Amor a los diccionarios

Por Jorge J. Fernández Sangrador

 

En el loft en el que transcurrían sus días reinaba ese controlado desorden en el que suelen vivir las personas interesantes, al más puro estilo Einstein, al que se le atribuye el dicho de que si una mesa abarrotada es síntoma de una mente caótica, ¿de qué tipo de mente lo es un escritorio vacío?

La impresión de desorden en el domicilio neoyorkino, en Greenwich Village, de Madeline Kripke se debía a que los rimeros de libros se alzaban por doquier. Poseía 20.000 volúmenes, de los que la mayor parte eran diccionarios y obras sobre diccionarios y lenguaje. No faltaban tampoco los retratos de lexicógrafos y los periódicos conservados con la ingenua esperanza de que, en un futuro improbable, pudieran ser releídos, o consultados, u ordenados.

Sus predilectos eran los diccionarios de términos jergales, tan frecuentes entre los angloparlantes, a los que ellos denominan, en su idioma, “slang”. En la biblioteca de Madeline había recopilaciones de los vocablos que usan los cowboys, los marineros, los soldados, los del circo, los estafadores, los carceleros o los vagabundos, por poner solo algunos ejemplos.

La fascinaban las palabras. Cada palabra. Todas las palabras. Cuando era niña, anotaba las que le resultaban nuevas, sugestivas, incomprensibles y significativas. Se las aprendía de memoria. Las repasaba. Supongo que sabría aquello de que para retener una palabra hay que haberla olvidado nueve veces.

Nació, en 1943, en New London (Connecticut), en el seno de una familia judía, aunque creció en Omaha (Nebraska), en donde su padre, Myer Samuel Kripke, era rabino de una comunidad conservadora. De niña, le gustaba estar sola o retirada en su habitación, entregada a la lectura: «Leía y leía y leía y leía y leía”, comentaba.

Hasta que un día, cursando ella quinto, sus padres le regalaron un “Webster’s Collegiate Dictionary”, produciéndose una inflexión en su vida: «Ya podía leer en cualquiera de los niveles que yo quisiera». Fue entonces cuando comenzó a aprender diariamente diez o quince palabras, que apuntaba en un cuaderno y repasaba y repasaba hasta lograr incorporarlas definitivamente a su acervo lingüístico. Y así durante años.

El escritor y pensador estadounidense Ralph Waldo Emerson sostenía que «no es un mal libro, para leer, un diccionario. No contiene banalidades, ni explicaciones superfluas, y está repleto de sugerencias, de materia prima para posibles poemas y narraciones». Lo cual es verdad. Decía Carlo Maria Martini, el jesuita que fue cardenal arzobispo de Milán, que, en su adolescencia, su lectura preferida era la de un diccionario.

Ahora bien, en el cultivo de ese afecto y dedicación al logos juega una función determinante, además de la escuela, la familia. Habría que ver cómo eran las conversaciones a la hora de comer en casa de Madeline, con su padre, Myer Samuel, el rabino, erudito en la escrituras sagradas del judaísmo y en el talmud; su madre, Dorothy, educadora y autora de libros para niños; su hermana, Netta, especialmente dotada para las lenguas, la música y la psicoterapia; su hermano, Saúl, que aprendió hebreo, él solo, cuando tenía 6 años, leyó las obras completas de Shakespeare con 9, escribía teoremas con 17 y ahora es profesor de Lógica y Filosofía en la Universidad de la Ciudad de Nueva York.

Madeline falleció en abril a causa de complicaciones ocasionadas por el coronavirus. Nadie sabe a dónde irá a parar su amorosamente cuidada y especializada biblioteca de diccionarios, a cuyo incremento, clasificación, contemplación y lectura dedicó su vida entera, mostrándose así verdadera hija y heredera del pueblo de Israel, constituido depositario del “dabar” de Dios, es decir, de su palabra, dada a conocer en la biblia, en las tradiciones recibidas de los antepasados y por la diversidad de lenguas con las que nos comunicamos unos con otros.

La Nueva España, domingo 21 de junio de 2020, p. 24

Pedro Alejandro Batista, Genealogía y personalidad de Nicolás de Jesús cardenal López Rodríguez

Por Miguelina Medina

 

“Investigando la historia de los López y los Rodríguez, y escudriñando la forma de actuar de Nicolás de Jesús López Rodríguez, podemos afirmar, sin lugar a dudas, que esta le viene en gran parte de sus ancestros y sus propias vivencias en el seno familiar” (Pedro Alejandro Batista)¹

El autor de esta obra, Pedro Alejandro Batista, «lleva varios años componiendo los troncos genealógicos de la provincia de Espaillat, siendo esta la primera obra en este contexto. Es sacerdote de la Arquidiócesis de Santiago de los Caballeros; ha sido párroco de la Iglesia Nuestra Señora del Rosario de Moca, de la cual expresó el cardenal: “Esta iglesia tiene un significado muy especial para mí familia, ya que muchos de mis ancestros, fueron bautizados, casados y sepultados aquí (Moca, 2011)”», (p. 18).

