Por
Bruno Rosario Candelier
“Si os hablo de las cosas terrenas y no me creéis,
¿cómo creeréis si os hablo de las cosas celestiales?”
(Jn. 3, 12)
A
Yolanda de Jesús,
Cauce sutil de la Llama divina.
Fragua de la experiencia mística
En todas las lenguas, culturas y generaciones hay contemplativos, iluminados, místicos, santos y teopoetas que canalizan en su pensamiento, su conducta y su creación el sentido trascendente pautado por la sabiduría espiritual del Universo.
Entre los creadores de poesía mística en la literatura española se distinguen san Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús, fray Luis de León, Miguel de Unamuno, Gerardo Diego, Pedro Salinas, Emilio Prados, Dámaso Alonso, José María Pemán, Ernestina de Champoursin, Bartolomé Lloréns, José Ángel Valente, Clara Janés, fray Pablo de Jesús, Juan Miguel Domínguez Prieto, Teodoro Rubio y otros. En la literatura dominicana sobresalen, con su creación teopoética, Martha María Lamarche, Máximo Avilés Blonda, Freddy Bretón Martínez, Tulio Cordero, Fausto Leonardo Henríquez, Roberto Miguel Escaño, Jit Manuel Castillo, Yky Tejada, José Frank Rosario, Carmen Pérez Valerio, Carmen Comprés, Ofelia Berrido, Gloria Nolasco, Leopoldo Minaya, Rocío Santos y Juan Santos.
Se trata de creadores de poesía y ficción, dotados de las condiciones estéticas y espirituales para el arte de la palabra con la visión mística del mundo a quienes les ha sido revelado, gracias a la alta dotación de su sensibilidad trascendente y la potencia receptiva de su inteligencia sutil, la sabiduría espiritual impregnada del aura divina que perciben durante los singulares episodios de su experiencia mística.
Con su talento creador y el poder de la palabra han intuido y recibido, como ocurriera en poetas de la talla del hebreo Yejudah Halevi (1075-1141), el persa Halal Udin Rumi (1207-1273) y el español san Juan de la Cruz (1542-1591), entre otras eminentes figuras de las letras universales, un conocimiento secreto y luminoso de singular prosapia mística.
En mi obra La belleza y el sentido (Santo Domingo, Ateneo Insular, 2012) acuñé el concepto “cordón umbilical de la conciencia” para aludir a los circuitos neuronales del cerebro que atrapan los efluvios trascendentes. Ese “cordón umbilical de la conciencia” es un circuito neuronal del cerebro que capta la energía trascendente de lo viviente y también mensajes del más allá. Si a la dotación de la palabra se suma un sujeto receptivo, empático y abierto, puede convertirse en un canal de recepción de fenómenos sobrenaturales, incluida la voz universal de la conciencia cósmica. La vivencia de un estado expandido de conciencia, en la coparticipación del sujeto contemplativo con la sustancia de la revelación, da paso a los efluvios del Universo mediante la conexión del “cordón umbilical” individual con las manifestaciones de la conciencia cósmica.
Se trata de la capacidad de la inteligencia sutil, que han desarrollado contemplativos, iluminados, místicos, santos y teopoetas, para captar las irradiaciones estelares portadoras de voces, estelas, aromas, visiones e imágenes del más allá, que llegan de repente, como un rayo del cielo, con el caudal de verdades secretas y mensajes divinos en las ondas intangibles impregnadas de una sabiduría espiritual de muy antiguas esencias.
Corresponde a los teopoetas captar, perfilar y revelar el contenido de esos mensajes trascendentes. El verdadero poder de la palabra, en su dimensión profunda y sutil, lo revela la poesía mística que canaliza en imágenes y símbolos mensajes crípticos de las irradiaciones estelares. Se trata de imágenes de la trascendencia con su sentido inmerso en esas señales, que los teopoetas perciben de las emanaciones cósmicas procedentes de la cantera infinita. Ese es el gran rol de los poetas místicos cuando formulan en sus versos la onda simbólica de los efluvios espirituales provenientes del fuero cósmico. En sede neurológica y psicolingüística, esa es una singular sintonía de las señales intangibles de los mundos sutiles que portan los efluvios de la Creación en sus imágenes estelares consignadas en voces, susurros, destellos, fragancias, inciensos y otros fenómenos suprasensibles. Y en sede literaria, la función del poeta con sensibilidad mística es atrapar y formalizar en el lenguaje de la teopoética los símbolos que representan el significado de esas manifestaciones espirituales procedentes del Nous de la sabiduría mística.
