La pasión seráfica de Martha María Lamarche: sabiduría mística y creación teopoética

Por Bruno Rosario Candelier

 

A

Karina Sánchez Campos,

Cultora de los ideales que trascienden.

 

Martha María Lamarche vino a la vida en la capital parisina con el advenimiento del siglo XX, en el año 1900, y en el 1935 publicó su primer poemario, Cauce hondo, donde anunciaba la veta sagrada de su visión mística del mundo, que reiteraría en Retozos de luz (1950) y en otros poemas publicados en periódicos y revistas.

Sebastián Robiou Lamarche, sobrino de la poeta, escribió: “Martha había sido una mujer de mucha sensibilidad, de una inquieta búsqueda espiritual y de un firme propósito de trascendencia cultural” (1).

En el enjundioso prólogo a la obra poética de Martha María Lamarche, la poeta dominicana y académica de la lengua Ángela Hernández, afirmó: “Martha María Lamarche, a lo largo de su vida, procura gestar una armonía, una forma de unidad y trascendencia que, en lo recóndito, le resultará ardua, demostrándose, una vez más, que ciertas honduras e inquietudes humanas solo encuentran alivio y manifestación por los senderos del arte, la música y la poesía. Lo cierto y patente es que en la poesía de Martha María Lamarche, caracterizada por la concisión, el lirismo y la firmeza expresiva, el misticismo y la emoción religiosa exhuman una delicada sensualidad” (2).

Cultora de arte, militante de la fe religiosa y creadora de poesía mística, Martha María Lamarche se mantuvo al margen de las estridencias sociopolíticas. Ángela Hernández lo dice así: “Tal vez ella, como Emily Dickinson, eligió ignorar las turbulencias del mundo y recluirse en otra suerte de ático, que no la separaba del prójimo, pero sí de los asuntos extremadamente perturbadores de la vida pública”. Y añade: “…en dos poemarios inéditos, En desbocado símbolo y Vino de Engandi, en donde su poesía conquista singularidad, al ofrecer una nítida lectura de los movimientos de su vida interior, perfilados en dos líneas de creación: la existencial y la mística” (3).

Y Julio Jaime Julia consignó: “Martha María Lamarche fue un alma de excepción, un temperamento exquisito que aportó al medio en que le tocó actuar el acervo de su generosa riqueza de espíritu, el patrimonio de la trémula sensibilidad que distinguió como rasgo sobresaliente el tesoro de su ceñida obra creadora, el decoro de su genuina aristocracia mental” (4).

 

La sabiduría mística de Martha María Lamarche

Es cautivante la visión mística del mundo que aflora en la creación poética de Martha María Lamarche. Digo cautivante por la firme vocación religiosa de la agraciada poeta capitaleña. La creación poética tiene una dimensión intelectual, afectiva y espiritual y, cuando el aliento trascendente atiza la sensibilidad de su creador, suele concitar la dimensión mística de lo viviente.

La intuición de una inteligencia sutil y una sensibilidad estremecida explica la hondura estética y espiritual de la lírica teopoética de Lamarche. En su creación, como en su concepción intelectual y estética, lo que le da razón y sentido a la vida posa con el aliento expresivo de sus vivencias y el caudal revelador de sus intuiciones. Para Martha María Lamarche era importante despertar la conciencia espiritual, la base donde suele posarse el sentido de la vida.

La valoración de lo sagrado como expresión y reflejo de lo divino afloran en la lírica de esta agraciada mujer. La dimensión inasible de la angustia y la indolencia es en Martha María tema de su creación, que amasa con lenguaje refinado y simbólico, y su actitud aflora como signo y eco de su opción espiritual y su destino trascendente. La soledad que nace de la convicción, la fe que amortigua la apelación erótica, la entrega consagrada a un ideal espiritual canalizan su pasión entrañable, y en su obra fluyen, a veces subrepticiamente, a veces matizada en emociones abiertas, los sentimientos de una mujer que hace de su arte, de su fe y de su vida el lábaro sagrado de un aliento superior. El fuego sagrado y el júbilo interior que revelan su creación teopoética encarnan la llama sagrada y la pasión seráfica de la creatividad lírica, estética y simbólica de esta grandiosa creadora. “La voz silencia” refleja ese aliento consentido que enciende su sensibilidad y atiza su conciencia:

 

Si Tú no estás, la voz silencia

y el tacto hiere la armonía.

