«El degüello de Moca», de Bruno Rosario Candelier

Por Camelia Michel

Es una satisfacción participar en la presentación de la novela El degüello de Moca del Dr. Bruno Rosario Candelier, en el digno escenario de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, junto a estos reconocidos intelectuales y colegas académicos.

Es mucho lo que puede decirse en torno a esta obra, enraizada en un episodio luctuoso, como el exterminio de un importante segmento de la población de la llamada Villa Heroica, a manos de las fuerzas haitianas comandadas por Henri Christophe, el 3 de abril de 1805.Entre sus méritos debemos consignar su certera visión de los hechos históricos en torno a tres momentos fundamentales de Moca: su fundación, en la segunda mitad del siglo XVIII, la perpetración del degüello, punto central de la narración y, finalmente, la reconstrucción de la aldea.

Cuando la realidad nos pone contra la espada y la pared de una manera tan letal nos salvan la fe, el olvido o la ficción. En los duros avatares que registra la historia de nuestro país, hemos logrado muchas veces salir adelante y dar la batalla, aún traspasados por un fierro en el mismo pecho. Esa fe en nuestro Dios, en nosotros mismos, en el porvenir, en las fuerzas históricas que nos soportan y nos llevan a levantarnos luego de un ataque mortal.

En ocasión es el enemigo nos ataca por la espalda, y puede que entonces la desmemoria nos salve de la ignominia. Ésta se oculta en el silencio porque quizás nos resulta insoportable, o porque el recuerdo vigoroso atentó contra los intereses espurios del momento: en consecuencia, deviene en olvido de la historia. En el presente algo amenaza con barrer nuestra memoria, con lacerar el ethos nacional.

 

La ficción: un caballero alado que nos rescata

Afrontamos no solo la pérdida de muchos de nuestros mejores valores, costumbres y creencias, sino que asistimos a una tergiversación de los hechos pasados, y con sorpresa vemos que acontecimientos, hazañas y héroes van perdiendo su significado. En ese justo instante llega la ficción como un caballero de armadura alada -cuando ya la crónica no es suficiente para expresar la contundencia de los hechos, el dolor de las heridas- y nos rescata de la mentira, del desamparo, de la brutal amnesia.

El degüello de Moca es uno de esos sucesos nefastos que esta novela rescata, luego de muchos años de pretendido olvido o disimulo. Ahora que estamos sometidos a un proceso de disolución nacional, este texto es absolutamente indispensable. Dicha masacre constituye uno de los episodios más dolorosos y menos conmemorados: la ofensiva haitiana contra la parte oriental de la isla a principios del siglo XIX, en la que, al no poder contender con los franceses, las huestes de los vecinos se retiran hacia el occidente tomando represalias en la población de civil de varias demarcaciones del Cibao.

Pocas veces se ha dicho, y en este libro se consigna: que aquél fue un ataque centrado principalmente contra la población blanca del Santo Domingo Español y yo añado que constituye la primera limpieza étnica de que se tenga referencia en esta parte del mundo.   Cito:

“El degüello de Moca fue la bestial masacre concebida por Dessalines para eliminar a la población blanca de la isla. A los haitianos los mueve el odio racial, con una cultura fundada en la sevicia y la destrucción: odio a los blancos y a los mulatos, con cuya saña eliminaron a la población blanca de su territorio y pretendieron hacer lo mismo en el nuestro, como lo hicieron en Moca, donde hay una gran población blanca. En el degüello de Moca murieron los blancos; no pereció un solo negro.”[1]

El posterior secuestro como botín de guerra de sobrevivientes de Santiago y otros pueblos asolados por la ira de los haitianos, es también una suerte de pogromo, ya que la mayoría de ellos eran de raza blanca. De esos seres sometidos al destierro y al escarnio, cuya mayoría era compuesta por mujeres y niños, nunca se tuvo noticia, o su destino no fue consignado en ninguna crónica. Lo cierto es que en el Santo Domingo Español la población se redujo casi a la mitad luego de estas incursiones, punto en el que coinciden diversas fuentes, en parte por las incursiones exterminadoras, en parte por las migraciones obligadas.

Y mientras más pensamos en la contundencia de estos hechos, más sorprende la escasa mención que de ellos se hace. ¿Cuántas narraciones recuerdan esos ataques? ¿Cuántos historiadores actuales se atreven a situar en contexto esta parte de nuestro pasado? ¿Cuántas investigaciones sistemáticas han sido realizadas para aclarar dudas y puntos oscuros?

Entonces esta novela llega como una clarinada que nos recuerda que no todas las verdades pueden barrerse para ocultarse como polvo debajo de la alfombra. Hay acontecimientos, hay memorias, que al igual que fantasmas resurgen para cobrar una deuda. Una deuda de justicia, una deuda de recibir la palabra precisa que los rescate de la duda, de lo ambiguo, de la calumnia, de la ignominia y del aplastamiento, quizás.

Si la masacre fue devastadora al extremo, los intentos de ocultarla son igual o peor crimen. Los aliados de la Segunda Guerra Mundial no han permitido que se olvide el holocausto de los judíos perpetrado por Hitler y sus acólitos. No debemos propiciar ni aceptar que se trivialicen los hechos surgidos a raíz de las incursiones de las huestes de Dessalines en nuestro territorio: que sea minimizado el abuso, el crimen, contra una población pequeña, empobrecida y desarmada, que se enfrentaba con un enemigo poderoso y lleno de saña.

Se necesitaría que muchas investigaciones y narraciones paliaran toda este silencio y confusión. Ojalá la novela de Bruno Rosario sea la primera de muchas similares, manejadas por diversos escritores y puntos de vista.

 

Caos versus ficción: la narrativa como estrategia de rescate de la verdad

La primera forma literaria de organizar el caos en un acontecimiento específico es la crónica histórica, el esfuerzo por acopiar y describir los sucesos y de crear una línea de tiempo que nos permita entender lo que se presenta velado por el desorden y la fragmentación.

La segunda manera es revestir los hechos y esquemas que sustentan la narración histórica, escueta, fría y fácil de tergiversar u olvidar, con la belleza y verosimilitud de la ficción; con el rescate de esa cotidianidad que en los manuales de historia se olvida. Pero ambas formas de abordaje de la realidad se dan cita en la novela histórica.

Es interesante ver -a través de las páginas de la novela El degüello de Moca-cómo se despliegan ante nuestros ojos los momentos mágicos en que un puñado de familias se afinca en este lugar promisorio y despoblado, habitado solo por una frondosa vegetación y un paisaje salpicado de suaves accidentes.

En un relato de estructura lineal van apareciendo los primeros pobladores de esta aldea, con sus ilusiones y su voluntad de asentarse y progresar en medio de una naturaleza hermosa y fértil, pero no exenta de dificultades. La mayoría, hombres de la tierra, que poco a poco dieron sentido a un proyecto urbano y civilista:

“Llegamos al centro de una inmensa llanura despoblada”, señala Juan Francisco del Valle) y continúa: “Era una tarde soleada, con un limpio cielo azul y una suave brisa. Cansados y hambrientos, acampamos bajo la cobija de un frondoso árbol de anacahuita. Ya llevábamos dos días de una larga travesía. Antes de que nos arropara la sombra de la noche decidimos descargar ajuares, bastimentos y vituallas a la vera de un enorme samán”[2].

Esa comunidad que desarrolla su vida en torno al cultivo de la tierra y de su fe religiosa es parte de una dinámica bucólica; trabaja, vive, sueña, ama, canta, realiza sus festividades, ajena a los vaivenes y pugnas de intereses coloniales y de las metrópolis.

Así progresa hasta llegar a los albores del siglo XIX, en que la agitación del lado occidental de la isla de Santo Domingo le tiene deparada una sorpresa. Para 1805, la situación es la siguiente, y el narrador lo consigna de esta manera a través de Benito, un personaje secundario:

“En esta villa no sabemos lo que se mueve entre los poderosos por la posesión de oro, reses y productos de la tierra que piratas y corsarios saquean con el conocimiento o consentimiento de magnates locales”. Y también advierte que:

“Aquí no sabemos todo lo que pasa entre los tutumpotes de nuestro país y ya hay dos estados en esta isla de La Española, y un día los intereses provocarán guerras  entre las dos naciones en este territorio compartido. Los haitianos amenazan con adueñarse de la isla, alegando que vengarán el abuso que los blancos ejercieron contra ellos”.

Es evidente que el autor recurrió a las fuentes autorizadas para asentar su narración en un contexto histórico lleno de pinceladas costumbristas, pero también es cierto que acude a la intuición y la imaginación como herramientas de la creatividad, para dar verosimilitud a los acontecimientos narrados, a los pequeños momentos que tejen la vida de la comunidad de antaño, y que son parte de la urdimbre social.

El resultado es una novela cargada de acciones, diálogos e interacciones en apariencia pequeños, sin asomos épicos grandilocuentes, en los que se combinan los hechos históricos con los posibles sucesos, protagonizados por personajes que responden a nombres reales y otros ficticios, como el protagonista y narrador de los hechos: el sacristán Juan Francisco del Valle.

La acción entra en un punto culminante de agitación y angustia en el momento de la masacre, el 3 de abril de 1805, cuando el narrador dice: “excepto las dos doncellas y el monaguillo, todos fueron degollados, incluido el propio sacerdote celebrante del oficio religioso, que pereció ensartado en una de las bayonetas de esos salvajes en medio de la gritería y el espanto de la gente que, inocente y confiada, acudió al llamado de los haitianos”.[3] El narrador enfatiza que el degüello “implicó la muerte de numerosas víctimas pasadas a sables, cuchillos y bayonetas, con cabezas degolladas y cuerpos traspasados por las armas”.[4]

En una tercera fase, la novela abarca la época de la recuperación y del seguro estrés post traumático. Es importante señalar que la narración no se queda en la fase de lamentación, o en la exaltación del rencor y de los aprestos de venganza.

