Teclazo, constante/contante, organización/estructura, cuestionante

Por Roberto E. Guzmán

TECLAZO

No hay lugar a duda. Este “teclazo” del epígrafe pertenece a la familia de tecla, sobre todo a la tecla de las antiguas máquinas de escribir y de las más modernas computadoras. A esta familia de palabras pertenece el teclado; este es el conjunto de teclas que permite escribir y manejar el computador. El teclado de las máquinas de escribir era más modesto, solo servía para escribir.

Para los fines de esta exposición la tecla es la pieza móvil que se pulsa por presión de los dedos para poner en acción el mecanismo. En el caso de los dispositivos destinados a escribir es una pieza móvil que contiene una letra o un signo.

No puede negarse el uso de “teclazo” en el español de los dominicanos. En la voz del español dominicano este -azo añadido a la palabra tecla es la pulsación ejercida sobre la tecla con valor aumentativo. Esta voz es ponderativa, pues exagera el efecto de la acción de la presión ejercida sobre la tecla. También exagera la velocidad a la que se efectúa la acción, y a veces, lo inesperado de la acción.

Piénsese en una frase como esta, “El Presidente de la República lo destituyó de un teclazo”. En este ejemplo se reúnen las condiciones que se enumeraron más arriba para la acción denominada teclazo. Como es fácil deducir, en la mayoría de los casos la acción del teclazo tiene relación con algo que implica un escrito, o, una lista.

Ha alcanzado usos figurados en algunos casos para destacar la rapidez o violencia con que se hace algo. “De un teclazo lo borró de la lista de sus amigos”. En un caso como este no hace falta que exista en realidad una lista de amigos ni que se produzca un teclazo físico.

Aquí se dejan escritas estas reflexiones para que sean luego ponderadas y se decida si es prudente incluir esta voz entre las propias del habla de los dominicanos.

 

CONSTANTE – CONTANTE

“. . .la falta de servicios públicos y la violación CONTANTE a los derechos. . .”

El ejemplo que se trae en esta ocasión para dilucidar en el uso es el de la diferencia que hay entre los dos vocablos del epígrafe. En la frase transcrita se deslizó el vocablo *contante, cuando debió aparecer constante. Esto así de acuerdo con lo que se colige del sentido de la citada frase.

En los párrafos siguientes se enumerarán los significados de los dos vocablos para dejar bien claro la enorme diferencia entre ellos. Se aprovechará la oportunidad para repasar algunas nociones anejas a los dos vocablos.

Constante significa en primer lugar “que consta”. En la frase reproducida hay que tomar este constante con valor de “continuamente reiterado, que persiste, durable”. Leído de este forma transmite el mensaje de la falta de servicios públicos y la violación reiterada, persistente de los derechos. Esa violación se certifica o por lo menos se califica de cierta y manifiesta.

Contante es de uso más limitado en el habla y en los escritos. Se usa sobre todo en la locución adverbial “dinero contante y sonante”. Esta locución significa en dinero pronto, efectivo, corriente. Las academias de la lengua reconocen la deuda que el español tiene con la lengua francesa cuando en el diccionario oficial del español asientan que el vocablo contante procede del francés comptant.

En el uso de la lengua se ha comprobado que la locución se emplea para significar que el pago se efectúa de inmediato, sin tardanza, como dicen en el habla de los dominicanos, “llanto sobre el cadáver”, o más pedestre, “lágrimas sobre el muerto”.

 

ORGANIZACIÓN – ESTRUCTURA

“. . .fue muy enfático en destacar que existe una ESTRUCTURA que se dedica. . .”

En esta sección se desplegarán los esfuerzos para dejar en claro las diferencias que existen entre los dos vocablos del título.

Por la forma en que está redactada la frase reproducida más arriba puede deducirse que se ha usado el vocablo estructura en lugar de organización. En el curso de este escrito se señalarán las diferencias en cuanto a los significados y usos de uno y otro de estos vocablos.

Se documentará lo concerniente a las bases de la diferencia que se mantiene de que las dos palabras del título no pueden intercambiarse en todas los casos.

La estructura es la disposición de las distintas partes de un conjunto. En otro aspecto es la armadura o sustentación de algo material. En el uso en la mayoría de los casos se refiere a la parte externa del conjunto.

En cuanto a la organización hay que señalar un asunto muy peculiar. En la actualidad se usa la palabra de preferencia para la, “Asociación de personas reguladas por un conjunto de normas en función de determinados fines.” Esa es la definición que asienta el diccionario oficial de la lengua. Ahora bien, la peculiaridad consiste en el momento de oficialización de esta acepción; esta entró en el Diccionario de la lengua española en la edición correspondiente al año 1992. De donde resulta que es un conjunto organizado de personas.

Hasta la vigésima primera edición se refería a la acción y el efecto de organizar u organizarse; a la disposición de los órganos de la vida, y, en sentido figurado, “disposición, arreglo, orden”.

Si se regresa al texto citado puede leerse al amparo de lo expuesto y el resultado es, si es una estructura, esta se dedica a sostener algo material o creado por el ingenio del hombre. Si se refiere a una asociación de personas, como en efecto es, entonces la palabra que conviene es organización.

La diferencia que se mostró más arriba ha de tenerse en cuenta cuando se redacta, pues como se señaló antes, las dos palabras del título no son equivalentes en todos los casos y en consecuencia no puede una sustituir a la otra; sobre todo, estructura no puede reemplazar a organización para las instituciones de personas cuando estas persiguen un fin común.

 

CUESTIONANTE

“. . .dejó en el aire la CUESTIONANTE . . .”

Algunas voces llaman la atención por su sonido o por su composición. Esta del título de acuerdo con la percepción de quien esto escribe reúne las dos condiciones para atraer el interés del lector.

La dificultad para su reconocimiento probablemente le llega por el tipo de sufijo que contribuye a su formación y por las funciones que le atribuyen; esto se dará a conocer más abajo en detalle.

Para dar con el vocablo hubo que recurrir al Diccionario general etimológico de la lengua española de D. Roque Barcia, publicado en Madrid en el año 1880. En el primer tomo, pág. 1153 se halla cuestionante definido como “participio activo de cuestionar” y la acepción correspondiente es, “Que cuestiona”.

Los diccionarios modernos no recogen este adjetivo porque según parece ha caído en desuso y en consecuencia no vale la pena consignarlo en esos lexicones.

El problema que se presenta con el uso que se hace de la voz del título es que está utilizada en funciones de sustantivo en la cita reproducida y hay que imaginarse que se toma la voz como equivalente de “pregunta, interrogante”. El sufijo que se utiliza en su formación es el que corresponde a los adjetivos.

En la actualidad algunas palabras de la familia de cuestionar han adquirido la característica de “discutir, poner en duda”. Es probable que la hayan recuperado del olvido por analogía con la palabra interrogante que en sus acepciones más socorridas es, “pregunta o demanda; incógnita, problema o cuestión dudosa”.

Desatinos lexicales de comentaristas, reporteros y otros

Por Tobías Rodríguez Molina

Por la abundancia de palabras sinónimas, que no tienen que ser sinónimas en todos los contextos, y por la gran cantidad de grupos de homónimos y homófonos existentes en nuestra lengua, y también por desconocimiento de términos que uno no conoce a la perfección y que a veces se ve tentado a emplear, puede caer en la impropiedad léxica, que podríamos llamar “desatinos lexicales”. Esa falta de propiedad de algunos usuarios que se desenvuelven especialmente  en nuestros medios de comunicación la veremos en las líneas que siguen.

-Hace unos días sintonicé la Z101. En ese momento entrevistaban a la politóloga Rosario Espinal. Ante una pregunta que le formularon, la especialista emitió su opinión sobre los precandidatos presidenciales del PLD, y sin pérdida de tiempo, un comentarista de esa emisora afirmó: “Yo concurro con Rosario en eso que ella plantea.”  ¿Qué quiso decir el aludido comentarista al expresar “yo concurro”? Quizás “yo corroboro” o “yo concuerdo” o “yo estoy de acuerdo”  o “yo sostengo la misma opinión que” o  “yo sostengo el mismo parecer que” o “yo coincido”. Yo sostengo la opinión que, aunque ese verbo  ”concurrir” es sinónimo  de corroborar, concordar, coincidir, sostener la misma opinión o el mismo parecer, en el contexto cultural dominicano, y en la  transmisión de un programa radial para un público no necesariamente con una gran riqueza léxica, debió haber empleado preferentemente uno de esos verbos sinónimos para darse a entender mejor.

-Una comunicadora de un canal capitalino, haciendo referencia a la entrega de unos tinacos a una comunidad de La Línea, emitió el siguiente comentario: “Con la entrega de esos tinacos están “paleando” la situación de escasez de agua de esa comunidad.” Ella usó ese gerundio contagiada por el verbo “palear” que había sido  usado en la noticia objeto del comentario. En la noticia debió emplearse el verbo ”paliar” y ella usar el gerundio “paliando”, ya que no estaban “paleando” o  usando una pala para echarle tierra o piedras a la escasez de agua, sino “paliando” o atenuando el problema de la escasez de agua.

-Un reportero de AN7  informó al canal y a los oyentes que “La casa fue revolvida completamente por los delincuentes que acudieron al lugar del siniestro.” A ese profesional de la comunicación debería obligársele a tomar un curso sobre la conjugación de los verbos del español. Así no dirá jamás ni revolvida ni envolvida ni resolvida, sino “revuelta”, “envuelta” y “resuelta”.

-Mientras  leía un diario de circulación nacional, me encontré con un verso de un poema de alguien (un poeta) de nombre Dionicio Hernández. Así dice el verso: “Y tu cause lacerado tiene la sonrisa apagada.” Este poeta está haciendo referencia a un río que se muere, que se extingue… y, en vez de decir “tu cauce lacerado”, escribió “tu cause lacerado”. Es cierto que en el habla dominicana pronunciamos esas dos palabras de forma idéntica, es decir, las hacemos homófonas, pero en la escritura tenemos que escribirlas diferenciándolas por la “c” y la “s”.  El cauce es un sustantivo y expresa el lecho de un río, mientras que cause es un verbo conjugado en presente del subjuntivo, y que  proviene del verbo causar, que significa producir o provocar algo.

-Hace unos días, buscando información para documentarme mejor para el desarrollo de un tema que iba a  iniciar, me encontré con esta definición. “Los pronombres indefinidos son  una clase de palabras con valor de adjetivo, pronombre o adverbio que dan al nombre diferentes valores.” Peor desatino que este de usar el término “pronombre” en ese contexto es difícil de encontrar. Porque si una palabra es  pronombre, no puede adquirir el valor de adjetivo y de adverbio y también de pronombre  si ya es pronombre.

-Un diputado danilista, antes de la elección del nuevo presidente de la Cámara de Diputados, externó la siguiente opinión: “Hubo un acuerdo hecho por el Presidente del PLD y el presidente  Danilo Medina y el Comité Político y en función de eso le toca ocupar la presidencia de la Cámara de Diputados a Demóstenes Martínez.” ¿Se puede emplear el término “función” en ese contexto? ¿No les parece que la palabra más adecuada es “razón” o la expresión “como consecuencia de eso”?

-Le oímos decir a un comentarista de un canal de Santiago lo siguiente reflejando con ello una gran pobreza o confusión lexical: “En la última sección celebrada por el Concejo Edilicio del Ayuntamiento de Santiago, se discutieron asuntos muy importantes para la comunidad.”  El término propio a usarse aquí es sesión, equivalente a reunión. Existen tres términos que en el habla  y aun en la escritura  pueden inducirnos a un vergonzoso desatino si no tenemos cuidado al usar nuestro español; esos términos confundidores  son “sesión”, cesión” y “sección”.

-Un titular de CDN aparecido hace unos  días fue redactado como sigue: “Comisión Nacional de los Derechos Humanos presentará congreso en honor de Jesús Adón.” Sin dudas que quien elaboró el titular tenía en su mente, bastante  confundido, que un video, una película, una obra de teatro y un congreso se presentan a un público. Pero debe quedar claro que un congreso no se presenta, no se ofrece a un público asistente, sino que hay un grupo de entendidos o relacionados con  un área  del saber o del quehacer y con intereses comunes, que no son expectantes, sino participantes  activos y realizadores parciales de la actividad.  Así que un congreso no se presenta, sino que se celebra, se lleva a cabo, se desarrolla, se realiza. Es posible sí que ese congreso que se realizará le sea dedicado o celebrado en honor de Jesús Adón.

-Me sorprendió lo que escuché de  un reporte transmitido por  un importante canal de la capital dominicana. Lean el desatino en que se incurrió: “Una mujer apareció amordazada de pies y manos…”. Uno tiene entendido que  la mordaza se pone en la boca, según nos lo dice el diccionario de la RAE,  y que las  manos   se maniatan o se atan y las piernas  se amarran o se atan, y no se  maniatan. El reporte o el reportero debió  haber dicho: “Una mujer apareció atada o amarrada de pies y manos…” (Google: maniatar).

Como pudimos ver, encontramos desatinos en abundancia en muchos de los que nos mantienen informados del acontecer nacional y que deberían ser modelos a seguir en el empleo de la lengua que moldea nuestra cultura. Se impone, pues, un mayor cuidado y esfuerzo de parte de esos informadores y comentaristas.

Queísmo, dequeísmo y otros casos

Por Tobías Rodríguez Molina

Hace varios años que algunos lingüistas e investigadores de América Latina vienen interesándose por los cambios sintácticos que se han operado por la presencia o ausencia del elemento lingüístico “que”.

Con el fin de orientar a los usuarios de la lengua española- estudiantes, profesores y otros- presento este conjunto de casos que se registran en libros, discursos, conferencias, y  redacciones  realizadas por estudiantes universitarios y otros usuarios de la lengua.