Cinco condiciones se requieren para que una persona pueda acceder al fuero sagrado del Nous, de donde procede la sabiduría mística de alta prosapia:
- Talento poético, dispuesto para formalizar, con el lenguaje de la lírica, el contenido trascendente de una singular experiencia interior.
- Inteligencia sutil, desarrollada para captar y entender la dimensión sagrada y mística de la sabiduría espiritual del Universo.
- Experiencia mística, singular vivencia de la sensibilidad trascendente mediante la cual los contemplativos experimentan el caudal de emanaciones divinas con un conocimiento espiritual del mundo.
- Lenguaje especializado, propio de la sapiencia mística, que recrea en imágenes y símbolos el modo sutil de la experiencia teopática.
- Connubio espiritualizado, mediante el aura de lo divino, que propicia la comunión espiritual del contemplativo con la Llama de la Divinidad.
Para que se produzca una inspiración poética de contenido místico, primero debe darse en el creador una experiencia mística, que no acontece cuando el sujeto la anhela sino cuando el Espíritu la otorga, y que se manifiesta cuando se han desarrollado en el sujeto contemplativo los circuitos neuronales de la conciencia con la potencialidad para captar las ondas electromagnéticas de las irradiaciones estelares, que portan las emanaciones sutiles de la trascendencia. Esos circuitos de la conciencia están activos, receptivos y operativos en la sensibilidad espiritual de Fausto Leonardo Henríquez.
El circuito receptor de las ondas estelares del más allá -que se activa en la mente de contemplativos, iluminados, místicos, santos y teopoetas- capta los mensajes espirituales inherentes en las susodichas emanaciones cósmicas y, en ausencia de un vocablo que denomine ese singular poder de la conciencia, lo llamo Prologeia, nombre con el que denomino el dispositivo mental o circuito receptor de la mente sutil cuyas neuronas cerebrales captan las irradiaciones espirituales de las ondas estelares del Universo. La prologeia o circuito receptor de la conciencia, que adiestra las neuronas de la mente sutil para percibir las emanaciones estelares o efluvios cósmicos, capta y canaliza los mensajes que el sujeto receptor traduce al lenguaje simbólico de la mística, que llamo Protologema o caudal de voces que formalizan las señales supraestelares del Universo, cifradas en ondas, estelas, aromas, susurros, aves, rayos, ángeles y voces con imágenes portadoras de verdades de muy antiguas esencias. No es un vocabulario técnico sino voces del lenguaje común al que el teopoeta le asigna un valor simbólico con el sentido trascendente de su experiencia mística.
La inteligencia sutil del místico puede conectarse con lo que los iluminados les han llamado el “Mundo ideal” (Platón de Atenas), el “Reino celestial” (Jesús de Nazaret), el “Tercer cielo” (Pablo de Tarso) o el “Paraíso divino” (san Francisco de Asís), mundos sutiles de donde proceden las emanaciones espirituales con mensajes especiales.
A esos “mundos sutiles”, como les llamaba Antonio Machado a los predios invisibles, acceden los agraciados de la inspiración divina que han desarrollado su sensibilidad trascendente y, desde luego, la inteligencia mística de su elevada espiritualidad impregnada de la sabiduría sagrada con la que plasman su obra creadora y canalizan las voces del Cosmos portadoras de mensajes sagrados. Por eso hay estadios y voces diferentes.
Existe la voz interior de la conciencia personal, fuero y cauce de la intuición que, mediante el Logos de la conciencia, dicta los acentos, los tonos, los motivos; la voz universal de la conciencia cósmica, fuero y canal de la trascendencia, que los poetas perfilan y cifran en el lenguaje de la lírica; y la voz superior de la Divinidad, que escuchan místicos, santos y teopoetas, y que los creadores de la teopoética formalizan en imágenes y símbolos con el Protologema de la mística, lenguaje que comunica los mensajes de alto contenido espiritual con su sabiduría milenaria.