Antes bien, el autor se empeña en mostrar la capacidad resiliente de la menguada comunidad, que más allá de sus penas y temores reconstruye su templo, fulminado por un incendio a raíz del degüello, con mejores herramientas y materiales; levanta de nuevo las casas que fueran calcinadas a la salida de los haitianos de la comarca, y finalmente celebra y promete rehacer su dinámica de vida más apegada a sus costumbres y fe religiosa, y a un sentido del deber y la solidaridad más allá de cualquier obstáculo o dolor.

Como símbolo de la visión de futuro de la comunidad, la novela culmina con la reinauguración de la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario y con la celebración de las bodas conjuntas de las dos muchachas sobrevivientes de la masacre, quienes se desposaron con jóvenes laboriosos y emprendedores.

Antes de cerrar mi participación quiero destacar el uso de imágenes que bordan de poesía la narración, especialmente en las descripciones del paisaje. Igualmente, es notable que en algunos de los personajes surgen inquietudes espirituales y se evidencia una perspectiva interiorista. Finalmente, puedo señalar que el Degüello de Moca es no solo una novela histórico-costumbrista, sino que en esencia responde a los lineamientos de la literatura de compromiso, no con una connotación de panfleto, pero sí con la expresión de inquietudes y valores vinculadas al bien común y sentido de progreso y capacidad de reconstrucción de la comarca que, al igual que el Ave Fénix, resurge de sus cenizas la mañana del  oprobioso 3 de abril del 1805, miércoles de carnestolendas y testigo de una pasión tan injusta y sangrienta como la del cordero pascual que los cristianos conmemoramos en la Semana Mayor y que nos abre las puertas de la resurrección y la vida eterna.

 

[1]Pág. 107.

[2]Pág.11.

[3]Pág. 104.

[4]Pág. 105.

Manuel Matos Moquete

Por Marcio Veloz Maggiolo

El reciente Premio Nacional de Literatura que otorga la Fundación Corripio al Dr. Manuel Matos Moquete, uno de los más sobresalientes académicos dominicanos, constituye un verdadero acierto del jurado de esta notable institución que convoca año por año para un concurso que ha sentado sus decisiones no solo en la obra literaria de un autor, sino también en su carrera académica.

Matos Moquete, miembro notorio de la Academia Dominicana de la Lengua Española, ha sido un novelista que comprendiendo que lo universal puede también ser local, ha proyectado en sus novelas la lucha de los dominicanos contra la tiranía, y en sus clases, una verdadera visión de la realidad cotidiana, del pueblo dominicano.

El autor de es parte de aquellos que han encontrado en el tema nacional y sus episodios, materia prima para desarrollar capítulos donde la imaginación acierta con los inventos de vidas renuentes a la dictadura, ya que la propia cotidianidad lo ha llevado al campo de batalla revelado también en su literatura- Pero Matos Moquete, cubierto por sus aciertos intelectuales con numerosos premios, es de los escritores que consideran su país como la mejor de las fuentes argumentales y que con su obra dan la razón el Premio Nobel egipcio Mahafuz, quien hace tiempo proclamaría que los temas locales son también universales cuando el autor los muestra ampliamente conformes con valores de la misma categoría ética, y estética, con los que han desarrollado los suyos quienes han mostrado que en los localismos de los pueblos subdesarrollados se esconden temáticas que tratadas como puntas de lanza y como critica al sistema corrupto, contribuyen al despertar y a la creación de valores que a veces, de manera tímida, afloran como primicias de una sociedad dormida, la sociedad que ronca, sueña con fantasmas aletargados, que aun cree en las mentiras sociales de las clases más altas, y con ofertas que envueltas en papel celofán, se cubren de un falso brillo dotado de corazón transparente.

A la obra para criticar la sociedad fantasiosa, creedora en el mito del futuro literario de las tiras cómicas, Matos Moquete agrega sus ensayos sociológicos, literato modelado en la línea de Pedro Francisco Bono, ha sido maestro, orador, descriptor de problemas sociales, y ha proyectado sus conocimientos en aulas donde fl orece el pensamiento, aclarando para sus alumnos, lo que ha pregonado como tema de sus novelas, donde apunta la necesidad de un cambio social necesariamente vivo para la juventud que aspira a transformaciones sociales partiendo de la educación familiar, para aterrizar en el concepto de educación que debería primar en una sociedad que sin ser analfabeta, aun no ha aprendido a leer, y ni siquiera conoce a los autores literarios, ni siquiera los libros fundadores de nuestra literatura.

El poeta y novelista ilustre, don Andrés L. Mateo, me dijo cierta vez, con voz de maestro –y no de ceremonias- que los dominicanos no leen a los dominicanos. Pasa lo mismo, y hoy parece que el caso se agrava. Somos un pequeño grupo los que consideramos la lectura aire del alma.

Son validos los esfuerzos del Ministerio de Educación de hacernos flotar en una tabla de salvación llamada “la literatura dominicana”, pero acontece que no todos sabemos nadar, y que necesariamente el analfabeto de ayer, si no tiene que leer, aplique y se mantenga leyendo, puesto que la lectura flota con el impulso de la creciente fuerza de brazos capaces de mover, con instrumental nuevo, los remos de la canoa donde llevamos a puerto las productos de “nuestra” civilización, incluido del civilismo. Termino con frase comercial aunque en vez de ser hombre de los que viven detrás del mostrador, terminamos tras la pluma de palote, el llamado “papel ministro” y luego la máquina de escribir, Underwood, por supuesto, donde por la ausencia de la letra “Ñ”, quedamos impedido de aquella letra que como interjección había volado del pensamiento de la máquina.

Algunas ideas sobre el particular ocurrirán si el Estado sigue preocupándose por el “hombre de la calle”, y como creemos en los libros y en el texto que los define, aun esperaremos los resultados.

No soy un desesperado, y mi fe en el logos se acrecienta como la de los jóvenes escritores que desearían Kafka más completo y un Rulfo que por rubio fuera más charro, con inmortal bigote a lo Pancho Villa, “agudizando las contradicciones”.

Manuel Matos Moquete ha expuesto con su vida y con sus obras, modelos y métodos. Nos alegramos de corazón que haya sido escogido por su obra literaria, ganador. Pero también como meritorio pensador que una vez, como dijera el poeta Miguel Alfonsea era posible que alguien fuera “la voz del fusil” convertida en palabra. Y él lo fue. Pero el dialogo, entre el arco y el fusil, quizás más antiguo que el uso de la flecha y la pólvora, se ha convertido en nueva armadura y la palabra escrita, lo mismo que la expresada oralmente, deben fundirse en acuerdos, para un día ser la misma.

También ese ha sido el modelo del profesor, y hoy académico Manuel Matos Moquete, ganador del Premio Nacional de Literatura.

La hipercorrección y la ultracorrección presentes en República Dominicana

Por  Tobías Rodríguez Molina

Hace un buen tiempo le escuché a alguien decir que “El que se pasa es como el que no ha llegado.”  Esta expresión la considero fácil de entender y sumamente sencilla, y se puede aplicar completamente a los usuario de la lengua a los que nos referiremos en el presente artículo.

Un fenómeno  bastante frecuente en comunicadores dominicanos que aparecen a diario en programas de televisión y/o radio en República Dominicana, es el de la “hipercorrección”. Pero quiero que, antes de presentarles una definición de ese fenómeno, me permitan citarles un fragmento que aparece en el libro “La identidad lingüística de los dominicanos”, 2009, del investigador y escritor Orlando Alba (pág.80), donde dice:

=“…resulta particularmente chocante el comportamiento de los locutores y de los  periodistas que intervienen en los medios orales de comunicación en el país en lo concerniente a la pronunciación de la /s/ final de sílaba y de palabra. Una simple observación  de los programas de noticias en la televisión dominicana permite descubrir que la forma plena de la /s/, la variante sibilante, no solo  se mantiene prácticamente en la totalidad de las ocasiones posibles, sino que también es objeto de una articulación exageradamente tensa.”

El profesor Alba hace esa afirmación  en vista de que, de acuerdo con los estudios realizados por él y que aparecen en varios de los libros que ha publicado,  esa forma de hablar y leer de esos locutores y periodistas no representa el habla normal de los usuarios del español del nivel sociocultural  alto en lo referente a la realización de la /s/ final de silaba y de palabra. Según Alba,  los hablantes pertenecientes a ese nivel no pronuncian todas esas “eses” como /s/, sino que producen un 48% de ellas aspiradas, como la jota; ejemplo: lo jamigos (los amigos); un 41%  de esas eses las eliminan, y solo el restante 11% es producido por ellos como  /s/.  Esas variantes de la /s/ son aceptadas  y reconocidas como propias del habla culta dominicana, como lo afirma el profesor Orlando Alba en su libro “Cómo hablamos los dominicanos”, 2004, pág. 66.

Como se ve, esos locutores y periodistas  se pasaron de la raya que les marca su nivel sociocultural, que solamente produce un 11% de las  eses  de final de palabra y de sílaba, mientras que ellos las pronuncian casi en su totalidad.  Se pasaron mucho más de la cuenta “desertando”, de forma exagerada, del nivel que  les corresponde  en nuestro país,  y  “el que se pasa es como el que no ha llegado”, como dijimos antes.

Les pasa como al beisbolista que sale de la primera en un robo de base, llegó a la segunda antes que la pelota, pero se salió de la almohadilla, se pasó de la almohadilla y fue puesto “out”.  Le pasó igual  que si hubiera llegado a la segunda después que el jugador de la segunda base ya hubiera tenido la pelota en su guante.  Hubiera sido puesto fuera como quiera.

De lo antes expuesto, podemos extraer el concepto de “hipercorrección” como “el habla de un nivel sociocultural que está por encima de su nivel propio y normal”.

En el caso que nos ocupa, esos locutores y periodistas se colocan mucho más allá del nivel culto de los dominicanos, pues producen las “eses” como /s/ en casi un 100%, cuando su nivel culto solo las produce en un 11%, como lo vimos antes. Por eso se puede afirmar que son hipercorrectos, es decir, sobrepasan su nivel de corrección.