La luz y el aroma cimbrean

en la hendidura de la arboleda,

y no hinchen de vida el arrullo del nido.

El viento no decora la canción,

y en los vitrales la fría luna

en la extensión vacía de la noche llora.

 

Si tú no estás, la voz silencia.

Te quiero…y ¡absorbido!

Lleno de calor, irradiando dentro de mí,

como los abismos de sagradas eflorescencias

vibrantes en las venas mías

en un gigante rutilar de vida.

(En desbocado símbolo, p. 46).

 

Políglota y creadora, nuestra poeta cultivaba la pintura, tocaba el piano, dibujaba y escribía poemas, que endosaba a su fervorosa práctica cristiana, pues asistía a misa cada día y compartía con su familia de la alta clase capitaleña su saber, su sensibilidad estética, su vocación espiritual y su sentido humanizante y trascendente. “Herido el cerebro” con las irradiaciones estelares de la trascendencia, Martha María Lamarche tuvo experiencias místicas, que describe en “Felicidad”, y probó las “uvas divinas” con el vino de Engandí y, embriagada de amor y del éxtasis místico que su vocación contemplativa disfrutaba bajo el hechizo de la luz, alumbraba su conciencia con el conjuro de la dolencia divina y el entusiasmo del aliento superior de lo sagrado, como se puede apreciar en “Vivo”:

 

Vivo embriagada

y llena de ti…

pues me das el vino

de cada viñedo.

 

Vino de tus uvas,

vino de Engandi,

dado de tus manos

por cada denuedo!

 

Que alocada estoy

y fuera de mí…

pues bebo delicias

y tu dicha heredo.

 

Dado por tus manos,

dado a mí…

Mira que aturdida

¡y arrobada quedo!

(En desbocado símbolo, p. 60).

 

La dimensión interior de su lírica, fecunda y luminosa, da cuenta de la mente sutil de la agraciada poeta y del talento creador de su inspiración mística. Las imágenes visuales, sonoras y pictóricas de su lírica revelan su sensibilidad estética, que potencia la obra de su talento poético, fraguada bajo la orientación mística de su espiritualidad católica, índice y cauce de elevada conciencia trascendente, como lo ilustra el poema titulado “Felicidad”:

 

El aluvión de cosas y de seres

siempre atrás, atrás se han de quedar;

ya nada enturbiará mi eterna dicha,

nada, ni nadie, nunca ya jamás.

 

El que dibuja de oro las auroras

y en sangre los ocasos… y al azar

entorna y cierra los azules cielos,

y siempre da, da de su lagar.

 

Ahora, me ha cogido en su regazo,

-aprisco de rumores sin tallar-

y al estrecharme fuerte entre sus brazos

me hizo sentir de su alma el palpitar.

 

Ya nada enturbiará mi eterna dicha

nada, ni nadie, nunca ya jamás…

(En desbocado símbolo, p. 62).

 

“Mi amado”, título de uno de sus poemas, es también la expresión con que la poeta nombra al Padre de la Creación, y sintiéndose la nada entre la nada, la emisora lírica de estos versos, impregnada de la luz de la sabiduría mística, revela lo que da sentido y coherencia a la vida espiritual de la contemplativa poeta, que es el amor:

 

Silencio y medito. Profundo misterio

en que solo veo la nada de mi vida,

y un piélago inmenso que todo lo absorbe

su vida infundiendo la vida en mi ser.

