Popola, achicharrar(se)

Por Roberto E. Guzmán

POPOLA

“Tú eres el rey de la POPOLA, no la dejes sola pa´que no le den una bola”.

La voz popola suena acariciadora. Puede decirse que es una voz dulce; tiene connotación de habla infantil. Popola y popolita hacen recordar nombres que se ofrecen a los niños para denominar partes del cuerpo cuyos nombres entre adultos son vulgares y entre letrados son cultos, suenan raros. El tipo de palabras del título tiene escasa circulación en la expresión escrita; casi siempre se reserva para conversaciones privadas. Las razones para que sea así son variadas.

En la historia reciente de las canciones dominicanas, las letras han dado un gran salto. Ya no se esconden las palabras obscenas. Cada vez se desnuda más el lenguaje y se hace más explícito. El “doble sentido” ha ido desapareciendo. Esto es quizás el resultado de que las palabras moldean el mundo, pero también lo reflejan. “Ahí me planto” es la frase elegida por este redactor para evitar entrar en ese aspecto del tema.

Con respecto de las palabras consideradas obscenas, debe de recordarse que por lo general estas suscitan emociones inexpresadas. Algunas que se publican o se usan en público en la actualidad revisten el sabor de la transgresión; se erigen en una crítica a la falsedad de la fachada moral de la sociedad.

Aunque se viva en sociedad, todas las personas no reaccionan de la misma manera ante el uso de palabras reales para nombrar hechos de la vida. Algunas profesiones tienen sus códigos para denominar algunas acciones; por ejemplo, cohabitación, relación carnal, adulterio, infidelidad, corrupción y estupro son palabras que en la calle reciben otros nombres descarnados que muchas veces muestran el disgusto o desaprobación del acto por medio de la censurada palabra.

Si se toma desde el ángulo lingüístico, la amplitud del vocabulario sexual puede aceptarse como un índice de la vitalidad de la lengua y de la riqueza de la imaginación de los hablantes del país. No puede negarse que la sexualidad ocupa un lugar preponderante en la vida humana y, en consecuencia, existe una gran creatividad; es un área fecunda y dinámica en el habla del humano de a pie.

Durante largo tiempo los diccionarios ignoraron las palabras que se consideraban crudas y con ello fallaban en su misión de transmitir o asentar el conocimiento. C. J. Cela asegura que “la vulva del diccionario no es el coño del pueblo, sino tan solo una parte de él”.  Diccionario secreto (1968-I-13). Se plegaban -los diccionarios- a la prohibición del tabú, que puede provenir del miedo, de la delicadeza y de la decencia. En casos como este es posible escribir que el lenguaje está al servicio del hecho social.

Los hablantes y escribientes de la lengua en esa condición obedecen a varias motivaciones cuando emplean en público palabras proscritas por “los escrúpulos de María gargajo”. No hay que rasgarse las vestiduras ante las palabras malsonantes.

La palabra del título existe desde hace largo tiempo en la lengua dominicana. Lo nuevo con respecto de esta es usarla en público. En algunos casos quienes de ese modo actúan lo hacen para escandalizar, para protestar contra las convenciones sociales que enmascaran la realidad con adornos retóricos y eufemismos. A lo recién mencionado Lacan añade la metonimia y la metáfora como recursos fundamentales en la elaboración de nuevas palabras en general; recurso que puede considerarse aplicable a la terminología sexual “de pueblo”. En el área sexual ocurre lo que Michel Bréal llamaba los “desarrollos peyorativos” del lenguaje.

Algunas actitudes del ser humano se reflejan a través del léxico sexual, tómese por ejemplo el machismo tropical y caribeño para denominar el pene. Todas las palabras elegidas son alusivas a la rigidez de este, a la fortaleza.

La popola tiene otros nombres más indecentes, escandalizadores. Ya más arriba se apuntó que es usado para denominar la vulva durante la niñez porque la realidad impide que se quede sin nombre. Por este medio el uso de este tipo de palabra no se celebra ni se censura.

 

ACHICHARRAR(SE)

“El ACHICHARRAMIENTO de más de noventa por ciento de los aspirantes a profesores…”

En el español dominicano hay dos verbos que tienen relación entre ellos, con acepciones especiales, muy dominicanas. Esos dos verbos en el título, achicharrarse, y, quemarse hasta en su valor semántico dominicano tienen relación.  Más adelante se revisarán las acepciones correspondientes anunciadas y se emitirán juicios con respecto a la redacción de estas.

El verbo achicharrar es un aumentativo de la acción de quemar, eso que en la lengua general se entiende por “quemar en exceso”. Por esa cualidad, en el español dominicano cuando el verbo quemar se usa en una de las acepciones propias de esa variante de español, puede recurrirse al verbo “quemarse”, como en el ejemplo en cabeza de esta sección.

En la cita puede recurrirse a una de las acepciones, “No aprobar un profesor a un alumno en un examen”. “Suspender un alumno un examen”. En el caso específico citado, como un porcentaje elevado de candidatos que no alcanzaron la calificación aprobatoria, el redactor echó manos del verbo achicharrar para elevar el grado del fracaso.

El verbo quemar cuenta con otras significaciones en el español dominicano. “Vender una cosa muy barata”. “Copiar datos, música o imágenes en un disco digital”. “Rozarse alguien el cuerpo con el de otra persona con intención erótica”. Esta son las más usuales, pues hay otras más.

Puede escribirse aquí que el verbo achicharrar debe esa formación a una onomatopeya, el ruido que produce aquello que se quema. En el siglo XVII el verbo era chicharrar, abrasar. De la misma forma en como sucedió con otros verbos, a este se le añadió una vocal /a/ al principio que se integró y derrotó la forma originaria.

En las conversaciones y hasta en programas televisivos algunas personas utilizan el verbo quemar para dar a entender que una persona, especialmente personalidad pública, se sobrexpone a través de los medios de comunicación causando mediante ese proceder una impresión negativa.

Esa podría ser una nueva acepción para el verbo, pues no se ha logrado hacerla entrar en la conceptualización que existe para el verbo.

Del mismo modo que en otras ocasiones, una vez más hay que reconocer que el hablante de español dominicano aprovecha los recursos existentes en la lengua para explotarlos y comunicar de modo elocuente sus sentimientos.

Mojiganga, entrejunta

Por Roberto E. Guzmán

MOJIGANGA

“… así como acabar con la MOJIGANGA que…”

El vocablo del título no lo crearon los dominicanos. Lo que sí han hecho los hablantes de español dominicano es añadir nuevas acepciones a este vocablo.

La palabra mojiganga comenzó en español conocida por boxiganga. No hay que sorprenderse por el cambio experimentado. Recuérdese que la letra jota /j/ no existía todavía a principios del siglo XVII. En el siglo XVIII se conservó el nombre mojiganga solamente en sentido figurado para “farsa, cosa ridícula con que parece que uno se burla de otro”. La palabra del español pasó al catalán y al portugués.

En el Diccionario de autoridades (1732-II-587) aparece escrito mojiganga con la acepción copiada más arriba. Allí se añade, “Fiesta pública que se hace con varios disfraces ridículos, enmascarados los hombres. . .” (Versión moderna RG).

En el español dominicano el reconocimiento de la palabra estudiada aquí se produjo en el año 1940 cuando P. Henríquez Ureña la escribió en plural, mojigangas, con el sentido de “máscaras”; este estudioso agregó, Por extensión, ‘ridiculeces, tonterías, ficciones’. D. Pedro menciona además el verbo “mojiganguear” al que identifica como juguetear.

Cuando Patín Maceo se ocupó de las palabras mojiganga y mojigangas; para la primera la trata de “Barbarismo por máscara”. Trae la locución Estar de mojiganga con el sentido de “Estar en ridiculez”. Para el plural mojigangas, asienta, “Gestos, ademanes, bravatas”.

No hay que olvidar que la semilla de la acepción de la máscara dominicana para mojiganga apareció en el Diccionario de autoridades, con las palabras “disfraces, enmascarados”. En De nuestro lenguaje y costumbres (1967:63) la mojiganga aparece tipificada por, “Algo que hace de hazmerreír”.

Al leer estas significaciones recogidas en el habla para la palabra mojiganga, eso permite que el lector comience a hacerse una idea de la vía por la que se encamina el habla dominicana con respecto a la palabra. Hay que resaltar que en las acepciones que presenta el diccionario oficial de la lengua española el acento está colocado todavía sobre los disfraces y la acción burlona y la obra teatral breve.

El hablante americano de español en México, Panamá y Honduras retuvo el rasgo del disfraz ridículo y el entorno de la fiesta para su mojiganga que es una figura gigante de madera y trapos en las festividades.

El hablante dominicano hizo de mojiganga, “Persona que es objeto de burla o sirve de diversión a otras”. Así mismo usa mojiganga para referirse a, “Falta de seriedad y orden”. Aunque no se ha encontrado en los lexicones, se ha oído y usado mojiganga para calificar a una persona de poca o ninguna valía. Expresarse diciendo que una persona es un o una mojiganga es hacerlo de modo despectivo. Se ha oído decir que un hombre es un mojiganga, sobre todo cuando la compañera de vida es quien lleva la voz cantante.

La palabra mojiganga ha dado pie a varias locuciones bien acreditadas por el uso. En el habla dominicana, “coger de mojiganga, estar de mojiganga, poner de mojiganga, ponerse de mojiganga”. La nota en estas locuciones va de la mofa, a la ridiculez, hasta someter a una persona a la voluntad y capricho de otra.

Puede afirmarse sin riesgo a equivocación que mojiganga ya no se usa para máscara. Si va vestido de manera extravagante puede que se diga que esa persona es o parece una mojiganga. La persona de quien se dice que es mojigangosa es la que presenta características de ridiculez.

Como la palabra ha rodado en el habla americana, no podía faltar alguien que procurara encontrarle un origen diferente al peninsular. D. Fernando Ortiz va a las lenguas bantúes y explica que el brujo nga, nganga vestía de forma ridícula y extravagante, colores chillones, máscara, campanillas y cencerros. Él entiende que de estos personajes sacó el español la mojiganga del teatro. El citado autor trae en auxilio de su teoría abundante material. Glosario de afronegrismos (1924:322-6).  El Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico alude a Ortiz, pero descarta sus teorías.

 

ENTREJUNTA

“Los que dicen poner candados se conforman con que la puerta esté ENTREJUNTA…”

La búsqueda que se ha emprendido para dar con las menciones de la palabra del título en diccionarios de la lengua general no ha sido productiva.

La primera mención de la palabra entrejunta en un lexicón aparece en el Diccionario de americanismos (2010) de la Asociación de Academias de la Lengua Española. Allí se atribuye su uso al habla cubana.

Algo curioso es que al repasar los lexicones de habla cubana no se encontró rastro de esta. La misma tarea se acometió entre los repertorios de habla dominicana. La primera mención del adjetivo “entrejunta” se encontró en el Diccionario del español dominicano (2013:291).

El autor de estos comentarios acerca de la lengua recuerda el uso de la palabra desde los años de su juventud cuando era un adolescente hace más de sesenta años. En el habla familiar se usaba para pedir a alguien que no cerrara completamente una puerta.

El español general conoce el verbo entornar que deriva en el adjetivo entornado, a para “Volver la puerta o la ventana sin cerrarla del todo”.

Es pertinente llegado a este punto hacerse la pregunta acerca de si usar una composición semejante, entrejunta, es acertada para expresar dejar una puerta o una ventana sin cerrarla del todo.

Al revisar el Diccionario de la lengua española, es decir, el de la Asociación de Academias de la Lengua Española, se encuentra que “entre” puede servir para mentar “Situación en medio de dos o más cosas” o “estado intermedio”. Con respecto del verbo “juntar” este comunica “entornar, cerrar una puerta o una ventana sin echar llave o pestillo”.

Así, ya no cabe sorpresa de que los hablantes de español de Cuba y República Dominicana recurran a entrejuntar para, “Referido a una puerta o ventana, que no está cerrada del todo”.

Si se toma en consideración lo escrito más arriba con respecto a encontrar el vocablo en los lexicones cubanos, esto mueve a pensar que no es un uso antiguo, o, es de uso esporádico. Esa consideración puede aplicarse también a la República Dominicana.

Jurungar, lechón, cháchara

Por Roberto E. Guzmán

JURUNGAR
“… sino que saldrá de nuestros bolsillos, ya rotos, y cansados de tanto JURUNGARLOS”.

El verbo jurungar procede de las hablas dominicana y venezolana. De este modo lo reconoce el Diccionario de la lengua española cuando asentó esta voz en calidad de propia de los dos países cuyas hablas se mentaron más arriba. El reconocimiento antes señalado se produjo en la edición del año 2001.

Las fuentes bibliográficas apuntan en la dirección de una aparición relativamente reciente para el verbo jurungar en el habla dominicana. Esto inclina a hacer pensar que el origen del verbo se produjo en Venezuela, por lo menos con esta grafía.

La primera noticia del verbo escrito jurungar en un repertorio de voces propias del habla dominicana se encuentra en Del vocabulario dominicano de D. Emilio Rodríguez Demorizi, “Jurungar. Embromar. Punzar. Meter un dedo o algo en una cavidad. Molestar. Pinchar”. (1983:143).

Con anterioridad a esta cita hubo alguna noticia acerca de jurungal con un verbo como sinónimo o equivalente, pinchar. Así se halla en Criollismos de Rafael Brito. Llama la atención que este autor haya escrito jurungal, con una letra ele /l/ al final, si se toma en cuenta que su fuente principal de voces vernáculas procede de la región del Cibao, donde la terminación sería otra y no ele /l/. En esa obra Brito en varias ocasiones presenta las palabras escritas de la forma en que la pronunciaban los lugareños del Cibao, con la letra /i/ en lugar de la erre /r/.

Hay que destacar el tiempo transcurrido entre la primera mención de una voz parecida al verbo y la aparición del verbo mismo en un repertorio de voces.

A don Ángel Rosenblat el origen de la palabra le parece indudable “. . . jurungar se formó por cruce de dos verbos: jurgar (hurgar) y jeringar”. La primera mención escrita de este verbo la encontró este investigador en un escrito del año 1859, escrito jorungar, con el valor de escarbar. Unas líneas más adelante, escribe, “. . . en Venezuela, las Antillas, América Central. . . es frecuente que se emplee. . . “no se la jurungue” [la nariz]. Buenas y malas palabras 1974-II-41). Para “introducirse los dedos en las fosas nasales”, es como el autor de estos comentarios recuerda haber oído en su niñez por primera vez el verbo jurungar.

Como es natural que ocurra en casos como este, una palabra que cobra vigencia en el habla tiende a ampliar su ámbito semántico, porque el hablante, o los hablantes, usan la voz aunque no sepan con exactitud el campo específico que cubre.

En Venezuela en el año 1977 ya se utilizaba la voz en cuestión con el valor de, “hostilizar, molestar, provocar la ira de alguien”. Léxico popular venezolano (1977:189).

En los predios rurales la voz pasó a significar “Escarbar. Provocar a alguien”. Ahí está la palabra del campo, escarbar; junto con la idea de pinchar, punchar, pero en sentido figurado, en tanto acción ejercida pero no físicamente. Cuando el verbo del título sentó reales en el ámbito citadino y por ende culto, la acepción tomó rumbo más elevado, “Hurgar, revolver, escarbar”. Este valor se documentó ya en el año 1912. Diccionario de venezolanismos (1993-II-37).