También encontramos en nuestra habla la “ultracorrección”. Esta consiste en la deformación de una palabra creyendo que se obtiene así una variante lingüística más culta. Ejemplos de ese caso serían: “fisno”, “por fino”;”masta”, “por mata”;”mangudo”, “por mangú”, y “Yo sor de Licel”, por Yo soy de Licey. Esta realización lingüística es propia del nivel sociocultural bajo. Sin embargo, otro tipo de ultracorreción  se encuentra en algunos integrantes de nivel medio y alto. Es el caso de algunos periodistas y hablantes que aspiran una “s” que no existe en una palabra.

Veamos dos ejemplos escuchados de un comunicador que se desempeña en un canal capitalino: “Esto va ja seguir ventilándose…”; y  : “…hay muchas familias viviendo jen casuchas…” Para que se exprese como un comunicador culto, que es lo que le debería corresponder, por el rol que desempeña en ese prestigioso canal donde se desempeña, debió haber dicho: “Esto va a seguir ventilándose…” y “…hay muchas familias viviendo en casuchas…”

Este  otro ejemplo de un hablante de Santiago perteneciente al nivel medio, amplía el cuadro que refleja un sector de ese nivel: “Mañana va ja ir una persona a tocar  la misa.” Y este comunicador de un canal de la capital dominicana no se diferencia en nada de los dos anteriores usuarios con la siguiente expresión: “…se han creado doce senpresas últimamente…” (Un lector de noticias en un canal de Santo Domingo, R. D.)

Con los datos que he ofrecido esta vez, espero que usted, apreciado lector, continúe usando apropiadamente nuestro idioma o, si es el caso, comience a emplearlo mejor que antes, acercándose, lo más posible, al sitial de usuario culto de nuestra lengua española Ese es mi gran deseo.

© 2019, Tobías Rodríguez Molina

Comparonear, mediodía/medio día, *avalanchar, «workshop»

Por Roberto E. Guzmán

COMPARONEAR

Todos los hablantes de español dominicano saben muy bien lo que “comparón” significa; es la persona presumida, pretenciosa, arrogante.

Con relación al verbo que se trae en esta entrega, comparonear, ha sucedido algo muy común en las lenguas naturales, del adjetivo o sustantivo surge un verbo que mantiene estrecha relación con estos.

Este verbo del título es el que presenta la forma en que se comporta el sujeto comparón. En las oraciones naturalmente formará parte del predicado. Gracias a este verbo el comparón se presentará desempeñando las funciones propias de la acción, de movimiento, de estado, de proceso; esto lo hará en el tiempo correspondiente a estas.

El comparón lo que hará con su conducta es mostrarse muy orgulloso de sí mismo o de sus cosas. Se preocupará en demasía del aspecto físico para aparentar atractivo. Pretenderá ser más de lo que en realidad es; se creerá superior a los demás. Demostrará así una inclinación desmesurada a creerse mejor que sus semejantes, con quienes se compara regularmente con palabras o acciones para resaltar las cualidades que él mismo considera que lo hacen preferible o más conveniente.

Esta forma de actuar que se ha detallado más arriba es la que caracteriza el proceder del comparón; por lo tanto, es comparonear. En los diccionarios del español dominicano hay que hacer un espacio para este verbo y así documentar su existencia.

 

MEDIODÍA – MEDIO DÍA

“El Show del Medio Día . . .”

En lo que se ha copiado a manera de ejemplo aparece Medio Día, esto es, escrito con dos iniciales mayúsculas tomando las dos palabras con el valor de título o nombre de un espectáculo. Que se tome la combinación del adjetivo con el nombre, medio día, para que desempeñe las funciones de nombre es legítimo.

Ahora bien, hay que aprovechar la ocasión para exponer las diferencias que existen entre los dos vocablos del epígrafe, pues la presentación en una sola palabra o en dos dependerá de su significado y función en la oración.

Escrito en una sola palabra, o en dos elementos, el significado no es el mismo. Mediodía, así en una sola palabra, es el momento del día en que el sol se encuentra en el punto más alto sobre el horizonte del lugar de que se trata. Es, además, el período que transcurre alrededor de ese momento, las doce del día. Así como para referirse al período entre las doce del mediodía y las dos de la tarde. Según parece, por el uso, el mediodía se sitúa alrededor de la hora del almuerzo, de allí que en algunos textos españoles sitúen ese momento entre las dos y las tres de la tarde.

Escrito en dos partes, medio seguido de día, comprende un período más largo que debe tomarse como la duración de la mitad de un día o de una jornada, sin que tenga que ser exacto en su duración.

Se debe recordar que mediodía también es una forma de llamar el punto cardinal opuesto al norte, sinónimo de “sur”. Hace unos años mediodía era la palabra favorita para aludir al sur de Francia, se decía o escribía acerca del Mediodía francés.

 

*AVALANCHAR

“En estos precisos momentos se AVALANCHA una multitud. . .”

En esta corta frase se detecta la existencia de varios errores. Estos se señalarán individualmente y se ofrecerá información acerca de algunas palabras que se asemejan.

La voz del título no aparece en sitio alguno. No se consigue rastro de ella. Se presume por su terminación que es un intento de crear un verbo. Esta presunción nace de la terminación de la voz y la construcción de la frase, pues parece que se trata de un movimiento de la multitud hacia un destino.

En la frase citada la conjugación (¿?) del verbo contiene una palabra, avalancha, que es conocida en español moderno. Se ha escrito moderno porque esa palabra quedó consagrada en el español cuando entró al diccionario académico en la edición de 1970 con la acepción “alud” (1970:146).

  1. Humberto Toscano en Hablemos del lenguaje, calificó la palabra avalancha de “viejo galicismo del siglo XIX”. Allí sostiene que ella “ha superado en el uso cotidiano” al castizo alud; sobre todo en las acepciones figuradas. (1965:334).

Si la palabra avalancha tuvo que permanecer en espera durante más de setenta años para obtener una sanción favorable, habrá que imaginarse la larga espera que tendrá que aguantar este invento que aparece en el epígrafe.

Ni en francés se ha conseguido un verbo de esta familia. Lo que sí existe es un adjetivo de esta familia de voces que apareció en 1927, a pesar de que avalanche figura en esa lengua desde el año 1611. En esa lengua esa es una voz importante por la frecuencia de aludes que se producen en invierno en las montañas con las caídas de nieve. Tiene incluso en francés sentido metafórico.

La voz francesa es un préstamo tomado del franco provenzal. Dictionnaire historique de la langue française (2012-I-249). Todavía en el siglo XVI en francés era lavanche que llegó a avalanche por el influjo de aval que en esa lengua es la parte inferior de un curso de agua o de un valle.

El alud del español no tiene nada que envidiar a la avalanche del francés, pues el vocablo castizo también alcanza a otras materias y no solamente a las masas de nieve que se desprenden por una vertiente.

Después de esta larga revisión, viene a la mente la idea de que el redactor quiso escribir algo parecido a “abalanzar(se)” que expresa “lanzar(se), arrojar(se) en dirección a alguien o algo”.

 

WORKSHOP

“. . . se harán los WORKSHOPS, donde se . . .”

No existe justificación alguna para continuar usando la voz workshop en español, cuando existen palabras del acervo común que sirven muy bien el propósito de nombrar el cursillo intensivo de enseñanza que en inglés denomina esa voz.

La lengua española ha ido lejos, hasta acomodar una acepción de una de sus palabras para cubrir exactamente las actividades que se hacen en los workshops. Lo que se esboza en la oración inmediatamente anterior a esta será desglosado en detalle en el cuerpo de esta exposición.

Fundéu de manera diáfana propugna la palabra “taller” para reemplazar el anglicismo workshop. Para justificar esa selección escribe que taller “hace referencia al concepto de ‘seminario’ o ‘reunión de trabajo’. La palabra seminario consta en la segunda acepción de taller, y en sí misma designa una clase de un profesor con sus discípulos para trabajos de investigación o, de trabajo en común de maestros y discípulos para labores de investigación o práctica de alguna disciplina.

Con esta respuesta Fundéu se aleja de la simple noción de “reunión de trabajo” para definirlo más bien como un concepto amplio de un, “Grupo de personas que realizan un trabajo persiguiendo un fin común”, que fue propuesto por el Nuevo diccionario de voces de uso actual (2003:1348).

El Diccionario de americanismos de la Asociación de Academias recoge la voz del inglés en letra cursiva y destaca su procedencia de la lengua inglesa. Ese lexicón escribe que esa voz es de uso en Chile, Nicaragua y Puerto Rico. En la actualidad se piensa que es de uso, además, en otros países hispanoamericanos. La acepción en este que acompaña a la palabra es, “taller, seminario”.

La voz inglesa forma parte de ese léxico desde el año 1562 y el Merriam-Webster´s Dictionary la define, “programa intensivo generalmente educativo para un grupo pequeño de personas, enfocado especialmente en técnicas y capacitación en un campo específico”. (Traducción RG).

© 2019, Roberto E. Guzmán

Premio Nacional de Literatura 2019

Por Manuel Matos Moquete

   Desde los primeros inicios de mi vida aprendí con el ejemplo de mis mayores que agradecer era la manifestación más noble del ser humano. Desde el fondo de ese aprendizaje quiero trasladar mi agradecimiento al conjunto de protagonistas que propiciaron el galardón que me honra: Premio Nacional de Literatura 2019.

Debo decir a la Fundación Corripio, al Ministerio de Cultura y al honorable jurado integrado por los rectores de las principales universidades del país y por el director de la Academia Dominicana de la Lengua, que a mis 75 años no me bastará el tiempo que me resta de vida para agradecerles tan elevada distinción, la cual asumo con humildad y responsabilidad, comprometiéndome esta noche a hacerle honor con mis actuaciones y con mi labor literaria y académica.