1. Queísmo: Consiste el mismo en la eliminación de “de” en las construcciones sintácticas que llevan “de que”.  Ejemplo: Nos podemos dar cuenta –que ese tipo de personas con carácter agrio, amargado, no llegarán muy lejos.

Este uso se registra fuertemente en República Dominicana, España y otros países, como Argentina, México y Perú. (Vargas Llosa: “Tengo miedo –que sea un mujeriego”, La ciudad y los perros, 1963)

2. Dequeísmo: En este caso lo que sucede es que el usuario de la lengua añade “de” en expresiones que solo deben llevar “que”.

Ejemplo: Me informaron (de) que a ella le está yendo muy bien en sus estudios.

Este fenómeno es propio de Venezuela y otros países de América Latina, como Argentina, México y, en menor medida, en República Dominicana.

3. Desqueísmo: Se trata aquí de la eliminación, de parte del hablante,  de un “que” que es necesario en la construcción sintáctica.

Ejemplo: Podría jurarle _____ me fue bien en el paseo.

4. Desdequeísmo: Esta vez estamos frente al caso en que se elimina “de que”.

Ejemplo: Estoy seguro ____ ____ te irá bien si haces el esfuerzo que se te

exige  en esta ocasión.

5. Yqueísmo: Este caso aparece al emplearse “y”, que no se necesita ni lo pide la sintaxis del español, delante del “que subordinante”.

Ejemplo: Ojalá (y) que te vaya bien en este examen.

6. Ydesqueísmo:

 

Aquí el usuario elimina el “que” necesario y  mantiene la “y”, que es innecesaria.

Ejemplo: Ojalá (y)  ___ te diviertas mucho en la fiesta.

Encontramos lo que se da en 5 y 6 principalmente en México, República Dominicana y España.

7. Desenqueísmo: Le llamo así al caso en que se omite “en”en la frase que debe llevar “en que”.

Ejemplos: a. Resulta muy interesante la forma retrospectiva ____ que está

desarrollada la obra. (Estudiante universitario).

b. “Porque él siempre me habló de querer morir en el país que nació:

en su tierra” (Avelino Stanley, Tiempo Muerto, 1999).

8. Traslaenqueísmo Esta novedad sintáctica consiste en la  separación de  “en” y  “que”, que deben ir escritas una seguida de la otra del siguiente modo: “en que”.

Ejemplos: a. “Conocemos en las condiciones que viven ellos” (Comunicadora dominicana en un programa de televisión).  (Debería decirse: Conocemos las condiciones en que viven ellos).

b. “Lo más importante no es lo que se hace, sino en la forma que se hace” (Anuncio del Banco de Reservas). (Enero 2010). El anuncio debió redactarse como sigue: “Lo más importante no es lo que se hace, sino la forma en que se hace.”

 

9. Traslaconqueísmo Aquí se separa “con” de “que”.

Ejemplo: Conocemos con las dificultades que realizaron el trabajo. (Debe ser: Conocemos las dificultades con que realizaron el trabajo).

10. Traslaporqueísmo Se trata aquí de la separación de “por” de “que”.

Ejemplo: “No sé por la razón que ella no regresó”. (Debe ser: No sé la razón por la que ella no regresó).

11. Enqueísmo: En la construcción sintáctica el usuario emplea “en” delante de que cuando no parece pedirlo la sintaxis española.

Ejemplo: “Nunca pensé (en) que iba a llegar el momento de tener que separarme de él” (Avelino Stanley, Tiempo Muerto, 1999).

Nota: En la expresión “Nunca pensé en mi separación de él”, sí es necesario

usar “en”.

12. Desalaqueísmo Se trata en este caso de la omisión, de parte del usuario, de “a la” en la expresión formada por “a la que”.

Ejemplo: “Como siempre, hay una persona ___ ___ que le gusta ser el malo de la película” (Una estudiante).

13. Desalqueísmo Estamos esta vez frente a un caso semejante al anterior. La única diferencia que existe es que esta vez el referente es masculino y se contraen la preposición “a” y el artículo “el” reunidos en la palabra “al”.

Ejemplo: Es un hombre ____ que le gusta darse la buena vida.

14. Desloqueísmo

 

 

15. Deslaqueísmo

 

En este caso se usa “que” en vez de “lo que”.

Ejemplo: Fue eso ____ que le pasó.

En la construcción sintáctica se elimina el “la” de la frase de relativo “la que”.

Ejemplo: Fue ella___ que se fue; no fue esta.

16. Desconlasqueísmo El usuario de la lengua emplea “que” en lugar de “con las que”.

Ejemplo: “Algunos aspectos del turismo son las enfermedades ___ ___ que los extranjeros pueden contagiar al pueblo dominicano”. (Estudiante universitario).

17. Desconlaqueísmo El usuario de la lengua española emplea “que” en vez de “con la que”

Ejemplo: La jeva ___ ___ que yo andaba…”.(Merengue dominicano)

18. Desconelqueísmo Se trata aquí del empleo de “que” en vez de “con el que”.

Ejemplo: Ese es el joven ___ ___ que yo andaba.

19. Desconlosqueísmo Aquí se emplea “que” cuando debía emplearse “con los que”.

Ejemplo: Estos son los jóvenes ___ ___ que yo salí.

20. Desdelqueísmo

 

 

 

21. Desdelasqueísmo

 

Esta vez se elimina “del” en la construcción que debe llevar “del que”.

Ejemplo: Aquí se hace referencia a un documento ____ que debió alegarse su falsedad y no se hizo. (Tesis de maestría).

La persona que empleo esta construcción omitió “de las” y solo empleó “que” en la frase que debió ser “de las que”.

Ejemplo: Las destrezas ___  ___ que carecen los estudiantes… (Profesora universitaria).

22. Desaqueísmo En este caso se registra la eliminación de “a” en la expresión que lleva “a que”.

Ejemplo: Esto es muy engañoso debido __ que los nervios son muy traicioneros. (Estudiante de nivel universitario).

23. Dondeísmo El usuario emplea “donde” en vez de “en que, “en la que”, etc.

Ejemplos: a) Debe llegar el momento donde los congresistas tengan independencia de criterio” (Congresista dominicano).

b) Esta es la situación donde se encuentran muchos dominicanos.

24. Comoísmo Consiste el comoísmo en el empleo de “como” en vez de “que”.

Ejemplo: “En esta gráfica se puede ver cómo el Internet es una de las herramientas más usadas por los estudiantes de la PUCMM. (Estudiante). Este es un caso poco frecuente en los dominicanos.

25. Quesuismo Aquí se sustituye el relativo cuyo (a –os –as) por la forma “que” seguida del adjetivo posesivo “su (s)” o del artículo determinado (el – los – la –las).

Ej.: Es el vecino que sus hijos viven en Méjico.

Cuyos

 

Existen evidencias bien claras de que la mayoría de los casos aquí presentados están ampliamente extendidos entre los usuarios del español en República Dominicana.

Además, dejo aclarado que es probable que estos casos no son los únicos que se dan en República Dominicana y otros países de habla hispana. Aunque sí creo que son los más preponderantes. Tenga en cuenta que estos usos reflejan un apartarse de las normas de uso de la lengua española y por eso lo animo a que se aparte de esos desaciertos, que lo distancian de los buenos manejadores del español.

Estralloso, dumping, cauce/cause, *barraje/bombardeo/aluvión

Por Roberto E. Guzmán

ESTRALLOSO

Este adjetivo del español dominicano deriva de un verbo de uso del habla cotidiana. El verbo que se encuentra en el origen es “estrallar” que es una epéntesis que resulta de colocar la letra erre /r/ entre las letras te /t/ y /a/ del verbo estallar.

En el desarrollo de esta sección se repasarán los significados del verbo dominicano -estrallar(se)- y del verbo del español internacional, estallar. Para concluir se ofrecerán las características que particularizan el adjetivo dominicano. Además, se ofrecerán ejemplos de uso del adjetivo que despejarán cualquier duda que persista después de las explicaciones.

En las definiciones que recogen los diccionarios para el verbo estallar estas se caracterizan en sus acepciones por retener un rasgo que es el concerniente al ruido. A partir de esa característica el hablante de español dominicano ha desarrollado un uso para el adjetivo “estralloso”.

Algunos alimentos al ser masticados producen un crujido que la persona que ejerce la acción percibe con mayor intensidad que las personas que se encuentran en su entorno, pero que en algunas ocasiones las últimas pueden oír también.

Para expresar la capacidad que poseen algunos alimentos para producir el sonido crujiente, los dominicanos en su habla sin rebuscamientos lo manifiestan diciendo que ese alimento es estralloso.

El ejemplo más conocido es el de las personas que prefieren los cueros de cerdo estrallosos y no flexibles o elásticos. Cuando el hablante dominicano indica que gusta del chicharrón estralloso, muestra su favor por el que al masticarlo produce ese sonido (ruido) característico que se describió más arriba al romper algunos alimentos.

El adjetivo estralloso es el antónimo de latigoso que en el habla de los dominicanos es, “referido a un alimento, correoso, que es difícil de masticar por su textura semejante a la de la goma”, (Diccionario del español dominicano (2013:407).

De la misma familia es la voz “estrallón” que en funciones de sustantivo es una caída aparatosa. En este caso es muy probable que no haya ruido otro que no sea el grito o quejido del sujeto del “estrallón”. El estrallón puede ser también un golpe violento que se propina lanzando al sujeto (cosa o persona), contra una pared o el suelo (piso).

 

DUMPING

“. . .modelos de “DUMPING” social y ecológico”.

La lengua española ha sobrevivido cada vez con mayor fortaleza cuando se la agrede. Las intromisiones de palabras de otros idiomas en una lengua es algo que ha existido a través de la historia. En la actualidad puede fácilmente documentarse el entrometimiento del inglés en el habla y hasta en la escritura del español internacional.

Este dumping es un fenómeno que se produce en economía y que fue denominado en inglés. Por esta denominación primera y su práctica ha logrado trascender a otras lenguas.

Como la lengua española es una lengua más que adulta, cuenta con los mecanismos para deshacerse de este tipo de intromisión, si eso se desea.

En esta sección se verá el significado de la voz inglesa, así como los equivalentes propuestos en español para evitar el uso de un elemento extraño a la lengua común.

En el Diccionario de la lengua española consta la voz del inglés en letras itálicas. Se la circunscribe al ámbito de la economía. La definición es, “Práctica comercial de vender a precios inferiores al costo, para adueñarse del mercado, con grave perjuicio de este”.

El Gran diccionario de anglicismos (2017:328) trae una explicación más elaborada, “Referido a la venta de un producto por debajo de su precio normal, o incluso por debajo de su coste de producción en el mercado interior y con mayor frecuencia para la exportación”.

Más adelante ese diccionario entra en consideraciones acerca de lo que llaman de “dumping social”, que es el aprovechamiento de la falta de legislación social o la insuficiencia de seguridad social para abaratar con bajos salarios y menos gastos los costos de producción. Los diccionarios no se han ocupado de acreditar una traducción al español de la voz del inglés, la mayoría de ellos se contenta con ofrecer una explicación de la acción del dumping.

Hay que mencionar que existen otros dumpings en inglés que se practican en medicina. No viene al caso aquí tratarlos porque son de poco uso en el español general.

 

CAUCE – CAUSE

“. . .de un proceso judicial que podría desbordarse de sus CAUSES. . .”

Este error que se halla en la redacción de la frase trascrita forma parte de “la historia de nunca acabar”. Se llama así este tipo de problema porque nunca se termina con el asunto.

Como se ha escrito antes, puede ser la costumbre de la enunciación de las dos palabras, porque solo en algunas ciudades se hace la diferencia entre la ce /c/ y la ese /s/; o es por falta de educación o cuidado que se incurre en este error.

Falta de educación en este caso significa que no sabe el redactor que hay dos palabras en español, una con ese sonido grafía  /s/ que es del verbo causar y otra con ce /c/ que pertenece al verbo encauzar.

El cauce que debió aparecer en la frase es el que se refiere al “conducto, medio o procedimiento para algo”.

El cause que pertenece al verbo causar es el de la causa que produce un efecto. El error en que incurrió el redactor es la causa por la que hubo que tratarlo en esta apuntaciones; es la causa, motivo o razón de que se escriba sobre esto aquí. Por medio de estas explicaciones se trata de poner en buen cauce la escritura de algunas palabras.

 

*BARRAJE – BOMBARDEO – ALUVIÓN

“. . .de manera atinada suspendió el *BARRAJE publicitario. . .»

No fue suficiente cambiar una letra de la voz del inglés o del francés, barrage, para lograr que esta entrara en el español aceptado y positivamente sancionado. En francés la primera acepción fue, traducida al español, dique que sirve para represar, o, represa para desviar aguas.

La voz llegó al inglés desde las orillas del francés con un significado militar muy específico, “bombardeo de artillería”. Por esto de la artillería no entró en esa lengua hasta el año 1916.

En el sentido figurado, este bombardeo debe tomarse por “acosar o abrumar con algo”. Esto es, entendido por “avenida o afluencia grande”.

La última palabra de la frase citada aclara la idea que trató de expresar el redactor. Hubo una gran campaña publicitaria que consistió en abrumar mediante la cantidad de medios empleados. Al final se entiende que quienquiera que fuese, decidió suspender esa abundancia de publicidad.

Antes de concluir es menester recordar que en otros momentos y situaciones se ha leído que utilizan la palabra extranjera con el sentido de “muralla, muro” para llevar el mensaje de que ese barrage sirve para proteger en tanto obra defensiva.

Lo que ocurrió aquí es algo que se ha mencionado en ocasiones anteriores y es que hay muchos articulistas que leen en otros idiomas y luego redactan o copian en español. A veces la memoria los traiciona y de manera automática meten una voz extraña al español en sus escritos.

