar a la luz de la palabra para apreciar las diversas manifestaciones del texto fundacional de la civilización occidental, inspiración del modelo inveterado de conducta ejemplar, que ha edificado a millones de lectores y escritores en su formación intelectual, moral, religiosa, estética y espiritual.
La Biblia contiene varios libros sagrados como obra poética, narrativa, histórica, ensayística o testimonial, lo que enriquece su naturaleza de texto religioso con mensajes divinos vertidos mediante la palabra. En tanto expresión de la energía interior de la conciencia, la palabra concita, impulsa y atiza el aliento de vida, la inspiración sagrada y el poder de creación. Y es signo, fuero y cauce del aliento superior de la conciencia trascendente.
Desde el Génesis, el libro inicial de La Biblia, se habla de la Creación del mundo, obra del Padre del Universo, de cuyo Logos primordial procede todo. “Al principio creó Dios los cielos y la tierra”, dice el primer versículo del texto sagrado; y Dios dijo: “Haya luz; y hubo luz” (Gén., 1, 3). Y luego dijo Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza…” (Gén., 1, 26). Y luego el mismo texto afirma que “Y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho”. Y luego leemos: “Formó Yahveh Dios al hombre del polvo de la tierra, y le inspiró en el rostro aliento de vida” (Gén., 2, 7).
La palabra primordial concibe, perfila y crea lo viviente: y la palabra humana, derivada del Logos primordial, plasma la onda de la intuición; encauza el aliento inspirador; y canaliza el soplo de la inspiración y la revelación. El soplo o Ruah, que tanto impacto tiene en la cosmovisión espiritual de los hebreos, está presente en la lírica de los creadores que han heredado la cultura de sus antepasados bíblicos.
En nuestra condición de criaturas hechas a imagen y semejanza del Logos primordial, fuimos creados mediante la virtud operativa de la Palabra. Con la creación del mundo, Dios creó al hombre mediante el poder creador del Verbo. Y le otorgó el don de nombrar las cosas y el poder de conocerlas, poseerlas y disfrutarlas. Y, con el don de la Vida, el Logos y el Amor, nos dio el poder de la intuición, la creación y la interpretación. La Vida, el Logos y el Amor signos son de posesión, creación y comunión con lo viviente.
Aunque el tesoro de la Biblia forma parte de la literatura hebrea, gracias a su categoría histórica, religiosa y literaria, pertenece a la literatura universal. La Biblia es el libro de la humanidad y, como libro inspirado, es la obra literaria más traducida porque ese luminoso texto proyecta la voz de Dios, la historia de la salvación y una relación trascendente de la creación, el desarrollo y la evolución humana.
La Biblia revela el sentido místico de la Creación del mundo mediante la palabra. La función esencial de la palabra que edifica, ilumina y embellece la conciencia se funda en cinco ejes de la sensibilidad y la conciencia: la clave del amor, cauce y destino de la unión consentida; la clave de la sabiduría, fuente de entendimiento y valoración de fenómenos y cosas; la clave de la belleza, dimensión sensorial que concita, emociona y entusiasma; la clave del ideal, motor que atiza la vocación creadora; y la clave de la mística, aliento que concita el desarrollo de la espiritualidad.
Al enfocar la Biblia a la luz de la literatura, podemos estudiarla como lenguaje, es decir, como expresión creadora de la palabra. El pasaje bíblico de Juan, con el que comienza el Nuevo Testamento, da la pauta orientadora. La Biblia está dividida en dos partes, el Antiguo Testamento, con el libro inicial del Génesis, y el Nuevo Testamento, que termina con el Apocalipsis.