A mi esposa Lizet Rodríguez, a quien dedico y con quien comparto este premio; a mis hijos biológicos Ninon y José Antonio; y a mis hijos no biológicos Olivier, Li y Lisa, quiero decirles que el valor de este premio es el mensaje que encierra, que con mi ejemplo he tratado de comunicarles siempre: apostar a la potencia de la honestidad, del trabajo y la inteligencia.

A mi familia Matos y Matos Moquete, a mis compueblanos de Tamayo, a mis amigos y colegas, quisiera expresarles mi gratitud por las motivaciones recibidas en las horas y días que en su compañía cercana o lejana, pero siempre condescendiente, he consagrado al ideal de cultura que este premio representa.

Ahora, permítanme un breve relato del trayecto de mis vocaciones hasta el logro de este maravilloso galardón. Excúsenme, que debo hablar de mí, pero, entiendo que, justamente, este es el momento.

Nací con un defecto de fábrica: la ambigüedad vocacional.

A una edad, regularmente los jóvenes van clarificando su vocación. Anclan sus expectativas de futuro a una determinada esfera del saber y el hacer. Yo no. Siempre he estado atraído por una extraña e irregular ambigüedad vocacional.

Desde muy joven viví este conflicto: no sabía —y nunca supe— cuál era mi único y particular centro de interés. He venido cabalgando en la disyuntiva jamás resuelta del gusto por la literatura, por la ciencia y por el compromiso social.

He llevado esa ambigua inclinación hacia varios horizontes de vida lidiando con sus desventajas y sacando provecho de sus ventajas. Por momentos me he sentido confundido y paralizado. Y en ocasiones no he podido evitar pasar por un tipo “raro”, que no se conforma con un solo punto de vista y no se ajusta a un solo tipo de actividad. Pero, las diversas inquietudes me han permitido explorar mundos diferentes y continuamente nuevos.

En mi juventud sentía fascinación por las ciencias experimentales. Quería ser un gran científico, preferiblemente un médico, pero también un químico o un físico. Eso me llevó a elegir en el bachillerato la mención ciencias físicas y naturales. No pude seguir esa vía, pero he conservado el gusto por las ciencias y la tecnología, temas constantes en mis lecturas y en mi producción académica.

Pero mucho antes en Tamayo, en mi niñez, en un ambiente totalmente adverso, sin libros ni referentes letrados en mi familia, inexplicablemente era un compulsivo aficionado a la lectura. No olvido la lejana imagen de un poeta de la familia, el tío Miguelito Moquete , que mi madre evocaba como el hermano poeta que se había ido a Venezuela y de quien de año en año conocíamos noticias suyas cuando se recibía una carta y un dólar en un llamativo sobre orlado con colores postales de las correspondencias del extranjero.

Tampoco puedo escaparme de la imagen de un ogro filantrópico, mi padre Fabián Matos, que me obligaba a ir a la escuela, con amenazas de terribles castigos que urdía en complicidad con las maestras y toda la comunidad. Mucho menos debo ignorar 4 los desvelos de mi madre, Rita Moquete, para que sus seis hijos fueran profesionales, meta que efectivamente logró.

En Tamayo había una bibliotequita municipal que como un oasis en un desierto abría algunas horas a la semana y a la que, pienso, solo yo visitaba asiduamente; pero que, de todas maneras, me permitía leer cosas raras que me desconectaban del estrecho ámbito local. Ahí rumiaba los escasos libros que llegaban, principalmente de una colección consagrada a los papeles de Trujillo, pero también algunas obras de autores desconocidos, totalmente extraños, que con el tiempo supe que les llamaban “clásicos”.

El hecho es que cuando a los 17 años me fui a vivir a Santo Domingo, ya había leído bastante, y a los 19 años, cuando me hice bachiller, me había leído todo lo que leían los jóvenes de la capital del país.

Pero el gusto por la creación literaria me surgió del contacto con las narraciones orales del tipo de las recogidas por el investigador Manuel José Andrade en su obra Folklore de la República Dominicana.

Las oscuras horas nocturnas del Tamayo de mi niñez y adolescencia sin electricidad se hacían livianas alargándose desde la oración hasta la medianoche por los encantos de magistrales contadores de hazañas de brujas, diablos, aparecidos y extraordinarios personajes como Buquí y Malí y Juan Bobo y Pedro Animal, que colmaban mi yerma imaginación del placentero y tenebroso mundo de sorpresas indescriptibles.

Luego, al amanecer volvían los días sin horizontes de la ceñuda rutina de la vida pueblerina y las hoscas tareas de abrevar el ganado, de las siembras y las cosechas, pero alimentados por las creencias de la religiosidad popular. Gracias a las truculentas narraciones nocturnas, la imaginación ya estaba poblada de brujas, zánganos, bacás, luases, espantosas criaturas chupacabras encontradas en los recodos de los caminos y misteriosos personajes que aparecían y desaparecían deambulando por los campos; 5 si no la imagen nigromántica de la presencia y revelación de los muertos en la realidad de los setos y los tejados o en los sueños entregados a pesadillas innombrables.

Y en otras latitudes, los ritos hibridados del vudú y de la iglesia católica, poblados de espíritus malignos y bienhechores hermanados, erguían a exóticas divinidades en ceremonias sacrificiales y a la Virgen y a San Antonio en cultos y procesiones ceremoniosos; a la llegada de la lluvia meses enteros esperada, en bendiciones innombrables por los milagrosos episodios de manifestación de la gracia divina; en alabanzas de glorificación celestial por la portentosa sanación de los inválidos y la abrupta incorrupción y resucitación de los árboles podridos, los animales muertos y la suerte perdida devuelta a base de promesas cumplidas y dones otorgados por Dios y por los dioses múltiples que cohabitaban el territorio sagrado.

Ese es el mundo que narro y describo en mis novelas En el atascadero, Larga Vida, La avalancha y El regreso de Plinio El Mesías.

La dictadura de Trujillo hundió sus garfios en mi tierna adolescencia. La presencia apabullante del régimen me colocó en una situación límite que me obligaba a mirar hacia el lado terrible de la sociedad: miseria, abusos, asesinatos, incluso en el seno familiar, asfixia y carencia de libertad.

Así nací y así crecí. El apego a la vida y a la libertad no era una vocación. Era una obligación, una imperiosa necesidad. El ajusticiamiento del tirano nos tomó prevenidos y volcados hacia lo social y lo político.

En ese momento, sin proponérmelo, sin haberlo decidido, en mi universo personal ya reunía las tres vocaciones: la del científico, el lector-escritor y el promotor social y político. Sin embargo, las circunstancias me obligaron a seguir una sola, dejando de lado, temporalmente las otras dos.

Me involucré terriblemente de lleno en la política por el imperio de la necesidad de libertad y democracia que tenía el país. No hice carrera en el accionar político. En realidad, mis motivaciones profundas y permanentes han sido el compromiso social y el apego a los valores de los derechos humanos.

Por eso, nadie me hable de dictadores a lo Trujillo, a lo Fidel, a lo Chávez o lo Maduro, pero tampoco a lo Trump o lo Bolsonaro, o a los caudillos y los reeleccionistas de capa y espada que prosperan en nuestras tierras como la mala yerba.

Cuando estaba plenamente inmerso en la militancia política, redescubrí la vocación literaria. Empecé a escribir en los periódicos de izquierda, específicamente en el periódico Libertad del MPD; también redactaba octavillas para los sindicatos en apoyo a sus reclamos laborales; y en la cárcel escribí mi primer cuento y un libro de poemas.

Así pude entrelazar dos de mis tres entrañables vocaciones: escritor y promotor social. Faltaba retomar la del científico. En 1975 salí de prisión exiliado hacia Francia, y las circunstancias del momento me llevaron a poner fin a mi accionar político como militante, no así a la vocación social, que siempre se mantiene y que he desarrollado a través de mis labores profesionales y comunitarias.

Ya estaba inmerso en el quehacer literario, y en ese momento, apenas llegado a París, retomé la vocación académica y científica: empecé una extensa carrera de estudios en ciencias del lenguaje (semiótica, lingüística, poética, análisis del discurso, enseñanza de la lengua, etc.) durante ocho años, desde la licenciatura hasta el doctorado.

Desde ese momento la ciencia y la literatura se juntaron para siempre en el bagaje de mis actividades habituales, y están tan sólidamente integradas en mí adentro que investigar, leer y escribir son los actos que dan trascendencia a mi vida.

Esa relación quedó sellada en Paris en la época en que preparaba la tesis doctoral. Mientras investigaba y redactaba elementos de poética, semiótica y lingüística para ese trabajo culminante de mis estudios, utilizaba esos mismos elementos formativos 7 para imaginar y escribir una novela inspirada en mi pueblo Tamayo y en una localidad de Cuba de nombre Somarriba.

En 1982 aprobé el doctorado y regresé al país con mi título de doctor en literatura y con la novela terminada: En el atascadero. Dos años después, sometí esa obra al concurso de literatura de la Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos ,siendo galardonada con el Premio Nacional de Novela Manuel de Jesús Galván 1984.

Así, y desde entonces, se cerró el círculo de mis tres vocaciones: soy escritor, soy científico y soy un promotor social y educativo, vocación esta última que ejerzo en las aulas universitarias y a través del Ministerio de Educación en múltiples acciones relacionadas con la educación nacional.

A mi entender, el sentido del galardón que me ha sido otorgado por la Fundación Corripio y el Ministerio de Cultura es el reconocimiento de variadas vocaciones en mi persona. El veredicto que lo justifica revela esa intención en la decisión del jurado.

En mi perfil, la vocación del académico y la del escritor son inseparables. No existe divorcio entre la producción científica y la producción literaria; entre ciencia y literatura.

¿Cuándo me otorgó este premio el jurado estuvo pensando solamente en mi personal condición, o tuvo como referencia el paradigma universal de ilustres personajes que son a la vez artistas, escritores y científicos?