Ortoescritura

Por Rafael Peralta Romero

 

ADJETIVOS SALIDOS DE ORDEN

Esta columna se ha referido  antes  a los adjetivos que funcionan también como sustantivos, sin que nada resulte cuestionado porque se trata de palabras polisémicas, es decir que tienen  más de un significado e incluso más de una categoría gramatical.

Es normal, por ejemplo,  que los adjetivos diario, periódico, médico, estrecho o  plano funcionen igualmente como nombres sustantivos: 1-Le dispensa  una visita diaria/ Publico una columna en el diario El Nacional.  2-Se  hace chequeos periódicos / Trabajo en el periódico Hoy. 3- Llevé un certificado médico / Hoy visité mi médico. / 4-Es un cuarto muy estrecho / El estrecho de Bering queda en Asia.5- Se trata de un terreno plano/ Ya tengo el plano del edificio.

La Gramática de la lengua española, publicación oficial (2009),  señala una larga lista de casos y situaciones  en los que los adjetivos se convierten en sustantivos de manera digamos lícita. Decimos que los adjetivos andan fuera de orden cuando forzamos su uso, en lugar de un sustantivo, al que se desplaza aplicando la llamada ley del menor esfuerzo.

Por  ejemplo, el adjetivo dulce se relaciona con los sustantivos dulzor y dulzura, por lo que es preferible decir: Me gusta el /dulzor/ de esa fruta o No me gusta la /dulzura/ de la miel, en vez de: Me gusta el “dulce” de esa fruta  o el “dulce” de la miel.

Es cierto, la mayoría de los adjetivos soportan el artículo /lo/ antepuesto y funcionan como sustantivo: lo bello, lo feo,  lo divino, lo humano, lo profano, lo sagrado. Mire este ejemplo lo bien que le quedó a Armando Manzanero:

“Adoro el brillo de tus ojos / Lo dulce que hay en tus labios rojos,/ adoro la forma en que suspiras y hasta / cuando caminas yo te adoro vida mía…”.  “Lo dulce” asume la función sustantiva.

Pero /dulce/ es también un sustantivo, de pleno derecho,  para nombrar un alimento o golosina  preparado con azúcar, frutas, nueces  y otros componentes (dulce de coco,  dulce de cajuil, dulce de leche, dulce de maní). De ahí derivan dulcero (vende dulces) y  dulcería (vende o fabrica dulces).

Es frecuente, en el habla cotidiana, colocar el artículo /el/ delante de un adjetivo, como en el ejemplo de “el dulce”, en detrimento de un sustantivo que está para  eso, para nombrar. Mire estos casos: el amargo, en vez de el amargor; el grueso, en  vez de el grosor; el espeso, en lugar de el espesor o la espesura; el árido,  en vez de la aridez, el agrio, en vez de la agrura. Hay muchos casos.  Este último tanto se ha empleado, que pocos se refieren al zumo o extracto de naranja agria con estos nombres, sino con su  cualidad principal: agrio, que es un adjetivo. “Lávalo con agrio de naranja y luego…”

Cuando un uso lingüístico llega hasta la poesía adquiere visos de legitimidad.  Es bien conocida la canción “Piel canela”, que ha circulado en diferentes voces, entre ellas las  de Nat King Cole,  Marisela y  Los Panchos.  Observe dos adjetivos precedidos del artículo /el/ y por tanto en función de sustantivos.

Que se quede el infinito sin estrellas

O que pierda el ancho mar su inmensidad

Pero /el negro/ de tus ojos que no muera

Y /el canela/ de tu piel se quede igual

Si perdiera el arcoíris su belleza

Y las flores su perfume y su color

No sería tan inmensa mi tristeza

Como aquella de quedarme sin tu amor

Faltaron casos y argumentos. Habrá que volver sobre el tema.

 

SEIS MUESTRAS DE NUESTRA EXPRESIÓN

Entre  la amplia producción  del filólogo  Pedro Henríquez Ureña se cuenta  el libro “Seis ensayos en busca de nuestra expresión”, referido a cuestiones lingüísticas y literarias  propias de la gran patria que es Hispanoamérica.

Este artículo, basado en seis vocablos, pretende a penas  presentar una breve muestra del habla de una pequeña nación, la dominicana, y si con ello ayudara a colocar un puntito en  nuestra  identidad, pues mejor.

Los seis  vocablos, adjetivos todos,  resultan muy propios del habla local. Se emplean  para emitir juicios sobre  personas y guardan entre sí gran afinidad semántica: trascendío, salío, metío, untado, relambío y averiguao. En cada uno se ha elidido la consonante –d en la última sílaba.  Veamos:

1-Trascendío o trascendía es una corruptela del adjetivo /trascendido, da/, que es a la vez el participio del verbo trascender. Este verbo aparece con siete acepciones en el Diccionario de la lengua española, las cuales poco tienen que ver con el uso que le damos aquí al vocablo trascendío.  Pero lo que se dice del adjetivo trascendido,  en el mismo diccionario, sí tiene que ver: “Dicho de una persona: Que trasciende, averigua con viveza y prontitud”.

El Diccionario del español dominicano (DED), publicación de la Academia Dominicana de la Lengua, atribuye a este vocablo la siguiente definición: Referido a persona, desvergonzado, atrevido, entrometido.

Cita una ejemplo de la novela Guasábara, de Alfredo Fernández Simó: “De haber sío por otro, aquí tuviera de trascendío sin sosiego, averiguando cosas y queriendo andar por el vecindario casa por casa”. (Pág. 70).

2- Salío.  Pasar de dentro afuera, es la primera de las cuarenta y unas acepciones que tiene el verbo salir. Ninguna guarda relación estricta con el sentido que le otorgamos al adjetivo /salío/. Tampoco  /salido/, como lo presenta el DLE, guarda relación alguna: 1. adj. Dicho de una cosa: Que sobresale en un cuerpo más de lo regular.

El  DED no incorpora este vocablo, pero lo conocemos con los mismos usos de trascendío. Ej: Qué tipo más salío, ¿quién le dio vela en ese entierro?

3- Metío.  Como marcada peculiaridad de nuestra forma de expresión, tenemos que derivados de los verbos antónimos salir y meter son sinónimos. El participio de meter, metido, sí guarda relación con el sentido en el que empleamos nuestra forma /metío/. Metido y metida (América Central,  Cuba y R. Dom. entremetido) significa entremetido, da. Este término es el participio del verbo  entremeter. Dicho de una persona: Que tiene costumbre de meterse donde no la llaman.

Según el DED, metido o metida es una  “persona, indiscreta, que se entremete en asuntos ajenos”.  Cita la novela de Pedro Vergés, Solo cenizas hallarás: “Y ella quería decir perdóneme Sotero, dejando de tutearlo, qué metida que soy, pero no se atrevía”.

4-Untao. El untado no se distingue del trascendío, metío o salío (trascendido, metido o salido), pero semánticamente tiene más carácter de dominicanidad.  Siendo la primera acepción del verbo untar  “Aplicar y extender superficialmente aceite u otra materia pingüe sobre algo”, poco que ver ha de tener su participio, untado, con el concepto de persona  presumida, lo que solemos   considerar “comparón”.

5- Relambío. ¿Qué dominicano no ha escuchado o dicho este vocablo para juzgar a alguien que se pasa de la raya? Relamber no es palabra de la lengua española, pero sí del habla dominicana. Hemos referido el poder creativo del  prefijo –re, con  el cual el hablante crea las palabras  a partir de otras ya existentes. La palabra base es /lamber/ cuyo uso se desaconseja en favor de lamer. Pero el dominicano tilda de /relambío/ al que se pasa de gracioso. Significa  descarado.

El DED  define el vocablo como “Persona descarada que se tomada  demasiadas confianzas”. Y pone de ejemplo frase de Edwin Disla, en su novela Manolo: “No es que no quiera saber de él, es que no me agrada su comportamiento; es demasiado relambío y fresco”.  (pág. 406).

6- Averiguao, de averiguado, participio del verbo averiguar: “Inquirir la verdad hasta descubrirla”. El sujeto averiguao es trascendío, salío, metío, untado y  relambío.

INTERSECCIÓN,  INTERCESIÓN,  INTERCEPTACIÓN

Habíamos pensado que con las  dos entregas publicadas los domingos 21 y 28 de julio daríamos por terminadas las  precisiones en torno a palabras parónimas.  Para que se ratifique –no rectifique-  la influencia de los amigos, y más si leen esta columna,  continuamos hoy con las diferencias entre los tres vocablos citados en el título.

Todos hemos vacilado al escribir alguna de estas palabras, y lo que es peor, algunos no han dudado, sino que han escrito una cuando el contexto requería la otra. Veamos

Intersección.  Procede del latín  intersectio, -ōnis. El Diccionario de la lengua española la define así: 1. f. Punto de encuentro de dos o más cosas de forma lineal. Hay un semáforo en la intersección de esas calles. 2. f. Geom. Encuentro de dos líneas, dos superficies o dos sólidos que se cortan entre sí.3. f. Mat. Conjunto de los elementos que son comunes a dos conjuntos.

Es un término de la geometría: dos calles que se cruzan, dos caminos, líneas de ferrocarril. Por eso ha  colocado la antigua Amet unos rótulos en algunas vías que dicen “No ocupe la intersección”. De este sustantivo deriva el verbo intersecar o intersecarse que significa: Dicho de dos líneas, dos superficies o dos sólidos: Cortarse o cruzarse entre sí.

Intercesión. También procede del latín (intercessio, -ōnis). Se define como la acción y efecto de interceder. En tanto que el verbo interceder se emplea con el sentido de hablar en favor de alguien para conseguirle un bien o librarlo de un mal. Es una acción muy propia de la politiquería. Preferimos referir que   el vocablo intercesión  es muy usual   en el mundo religioso, más aun entre católicos que suelen –o solemos- pedir al Padre por medio de Jesucristo, de Santa María o de los santos. Toda devoción a los santos tiene por fin solicitar su intercesión ante Dios para conseguir favores.

Interceptación. Palabra menos conocida que las anteriores es interceptación. (Del latín  interceptus, participio  pasivo de intercipĕre ‘interceptar’). El Diccionario académico  la define muy escuetamente: Acción y efecto de interceptar. A este verbo le asigna tres acepciones: 1. tr. Apoderarse de algo antes de que llegue a su destino. 2. tr. Detener algo en su camino. 3. tr. Interrumpir, obstruir una vía de comunicación.

De modo que cuando las autoridades detienen un grupo con un cargamento de drogas antes de llegar a su destino, la acción es una interceptación.

Ocurre que en estos casos se suele emplear  el vocablo “intercepción”, que no aparece en el Diccionario oficial de la lengua española.  No obstante tiene uso frecuente. Una página web titulada Castellano Actual, explicando  la diferencia entre  intercepción e intersección indica lo siguiente: “Intercepción e intersección son dos palabras totalmente distintas y por el gran parecido fónico pueden ser consideradas palabras parónimas”. Y agrega: “El vocablo “intercepción” está relacionado con “interceptar” (‘apoderarse de algo antes de que llegue a su destino’), de allí que se use más la forma “interceptación”: Los servicios de inteligencia interceptaron su correspondencia; La interceptación telefónica es un grave delito”.

Otra página de Internet se ha permitido definir la voz intercepción de este modo: “Del verbo interceptar, que quiere decir detener o frenar algo en su camino, se forma el sustantivo intercepción. El verbo interceptar equivale a otros, como estorbar, obstaculizar, entorpecer, impedir, interferir o interrumpir”.  Le atribuye todo el valor semántico del vocablo interceptación. Usted escoge. Usted sabe diferenciar.

Temas idiomáticos

Por María José Rincón

OTRA YAGUA VIEJA

30 / 07 / 2019

Tratamos la semana pasada de la abundancia en nuestra expresión diaria de expresiones con palabras españolas que copian estructuras del inglés. A ellas se suman los falsos amigos, lingüísticos, se entiende. Como en la vida misma, pasan desapercibidos para la mayoría de los hablantes. Dos palabras se parecen entre sí en su forma, a pesar de pertenecer a lenguas distintas; por ejemplo, el verbo español pretender y el inglés topretend. Cada uno tiene en su lengua sus significados propios, pero su parecido provoca cruces de significados.

Nos valemos del Diccionario de la lengua española y encontramos que el español pretender significa ‘querer conseguir algo o hacer diligencias para conseguirlo’; de ahí también su acepción de ‘cortejar una persona a otra’. Una pretensión o una pretendencia es la aspiración a conseguir algo, incluso si es ambiciosa o desmedida. El que pretende es el pretendiente o la pretendienta, también si aspira a un cargo público o a un noviazgo. Somos pretenciosos o pretensiosos cuando, con pretenciosidad, nuestras aspiraciones van más allá de la realidad. En este repaso por pretender y su hermosa familia no hemos encontrado por ninguna parte el significado actual del verbo inglés to pretend, que, a grandes rasgos, se refiere a ‘fingir, simular’. Sin embargo, en nuestra conversación cotidiana encontramos con demasiada frecuencia la expresión *pretender ser alguien más (pretend to be someone else), sin duda originada en la confusión que produce la falsa amistad entre pretender y to pretend. Lo correcto en español sería fingir o simular ser otra persona. Y sí, en esa expresión se cuela otro anglicismo: el inglés else significa a veces ‘otro’ y no es correcto traducirlo, como tantas veces se hace, por ‘más’.

No siempre la angliparla es tan evidente como nos gustaría; a veces nos acecha detrás de cualquier yagua vieja.

TENER ARRESTOS

06 / 08 / 2019

Nuestra forma de hablar español muestra rasgos de pronunciación que nos definen desde hace siglos. La ortografía ejerce su tarea imprescindible para la unidad de la lengua y permite que todas nuestras pronunciaciones (y son muchas a lo largo y ancho del mundo hispanohablante) desaparezcan cuando escribimos. Sin embargo, algunas palabras resultan irreconocibles, hasta el punto de hacernos creer que son términos exclusivos del español dominicano; pero basta que les apliquemos la lupa dialectal para que encontremos que siguen siendo palabras propias del español general de cualquier lugar.