Más adelante en la lexicografía venezolana registró acepciones insospechadas cuando llegó a “Registrar por curiosidad los objetos de otra persona”. En sentido figurado alcanzó a tipificar, “Investigar algún asunto”. Diccionario del habla actual de Venezuela (1994:290).

En el habla de la República Dominicana el verbo jurungar adquirió acepciones desconocidas en otros países. “Estropear algo con lo que se ha estado operando. Maniobrar repetidamente con una cosa. Estropearse un aparato o maquinaria”. Llama la atención la proyección del verbo hacia estropear y maniobrar. En estos casos se produjo un salto que solo el tiempo, la distancia, el medio social y el uso en diferentes circunstancias pueden explicar. Diccionario del español dominicano (2013:400).

 

LECHÓN

“Hay que celebrar que los LECHONES de Santiago no son. . .”

Lechones es el plural de lechón. El lechón es un cochinillo que todavía mama. De allí le llega el nombre lechón, pues mama leche. El cerdo tiene fama de ser un animal sucio (cochino), de donde por extensión se califica con este adjetivo a la persona puerca, desaseada. También se usa la palabra lechón en funciones de nombre para el cerdo macho sin importar la edad de este.

Luego de esa entrada obligatoria hay que enfocarse en el lechón de Santiago de República Dominicana. En esa ciudad casi siempre se usa el nombre en plural, “lechones de Santiago”.

Los lechones de Santiago son las “máscaras que acuden al desfile de carnaval vestidos de diablos”. Diccionario de cultura y folklore dominicano (2005:222). Este disfraz casi siempre lleva cuernos (cachos) añadidos a la careta, sobre la frente o la cabeza, porque así era la representación del diablo. En el caso del “Baile de lechones”, en lugar de disfraz de diablo llevan caretas (máscaras) de lechón.

En Santo Domingo, la capital, se llama “diablo cojuelo” al personaje disfrazado que en Santiago se denomina Lechón. Es posible que esta diferencia entre los nombres nunca sea bien explicada, sobre todo por sus motivos. En Montecristi a los personajes disfrazados del período de carnaval llaman de “toros”.

En los últimos tiempos se ha propagado la costumbre de llamar diablo a todos los personajes disfrazados con trajes llamativos y máscaras elaboradas; sobre todo si llevan cuernos y látigo.

 

CHÁCHARA

“. . . la movilidad en el Gran Santo Domingo no es para CHÁCHARAS. . .”

En verdad, en verdad os digo. . . este vocablo del título se incluye en esta columna para aprovechar y tratar el tema de la onomatopeya y el uso de esta en el español dominicano.

Cháchara es palabra de raíz onomatopéyica romance klakk- “charla”.

Para el objeto de esta exposición solo se insistirá sobre la significación “conversación frívola”. Al español llegó del italiano chiàcchiera que en esa lengua era “conversación sin objeto y por mero pasatiempo”. En italiano tienen un verbo para el ejercicio de esta acción, chiachieràre. Al pasar al español pasó con el sonido de /ch/ y no de /k/ como correspondía por el origen.

En portugués J. P. Machado sostiene que cháchara llega a esa lengua desde el español y tiene “etimología obscura” y alude a A. Nascentes que escribe, “El español tiene cháchara que la Academia Española y M. Lübke consideran vocablo onomatopéyico”. [No obstante] L. Erguilaz da un étimo árabe, con significado de “ruido tumulto”. (Versiones españolas de RG).

La onomatopeya alude a la relación existente entre la cosa que se designa y el sonido de la cosa, al ruido, o voces en el caso de algunos animales con la unidad léxica que se crea para imitarlos. La imitación del sonido se hará de acuerdo con los parámetros de la lengua en cuestión.

La representación de algunos sonidos (onomatopeya) cuenta con la aceptación de los segmentos cultos de los hablantes. Esto no es objeción para que en algunas hablas se sientan con derecho de imitar el sonido a su manera. Es clásica en lingüística la diferencia en la representación de los sonidos de los animales en distintas lenguas por las diferencias que estas arrojan.

Los dominicanos para referirse al sancocho que hierve lo hacen diciendo, plopló. El sonido de un disparo de arma de fuego es tituá. Para dar a entender que algo sucede de modo súbito, ¡rián! Pimpán para el golpe propinado, tras, para el desgarre de una tela; tóquiti para el golpe accidental, especialmente si se recibe en la cabeza. Curcur o culcul, para líquido ingerido con rapidez. ¡Fua!, se fue la luz. Algunas de estas onomatopeyas se tomaron de Retablo de costumbres dominicanas (1991:146).

Una vez que estos sonidos se integran en la lengua en cuestión pueden conducirse como palabras, aceptan el plural, por ejemplo. En algunas lenguas pueden dar lugar a verbos. Se piensa que la lengua que crea onomatopeyas con mayor facilidad es el inglés.

El sentido humanístico de Pedro Henríquez Ureña

Por Bruno Rosario Candelier

Me corresponde enfocar la dimensión filológica de Pedro Henríquez Ureña. La filología es una ciencia que no todo el mundo conoce porque es una disciplina relativamente nueva. Como rama de las humanidades, la filología se ocupa de estudiar la palabra y desde ella aborda el sentido de la cultura, el significado de un texto, el valor literario de una creación y, desde luego, eso supone para quien hace un estudio filológico, tener un conocimiento profundo de la palabra, entender el sentido trascendente que las palabras encarnan y significan para la condición humana y el desarrollo humanístico de una cultura.

Pedro Henríquez Ureña fue nuestro primer gran filólogo; más aún, él es nuestro modelo en el estudio de la lengua y la literatura. Justamente, la filología se ocupa de la lengua y la literatura.  El ilustre filólogo dominicano es modelo para todas las personas que nos dedicamos al estudio de la lengua y al cultivo de las letras. Y ha sido un singular referente por el gran aporte que hizo como crítico literario, como lingüista, como creador de literatura y, sobre todo, como intérprete, como exégeta de la palabra a la que se consagró, a la que dedicó toda su vida con una dedicación esmerada, con una profunda identificación intelectual, estética y espiritual con el valor de la palabra y con lo que eso significa para el desarrollo de la conciencia humana.

Pedro Henríquez Ureña tuvo la virtud de hallar el sentido subyacente en la imagen y el concepto. Sabemos que la imagen y el concepto son las dos facetas en las que se mueven los escritores, especialmente los poetas, narradores y dramaturgos, pues con los conceptos y las imágenes realmente desarrollan su trabajo creador. Pedro Henríquez Ureña ponderaba altamente el valor del concepto y el valor de la imagen en la creación poética. Y supo hacerlo con la conciencia del filólogo que sabe desentrañar el trasfondo de las palabras; por esa razón él se dedicó a pensar la lengua, a valorar lo que las palabras encierran en su sentido profundo. Pedro Henríquez Ureña se dedicó a descubrir el sustrato poético de la palabra, y a crear conciencia sobre su rol en el desarrollo de la cultura. En su valiosa obra sobre la gramática de la lengua española, tiene el detalle de ilustrar con textos poéticos varias de las facetas normativas de nuestro idioma que él específica y desarrolla en el plano gramatical. Ese aspecto de su enseñanza gramatical llamó poderosamente la atención y además sirvió de inspiración a mucha gente para entender y valorar la literatura como el arte de la expresión estética del lenguaje. He recibido el testimonio de varios literatos y de estudiosos de nuestra lengua y de intelectuales dominicanos y extranjeros que descubrieron el valor de la poesía a través de La gramática castellana, de Pedro Henríquez Ureña y Amado Alonso, justamente por el valor de la ilustración poética que él consignaba en cada uno de los aspectos que ponderaba para enseñar nuestra lengua con propiedad, rigor y elegancia. Y, desde luego, desde el texto literario puso énfasis en fomentar el valor de la lengua como fuero de la creación, como cauce del pensamiento y como base del buen decir porque él estaba consciente del Logos de la conciencia, y también estaba consciente de que la palabra es la clave para desarrollar la capacidad pensar, intuir, hablar y crear. Cuando digo «conciencia» me refiero a la capacidad de la mente para entender, la capacidad de la mente para intuir, la capacidad de la mente para hablar y la capacidad de la mente para crear. Y eso él lo tuvo muy claro en su concepción filológica y en el desarrollo de su trabajo creador como estudioso de la palabra. En tal virtud, quiero subrayar tres aspectos fundamentales para la comprensión y la valoración de la labor filológica de Pedro Henríquez Ureña durante medio siglo de existencia, que desarrolló como profesor, intérprete y creador.

En primer lugar, tenía un sentido ético de la cultura en cuya concepción moral cifraba su quehacer intelectual con edificantes planteamientos teoréticos, en los planteamientos pedagógicos y en los conocimientos lingüísticos de su labor como intelectual, como creador y como docente. Eso, naturalmente, él lo hacía para ponderar esa faceta fundamental de la palabra en la dimensión de una cultura y, especialmente, de una lengua y de la cultura de un país o una comunidad. Para él la palabra era clave para desarrollar la mentalidad de los pueblos, pero, sobre todo, la conciencia intelectual y estética de sus hablantes.

En segundo lugar, tenía un sentido altruista del trabajo intelectual, que concebía como una obra del intelecto para enseñar y orientar. Su consagración como escritor y como filólogo fue plena y rotunda, es decir, él se había preparado para enseñar; él había estudiado la lengua y la literatura, y justamente lo había hecho con alta disciplina y con plena dedicación para contribuir al desarrollo humanístico de los demás. Él tenía una vocación humanística, un concepto humanista de la palabra y una alta valoración de la condición humana, por lo cual se valió de la palabra para contribuir al desarrollo intelectual, estético y espiritual de las personas (estudiantes, docentes, escritores) con quienes se relacionó a través de la docencia, a través de la escritura y a través de conferencias, o mediante la publicación de estudios y de cartas mediante las cuales comunicó lo que sabía. Los que lo conocieron llegaron a decir que él tenía una generosidad con sus conocimientos, es decir, daba a los demás todo lo que sabía. Comunicaba lo que sabía con una generosidad, con un desprendimiento de su saber. Porque él quería conseguir el mayor número de personas que se formasen intelectualmente, que se valieran de la palabra para su desarrollo como personas. Sobre todo, quería conseguir de nuestra América el más alto desarrollo intelectual que saliésemos del atraso, de la miseria, de la ignorancia que reinaba en su época.

En tercer lugar, tenía un sentido trascendente del ejercicio literario, que realizaba para iluminar y orientar la conciencia intelectual, estética y espiritual, aspecto muy importante en su visión del mundo, en su cosmovisión cultural y en su visión filológica. El sentido trascendente que don Pedro le daba a su quehacer intelectual y al ejercicio de la escritura, que siempre realizaba con un propósito de edificación y concientización de sus lectores y de sus alumnos, desde luego. Porque él sintió la necesidad de orientar y de iluminar la conciencia. Lo hizo con plena identificación espiritual, con esa identificación emocional desde la palabra. Fíjense ustedes en su alta condición de filólogo, pues todo lo hacía desde la palabra, con la palabra y por la palabra. Quería conseguir que los hablantes valorasen la palabra, y mediante el cultivo de la palabra desarrollasen su talento, sus inclinaciones intelectuales, morales, estéticas y espirituales, para lo cual se formó, primero en el seno de su familia, con la orientación que le daba su ilustre madre, la grandiosa poeta Salomé Ureña, y luego en los Estados Unidos y en España. Y plasmó sus conocimientos en diferentes escenarios, sobre todo, en México y en Argentina. Aquí también lo intentó cuando fue Superintendente de Enseñanza, cargo equivalente al de Ministro de Educación. Entonces, trató de identificar el propósito esencial de su vocación filológica, que era contribuir al desarrollo intelectual de la conciencia, al desarrollo espiritual de la sensibilidad y al desarrollo del talento creador de los humanos. Lo hizo mediante la valoración de la palabra y la exaltación de la literatura, que era su interés primordial como filólogo para enaltecer lo que nos distingue y eleva.

Creo que estos planteamientos que él desarrolló en una docena de libros dan un perfil de la labor filológica de Pedro Henríquez Ureña.

Quiero subrayar el hecho de que le puso mucha atención a nuestro país. Aunque pasó la mayor parte de su tiempo en México y Argentina, siempre tuvo presente a la República Dominicana, porque amaba entrañablemente a su país de origen. Por eso escribió El español en Santo DomingoLas culturas y las letras coloniales en Santo Domingo. Y, desde luego, en otros libros suyos también tuvo presente a nuestros escritores, a nuestra cultura y nuestra historia, justamente para contribuir a lo que él fundamentalmente le preocupaba, que era la formación intelectual y estética desde la lengua, desde el trasfondo mismo de la palabra, fuero, eco y cauce de la honda sabiduría que adquirió en virtud de su luminosa vocación intelectual. De ahí su énfasis en valorar el sentido subyacente en la imagen y el concepto; de ahí su interés en pensar la lengua y descubrir el sustrato poético del pensamiento; de ahí su predilección en exaltar el texto literario para fomentar el valor de la lengua y la literatura como fuero del buen decir.

Un detalle importante en el aporte de Pedro Henríquez Ureña fue su preocupación por ponderar la voz propia, por el énfasis, la ponderación y la exaltación de la voz propia de los escritores para que escribiesen desde su propia sensibilidad y su propia conciencia en atención a la realidad social y cultural de su país.

En su obra Seis ensayos en busca de nuestra expresión enfatizó esos criterios, que fue una gran preocupación suya para que en la América hispana lográsemos nuestra identificación emocional y espiritual desde nuestra idiosincrasia cultural plasmada en nuestra lengua. De hecho, lo que él planteó en Seis ensayos en busca de nuestra expresión, lo asumieron y lo practicaron importantes escritores de nuestra América, como el dominicano Juan Bosch en Cuentos escritos antes del exilio; como el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, en su novela El hombre de maíz; como el cubano Alejo Carpentier, en su novela El reino de este mundo; y como el argentino Jorge Luis Borges en su cuento La rosa de Paracelso, entre otros textos narrativos y poéticos.

La labor filológica de Pedro Henríquez Ureña fue un luminoso aporte que contribuyó al desarrollo de la identificación cultural de nuestra América desde nuestra literatura, desde nuestra palabra, con la conciencia de nuestro talento, nuestra sensibilidad y nuestro aporte creador.

Santo Domingo, Academia Dominicana de la Lengua, 4 de octubre de 2021.

Pedro Henríquez Ureña, el humanista de américa en la Argentina

Por

Alicia María Zorrilla,

Presidenta de la Academia Argentina de Letras.

 

no es ilusión la utopía, sino el creer que los ideales se realizan sobre la tierra sin esfuerzo y sin sacrificio. Hay que trabajar. Nuestro ideal no será la obra de uno o dos o tres hombres de genio, sino de la cooperación sostenida, llena de fe, de muchos, innumerables hombres modestos (Pedro Henríquez Ureña).

«Y se me cierra la garganta al recordar la mañana en que vi entrar a la clase a ese hombre silencioso, aristócrata en cada uno de sus gestos, que con palabra mesurada imponía una secreta autoridad: Pedro Henríquez Ureña»[1], así lo define emocionado el escritor argentino Ernesto Sábato, uno de sus alumnos. Así podría definirlo también una estrofa de la Epístola moral a Fabio: «Una mediana vida yo posea, / un estilo común y moderado, / que no lo note nadie que lo vea»[2].