¿Estaría el jurado pensando en los más grandes humanistas de nuestro país, los hermanos Henríquez Ureña: Pedro, Max y Camila, quienes nos enseñaron con sus ejemplares acciones educativas y sus producciones científicas y literarias que en el proyecto humanista pueden confluir la entrega a la labor social, a las letras y a las ciencias?

De ser así, me siento aún más gratificado y honrado por merecer este eximio galardón.

Muchas gracias

26 de febrero de 2019.

El lenguaje de la novela en la obra de Manuel Matos Moquete

Por Bruno Rosario Candelier

 

A Marjorie Félix,

Voz que enaltece la palabra.

   Vamos a abordar la más reciente novela de Manuel Matos Moquete, cuya presencia disfrutamos en este acto académico y, desde luego, el testimonio que él da con la escritura de esta obra.

Conocemos  y valoramos la trayectoria intelectual de Manuel Matos Moquete. En su labor creadora se destaca el rol que ha desempeñado como usuario de la lengua, como estudioso de la palabra y como experto en asuntos lingüísticos vinculados a la enseñanza de la lengua y, naturalmente él tiene en su haber un valioso aporte y un fecundo ejercicio a favor del conocimiento de la lengua. Fue eso justamente lo que le mereció un sillón en esta Academia Dominicana de la Lengua, pero además del usuario ejemplar que hace uso de la palabra en textos discursivos y literarios con singular valoración del lenguaje, pues Matos Moquete ha hecho uso de la palabra con un propósito literario. Justamente incursiona en el ensayo, con valiosos estudios literarios, y en la novela, como también lo hace en poesía para testimoniar su valoración de la expresión estética del lenguaje.

La novela tiene la particularidad de que aborda una dimensión histórica y social como fuente de iluminación para el autor que asume un tema específico, porque se inspira en la realidad de nuestra cultura. Todo novelista, cuando hace una novela, se inspira en la realidad histórica, ambiental, antropológica y social, fenómeno que acontece con la peculiaridad que esa dedicación literaria implica para alguien que se nutre de la realidad y se instala en otra realidad, la realidad verbal; y el resultado es un texto de ficción, y como texto de ficción, el autor cuenta con una libertad y coordenadas y presupuestos estéticos y literarios que dan cierta autonomía y cierta distinción para enfocar una vertiente del lenguaje donde se combinan el conocimiento de la realidad con el conocimiento de la lengua y el testimonio que él quiere dar a partir de sus intuiciones y vivencias. En esta obra se conjugan esos planos del arte del lenguaje.

El tema que Matos Moquete escoge para conformar esta novela es un asunto que reclama la atención a diferentes enfoques conceptuales según la posición ideológica y según la actitud que asuma el autor.

No es la primera vez que Manuel Matos Moquete asume la palabra con un propósito novelístico; es decir, esta no es su primera novela, pero probablemente esta sea la novela en que él logra el más alto desarrollo como novelista en virtud de la conciencia que se manifiesta en esta obra y, cuando digo “la conciencia”, me refiero a la conciencia lingüística y la conciencia literaria que una buena novela reclama. Lo digo por el hecho de que lo que el autor plasma en esta obra y, sobre todo, la forma como lo plasma, es lo que hay que enfocar y valorar, porque se trata de una obra literaria, que refleja a un autor que con conocimiento de lo que es la técnica de la escritura, conocimiento de lo que son los recursos narrativos y, sobre todo, conocimiento de lo que entraña la esencia y el sentido de la palabra.

En varios pasajes de esta novela se nota la actitud del autor cuando aborda la palabra. Él está consciente de lo que asume, de lo que hace y de lo que plasma cuando escribe lo que plantea en esta novela.    Como escritor de ficción, Matos Moquete disfruta lo que está haciendo y no lo disfruta solo porque la sustancia de su temática es un asunto vivencial en su historia personal, sino porque se trata de un autor con conciencia de su lengua, con conciencia de la técnica literaria y con conciencia de lo que quiere expresar. Entonces disfruta enormemente lo que implica para un narrador situarse en la realidad estética y asumir la historia que le sirve de fundamento como un texto para canalizar determinados pensamientos y valoraciones.

En este caso hay un aspecto que quiero subrayar de esta novela de Manuel Matos Moquete. Él titula la obra con una singular combinación, que califica deanti-memoria.

En literatura la forma “anti”, cuando se aplica a “memoria”, no es más que una variante de la memoria, porque hace acopio de todo lo que la memoria entraña para la creación literaria, y justamente lo que escribe nuestro narrador, lo escribe en función de la memoria, en función de esa reserva intelectual, psicológica y espiritual con la que nutre su narrativa y con la que le da fundamento a su creación.

Hay que tener presente que no podemos abordar una novela solo por el contenido, sino que hay que ponderar muy especialmente la forma, y el autor es consciente de lo que estaba haciendo justamente por la consciencia literaria que tiene en su condición de académico de la lengua y escritor de temas discursivos y temas de ficción.

Cuando nuestro distinguido autor da testimonio de lo que él evoca, aquí la palabra “evocación” es clave, porque en varios pasajes de esta novela él acude al procedimiento de la evocación, que no es más que el recuerdo de algo que ya aconteció. Un procedimiento que han usado todos los novelistas que en el mundo han sido, y han seguido hasta cierto punto como referente literario de inspiración en su caso particular. Pongamos como ejemplo la novela de Juan Rulfo, Pedro Paramo, que es un modelo respecto al creador que aborda su propio pasado, hace uso de la evocación y penetra en la intimidad de los personajes para desarrollar el tema de su ficción.

En esta obra narrativa, Manuel Matos Moquete da ejemplo y muestra aquí con cabal dominio lo que implica y significa penetrar en la intimidad de un personaje, auscultar el alma de una criatura imaginaria, y con ese propósito usar los recursos pertinentes, emplear las técnicas literarias apropiadas y valerse de los recursos narrativos adecuados, y entonces la obra tiene una dimensión social y una vertiente literaria con una faceta simbólica.

La novela de Matos Moquete tiene también una dimensión afectiva y una dimensión espiritual. En varios pasajes el autor aprovecha la ocasión para reflexionar, evocar y contrastar la historia que le dio fundamento a su entramado narrativo.  Para lograr esa conexión, desde la sensibilidad del narrador con la realidad de la historia narrada, por un lado el autor acude a su experiencia de vida y, por otro lado, el conocimiento de la lengua del locutor que habla; y en tercer lugar, la ubicación de la realidad y la contextualización de los personajes que él asume como protagonistas de la historia que aquí cuenta. Eso es una magnífica ocasión que Matos Moquete sabe aprovechar muy bien como escritor para auscultar el alma del personaje que se mueve en ese mundo de ficción. No duden ustedes de que se trata de un procedimiento narrativo complicado y exigente. Cuando el narrador cuenta una historia quiere al mismo tiempo ser fiel a los datos con la realidad que ha sucedido y, sobre todo, con la circunstancia particular y personal de los protagonistas; por eso el narrador hace uso de la introspección, y por eso hace uso de la situación afectiva cuando se emociona ya que acude al lenguaje romántico para canalizar algo de intimidad que experimenta el personaje en momentos de soledad, sobre todo, recuerda al amor con la emoción que lo concita. Otra parte importante y significativa en esta narrativa es la reflexión que hace el narrador combinando hechos diversos y teniendo al mismo tiempo presente el respeto a un acontecer, a una historia y a una forma de narración. El narrador aprovecha con mucho acierto y, a veces en pasajes que el lector tendría que ser un lector atento, consciente de lo que capta, y me refiero a un lector con la capacidad de perforar el trasfondo de la palabra en el marco de las emociones entrañables, porque el narrador coteja su propia vida con la vida de los personajes y con la evolución o la transformación que se ha ido operando en él.

En toda novela hay una ley que aplican los buenos narradores. Me refiero a la ley de la transformación. Si no hay una transformación en los personajes, aunque sea en un solo, es una novela fallida. Una de las leyes novelísticas es justamente la plasmación de esa dimensión, de ese efecto que desarrolla la vida en función del proceso y de la evolución que experimentan los seres humanos en el transcurso de su existencia, porque los hombres estamos incardinados a una realidad social, histórica, antropológica, lingüística y cultural. En todos los humanos en algún momento de su vida acontece un hecho que impacta, una circunstancia que lo lleva a vivir lo que Carl Jung llamaba “experiencia cardinal”.

Una experiencia cardinal acontece cuando un suceso terrible, dramático e impactante subyuga la personalidad e influye en nuestro modo de entender y proseguir la vida, así como en la cosmovisión. Por efecto se produce esa transformación que experimentamos en algún momento de la vida, y eso es lo que da lugar al desarrollo de conciencia y a la expansión del espíritu.

Muy oportunamente el narrador de esta novela sabe aprovechar la coyuntura que se le presenta para reflexionar y ponderar cómo ha sido su vida y comprender que algunos proyectos revolucionarios que perturban la mente de muchos jóvenes favorece el proceso de la vida, y en la medida en que se va observando, reflexionando y ponderando el verdadero sentido de la vida, entonces el narrador comprende algo esencial y nos hace ver qué valores, actitudes y principios son irrenunciables, inconmutables e intransferibles.

Hay una dimensión espiritual, que es importante tomarla en cuenta, para el derrotero mismo de la vida, para el desarrollo esencial de nuestra conciencia. La palabra ha de llevarnos siempre al desarrollo de la conciencia porque la palabra, como la propia vida y como la propia lengua, es energía. La palabra entraña una energía proveniente de la energía espiritual del Cosmos.

Nosotros, como todo lo que existe en el Universo, somos energía. La dimensión energética de la palabra, que tiene nuestra creación y todo lo que hacemos, es lo que nos va  a permitir transformar nuestra conciencia y asumir el rol que cada uno debe realizar en la circunstancia en que se mueve para hacer lo que le corresponde en la vida, que siempre está inserta en una realidad social y cultural.