La Biblia puede ser estudiada no solo desde un punto de vista religioso, teológico y místico, sino también desde un punto de vista cultural, lingüístico y literario por su relación con la vida, la sociedad y la cultura. Desde el punto de vista antropológico, se relaciona con el comportamiento de la vida humana; desde el punto de vista histórico, entraña hechos del pasado de la humanidad que siguen repercutiendo en el presente; y desde el punto de vista de la lengua, contiene referencias léxicas, semánticas y estilísticas. Hay pasajes históricos, geográficos, religiosos, literarios y culturales en la Biblia por lo cual puede ser abordada desde varios puntos de vista, como el psicológico, con reacciones emocionales de las personas. No solo desde la religiosidad y la teología, sino también desde la ciencia y el arte puede ser abordada la Biblia como expresión de la vida y la conciencia.
El singular texto sagrado de la Biblia revela un saber iluminado, tanto teológico, como religioso, moral y espiritual. Es decir, las diferentes disciplinas humanas hallan datos y referencias en todos los libros de la Biblia, lo mismo del antiguo que del nuevo testamento.
El antiguo testamento contiene los libros del pentateuco, historias, narraciones, profetas, salmos, cantares y sapienciales. La religión de los hebreos fue establecida por Moisés, que liberó a su pueblo de la opresión egipcia. Justamente la historia de Moisés aparece en el antiguo testamento, desde su salvación milagrosa a través de las aguas del Nilo, hasta el éxodo del pueblo hebreo, cuya creencia monoteísta viene del decálogo que Moisés recibió con la certeza de que un día alcanzaría la tierra prometida.
El nuevo testamento se inspira en la vida, la pasión y la crucifixión de Jesús. Comprende 4 evangelios, los hechos de los apóstoles, las cartas doctrinarias y el libro del Apocalipsis. El Evangelio o ‘Buena Nueva’ de la doctrina cristiana, presenta a los creyentes un Reino de gracia, amor y perdón.
En Éxodo (3, 4-13) se narra el hecho en que Moisés “escuchó una voz” que le decía “Moisés, Moisés” y, al escuchar la voz que lo llamaba por su nombre, quiso saber el nombre de quien lo apelaba, recibiendo como respuesta elusiva el tetragrama YHWH [YAVEH], que significa ‘Yo Soy’, circunloquio mediante el cual Dios oculta su nombre y mantiene el enigma de su identidad. El Tetragrámaton (YHWH, nombre de cuatro letras) refiere al que Es de cuya fuente, mediante el Verbo, recibimos la dotación de la Divinidad.
La Poética del Logos o Mística del Verbo, que exaltan los creadores de poesía, ficción y ensayo, formaliza el don de la palabra, signo, fuero y cauce del aliento divino inherente en la conciencia. De ahí el concepto originario de Heráclito de Éfeso, quien intuyera la idea de Logos, y también la genial concepción de Juan el Evangelista al sostener que la Palabra era Dios: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho” (Jn 1, 1).
El Evangelio de Juan dice que al principio existía el Verbo o Logos, que el evangelista traduce como Verbo o Palabra. Es decir, el vocablo Palabra equivale al Logos de los griegos, que significa ‘imagen’ y ‘concepto’. Al principio fluía la Palabra, y la Palabra venía de Dios, y la Palabra era Dios, es decir, en la concepción del evangelista hay una identificación entre Dios y Palabra, el Verbo emanante de la Divinidad. De esa identificación de Palabra con Divinidad se infiere que la palabra entraña un poder divino, y de ahí el nexo con la mística, que entraña el cultivo de lo divino.
La palabra es un don poderoso, una dotación cognitiva, intuitiva y creadora o, lo que es lo mismo, encarna y despliega el poder que tenemos pues con ella intuimos, pensamos, hablamos y creamos. Al principio la Biblia alude a Dios, pues afirma que mediante la Palabra existió todo, pues las cosas se hacían al pensar la palabra, porque fue a través del Verbo como Dios fue pronunciando las emanaciones que se volvían fenómenos y cosas, según el texto bíblico. La Divinidad dictó una orden y ese ordenamiento fue verbal, con un aliento espiritual que se materializa en las expresiones sensoriales y suprasensibles tras su paso por irradiaciones, mediante imágenes, destellos, aromas, ondas y susurros de lo Alto. Y dice: “Con ella existió todo; sin ella no existió cosa alguna de lo que existe” (Jn., 1, 3).