Ensayista, crítico literario, filósofo, traductor, periodista, historiador, profesor, investigador, don Pedro, el maestro dominicano de pensamiento profundo y de palabra viva y mesurada, de criterio sólido y ecuánime, arriba por primera vez a la Argentina en 1922 como integrante de la delegación mexicana encabezada por el político y escritor  José Vasconcelos Calderón para asistir a la asunción del mando presidencial de Marcelo Torcuato de Alvear; no le interesa la política, pero sí el voseo, al que le dedica su estudio. Se acerca primero a la Argentina a través de sus escritores: Esteban Echeverría, José Mármol, Domingo Faustino Sarmiento, Olegario Víctor Andrade, y, luego, gracias también a la delegación argentina que participa del Congreso Internacional de Estudiantes, celebrado en México en 1921. Después de escuchar las exposiciones presentadas, realmente deslumbrado, dice: «Cabía pensar que nuestra América es capaz de conservar y perfeccionar el culto de las cosas del espíritu, sin que las ofusquen sus propias conquistas en el orden de las cosas materiales»[3]. No obstante, su nombre ya se conoce en la Argentina, pues, en 1913, según las investigaciones del académico Pedro Luis Barcia, se reproduce en la revista Nosotros su trabajo sobre «La obra de José Enrique Rodó»[4], y, en la misma revista, pero en 1919, aparece «La enseñanza de la sociología en América», una carta dirigida a Arturo de la Mota[5]. En 1921, en la Revista de la Universidad de Buenos Aires, se publica «En la orilla»[6], apuntes breves que luego recoge en su obra En la orilla. Mi España, de 1922. En verdad, este año significa su primera y verdadera visión de la Argentina. En esta estada, le aconseja a Ricardo Rojas la fundación de un Instituto de Filología Hispánica en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires; más aún, le pide que lo presida un discípulo de don Ramón Menéndez Pidal. El elegido es Américo Castro. Además, visita la Universidad de La Plata, donde pronuncia su elogiada conferencia sobre «La utopía de América», publicada en 1925. Dice el gran dominicano: «Si el espíritu ha triunfado, en nuestra América, sobre la barbarie interior, no cabe temer que lo rinda la barbarie de afuera. No nos deslumbre el poder ajeno: el poder es siempre efímero. Ensanchemos el campo espiritual: demos el alfabeto a todos los hombres; demos a cada uno los instrumentos mejores para trabajar en bien de todos; esforcémonos por acercarnos a la justicia social y a la libertad verdadera; avancemos, en fin, hacia nuestra utopía»[7].

Luego, regresa a México, donde se desempeña como director general de Educación Pública del Estado de Puebla. Conoce a Isabel Lombardo Toledano, veinte años menor que él, y se casa. La situación le es adversa y pierde su cargo. Entonces, le escribe a su amigo Rafael Alberto Arrieta, quien le consigue tres cátedras de Castellano en el colegio secundario Rafael Hernández, dependiente de la Universidad Nacional de La Plata. Así comienza a formar hombres y lectores con la sabia humildad de los grandes, con la sencillez de los verdaderos eruditos, con una mezcla de «entusiasmo» y de «moderación reflexiva»[8]. Como dice su madre, la gran poetisa y educadora dominicana Salomé Ureña, en un poema que le dedica cuando cumple seis años, «la fiebre de la vida lo sacude»[9].

Llega a Buenos Aires a fines de junio de 1924 con su esposa y la mayor de sus hijas, Natacha, y se instala primero en una pensión; después, en La Plata, donde nace Sonia, su segunda y última hija. Lo hace después de haber viajado mucho, de entrañar otras culturas: los Estados Unidos (California, La Florida, Nueva York, Minnesota, Chicago), Cuba, México, España, Francia, Centroamérica, etcétera. En La Plata, colabora en la revista Valoraciones, editada entre septiembre de 1923 y mayo de 1928. Luce en sus páginas la pluma del ensayista, su deseo de bajar hasta la raíz de las cosas que anhela decir. Allí conoce a Alejandro Korn, a José Luis Romero y a Ezequiel Martínez Estrada.

Atraído por la gran ciudad, en 1925, se traslada a Buenos Aires y comienza su labor docente en el Instituto Nacional del Profesorado Secundario Joaquín Víctor González, pero sigue viajando en tren a La Plata. No pone límites a su afán docente. El 20 de julio de ese año, le escribe a su amigo Alfonso Reyes, a la sazón embajador de México en Francia: «Buenos Aires me recuerda a la Nueva York de 1905; si para 1945 fuera lo que es la Nueva York de hoy, podría uno consolarse. Pero ¡quién sabe!»[10]. Y el 5 de septiembre, en otra carta a Reyes, se define: «Yo no soy contemplativo; quizá no soy ni escritor en el sentido puro de la palabra; siento necesidad de que mi actividad influya sobre las gentes, aun en pequeña escala»[11]. Como dice Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña está «sediento de educar y de educarse»[12] con una disciplina ejemplar. Tanto en Buenos Aires como en La Plata, se destaca como eminente profesor: consideraba que el éxito del profesor tenía su fundamento en el éxito del maestro. Sus libros reflejan su pulcritud, su esmero en la composición (La versificación irregular en la poesía castellana (1920); Observaciones sobre el español de América[13] (1921); En la orilla. Mi España (1922); El libro del idioma. Lectura, gramática, composición, vocabulario [en colaboración con Narciso Binayán, 1927]; Seis ensayos en busca de nuestra expresión (1928); Cien de las mejores poesías castellanas (1929); Aspectos de la enseñanza literaria en la escuela común (1930); El teatro de la América Española en la época colonial (1936); La cultura y las letras coloniales en Santo Domingo (1936); Sobre el problema del andalucismo dialectal en América (1937); Para la historia de los indigenismos. Papa y batata. El enigma del aje. Boniato. Caribe. Palabras antillanas (1939); Gramática castellana (dos tomos), para el nivel secundario, en colaboración con Amado Alonso (1939); El español en Santo Domingo (1940); Plenitud de España (1945); Literary currents in Hispanic America (1945); Historia de la cultura en la América Hispánica (1947); La utopía de América; Estudios mexicanos; Antología clásica de la literatura argentina (en colaboración con Jorge Luis Borges); escribe en la Historia de la Nación Argentina, dirigida por Ricardo Levene, el capítulo «Cultura española de la Edad Media desde Alfonso el Sabio hasta los Reyes Católicos». Siempre siente atracción por los temas filológicos; lo corroboran sus trabajos sobre «El idioma español y la historia política en Santo Domingo» y el ya citado «Sobre el problema del andalucismo dialectal en América». Sabe que la lengua une a los hombres de Hispanoamérica; es la savia de su cultura y de su identidad, y a su estudio se entrega con sumo orden, sin improvisaciones ni erudición superficial. Cuando habla de su escritura, dice: «Siempre he escrito suficientemente despacio para trabajar tanto la forma como la idea. […] mi procedimiento es pensar cada frase al escribirla, y escribirla lentamente; poco es lo que corrijo después de escrito ya un artículo… En cuanto a las ideas, también es necesario pensarlas muy cuidadosamente antes de escribir; sobre todo, ninguna idea incidental enunciarla de prisa porque es incidental»[14]. José Vasconcelos Calderón asegura que su prosa conlleva «la luz y el ritmo que norman su espíritu»[15].

El doctor Bruno Rosario Candelier, director de la Academia Dominicana de la Lengua, considera que Henríquez Ureña escribe «para edificar»[16]. Creemos que este es un verbo muy significativo en la ruta intelectual del escritor, pues anhela refundar América como patria de la justicia y de los valores que sostienen la integridad moral de las personas.

A pesar de sus valiosas obras y de su hacer sin descanso —Alfonso Reyes llega a preguntarle si sigue pensando mientras duerme—, Henríquez Ureña se queja de que ha trabajado poco y de que no ha escrito lo que hubiera querido, es decir, cuentos, novelas, dramas. No publica novelas o dramas, pero sí cuentos: Los cuentos de la Nana Lupe (Universidad Autónoma de México); «Éramos cuatro…» y «El hombre que era perro», en Caras y Caretas (Buenos Aires, 8 de agosto y 9 de septiembre de 1925, respectivamente); «El peso falso» y «La sombra», en el diario La Nación (Buenos Aires, 12 de julio y 30 de agosto de 1936, respectivamente).

Es invitado por el Gobierno dominicano para ocupar la Superintendencia General de Educación de Santo Domingo y hacia fines de 1931 viaja a su patria. No obstante, continúa ligado a la Argentina, donde se le concede licencia en sus cátedras. Al año siguiente, la Universidad de Puerto Rico le otorga el título de Doctor honoris causa. Finalmente, no tolera la situación política de su país y deja su cargo. Viaja a Francia, donde su padre es ministro plenipotenciario por la República Dominicana, y regresa a Buenos Aires para reanudar sus actividades docentes. Sin duda, las horas que les consagra con generosidad a sus alumnos le impiden dar vuelo a su imaginación. Sin embargo, no siente que pierde el tiempo, pues, entre ellos, puede haber un futuro escritor. Entonces, debe acompañarlo, ayudarlo, guiarlo. Don Pedro corrige «la ignorancia», denuncia «la barbarie», compadece «la mediocridad» y odia «la demagogia»[17]. Devoto incondicional de la cultura, sabe que solo la educación salva a los pueblos. Por eso, dice: «… la sinceridad y la perseverancia de nuestra dedicación nos permitirán guiar por nuestros caminos a otros, de quienes no nos desplacería ver que con el tiempo se nos adelantasen»[18].

Nunca logra obtener cátedras titulares porque se niega a renunciar a su ciudadanía dominicana, gesto que lo enaltece. Sin duda, ese no es un obstáculo, ya que su verdadero objetivo es trabajar siempre con apasionada consagración. Como reconocimiento a su valía intelectual, el 5 de abril de 1934, la Academia Argentina de Letras lo designa académico correspondiente en representación de la República Dominicana.

Colabora con el diario La Nación y forma parte del equipo de la revista Sur, dirigida por Victoria Ocampo. Al centenario de su nacimiento, Sur le dedica el número 355 con estudios de Enrique Anderson Imbert, Ana María Barrenechea, Emilio Carilla, Raúl H. Castagnino, Emilia de Zuleta, Enrique Zuleta Álvarez y otros. Destacamos un párrafo del doctor Zuleta Álvarez: «… el brillo del cumplido esfuerzo literario ha estado permanentemente acompañado por la lección moral, por la intención de que la obra de cátedra y la página escrita estuvieran al servicio del perfeccionamiento ético y espiritual del hombre de América»[19].

Dice José Blanco Amor que ha sido «el más grande utopista que tuvo la América hispana, tierra de utopistas delirantes. […] fue utopista por vocación y por rigor de estudioso»[20]. Don Pedro cree en la cultura del esfuerzo y del sacrificio, y en los bienes que proporciona el trabajo sin pausa, sobre todo, el trabajo de saber, que es su descanso. Aspira a una «eutopía», es decir, a la construcción de un buen lugar, de un lugar mejor que los existentes, donde la riqueza material no ahogue la vida espiritual, y cree —según Enrique Anderson Imbert, uno de sus destacados alumnos— «que el ansia de perfección vale como norma tanto para la actividad cultural como para la acción política»[21]. Además, se distingue «por la rara combinación de rigor intelectual y accesibilidad al diálogo»[22]. Alfonso Reyes, quien lo llama el «testigo insobornable», dice que Henríquez Ureña enseña «a oír, a pensar», y suscita «una verdadera reforma en la cultura…»[23], y Jorge Luis Borges afirma que «su memoria era un precioso museo de las literaturas»[24]; tenía la impresión de que ya había leído todo. Sus alumnos aprenden oyéndolo conversar[25] y viven con el ejemplo constante, cotidiano, de su conducta intachable. A ellos los instruye acerca de que «el ideal de justicia está antes que el ideal de cultura: es superior el hombre apasionado de justicia al que solo aspira a su propia perfección intelectual»[26].

Continúa trabajando como profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires; en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, de la Universidad Nacional de La Plata; en el Colegio Nacional Rafael Hernández, de la Universidad de La Plata, y en el Colegio Libre de Estudios Superiores de Buenos Aires. También, con Amado Alonso, en el Instituto de Filología de la Facultad de Filosofía y Letras, donde tiene a su cargo la Biblioteca de Dialectología Hispanoamericana, y es asesor de varias editoriales, entre ellas, Losada, donde dirige la colección «Cien obras maestras de la literatura y el pensamiento universal». En 1939, Amado Alonso publica en Buenos Aires la Revista de Filología Hispánica, de la que Henríquez Ureña es asiduo colaborador.

En 1940, viaja a los Estados Unidos. En la Universidad de Harvard, dicta ocho conferencias en inglés, en la cátedra Charles Eliot Norton, en el Fogg Museum of Art. En 1945, aparecen en las Literary Currents in Hispanic America, que, en 1949, son traducidas al español por Joaquín Díez-Canedo para la editorial Fondo de Cultura Económica: «Mi propósito —dice Henríquez Ureña— ha sido seguir las corrientes relacionadas con la “busca de nuestra expresión”»[27].  Escribe al respecto Emilia de Zuleta: «Si asombra la prodigiosa erudición contenida en esta obra, más admirable aún es la originalidad y la precisión del método en cuya diacronía va integrándose, por planos sincrónicos, con los pertinentes ajustes y correcciones, la literatura peninsular»[28]. En 1941, regresa a Buenos Aires y publica sus trabajos sobre «Literatura de Santo Domingo y Puerto Rico» y «Literatura de la América Central» en la Historia universal de la literatura, dirigida por Santiago Prampolini[29]. En 1944, «dirige el primer trabajo de sociología empírica de la literatura elaborado por Dora Gumpel y Mario Muñoz Guilmar: “La literatura en los periódicos argentinos”»[30].

A pesar de desencantos y fatigas, siempre lo guía la templanza y un anhelo de armonía que vierte en cada uno de sus actos, en cada obra, en cada palabra, pero el tiempo y la vida intensa nos lo arrebatan. Le confía a Luis Alberto Sánchez que el corazón le da, a veces, ciertos malestares; «cuenta [Sánchez] que, la última vez que lo encontró, «estaba enflaquecido y pálido. Trabajaba como galeote. […]. Todo lo suyo fue a corre-vuela, siendo él, sin duda, hombre de sosiego, de ahondamiento, de comprobaciones reiteradas»»[31].

Víctima de un síncope cardíaco, don Pedro fallece el 11 de mayo de 1946 en el tren que lo lleva de Buenos Aires a La Plata para cumplir con sus obligaciones de docente universitario. El filólogo, traductor y crítico literario argentino Augusto Cortina narra de esta manera sus últimos momentos: «Eran las 15 y 15. Don Pedro llegó, como de costumbre, al minuto. Antes de sentarse a mi lado, colocó su sombrero en la repisa del tren. Me dijo: “¿Quiere que coloque el suyo?”. Y la acción siguió a la palabra. Tomó asiento tranquilamente. “¿Cómo le va?”, le pregunté. Entonces, se llevó la frente al dorso de la diestra semicerrada y se desplomó a mi lado. Lo miré sorprendido: pensaba que, antes que otras veces, se proponía dormir un rato. Advertí entonces su rostro ligeramente descompuesto. Después, por cortos momentos, un leve ronquido». Una muerte sin agonía, silenciosa, serena, abrazado a sus libros; quizá, una forma de la felicidad. Así quiso dejarnos, como cayendo en un profundo sueño. En El oro de los tigres, Jorge Luis Borges  recrea admirablemente ese instante: «En la oscuridad el sueño le dijo: Hará una cuantas noches, en una esquina de la calle Córdoba, discutiste con Borges la invocación del Anónimo Sevillano[32] Oh Muerte, ven callada como sueles venir en la saeta. […], el diálogo era profético»[33].