La dimensión sagrada de la trascendencia
En su dimensión espiritual, genuina y pura, la vocación de la religiosidad ritual prepara la sensibilidad y la conciencia para vivir momentos sagrados que concitan la experiencia religiosa y, en su mejor caso, la experiencia mística. De ahí que los místicos suelen surgir entre los cultores de la vida consagrada, y la experiencia mística se manifiesta entre los contemplativos de honda espiritualidad religiosa, excepto el caso de unos pocos agnósticos entre los cuales se conoce la experiencia mística que viviera Jorge Luis Borges. De hecho, los teopoetas que en el mundo han sido proceden del seno de una organización religiosa o han estado vinculados a una vida consagrada o a una tendencia mística, como el Misticismo de la Iglesia Católica, la Khábalah judía, el Sufismo musulmán, el Taoísmo chino, el Budismo japonés o el Hinduismo de la India. Entre los místicos sufíes el modelo es el poeta persa Halal Udin Rumi; entre los cabalistas hebreos sobresale el poeta judeoespañol Yujudah Halevi; y entre los españoles la cumbre de la teopoética cristiana es san Juan de la Cruz.
Desde luego, la experiencia mística es una condición indispensable para crear poesía mística, que se distingue de la poesía religiosa. Aunque ambas modalidades, la religiosa y la mística, son vertientes de la espiritualidad sagrada que se inspira en la fe en la Divinidad y la creencia en la vida eterna, la poesía religiosa nace de un sentimiento espiritual impetrante de amparo divino, mientras que la poesía mística es el fruto de un amor genuino, sagrado y puro hacia el Padre de la Creación y, desde luego, es producto del testimonio vivencial, estético y espiritual de una experiencia teopática de filiación divina. Los creadores de ambas vertientes, la religiosa y la mística, son creyentes, y ambos participan del sentimiento espiritual de lo divino, pero el poeta místico ha vivido una experiencia extática, superior a la experiencia religiosa, en virtud de la conexión del alma del místico con la Energía Sagrada de la Divinidad. Por eso es imposible la existencia de un ateo místico en una misma persona, ya habría una contradicción, en términos vivenciales, espirituales y creativos, aunque esa fusión pueda concebirse en el plano de la ficción.
El sentimiento de lo divino puede inspirar una experiencia religiosa y, en tal virtud, una poesía religiosa; pero es la experiencia mística la causa eficiente de la creación teopoética y la única fuente inspiradora de la poesía mística.
La obra poética de Fausto Leonardo comparte y plasma la experiencia religiosa y la experiencia mística. La experiencia religiosa es un sentimiento de vinculación sagrada que lleva al orante a vivir un estado espiritual de devoción espiritual en procura de amparo divino. En cambio, la experiencia mística es un estadio especial de alta espiritualidad en el que la conciencia de quien la vive, participa de una energía de orden superior que toma control de sus sentidos mediando un rapto singular de la conciencia.
La experiencia mística es un arrebato de la conciencia mediante el rapto de los sentidos que produce el éxtasis del espíritu. Se trata de una experiencia arrebatadora en la que el sujeto contemplativo no tiene control de sus sentidos, pues un poder superior a su propia voluntad toma ese control y, en un breve lapso temporal, el sujeto vive un cautivador encantamiento en un estado de placidez y dulzura, con una serenidad espiritual y gratas sensaciones de sedación y gozo, poseído por una misteriosa energía trascendente, trascendida la conciencia, extasiados los sentidos y embelesada el alma bajo un singular fulgor de belleza, gracia y luz con la vivencia de un connubio divino. Así es la experiencia mística, un peculiar estadio de la conciencia expandida que no ocurre en la experiencia religiosa. Por eso el éxtasis místico no se cultiva ni se busca, sino que llega cuando el Espíritu quiere, como dice el texto bíblico, y quien lo experimenta es un elegido de la gracia divina del Altísimo.