Pregunta una lectora por los adjetivos arretao y arretá. Los rasgos fonéticos que muestran, y que la escritura intenta reflejar, provocan que perdamos el norte. Estas formas registran dos fenómenos dialectales muy extendidos en español. Empecemos con la aspiración o supresión de la ese final de sílaba, propia del español meridional: arre(s)tao, arre(s)tá. Continuemos con la elisión de la -d- intervocálica, a la que se suma la pérdida de la -a final: arre(s)ta(d)o, arre(s)tá(da).

Como ya han descubierto, se trata del participio del verbo arrestar. Basta consultar el Diccionario de la lengua española para confirmar que este verbo cuenta con dos acepciones relacionadas con nuestro adjetivo. Una de ellas, ‘arriesgar’, ha perdido vigencia; la segunda, propia del pronominal arrestarse, es la fuente directa del uso dominicano: ‘determinarse, arrojarse a una acción o empresa ardua’. Un miembro más de la familia es el sustantivo arresto, que tiene, entre otros significados, el de ‘arrojo o determinación para emprender algo arduo’. De ahí la expresión muy usada de tener arrestos.

Si buscan arretao o arretá en el Diccionario del español dominicano no van a encontrarlos. No es una palabra diferente, es solo nuestra forma de pronunciar una palabra común.

¿QUÉ BUSCAMOS?

13 / 08 / 2019

El paso del ecuador de 2019 es un buen momento para revisar las consultas que los dominicanos hemos hecho en el Diccionario de la lengua española de la Real Academia a lo largo de este primer semestre. El servicio Enclave Rae nos permite tomar el pulso a lo que los usuarios le piden al diccionario, lo que buscan y cómo lo buscan. Y lo que encontramos no deja de sorprendernos.

La palabra que más se ha buscado en el diccionario es el sustantivo ínterin (’entretanto, tiempo que transcurre hasta la realización de lo que se expresa’); nada menos que 5443 veces. Si usted tiene una hipótesis válida que explique este interés repentino, no dude en compartirla con nosotros. La siguen los verbos haber, ir, hacer y ser, que tienen entre los cuatro 11 900 consultas, probablemente relativas a su ortografía o su conjugación. Quizás se acerca un poco más a la realidad cotidiana la preocupación de los usuarios por el significado o la ortografía del verbo cancelar, que tiene en el español dominicano la acepción ‘despedir a un empleado’ y que suma 1987 consultas. Las 1855 consultas del sustantivo género están, sin duda, relacionadas con la preocupación por el lenguaje inclusivo y por la defensa de los derechos de las mujeres. El sexo y la cultura casi van a la par: 1642 y 1524 consultas respectivamente.

El análisis de las palabras más buscadas por los hablantes nos habla mucho de nosotros, de nuestros intereses y de nuestras dudas relacionadas con las palabras que los expresan. Las palabras que nos han servido de ejemplo hoy son las que los hablantes escriben correctamente cuando las buscan. Más sorpresas aún nos deparan aquellas que escribimos mal en el buscador de la RAE. Las dejamos para las próximas semanas.

 

¿QUÉ NOS ENCONTRAMOS?

20 / 08 / 2019

El diccionario, si es bueno, es una constante fuente de información para los usuarios, incluso cuando no encontramos lo que buscamos. Enclave RAE nos proporciona datos sobre las consultas en línea del Diccionario de la lengua española. Escribimos la palabra que queremos consultar. Aunque el buscador nos asiste con las aproximaciones más plausibles y con un lematizador avanzado, si cometemos un error ortográfico, nos indica que la palabra no está registrada en el diccionario.

Los errores en el uso de la tilde impiden que los usuarios dominicanos tengan resultados en sus búsquedas de los términos ética (389) o utopía (300). Una de las palabras más consultadas por los dominicanos es el adjetivo espurio, que hemos consultado sin éxito en 1027 ocasiones por haberla escrito *espureo, tratando de corregir, cuando no toca, nuestro más que habitual antihiatismo. Varios errores ortográficos, y alguno también relacionado con la ultracorrección de nuestro seseo, provocan las 486 consultas fallidas de *excibicion. Estos datos nos demuestran que una buena ortografía también es útil para buscar con éxito en el diccionario.

Algunas búsquedas sin resultado tienen relación con palabras usuales en nuestro lenguaje diario, pero que el DLE, como diccionario de norma, no registra. Los casos más evidentes son los verbos eficientizar y aperturar, consultados 407 y 355 veces respectivamente. Creo que no necesitan explicación las 388 consultas de *morido.

PEQUEÑAS EXCUSAS

27 / 08 / 2019

La tarde de mi ingreso en la Academia Dominicana de la Lengua le dediqué mi discurso al primer diccionario monolingüe del español; quería compartir el placer de leer diccionarios como si de novelas de aventuras se trataran. Tanto disfrutamos aquella tarde que Inés Aizpún me propuso encargarme de una columna semanal en Diario Libre sobre temas lingüísticos con la condición de que mantuviera el tono desenfadado de aquella tarde académica. Nació así esta columna.

Lo que me parecía que iba a ser una asignación de corto aliento, por aquello de que a pocos parece interesarles la corrección lingüística, si nos atenemos a lo que nos toca oír y leer todos los días, se ha consolidado con los años, gracias a la difusión de Diario Libre y, sobre todo, gracias a los lectores.

Mi nuevo libro, De la eñe a la zeta, recopila más de cuatrocientas Eñes como pequeñas excusas para compartir con mis lectores mi pasión por nuestra lengua.

Hay pocas cosas tan apasionantes como buscar ese destello que transforma la dificultad y la aridez de los temas lingüísticos en una explicación curiosa o sorprendente, capaz de atraer el interés o de despertar la emoción de los lectores.

En las páginas de este libro tienen un repaso azaroso por dudas ortográficas o gramaticales, con algún que otro boche; un repaso azaroso por usos léxicos dominicanos, y no solo dominicanos; muchos diccionarios, algunas aficiones literarias y algunas curiosidades de nuestra lengua y de nuestra relación con ella. Me conformo con que su lectura aporte a que seamos conscientes del valor que representa para nosotros el buen uso de la lengua.

EN VISTA DE QUE LA RAE NO SE PLIEGA A NINGUNA PRESIÓN AUTORITARIA, SON NUMEROSAS LAS INSTITUCIONES QUE INTENTAN LEGISLAR Y CENSURAR POR SU CUENTA

Columna: Javier Marías

Nos hartamos de repetirlo todos sus miembros, del más veterano al más reciente: la Real Academia Española o RAE no manda ni impone nada; no obliga, prohíbe, castiga ni multa. No está facultada para hacerlo y además no quiere. Es probablemente la institución más liberal de cuantas hay en este país profundamente antiliberal. A lo sumo recomienda, orienta, aconseja, avisa de que tal o cual término son peyorativos o vulgares o despectivos. Indica simplemente lo que es correcto gramatical, sintáctica y ortográficamente, pero nadie se ve forzado a hablar ni a escribir según esa corrección, que ni siquiera dicta la propia RAE, sino el uso centenario de la lengua. Si no hay un mínimo acuerdo básico, no nos entenderíamos y el idioma se tornaría inservible. Aun así, cada cual es libre de decir y escribir lo que quiera y como quiera, de emplear el vocabulario que le plazca, desde el exquisito hasta el malsonante y soez. Eso no está penado todavía, por fortuna. Sin embargo, demasiada gente pretende lo contrario, que la RAE ejerza de policía, que censure el diccionario, que elimine palabras o acepciones, que añada otras a capricho de cada colectivo o individuo con ínfulas, que se dedique a una labor represiva. Como si tuviera capacidad o voluntad para ello; no las tiene en absoluto.

En vista, así pues, de que la RAE no se pliega a ninguna presión autoritaria, son numerosas las instituciones que intentan legislar y censurar y reprimir por su cuenta. Son conocidas, por ejemplo, las directrices que con frecuencia lanzan la Junta de Andalucía o Comisiones Obreras, y aun el Congreso, que decidió que los castellanohablantes teníamos que decir Girona, Lleida y A Coruña, aunque viniéramos llamando secularmente a esas ciudades Gerona, Lérida y La Coruña. Ninguna institución posee la menor autoridad para dictaminar nada —aún menos para imponer— en materia de lengua. Pero todas se la arrogan con intolerables intrusión y soberbia.

Ahora se ha ido aún más lejos, por parte de Ada Colau y su Ayuntamiento de Barcelona, que han impreso 62.000 ejemplares de una Guía de Comunicación Inclusiva para construir un mundo más igualitario (menudas pretensiones). Está destinada sobre todo a las empresas que aspiren a contratar o a concursar, a trabajar con dicho Ayuntamiento. El paso más lejos consiste en que aquí se obliga a tales empresas a utilizar los vocablos estúpidos y ridículos que se les han ocurrido a Colau y a su equipo. Y, si no se someten, se las castiga privándolas de oportunidades y beneficios. Eso sólo lo hacen las dictaduras más intransigentes: en el III Reich, si alguien saludaba con “Buenos días” o “Alabado sea Dios” (un religioso) en vez de con el preceptivo “Heil Hitler!”, se lo multaba o detenía por “desafecto”. Y una vez detenido en aquel régimen, uno podía acabar rápidamente en una fosa… Una de las órdenes más pintorescas de esta Guía de Colau es que se eviten términos como “demente”, “loco” o “trastornado”, así que no sé cómo decir que el panfleto en cuestión me parece obra de dementes, locos y trastornados. Según él, “no hay nadie normal, sino que todo el mundo es diferente”. No se debe decir “estoy depre” porque eso trivializa la depresión, sino “tengo el día triste”. Según él, “las razas no existen, el racismo sí”, que viene a ser tan estulto y —sí— trastornado como afirmar que “no existen los machos, el machismo sí”, o que “los sexos no, el sexismo sí”. Según él, el desdoblamiento hoy tan pelmazo (“los trabajadores y las trabajadoras”) también es “excluyente”, porque “excluimos a las personas que no se identifican como hombre o mujer”. No hay que hablar de “madres solteras”, pues puede resultar discriminatorio mencionar el estado civil “cuando la persona no tiene pareja”. “Abuelo, abuela” son inadmisibles como apelativos irónicos o cariñosos, ya que muchas “personas mayores” carecen de progenie. Y nada de “cambio de sexo”, eso se llama “operaciones de afirmación de género” (cuando en español “género” y “sexo” no son, o no solían ser, sinónimos). Olvídense de la milenaria pero “irrespetuosa” “hermafrodita”, de “minusválido”, “inválido”, “cojo”, “sordo”, “ciego” y hasta “invidente”. Todos esos son “personas con discapacidad física” o “con movilidad reducida” o “con ceguera”. Francamente, entre “ciego” y “con ceguera” veo la misma diferencia que entre “inteligente” y “con inteligencia”; claro que este último concepto le es desconocido a Colau, no la ha tocado jamás. Para ella y su equipo es insultante decir que uno “compra en un chino” o “en el paki”, y proponen algo tan inespecífico como “comprar en la tienda” (se han roto el cerebro). Ignoran que “moro” y “mauritano” (condenan la primera palabra y predican la segunda) significan exactamente lo mismo. Absténganse ustedes de espetarle a nadie “Que te den” e inclínense por el vetusto “A freír espárragos”; y nada de “mariconadas”, sino “tonterías” (otra vez rotos los sesos). Inaceptables “inmigrantes” y “emigrantes”, son todos “migrantes”, como las aves. La Guía es un inagotable y fascinante compendio de imbecilidades. Búsquenla y díganme si es obra de gente cuerda, tolerante, democrática, “igualitaria” y respetuosa de las libertades. El lema parece ser: “Si la RAE no oprime, que le den. Vamos a oprimir nosotros”.

Periódico El País, 21 jul 2019 

Entrevista a María José Rincón

Por Emilia Pereyra 

  

María José Rincón: “A los académicos se nos critica que seamos cascarrabias y regañones”

La lingüista, que acaba de publicar el libro “De la eñe a la zeta”, también defiende el español dominicano.

La conocida lingüista María José Rincón defiende el español dominicano y sostiene que se trata de un idioma heredado desde hace muchísimos siglos que se debe aprender a valorar.

Ella, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, es una ardorosa defensora de la lengua española y acaba de publicar el libro “De la eñe a la zeta”, que compila columnas que ha divulgado en Diario Libre durante varios años.

En ese contexto se realiza esta entrevista en la que Rincón da cuenta de su pasión por la investigación lingüística, de su interés por compartir los conocimientos sobre el tema y llama la atención acerca del respeto que debe prevalecer en el uso  del español dominicano. “Siempre con la idea de que aprendamos a valorarlo, porque siempre lo que oímos es la crítica, pues también me gusta poner mi granito de arena para que tengamos ese poquito de autoestima lingüística y siempre lucho por la vigencia de la lengua española”, dijo.

— ¿Qué significa la publicación de este libro para usted?

 Significa reivindicar el papel que tenemos los investigadores y la responsabilidad que tenemos en la divulgación de la lengua. Cuando uno es investigador y se dedica a investigar se encierra en su mundo porque la labor es incompatible con el ruido, con el tumulto, con la conversación. La labor de investigación es generalmente individual o en equipo, pero muy cerrada. Pero todo los que hemos tenido la suerte de dedicarnos a investigar le debemos un poco a la sociedad que nos ha permitido divulgar esas cosas que estudiamos, que investigamos, que descubrimos.

Entonces, publicar columnas que se han leído a través de un montón de años semanalmente en las columnas de un periódico gratuito, de muchísima difusión, significa que me siento orgullosa de haber mantenido esa esfera de la divulgación… Es decir, no te quedes encerrada, transmite un poco de los conocimientos que has conseguido con esa investigación.