Expresa el autor que “profundizar en este tema es arduo y profundamente agotador”. Pero, pese a este gran trabajo “agotador” que él expresa, también reconoce que “al mismo tiempo la satisfacción es plena cuando se ha arribado a los objetivos o metas propuestas”. Esta meta alcanzada él la expone concisa y clara: “presentar la genealogía del cardenal Nicolás López Rodríguez, partiendo del origen canario de sus cuatro abuelos, nativos de Estancia Nueva, y, a través de ella, estudiar su personalidad”. Y nos explica cómo llegó a su objetivo (p. 107). Veamos:

Resumen de la investigación (pp. 107-111)

“Lo que se ha logrado en esta investigación”

1.-El autor explica que “lo primero fue presentar el contexto de cómo las islas Canarias han dejado un fuerte legado en la composición social de la nacionalidad dominicana desde el descubrimiento de América hasta nuestros días, y cómo se ha mantenido esta herencia entre nosotros”. Explica, además, que esta herencia “se logra olfatear en las propias costumbres, lengua y habla de varios sectores de nuestro pueblo”. Dice también que se puede observar esta herencia en “el arte culinario y la música de los isleños, sobre todo en los campos de algunos pueblos fundados por los canarios”.

2.-En segundo lugar dice que “para llegar a la demostración de la tesis de que la familia del cardenal López Rodríguez es de ascendencia canaria, recurrimos a los movimientos o recopilación de la parte Este de la isla Hispaniola en los tres primeros siglos de la vida colonial y a la distribución geográfica de las familias canarias en la isla”.

3.-Expresa que de esta manera pudo ver “cómo llega a Moca José Guzmán, el barón del Atalaya, al final del siglo XVIII tras el Tratado de Basilea formando parte de esa prolija familia mocana, que le ha dado grandes hijos a dicho pueblo”.

4.-Además expone el autor: “quisimos presentar los arzobispos, y obispos descendientes de las familias canarias que poblaron esta isla, en cuya tradición se inserta más recientemente el cardenal”.

“Tronco de los López”

5.-Por otro lado, explica el autor: “escudriñamos las primeras informaciones de las familias López y Rodríguez en los documentos escritos a los que hemos tenido acceso y, dentro de lo posible, las hemos enriquecido con datos de los registros civiles y eclesiales a nuestro alcance”. Consigna nuestro autor que “para el año 1721 ya se encontraban estas familias en Santiago de los Caballeros en las Revueltas de los capitanes contra las disposiciones del gobernador colonial”, y “luego en el censo del ganado en 1742”. Dice que “en 1773 se encuentra la pareja de esposos capitán don Gregorio López, tronco canario de los López, y Juana Fernández de Barrios, fundando la ermita de Nuestra Señora del Rosario en Moca, cuyo hijo Juan López Fernández de Barrios es el primer sacerdote titular de dicha ermita, que por razones desconocidas llega a Montecristi en 1783”. Explica que se puede ver “cómo y cuándo se funda la villa de Moca, los troncos de los López, Salcedo y Rodríguez llegados desde la hidalga ciudad de Santiago de los Caballeros, específicamente a las comunidades de Estancia Nueva y Santa Rosa, al igual que varias familias emparentadas con el cardenal”. Entre estas familias menciona el autor a “los Taveras, Guzmán, Torres y Valerio” (refiere el autor a los deslindes anexos para verlos en detalle). Explica que se puede ver también “cómo José Ramón López Fernández de Barrios, uno de los hijos de don Gregorio y Juana Fernández, se ubica en San José de las Matas, formando esa hermosa familia en la sierra”; y cómo así llega “a Manuel López Fernández de Barrios, otro hijo de don Gregorio, quien casa con Lorena Fernández Rodríguez, cuyo hijo José Ramón López Fernándeztatarabuelo del cardenal y muy conocido como Ramón, nace en Estancia Nueva aproximadamente en 1795”; allí este “casa con Gregoria Pérez Rodríguez y nace entre sus hijos José Ramón López Pérezbisabuelo, conocido como José, quien casa con Josefa Caba Guzmán”, quienes son “los padres de Segundo López Caba, abuelo paterno del cardenal, quien nace en Estancia Nueva el 13 de mayo de 1860”; este último “casa el 6 de julio de 1894 con Mercedes Salcedo Vásquez y procrean  nueve hijos, siendo el primero Ramón Perfecto López Salcedopadre del cardenal, quien nace el 18 de abril de 1895 y casa con Delia Ramona Rodríguez Rodríguez el 9 de febrero de 1924, de cuyo matrimonio nacen 16 hijos, entre ellos, el cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez”.