Es sepultado en Buenos Aires, pero, al cabo de treinta y cinco años, sus restos son repatriados a Santo Domingo (República Dominicana) e inhumados en la Iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes, junto al sepulcro de su madre[34], en el Panteón de la Patria[35].

Dice el investigador argentino Emilio Carilla que, cuando escribe sobre Henríquez Ureña, no puede imaginarlo muerto: «Para mí será siempre el seguro guía, la palabra amable, el espíritu amplio, que cumple su misión en Buenos Aires y a quien visito en cada viaje»[36]. Cuando la Universidad Nacional de La Plata decide rendir homenaje a su memoria, destaca su papel de artífice del acercamiento cultural entre la República Argentina y la República Dominicana.

Los que no lo conocimos gozamos hoy, a través de sus obras, de su prédica ejemplar, de su magisterio, de su digna erudición, de su irrenunciable vocación de servicio, que demuestra durante los veintidós años que vive en la Argentina para gloria de la cultura argentina. Coincidimos con el escritor Roy Bartholomew, alumno del maestro, en que «don Pedro nunca presidió nada»; simplemente los presidía a todos y, hoy que nos hermana, continúa presidiéndonos.

 

ALICIA MARÍA ZORRILLA

Academia Argentina de Letras

[1] Antes del fin. Memorias, Buenos Aires, Seix Barral, 1998, p. 47.

[2] <https://www.camagueycuba.org/cienpoesias/35.html> [Consulta: 11 de septiembre de 2021].

[3]  «El amigo argentino», Dos apuntes argentinos, Obra crítica, Primera reimpresión, México, Fondo de Cultura Económica, 1981, p. 301.

[4] Pedro Henríquez Ureña y la Argentina, Santo Domingo, República Dominicana, Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos, Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, 1994, p. 30.

[5] Ibidem, p. 32.

[6] Ibidem, p. 34.

[7] La utopía de América, Caracas, Biblioteca Fundación Ayacucho, 1978, p. 6.

[8] Pedro HENRÍQUEZ UREÑA, «Vida y obra de Pedro Henríquez Ureña», La utopía de América, p. 480. Destacamos entre comillas los conceptos de José Enrique Rodó.

[9] Pedro HENRÍQUEZ UREÑA, «Vida y obra de Pedro Henríquez Ureña», La utopía de América, p. 475.

[10] Citado por Roy Bartholomew en su artículo «Nuevo adiós a don Pedro», La Nación, Buenos Aires, domingo 3 de mayo de 1981.

[11] Ibidem.

[12] «Encuentros con Pedro Henríquez Ureña», Revista Iberoamericana, XXI, 1956, p. 55 (Citado por María Teresa Barbadillo de la Fuente, art. cit., p. 597).

[13] Aparecen en 1930, en la Revista de Filología Española.

[14] «Vida y obra de Pedro Henríquez Ureña», La utopía de América, ed. cit., p. 480.

[15] Ibidem, p. 481.

[16] Boletín de la Academia Argentina de Letras, Vol. LXXII, Buenos Aires, Academia Argentina de Letras, 2007, p. 495.

[17] Enrique ANDERSON IMBERT, «La filosofía de Pedro Henríquez Ureña», Sur. Pedro Henríquez Ureña 1884-1946. Centenario de su nacimiento, Buenos Aires, N.º 355, julio-diciembre de 1984, p. 19.

[18] «La cultura de las humanidades», Obra crítica, Primera reimpresión, México, Fondo de Cultura Económica, 1981, p. 597.

[19] Sur. Pedro Henríquez Ureña. 1884-1946. Centenario de su nacimiento, Buenos Aires, julio-diciembre 1984, p. 183.

[20] «Pedro Henríquez Ureña y la “magna patria”», La Prensa, Buenos Aires, domingo 8 de junio de 1980.

[21] «De la estirpe americana de los patriarcas», La Nación, Buenos Aires, 31 de mayo de 1981.

[22] Ibidem.

[23] Pasado inmediato y otros ensayos, México, El Colegio de México, 1941, p. 34.

[24] «Prólogo. Pedro Henríquez Ureña», Obra crítica, Primera reimpresión, México, Fondo de Cultura Económica, 1981, p. VIII.

[25] Le escribe a Rafael Alberto Arrieta: «Creo que voy acercándome (al menos eso procuro) a escribir en el tono de la conversación y aspiro a que mis artículos —mientras no puedan ser sustanciales— sean conversaciones con amigos» («Vida y obra de Pedro Henríquez Ureña», La utopía de América, ed. cit.,

  1. 487).

[26] Ibidem, p. 488.

[27] Las corrientes literarias en la América Hispánica, Tercera reimpresión, México, Fondo de Cultura Económica, 1969, p. 8.

[28] Sur. Pedro Henríquez Ureña. 1884-1946. Centenario de su nacimiento, ed. cit., p. 169.

[29] Rafael GUTIÉRREZ GIRARDOT, «Pedro Henríquez Ureña», Diccionario Enciclopédico de las Letras de América Latina, Caracas, Monte Ávila Editores, 1995, p. 2195.

[30] Ibidem.

[31] Citado por María Teresa Barbadillo de la Fuente, «Reencuentro con Pedro Henríquez Ureña» [en línea]. <https://cvc.cervantes.es/literatura/cauce/pdf/cauce14-15/cauce14-15_32.pdf> [Consulta:

22 de septiembre de 2021].

[32] Se refiere a la Epístola moral, atribuida a Andrés Fernández de Andrada (1575-1648).

[33] Buenos Aires, EMECÉ, 1972, p. 133. Dice Borges que él «había citado una página de De Quincey en la que se escribe que el temor de una muerte súbita fue una invención o innovación de la fe cristiana, temerosa de que el alma del hombre tuviera que comparecer bruscamente ante el Divino Tribunal, cargada de culpas» («Pedro Henríquez Ureña», Obra crítica, ed. cit., p. 9).

[34] Oscar Hermes VILLORDO (coord.), «Pedro Henríquez Ureña. Repatriación de sus restos», La Nación, Buenos Aires, 26 de octubre de 1980.

[35] La urna con sus restos mortales llevaba la Orden de Mérito de Duarte, Sánchez y Mella en el Grado de Gran Cruz Placa de Plata, que es la principal distinción concedida por el Gobierno de la República Dominicana.

[36] «Henríquez Ureña y nosotros», La Nación, Buenos Aires, agosto de 1947.

Mística de la palabra en el libro sagrado: la Biblia como logos de la creación

Por

Bruno Rosario Candelier

 

A

Gisela Hernández,

cultora de lo divino en la palabra.

Tú pones en mi corazón una alegría mayor que la del tiempo”.

(Salmos 4, 8).

 

La Biblia es el libro sagrado de la cultura judeo-cristiana. Fuero y cauce del Logos de la Creación, también es una obra literaria que podemos abordar a la luz de la palabra para apreciar las diversas manifestaciones del texto fundacional de la civilización occidental, inspiración del modelo inveterado de conducta ejemplar, que ha edificado a millones de lectores y escritores en su formación intelectual, moral, religiosa, estética y espiritual.

La Biblia contiene varios libros sagrados como obra poética, narrativa, histórica, ensayística o testimonial, lo que enriquece su naturaleza de texto religioso con mensajes divinos vertidos mediante la palabra. En tanto expresión de la energía interior de la conciencia, la palabra concita, impulsa y atiza el aliento de vida, la inspiración sagrada y el poder de creación. Y es signo, fuero y cauce del aliento superior de la conciencia trascendente.

Desde el Génesis, el libro inicial de La Biblia, se habla de la Creación del mundo, obra del Padre del Universo, de cuyo Logos primordial procede todo. “Al principio creó Dios los cielos y la tierra”, dice el primer versículo del texto sagrado; y Dios dijo: “Haya luz; y hubo luz” (Gén., 1, 3). Y luego dijo Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza…” (Gén., 1, 26). Y luego el mismo texto afirma que “Y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho”. Y luego leemos: “Formó Yahveh Dios al hombre del polvo de la tierra, y le inspiró en el rostro aliento de vida” (Gén., 2, 7).

La palabra primordial concibe, perfila y crea lo viviente: y la palabra humana, derivada del Logos primordial, plasma la onda de la intuición; encauza el aliento inspirador; y canaliza el soplo de la inspiración y la revelación. El soplo o Ruah, que tanto impacto tiene en la cosmovisión espiritual de los hebreos, está presente en la lírica de los creadores que han heredado la cultura de sus antepasados bíblicos.

En nuestra condición de criaturas hechas a imagen y semejanza del Logos primordial, fuimos creados mediante la virtud operativa de la Palabra. Con la creación del mundo, Dios creó al hombre mediante el poder creador del Verbo. Y le otorgó el don de nombrar las cosas y el poder de conocerlas, poseerlas y disfrutarlas. Y, con el don de la Vida, el Logos y el Amor, nos dio el poder de la intuición, la creación y la interpretación. La Vida, el Logos y el Amor signos son de posesión, creación y comunión con lo viviente.

Aunque el tesoro de la Biblia forma parte de la literatura hebrea, gracias a su categoría histórica, religiosa y literaria, pertenece a la literatura universal. La Biblia es el libro de la humanidad y, como libro inspirado, es la obra literaria más traducida porque ese luminoso texto proyecta la voz de Dios, la historia de la salvación y una relación trascendente de la creación, el desarrollo y la evolución humana.

La Biblia revela el sentido místico de la Creación del mundo mediante la palabra. La función esencial de la palabra que edifica, ilumina y embellece la conciencia se funda en cinco ejes de la sensibilidad y la conciencia: la clave del amor, cauce y destino de la unión consentida; la clave de la sabiduría, fuente de entendimiento y valoración de fenómenos y cosas; la clave de la belleza, dimensión sensorial que concita, emociona y entusiasma; la clave del ideal, motor que atiza la vocación creadora; y la clave de la mística, aliento que concita el desarrollo de la espiritualidad.

Al enfocar la Biblia a la luz de la literatura, podemos estudiarla como lenguaje, es decir, como expresión creadora de la palabra. El pasaje bíblico de Juan, con el que comienza el Nuevo Testamento, da la pauta orientadora. La Biblia está dividida en dos partes, el Antiguo Testamento, con el libro inicial del Génesis, y el Nuevo Testamento, que termina con el Apocalipsis.

La Biblia puede ser estudiada no solo desde un punto de vista religioso, teológico y místico, sino también desde un punto de vista cultural, lingüístico y literario por su relación con la vida, la sociedad y la cultura. Desde el punto de vista antropológico, se relaciona con el comportamiento de la vida humana; desde el punto de vista histórico, entraña hechos del pasado de la humanidad que siguen repercutiendo en el presente; y desde el punto de vista de la lengua, contiene referencias léxicas, semánticas y estilísticas. Hay pasajes históricos, geográficos, religiosos, literarios y culturales en la Biblia por lo cual puede ser abordada desde varios puntos de vista, como el psicológico, con reacciones emocionales de las personas. No solo desde la religiosidad y la teología, sino también desde la ciencia y el arte puede ser abordada la Biblia como expresión de la vida y la conciencia.

El singular texto sagrado de la Biblia revela un saber iluminado, tanto teológico, como religioso, moral y espiritual. Es decir, las diferentes disciplinas humanas hallan datos y referencias en todos los libros de la Biblia, lo mismo del antiguo que del nuevo testamento.

El antiguo testamento contiene los libros del pentateuco, historias, narraciones, profetas, salmos, cantares y sapienciales. La religión de los hebreos fue establecida por Moisés, que liberó a su pueblo de la opresión egipcia. Justamente la historia de Moisés aparece en el antiguo testamento, desde su salvación milagrosa a través de las aguas del Nilo, hasta el éxodo del pueblo hebreo, cuya creencia monoteísta viene del decálogo que Moisés recibió con la certeza de que un día alcanzaría la tierra prometida.

El nuevo testamento se inspira en la vida, la pasión y la crucifixión de Jesús. Comprende 4 evangelios, los hechos de los apóstoles, las cartas doctrinarias y el libro del Apocalipsis. El Evangelio o ‘Buena Nueva’ de la doctrina cristiana, presenta a los creyentes un Reino de gracia, amor y perdón.

En Éxodo (3, 4-13) se narra el hecho en que Moisés “escuchó una voz” que le decía “Moisés, Moisés” y, al escuchar la voz que lo llamaba por su nombre, quiso saber el nombre de quien lo apelaba, recibiendo como respuesta elusiva el tetragrama YHWH [YAVEH], que significa ‘Yo Soy’, circunloquio mediante el cual Dios oculta su nombre y mantiene el enigma de su identidad. El Tetragrámaton (YHWH, nombre de cuatro letras) refiere al que Es de cuya fuente, mediante el Verbo, recibimos la dotación de la Divinidad.

La Poética del Logos o Mística del Verbo, que exaltan los creadores de poesía, ficción y ensayo, formaliza el don de la palabra, signo, fuero y cauce del aliento divino inherente en la conciencia. De ahí el concepto originario de Heráclito de Éfeso, quien intuyera la idea de Logos, y también la genial concepción de Juan el Evangelista al sostener que la Palabra era Dios: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho” (Jn 1, 1).

El Evangelio de Juan dice que al principio existía el Verbo o Logos, que el evangelista traduce como Verbo o Palabra. Es decir, el vocablo Palabra equivale al Logos de los griegos, que significa ‘imagen’ y ‘concepto’. Al principio fluía la Palabra, y la Palabra venía de Dios, y la Palabra era Dios, es decir, en la concepción del evangelista hay una identificación entre Dios y Palabra, el Verbo emanante de la Divinidad. De esa identificación de Palabra con Divinidad se infiere que la palabra entraña un poder divino, y de ahí el nexo con la mística, que entraña el cultivo de lo divino.

La palabra es un don poderoso, una dotación cognitiva, intuitiva y creadora o, lo que es lo mismo, encarna y despliega el poder que tenemos pues con ella intuimos, pensamos, hablamos y creamos. Al principio la Biblia alude a Dios, pues afirma que mediante la Palabra existió todo, pues las cosas se hacían al pensar la palabra, porque fue a través del Verbo como Dios fue pronunciando las emanaciones que se volvían fenómenos y cosas, según el texto bíblico. La Divinidad dictó una orden y ese ordenamiento fue verbal, con un aliento espiritual que se materializa en las expresiones sensoriales y suprasensibles tras su paso por irradiaciones, mediante imágenes, destellos, aromas, ondas y susurros de lo Alto. Y dice: “Con ella existió todo; sin ella no existió cosa alguna de lo que existe” (Jn., 1, 3).