 

Y viene tan bello el Amado mío,

que todo bullicio en redor se acalla,

se juntan las manos, los ojos se entornan.

¡Por dentro la estancia es árbol florido!

 

Y como el pinar me he prendido toda.

¿Por qué si eres Alba has prendido así?

…Al besarme Tú el nimbo de oro

¡de tu blanca veste se ha trocado en luz!

 

Y del que llegó de prístino albor,

tan quieto y callado, tan suave sin par,

quien, luego, dijera volcán en su pecho

¡y que su habla torna en fragua de amor!

(En desbocado símbolo, p. 63).

 

El júbilo que impregna el corazón del místico ha enardecido sus alas en el corazón de nuestra poeta, pues habiendo bebido el vino sagrado del Amado su vida florece con la lumbrosa savia de la fuente eterna, impregnada “del efluvio raro” del divino embrujo, hecho entusiasmo vertido en la expresión sonora del alma tocada por la luz:

 

Ya no hay murmurio en mi palomar,

el leve retozo, el vuelo fugaz

de las blancas alas, reposando están

junto al verde borde del cáliz en paz.

 

Y estoy como vaso ardiente de sed;

¡Contiene mi vida un gran florecer!

Un ansia infinita de reverdecer

en esta mañana de dulce embriaguez.

 

Del efluvio raro brotado de Ti,

creció la corola apretada en mí.

No hubo mes más bello que este de abril,

pues toda aromada del Amado fui.

 

Y ahora, yo soy como estrella azul,

dorada de vida, mecida por tu

olímpica mano; que con gran quietud

lleva en las entrañas tu carga de luz.

(En desbocado símbolo, p. 65).

 

Con En desbocado símbolo (p. 68), la búsqueda mística refleja una senda de luz y de sombras, que subyace en la fuente del decir místico:

 

Senda de fraguas: hace mucho tiempo

renazco en cada reverberación

de tus rojizas y candentes luces

que encajan lenguas en mi corazón.

 

Y no sabes que entonces soy hermosa…

porque preludio el cándido arrullar

del ave que reposa en breve instante

y el vuelo emprende sobre ignoto mar!

 

Y yo pregunto a las rojizas fraguas,

porqué besan con fuego el corazón…

y siento que ellas con delirio me aman

y quieren rosas de mi floración.

 

Y por este minuto de martirio

que da la gloria efímera y audaz,

sendero que mis pasos vas cerrando,

bendito sea por la eternidad!

 

El lenguaje arquetípico, el del protoidioma de la creación, con el formato expresivo de la mística y el protologema de la teopoética, alienta la más excelsa creación, que aflora, rediviva y elocuente, la voz lírica y mística de Martha María Lamarche:

 

Acuérdate, ¡oh Amado!

que en horas bonancibles,

en susurro amoroso

me he revelado entera:

ya no entiendo el porqué

de los vientos que queman,

de los vientos ligeros,

de los que van alegres…

¡Acuérdate!

Ya no entiendo el porqué,

¡oh Amado divino!

Solo tu antorcha veo

en el mar infinito,

solo tu amor siento

en tibia llamarada

dentro del corazón

(En desbocado símbolo, p. 69).

 

En el trasfondo de toda creación subyace el soplo del aliento primordial de lo viviente, que la lírica de Martha María Lamarche asume y recrea en “Como la espiga”:

 

El alma se balancea

al soplo de la brisa;

como la espiga.

 

En busca de luz alza

el tallo de su inquieta y frágil vida,

como la espiga.

 

Para que el Sol dibuje

de oro sus granos que el viento abanica,

como la espiga.

Luego, el raudal de oro

se desparrama prófugo en la vía,

como la espiga.

(En desbocado símbolo, p. 74).

 

La iluminación mística, que atiza la sensibilidad y enciende la conciencia, abre la inteligencia a la más luminosa de las apelaciones trascendentes, como se manifiesta en “Mi vaso”:

En el agua estancada

del vaso de mi vida

hay reflejos del gran azul

con centellas de oro… ¡las estrellas!