Explica Pedro Alejandro Batista que “a través de otras investigaciones descubrió el tronco canario de Mercedes  Salcedo Vásquez, la abuela paterna del cardenal: el Dr. José Salcedo, médico canario que llegó a Santiago durante los años de 1700 y casó con Juana Valerio. Su hijo, Pedro Salcedo Valerio, casa con Juana Morel de Santa Cruz, y tuvieron a Fernando Salcedo Morel de Santa Cruz, casado con su prima María Gómez Salcedo, de Moca, siendo estos cuartos (sic) abuelos del cardenal”. Sigue explicado el autor que “los tatarabuelos del cardenal, Federico Salcedo Gómez y María  de Jesús Guzmán Rodríguez ya residían en La Ermita, Moca, cuando se casaron en 1841. La abuela paterna del cardenal, Mercedes, nace el 20 de octubre de 1873, hija de Fernando Salcedo Guzmán y Magdalena Vásquez Lizardo bisabuelos paternos, y casa con Segundo López Caba”. Expresa el autor que “de esta familiaridad encontramos lazos sanguíneos muy interesantes: los Vásquez, Cáceres y de la Masa, quienes también están emparentados con los Rodríguez y varios familiares de los López del cardenal”, y expresa que descubrió que “estos mismos lazos aplican por otra vía a los PP.José Benito y Luis Daniel Taveras Hernández así como al Dr. Marino Vinicio Castillo Rodríguez (Vincho), quien también es pariente por línea paterna y materna del cardenal”.

“Tronco canario de los Rodríguez”

6.-El autor investigó que los Rodríguez tienen su tronco canario en don Juan Rodríguez, oriundo de La Orca de Gran Canarias, y Estefanía Díaz Betancourt. Su nieto José Rodríguez Abréucuarto abuelo materno del cardenal, nace aproximadamente en 1778 y casa con Elena Gómez Parcel. Estos emigran a Puerto Rico y al regresar a la isla, llegan desde Santiago de los Caballeros a la comunidad de Santa Rosa en Moca, fundando esa estirpe de los Rodríguez Gómez”. Dice que su hijo Domingo de Jesús, el tatarabuelo materno del cardenal, casa el 27 de noviembre de 1844 con Margarita Comprés Lizardo, hermana de madre de los Vásquez Lizardo, y de esta unión nacen en Estancia Nueva los dos bisabuelos maternos del cardenal.

7.-“Incidencia de las familias López Salcedo y Rodríguez en la sociedad dominicana”. Así nos dice el autor (p. 109):

Presentamos, entonces, la incidencia de las familias López Salcedo y Rodríguez en la sociedad dominicana, de una gallardía puesta a prueba en diferentes épocas de la vida nacional dominicana,  mencionando otros ascendientes familiares que le han dado esplendor a la sociedad dominicana y han luchado por ella, como fueron por la línea de los López Salcedo y Rodríguez: Manuel Altagracia Cáceres Fernández (Memé), Ramón Cáceres Vásquez (Mon), Horacio Vásquez Lajara, Antonio de la Maza Vásquez, Luis Manuel Cáceres Michel (Tunti), Héctor García-Godoy Cáceres y, antes de ellos por los Salcedo: Tito, Pedro y Juan de Jesús Salcedo, así como Máximo Grullón Salcedo, héroes de la Independencia y la Restauración de la República. Entre los Rodríguez específicamente mencionamos a Doroteo, Julio, y, principalmente, a Juancito Rodríguez, hermanos del abuelo materno del cardenal, más el hijo de Juancito, José Horacio Rodríguez, primo hermano de doña Delia Rodríguez, la madre del cardenal. Ellos destacaron por su valiente lucha antitrujillista, aunque es evidente que toda esa familia Rodríguez sufrió fuertes ataques de la dictadura. También presentamos a tres hermanos López Rodríguez y a dos familiares, condecorados con la Orden al Mérito de Duarte, Sánchez y Mella.