 — Es una lingüista muy vinculada a la época también, que divulga a través de las redes sociales y todo eso. ¿Qué reacción tiene la gente cuando entra en contacto a través esos medios?

 Lo primero que sientes, sobre todo cuando dices que eres académica, es que la gente tiene la imagen del académico varón y viejo. Entonces, ‘pero ¿usted es académica? ¿Usted escribe en Twitter?’. La primera reacción es como de incredulidad. Creo que descoloco un poco al público, pero una vez que uno entra en contacto y la gente pierde ese sentimiento de lejanía que la gente tiene con la academia se recibe muy bien y a veces se nos exige que seamos lo que también se nos critica. A los académicos se nos critica que seamos refunfuñones, cascarrabias, regañones, que damos muchísimos boches y que estamos siempre corrigiendo. Pero al mismo tiempo, cuando no lo hacemos así, porque yo no soy mucho de eso (si doy un boche la ironía está más que el boche) nos exigen que corrijamos, que nuestro papel es corregir y que necesariamente tiene que ser eso: corregir, regañar y dar ese boche de lo que tú estás haciendo mal, porque ese es el papel que se le asigna a la academia. Ya la academia, desde hace muchos años, no se dedica a corregir. Ya la academia se dedica a aconsejar lo que se considera más propio de los buenos hablantes, y también eso tiene que ver con la divulgación y las redes sociales ayudan porque acercan a los lectores y a los usuarios de las redes al contenido, que a veces se cree que está en un libro serio, en un libro gordísimo que da mucho trabajo leer y que no entendemos.

¿Qué se le puede aconsejar a los hablantes cibernautas en la actual coyuntura?

Se le puede aconsejar que cuando uno habla o escribe, independientemente del medio que utilice, la corrección es esencial. Hay que tener, primero, respeto por la lengua y después (no sé si en ese orden) respeto por el lector o por el oyente. Tú tienes que considerar a la persona que te va a leer. La corrección lingüística es un tema de respeto de tu propia herramienta lingüística, de respeto por tus lectores y de respeto por el contenido que estás transmitiendo. Si tú no valoras tu contenido como para transmitirlo correctamente le pierdes el respeto a lo que estás haciendo como profesional. El primer consejo que se debe dar es: respeta la herramienta que estás usando y si te vas a comunicar con el lenguaje, y no tienes otra vía de comunicación, tienes que respetar y conocer el lenguaje, y lo primero es respetar la herramienta lingüística.

¿Y todas esas palabras que se están creando en redes sociales o que se está deformando?

 Esto está bien. El lenguaje está vivo y tiene que ser así. En lenguaje, además, no se analiza simultáneamente a lo que está pasando porque es un organismo vivo. El lenguaje se comienza a analizar después de que pasó. ¿Cuántas de esas palabras van a perdurar dentro de diez años? Probablemente muy pocas. Pero eso ha pasado en todas las épocas del lenguaje. Los hablantes crean y desechan, crean y desechan y solamente muy poco de eso que se crea permanece a lo largo del tiempo. Entonces hay que dejar pasar el tiempo, dejar que se asiente y ver cuánto de eso va a permanecer.

No hay que desgarrarse las vestiduras por nada de la lengua porque la lengua es la vida y si deja de adaptarse a lo que los hablantes necesitan pierde sentido. La lengua no es de nadie. Es de todos al mismo tiempo. Claro, hay mucha responsabilidad de los que somos buenos hablantes y de los que hemos tenido la ventaja, la suerte en la vida, de habernos podido dar una formación correcta. Tenemos la responsabilidad de defender lo que es correcto y defender los buenos hablantes porque servimos como modelo. Pero fuera de eso hay que dejar que la lengua fluya. Hay que dar cuenta de lo que está pasando. La parte de la investigación registra lo que pasa sin meterse en si eso es correcto o incorrecto. La academia aconseja por dónde va el camino de los buenos hablantes, pero a la lengua hay que dejarla vivir y sobre todo dejarla que repose y analizarla después del reposo, y ya después, cuando los hablantes te pidan consejos de qué es lo correcto o lo incorrecto, entonces sí dar tu opinión.

 —Como conoce el español dominicano y ha trabajado en el “Diccionario del Español Dominicano”, ¿puede evaluar un poco la manera en que nos comunicamos?

 Lo primero es que hay, con nuestra forma de hablar, mucho desconocimiento. A veces valoramos negativamente rasgos que compartimos con muchísimos millones de hablantes y decimos los dominicanos si hablan mal porque los dominicanos nos comemos las eses. Nosotros decimos la erre por la l y masticamos… Eso mismo lo hacen casi 400 millones de hispanohablantes. Eso no tiene que ver con ser dominicano, con ser colombiano, con ser español. No tiene que ver.

Hablantes buenos los hay en todos los países y malos hablantes, desgraciadamente muchos, los hay en todos los países.

Ahora, nuestra forma peculiar de hablar el español, nuestra variedad dialectal, es igual de válida como cualquier otra y tiene unos rasgos, muy pocos rasgos propios, exclusivos, y muchos rasgos compartidos con otras variedades. Por ejemplo, el ceceo; por ejemplo, el yeísmo; por ejemplo, esa neutralización que llamamos de la err y la ele en la posición final de sílaba y final de palabra; la aspiración de la ese al final de palabras, incluso llegando a cero fonético. Es decir, llegamos a eliminar la ese en determinados contextos. Eso existe en el español desde que el español se trasplantó de España a América. De hecho, nosotros lo hacemos así porque los hablantes que vinieron en esos barcos, en las primeras etapas, venían de una determinada variedad dialectal que ya tenía esos rasgos. Es decir, no lo hemos hecho aquí; no son errores; no es mala forma de hablar. Es un idioma heredado desde hace muchísimos siglos que debemos aprender a valorar. Ahora otra cosa diferente es usar mal la gramática; eso no forma parte de la variedad dominicana, la pobreza léxica, eso no forma parte de la variedad dominicana. Eso no se lo podemos achacar a que los dominicanos hablamos así. Eso tenemos que asumirlo como responsabilidad propia de cada uno de nosotros. Si uno tiene pobreza léxica no es porque en el país hay pobreza léxica. Es porque uno no cultiva su léxico.

¿No hay que echarle la culpa, por ejemplo, al Ministerio de Educación, por ejemplo?

 Sí. Sin dudas. No solo es la culpa de Educación, pero la formación es fundamental, no solo aquí sino en muchos sitios. La formación en lengua española está perdiendo muchísima calidad, no solo porque los que forman son los profesores y a los profesores no los han formado con calidad y por lo tanto son cada vez más contado los profesores que son buenos hablantes. El profesor es modelo de muchísimas cosas, pero sobre todo es modelo de hablante. Si el profesor no demuestra cómo se habla bien, el niño no tiene oportunidad, saliendo de su entorno vital, de oír a alguien hablando bien. Y el lenguaje se aprende oyendo y se aprende por mímesis, se aprende por imitación. Uno imita los buenos hablantes. Te tienen que enseñar a respetar el lenguaje correcto, para que tú aspires a imitarlo. Además de eso, la lectura. Las carencias de lectura son extraordinarias. Pero las carencias de lectura de nuestros niños son las carencias de lectura de nosotros mismos. ¿Por qué unos hijos leen y otros no? Porque los padres no leen. Si los hijos no ven leyendo a los padres, los hijos no van a leer. Si los niños no ven leyendo a sus profesores los niños no van a leer, porque la lectura es un hábito y no hay nada mejor para una buena dicción, para una buena escritura, para una buena ortografía, para una buena forma de hablar en público que leer. Leer cosas correctamente escrita, correctamente editadas.

La formación tiene una responsabilidad grandísima, pero no es la formación de ahora. Es la formación de los profesores que están formando ahora y por ahí es que creo que hay que empezar, por mejorar la formación de los docentes.

¿Cómo se logra ser un buen hablante?

 Es complicado. Primero, ¿se llega a considerar ser un buen hablante? Bueno, yo me considero aspirante a buen hablante, porque siempre uno está aprendiendo. Pero, trucos, trucos para mejorar nuestra forma de hablar. Sin dudas, la lectura. Si el hablante es oral, si quieres mejorar tu forma de hablar, de expresarte oralmente, leer y leer en voz alta es una de las mejores recetas. ¿Por qué? Porque leyendo en voz alta mejoras tu dicción. Te tienen que entender lo que estás leyendo. Entonces, tratas de cambiar tu ritmo de lectura. Nosotros siempre hablamos muy rápido. Leemos un poco más lento. Entonces la lectura nos acompasa la forma de hablar.

En cuanto a la calidad del hablante, bueno, eso va un poco con el estilo, también con la escritura, pero fundamentalmente debemos conocer las reglas gramaticales básicas, que no las conocemos y eso sí tiene que ver con la formación y sobre todo el volumen del léxico. Cada vez empobrecemos más nuestro léxico y a veces no es tan complicado. A veces es poner una meta. A veces es a aprender a consultar el diccionario, a sacarle partido. A veces, es diversificar nuestras lecturas. A veces es simplemente demostrar un poco de interés por decir lo que exactamente queremos decir porque ahí está lo que nosotros defendemos tanto que es la propiedad en el habla, y la propiedad en el habla tiene que ver con usar la palabra adecuada para lo que quieres expresar, porque al fin y al cabo la idea de hablar es que el otro te entienda y la idea hablar es que el otro entienda exactamente lo que tú quieres decir, pero es que a veces no estás diciendo lo que crees que estás diciendo porque no sabes elegir la palabra correcta. Lo mejor para un hablante es ampliar el vocabulario y todo eso no tiene una receta mágica. Eso es lectura, lectura y muchísima lectura.

Volviendo al libro, ¿cómo hizo la selección de los textos?

 Sí, se han publicado desde el 2010. Son columnas semanales. Hay una parte de consulta de los hablantes. Hay hablantes que se preocupan y preguntan. Hay temas que de repente se ponen en el candelero, cuando hablamos de formación o de determinado personaje público que dijo determinada palabra que se considera errónea o no. Las decisiones que toma la academia tienen mucha repercusión sobre todo cuando no hay otras noticias, porque a veces las noticias sobre la lengua son como de relleno, (se publican) cuando no tenemos otra cosa de qué hablar, y de repente surge: ‘La academia hizo una actualización y eliminó del idioma español 2,000 palabras’, y todo el mundo con las manos en la cabeza. Dos mil palabras que nunca nadie usó. Ninguno de esos que se puso las manos en la cabeza las usó ni sabe lo que significan, pero la culpable es la academia que ha eliminado del lenguaje dos mil palabras cuando no es verdad, evidentemente. Todos esos saltos sobre la actualidad dan muchas ideas para la columna. Pero también me gusta que todo tenga un equilibrio. Yo también me precio de que no he repetido nunca tema. Claro, evidentemente sobre las comas he hablado muchas veces porque surgen muchas dudas cuando uno escribe, y entonces hablo muchas veces de las comas en distintos contextos. Trato de equilibrar léxico con ortografía, ortografía con obras nuevas que nos pueden ayudar a consultar. (Escribo) muy poquito de literatura porque respeto mucho que el tema sea siempre ortográfico o gramatical.

Hablo del español dominicano siempre con la idea de que aprendamos a valorarlo, porque siempre lo que oímos es la crítica, pues también me gusta poner mi granito de arena para que tengamos ese poquito de autoestima lingüística y siempre lucho por la vigencia de la lengua española.

¿Qué uso quisiera que hicieran los lectores de su libro?

 Que lo pongan en la mesita de noche, para que lo consulten. Yo siempre digo: ortografía y diccionario en la mesita de noche o en la mesa de trabajo. ¿Por qué? Porque al fin y al cabo todos trabajamos y vivimos con la lengua. Entonces, si la usamos mejor le sacamos mejor partido. Entonces, solo se mejora con la consulta y la consulta es la del diccionario y la de la ortografía para empezar. Eso debería estar a la mano de todos los profesionales que trabajamos con el lenguaje que somos casi todos y este libro ayuda porque tiene un tono que no es académico, es un tono más irónico, más de humor. Porque así nació realmente cuando Inés Aizpún me propuso que escribiera la columna (en Diario Libre). Yo di un discurso de ingreso a la Academia Dominicana de la Lengua como miembro correspondiente precisamente en el 2010, y en ese discurso nos reímos tanto, y al fin y al cabo estábamos hablando de diccionarios. Y cuando salimos Inés me dijo: ‘Hacía tanto tiempo que yo no me reía tanto en una actividad académica’. Fue muy divertido. Yo creo que los diccionarios nada más me resultan divertidos a mí, pero soy capaz de transmitírselo a los demás. Y todo el mundo se río muchísimo. Entonces Inés me dijo: ‘¿Serías capaz de escribir una columna de ortografía, pero con ese tono de humor, de diversión, con ese tono de ironía?’. Yo le dije: ‘Bueno, vamos a intentarlo’, y creo que salió. Me ayuda mucho mantener el tono. Si uno lo va leyendo (el libro), releyendo en pequeñas dosis, uno va a aprendiendo, resolviendo dudas, reforzando conocimientos y divirtiéndose un poco, porque algunas (columnas) sí que dan un poquito de risa.

Pedro Henríquez Ureña, crítico literario

Por Manuel Matos Moquete

     El 29 de junio de 1884 nació Pedro Henríquez Ureña, el más grande intelectual dominicano del siglo XX. Es notorio, aunque todavía insuficiente, el homenaje de diversas instituciones del país al insigne dominicano, en este nuevo aniversario de su natalicio. Estas líneas se suman al festejo del espíritu que evoca ese autor en cualquiera de sus inigualables legados. Buscan poner de relieve algunos aspectos de la labor de crítico literario magistralmente ejercida por el humanista de América.