 

Y el verde del boscaje

y el plumón blanco de las nubes

a veces, la hacen semejar

el cuadro de un exótico pintor.

 

Rebota el agua

cuando la brisa la acaricia fuerte,

y entonces, de mi gran vaso floral

se desparrama lo superfluo

y cae a tierra musitando quejas

(En desbocado símbolo, p. 78).

 

Los místicos sufren ataques bestiales de las fuerzas malignas del Averno y, en virtud de las coordenadas de sus células cerebrales, abiertas para percibir las irradiaciones cósmicas, son embestidas por diversas entidades mediante presiones, tormentos, aullidos, visiones que los contemplativos sufren y debilitan la resistencia de sus nervios. En “Viento” la poeta revela que mediante la furia de la brisa una fuerza extraña pretende abatirla:

 

Viento: llegas tan fresco, suave y reposado,

que adormeciendo vas mi pensamiento;

Viento, que las mejillas hazme refrescado,

¿de qué país tan bello llegas alborozado?

¡Mira, como has puesto mis cabellos!

Viento, inútil es que ahora al hogar

entres y hagas crujir el ventanal;

¿piensas tú que tu aullido he de temer?

Me rio y digo: ¡déjame ver!

Viento, mis manos y mis pies has vuelto fríos;

pero en mis pensamientos

voy musitando locos versos míos

(En desbocado símbolo, p. 84).

 

En el epílogo del libro En desbocado símbolo, Sebastián Robiou Lamarche rezuma el ideario espiritual de su ilustre tía: “En pocas palabras, para Martha María Lamarche la poesía era el medio para alcanzar a Dios” (p. 133). Lamarche hizo de la creación poética no solo el cauce de su sensibilidad estética y espiritual, sino el fuero de su más alto aliento, la vocación teopoética, índice de su sabiduría espiritual y lábaro de la llama fecunda de su vocación sagrada. Impregnada del rayo sagrado del amor divino, a Martha María le bastó esa llama sutil en su corazón para sentir el fulgor de lo viviente y darle sentido y dirección a su vida, centrada en la pasión divina. En “La lectura ahogada” aflora el aliento apocalíptico que la poeta combina genialmente con la orientación mística de la Khábalah, la frescura estética del Simbolismo y el rejuego popular de la jerigonza:

 

Solo quedamos la superficie plana

de la Torre de Babel.

Los números eran siete. Túnel de un camino

irremisiblemente largo y quebrado.

Sonámbulas de siete ojos pares,

cansadas de la muerte de cosas que encadenan,

arrojamos números a la atmósfera,

números geométricos, y construimos

ciudades cubistas con torres y puertos de mar.

Lágrimas del viento goteaban dentro,

y la piedad se desdobla fuera…

Y el eco, en su divertimiento revelaba

estos siete signos en simbólica luces:

bajo las volutas azules, una fronda dorada,

en la fronda, un pálido rayo lunar,

en la luna, misteriosos guiños de almas,

en las almas, la ardilla danzarina y locuaz,

en la danza, aleros de techumbres rojos,

en los aleros, una gota incorruptible de agua,

y en el agua, el naufragio del triste Pierrot…

Sonámbulas de siete ojos pares,

solo quedamos la superficie

 plana de la Torre de Babel.

(En desbocado símbolo, p. 49).

 

La idea de la nada activa en la poeta una intuición mística con hondura sutil:

 

Nuestra nada es arcilla de eternidad.

 

Sugiere esa expresión que somos barro con alto destino. Y también recrea a la conocida teoría de que Dios crea de la nada. En este poema la poeta retoma antiguas enseñanzas pitagóricas y bíblicas, y fluyen en su visión mística del mundo verdades con muy sabias esencias, índice de que la autora tuvo acceso al Nous, fuente luminosa de antiquísima sabiduría mística, según manifiesta en “Salmo de nuestra nada”. Vale la pena subrayar el acierto espiritual de su intuición mística:

 

Nuestra nada es arcilla de eternidad,

Dios baja a nuestros valles

y hace de ellos cordilleras de su gloria.