Los místicos experimentan una estado de unificación con Dios, que viven y disfrutan mediante una vinculación sagrada con el halo superior de lo divino, que la ciencia de la física cuántica llama “partícula de Dios”, con la que confirman su existencia en la materia y en las redes invisibles del mundo visible, que los místicos de alta dotación contemplativa siempre han sentido y experimentado en la realidad de lo viviente y en el fuero de su conciencia mediante una singular experiencia de deificación, o proceso interior de la conciencia que encarna un halo sagrado de lo divino mismo, mediante el cual sienten y experimenten un destello sagrado y sutil en su interior profundo, hecho que se manifiesta en un hondo sentimiento de amor espiritual y de piedad universal por criaturas, cosas y elementos, lo que genera una actitud de sacralización de lo viviente como signo, eco y cauce de la fuente primordial de lo divino y, ambas vertientes, la del amor puro y la sacralización divina, las asumen los místicos con el toque luminoso de la sabiduría espiritual, hechizo indescriptible con que la mirada mística percibe la hermosura de las cosas y el esplendor de lo sagrado.
Desde luego, para escribir poesía mística hay que vivir místicamente la vida. Vivir místicamente la vida es vivirla con un sentimiento de amor sagrado y puro, bajo la convicción de que el mundo es una creación divina cuyo Autor sagrado se convierte, tanto para el contemplativo, como para los santos, místicos y teopoetas, en la fuente de la Llama viva, centro emocional, volitivo, imaginativo y espiritual de cuanto siente, hace y crea quien vive bajo la Llama sacrosanta de la inspiración divina. Por eso el místico es altamente sensible y compasivo con todo. Lo siente todo, lo sufre todo, lo goza todo, lo vive todo y lo ama todo. Cosas, plantas, animales, humanos, estrellas y ángeles para los místicos, que tienen una alta conciencia de lo divino, son emanaciones del Altísimo. Por eso el místico asume la naturaleza de lo viviente como fuero, eco y cauce de la Potencia divina. Y con ese sentimiento teopático profundizan, con amor y sabiduría, en el sentido de la Creación y, consecuentemente, buscan en todo al Padre de la Creación ante Quien se rinden con devoción sagrada.
Los místicos sienten y expresan el sentimiento de lo divino mediante una actitud de sacralización y pureza seráfica, y en todo sienten a Dios, y en su obra lo proclaman con dulzura infinita. Y están convencidos de que todo viene del Todo, y todo vuelve al Todo, como dijera el antiguo pensador presocrático Heráclito de Éfeso. Por eso los místicos viven impregnados de la singular llama del entusiasmo, vocablo griego procedente de la expresión en Theos, que significa ‘en Dios’, pues ese “estar en Dios” equivale a sentir la energía divina en el fuero de la propia conciencia, por lo cual el místico siente un gozo en su interior, y ese sentimiento jubiloso se manifiesta en una expresión de amor. En virtud de que el místico vive bajo la llama de lo divino, con esa onda sutil de comunión mística, siente y disfruta el gozo de saberse bendecido de Dios, para quien vive, ama y crea, como lo ilustra en su vida y en su obra el teopoeta Fausto Leonardo Henríquez.
El sentimiento de amor divino, una emoción jocunda y entrañable, como es el entusiasmo desbordante de contemplativos, santos y teopoetas, brota de un corazón amartelado a lo divino, es decir, fraguado con amor puro, troquelado con la sagrada llama de la inspiración divina. De ahí la sensación del místico de sentir que vive dentro de una concha iluminada con la sagrada Lumbre. Por eso el apóstol Pedro, en medio de la vivencia mística de la transfiguración del Tabor, le dijo a Jesús: “Maestro, qué bueno es estar aquí…” (Luc., 9, 33-35).
Por eso, al poetizar y proclamar el estadio sagrado de su experiencia mística, los teopoetas procuran, como lo hace Fausto Leonardo, lo siguiente:
- Mostrar la llama de la experiencia mística que viven durante el arrebato espiritual de la vivencia teopática en su conciencia.
- Dar a conocer el fuero sagrado del Nous, fuente de la sabiduría divina registrada en los predios celestiales de los mundos sutiles.
- Expresar la prologeia de la conciencia y el protologema de la teopoética con la expresión divina de la realidad trascendente.
- Enseñar que hay singulares estadios de los mundos sutiles a los que llegan los místicos, santos y teopoetas durante su conexión espiritual con la fuente divina, de la que conocen mensajes del tesoro sagrado.