El Logos en su sentido primordial 

La primera acepción de Logos o Verbo es ‘palabra’. La palabra contiene aliento espiritual, que es la luz de la conciencia; esa luz brilla en las tinieblas, y la tiniebla no la puede extinguir. Ese concepto es la idea encarnada en la “Palabra”, razón por la cual en la Biblia el Verbo o Logos se vincula a la Divinidad. De hecho, en la literatura mística hay una tradición según la cual la palabra que conocemos y usamos los humanos es la parte divina inmersa en nuestro espíritu y que nos conecta a Dios porque se entiende que Palabra fue la dotación que Dios otorgó a los humanos dotándolos de su poder creativo, el poder de la inteligencia, el poder de la intuición y el poder de la creación.  Con las palabras nombramos las cosas, y cuando Adán comenzó a nombrar lo que sus ojos contemplaban, “puso nombre a todos los ganados, y a todas las aves del cielo, y a todas las bestias del campo…” (Gn., 2, 20).

Procuramos conocer el nombre de las cosas, y denominamos las que no están nombradas. Desde Adán los primeros hablantes comenzaron a nombrar las cosas, y hacer uso de las palabras para referir sus percepciones, intuiciones y vivencias.

Uno de los atributos más importantes que nos otorga el Logos de la conciencia es la capacidad de intuir. Podemos intuir, pensar, imaginar y crear. Ahora bien, soñar puede interpretarse como la capacidad para imaginar, pero también existe la capacidad para revelar lo que acontece en el sueño. A veces soñamos. ¿Y qué es el sueño? Una vivencia inconsciente que ocurre cuando estamos dormidos y que revela algún nivel del inconsciente, porque al otro día recordamos que soñamos. Es decir, lo que acontece en nuestra mente mientras dormimos pasa a otro nivel de la conciencia, porque después de soñado podemos recordar lo que soñamos. Entonces, el sueño es una una manifestación de la conciencia que también aparece en la Biblia. Por eso en Génesis (Gn., 2, 19,20) se alude al poder de la palabra para denominar e identificar las cosas.

Leemos en el Génesis (Gn., 6-8) donde se habla del sueño de José, y dice: “Un día tuvo José un sueño y contó el sueño a sus hermanos, y dijo José a sus hermanos: “Escuchen el sueño que he soñado: estábamos azotando gavilla en el campo, mi gavilla se levantaba y se ponía derecha, y la gavilla de ustedes la rodeaban y se postraron entre ellas”. Entonces, la interpretación de ese sueño, en ese mismo capítulo en el versículo 23, dice: “Cuando llegó José al lugar donde estaban sus hermanos, fue sujetado, le quitaron la túnica con mangas, lo tomaron y lo echaron en un pozo vacío, sin agua y se sentaron a comer. Levantando la vista vieron una caravana de ismaelitas que transportaban en camellos gomas, bálsamos y racimos de Galahad a Egipto”. Judá propuso a sus hermanos diciéndoles: “¿Qué sacamos con matar a nuestro hermano y con echar tierra sobre su sangre?” No deciden matarlo, sino venderlo y luego es conocida la historia de José por el poder que llegó a tener en Egipto y todo eso tuvo lugar en un sueño que lo relata el libro del Génesis.

Desde el punto de vista literario, la Biblia es un conjunto de libros. En griego la palabra “biblia” significa ‘libros’ en plural, porque el singular es biblíon. El significado de biblia indica que en el texto sagrado hay muchos libros en un solo texto. Todo cuanto acontece, según la Biblia, sucede para bien ya que nada sucede por azar, conforme un principio místico. La Biblia también es fuente de la mística cristiana, centrada en la vivencia del misterio divino, vertido en el nuevo testamento y en la Patrística de la Iglesia, cuyos pensadores y teólogos remiten a los primeros apóstoles, como el siguiente pasaje de san Juan evangelista, esencial para entender el sentido de la mística cristiana: “Lo que existía desde el principio, lo que oímos; lo que vieron nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos -acerca de la Palabra de vida -porque la vida se manifestó y nosotros la vimos, damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba con el Padre y se nos manifestó- lo que vimos y oímos, os lo anunciamos ahora, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y su Hijo, Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo” (I Jn. I, 1-4).

Un poder humano recibido de Dios es el sentimiento del amor y, como la Biblia habla de todo lo humano, el amor necesariamente tenía que aparecer en la Biblia. Se habla del amor humano y el amor divino. En El cantar de cantares se describe el amor humano, aun cuando los místicos le dan una interpretación sagrada valorándolo como “amor divino” o “amor místico”. Ahora bien, quien realmente describe el amor místico, el amor puro, que es el amor de los elegidos, es san Pablo en la primera carta a los Corintios. En esa carta el capítulo 13 describe lo que es la esencia del amor: “Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como campana que suena o címbalo que retiñe. Y aunque tuviera el don de hablar en nombre de Dios y conociera todos los mentirosos y toda la ciencia; y aunque mi fe fuese tan grande como trasladar montañas, si no tengo amor, nada soy. Y aunque repartiera todos mis bienes a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve”. Y da una hermosa descripción del amor espiritual: “El amor es paciente y bondadoso; no tiene envidia, ni orgullo, ni jactancia. No es grosero, ni egoísta; no se irrita ni lleva cuenta del mal; no se alegra de la injusticia, sino que encuentra su alegría en la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta. Cuando yo era niño, hablaba como un niño, razonaba como un niño; al hacerme adulto, he dejado las cosas de niño. Ahora vemos confusamente en espejo y oscuramente; entonces veremos cara a cara. Ahora conozco imperfectamente; entonces conoceré como Dios mismo me conoce (Cor., 13, 1, 12).

La palabra en la cultura bíblica

Alfred Weber, en su Historia de la cultura (México, FCE, 1965, 8va ed., p. 32) atribuye un «espíritu mágico» al rasgo cultural determinante de las altas culturas primarias, entre las que se encuentran las de Egipto y Babilonia. Esa vinculación mágica de la cultura egipcia se aprecia en el pasaje que relata el Génesis sobre el viaje de Abraham a Egipto: «Levantó Abraham sus tiendas para ir al Negueb; pero hubo un hambre en aquella tierra, y bajó a Egipto para peregrinar allí, por haber en aquella tierra gran escasez. Cuando estaba ya próximo a entrar en Egipto, dijo a Sarai, su mujer: «Mira que sé que eres mujer hermosa, y cuando te vean los egipcios dirán: ‘Es su mujer’, y me matarán a mí, y a ti te dejaran la vida; di, pues, te lo ruego, que eres mi hermana, para que así me traten bien por ti, y por amor de ti salve yo mi vida». Cuando, pues, hubo entra­do Abraham en Egipto, vieron lo egipcios que su mujer era muy hermosa; y viéndola los jefes del Faraón, se la alabaron mucho, y la mujer fue llamada al palacio del Faraón. A Abraham le trataron muy bien por amor de ella, y tuvo ovejas, ganados y asnos, siervos y siervas, burras y camellos. Pero Yahveh afligió con grandes plagas al Faraón y a su casa por Sarai la mujer de Abraham; y llamando el Faraón a Abraham, le dijo: «¿Por qué me has hecho esto? ¿Por qué no me diste a saber que era tu mujer? ¿Por qué dijiste: Es mi hermana, dando lugar a que la tomase por mujer? Ahí tienes a tu mujer; tómala y vete» (Gén 12, 9-19).

Un aspecto importante de la Biblia es el concepto del amanuense. Amanuense es quien escribe a mano lo que otro le dicta. Es decir, es un intermediario o interlocutor. Cuando alguien escribe lo que el Espíritu le dicta es también un amanuense, un amanuense del Espíritu. En la Biblia, el amanuense del Espíritu aparece en el Apocalipsis.

La palabra apocalipsis significa ‘revelación’ de lo Alto, y es el nombre del último libro de la Biblia. Ese libro da cuenta de cosas sorprendentes, misteriosas y enigmáticas mediante imágenes y símbolos de difícil interpretación. Pero, como nos ha enseñado el teólogo mocano Luis Quezada, en su esencia fluye el aliento de la esperanza. El autor es Juan el Vidente, amanuense de grandes revelaciones. En Apocalipsis 1, 9-15, leemos: “Yo, Juan, hermano vuestro, que por amor a Jesús comparto con vosotros la tribulación y a la espera paciente del Reino, me encontraba desterrado en la isla de Patmos por haber anunciado la palabra de Dios y haber dado testimonio de Jesús. Caí en éxtasis un domingo”.

El éxtasis ocurre cuando el sujeto tiene la sensación de que sale fuera de sí, y no tiene control de sus sentidos, ya que una fuerza superior lo domina. Al éxtasis también se le puede llamar rapto y arrobo. Cuando se dice “rapto del espíritu” no es que sacan al sujeto físicamente y lo llevan a otra parte, sino que experimentas la sensación de estar fuera de sí mismo, pues es una vivencia mental, espiritual, pues se trata de un fenómeno de la conciencia en el que se vive un estadio especial, un “arrobamiento de la conciencia”. El arrobamiento de la conciencia es un estado en el que el sujeto sabe lo que le está ocurriendo, pero no puede negarse a esa experiencia interior. Es el éxtasis de los sentidos. Quien experimenta el éxtasis de los sentidos tiene la sensación de que está fuera de sí, y no puede resistir la fuerza que lo domina, porque es una fuerza superior que toma control del sujeto, que está consciente de esa experiencia, pero no puede oponerse al dictamen de esa fuerza trascendente.

Santos, iluminados y místicos han experimentado el éxtasis, como san Francisco de Asís, santa Teresa de Jesús o san Juan de la Cruz, incluso gente que no son santos ni militantes religiosos. Por ejemplo, el escritor argentino Jorge Luis Borges experimentó en su vida dos momentos de éxtasis; y el poeta boricua Francisco Matos Paoli dio testimonio de que varias veces experimentó el éxtasis, esa fuerza espiritual que toma control de la sensibilidad o de la conciencia de la persona que experimenta ese estadio peculiar, ese arrobamiento de la conciencia. Entonces, Juan el Vidente, escribe: “Caí en éxtasis un domingo”. Dice que un domingo le arrebató el espíritu; es decir, experimentó el éxtasis de la conciencia. Más adelante señala: “Y oí detrás de mí una voz potente, como de trompeta que decía: -Escribe en un libro lo que veas y mándalo a estas siete iglesias: a Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea”.  Me volví para mirar de quien era la voz que me hablaba, al volverme vi siete candelabros de oro, y en medio de los candelabros una especie de figura humana que vestía larga túnica y tenía el pecho ceñido de una banda de oro”.

Esa descripción es un testimonio de quien ha experimentado el éxtasis. Mientras se vive el éxtasis nadie puede hacer nada, sino quedarse tranquilo. Normalmente el éxtasis no dura mucho tiempo, uno, dos o pocos minutos, pero nunca es largo. Algunos poetas que han experimentado el éxtasis pueden recordarlo y describirlo. Presento ese ejemplo de la descripción del éxtasis como un testimonio de lo que es un amanuense del Espíritu, como Juan el Vidente, porque lo que él escribe le fue dictado por una voz divina, no por una voz humana.

   Público: ¿Puede alguien ser arrebatado por una fuerza que no sea la del Espíritu Santo?

   BRC: Podría acontecer por la energía de una Musa, por el influjo de una potencia cósmica angelical o diabólica. Creo que puede darse esa posibilidad.

   Público: Yo tuve una extraña experiencia, pues un día me desperté y abrí un libro y lo cerré. Entonces, repentinamente, comencé a escribir y yo no sabía que estaba escribiendo. Ya tenía siete páginas escritas cuando escribí bajo esa vivencia.

   BRC: Lo que dices es diferente de la revelación, como es la inspiración. La inspiración es un soplo espiritual del sentido de fenómenos, cosas o tal vez de una energía invisible, pero el soplo espiritual de la revelación es un soplo de lo Alto, de lo divino mismo. Para los antiguos griegos el soplo de la inspiración venía de las Musas, que dictaban ese soplo, y entonces entendían que las Musas existían justamente para eso, para inspirar a los hombres. Para los creyentes y los espirituales la revelación viene de la Divinidad, pero esa revelación, que es de orden superior o divino ocurre por una gracia de Dios. La inspiración nace del recuerdo, de la formación intelectual, de vivencias soterradas en la conciencia, de lecturas que han dejado huellas en el inconsciente, de intuiciones. En cambio, la revelación es un dictado de una energía superior. En la primera carta a los Corintios, san Pablo dice: “En cuanto a los dones del Espíritu, no quiero, hermanos, que sigáis en la ignorancia. Como sabéis, cuando no erais cristianos, os dejabais arrastrar ciegamente hacia los ídolos mudos. Por eso os hago saber que nadie que hable movido por el Espíritu de Dios puede decir: “Maldito sea Jesús”. Como tampoco nadie puede decir: “Jesús es Señor”, si no está movido por el Espíritu Santo. Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo. Hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Hay diversidad de actividades, pero uno mismo es el Dios que activa todas las cosas en todos. A cada cual se le concede la manifestación de Espíritu para el bien de todos” (Cor., 12, 1-7). 

Todos los seres vivientes recibimos dones, y los humanos recibimos dones singulares. Con el don de la vida se nos da el don del Logos, que es el don del lenguaje, y con el lenguaje desarrollamos la capacidad para intuir, pensar, hablar y crear. La creatividad es el talento del pensamiento, el poder de la intuición y también el don del amor. Cada persona recibe dones especiales. Por ejemplo, el don de escribir poesía, el de interpretar o el de profetizar. San Pablo escribió: “Porque a uno le es dada por el Espíritu la palabra de sabiduría; a otro la palabra de ciencia, según el mismo Espíritu, le otorga un profundo conocimiento. Este mismo Espíritu concede a uno el don de la fe, a otro el carisma de curar enfermedades; a otro el poder de realizar milagros; a otro el don de profecía, a otros en distinguir entre espíritus falsos y verdaderos; a otro el hablar un lenguaje misterioso y a otro, en fin, el don de interpretar ese lenguaje. Todo esto lo hace el mismo y único Espíritu, que reparte a cada uno sus dones como él quiere” (I Cor., 12, 4-11).

Con el don de la palabra se aprende el lenguaje del buen decir. Otros tienen el don para distinguir inspiraciones, porque  tienen la capacidad de leer y valorar una obra literaria. Tienen el don de la lengua quienes pueden hablar varios idiomas. Todo eso lo reparte el Espíritu dando a cada uno lo que a Él le plazca. Cada uno ha de descubrir el don que recibió, y valorarlo y plasmarlo en obras.

El don de la escritura es un don muy valioso, pues el que escribe, el que hace literatura, el que compone poesía, cuentos, novelas, teatro, crítica literaria o ensayo, tiene el don de la palabra y de la creación y, en tal virtud, tiene las condiciones intelectuales para cultivar ese don. Es importante tener conciencia de los dones y las cosas. En el Libro de la sabiduría, que se atribuye a Salomón, hay sabias reflexiones. ¿Alguien sabe que significa sabiduría?

   Público: El deleite de la palabra de Dios.

   BRC: Esa es una hermosa interpretación. Sabiduría no es sinónimo de inteligencia, ni de conocimiento, ni de información. Es un saber que logran algunos seres humanos para vivir la vida con un sentido espiritual. ¿Qué se necesita para acercarse a la sabiduría?

   Público: Si buscamos el término bíblico, sabiduría viene de saborear, pero saborear en el Espíritu, porque puede ser que se hable del deleite de la palabra. Cuando se dice “saborear en Espíritu” tiene que ver con la fruición de la conciencia.