Nuestra nada es silencio de los mundos.

Silencio en los éxtasis,

silencio donde solo sopla el latido universal.

Nuestra nada es fuente de agua

en espíritu de holocausto,

holocausto cruzando a la eternidad.

Nuestra nada es milagro de acción,

amor universal, abecedario de letras,

ciencias, artes, filosofía…

Génesis de inspiración, poliedro de luz.

Nuestra nada, es orfandad de soberbia,

es órgano en manos del Hacedor,

verdad, raíz, victoria, fecundidad de soles,

movimiento perfecto de una secreta ley armónica

que es su principio y su fin.

(En desbocado símbolo, p. 51).

 

El trigo, vocablo con simbólica connotación cristocéntrica, fecunda la inspiración de esta iluminada cultora de la lírica teopoética:

 

Con este trigo llovido ahora es mi regreso,

yo he de hacer coda de eternidad para mi cabeza.

No es bronce, ni hierro, barro ni arcilla,

es trigo en flor, suave y fino

como el querer del viento alígero

que en espirales va ensortijando

las manos frías que están desnudas.

Con este trigo sabré obrar con humildad.

Oh sé: no es jugar, lanzar al aire nieblas quiméricas.

Discierno el Ser de esta gran dádiva.

Sé que podría, formando lirios, llevarlo oculto.

Pero yo sé que el trigo henchido es llama pura

de la materia crujiente y hosca por el dolor…

con este trigo llovido ahora en mi regazo,

y esta compacta raíz que implora,

y esta ignota fuerza que rige,

y este saber firme que asienta,

y este torrente ágil que llama,

y el movimiento siempre ascendente

de este querer con el querer divino…

Con este trigo llovido ahora en mi regazo,

yo he de hacer coda de eternidad / para mí.

(En desbocado símbolo, p. 52).

 

Elocuente signo de la voz secreta del Cosmos y del aliento sublime de lo Eterno, como en “Olvido de luz y de penumbra”:

 

 

El silencio existe en la inaudita sombra

de la voz exaltada,

quisiéramos hablar y el silencio solloza,

quisiéramos gritar y la voz se nos ahoga.

Tras la viva luz de los mediodías

el silencio vive en la ceguera violeta

de la pupila levemente apagada.

El silencio tras los vagos temblores

preludia el prodigio de los cauces reales,

y la poesía es silencio fluido de milenios distantes

madurado en el tiempo de luces.

El silencio de la soledad,

en los olvidados jardines interiores,

es cintillo del ocaso en penumbra.

(En desbocado símbolo, p. 54).

 

La creación teopoética de Martha María Lamarche expresa un canto de amor con el fervor que la poeta dominicana vive en su experiencia espiritual ante el esplendor del mundo. Imaginación fecunda y luminosa en la fragua de sus figuraciones estéticas, y también cauce de la sagrada sabiduría espiritual mediante las irradiaciones estelares de ardorosa inspiración divina.

 

Bruno Rosario Candelier

Academia Dominicana de la Lengua

Santo Domingo, R. Dom., 6 de junio de 2020.

 

Notas:

  1. “Presentación” de Sebastián Robiou Lamarche, en Martha María Lamarche, En desbocado símbolo, San Juan de Puerto Rico, Editorial Punto y Coma, 2014, p. 3.
  2. Ángela Hernández, “Las claves y los símbolos de Martha María Lamarche”, En desbocado símbolo, p. 9.
  3. Ángela Hernández, “Las claves y los símbolos de Martha María Lamarche”, En desbocado símbolo, pp. 10 y 12.
  4. Julio Jaime Julia, Haz de luces, Santo Domingo, CIPAF, 1990, p. 50.

 

 

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