Henríquez Ureña mostró desde muy temprano un talento excepcional en la crítica literaria. Fue un crítico precoz. Algunos de sus mejores ensayos fueron publicados desde los diecinueve años: 1903, “D’Anunzio, el poeta”; 1904, “Bernard Shaw”; 1904, “Pinero”; 1905, “Oscar Wilde”; 1904, “Ariel”, obra de José Enrique Rodó; 1905, “Rubén Darío”; 1905, “José Joaquín Pérez”.

Su crítica corresponde a la más antigua y rica tradición occidental, apasionada por la búsqueda del sentido y del entendimiento natural de las cosas. Está orientada a la interpretación de las obras a partir del conocimiento de la vida de los autores, la génesis del texto y el entorno cultural.

Esa crítica se enmarca en una larga y fecunda tradición filológica que en España y América hispánica tuvo eminentes exponentes, tales como Marcelino Menéndez Pelayo, José Ortega y Gasset, Marcelino Menéndez Pidal, José Augusto Trinidad Martínez Ruiz-Azorín, Eugenio D’ Ors, Amado Alonso, Alfonso Reyes, José María Chacón y Calvo, José Enrique Rodó.

Sin ser de temperamento polémico, la crítica de Henríquez Ureña plantea los conflictos literarios y culturales del momento. Los juicios de este intelectual impactaban en su época y orientaban, principalmente a los lectores cultos, acerca del conocimiento y apreciación de importantes escritores de su tiempo y de escritores clásicos de diversas latitudes del mundo.

La crítica de Pedro Henríquez Ureña es fundamental sobre lo fundamental. Ese autor no buscaba descubrir talentos incipientes, escritores nóveles, aprendices del arte literario. Su crítica busca apuntar lo mejor de la literatura: los clásicos y los modernos, pero también los jóvenes escritores de su época, pero que reúnan una condición: ser ejemplares, como lo era Alfonso Reyes, a quien Henríquez Ureña descubrió en los inicios de la prodigiosa carrera del gran intelectual mexicano.

Dentro de esa visión, los más importantes autores del mundo y de habla hispánica fueron leídos por Henríquez Ureña, acerca de los cuales emitió juicios con la intención de presentarlos al público con una visión novedosa, distinta y muchas veces polémica, en relación con las lecturas prevalecientes, convertidas en doxa, en general procedentes de voces consagradas en América y España.

La crítica de Henríquez Ureña se fundamenta en tablas de valores, concepto empleado por él para referirse a la necesidad de apoyar la historia y la crítica literarias en “nombres centrales y libros de lectura indispensables.”

Otro rasgo de esa crítica es que se apoya en la labor de un lector consciente, sistemático y selectivo, que al emitir un juicio sobre una obra o un tema literario se encuentra armado de una vasta erudición y una profunda cultura, producto de toda una vida de lector de las mejores obras clásicas y contemporáneas, vocación cultivada en su hogar materno desde la más tierna infancia.

Henríquez Ureña era un estudioso de la cultura española, a la cual consagró dos de sus obras de crítica literaria y critica cultural:

La otra orilla. Mi España, 1922 y Plenitud de España, 1940-1945. Para apreciar la profundidad de la crítica a la literatura española bastan algunas pinceladas.

En La otra orilla. Mi España, Henríquez Ureña aborda uno de los problemas más controversiales de la literatura española, a saber, la segunda parte del Quijote. Se había creído que la segunda parte del Quijote fue lograda con un nivel menor que la primera.           Contrario a esa opinión sostiene que la segunda parte, “llena de matices delicados, de sabiduría bondadosa, humana, es la que conquista todas las preferencias.”

En Plenitud de España pasa revista y evalúa, luego de Cervantes, a los más importantes autores de la literatura española, ofreciendo puntos de vista diferentes a los existentes, en gran medida porque era la apreciación distante de un americano.

Afirma acerca del Libro de buen amor del Arcipreste de Hita (Juan Ruiz) la ausencia de espiritualidad, en comparación con la Divina Comedia.

Atribuye a Tirso de Molina el mérito de haber sido el creador del personaje Don Juan, pero ve en Molière a aquél que proyectó ese personaje a escala universal.

En el teatro de Calderón de la Barca observa una tendencia a la rigidez y a la complejidad, que deja atrás la comedia fácil de Lope.

Y con respecto a Góngora afirma el valor de la forma como elemento característico de su obra.

Desde los primeros escritos críticos, Henríquez Ureña se inclina hacia la lectura con una intención clara: se propone resaltar los valores y los comportamientos humanos en las obras, dejando siempre una conclusión motivadora, espiritual y creativa, al potenciar los grandes aportes de los autores en beneficio de los lectores.

En ese sentido, es una crítica constructiva y edificante, que comienza por la sublimación del talento creativo de los autores, los cuales son perfilados mediante rasgos que singularizan sus obras, por encima del montón, en el ámbito de una cultura, un género literario o una técnica determinada.

Acorde con esa tendencia de la crítica, encontramos, dentro de la visión humanista, un énfasis en los aspectos más originales y novedosos de los autores. Cada autor es destacado por su especificidad, por encima de las influencias, las escuelas y las modas literarias.

Así, acerca de Gabriele D’Anunzio afirma: “… su originalidad nativa se sostiene y le impide copiar servilmente estilo alguno: para cada idea encuentra forma nueva y brillante.”

De José Enrique Rodó afirma: “José Enrique Rodó, uruguayo, es hoy el estilista más brillante de lengua castellana”. “La fe en el porvenir, credo de una juventud sana y noble, debe ser la bandera de la victoria. Tal es la enseñanza fundamental de José Enrique Rodó en su discurso Ariel.”

Los aportes de Rubén Darío y los modernistas son puestos de relieve en este juicio: “… lo que Rubén Darío ha significado en las letras hispanoamericanas: la más atrevida iniciación de nuestro modernismo.”

En el ensayo “Tres escritores ingleses”, una nota singulariza cada autor. Oscar Wilde: “… posee la lozana imaginación plástica y colorista de los griegos y los italianos.”

“… Pinero es indiscutiblemente el primero entre sus compatriotas. Tiene, además, la gloria única de haber encontrado el secreto de una forma dramática que, sin alejarse de la línea del arte puro, impresiona hondamente el gusto no muy refinado del público anglosajón.”

Acerca de Bernard Shaw afirma: “HAY ESCRITORES de ingenio cuyas especiales condiciones les impiden ser populares, si acaso conocidos, fuera de su propio país. Tal podría ser el caso de Bernard Shaw…”

Cuando se observa de manera global la crítica de Henríquez Ureña, tratando de apreciar la manera cómo está hecha, se advierte que es una crítica sentenciosa. El crítico elabora un juicio general como si enunciara una ley, como puede observarse en los ejemplos siguientes.

“JOSÉ MORENO VILLA pertenece a la aristocracia cerrada de la literatura española”.

“TODA España está en Lope, toda la España de la plenitud, toda la España de los siglos de germinación y lucha, la España épica y la España novelesca… Lope vive la eternidad.”

“El Arcipreste es a la vez el poeta más personal y el más representativo de su tiempo.”

“Nada hay en Jiménez (Juan Ramón Jiménez), ya se ve, que corresponda a la noción vulgar sobre la melodía en España.”

Es una crítica centrada en un enunciado fundamental que revela el elemento más interesante captado por el crítico, dejando un mensaje principal de carácter valorativo sobre el autor. Sobre el autor y no sobre la obra, puesto que siendo una crítica humanista está orientada a resaltar los aportes de la persona en condición de autor.

Los textos críticos de Henríquez Ureña no son un ejercicio académico; no son la exhibición de su extensa y densa erudición; del amplio conocimiento y del dominio especializado que poseía en múltiples disciplinas humanísticas. No se limitan a decir cosas, a emitir juicios sobre las obras o a exhibir saber y manejo de métodos de análisis e interpretación de la literatura.

Es una crítica que enuncia grandes verdades que avanzan el conocimiento esencial y depurado y orientan a los lectores, principalmente a la élite intelectual. Pero, además, esa crítica es un ejercicio literario. Los escritos críticos de Henríquez Ureña son textos literarios por sí mismos, ensayos literarios, por el estilo lúdico, ameno, depurado, elegante, y por las ideas trascendentes que comunican sobre los autores y las obras.

 Los textos críticos de Henríquez Ureña no son un ejercicio académico; no son la exhibición de su extensa y densa erudición; del amplio conocimiento y del dominio especializado que poseía en múltiples disciplinas humanísticas.

No se limitan a decir cosas, a emitir juicios sobre las obras o a exhibir saber y manejo de métodos de análisis e interpretación de la literatura.

Es una crítica que enuncia grandes verdades que avanzan el conocimiento esencial y depurado y orientan a los lectores, principalmente a la élite intelectual. Pero, además, esa crítica es un ejercicio literario. Los escritos críticos de Henríquez Ureña son textos literarios por sí mismos, ensayos literarios, por el estilo lúdico, ameno, depurado, elegante, y por las ideas trascendentes que comunican sobre los autores y las obras.

Diario Libre,  04 / 07 / 2015

«El lenguaje de la creación» de Bruno Rosario Candelier

Por León David

 

Por versátil y fecunda, por ejemplar y aleccionadora ha de ser tenida la trayectoria intelectual del escritor cuya más reciente obra ensayística a la desmañada pluma mía, la que estos renglones vacilantes pergeña,-acaso por desliz infortunado de la suerte- se le ha encomendado presentar. Porque, reconozcámoslo, de algo podemos estar ciertos: no es cuestión de poco, no es tarea liviana discurrir por despacio, como toda digna ponderación amerita, acerca de las prendas que atesoran las páginas del libro que la péñola del admirado polígrafo y pujante director de la Academia Dominicana de la Lengua, Dr. Bruno Rosario Candelier diera semanas atrás al arduo honor de la tipografía con el título harto apropiado e incitante de El Lenguaje de la Creación… Que si estoy al cabo de lo que pasa, en el trance que ahora me abruma lo que tiene toda la traza de ser verdadero es que sabedor de que a cualquier pensador de fuste, a cualquier docto letrado, a cualquier escoliasta de enjundiosa erudición le habría de resultar labor riesgosa y complicada hacer valorativa justicia a las subidas virtudes del mencionado libro en razón de los muchos, variados y felices adentramientos exegéticos tanto como de los fundamentados planteos teóricos de que dicha publicación rebosa…, en fin, que si parejas mentes ilustradas poseedoras de refinados escalpelos críticos habrían de poner todo su empeño, experiencia y sudores para en el mejor de los casos no deslucir al comentar la obra del notable académico mocano, tengo por cosa averiguada que mi desmayado ingenio y torpe prosa jamás conseguirán, por más ahínco y terca voluntad que a esa faena aplique, dar cuenta con la fidelidad y hondura que la cuidadosa indagación reclama, de las bondades que en el plano del pensamiento como por igual de la expresión reúne el ensayo bautizado con el título de El Lenguaje de la Creación, por modo tal que me acosa el temor de hallarme a punto de cometer el imperdonable dislate, el necio despropósito de apagar el fuego con aceite…

Empero, si estoy muy consciente de que de la medianía de mi ingenio vano sería esperar el análisis sesudo y meticuloso que el señalado volumen requiere, procuraré apañármelas en los breves razonamientos que a seguidas me he propuesto hilvanar para, ya que no hacerme más acepto a los ojos del público, al menos sí, cobrando ánimo, no empedrar este escrito de consideraciones ociosas y explicaciones insustanciales.

Haciendo gracia de pormenores anecdóticos a cuantos han tenido la cortesía de prestarme su atención, daré entonces inicio a estas insuficientes apostillas proclamando que con el texto de ensayos que nos ocupa, Bruno Rosario Candelier una vez más confirma posicionarse como uno de nuestros más levantados cultivadores del género que el ilustre pensador galo Miguel de Montaigne creara siglos atrás. En efecto, si no me pago de apariencias la limpidez de la expresión, la coherencia y ajuste de la argumentación, la elegancia expositiva, la porfiada ausencia de todo rebuscamiento, la agudeza conceptual y last but not least, la naturalidad y sugestiva eficacia con que la frase se despliega en las páginas de El Lenguaje de la Creación, categóricos e indiscutibles atributos son de ese raro señorío que el maestro y nadie sino el maestro es capaz de ostentar, y que sólo un temperamento tristemente refractario a los encantos de la palabra que refulge y a la compacta solidez de la idea se atreverían a preterir.

Y maguer argüiría escasa fineza espiritual no haberse dejado alguna vez embargar por el escepticismo, para cuantos de los que han consentido con benevolencia que agradezco no quitar oído a los encomios recién expuestos sobre las cualidades de la ensayística de don Bruno (oyentes que pese a haber hecho acopio de gentileza y urbanidad no han podido quizás librarse de sospechas con respecto a la verosimilitud y pertinencia de las encendidas alabanzas ut supra vertidas), para ellos remacharé, y en esto va nuestro crédito, que no soy del número de los que se complacen en ver montañas donde solo hay planicies ni de los que por amor a las hipérboles condice con un lenguaje de estrepitosa garrulería que prodiga frases rimbombantes y gratuitos aplausos, sino del exiguo cónclave, cada día que pasa más encogido, de cuantos en materia de crítica no temen correr el albur de ser vilipendiados por no dejar piedra por mover del escrito examinado aunque ello implique revelar de qué pie cojea la obra en cuestión…, que si bien es verdad que la valoración literaria, cuando se lleva a cabo con rigor y seriedad, ha de avanzar por los carriles de la ecuanimidad, el tacto, el equilibrio y la mesura, ello no significa que a la hora de justipreciar a un autor debamos resignarnos a efectuar una helada exégesis de estériles precisiones a la que le ha sido previamente sustraídos el corazón, el músculo y la sangre so pretexto de inscribir los juicios a que el escrito diera lugar en los pagos de una ilusoria cuando no fingida objetividad científica… Aserto tal vez escandaloso este que acaba de resbalar de los puntos de mi pluma del que no sería errado colegir que si bien abogo y me desvivo por ejercer una modalidad crítica que excluya el tan frecuente desplome en el rebajamiento y el desdén propio del emponzoñado espíritu de campanario de nuestro cotarro intelectual, de ahí no cabe derivar que -reverso de la medalla- solo tenga ojos para observar en la obra del escritor sus logros de pensamiento y expresión incurriendo así en el contrapuesto desacato de convertir lo que debía ser comentario explicativo y esclarecedor en obsequiosa apología. Pues no. Téngaseme en el bando de los que solo queman el orobias de su admiración ante aquello que es digno de ser admirado.