El Logos en su sentido primordial
La primera acepción de Logos o Verbo es ‘palabra’. La palabra contiene aliento espiritual, que es la luz de la conciencia; esa luz brilla en las tinieblas, y la tiniebla no la puede extinguir. Ese concepto es la idea encarnada en la “Palabra”, razón por la cual en la Biblia el Verbo o Logos se vincula a la Divinidad. De hecho, en la literatura mística hay una tradición según la cual la palabra que conocemos y usamos los humanos es la parte divina inmersa en nuestro espíritu y que nos conecta a Dios porque se entiende que Palabra fue la dotación que Dios otorgó a los humanos dotándolos de su poder creativo, el poder de la inteligencia, el poder de la intuición y el poder de la creación. Con las palabras nombramos las cosas, y cuando Adán comenzó a nombrar lo que sus ojos contemplaban, “puso nombre a todos los ganados, y a todas las aves del cielo, y a todas las bestias del campo…” (Gn., 2, 20).
Procuramos conocer el nombre de las cosas, y denominamos las que no están nombradas. Desde Adán los primeros hablantes comenzaron a nombrar las cosas, y hacer uso de las palabras para referir sus percepciones, intuiciones y vivencias.
Uno de los atributos más importantes que nos otorga el Logos de la conciencia es la capacidad de intuir. Podemos intuir, pensar, imaginar y crear. Ahora bien, soñar puede interpretarse como la capacidad para imaginar, pero también existe la capacidad para revelar lo que acontece en el sueño. A veces soñamos. ¿Y qué es el sueño? Una vivencia inconsciente que ocurre cuando estamos dormidos y que revela algún nivel del inconsciente, porque al otro día recordamos que soñamos. Es decir, lo que acontece en nuestra mente mientras dormimos pasa a otro nivel de la conciencia, porque después de soñado podemos recordar lo que soñamos. Entonces, el sueño es una una manifestación de la conciencia que también aparece en la Biblia. Por eso en Génesis (Gn., 2, 19,20) se alude al poder de la palabra para denominar e identificar las cosas.
Leemos en el Génesis (Gn., 6-8) donde se habla del sueño de José, y dice: “Un día tuvo José un sueño y contó el sueño a sus hermanos, y dijo José a sus hermanos: “Escuchen el sueño que he soñado: estábamos azotando gavilla en el campo, mi gavilla se levantaba y se ponía derecha, y la gavilla de ustedes la rodeaban y se postraron entre ellas”. Entonces, la interpretación de ese sueño, en ese mismo capítulo en el versículo 23, dice: “Cuando llegó José al lugar donde estaban sus hermanos, fue sujetado, le quitaron la túnica con mangas, lo tomaron y lo echaron en un pozo vacío, sin agua y se sentaron a comer. Levantando la vista vieron una caravana de ismaelitas que transportaban en camellos gomas, bálsamos y racimos de Galahad a Egipto”. Judá propuso a sus hermanos diciéndoles: “¿Qué sacamos con matar a nuestro hermano y con echar tierra sobre su sangre?” No deciden matarlo, sino venderlo y luego es conocida la historia de José por el poder que llegó a tener en Egipto y todo eso tuvo lugar en un sueño que lo relata el libro del Génesis.