- Comunicar imágenes y verdades de muy antiguas esencias procedentes de la sabiduría mística del Nous.
La creación teopoética de Fausto Leonardo Henríquez
En mi obra Poética del Interiorismo (Moca, Ateneo Insular, 2015) consigné tres instancias de la creación poética: la realidad real o la sensorialidad de las cosas; la realidad subjetiva o el interior de la propia conciencia; y la realidad trascendente o la dimensión sutil de los efluvios sobrenaturales. Esas tres instancias las ilustran en su creación poética tres de nuestros poetas interioristas: Yky Tejada aborda la realidad sensorial; Fausto Leonardo enfoca la propia conciencia; y Rocío Santos trata la realidad trascendente.
En efecto, Yky Tejada se instala en la sensorialidad de las cosas, y desde esa instancia objetiva se compenetra con el sentido de lo viviente a la luz de su experiencia mística que experimenta y plasma en su creación teopoética. Fausto Leonardo se instala en el fuero de su conciencia, y desde su interior evoca y recrea su experiencia mística, que formaliza en su creación teopoética; y Rocío Santos se instala en el dintorno de los fenómenos sobrenaturales y, desde su conexión con los efluvios trascendentes, vive y canta su experiencia mística que revela en su creación teopoética.
Fausto Leonardo Henríquez, teopoeta por la gracia de Dios, tiene desarrolladas la inteligencia sutil, la capacidad creadora y la espiritualidad refinada con el aval intelectual, estético y espiritual para escribir poesía mística adobada con la dolencia divina, el amor puro y la sabiduría sagrada. Y en virtud de esa singular categoría, Fausto Leonardo disfruta de tres singulares gracias que reciben los privilegiados del Espíritu: la gracia poética, la gracia mística y la gracia sacerdotal. En su función sacerdotal, actualmente es vicario parroquial en las Parroquias Inmaculado Corazón de María y Sagrada Familia en Palma de Mallorca, de las Islas Baleares.
Los teopoetas, como los iluminados, místicos y santos, buscan la unión con la Divinidad, lo que manifiestan en su conducta, su palabra y su creación. El don de la poesía mística es una gracia divina de alta alcurnia espiritual que formalizan los que han desarrollado la prologeia de la mente sutil y conocen el protologema de la creación teopoética como expresión de la dotación sagrada de su experiencia mística, como lo plasmaron san Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús y fray Luis de León, grandes teopoetas de la lírica española.
Nuestro poeta interiorista del Ateneo Insular nacido en La Vega, bautizado con los nombres de Fausto Antonio y formado en la Congregación de la Misión de los Paúles y consagrado sacerdote de la Iglesia Católica, ha evidenciado en su creación teopoética que tiene las condiciones intelectuales, estéticas y espirituales para crear poesía mística, estudiarla y promoverla, como lo han hecho otros poetas del Movimiento Interiorista, entre ellos Freddy Bretón Martínez, Tulio Cordero, Yky Tejada, José Frank Rosario, Fausto Leonardo, Roberto Miguel Escaño, Jit Manuel Castillo, Carmen Comprés, Carmen Pérez Valerio, Ofelia Berrido, Gloria Nolasco, Rocío Santos y Juan Santos. En efecto, Fausto Leonardo tiene la inteligencia sutil, la sensibilidad trascendente y el lenguaje de la creación teopoética. Y, desde luego, tiene también la condición inexorable e inconmutable de los teopoetas: la experiencia mística, la fe en la Divinidad y la dotación sagrada de la creatividad, de la que da cuenta en sus textos de poesía, ensayo y ficción.
Los poetas místicos hacen de su vivencia divina y su experiencia mística el motivo central de su creación, como lo ha hecho este agraciado poeta dominicano galardonado con el Premio de Poesía Mística otorgado en Roma. Los teopoetas usan el poder de la palabra para canalizar su experiencia espiritual, y se valen de la creación poética para formalizar su experiencia mística y su sabiduría sagrada. Y abren su inteligencia sutil para sintonizar los efluvios de la trascendencia en cuyas manifestaciones estelares, cifradas en voces, estelas, murmullos, fragancias y llamas, encauzan los mensajes de la sabiduría mística emanante de las señales misteriosas del Nous.