El autor hace esa reflexión en el decurso de los acontecimientos que lo llevan a narrar esta singular historia. Uno de los méritos de Manuel Matos Moquete, con la madurez que ha alcanzado, con la experiencia que le dan los años (porque en su caso particular esas canas reflejos son no solo del paso del tiempo, sino del tesoro de su ascenso en la vida), el resultado de lo que significa pasar por la vida y entender el auténtico sentido de la existencia.

 

Bruno Rosario Candelier

Academia Dominicana de la Lengua

Quizás te expresas como estos usuarios

Por  Tobías Rodríguez Molina

Al leer lo que escriben o al escuchar hablando a  personas que no pertenecen al nivel sociocultural bajo, nos damos cuenta de que son muchos los que se apartan  de  las normas de nuestra lengua española más allá de lo que uno esperaría de usuarios de su nivel. Y al experimentar  esa realidad de parte  de profesionales, muchos de los cuales  han realizado sus estudios en centros universitarios de gran prestigio,  y/o que ocupan cargos de relevancia  en la sociedad, vemos cómo, con cierta celeridad, se adelanta el proceso normal de evolución de nuestra lengua española o castellana.

Los ejemplos que les ofrecemos a continuación pondrán en evidencia nuestra apreciación. Quiero dejar planteado aquí que no quisiera catalogar de “errores” esos usos alejados de las normas, aunque muchos de ellos rondan alrededor de ese calificativo. Entremos en materia sin más preámbulos

Hace unos días, un afamado narrador de nuestro béisbol profesional,  mientras se desarrollaba un partido entre el Escogido y las Águilas, afirmó que “…eso sucede con demasiado frecuencia…”. Ese narrador ignora que la concordancia pide que en ese contexto debe usarse el indefinido “demasiada”, ya que esta palabra funciona como adjetivo al hacer referencia a “frecuencia”, un nombre o sustantivo de género femenino y en singular, por lo cual es necesario que la palabra adjetiva que la modifica o que hace referencia a ella, deba tener la terminación o  concordancia, en femenino y en número singular. Es por esa razón que debió decir: “…eso sucede con demasiada frecuencia…”

A más de un hablante he oído decir “régimenes” manteniendo tanto el acento fonético como el ortográfico (o tilde) como si fuera una palabra sobreesdrújula. Parece que esos hablantes ignoran que en la lengua española no existen palabras simples que sean sobreesdrújulas. Esa es la razón por la cual tenemos que mantener palabras como “espécimen” y “régimen” como esdrújulas cuando las pasamos al plural. Para eso hay que correr el acento una sílaba hacia la derecha para que sigan siendo esdrújulas. Así, ambas palabras ahora serán “especímenes” y “regímenes” y son esdrújulas aunque con una sílaba más que antes de ser plurales.

Creo que este es el momento adecuado para comunicarles que toda palabra sobreesdrújula es una palabra compuesta. Ahora bien, ¿de qué manera se forma ese compuesto? Sencillamente uniendo un verbo con dos o más pronombres llamados enclíticos o pegados al verbo, como en los casos siguientes: “diciéndoselo”, “informándoselo”, “enviándoselas”.  (INTERNET, ¿Por qué el plural de régimen es  “regímenes” y no régimenes?).

Escuchando una noticia concerniente al fuego que consumió parte del estadio Juan Marichal, de Santo Domingo, oí cuando el comunicador dijo: “Hubo una falla eléctrica en el cual los empleados tuvieron que escapar de la zona del   “Séptimo  Cielo”.  Aquí aparecen dos usos alejados de la sintaxis de nuestra lengua española. En primer lugar, no debió usarse “en el cual”, sino “que hizo que”. En segundo lugar, si hubiera que hacer concordancia con “falla eléctrica”, debió haber dicho “en la cual”. Esa falla de concordancia entre antecedente y relativo (que, el cual, la cual, los cuales, las cuales…)  es muy frecuente en los dominicanos.

El domingo 7 de enero de 2018, la Iglesia católica celebró la festividad del bautismo de Jesucristo. Ese día, en el Vaticano, el papa Francisco bautizó a 34 niños. Al hacer referencia a esa actividad, CDN escribió el siguiente titular: “El Papa Francisco bautizó a 34 niños en el Vaticano éste domingo.” Lo primero que llama la atención es que escribieron “Papa” con la p en mayúscula. Parece que al  titulador, seguramente un profesional de la comunicación muy competente, se le olvidó que los términos “papa”, “rey”, “presidente”, etc. cuando acompañan el nombre de la personalidad aludida, no se escriben con letra inicial mayúscula, sino en minúscula. Por esa razón el titular debió ser: “El papa Francisco bautizó a 34 niños…” Solo si se hace referencia, en el curso de la noticia, al papa Francisco con el término “Papa”, esa palabra se iniciaría con letra mayúscula. Por ejemplo, “En un momento de la ceremonia, el Papa se dirigió a los bautizandos  y les dijo…”

Siguiendo con el titular de CDN, en el mismo, haciendo alusión al día de la ceremonia, se dice que se llevó a cabo “éste domingo”.  En esta parte del titular se tildó (se acentuó) “éste”, que no debe llevar la tilde pues funciona como adjetivo y, de acuerdo con la norma, no debe acentuarse en esa función de adjetivo.  Es conveniente que quede claro que, hasta hace unos años, los demostrativos este, ese y aquel, y sus femeninos y plurales, cuando funcionaban en la oración como pronombres, es decir, sin acompañar al nombre pero haciendo referencia a él, se les marcaba la tilde. Pero incluso esa tilde la Real Academia de la Lengua Española la abolió. Por  lo tanto, ni cuando funciona como pronombre, ni mucho menos cuando funciona como adjetivo, se les marcará la tilde.

Hace unos meses, escuchando la Z101 en el horario de 2.30 pm a 5.00 pm, me llamó poderosamente la atención que uno de los comentaristas, con estudios y amplia experiencia en el área de la comunicación, haciendo referencia a la Cooperativa de los maestros dominicanos, pronunciara Coopnama diciendo “Coonapma”. Y si lo hubiera dicho una sola vez, uno hubiera pensado en un  “lapsus”; pero no fue una sola vez que lo pronunció así, sino todas las veces (muchas  veces) que lo escuché dijo “Coonapma”.

En un  titular  aparecido en el fondo de la pantalla de CDN, me imagino que sin darse cuenta el titulador  del disparate que estaba expresando, hace una especie de acusación a diversos sectores en contra del Procurador General de la República. Y todo viene porque a  la palabra “que” no se le marcó el acento ortográfico en el  titular, que les  ofrezco para que lo analicen: “Diversos sectores piden al PGR que informe que influye en el PJ”. Si se acentúa “qué”, la información transmite otro mensaje muy diferente; así, los diversos sectores le piden al PGR que informe qué factores (o quiénes) influyen o manipulan al PJ  del país. Pero con el “que” sin la tilde, se le pide al PGR que informe  que él  influye o manipula el Poder Judicial del país, lo cual constituiría una acusación suficiente para una demanda judicial.

Antes de iniciarse un juego de béisbol entre el Escogido y las Águilas en el Estadio Cibao,  fue entrevistado un destacado y antiguo jugador venezolano de las Grandes Ligas. Al responder una de las preguntas hechas por el entrevistador, él respondió: “Van a haber muchos latinos en el Salón de la Fama en los próximos años.” Ese ilustre venezolano, seguro que, al igual que muchos de sus compatriotas y muchísimos dominicanos, no tiene en cuenta que esa construcción sintáctica con la presencia del verbo haber es impersonal y, por lo mismo, la normativa del español manda que no se pluralice, ya que no tiene sujeto, por lo que el destacado exbeisbolista debió haber dicho: “Va a haber muchos latinos en el Salón de la Fama  en los próximos años.”

Para una mayor ilustración, les presento otras oraciones parecidas a la anterior en su estructura:

  1. Va a hacer cinco años de su graduación como ingeniero.
  2. Debe hacer como cuatro meses que renunció al trabajo que tenía en ese salón.
  3. Deberá haber varios medallistas de este gimnasio en la próxima competencia.
  4. Debió haber más asistentes a la reunión convocada por el doctor Pérez.
  5. Tiene que haber condiciones bien claras y precisas para asistir a ese diálogo.

Fíjense que todos los verbos con que se inician esas cinco oraciones  forman frases verbales con “hacer” o “haber” y por eso   deben aparecer en singular pues forman parte de oraciones sin sujeto. Lo que sigue a cada uno de esos verbos es un complemento directo, que no puede poner a variar el verbo.

A un senador de la República Dominicana se le escuchó decir: “Estuve la oportunidad de reunirme con varios ciudadanos de mi comunidad.” Algo diferente sería decir: “Estuve en una oportunidad reunido con varios ciudadanos de mi comunidad.” Lo que ese senador debió haber dicho fue: “Tuve la oportunidad de reunirme con varios ciudadanos de mi comunidad.”

En un periódico de Venezuela, apareció, haciendo alusión al supuesto diálogo con Maduro, la siguiente expresión: “Aseguró que si se cumplen con estos puntos, será posible continuar con los encuentros.” (El Nacional Home). En esta oración encontramos un  error de sintaxis que tiene que ver con la presencia de “con” seguido de “se cumplen”, ya que en ese caso, el verbo se convierte en impersonal y deberá decirse “se cumple”. Ahora bien, si en esa oración eliminamos “con”, se diría “si se cumplen estos puntos…”  con el verbo  en plural pues concuerda con “estos puntos”, que funciona como sujeto de la oración  “Aseguró que si se cumplen estos puntos será posible continuar con los encuentros.”

En un semejante error de sintaxis cayó un  ministro del Gobierno actual, que ha desempañado elevados cargos  en más de una ocasión y que aspira a cargos de mayor nivel. En una entrevista por CDN, expresó: “No se cumplieron con las normas requeridas para…”. Creo que, si se entendió el análisis sintáctico ofrecido en el ejemplo anterior a este, ustedes estarán en la capacidad de decirle a ese ministro cómo debió haber dicho.