   BRC: Así es. La fruición es el deleite del espíritu, y el espíritu se deleita con las cosas que generan una enseñanza profunda, una verdad de vida o un saber que eleva y edifica la conciencia, lo que se consigue por la intuición. Las personas sabias son intuitivas, amorosas, cultores del espíritu. La intuición es un foco de la mente con el cual alumbramos la realidad y conocemos la realidad para nutrir la mente. La intuición es el más alto poder de la conciencia. A la intuición se deben los conocimientos científicos, artísticos, filosóficos, teológicos y humanísticos. El saber de la espiritualidad y los conocimientos profundos que ha alcanzado la humanidad se deben a la intuición y a la revelación. Hay personas con una intuición muy refinada, aun cuando no hayan leído. Tienen un conocimiento de la realidad, una actitud serena ante la vida, una visión luminosa de lo viviente y una sabiduría. Ese conocimiento es espiritual, no es un conocimiento intelectual, ni imaginativo, ni especulativo. La intuición penetra en la esencia de las cosas, porque con los sentidos físicos tenemos contacto con la realidad sensorial, que es la dimensión material que percibimos de las cosas. Percibimos los datos sensoriales de las cosas con los sentidos físicos, pero el conocimiento profundo lo dan los sentidos espirituales. Los sentidos espirituales son los sentidos interiores, como la intuición, la memoria, la imaginación, el sentido común y la estimativa. La función primordial de la intuición, que nos proporciona el conocimiento profundo que genera sabiduría.

En el Eclesiastés leemos: “Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: su tiempo de nacer, y su tiempo de morir; su tiempo de plantar, y de cosechar… Su tiempo de llorar, y su tiempo de reír; su tiempo de lamentarse, y su tiempo de danzar.Su tiempo de lanzar piedras, y su tiempo de recogerlas; su tiempo de abrazarse y su tiempo de separarse” (Ecl. 3, 1-5).

Las parábolas constituyen un procedimiento del lenguaje bíblico para comunicar una enseñanza, como lo hacía Jesús para adoctrinar a sus discípulos. Una parábola es una comparación de una cosa con otra mediante el lenguaje para deducir una enseñanza y un aprendizaje.

   Público: Como la parábola del hijo pródigo. Su moraleja enseña que no debemos menospreciar los bienes, porque el dispendio trae pobreza y humillación y remordimiento de conciencia.

   BRC: La Biblia contiene enseñanzas para aprender a vivir. Jesús hablaba en parábola para dar a entender su mensaje moral y espiritual. Los místicos dicen que las vivencias espirituales de la experiencia extática son inefables porque acontece en un nivel interno de la conciencia y en un estadio sublime del espíritu. Quienes viven esa experiencia se valen de símbolos para comunicar esa experiencia. Por eso los místicos, como los autores de los textos bíblicos, resolvieron el misterio de lo indecible mediante la invención de los símbolos. En la II Carta a los Corintios, Pablo habla de palabras inefables: “¿Hay que seguir presumiendo? Aunque es del todo inútil, me referiré a las visiones y revelaciones del Señor. Conozco a un cristiano que hace catorce años -si fue en cuerpo o sin cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe- fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y me consta que ese hombre fue arrebatado al paraíso, y oyó palabras inefables que el hombre no puede expresar. De ese hombre presumiré porque en cuanto a mí solo presumiré de mis flaquezas (II Cor., 12, 1-5).

 

Los indefinidos y sus funciones

Por Tobías  Rodríguez Molina         

 

En español no todas las palabras expresan su sentido o valor de forma idéntica. Por ejemplo, los sustantivos, los adjetivos, los verbos y los adverbios expresan su significación o sentido de manera precisa, determinada. Por eso al decir carro, rojo, brillar,  bien y mal captamos de manera precisa el significado de cada una de esas palabras, por lo cual podríamos decir que son palabras con su significación bien definida, bien precisa, bien determinada. Sin embargo existen otras palabras que no se comportan de igual manera, y esas palabras son las llamadas indefinidas, que podemos definir como que  “son   palabras que indican una cantidad  o identidad de manera indeterminada o imprecisa.” (español.lingolia.com)

Ejemplos de palabras indefinidas son algo, alguno, varios, nadie, otro, poco, mucho, bastante, medio, demasiado, suficiente.

Como hemos visto y veremos más adelante, estas palabras son bastante numerosas en nuestro idioma español y algunas admiten variaciones de género y número, mientras que otras solo pueden usarse en singular o en plural o no tienen una variante en femenino.

Cuando los indefinidos acompañan a un sustantivo indicando cantidad, en ese caso sufre las variaciones de género y número, y por igual sufrirá esas variaciones si no acompaña al sustantivo pero hace referencia a él con la función de pronombre.

Pongamos ejemplos de indefinidos con función de adjetivo concordando en género y número:

  1. Muchos muchachos llegaron cansados.
  2. Muchas muchachas llegaron cansadas.

En el caso a), muchos es el indefinido concordando en género y número con muchachos, y en el b), muchas concuerda con muchachas también en género y número.

Veamos indefinidos funcionando como pronombres:

  1. Algunos (adjetivo) muchachos llegaron cansados y otros (pronombre) hambrientos.
  2. Algunas (adjetivo) muchachas llegaron cansadas y otras (pronombre) hambrientas.

Como se puede notar “otros” se refiere a muchachos, y “otras” se refiere a muchachas en su función de pronombres y, por lo tanto, son variables

Ahora bien, si el indefinido acompaña a un adjetivo o a un adverbio, no sufre cambios de género y número, ya que funciona, en ambos casos, como adverbio  y el adverbio  es invariable.

Ejemplos:

1.a) Él es medio torpe.

b) Ellos son medio torpes.

2.a) Ella es bastante inteligente.

b) Ellas son bastante inteligentes.

Vieron que medio y bastante acompaña a torpes e inteligentes, respectivamente, los cuales son adjetivos; por eso esos dos indefinidos se mantuvieron invariables.

Veamos el indefinido acompañando a un adverbio.

  1. Él llegó bastante bien.
  2. Ellas llegaron bastante bien.

Como pudieron observar,  en esos dos últimos dos ejemplos, bastante acompaña al adverbio bien, manteniéndose por lo mismo en forma invariable.

Vamos a ver ejemplos de indefinidos que pueden variar:

Algún-alguno-alguna-algunos-algunas. (Algunos almacenes están vacíos.)

Otro-otra-otros-otras (Tú tienes otras camisas blancas.)

Mucho-mucha-muchos-muchas (Él tiene muchos pantalones en su armario.)

Demasiado-demasiada-demasiados-demasiadas (Aquí hay demasiadas personas.)

Cierto-cierta-ciertos-ciertas (Llegaste con cierto cansancio.)

Tanto-tanta-tantos-tantas (Él nunca tuvo tantas monedas como ahora.)

 

Veamos indefinidos que solo varían en número:

Bastante-bastantes (Comiste bastantes manzanas.)

Suficiente-suficientes (Trajo suficientes deseos de servir.)

Cualquier-cualesquiera (Ella va a leer cualquier novela.)

Quienquiera-quienesquiera (Él vendrá con quienesquiera venir.)

 

Fijémonos en indefinidos que solo varían en género:

Varios-varias (Pasó en aquel lugar varias noches.)

Ningún-ninguno-ninguna (No llegó ninguna mujer con Luis.)

 

Véase la lista de indefinidos que son totalmente invariables:

Alguien (Alguien se lo dijo a ella.)

Algo (Debiste haber comido algo antes de venir a trabajar.)

Más (Doce es más que diez.)

Menos (En Cuba hace menos frío que en Rusia.)

Nada (No le dijo nada de lo que yo le dije.)

Nadie (A nadie le dijo lo que sabía.)

Cada (Cada cosa debe estar en su sitio.)

Al conocer  la gran variedad de contextos en los que pueden aparecer los indefinidos, y que del contexto en que aparecen puede, en muchos casos, depender su variación o no, debemos estar atentos al contexto en que aparecen los mismos  para no cometer desaciertos en su empleo. En esos contextos desempeñan las  diferentes funciones de adjetivo, pronombre o adverbio.

 

La concordancia en los colectivos y otros casos

Por Tobías Rodríguez Molina

 

Uno de los medios gramaticales de relación interna en la oración es la concordancia, la cual constituye un elemento de rección porque las condiciones en que se verifica no son iguales para los miembros en que se da la concordancia. Eso quiere decir que uno de ellos impone la concordancia a la que tiene que someterse el de inferior jerarquía sintáctica. Por ejemplo, el sustantivo, como categoría superior al adjetivo, le impone a este los morfemas de género y número. Y lo mismo sucede con otras palabras que estén en concordancia.

Es evidente que existen unas leyes o reglas gramaticales que rigen la concordancia. Esas leyes resultan de las relaciones que se dan entre las diferentes categorías gramaticales.

A partir de aquí se puede definir la concordancia como la igualdad de género y número entre el sustantivo y sus modificadores (con excepción del complemento), y la igualdad de número y persona entre el verbo y su sujeto.

Ahora bien, esas leyes generales de la concordancia no se aplican en todos los casos, uno de los cuales es el de los nombres colectivos y otros casos a los  que suele llamárseles casos especiales de concordancia. En esos casos  se suele dar, con mayor frecuencia, la concordancia de sentido, en vez de la concordancia gramatical.

Pero antes de  continuar creemos  conveniente ofrecer una  definición de los nombres colectivos; veamos la siguiente:

“El nombre colectivo o sustantivo colectivo es el sustantivo que en singular expresa una colección o agrupación de objetos, animales o personas semejantes, en contraposición a los nombres individuales, (p. ej., alumnado es un nombre colectivo, mientras que alumno es individual).” (Wikipedia). Los siguientes son algunos ejemplos de nombres colectivos:

Avispero (conjunto de avispas); equipo (conjunto de personas que juegan en grupo); cardumen (conjunto de peces); enjambre (conjunto de abejas); gente (conjunto de personas); tropa (conjunto de soldados).

Veamos a continuación algunos de los casos de empleo más frecuente de los colectivos:

  1. Cuando el nombre es colectivo y va seguido del complemento en plural, el cual especifica ese nombre colectivo, el verbo puede ir en plural o en singular. Véanse los siguientes ejemplos:

La tropa de soldados  llegaron  muy cansados. (En este caso la concordancia se ha hecho con el complemento “de soldados”).

La tropa de soldados llegó muy cansada. (Aquí se hizo la concordancia con “la tropa”).

Pero si no va seguido del complemento, es preferible emplear el verbo en singular. Observe este ejemplo:

La tropa llegó muy cansada.

 

  1. Siguiendo con los nombres colectivos, cabe añadir que sustantivos como “mitad”, “parte”, “resto” y otros semejantes, aplicados a un conjunto de individuos, presentan la posibilidad de la concordancia en singular o plural. Veamos los siguientes ejemplos.

La mitad de los tripulantes evitaron la desgracia.

La mitad de los tripulantes evitó la desgracia.

 

  1. Si las palabras que acompañan al colectivo no aumentan la idea de pluralidad, sino que, por el contrario, la disminuyen, la concordancia en plural parece difícil o imposible. Mediante los siguientes ejemplos, se puede constatar lo que se acaba de decir:

La muchedumbre, conmovida por el hecho, lloró amargamente.

Aquel grupo, entre todos los miembros, había provocado esa situación.

  1. Si las palabras que acompañan al colectivo aumentan la idea de pluralidad, la concordancia en plural parece más factible o posible. Véase el siguiente ejemplo.

Aquel grupo de asistentes, preocupados por lo que estaba pasando, salieron despavoridos del salón.

Pasaremos a continuación a ver  otros casos de concordancia.

  1. El autor de una obra puede emplear la primera persona del plural, al cual se le llama el plural de  modestia. Observe  este  ejemplo:

Nosotros creemos (opinamos) que eso es algo injusto.

  1. Dos o más sustantivos pueden considerarse como una unidad  y concertar en singular. Véase el siguiente ejemplo:

La entrada y salida de aviones fue suspendida.

Pero si a cada sustantivo se le antepone el artículo, se impone la forma plural. Vea este ejemplo:

La entrada y la salida de aviones fueron suspendidas.

  1. Los sustantivos femeninos que empiezan con “a tónica” van precedidos por artículos masculinos (el, un) cuando se usan en singular. Fíjese  en los  ejemplos siguientes:

Tiene el (un) alma de ángel.

El (Un) águila vuela alto, muy alto.

Pero cuando el sustantivo  va acompañado de demostrativos, se emplea el femenino. Vea los próximos ejemplos:

Esa alma que tienes es pura, limpia, celestial.

Esta águila surcó los cielos de la montaña.

  1. Si un adjetivo va detrás de dos o más sustantivos y se refiere a ambos, concuerda con ellos    en plural. Pero si se refiere solo al último, concuerda con este. Observe los ejemplos referentes a este caso:

El muchacho y la muchacha, asustados, salieron corriendo. (Hay que tener en cuenta que si hay un sustantivo masculino, el adjetivo concuerda en género con el masculino).

Estudió geografía y gramática española. (Solo estudió gramática española, no geografía española).

  1. Hay casos en que un adjetivo debe aparecer en masculino aunque el referente sea femenino.    Vea ejemplos de este caso:

Tu criatura (femenino) está precioso,  rosado, frondoso (adjetivos masculinos por tratarse de un niño).

Su majestad (femenino) llego contento (masculino porque  se trata del rey).

  1. En oraciones con el verbo ser, como las siguientes, se emplea el verbo complementario en plural. Fijarse  bien en  los ejemplos:

Yo soy de los que defienden tu derecho a la protesta pacífica.

Tú eres de las que trabajan con entusiasmo.

Como se ha podido observar por los variados casos presentados, el sentido se impone normalmente por encima del valor gramatical tanto en la relación sustantivo y adjetivo, así como también en la relación sujeto y verbo. Además, hay casos en que se sugiere un tipo de concordancia, dejando al gusto o subjetividad del usuario el empleo de una o de la  otra. Espero contribuir a que empleemos  de la forma debida los  colectivos y los demás casos  de concordancia cuando   aparezcan en los  escritos que produzcamos.

Buhonero, complejo, alcaide/alcalde

Por Roberto E. Guzmán

 BUHONERO

“Para muchos BUHONEROS de la avenida Duarte. . .”

La idea que se tenía acerca del buhonero ha cambiado con el transcurso del tiempo. En principio el buhonero era un vendedor ambulante que se trasladaba de un lugar a otro con sus mercancías. Se le tenía por persona que alababa en exceso el valor de su mercancía, que exageraba la cualidad de sus productos.

En algún momento el buhonero iba a la “plaza del mercado” de los poblados. Para las personas que vivían en poblados alejados de establecimientos comerciales era conveniente comprar del buhonero porque eso les evitaba el penoso viaje por caminos muchas veces difíciles.

Este comerciante al por menor traficaba con productos menores, pequeños y baratos que podían ser adquiridos por los residentes de las zonas rurales. Más adelante en la historia una vez que el buhonero dominicano fijó un punto para sus ventas, aunque fuera al aire libre, dejó de ser ambulante y se especializó en las baratijas. En periódicos dominicanos del siglo XIX se mencionaban estos vendedores ambulantes y se entendía en esos años que esa actividad era una de las favoritas de los inmigrantes de origen sirio, libanés, palestino, inmigrantes conocidos en toda América con el gentilicio de turcos.

Un fenómeno que se ha producido en la circulación de los artículos que comerciaban los buhoneros es que se han “establecido”. Esto es, se han fijado en mercados de pulgas donde venden objetos nuevos, usados y chucherías.