Y razones no escasean sino que antes sobran para que el ensayo de Bruno Rosario Candelier sobre el que estamos volcando nuestra mirada gane -amor a primera página- la fascinada aprobación del lector culto afecto a los enigmas de la lengua y la literatura; y tal aprecio se agenciará por exigente que sea su paladar estético y por mucho que su temperamento se muestre reacio a responder con reciedumbre y viveza a los estímulos de la palabra altiva y medulosa.  Porque, créanme que así lo siento, las páginas de este nuevo libro del prestigioso polígrafo criollo están muy lejos de ser esa catacumba de menudencias por la que en la esfera de la teoría literaria tantas veces se nos obliga a transitar; muy al contrario, páginas son en las que la visión aquilina del autor logra casi siempre sortear los peligros que amenazan al escrupuloso ensayista de ideas, esto es, la litúrgica falta de aliento de la hermenéutica. Pues es el caso que al margen de toda pompa profesional y haciendo a un lado la engorrosa pedantería de académica estofa, don Bruno nos ofrece -lo que es ya en él costumbre- una serie de penetrantes acercamientos tanto a temas generales de nuestra lengua como a la creación de consagrados poetas amén  de a numerosas voces literarias actuales y no suficientemente conocidas de nuestro país.

Sin embargo, habiendo llegado a estas estribaciones de mi ponderación, en la que como no han podido dejar de constatar quienes hasta aquí han tenido la paciencia de acompañarme no he pesado las loas en balanza de farmacéutico por lo que hace al encarecimiento del libro que estamos presentando, habiendo, pues, alcanzado estos arrabales de mi cavilación (hasta ahora poco más que enfático testimonio de entusiasmo y de inequívoca aquiescencia) procede o, antes bien, urge que remitiéndonos directamente a la publicación de autos me dé a la tarea de demostrar que las virtudes que de manera tan contundente manifestara párrafos atrás haber advertido en la aludida obra no son producto de mi fantasía o de una insana proclividad a la lisonja sino que en realidad existen y que cualquier persona ilustrada no desprovista de los consabidos dos dedos de frente se halla en perfecta capacidad de verificar. Ahora que para ello, para mostrar hasta qué extremos El Lenguaje de la Creación es trabajo que de manera paradigmática exhibe los más substanciales, genuinos y felices atributos del género del ensayo, no creo desacertado ni extemporáneo echar un somero vistazo a lo que quien estas líneas pergeña entiende por pareja modalidad de escritura.

En efecto, habida cuenta de que las prendas que exornan el libro que hoy estamos bautizando refieren todas ellas a la concepción que tengo del ensayo o, es otra manera de decirlo, que el pináculo en que he colocado la mencionada creación de don Bruno es consecuencia natural e inseparable de la maestría de que da prueba el autor en el manejo de la prosa ensayística, de guisa tal que, medido con semejante rasero, los méritos literarios e intelectuales que en dicha creación he creído percibir obedecen en buena parte a la destreza y seguridad cómo responde su pluma a las exigencias del género cual yo lo concibo y enaltezco, en resolución, a tenor de lo dicho entiendo que no será posible calibrar la excelencia de la obra que estamos comentando sin que previamente, así sea de manera esquemática e incompleta, exponga al buen tun tun las que considero son las inconfundibles y representativas características del ensayo.

Es opinión -acaso errónea- del que estas observaciones aventuran que en ese género literario-filosófico que llamamos ensayo confluyen dos corrientes -la sensible y la intelectual- cuyas aguas se juntan en un único cauce. La lógica del pensamiento, harto metódica, consiste en no contradecirse; la de la vida, en proliferar. Exuberante, derrochadora, la naturaleza carece de sensatez y de medida: crea y destruye lo que crea; alumbra vástagos innumerables que luego se complace, como el Cronos del mito griego, en devorar. El principio de la vida es, pues, el exceso, la fecundidad, la intemperancia. La razón, por el contrario, mucho más avara, obedece a otros cánones: empeñada en regular el caos de las percepciones que a las puertas de la conciencia irrumpe en frenética estampida, se desentiende de la totalidad para ocuparse de las partes: encasilla, filtra, clasifica, define. De semejante ejecutoria deriva tanto su poderío singular como sus decepcionantes limitaciones. Mas he aquí que el ensayista, que al frecuentar ideas se ve constreñido a transitar por los angostos cuanto riesgosos senderos del raciocinio, no se resigna, sin embargo, a desprenderse por completo de la impenitente propensión a la abundancia feliz, a la lujuriosa fertilidad de la existencia que postula, con irresponsable despreocupación en el arrobo de la certeza presentida, la unidad de los contrarios, la identidad de lo diferente, la radical afinidad de los opuestos… Solicitado con igual perentoriedad y parejo celo por ambas instancias rivales (la mente que articula y el sentir que motiva) debe el escritor desbrozar una vía de compromiso que permita a los bien educados pensamientos convivir con las incoercibles urgencias vitales de la personalidad. Esa vía de compromiso es, en cuanto puede conjeturarse, el ensayo. Apartándonos de las marismas del hastío en que suele adentrarnos la prosa meramente explicativa y gris, el ensayo es género mixto, disputado territorio fronterizo de la literatura. A horcajadas cabalga con un pie en el estribo de la enunciación objetiva y otro en la expresión de la subjetividad particular y única. Es fruto del afortunado mestizaje entre el intelecto que analiza y la intuición que presiente, entre la razón que duda e investiga y la emoción que adhiere a irrecusables certidumbres, entre la fórmula discursiva convencional que se vuelca con afán hacia el conocimiento de la realidad circundante y la potencia simbólica de la fantasía que lanza su red de imágenes sobre el océano encrespado de lo posible -quizá también de lo imposible- para extraer del seno misterioso de las aguas el reluciente pez, aún trémulo y desafiante, del asombro. Hijo predilecto -ignoro si natural o legítimo- de las efervescencias del sentimiento y de la comedida reflexión, no reniega de ninguno de sus progenitores; alardea, por el contrario, de su bastardía intelectual, de su mulataje artístico a los que debe esos delicados perfiles, esa fibra nerviosa, esa vigorosa y elástica musculatura literaria que hace las delicias del lector exigente, aquel que no sabe satisfacerse si no es con el manjar sustancioso que a la par que nutre la mente y tonifica el corazón, regala el paladar.

Ahora bien, ¿hasta qué punto las páginas de El lenguaje de la Creación responden a la peculiaridad privativa del enfoque ensayístico a que acabamos de referirnos? ¿Hasta qué punto la prosa que nos ofrece Bruno Rosario Candelier en el libro que -acaso de manera insolvente- estamos sometiendo a inspección conjuga las dos vertientes de sentimiento y racionalidad en que hemos cifrado la singularidad de dicho género?… Veamos de comprobarlo valiéndonos del expediente muchas veces fuera de lugar pero en este caso ineludible y sumamente oportuno y aleccionador de la cita:

«La belleza es generalmente una fuente de contemplación, motivación e inspiración. Y el profesor debe concitarla para despertar la conexión con el alma de lo viviente. Es fuente creativa de exaltación y de valoración para todo lo que de alguna manera enaltece la sensibilidad y desarrolla la conciencia, porque no solo hemos de cultivar la sensibilidad, sino también la conciencia. Una conciencia de las cosas que nos rodean; una conciencia del impacto que las cosas ejercen en nuestra sensibilidad; una conciencia del sentido de lo viviente; y una conciencia de que entramos en comunión con las cosas y, por ese vínculo, establecemos un punto de contacto con la realidad material, y ese contacto suele ser inspirador y sugerente. Dado lo anterior, la belleza tiene una vertiente que de alguna manera sirve para que nos asombremos ante el encanto del mundo y el esplendor de la Creación.» (1).

El párrafo que vengo de distraer al volumen que nos ocupa si de algo no se resiente es de echar mano al lugar común o de incurrir en afectado verbalismo. Henos aquí ante una enunciación que es simbiosis de elegancia elocutiva, vibración emocional y bien recortada nitidez especulativa. Podemos o no estar de acuerdo con las ideas que el autor manifiesta, pero lo que clamaría al cielo sería negar que tanto por el cuidadoso amarre y robustez de los pensamientos que fluyen con sentenciosa dignidad, como por la vitalidad y brillo que su palabra adquiere saturándose con el énfasis a que propende el sentimiento de la importancia y trascendencia de lo expresado, lo que clamaría al cielo, insisto, y exigiría un severo llamado al orden sería negar que nos hallamos sin discusión posible en los parajes opimos del ensayo… Porque en el referido fragmento don Bruno no se circunscribe a hacernos partícipes de lo que en su opinión es la belleza y cuál ha de ser el cometido del educador en relación con esta, o de la necesidad de hacer conciencia de cuantos aspectos de la realidad circundante afectan a nuestros sentidos-asunto de por si relevante-, sino que, siéndole muy caro y personalmente significativo lo que discurre, no puede sino adoptar al expresarse una actitud de afectivo involucramiento teñida de pasión, pasión que centellea en las vehementes oraciones y reiterados términos y giros que martillean lo enunciado. Y es en ese momento cuando mudan las tornas, cuando el lenguaje deja de cumplir una función meramente explicativa o noticiosa propio de la convencional glosa argumentativa para colmarse de…, ¿de qué?…, digamos, a falta de términos más fieles, de luz, de esa fosforescente calidez que se derrama en la palabra cuando es harto más que constructo de la razón porque el efluvio de una misteriosa verdad la impregna de sentido… Eso y no otra cosa es el ensayo. En dicha modalidad de escritura detrás de la palabra quien la pronuncia siempre está presente y sentimos su aliento y su respiración y casi la tibieza de su tacto cuando recorren nuestros ojos los renglones que su péñola estampara. Y si acaso disentimos de lo que afirma no podremos menos que hermanar, por mor de cierta central y secreta afinidad con lo humano, con aquello que se revela y plasma en el gesto verbal, en la confidencial proximidad del ademán retórico. Y es esta la razón de que en el ensayista de garra -¿acaso hay otro que ese nombre merezca?- lo que nos dice, de manera infalible, certera y memorable «se non e vero e ben trovato».

Es pareja cualidad, en modo alguno prescindible, la que, a tenor de lo expuesto, confiere, en mayor medida que cualquier otra nota distintiva, identidad y nítidos perfiles al género que el célebre gascón creara siglos atrás. Y pues lo pudimos comprobar en el texto de la obra de don Bruno más arriba citado, como tan llamativo rasgo forma parte esencial de la manera de abordar el análisis teórico y la crítica literaria en esta su más reciente publicación, estamos -a nadie se le ocultará- frente a un fornido cálamo de ensayista.

Si por casualidad por lo que atañe al talante ensayístico de la prosa que el autor nos obsequia en su libro quedaran agazapadas algunas dudas o prevenciones en el cerebro de los que hasta estas reflexiones han consentido arrimarse, es hora de puntualizar que sobran las páginas atiborradas de espléndidos pasajes como el anteriormente reseñado, páginas que en beneficio de la concisión los buenos modales estilísticos me han recomendado no trasvasar a estas cuartillas. Sin embargo, para que no se me hagan cargos infundados y pueda el que lo desee verificar que no le estoy dando gato por liebre, aquí va otra elocuente cita:

«A Salomé Ureña no la seducía únicamente el aspecto formal de la poesía, pues para ella la literatura era instrumento de concienciación y acción. La poesía no se inventó para crear belleza, aunque la expresión de la belleza forme parte de su naturaleza estética por su condición literaria, sino para sembrar un ideal de vida, canalizar un contenido relevante y plasmar verdades metafísicas. Salomé se valió de la poesía para impulsar su ideario de transformación y desarrollo, sintiéndose poseída, como efectivamente estaba, por «el fuego fecundante de la idea» para inyectar un nuevo aliento de vida, de acción y de esperanza. Salomé Ureña creía en la eficacia de la palabra. Y cuando la palabra se impregna de amor y entusiasmo, despliega el poder subyacente a su energía, y entonces fluye la virtud operativa de lo divino.» (2).

He aquí, de nuevo, un párrafo que aúna a su luminosidad expositiva la rotundidad del juicio que define y esclarece, texto que si bien ha sido construido con arreglo a las consuetas normas gramaticales, despliega bastante más que meros dictámenes de salón escolar porque (así lo siento yo y lo sentirá cualquier lector cultivado) es desde los adentros del que habla o, en este caso, del que escribe, desde los hontanares de una certidumbre cuasi física, cuasi corporal que brota la apreciación acerca del valor de quien sigue siendo nuestra principal porta-lira femenina. Y esa carnal irradiación, fruto de gozosa identificación anímica, confiere a la frase del exegeta una cualidad que allende la verdad de las ideas aducidas nos tocan en los más recónditos hondones de nuestro ser.

Y en aras de dar remate al punto que estamos debatiendo, continuaré abusando de quienes me escuchan trayendo a colación otra jugosa cita de El Lenguaje de la Creación:

«Ya los antiguos griegos hablaban del Numen para referirse a la sabiduría metafísica del Universo, y a ese estado trascendente de la sabiduría establecen una conexión desde su sensibilidad profunda los poetas metafísicos, los poetas místicos, los iluminados y los santos. Lupo Hernández Rueda tuvo esa dotación profunda que enaltece a los genuinos poetas y, en consecuencia, tenía la capacidad de poder entrar a la dimensión metafísica de lo viviente y acceder, como efectivamente accedió, a la sabiduría espiritual del Numen, razón por la cual pudo captar verdades profundas que plasmó en su poesía como conocedor de la palabra y, como hombre sensible vivió, experimentó y comunicó con palabras simples y comunes, con un lenguaje sencillo y sugerente esa dimensión profunda y trascendente. Por su singular dotación pudo revelar el nivel superior de las imágenes y los símbolos que su percepción traducía al lenguaje de la poesía para canalizar verdades provenientes de las altas regiones donde mora la esencia de la sabiduría cósmica.» (3).