Espero que esos casos que les he presentado en esta ocasión contribuyan a que el empleo de nuestra preciosa lengua española sea en ustedes cada vez mejor y que el esfuerzo por mejorar siga siendo o se constituya en algo permanente.

© 2019, Rafael Tobías Rodríguez Molina

Mermejo, terminal/terminar, pender de/pender *en, abasto/*a bastos

Por Roberto E. Guzmán

MERMEJO

Esta voz es un dominicanismo por todos los costados. Esto así porque no existe la voz en ninguna otra variante de español conocida. Es una creación de los dominicanos con un significado propio; o mejor, con varios significados.

El Diccionario de americanismos recoge la voz del título con al significado de “dinero”. No puede evitarse el afirmar que antes de leer lo que ese diccionario consigna, ese valor no se conocía para esa voz.

En lugar del significado apuntado más arriba ya se había oído la voz mermejo para ponderar la dimensión o la importancia de algo. De esa manera también la han anotado varias obras dedicadas al estudio del español dominicano.

Una característica que hay que destacar con respeto a esta voz es que en el uso cuando se la ha oído y cuando se la ha usado esta generalmente se antepone al nombre de lo que se va a sopesar. Así se ha oído de boca de los hablantes de español dominicano decir, “En mermejo problema se ha metido”. “Andaba buscándolo con un mermejo cuchillo en la mano”.

De los ejemplos anteriores puede colegirse que el mermejo que se ha conocido significa o significaba “grande, enorme, extraordinario, mayúsculo, voluminoso”.

Con esta intervención se espera contribuir a que en el futuro los lexicógrafos tomen en cuenta las observaciones contenidas en este aparte para incorporarlas a los diccionarios que honran esa denominación.

 

TERMINAL – TERMINAR

“La base del conflicto es la construcción de una TERMINAR de autobuses. . .”

Las dos palabras que figuran en el título tienen una pronunciación muy parecida. Además, en algunas regiones de la República Dominicana pueden provocar mayores problemas por las características del habla de esas regiones. Entre las dos palabras estudiadas aquí solo existe una diferencia, es la consonante final.

Terminar es el infinitivo del verbo que indica poner fin o término a una cosa; consumir o agotar una cosa; tener una cosa fin y otras acepciones afines a estas.

Terminal tiene estrecha relación con la otra palabra en la acepción en que señala el fin o término de una cosa o situación. En el caso específico del texto reproducido a manera de ejemplo, la palabra significa punto extremo de una línea de transporte público.

Para poner fin al asunto de la confusión, se ofrece una clave que puede resolver el asunto. El infinitivo del verbo, como tal, termina con la consonante erre /r/. La otra palabra, la que lleva la ele /l/ al final, es el último sitio adonde llega un servicio de transporte público. No se piensa que sea tan difícil retener estos datos que permiten distinguir el verbo del adjetivo, o nombre. Si se retiene uno de modo firme, la confusión queda eliminada.

 

PENDER DE – PENDER *EN

“. . .consciente de que su corta y agitada vida PENDÍA EN manos de la . . .”

En muchas ocasiones las dudas que asaltan a los redactores con respecto de las preposiciones que deben seguir a algunos verbos les vienen de las palabras del complemento. Esto sucede en algunos casos, como el de la cita, porque el redactor no se da cuenta de que la palabra que sigue a la preposición se usa en sentido figurado. Aquí se analizará el asunto.

El verbo pender acepta más de una preposición para introducir sus complementos. Las preposiciones dependerán del significado que se elija de entre los que posee ese verbo. En esta sección se repasarán las varias acepciones del verbo que obligan a colocar una preposición en lugar de otra.

Sin lugar a dudas, la primera acepción que se reconoce para el verbo pender es, “colgar, suspender”, los dominicanos dirían guindar. Para esta significación la preposición que debe acompañar al verbo es DE. En sentido figurado este verbo indica también, “depender (de) y agarrar(se) (de). En los dos últimos casos la preposición que corresponde es DE.

Pender puede adquirir el sentido de “gravitar, pesar”, de modo que debe hacerse acompañar por la preposición sobre. Ejemplo: “Pende sobre su persona una acusación grave”.

Lo que se observa con respecto de este verbo es algo que sucede con muchos otros verbos, esto es, que cambian el sentido específico dependiendo de la preposición que los acompañe.

 

ABASTO – *A BASTOS

“. . .el dispensario . . .no da A BASTOS para servir a toda la población”.

Algunas palabras por sus similitudes pueden generar confusiones. Las preposiciones contribuyen en algunos casos al lío que se crea entre los vocablos que tienen parecido; esto de las preposiciones proviene de la forma en que el hablante integra en el habla las preposiciones a las palabras que vienen después de las primeras.

Abasto es una sola palabra que consta en todos los diccionarios de español porque es muy común en el habla. Si en la actualidad es palabra del habla diaria, antes lo era aún más.

Esa palabra entre otras significaciones es sinónima de abundancia, y es la provisión de bastimentos, especialmente víveres. En las labores de bordado es la parte secundaria. En Venezuela, informa el Diccionario de la lengua española, es, “tienda pequeña de alimentos”.

Dar abasto” es una locución verbal que expresa, “Dar o ser bastante, bastar, proveer suficientemente”.

El nombre basto por sí solo mantiene varias significaciones, es una carta de la baraja española; es un aparejo de caballería de carga. En funciones de adjetivo es, “grosero, tosco; aplicado a una persona indica que es tosca, de poca delicadeza.

El hábito de la lectura, sobre todo de la buena literatura puede ayudar a evitar este tipo de errores. La diferencia en casos como el que se repasa aquí se presenta cuando se lleva a la escritura lo que se dice en la conversación cotidiana, porque al escribir se hace necesario observar las separaciones y segregar las palabras como tales.

© 2019, Roberto E. Guzmán

 

Vuelco, no volque

Por Tobías Rodríguez Molina

La expresión “latín vulgar” (o popular) hace referencia al conjunto de formas de habla procedentes del latín clásico, el idioma oficial del Imperio Romano, y que eran usadas en las provincias del Imperio  por los soldados y las personas que no tenían un elevado nivel cultural.

Ese latín vulgar era un idioma hablado, vivo y en constante evolución a diferencia del latín clásico, que era el latín escrito culto, propio de la literatura, de la oratoria y de la administración pública. En su evolución, el latín vulgar  fue variando algunas de sus  formas.  Uno de esos cambios consistió en la conversión de las vocales tónicas “o” y  “e” en los diptongos  “ue”  y “ie”, respectivamente, fenómeno que se registró en el  castellano, lengua hija del latín

De ese modo,  en lo  referente a  la “o” tónica, se pasó de “portam” a “puerta”,  de “focum” a “fuego”,  de “pontem” a “puente”, etc. En el caso de la “e” tónica, se dio el cambio de “petram” a “piedra”, de “terram” a “tierra”, de “dentem” a “diente”, etc.  Eso pasó tratándose de los sustantivos, pero el cambio también afectó a una gran cantidad de verbos en cuya base  o raíz estaban presentes la “o” y la “e” tónicas. Es lo que pasó con los verbos, que pasaron,  por la influencia de ese latín vulgar,   de “aprobar” a “apruebo” de “colar” a “cuelo”, de “mover” a “muevo”,  de “contar” a “cuento, etc. ;  y de “defender” a “defiendo”,  de “sentir” a “siento”,  de “confesar” a “confieso”, de  “regar” a “riego”, etc.

Esa diptongación de “o” en “ue” y de “e” en “ie” acontece en los verbos,  en el tiempo  presente del modo indicativo y del modo subjuntivo más el imperativo, cuando esas vocales (o y e), al conjugar esos verbos, son tónicas, es decir, en ellas recaería la mayor fuerza al pronunciarlas en la conjugación. Si no son tónicas, no sucede la diptongación; eso pasa con la primera persona plural de los tiempos en los que esos verbos diptongan, como en “nosotros colamos”,  “que nosotros colemos…”, etc.

Ilustremos mejor este caso de la diptongación mediante la conjugación del verbo “pensar” en el  presente del modo indicativo: yo pienso, tú piensas, él (ella, usted) piensa, nosotros pensamos, ellos (ellas, ustedes) piensan y en  presente del modo subjuntivo: que yo piense, que tú pienses, que él (ella, usted) piense, que nosotros pensemos, que ellos (ellas, ustedes) piensen.

También observemos la diptongación en los verbos con “o” tónica convertida en “ue”. Lo haremos primero en el presente del modo indicativo y luego en el presente del modo subjuntivo: yo cuento, tú cuentas, él (ella, usted) cuenta, nosotros contamos, ellos (ellas, ustedes) cuentan.  Que yo cuente, que tú cuentes, que él (ella, usted) cuente, que nosotros contemos, que ellos (ellas, ustedes) cuenten.

Mi experiencia de docente universitario y de observador de la lengua hablada por los dominicanos de todos los niveles socioculturales,  me ha mostrado que a varios verbos existentes en nuestra lengua española  que exigen la diptongación muchos usuarios dominicanos no los ponen a diptongar.  Es el caso de los verbos renovar, soldar, volcar, volcarse, etc. Estoy casi seguro de que ustedes estarán de acuerdo conmigo en que los verbos “renovar” y “soldar” conjugados en los modos y tiempos en los que en ellos se da la diptongación, muy pocos dominicanos los conjugan, tanto en la lengua hablada como escrita, siguiendo las pautas debidas. Constaten lo que acabo de afirmar con la conjugación  que les ofrezco de esos dos verbos cuando diptongan:

  1. Presente del modo indicativo: yo renuevo, tú renuevas, él (ella, usted) renueva, nosotros renovamos, ellos (ellas, ustedes) renuevan. Presente del modo subjuntivo: que yo renueve, que tú renueves, que él (ella, usted) renueve, que nosotros renovemos, que ellos (ellas, ustedes) renueven. Modo imperativo: renueva tú, renueve él (ella, usted), renovemos nosotros, renueven ellos (ellas, ustedes).
  2. Presente del modo indicativo: yo sueldo, tú sueldas, él (ella, usted) suelda, nosotros soldamos, ellos (ellas, ustedes) sueldan. Presente del modo subjuntivo: que yo suelde, que tú sueldes, que él (ella, usted) suelde, que nosotros soldemos, que ellos (ellas, ustedes suelden. Modo imperativo: suelda tú, suelde él (ella, usted), soldemos nosotros, suelden ellos (ellas, ustedes).