El Diccionario de la lengua española en la segunda acepción para la palabra del título asienta que buhonero es “vendedor ambulante” en República Dominicana y Venezuela. Esto ya no es parte de la realidad dominicana. Los vendedores ambulantes que existen en República Dominicana, son los que negocian con alimentos perecederos. Vale que uno se pregunte si todavía quedan buhoneros que visitan las recónditas zonas rurales del país dominicano.

Los vendedores ambulantes en la actualidad se transportan en motonetas, camionetas, camioncitos, motocicletas y otros tipos de vehículos; hasta el caballo ha sido desechado. En lugar de pregonar sus mercancías a viva voz, lo hacen por medio de altavoces.

El buhonero dominicano pasó a través de varias etapas, quizás vicisitudes. En la edición del Diccionario de la lengua española de 1992 no aparece mención de República Dominicana, ni de Venezuela para el vendedor ambulante o de baratijas. En la edición de ese diccionario del año 2001 viene la mención de Venezuela. Hubo que esperar hasta la edición de 2014 para ver incluida la República Dominicana. Como puede comprobarse por los años citados de las ediciones, hubo que esperar pacientemente para que se hiciese lugar al uso dominicano de la palabra buhonero. Este largo período de espera hay que tomarlo como parte de la cautela que observan las autoridades que cuidan de la lengua general.

 

COMPLEJO

“Mi experiencia como observador y quizás algún COMPLEJO de psiquiatra. . .”

Hay palabras que cobran importancia en el idioma; o, que se introducen en el habla y se hacen importantes, comunes. Algunas veces esas palabras han estado presentes desde largo tiempo en el lenguaje, pero algún acontecimiento le imprime o devuelve notoriedad.

El vocablo del título entró en el habla culta en República Dominicana en la década de los años sesenta del siglo XX. Como sucede con frecuencia en el lenguaje, al popularizarse el vocablo halló espacio en el habla de todos los días; es decir, no solo en el dominio de la esfera culta de hablantes.

Aparejado con esta popularidad el vocablo adquirió una connotación negativa. En esa etapa fue el adjetivo acomplejado el que sirvió para explicar el comportamiento social de muchas personas, especialmente en la actividad política. En esos momentos se usaba el adjetivo para interpretar el inesperado e inexplicable comportamiento político de algunas personas distinto al propio.

Cuando el vocablo complejo entró en el español indicaba acerca de las cosas compuestas de elementos diversos. Más adelante sirvió para referirse a lo complicado. Así anduvo por los meandros del lenguaje hasta que la psicología se apoderó del término.

En psicología se ha adoptado el término para designar el, “Conjunto de ideas, emociones y tendencias generalmente reprimidas y asociadas a experiencias del sujeto, que perturban su comportamiento”. Diccionario de la lengua española de la Asociación de Academias de la Lengua Española.

Este término ha llegado a tener connotaciones patológicas como consecuencia de su amplio uso entre psicoanalistas y psiquiatras para caracterizar el conjunto de ideas e impulsos que entran en conflicto con otros aspectos de la personalidad. No obstante, este concepto no implica necesariamente anormalidad y puede usarse para caracterizar asociaciones de deseos, impulsos y sentimientos que ocurren en personas normales.

En la cita se usa el término complejo para significar “creerse”. Esto así cuando se hace seguir por un sustantivo precedido del nombre de una profesión. Con esto se expresa que la persona que de este modo se caracteriza “se considera, piensa o supone” que es eso que se designa con el sustantivo. El que se utilice de esta manera no conlleva por necesidad un tono crítico o negativo.

 

ALCAIDE – ALCALDE

“. . . ALCALDE de la referida cárcel”.

Con el auxilio de esta sección se tratará de dejar bien establecida la diferencia entre las funciones de las personas que desempeñan estas dos posiciones, el alcaide y el alcalde.

El amigo chusco sugirió que desde el principio deje claro que el alcaide no es un alcalde de una ciudad de la región del Cibao de la República Dominicana. Durante largo tiempo al alcalde de las ciudades en República Dominicana se denominó síndico. Quizás una de las razones para proceder de este modo era evitar tener que usar la palabra alcalde, por la proximidad fonética que esta guarda con el director del establecimiento penitenciario.

Los dos vocablos proceden del árabe, eso tienen en común. El alcaide entró a tempranas horas en el idioma que terminó por llamarse español. También pasó con la misma grafía al portugués; con una letra /i/ llegó al catalán.

El alcalde no fue más que un juez hasta la Edad Media, época en la que se le sumaron las atribuciones municipales que al final predominaron.

Lo que ha de retenerse con respecto a alcaide, el de la entrometida letra /i/ es que designa a la persona encargada del gobierno de una cárcel.

El alcalde es el del ayuntamiento, el que ejecuta los acuerdos que toma esa corporación.

 

En torno al gentilicio de la provincia y municipio de San Cristóbal

Por Domingo Caba Ramos

 

  1. Consideraciones generales acerca de los gentilicios 

Gentilicio, desde el punto de vista etimológico y según el Diccionario de la lengua española, es un vocablo que procede   de la voz latina “gentilicius” y esta de “gentīlis”, que significa «que pertenece a una misma nación o a un mismo linaje»

En su sentido profundo, se define como la palabra (adjetivo o sustantivo) que designa la nacionalidad, raza y procedencia geográfica o lugar de origen de una persona. Por esa razón, aunque existen otras causas que lo originan (históricas, culturales, usos coloquiales…), en la mayoría de los casos, los gentilicios derivan del topónimo (nombre de lugar) a que hacen referencia: dominicano, de República Dominicana; nicaragüense, de Nicaragua; panameño, de Panamá; argentino, de Argentina; habanero, de La Habana, etc. Esto significa que casi siempre el gentilicio es inseparable del topónimo del cual procede. Cuando así ocurre, por convención o acto espontáneo de los hablantes, en español, por lo general, los gentilicios se forman mediante el procedimiento morfológico consistente en agregar sufijos a la raíz o base léxica del topónimo. Entre los  más comunes sufijos utilizados al respecto merecen citarse : en se (estadounid – ense) ; eño (capital – eño ) ; ero(barranquill – ero ); ino (argent – ino) ; ano (dominic–ano ) y és (franc -és).

De lo antes expresado se infiere que para la conformación de los gentilicios no existen normas académicas que establezcan cómo llamar a los nativos de un lugar. Esas voces distintivas, la comunidad lingüística las crea, las asume y utiliza como sello de identidad, y es el uso colectivo que los hablantes lo que define su validez. Al no depender de reglas fijas, en su caso tampoco rige el criterio de corrección, vale decir, en lugar de usos correctos o incorrectos, cuando de los gentilicios se trata, lo preferible sería hablar de validez o no validez. 

Esa pertinencia o validez está determinada, no por su mayor o menor sujeción a una regla gramatical, sino por el peso de la costumbre, de la convención y permanente presencia en el uso cotidiano de la lengua. En tal virtud, deberán considerarse válidos o representativos todos aquellos gentilicios que, como antes se planteó, la comunidad o una  parte significativa de ella los haya adoptado como tales por la fuerza de la costumbre; pero muy especialmente, los que han sido impuestos por la mayoría de los hablantes de esa comunidad. Al margen de esta consideración, sin embargo, es muy común que se apele a la autoridad oal criterio académico para atribuirle valor a un gentilicio, considerándolo o no correcto en virtud de lo que acerca de su significado establezca en su diccionario la Real Academia Española (RAE).

Conforme al juicio precedente, conviene aclarar que si bien son muchos los gentilicios que aparecen consignados como entradas en el diccionario académico, ello se debe a que la RAE los recoge del habla viva en un determinado momento (sincronía ) y los registra en dicho lexicón, más con intención  descriptiva que prescriptiva. De ahí que aparezcan en este, voces gentilicias, “santiaguense/santiagués” y “sancristobero”, por ejemplos, cuyos usos generalizados nose corresponden con la realidad lexicográfica oel auténtico sello de identidad del lugar sobre el cual versan:

Santiago de los Caballeros y San Cristóbal, República Dominicana, toda vez que los hablantes de estas demarcaciones, en su mayoría, se identifican como “santiagueros” y “sancristobalenses”, respectivamente, y no como “santiaguense” y “sancristobero”. Escasamente a un nacido en el municipio de Santiago de los Caballeros se le escuche usar el término “santiaguense” y mucho menos “santiagués”.

En la aceptación y difusión de las voces gentilicias, en ocasiones, al margen de la realidad, prima lo subjetivo, las preferencias y el punto de vista particular del hablante. A tono con este planteo, para identificar a los naturales de un determinado espacio geográfico, se prestigia el uso de una de esas voces, no en virtud de su alta frecuencia en los actos habituales del habla, sino motivado por el deseo de que sea esta el gentilicio que mejor lo represente. Fue lo que sucedió, por ejemplo, con el el destacado abogado y genealogista, doctor Julio Genaro Campillo Pérez (1922/2001), quien hasta la hora de su muerte defendió la tesis de que el nombre que debía utilizarse para nombrar a los nacidos en  la ciudad de Santiago de los Caballeros debía ser “santiaguense” y no “santiaguero” ni “santiagués”, ante las circunstancias, según su justificación, de que estos dos últimos, «ya han sido consagrados para otras ciudades con el mismo nombre de Santiago». Así lo prefería el afamado historiador, a pesar de que la realidad lingüística siempre ha demostrado que en este municipio, como ya se señaló, muy pocos de sus habitantes emplean el término “santiaguense”.

 

Nada genera más confusión, duda, polémica y vacilación que el uso de las voces gentilicias.  Esto quizás se deba a que en muchos casos, una parte considerable de los comunitarios no saben por cuál de esas voces   decidirse, si por la que aparece registrada en el Diccionario de la lengua española o por la que cotidianamente se oye en boca de los hablantes.

Ocurre también que a un mismo lugar se le asignan denominaciones distintas, formadas por sufijos diferentes : santiaguero , santiagués y santiaguense (Santiago) ; bonaense , bonaero (Bonao) .Y lo mismo sucede con el municipio y provincia de San Cristóbal, cuyo habitantes se auto denominan sancristobalense (mayoritariamente ), sancristobero y sancristobaleño, como consta en el Diccionario del español dominicano ( 2013 : 622-23 ),  en el cual estos tres gentilicios se definen estos de la misma forma : « Referido a persona, natural de San Cristóbal, municipio de la provincia del mismo nombre».

Existen también sustantivos que designan ciudades o regiones del mismo nombre en países diferentes, pero con  gentilicios distintos, formados por sufijos también distintos : Santiago  (de Chile ), santiaguino ; Santiago (de Cuba ) santiaguero ; Santiago(de Compostela, santiagués; Santiago  (del Estero, Argentina ), santiagueño ; Santiago  (de los Caballeros ) , santiaguero, santiaguense y santiagués ); San Cristóbal(Venezuela), sancristobalense ; San Cristóbal (República Dominicana), sancritobalense, sancristobero y sancristobaleño.

 

  1. ¿Sancristobero o sancristobalense?

Acerca de los términos “sancristobero” y “sancristobalense” se lee en el Diccionario de la RAE (DRAE) lo siguiente:

 

  1. «Sancristobero- Natural de San Cristóbal, localidad o provincia de la República Dominicana Cristóbal, localidado provincia de la República Dominicana»
  2. «Sancristobalense- Natural de San Cristóbal, capital del estado de Táchira, en Venezuela. …»

 

No registra el DRAE la voz “sancristobaleño”, el cual sí consta, como antes se estableció, en el Diccionario del español dominicano. Sin embargo, las evidencias léxicas parecen demostrar que el gentilicio dominante o generalizado, empleado por los habitantes de San Cristóbal, para identificarse como nativos de esa sureña ciudad dominicana, es sancristobalense, no sancristobero, como se lee en el diccionario académico, y mucho menos sancristobaleño.

En una breve encuesta aplicada vía telefónica (junio 2021) por el autor del presente ensayo a veinte personas nacidas y residentes en el municipio de San Cristóbal, se les solicitó que seleccionaran el nombre o gentilicio (“sancristobero”, “sancristobalense” o“sancristobaleño”) por ellas utilizado para referirse a los habitantes de su pueblo. El resultado fue como sigue:2 (10%) respondieron “sancristobero”,18 (90%) seleccionaron “sancristobalense” y 0 (0%) “sancristobaleño”. En lo que respecta a este último, el 100% de los encuestados coincidió en afirmar que nunca lo habían escuchado.

Para la realización de dicha encuesta, solo se tomó en cuenta, como criterio relevante, el que la persona encuestada fuera nativa de San Cristóbal; pues para el fin que se perseguía, desde el punto de vista científico, tan válida era la respuesta de un iletrado como la del más iluminado intelectual, esto es, el grado académico de los encuestados ningún mérito le restaba a la encuesta.

Pero no solo los resultados de la encuesta. La relevancia del gentilicio “sancristobalense” también se pone de manifiesto en los textos periodísticos publicados en los diarios que se editan en esa zona (San Cristóbal) o por comunicadores oriundos de aquí, aun cuando en ocasiones existe la tendencia a vacilar en el uso de los términos “sancristobalense” y “sancristobero”, originando que de manera alternativa ambos gentilicios se empleen como sinónimos en un mismo texto. A tono con lo planteado en las primeras líneas del presente párrafo, en los medios se pueden leer textos como los que a continuación se transcriben: 

  • «El alcalde Nelson Guillénrecibió en su despacho al velocista “sancristobalense” Yancarlos Martínez, oriundo de la comunidad de Santa María…» (Ayuntamiento de San Cristóbal, 13/8/2019 )
  • «Durante dos horas, un centenar de “sancristobalenses” escuchó a cinco compueblanos analizar distintos aspectos de la historia moderna del poblado sureño… Pérez destacó la gran cantidad de “sancristobalenses” que han tenido rango de importancia en el Estado y en los poderes de República Dominicana» ( José Pimentel Muñoz, El Nacional, 3/4/2014 ) 
  • «Los “sancristobalenses” no cumplen la cuarentena dispuesta por el gobierno» (El Guardián, SC, 31/3/2020) 
  • «San Cristóbal Tours realiza con éxito recital navideño en apoyo de artistas “sancristobalenses” (http://Espaciodigitalrd.com) 

Pero a pesar de la recurrente presencia del término “sancristobalense” en las notas precedentes, la vacilación en la cual se incurre al utilizar el gentilicio de San Cristóbal, resulta perceptible hasta en los escritos de   veteranos periodistas y escritores nativos de esta comunidad. José Pimentel Muñoz, por ejemplo, en uno de los párrafos antes transcritos, parte de un artículo dado a la luz pública en el vespertino El Nacional en la fecha indicada, utilizó dos veces la voz sancristobalense, mas emplea “sancristoberos” en el título de otro texto suyo(«Solo para sancristoberos»), publicado en el diario digital de cuya dirección forma parte(Almomento.Net, 3/4/2020) 

Igual vacilación se aprecia en un artículo en el que no obstante ser el sustantivo «sancristobalense» parte del título Un gran sancristobalense: doctor Domingo Rojas Nina»), en el primer párrafo de su desarrollo, su autor, oriundo de San Cristóbal, utiliza dos veces el vocablo sancristobero. (http://miguelinr.blogspot.com ,31/12/2010)

Y lo mismo ocurre en el reporte «Mangos banilejos con sabor sancristobero» (Sacristobero.com, 2/2/2017), en cuyo desarrollo aparece cuatro veces la voz “sancristobalenses” y ni una vez el adjetivo «sancristobero» 

En fin, si bien es cierto que a la luz de las evidencias o realidad léxico semántica se aprecia que en el habla de  la mayoría de los moradores de la provincia y municipio de San Cristóbal prima el uso del  gentilicio “sancristobalense” sobre” sancristobero” para denominar a los nativos  de esta zona, no menos cierto es que una franja importante de los nacidos en  esta población muestra inseguridad acerca de cuál de las dos voces  utilizar, inseguridad que, como hemos intentado demostrar, los  conduce  a vacilar o emplear una y otra voz en un mismo contexto o en contextos diferentes.