El tema que aborda Bruno Rosario Candelier en el pasaje transcripto dificulto que nadie me recrimine por reputarlo profundo, sutil y complejo. Pertenece a esa suerte de cuestiones de filosófica catadura sobre las que plumas no suficientemente aguerridas y experimentadas suelen para su mal tentar fortuna, aventura intelectual que en el mejor de los casos se salda con una decepcionante orgía de vaguedades. En canje, creo ir asistido de razón al sostener que nuestro autor, en franca contraposición a tantos teoristas mirlados que por doquier gorjean, da en el clavo expresándose con el máximo de pulcritud que admiten las abismáticas opacidades del asunto escudriñado. No es desde luego cosa baladí la que saca a orear don Bruno en el párrafo citado, cuestión que pueda ser resuelta acogido a un punto de vista a pie de tierra, como asimismo sería ingenuidad de a libra suponer que de semejante asunto no quede el rabo por desollar, ya que el ensayista si bien no debe examinar a humo de pajas lo que despierta su interés o su curiosidad, no está obligado tampoco a vindicar con acopio de páginas -como es el caso del tratadista- los parajes que explora. Porque -de ello está perfectamente enterado Bruno Rosario Candelier- quien se arriesgue a la apasionante singladura por las lujuriosas latitudes del ensayo ha de evitar la actitud a un tiempo mojigata y presuntuosa del especialista. No consiente el género la desoladora aridez del formulismo técnico. Es el ensayista, antes que nada, un profesional en generalidades. Su tema es la vida, el horizonte inagotable de la experiencia humana. Aun cuando contribuyan sus escritos a enriquecer nuestros conocimientos, a que percibamos ciertos valores, a que inyectemos en nuestra mente buena dosis de saludable escepticismo, el autor de ensayos está muy lejos de circunscribirse a desarrollar una tarea de orden científico. Ciertamente en todo ensayo encontraremos dispersos, como cantos al borde del camino, las gemas preciosas del auténtico saber. Pues partiendo de su raigal experiencia apunta el ensayista la mira de su reflexión sobre cualquier asunto que despierte su insaciable curiosidad; y no es desatino suponer que su perspicacia analítica terminará por obsequiarnos suculentos frutos intelectuales. Pero jamás se propone el autor de ensayos agotar un problema hasta sus últimas consecuencias sirviéndose de observaciones de laboratorio, abrumadoras estadísticas o metodologías rigurosas… Como genuino ensayista procede nuestro mocano autor; y con ese estilo exento de expresiones difíciles, de giros desacostumbrados, de rebuscado léxico y retórica campanuda, estilo que rehúye felizmente tanto la dicción crespa y martillada como la expresión relamida y equívoca, no solo nos ilustra y cultiva en torno a los temas de los que trata sino que también nos ilumina e inspira en razón de que frecuentemente, gracias a su peculiar abordaje estilístico, merced a la perspectiva intelectual que asume, suscita, sugiere e insinúa mucho más de lo que dice…

Afirmaba Paul Valéry que «existe una sensibilidad de las cosas intelectuales: el pensamiento puro tiene su poesía. Puede incluso preguntarse si la especulación prescinde de cierto lirismo, que le da el encanto y la energía necesarios para seducir el espíritu y meterlo en ella.» (4). El portentoso ensayista que era Paul Valéry no yerra el tiro, antes bien, coloca el dardo en pleno centro de la diana. Pues sin duda a tan fina y aguda observación no hay manera de llevar la contraria. Todo ensayista de médula lo sabe y en eso se distingue del simple comunicador de ideas o del investigador que desarrolla por escrito sus descubrimientos. Y esa vívida coloración que adquiere la prosa ensayística, que confiere el encanto y poder de seducción a que el encumbrado poeta y pensador galo se refería, está presente en la obra que se me ha encomendado presentar, como cuando con cristalina sencillez asienta don Bruno: «los animales y las plantas, que son nuestros congéneres como seres vivos, no tienen el don de la palabra como lo tenemos nosotros, y ese es un privilegio que a veces olvidamos: el inmenso privilegio de saber hablar, de usar y crear sonidos y sentidos con un propósito creador, de entender a nuestros hablantes y comprender lo que leemos y escuchamos. Ese es un privilegio que enaltece la condición humana.» (5). O cuando nos recuerda el director de la Academia Dominicana de la Lengua que «El entusiasmo es un aliento divino que tiene toda persona que experimenta una vocación por algo grandioso. Toda persona que experimenta una pasión para consagrar su talento, su energía y su creatividad es señal de ese aliento divino, es evidencia de ese entusiasmo, de ese «en-theos.» (6). O bien cuando adoptando un ademán enfático declara: «La incuria en el lenguaje, la vulgaridad expresiva y el uso de voces soeces, señales son de frustración y resentimiento, y su uso, como el del lenguaje del doble género, inficiona el sistema de nuestra lengua aunque se use en nombre de un supuesto avance cultural.» (7).

Pensamiento apretado y sólido el de Bruno Rosario Candelier, pensamiento que sin embargo no excluye la discreción, el buen tono y la galanura que el grueso de los analistas y críticos para nuestro fastidio dejan a un lado en sus laboriosos emprendimientos indagatorios, absteniéndose de la nobleza de la expresión con no menor escrúpulo que los cartujos de al carne. Y el resultado de tan desafortunada insuficiencia es esa suerte de crítica que el gran José Enrique Rodó estigmatizaba tildándola de «estrecha de criterio y nula de corazón».

A buen seguro, si la fortuna no me ha dejado de su mano, en las páginas que anteceden ha quedado palmariamente registrado que por lo que hace a su perspicacia y fineza valorativa tengo al autor de El Lenguaje de la Creación por escoliasta de mucho tonelaje. En efecto, según es de ver, cada vez que don Bruno se impone la tarea de elucidación y cata de la producción literaria de algún escritor remoto o contemporáneo, célebre o poco conocido, criollo o extranjero, consigue de continuo que nosotros, sus lectores, paremos mientes en lo esencial del texto inspeccionado, en aquellos elementos tanto expresivos como gnoseológicos de dicho texto que lo singularizan y realzan, de manera que, a fuero de comedido, nos adentra en los intríngulis del escrito examinado haciendo caso omiso de los inútiles abalorios de intrincada retórica como, por un parejo, de un lenguaje infectado de presuntuosa objetividad acompañado de copioso y menudo aparato documental.

Porque no es solamente por exégeta brillante que merece Bruno Rosario Candelier el título de maestro, sino también y en no estrecha medida por sus cualidades de pedagogo, de guía, de educador…, cualidades que impregnan y fecundan su prosa ensayística confiriéndole didácticas virtudes. Esta crítica, la didáctica, alienta el propósito formativo de ilustrar, de constituirse en fuente de aprendizaje para quienes a ella se avecinen. Una puntualización, no obstante, en este preciso lugar reputo por indispensable: todo escrito de apreciación y estimativa que en materia literaria merezca ser encarecido, cualesquiera sean los postulados heurísticos en los que se asiente, exhibirá un costado didáctico, habida cuenta de que no podría el critico orientar al lector en torno a las prendas o bondades de las obras que comenta desentendiéndose del objetivo de conducirlo por vías -cuanto más descampadas mejor- a un más pleno entendimiento de lo que su autor ha querido expresar, o tal vez ha expresado sin que esté plenamente consciente de haberlo hecho; al cabo y a la postre, cuando el escoliasta compara, esclarece, discrimina y emite juicios de valor estético, de una u otra forma está llevando adelante una labor que no sería en modo alguno incorrecto considerar didáctica.

Sin embargo, verificada la pertinencia de la salvedad a la que acabo de hacer mención, no me parece ande mi péñola descaminada al reconocer como una clase aparte entre las estrategias de ejercer la crítica, la que he llamado didáctica, que se puede definir -y no creo sacar las cosas de quicio- como la que amén de hospedar en las antologías, sinopsis, recopilaciones, prontuarios, historias literarias y demás manuales concebidos específicamente para servir de útil valimiento a profesores y estudiantes en los distintos niveles de escolaridad, distingue por cierto tono profesoral y cometido didascálico la ensayística del autor de El Lenguaje de la Creación. Quienes cultivan esta especie de crítica deben prestar esmerada atención a desplegar sus pensamientos y razones en un lenguaje apegado a la sencillez y la naturalidad; dada su finalidad educativa el estilo a que procede se orillen los practicantes de este género de estudios críticos es el que se halla en el polo opuesto de la gratuita y ostentosa artificiosidad. Esquivar la anfibología, rehuir la vaguedad, desterrar de la página voces técnicas y giros desusados ha de ser preocupación asidua de los escritores de ensayos de didáctica índole. Por supuesto, en la aludida actitud discursiva acampa la idea de que cuanto menos las palabras y formas sintácticas empleadas acaparen la atención del lector en detrimento de los conceptos a que dicho vocabulario y modos gramaticales refieren, mejor será el resultado en punto a la aprehensión adecuada de la materia expuesta. Así, es resorte del tipo de crítica que nos ocupa que sus representantes ponga su mayor empeño en no llamar demasiado la atención hacia sus idiosincráticos perfiles estilísticos; que procuren la concisión sin resbalar hacia el laconismo; que nos ahorren la novedad en beneficio de la claridad y la excelencia; que se resistan a la tentación de cortejar usos forzados y difíciles, voces de muy reciente creación y estatus aún no establecido, como también prescindan de cláusulas demasiado extensas plagadas de circunloquios en torno a los pensamientos que se pretende destacar, los cuales de ese modo ocultos escaparán a nuestra mirada inquisitiva; y que, por último, mas no por ello menos importante, que tenga siempre presente el crítico didáctico lo que al respecto decía Schopenhauer: «Y sí que no hay nada más sencillo que escribir de manera que humano alguno lo entienda; igual que, por el contrario, nada más difícil que elaborar ideas significativas de manera que todo el mundo las tenga que entender.»

No encajará la saeta en el blanco, sin embargo, quien de lo formulado en los renglones anteriores dé en suponer que los autores de críticas didácticas deambulan por el mundo de la escritura huérfanos de estilo, y que semejante condición es la que asegura la calidad de su trabajo meticuloso y esforzado; pensar tal cosa sería hacerles injuria con un juicio apresurado. La mejor prueba de que no es así la ofrece el verbo tonificante y fúlgido de Bruno Rosario Candelier. Porque que los críticos mencionados tengan entre sus prendas más valiosas desestimar tópicos manidos y atenerse al principio de descartar, siempre que sea posible, cláusulas subordinadas y aclaraciones parentéticas, es conducta elocutiva que en modo alguno niega la elaboración de un discurso cuyos admirables atributos nos hagan sentir amor a primera página. Entonces, de modo categórico afirmaré -y no me temblará el pulso al hacerlo- que el hecho de que el ensayo didáctico, por responder a un explícito propósito de instruir se amolde a lo que no sería irrazonable calificar de un patrón de sobriedad expresiva, de ninguna manera implica penuria elocutiva, de ninguna manera el escritor que a dicha forma verbal se atenga tendría que acusar pobreza léxica, anodina sintaxis e ideas sensatas hasta el aburrimiento, de ninguna manera se justificaría tildemos su habla de roma, deficiente e insípida; siempre que el crítico del género didáctico, deseoso de esquivar jergas opacas y peroraciones de relumbrón no extravíe el rumbo deslizando su palabra hacia un esquematismo sentencioso de persistente y notoria infecundidad, su proceder elocutivo servirá en mucha parte al propósito educativo que persigue, el cual no estriba tanto en celebrar o condenar sino en discernir. La crítica didáctica destinada a vivir más allá del día no necesita atuendo dominguero para hacerse apreciar; basta que testimonie claridad de juicio y entereza de corazón, que nada se revela más digno de ser enaltecido que la sencillez discursiva cuando es portadora de un pensamiento noble en un decir hermoso…

Y si se me permite concluir el baile ya que se me ha sacado a bailar, fungiendo de juez sentenciaré que tales y no otras son las virtudes de la ensayística del director de la Academia Dominicana de la Lengua Dr. Bruno Rosario Candelier, virtudes que en la obra El Lenguaje de la Creación campean por sus fueros y que tengo copia de razones para pensar que a causa de la casi intolerable lucidez y veracidad de las ideas y de las pobladas intuiciones que animan su discurrir, los ujieres de la prosa desaliñada que tanto abunda por estos isleños pagos le rendirán el máximo homenaje de que son capaces: el de su envidia, resentimiento y desazón.

 

  1. EL LENGUAJE DE LA CREACIÓN, El estudio de la lengua y el cultivo de las letras, p. 18.
  1. EL LENGUAJE DE LA CREACIÓN, La llama patriótica en la lírica de Salomé Ureña, p. 209.
  1. EL LENGUAJE DE LA CREACIÓN, Intuición metafísica en la lírica de Lupo Hernández Rueda, p. 296.
  1. VARIEDAD I, Cantos espirituales, Edit. Losada, Argentina, 1956, pp. 14-15.
  1. EL LENGUAJE DE LA POESÍA, Aporte de Manuel Patín Maceo al estudio del léxico dominicano, p. 172.
  1. EL LENGUAJE DE LA POESÍA, El lenguaje de la gramática en Manuel Campos Navarro, p. 177.
  1. EL LENGUAJE DE LA CREACIÓN, El lenguaje del doble género, p. 182.