En efecto, Fausto Leonardo Henríquez es deudor estético y espiritual de san Juan de la Cruz, el patrono del Ateneo Insular y, conforme la Orden Consagratoria del papa Juan Pablo II, que también era un alto poeta místico conocido con el nombre de Karol Wojtyla, designó al santo místico abulense patrono de los poetas.
Según revela su creación poética y su valoración de lo trascendente, Fausto Leonardo ha intuido y conocido la dimensión sagrada de fenómenos y cosas, y desde niño aprendió, mediante la formación cristiana en su hogar y la formación religiosa de su iglesia, la existencia de la presencia divina en el mundo, que siente en su corazón y plasma en su creación.
En carta fechada en Valencia, el 8 de diciembre de 2008, el sacerdote-poeta me escribe y me comunica lo siguiente: “Los poemas de los Gemidos del ciervo herido son el resultado de unos cuatro años de vigilia. Están escritos, no al azar, sino con la clara visión de comunicar “estados del alma” en comunión con Dios. Muchos y diferentes son estos estados y, por tanto, las emociones y vivencias que reflejan. Hay poemas escritos en el marco de los Ejercicios Espirituales que hago cada año, y otros han ido surgiendo en el día a día. Gemidos del ciervo herido nace de mi experiencia cristiana de Dios, que supongo será, con los años, cada vez más profunda o, si se quiere, diferente” (Correo electrónico de Fausto Leonardo a Bruno Rosario Candelier, Valencia, España, 8 de diciembre de 2008).
Después de leer el poemario, le escribí al poeta interiorista mis impresiones iniciales y, entre otras cosas, le dije que su hermoso poemario tiene el tono bíblico de los salmos, con un encanto remozado y refrescante, y que en virtud de su petición y plegaria, tiene también una dimensión religiosa con una clara connotación mística. Le comenté que el poemario recrea, de manera rediviva y elocuente, la simbología religiosa, bíblica y mística, con la carga cultural de su estirpe literaria, ilustrada en poemas como “Tengo sed”, “Aguijón” y “Odres nuevos”, que recrean y actualizan inveterados referentes bíblicos en fecundas vivencias espirituales actualizadas. Subrayé en la susodicha misiva que desde la publicación de Los profetas, de Máximo Avilés Blonda, entre nosotros no se había escrito un libro que tocase, desde la onda de espiritualidad sagrada, la cuerda bíblica de la plegaria religiosa, con la hondura y la belleza como se manifiesta en Gemidos del ciervo herido, hermoso exponente con alto aliento poético. Asimismo destaqué la inspiración espiritual y mística en poemas como “Pentecostés” y “Reminiscencias”, que reviven el estadio del rapto extático que entraña la experiencia mística. Ponderé la honda y luminosa reflexión espiritual que alienta el sentido religioso y místico de este singular poemario, en el que vibra y fluye del alma del hablante lírico la ternura espiritual patente en todo el poemario.
En efecto, en la obra poética de Fausto Leonardo Henríquez (Gemidos del ciervo herido, Madrid, Fundación Fernando Rielo, 2012) el poeta asume como voces del protologema los vocablos viento, ángel, rayos, espejos, niebla, llama, búho, eco, águila, voz, soplo y luciérnaga para formalizar la situación vivencial que asume como sustancia de su creación, y en los poemas bajo el título de “Ejercicios del espíritu” revela un estado inquietante ante la angustiosa realidad que lo apela como señal de un mundo distante de lo sagrado, en contraste con las vivencias espirituales de su conciencia en medio de adversidades y acechanzas:
La tierra levanta el alma. Es más fría
la soledad en las nubes.
Ando en busca de tu senda,
mas la bruma oculta el meridiano.
Oigo el lenguaje del viento,
el batir de alas del ángel,
mas yo aquí cato
el vino de mis soledades.
Oh, Verbo, haz saltar
la escarcha que vela el alba. Caiga
mi sombra, crujan mis insomnios,
llamee este silencio y cobren vida
estas paredes que oscilan.
Altura que aclara mis ojos,
verdea los abismos, haz que nombre
lo que mis entrañas balbucean.