Desde el punto de vista literario, la Biblia es un conjunto de libros. En griego la palabra “biblia” significa ‘libros’ en plural, porque el singular es biblíon. El significado de biblia indica que en el texto sagrado hay muchos libros en un solo texto. Todo cuanto acontece, según la Biblia, sucede para bien ya que nada sucede por azar, conforme un principio místico. La Biblia también es fuente de la mística cristiana, centrada en la vivencia del misterio divino, vertido en el nuevo testamento y en la Patrística de la Iglesia, cuyos pensadores y teólogos remiten a los primeros apóstoles, como el siguiente pasaje de san Juan evangelista, esencial para entender el sentido de la mística cristiana: “Lo que existía desde el principio, lo que oímos; lo que vieron nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos -acerca de la Palabra de vida -porque la vida se manifestó y nosotros la vimos, damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba con el Padre y se nos manifestó- lo que vimos y oímos, os lo anunciamos ahora, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y su Hijo, Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo” (I Jn. I, 1-4).
Un poder humano recibido de Dios es el sentimiento del amor y, como la Biblia habla de todo lo humano, el amor necesariamente tenía que aparecer en la Biblia. Se habla del amor humano y el amor divino. En El cantar de cantares se describe el amor humano, aun cuando los místicos le dan una interpretación sagrada valorándolo como “amor divino” o “amor místico”. Ahora bien, quien realmente describe el amor místico, el amor puro, que es el amor de los elegidos, es san Pablo en la primera carta a los Corintios. En esa carta el capítulo 13 describe lo que es la esencia del amor: “Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como campana que suena o címbalo que retiñe. Y aunque tuviera el don de hablar en nombre de Dios y conociera todos los mentirosos y toda la ciencia; y aunque mi fe fuese tan grande como trasladar montañas, si no tengo amor, nada soy. Y aunque repartiera todos mis bienes a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve”. Y da una hermosa descripción del amor espiritual: “El amor es paciente y bondadoso; no tiene envidia, ni orgullo, ni jactancia. No es grosero, ni egoísta; no se irrita ni lleva cuenta del mal; no se alegra de la injusticia, sino que encuentra su alegría en la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta. Cuando yo era niño, hablaba como un niño, razonaba como un niño; al hacerme adulto, he dejado las cosas de niño. Ahora vemos confusamente en espejo y oscuramente; entonces veremos cara a cara. Ahora conozco imperfectamente; entonces conoceré como Dios mismo me conoce (Cor., 13, 1, 12).
La palabra en la cultura bíblica
Alfred Weber, en su Historia de la cultura (México, FCE, 1965, 8va ed., p. 32) atribuye un «espíritu mágico» al rasgo cultural determinante de las altas culturas primarias, entre las que se encuentran las de Egipto y Babilonia. Esa vinculación mágica de la cultura egipcia se aprecia en el pasaje que relata el Génesis sobre el viaje de Abraham a Egipto: «Levantó Abraham sus tiendas para ir al Negueb; pero hubo un hambre en aquella tierra, y bajó a Egipto para peregrinar allí, por haber en aquella tierra gran escasez. Cuando estaba ya próximo a entrar en Egipto, dijo a Sarai, su mujer: «Mira que sé que eres mujer hermosa, y cuando te vean los egipcios dirán: ‘Es su mujer’, y me matarán a mí, y a ti te dejaran la vida; di, pues, te lo ruego, que eres mi hermana, para que así me traten bien por ti, y por amor de ti salve yo mi vida». Cuando, pues, hubo entrado Abraham en Egipto, vieron lo egipcios que su mujer era muy hermosa; y viéndola los jefes del Faraón, se la alabaron mucho, y la mujer fue llamada al palacio del Faraón. A Abraham le trataron muy bien por amor de ella, y tuvo ovejas, ganados y asnos, siervos y siervas, burras y camellos. Pero Yahveh afligió con grandes plagas al Faraón y a su casa por Sarai la mujer de Abraham; y llamando el Faraón a Abraham, le dijo: «¿Por qué me has hecho esto? ¿Por qué no me diste a saber que era tu mujer? ¿Por qué dijiste: Es mi hermana, dando lugar a que la tomase por mujer? Ahí tienes a tu mujer; tómala y vete» (Gén 12, 9-19).