Quiero comunicarles que yo me decidí a escribir este ensayo un día en que escuché a un comentarista, bien conocido en el  ámbito deportivo santiaguero, decir lo siguiente: “Un pelotero de las Aguilas Cibaeñas que venía hacia Santiago sufrió un volque en la carretera Puerto Plata-Santiago.

Yo estoy seguro de que ustedes son   personas que  quieren conducirse como auténticos usuarios del español, tanto escrito como hablado. Para ello, en el caso de esos verbos, principalmente, deberán regirse, eso es algo evidente, por los modelos que les he ofrecido en esta ocasión. De ese modo mejorarán y cuidarán su imagen, y no les pasará lo que le pasó a un competente médico de la ciudad de Santiago de los Caballeros, del cual una joven campesina que apenas sabía leer y escribir, y nativa de un campo próximo a Licey al Medio, se rio de él burlonamente al escucharlo hablar un español lleno de incorreciones. Lo cierto es que  esa joven hablaba un español muy por encima del de ese competente y afamado médico de nuestra ciudad.

Seguro que ya ustedes saben que no está de acuerdo con las reglas de la diptongación decir “sufrió un “volque” en la carretera Duarte”, ni tampoco “sufrió un “volque” en la carretera Puerto Plata-Santiago”. Y ese conocimiento teórico lo proyectarán en sus escritos y en sus expresiones orales.

© 2019, Rafael Tobías Rodríguez Molina

Asirimbar, especia/especie, turistear, crescendo

Por Roberto E. Guzmán

ASIRIMBAR

Los hablantes de español dominicano renuevan constantemente los recursos de que disponen para expresarse. Esto lo hacen de forma sobresaliente en el uso de las voces que pueden considerarse vernáculas.

Puede observarse una actualización de este tipo en lo concerniente al verbo del título. En esta sección se abundará sobre el verbo que llena un vacío en el habla de los dominicanos, pues el adjetivo y el nombre de la misma familia formaban parte ya del español dominicano.

Los diccionarios de español dominicano hace largo tiempo que asientan la voz “sirimba”. El Diccionario de americanismos de la Asociación de Academias también inventaría esa voz como perteneciente al léxico dominicano. En ese diccionario se reconoce que la voz sirimba es de uso en Cuba y República Dominicana.

La acepción que asienta ese diccionario es, “Desvanecimiento, desmayo”. En lo recién expuesto no hay nada nuevo. Lo nuevo consta en el título de esta sección, pues por fuerza tiene que existir el verbo correspondiente, asirimbar. Esto así porque el diccionario antes mencionado registra la voz “asirimabao, á”. Para esta voz, trae la acepción siguiente: “Referido a persona, distraída, alelada, lela”.

Lo que llama la atención es que no se asienta el verbo asirimbar. Este verbo existe, pues se ha oído en las conversaciones de los nacionales dominicanos especialmente para referirse a medicamentos que ponen aleladas, distraídas, ausentes, a las personas que los usan.

Algo que se ha notado en el uso del nombre sirimba es que hasta donde se ha observado, esta se produce de manera súbita, sin aviso, sin que la víctima del desmayo o desvanecimiento haya percibido señales de que algo raro o diferente le va a ocurrir. Este rasgo se piensa que debe incorporarse en la acepción para sirimba porque en las definiciones para las dos palabras que se ofrecen como sinónimas para su definición esta característica no es intrínseca a ellas.

La sirimba según parece llegó antes a Cuba que a República Dominicana. En el Diccionario de voces cubanas de Constantino Suárez (1921:479) consta como “síncope, ligero desmayo”, Más interesante aún es la descripción que asienta el Diccionario ejemplificado del español de Cuba” (2016-II-441) “Desvanecimiento que sufre una persona debido a una emoción fuerte”. Eso se parece a esos “ataques de nervios” que sufren sobre algunas personas cuando pierden un ser querido. Ese patatús se conoce en el español dominicano como un “yeyo”.

Debe incluirse el verbo asirimbar en los diccionarios de español dominicano tomándose en cuenta lo que se ha explicado m´{as arriba como justificación para ello.

 

ESPECIA – ESPECIE

“. . .llegaban las más extraordinarias mercancías orientales como la seda, las ESPECIES. . .”

Algunas palabras que son semejantes a otras causan muchos inconvenientes a nivel del habla. A veces las confusiones entre ellas entorpecen la comunicación en el nivel de la lengua escrita también.

Antes de comenzar a enderezar el problema entre las dos palabras del título, y explicar las diferencias que existen entre ellas, se expondrá la razón por la cual se piensa que el hablante del español dominicano suele incurrir en este error.

La palabra favorita para los hablantes de español dominicano para denominar los condimentos en general es “sazón(es)”. Este vocablo es el equivalente de “especia”, pues para los dominicanos, especia queda relegada a una época en que Europa procuraba la ruta a los países productores de estas sustancias vegetales aromáticas.

En pocas palabras, especia es un vocablo que pertenece a la historia y no a la realidad diaria de los dominicanos. En otros países prefieren usar la palabra “adobo” para los mismos propósitos que el dominicano usa “sazón”; esto a pesar de que en los diccionarios el adobo aparece definido como “salsa o caldo”.

Con la exposición que se hizo ha quedado claro que especie es un concepto muy diferente y más complicado que especia. Se propone para evitar la confusión, retener en la memoria que la palabra con la A, es el (la) sazón y, con la E es la clase, grupo. De propósito se ha evitado entrar en mayores consideraciones con relación a las diferentes acepciones de las dos palabras del título.

 

TURISTEAR

“. . . a TURISTEAR a expensas de la caja chica. . .”

Este verbo es de incorporación reciente en el Diccionario de la lengua española de la Asociación de Academias. Hizo su aparición en la edición de 2014. Antes de eso ya constaba en el Diccionario de americanismos (2010) de esa asociación.

Con respecto de este verbo se ha hecho merecida justicia porque era de uso generalizado en once países de la América Hispana de acuerdo con lo que escribe el último diccionario mencionado. La acepción que asienta la mentada asociación es la que goza de mayor uso en el español hispanoamericano, “Dicho de una persona: Viajar por placer, visitando varios lugares en poco tiempo”.

El verbo turistear posee otras acepciones en el español americano. Es pasear, deambular sin rumbo o plazo fijo. Otra acepción es, recorrer lugares sin un destino o un plazo fijo. Además, vagar por distintos lugares sin hacer nada.

En República Dominicana llaman turista a la persona que no trabaja, al holgazán; aquella persona que aun cuando percibe un salario en una empresa o dependencia de la administración pública, no desempeña función alguna, es vago. En la mayoría de los casos, esas personas pasan el tiempo deambulando entre los demás, de allí es de donde se desprende el nombre.

Es fácil colegir que la palabra turista en español derivó del inglés tourist, que a su vez nació del inglés tour que se originó del viejo francés de la misma grafía. El origen remoto se remonta al latín tornare. El verbo turistear en español es una creación válida hispanoamericana.

 

CRESCENDO

“. . .regresaban siempre con noticias, que iban siempre CRESCENDO. . .”

En un momento u otro los articulistas y columnistas meten una que otra palabra en lengua extranjera. Los motivos para hacer esto son muy variados. Algunos lo hacen para demostrar sus conocimientos en lengua extraña al español. Otros lo hacen simplemente por “gadejo”.

En muchos de los casos quien escribe se olvida de revisar el significado de esas voces extranjeras y cae en error. En otros casos, sobre todo con los latinismos, los escribientes les anteponen preposiciones que no caben en esas locuciones por la naturaleza misma de estas.

Con respecto de crescendo hay que tener en cuenta que su primer campo de acción corresponde a la música, aunque el italianismo ha pasado a las lenguas internacionales y ha trascendido las fronteras de la música. No puede olvidarse que son muchas las palabras italianas del campo de la música que han pasado a lenguas extrajeras.

Algo que no puede olvidarse es que por ser una voz extraña a la lengua española esta voz, crescendo, debe presentarse en itálica o entre comillas al escribirla cuando se la acompaña de palabras españolas.

Puede escribirse que la voz crescendo está acreditada en el español internacional si se tiene en cuenta que el Diccionario de la lengua española la inventaría, pero lo hace en letra itálica en sus páginas. En el aparte en que ese diccionario reconoce la voz, informa acerca de su origen, voz italiana, derivada del latín crescendo, gerundio de crecer en la última lengua.

En el ámbito de la música consigna ese lexicón que es, “Aumento gradual de la intensidad del sonido”. Crescendo es también la anotación en la partitura que introduce el aumento gradual de la intensidad del sonido. En sentido general sirve para expresar, “Aumento progresivo de algo”. En el habla se pronuncia imitando la forma de hacerlo en italiano, creshendo.

Además de lo anterior, se registra allí la locución adverbial in crescendo que debe interpretarse en tanto, “Con aumento gradual”. Cada lengua acepta la voz italiana con variantes de matices; el inglés entiende que es “aumento gradual en poder y volumen”. El francés no añade nada nuevo a lo ya expuesto. La lengua portuguesa ofrece como sinónimos, “progresión, gradación”, que para el primero de los dos es una ampliación con respecto a las otras lenguas. Estas dos voces deben ser interpretadas con el acompañamiento de aumento, aumento progresivo, gradación progresiva.

© 2019, Roberto E. Guzmán