Mediante rayos y espejos, el visionario del misterio inmerso en la bruma, durante su viaje por los predios invisibles describe el panorama del más allá:
Pasemos al umbral, salgamos de esta pirámide.
Decae el día con su pesadez,
la bruma anida el resto de lo que hay de mí.
La humillación le llegó a la tarde. No saben
de gloria los últimos rayos diluidos
en el espejo vespertino.
Avanzo sin tregua por el laberinto,
abro puertas sin llaves para el regreso.
Los muros de castillo de este monte
en que reverbera el misterio,
poseen la paciencia
de la eternidad.
En cada piedra palpita el origen del mundo,
la fuerza de la vida de los que erigieron
esta cumbre.
Muero con la tarde. No llevo nada
a la tumba: ni reloj ni llanto.
En plena niebla de su visión especular, mediante las voces del protologema (viento, niebla, llama, búho) el poeta invoca la protección del Espíritu contra las fuerzas del Maligno, personificado en el búho, y, confiado en que la luz puede más que la sombra y que la oración atrae el aliento sagrado de lo Alto:
El desierto de la noche
se arremolina en la ventana. Es tu Espíritu
el que arrastra la escoria, el que blande la Llama
en medio del abismo. Expectante el búho
repasa sus recuerdos. No hay tramo del tiempo
en que el alba no aparezca despierta,
cargada de luz y nostalgia.
Estas lápidas conocen bien los rezos, las súplicas,
las penas. Aquí son largas las agonías, limpias
las vestiduras. Sumergido el cielo
en el abrazo, engendra una porción
de gloria.
En su evocación de la imagen bíblica del pozo, que Jesús de Nazaret enalteciera con la presencia de la Samaritana como referente deíctico del manantial divino, sutil simbolización de la sed espiritual en la conciencia humana, atiza la poetización sagrada de nuestro sacerdote-poeta:
El manantial inagotable se esconde
en lo profundo de la oscuridad; el eco
de la vasija que sondea las entrañas intangibles
advierte cuán inmenso es el cielo que, allá,
en el corazón del pozo, se esconde.
El pozo espera a la Samaritana; día
y noche su boca exhala el aliento cristalino
de la vida. Quien bebe de este pozo, bebe luz.
El misterio fluye en lo insondable.
Yo, como el cántaro, me precipito
tras el interior secreto del pozo,
sin más alas que la fe.
La experiencia mística del Tabor, que según el relato bíblico vivieron Pedro, Santiago y Juan con Jesús, es una referencia de alta sabiduría mística que los cristianos viven en su contemplación espiritual para sentir la Llama de lo Alto que enciende su alma en el estadio sagrado de compenetración religiosa y mística, que viven santos y contemplativos, que la teopoética remoza con la expresión de esa vivencia sagrada, según la plasma nuestro poeta:
La nube engendra la visión. El viento habla,
el Tabor eleva la brizna que soy.
El cielo se oye en esta tienda.
El tiempo, presagio del alba,
cambió de rostro.
Bajaré a la llaga, al dolor de la cáscara.
El ascenso es el descenso.
Allá abajo, en el llano, el monte
se esconde en el ojo triste. La voz
de Dios se oye en la esperanza rota,
en el agujero de la carne.
El ángel tañe las campanas, mas yo regreso
a la herida, al mar de Galilea.
Una brasa en mis labios
basta para incendiar el castillo. Otra es el águila
en su mirada, otro el sol en el meridiano.
Los libros de poesía de Fausto Leonardo, que superan la decena, son un canto de alabanza al Creador desde la intuición de su conciencia mística hasta la revelación del misterio. Y al engarzar en la palabra la belleza de la forma, entroniza en su lírica la Llama que ilumina y la Voz que edifica.
Este exquisito poemario místico, Gemidos del ciervo herido, Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística 2009 que ganara el sacerdote católico y poeta interiorista de la República Dominicana Fausto Antonio Leonardo Henríquez residente en España, recrea la experiencia mística de la conciencia, tal como la viviera nuestro admirado compatriota en su encuentro con lo divino, en cuya creación teopoética revela que ha disfrutado momentos sagrados de elevada estirpe divina:
Todas las colmenas de abejas son este aguijón.