Un aspecto importante de la Biblia es el concepto del amanuense. Amanuense es quien escribe a mano lo que otro le dicta. Es decir, es un intermediario o interlocutor. Cuando alguien escribe lo que el Espíritu le dicta es también un amanuense, un amanuense del Espíritu. En la Biblia, el amanuense del Espíritu aparece en el Apocalipsis.
La palabra apocalipsis significa ‘revelación’ de lo Alto, y es el nombre del último libro de la Biblia. Ese libro da cuenta de cosas sorprendentes, misteriosas y enigmáticas mediante imágenes y símbolos de difícil interpretación. Pero, como nos ha enseñado el teólogo mocano Luis Quezada, en su esencia fluye el aliento de la esperanza. El autor es Juan el Vidente, amanuense de grandes revelaciones. En Apocalipsis 1, 9-15, leemos: “Yo, Juan, hermano vuestro, que por amor a Jesús comparto con vosotros la tribulación y a la espera paciente del Reino, me encontraba desterrado en la isla de Patmos por haber anunciado la palabra de Dios y haber dado testimonio de Jesús. Caí en éxtasis un domingo”.
El éxtasis ocurre cuando el sujeto tiene la sensación de que sale fuera de sí, y no tiene control de sus sentidos, ya que una fuerza superior lo domina. Al éxtasis también se le puede llamar rapto y arrobo. Cuando se dice “rapto del espíritu” no es que sacan al sujeto físicamente y lo llevan a otra parte, sino que experimentas la sensación de estar fuera de sí mismo, pues es una vivencia mental, espiritual, pues se trata de un fenómeno de la conciencia en el que se vive un estadio especial, un “arrobamiento de la conciencia”. El arrobamiento de la conciencia es un estado en el que el sujeto sabe lo que le está ocurriendo, pero no puede negarse a esa experiencia interior. Es el éxtasis de los sentidos. Quien experimenta el éxtasis de los sentidos tiene la sensación de que está fuera de sí, y no puede resistir la fuerza que lo domina, porque es una fuerza superior que toma control del sujeto, que está consciente de esa experiencia, pero no puede oponerse al dictamen de esa fuerza trascendente.
Santos, iluminados y místicos han experimentado el éxtasis, como san Francisco de Asís, santa Teresa de Jesús o san Juan de la Cruz, incluso gente que no son santos ni militantes religiosos. Por ejemplo, el escritor argentino Jorge Luis Borges experimentó en su vida dos momentos de éxtasis; y el poeta boricua Francisco Matos Paoli dio testimonio de que varias veces experimentó el éxtasis, esa fuerza espiritual que toma control de la sensibilidad o de la conciencia de la persona que experimenta ese estadio peculiar, ese arrobamiento de la conciencia. Entonces, Juan el Vidente, escribe: “Caí en éxtasis un domingo”. Dice que un domingo le arrebató el espíritu; es decir, experimentó el éxtasis de la conciencia. Más adelante señala: “Y oí detrás de mí una voz potente, como de trompeta que decía: -Escribe en un libro lo que veas y mándalo a estas siete iglesias: a Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea”. Me volví para mirar de quien era la voz que me hablaba, al volverme vi siete candelabros de oro, y en medio de los candelabros una especie de figura humana que vestía larga túnica y tenía el pecho ceñido de una banda de oro”.
Esa descripción es un testimonio de quien ha experimentado el éxtasis. Mientras se vive el éxtasis nadie puede hacer nada, sino quedarse tranquilo. Normalmente el éxtasis no dura mucho tiempo, uno, dos o pocos minutos, pero nunca es largo. Algunos poetas que han experimentado el éxtasis pueden recordarlo y describirlo. Presento ese ejemplo de la descripción del éxtasis como un testimonio de lo que es un amanuense del Espíritu, como Juan el Vidente, porque lo que él escribe le fue dictado por una voz divina, no por una voz humana.
Público: ¿Puede alguien ser arrebatado por una fuerza que no sea la del Espíritu Santo?