 

Diario Libre

9/7/2021 

EL VIAJE DE LA LENGUA O «LA OTRA HAZAÑA DE COLÓN»

(Consideraciones sobre el español de América)

 

A mi maestro Celso Benavides – In Memoriam –

“Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras”
(Pablo Neruda)

El 3 de agosto de 1492, un grupo de expedicionarios españoles, representando a los Reyes Católicos y comandados por Cristóbal Colón ( 1451 – 1506 ), partieron del puerto Palos de Moguer, iniciando así un largo viaje cuyos propósitos originales nada tenían que ver con el descubrimiento, conquista y colonización de un nuevo mundo. La expedición, llevada a cabo en tres naves, llegó a una isla del Mar Caribe llamada Guanahaní, el 12 de octubre de 1492, materializándose de esa manera uno de los acontecimientos de mayor trascendencia en la historia de la humanidad: el descubrimiento de América, considerado por Francisco López de Gómera, como “La mayor cosa después de la criación del mundo, sacando la encarnación y muerte del que lo crio…”

Pero aparte de ese extraordinario acontecimiento histórico, Colón, sin proponérselo,   paralelamente llevó a cabo otra empresa de no menos importancia : expandir el castellano por el Nuevo Mundo descubierto y a la que el destacado investigador cubano,  José Juan Arom (Cuba, 1910 – 2007), llamaría siglos después :“La otra hazaña de Colón”

Esa “otra hazaña …”, al decir del  citado profesor, ensayista y laureado escritor cubano,  consistió en llevar la lengua española a las nuevas tierras descubiertas. De ahí que considere, con sobradas razones, que la travesía del veterano y aventurero marinero de origen italiano, más que el viaje del descubrimiento fue “el viaje de la lengua”. La famosa gesta colombina, además de ponernos en contacto con un nuevo espacio geográfico, dio lugar al nacimiento de una nueva lengua, de un nuevo código lingüístico: el español de América.

 
Esta variante dialectal, al decir del respetado maestro y brillante lingüista dominicano, doctor Celso Benavides (1929 -2012),«comenzó a formarse a partir de 1492 en que se produjo el descubrimiento. Es el resultado de la colonización; una mezcla del español con las lenguas aborígenes del continente y en algunos casos con algunas lenguas africanas. Coincide con aquel – aclara Benavides – en todos los rasgos centrales del castellano, pero se aparta de él, en cada pueblo, en los rasgos marginales y no pertinentes para la uniformidad…» (Fundamentos de historia de la lengua española, 1986, p.272)

Para un mejor estudio del desarrollo histórico del español de América conviene insertar esta modalidad dialectal en el contexto lingüístico general en la que se inscribe: el español peninsular. En virtud de este criterio, el español de América, más que una lengua general, se nos presenta como un dialecto; o, en términos más específicos, como la variante dialectal con que se intercomunican y comprenden los pueblos hispanoamericanos. Su origen histórico, como ya hemos señalado, se remonta al mismo instante en que Colón descubre el continente americano, es decir, se inicia con la conquista y colonización del Nuevo Mundo. En sintonía con esta idea, el profesor Arrom, en su ensayo“La otra hazaña de Colón”(1979), apunta lo siguiente:

« Pero vista desde una perspectiva americana, la gesta de Colón cobra un sentido distinto e invita a otro género de esclarecimientos y revelaciones. Por de pronto, para quienes hemos nacido y crecido en estas tierras por él descubiertas, su viaje, es el viaje de la lengua…» (p. 7)

Y continúa más adelante:

« Las impresiones que le causan el paisaje y los hombres que súbitamente aparecen ante sus sorprendidas pupilas las fue asentando en su Diario de a bordo, no en el dialecto genovés que habló en su infancia, ni en el idioma portugués que aprendió en su juventud, sino en la lengua española que adquirió durante su larga espera en Castilla y Andalucía. En lengua española hablaban los tripulantes de las tres carabelas. Y es una palabra española la primera que hiende el aire dormido de la madrugada del 12 de octubre: ¡Tierra!» (p. 8)

Y en cuanto al código empleado por el autor del “Diario de navegación” para describir el paisaje americano, el lingüista y antropólogo antillano enfatiza que:

«De ese modo, entendiendo cada vez más el habla dulce ‘y mansa y siempre con risa’ de los taínos, Colón resuelve el problema de expresar en una lengua europea los rasgos de la realidad americana. Mediante esos procedimientos sientan las bases de un idioma más extenso y preciso con sonoridades autóctonas, con algo de perfume a flor, el sabor a fruta y el frescor de los árboles cuyos nombres tanto había deseado conocer. Y esa lenguapuntualiza Arrom– enriquecida y elaborada artísticamente a lo largo de casi cinco siglos, es a la que hoy llamamos el español de América…»(págs. 24/26)

Ocurrió, de esa manera, y como magistralmente lo expone Neruda, que los conquistadores, con Cristóbal Colón a la cabeza, se llevaron gran parte de nuestra riqueza material, el oro; pero nos dejaron su riqueza espiritual: nos dejaron la lengua, la palabra.

Por eso canta el poeta:

«Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras»

Desde los primeros informes remitidos a los Reyes Católicos, Colón insertó en su Diario de navegación la afirmación de que la raza aborigen “mejor se libraría y convertiría a Nuestra Santa Fe con amor y no por fuerza”. Y al referirse a los indios de la Española, los describe y presenta a los Reyes afirmando que son «la mejor gente del mundo y más mansas; y sobre todo que tengo mucha esperanza en Nuestro Señor de que Vuestras Altezas los harán todos cristianos…».Con estas palabras, fácil resulta apreciarlo, el Almirante comenzaba a sentar las bases de la empresa que más tarde las páginas de la historia americana registrarían con el nombre de Evangelización de América.

«Al exponer tales conceptos – aclara al respecto Max Henríquez Ureña – Colón era el intérprete de un propósito que sabía grato a los Reyes Católicos: la conquista espiritual del Nuevo Mundo» (“Panorama histórico de la literatura dominicana”, 1965, tomo 1, p. 14). Para hacer posible esta conquista, la lengua jugaría un importante papel, por cuanto la cristianización implicaba necesariamente un proceso previo de hispanización o castellanización.

Como bien lo concibe Ángel Rosenblat (1902 -1984) cuando sostiene que « Las instrucciones Reales de toda la primera época involucraban la enseñanza del español» (La hispanización de América, p. 193) Y más adelante (p.194) enfatiza la idea, al considerar que « El castellano era el instrumento de la catequización…»

La enseñanza de la doctrina cristiana, y con ella la del español, estuvo a cargo de los frailes que viajaban en las expediciones a cumplir dicha misión en cada uno de los territorios conquistados. Acudían, al decir de Rosenblat, a “hispanizar” o a “castellanizar” al Nuevo Mundo.

Pero la labor evangelizadora de los misioneros no resultó tan sencilla como pudo haberlo concebido Colón y sus gentes. Es cierto que la convivencia entre indios y españoles favoreció el intercambio de lenguas en uno y otro sentido. Es cierto que un grupo considerable de indios aprendió la lengua de los conquistadores; pero también es cierto que la gran mayoría de la población indígena se resistió a abandonar sus hábitos lingüísticos, mostrando, en consecuencia, un abierto rechazo por la lengua española.

Ante este hecho, los predicadores muy pronto comprendieron que los objetivos hispanizadores trazados por la Corona españolano se alcanzarían a través de la enseñanza del español a los aborígenes. Que era necesario invertir el método de acción seguido hasta ese momento, vale decir,  en lugar de los indios dedicarse al aprendizaje de la lengua de los conquistadores, eran estos quienes debían aprender las lenguas de aquellos para filtrar por medio de ellas los patrones culturales del imperio español y destruir por efecto de esta filtración los modelos culturales nativos, o, como apunta Rosenblat, para « penetrar en ese mundo misterioso y temible de los indios, conocer sus costumbres, comprender su mentalidad, descifrar sus sentimientos y pensamientos, describir su historia, su vida» ( ob. cit., p. 198 )

Podría pensarse que en virtud de este cambio de actitud, las lenguas aborígenes terminaron  imponiéndose sobre el español, pero realmente no sucedió así. Los españoles, lo mismo que su religión y sus costumbres, lograron implantar su lengua en las nuevas tierras descubiertas. Y no podía ocurrir de otra forma, toda vez que el poder imperial que ellos representaban necesariamente tenía que ponerse de manifiesto en el plano de la lengua, y esta realidad, unida al maltrato que de ellos recibían los indios, dio origen a que muy pronto desaparecieran no sólo las lenguas de estos, sino también ellos mismos como raza. En este orden, y refiriéndose a los indios de las Antillas mayores, don Jacobo de Lara afirma que poco después del descubrimiento “Se había extinguido la lengua taína en dichas islas, sobre todo en La Española donde el puñado de indios que aún quedaba, hablaba el idioma de sus conquistadores, un castellano salpicado de taíno…”(“Sobre Pedro Henríquez Ureña y otros ensayos”, 1982, p. 275)

En términos parecidos se expresa Maximiliano Jimenes Sabater (1946 -1998), al sostener que “ por desigual, el enfrentamiento lingüístico entre taínos y españoles, estos no solamente lograron ir imponiendo su idioma al nuevo pueblo sojuzgado, sino que por espacio de sesenta años provocaron el exterminio de una población calculada entre 300,000 a más de un millón de habitantes” (“El español en República Dominicana”  (Suplemento Isla Abierta, No. 292, marzo, 1987)

De todos modos, lo que nadie osa negar es que como producto de ese enfrentamiento, se operó un proceso de adopción recíproca en el que por un lado voces del español pasaron a las lenguas nativas de América y, por otro, palabras y conceptos aprendidos en los nuevos territorios fueron incorporados por los conquistadores en la lengua peninsular.

Desaparecidos los indios, la Corona apeló al recurso de introducir negros africanos al Nuevo Mundo en condición de esclavos para reemplazar la ya extinguida fuerza de trabajo indígena, generándose así, un nuevo conflicto idiomático que habría de incidir de manera significativa en la conformación del español de América, puesto que como resultado de dicho conflicto , el grupo étnico emergente logró asimilar en forma casi absoluta la lengua de sus amos, la cual, a su vez, se enriqueció bastante con el aporte lingüístico africano. Merced a esta realidad, el español de América se constituye en la expresión última, esto es, en la modalidad lingüística resultante de la mezcla del español peninsular con las lenguas aborígenes americanas y algunas lenguas africanas.

En fin, el 12 de octubre de 1492, el descubrimiento de un nuevo mundo, América, pasaría a ocupar un espacio de relevancia extrema en las páginas de la historia universal, y con su descubrimiento, nuevas voces o nuevas manifestaciones expresivas comenzarían a ser compartidas en los intercambios comunicativos sostenidos entre los sorprendidos nativos y los sagaces visitantes. Por eso apunta al respecto el ensayista y académico dominicano, Dr. Mariano Lebrón Saviñón (1922 – 2014), lo siguiente:

 

«Y entonces apareció América… América es un deslumbramiento para el español de la conquista. Su espíritu aventurero y romántico, en deleitoso solaz y en un mundo paradisíaco, pasaba su estada de gracia y de milagro presa de una rara embriaguez. Eran las lenguas aborígenes como riachos que iban a henchir el gran caudal de un habla que empezó a universalizarse. Y es el castellano la lengua que planta su pica en las nuevas tierras…» (El español que hablamos, título del prólogo al libro Usted no lo diga, p.23, 2008)

 

EL USO DE LAS LETRAS “E” Y “X” COMO MARCAS DE GÉNERO INCLUSIVO 

«El género masculino, por no ser el marcado, puede abarcar el femenino en ciertos contextos, por lo que puede emplearse para referirse a seres de ambos sexos. Desde un punto de vista lingüístico, no hay razón para pensar que este género gramatical excluye a las mujeres en tales situaciones. Son Innecesarias, pues, las variables de inclusión del doble género como “todos y todas”, “todxs”, “todes” o “tod@s”»

(Real Academia Española)

 

Últimamente se ha puesto de moda el uso de la letra “e” como marca de género inclusivo, lo que ha dado lugar a la creación de nuevas y extrañas variantes morfológicas en  la lengua española que afectan la estructura interna de algunos pronombres  : “elles», “aquelles”,  “nosotres” ,  “todes”,  “míes”, “vosotres”.

Se trata de un recurso creado y promovido en determinados ámbitos (grupos minoritarios pertenecientes a la comunidad LGTB) para aludir a quienes puedan no sentirse identificados con ninguno los dos géneros gramaticales tradicionales (masculino y femenino), es decir, para referirse a personas de género no binario. Con igual propósito se utiliza la letra “x”. Conforme a tales formas de expresión, en lengua no binaria habría que decir:

 

  1. «Todes nosotres llegamos muy bien. Espero que elles también no hayan tenido problemas»
  1. «Todxsnosotrxs llegamos muy bien. Espero que ellxs también no hayan tenido problemas»

Pero estas construcciones expresivas no solo introducen variaciones formales en los pronombres, sino también en otras categorías gramaticales, tales como los sustantivos (“hije”, “niñe”, “hermane”, “abuele”), adjetivos (“Bienvenides”, “hermoses”,“buenes”,“contentes”, etc. y artículos o determinantes(“les”, “unes”). Tales variantes originarían, pues, enunciados del tipo: «Les hijes de mis hermanes son unes muchaches muy estudioses»

El empleo las letras “e” y “x” tiene como finalidad fundamental “visibilizar” a los miembros de esa minoría LGTB), así como los dobletes genéricos del tipo “todos y todas”, promovidos por las líderes feministas, pretenden “visibilizar” o sacar a la mujer del supuesto anonimato en que históricamente la ha mantenido sumida, según el feminismo, la llamada lengua sexista o no inclusiva.

Al respecto, la RAE ha establecido que «El uso de la letra “e” como supuesta marca de género inclusivo es ajeno a la morfología del español, además de innecesario, pues el masculino gramatical ya cumple esa función como término no marcado…». De igual forma se ha pronunciado acerca de la letra “X”, la que aparte de innecesaria, agrega que es impronunciables.

Como podrá apreciarse, el uso de las letras “e” y “x” como presunta marcas de género inclusivo, impulsado durante los últimos años por la comunidad LGTB, se constituye en uno  más de esos inventos léxicos que cual moda lingüística , y  en nombre de la diversidad, tratan de imponer a toda costa determinadas corrientes  o grupos minoritarios.

Novedades o formas expresivas que como el uso del símbolo de la arroba (@)y de los desdoblamientos genéricos(los maestros y las maestras; bienvenidos y bienvenidas; es@sdominican@s;l@s dominican@s, etc.