Me duerme con su cicuta, se ríe
de mis fuerzas. Burla de mis plegarias
es este gusano que recorre mi habitación.
Da coces contra mí como un animal.
Este aguijón es del tamaño de mi cuerpo.
No se cura extrayéndolo. Duele más
extirparlo que su furia.
El poeta evoca la pasión de Cristo en el Huerto de los Olivos y, en su recreación imaginaria -tal vez real en la frecuencia psíquica de la dolencia teopática- revive el dolor del Nazareno en el centro mismo de su corazón, y al sentir lo que padeció su Maestro, inspirador y guía, nuestro poeta experimenta la dolorosa pasión del Pastor de Galilea en su propia interioridad:
No hay huerto de olivos en que no me haga sudar angustia,
ni cruz en que no me haga sentir abandono.
Oh espada del tábano, ¿por qué provocas mi frente?
¿A qué viene tu filo en este meridiano?
El aguijón -no es materia- pulula en mi cuerpo
con Tizón goteando furia.
Un punzón husmea mis llagas.
Con el simbolismo del lenguaje bíblico, las referencias bucólicas de viñedos y odres con la imagen traslaticia del vino del costado sagrado, reminiscencia de sabor patriarcal y del vocabulario patrimonial de cuño neotestamentario, el poeta rememora la pasión que enciende la fe de los cristianos:
A esta vasija le puedes contar
las costillas por donde mana
la nostalgia del agua como un gemido
de ángel.
Este odre sin vino, secos
los labios, tristes los párpados, atisba
el viñedo. Mójale la lengua con fuego,
alégrale el paladar
con el lagar del cielo.
Odre viejo, párate a la orilla
del camino, y grítale fuerte al Viñador:
¡Dame de tu cáliz!
Y hará nuevas tus entrañas,
y niñas tus puertas. Verás
nacer tu vejez, renovarse
el otoño de tu sepultura.
Odre nuevo cocido en la Palabra,
revestido de agua, ornado
de vino que mana
del costado del Verbo.
Odre nuevo, fiesta de uvas
caídas del cielo.
El poeta se imagina expulsado del Paraíso, y en su búsqueda anhela recobrar su condición edénica, su estadio original, su fulgor primigenio para sentir el primor de la Creación y revivir el fulgor prístino de lo sagrado:
Volvamos otra vez al origen,
al amor primero, al soplo de bondad
que abrió mis pulmones. Seamos amigos
otra vez, que los peces me nombren,
las aves me gobiernen y los animales
canten tu gloria.
Hice gemir la creación, la humillé, la ensordecí.
Recréame en la semilla, en el polen, en el árbol
del centro. Invierte las coordenadas y hazme iris,
alianza de los ríos. Volvamos
a ser amigos, Padre, hazte alfarero, para que
se haga la luz y Eva me sonría y no me avergüence
de mi desnudez.
En su poetización de la experiencia mística, el poeta recrea el misterio de la Deificación de la conciencia al influjo del Ruah que aletea en el hondón de su conciencia –fuego, viento, ángeles– mediante el estremecimiento de fulgores de quien recibe, embebido y extasiado, la Llama del Paráclito:
Revestido de blancura,
de humana luz sin fin,
vivo esta mañana,
la séptima de la Creación.
Hoy está más limpio el pensamiento,
mana sutilmente el agua en el abismo.
Un viento suave lame mis oídos. Se agita
el fuego en la cueva que es fuente.
Yo qué puedo hacer si esto que bulle no es fango.
Algo eterno arde en la finita habitación que me dieron.
Anda Él, hiriendo la casa,
por estas latitudes que queman.
Poseído, recito el aleteo de los ángeles.
Ya no quedan noches.
Efectivamente, “Ya no quedan noches”, se ha disipado la sombra, se ha transmutado la dolencia y ha llegado la Luz. Fausto Leonardo Henríquez recrea la experiencia mística de la conciencia como signo y dación de la gracia divina, y su creación teopoética perfila y reformula el sagrado fulgor que embriaga los sentidos, y la gracia transformante que fascina y enamora.
Bruno Rosario Candelier
Academia Dominicana de la Lengua
Moca, República Dominicana, 1 de mayo de 2020.