BRC: Podría acontecer por la energía de una Musa, por el influjo de una potencia cósmica angelical o diabólica. Creo que puede darse esa posibilidad.
Público: Yo tuve una extraña experiencia, pues un día me desperté y abrí un libro y lo cerré. Entonces, repentinamente, comencé a escribir y yo no sabía que estaba escribiendo. Ya tenía siete páginas escritas cuando escribí bajo esa vivencia.
BRC: Lo que dices es diferente de la revelación, como es la inspiración. La inspiración es un soplo espiritual del sentido de fenómenos, cosas o tal vez de una energía invisible, pero el soplo espiritual de la revelación es un soplo de lo Alto, de lo divino mismo. Para los antiguos griegos el soplo de la inspiración venía de las Musas, que dictaban ese soplo, y entonces entendían que las Musas existían justamente para eso, para inspirar a los hombres. Para los creyentes y los espirituales la revelación viene de la Divinidad, pero esa revelación, que es de orden superior o divino ocurre por una gracia de Dios. La inspiración nace del recuerdo, de la formación intelectual, de vivencias soterradas en la conciencia, de lecturas que han dejado huellas en el inconsciente, de intuiciones. En cambio, la revelación es un dictado de una energía superior. En la primera carta a los Corintios, san Pablo dice: “En cuanto a los dones del Espíritu, no quiero, hermanos, que sigáis en la ignorancia. Como sabéis, cuando no erais cristianos, os dejabais arrastrar ciegamente hacia los ídolos mudos. Por eso os hago saber que nadie que hable movido por el Espíritu de Dios puede decir: “Maldito sea Jesús”. Como tampoco nadie puede decir: “Jesús es Señor”, si no está movido por el Espíritu Santo. Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo. Hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Hay diversidad de actividades, pero uno mismo es el Dios que activa todas las cosas en todos. A cada cual se le concede la manifestación de Espíritu para el bien de todos” (Cor., 12, 1-7).
Todos los seres vivientes recibimos dones, y los humanos recibimos dones singulares. Con el don de la vida se nos da el don del Logos, que es el don del lenguaje, y con el lenguaje desarrollamos la capacidad para intuir, pensar, hablar y crear. La creatividad es el talento del pensamiento, el poder de la intuición y también el don del amor. Cada persona recibe dones especiales. Por ejemplo, el don de escribir poesía, el de interpretar o el de profetizar. San Pablo escribió: “Porque a uno le es dada por el Espíritu la palabra de sabiduría; a otro la palabra de ciencia, según el mismo Espíritu, le otorga un profundo conocimiento. Este mismo Espíritu concede a uno el don de la fe, a otro el carisma de curar enfermedades; a otro el poder de realizar milagros; a otro el don de profecía, a otros en distinguir entre espíritus falsos y verdaderos; a otro el hablar un lenguaje misterioso y a otro, en fin, el don de interpretar ese lenguaje. Todo esto lo hace el mismo y único Espíritu, que reparte a cada uno sus dones como él quiere” (I Cor., 12, 4-11).
Con el don de la palabra se aprende el lenguaje del buen decir. Otros tienen el don para distinguir inspiraciones, porque tienen la capacidad de leer y valorar una obra literaria. Tienen el don de la lengua quienes pueden hablar varios idiomas. Todo eso lo reparte el Espíritu dando a cada uno lo que a Él le plazca. Cada uno ha de descubrir el don que recibió, y valorarlo y plasmarlo en obras.
El don de la escritura es un don muy valioso, pues el que escribe, el que hace literatura, el que compone poesía, cuentos, novelas, teatro, crítica literaria o ensayo, tiene el don de la palabra y de la creación y, en tal virtud, tiene las condiciones intelectuales para cultivar ese don. Es importante tener conciencia de los dones y las cosas. En el Libro de la sabiduría, que se atribuye a Salomón, hay sabias reflexiones. ¿Alguien sabe que significa sabiduría?
Público: El deleite de la palabra de Dios.
BRC: Esa es una hermosa interpretación. Sabiduría no es sinónimo de inteligencia, ni de conocimiento, ni de información. Es un saber que logran algunos seres humanos para vivir la vida con un sentido espiritual. ¿Qué se necesita para acercarse a la sabiduría?
Público: Si buscamos el término bíblico, sabiduría viene de saborear, pero saborear en el Espíritu, porque puede ser que se hable del deleite de la palabra. Cuando se dice “saborear en Espíritu” tiene que ver con la fruición de la conciencia.
BRC: Así es. La fruición es el deleite del espíritu, y el espíritu se deleita con las cosas que generan una enseñanza profunda, una verdad de vida o un saber que eleva y edifica la conciencia, lo que se consigue por la intuición. Las personas sabias son intuitivas, amorosas, cultores del espíritu. La intuición es un foco de la mente con el cual alumbramos la realidad y conocemos la realidad para nutrir la mente. La intuición es el más alto poder de la conciencia. A la intuición se deben los conocimientos científicos, artísticos, filosóficos, teológicos y humanísticos. El saber de la espiritualidad y los conocimientos profundos que ha alcanzado la humanidad se deben a la intuición y a la revelación. Hay personas con una intuición muy refinada, aun cuando no hayan leído. Tienen un conocimiento de la realidad, una actitud serena ante la vida, una visión luminosa de lo viviente y una sabiduría. Ese conocimiento es espiritual, no es un conocimiento intelectual, ni imaginativo, ni especulativo. La intuición penetra en la esencia de las cosas, porque con los sentidos físicos tenemos contacto con la realidad sensorial, que es la dimensión material que percibimos de las cosas. Percibimos los datos sensoriales de las cosas con los sentidos físicos, pero el conocimiento profundo lo dan los sentidos espirituales. Los sentidos espirituales son los sentidos interiores, como la intuición, la memoria, la imaginación, el sentido común y la estimativa. La función primordial de la intuición, que nos proporciona el conocimiento profundo que genera sabiduría.
En el Eclesiastés leemos: “Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: su tiempo de nacer, y su tiempo de morir; su tiempo de plantar, y de cosechar… Su tiempo de llorar, y su tiempo de reír; su tiempo de lamentarse, y su tiempo de danzar.Su tiempo de lanzar piedras, y su tiempo de recogerlas; su tiempo de abrazarse y su tiempo de separarse” (Ecl. 3, 1-5).
Las parábolas constituyen un procedimiento del lenguaje bíblico para comunicar una enseñanza, como lo hacía Jesús para adoctrinar a sus discípulos. Una parábola es una comparación de una cosa con otra mediante el lenguaje para deducir una enseñanza y un aprendizaje.
Público: Como la parábola del hijo pródigo. Su moraleja enseña que no debemos menospreciar los bienes, porque el dispendio trae pobreza y humillación y remordimiento de conciencia.
BRC: La Biblia contiene enseñanzas para aprender a vivir. Jesús hablaba en parábola para dar a entender su mensaje moral y espiritual. Los místicos dicen que las vivencias espirituales de la experiencia extática son inefables porque acontece en un nivel interno de la conciencia y en un estadio sublime del espíritu. Quienes viven esa experiencia se valen de símbolos para comunicar esa experiencia. Por eso los místicos, como los autores de los textos bíblicos, resolvieron el misterio de lo indecible mediante la invención de los símbolos. En la II Carta a los Corintios, Pablo habla de palabras inefables: “¿Hay que seguir presumiendo? Aunque es del todo inútil, me referiré a las visiones y revelaciones del Señor. Conozco a un cristiano que hace catorce años -si fue en cuerpo o sin cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe- fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y me consta que ese hombre fue arrebatado al paraíso, y oyó palabras inefables que el hombre no puede expresar. De ese hombre presumiré porque en cuanto a mí solo presumiré de mis flaquezas (II Cor., 12, 1-5).