Sobre la “personalidad del cardenal”

8.-Pedro Alejandro Batista nos dice que con todo lo anterior expuesto “prepara las bases para culminar señalando la personalidad del cardenal, y cómo esta le viene de sus ancestros. Demostrado en algunas de sus exposiciones al hablar de su propia familia y de sí mismo, las de su hermano, Dr. Agustín López Rodríguez, y la de un compañero suyo en la vida ministerial, como fue Mons. Francisco José Arnaiz” (p. 109).

“La faceta religiosa del cardenal López Rodríguez”

9.-En la secuencia lógica de su investigación, el autor expresa que se “enfocó en la faceta religiosa del cardenal López Rodríguez y cómo esta fue influida grandemente pos sus ancestros”. Y dice que encontró la “línea levítica del lado de los López a través de los sacerdotes siguientes: *Juan López Fernández de  Barrios, hermano del cuarto abuelo del cardenal, Manuel López Fernández de Barios; su sobrino, José Eugenio Espinosa Azcona (1799-1882), cura de San José de las Matas por 48 años. Este es hermano de María Petronila Espinosa Azcona, cuyo nieto Emilio Santelises, y su tataranieto, Ricardo Santelises Pellerano, fueron sacerdotes. *Contemporáneamente, Mons. Hugo Eduardo Polanco Brito, quien fue arzobispo de Santiago, Santo Domingo e Higüey —quien desconocía este parentesco, al igual que el mismo cardenal y su familia—, el P.Pascual Torres Torres, del mismo tronco familiar que Mons. Polanco Brito, y los hermanos José Benito y Luis Daniel Taveras Hernández —estos tres últimos también emparentados entre sí por múltiples vías— y el actual arzobispo de Santiago de los Caballeros, Freddy Antonio Bretón Martínez. Por la línea de los Salcedo está el P.Honorio Liz Salcedo y su hermano P.Santiago Liz Salcedo, bisnietos del Gral. Francisco Antonio Salcedo (Tito), héroe de la Independencia. *Por el lado de los Rodríguez están el P.Joaquín Rodríguez Grullón (1871-1936), hijo de un restaurador mocano, Eusebio Rodríguez, y Martina Grullón, como posible pariente, y también el P.Plinio Comprés Fermín, sds (1936-2006)” (pp. 109-110).

“Llamado al sacerdocio del P. Nicolás de Jesús”

10.-Explica el autor que “a través de un compañero en su vida sacerdotal, Juan Antonio Flores Santana”, pudo apreciar “la religiosidad de los padres del cardenal”. “Asimismo, al narrar su propia experiencia en la infancia y adolescencia, pudimos acercarnos un poco al llamado al sacerdocio del P.Nicolás de Jesús, señalando luego, sucintamente, cómo este fue ocupando posiciones importantes dentro de la jerarquía eclesial a temprana edad hasta llegar a cardenal”, añade el autor.

“Apéndices con deslindes y dispensas”

11.-El autor también explica que “incluyó apéndices con deslindes adicionales de los López, los Salcedo, los Rodríguez y familias relacionadas, junto con algunas actas  y dispensas” y que se encuentran como anexos. Dice que este “análisis contribuyó a despejar, a posteriori, incógnitas sobre el origen y parentesco de algunos familiares principales y a confirmar o enriquecer los datos de muchos”. Dice que este análisis también le ha “permitido apreciar aún más la costumbre tan arraigada en épocas pasadas, sobre todo entre españoles, de casarse entre la misma familia, entre primos, —como lo muestra la gran cantidad de dispensas por impedimento de consanguinidad mencionadas— y también entre familias de sectores cercanos, creando así parentescos múltiples entre sí”.

12.-Cita el libro de Mons. Freddy Bretón   

Queremos citar a Mons. Freddy Bretón en la introducción de su mencionado libro El apellido Bretón en la República Dominicana, refiriéndose a este trabajo de investigación: “He pasado de la ignorancia de muchas cosas a la alborozada conciencia de raíces perdidas o al gozo del hallazgo de parientes repentinos. He ido de sorpresa en sorpresa, comprobando documentalmente […] tradiciones orales” de estas familias (p. 110).          

A continuación veamos las informaciones un poco más detalladas

“Personalidad de José Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez”

Sobre “el nombre de Nicolás”. Expresa el autor que “recurrir a medios sencillos para tener una noción rápida de la personalidad de un ser humano […] puede llevarnos a resultados curiosos”. Dice el autor que al consultar el nombre de Nicolás en El libro de los nombres, de Luis Tomás Melgar, encontró que el nombre Nicolás significa lo siguiente –entre algunas de las definiciones—: una persona que tiene las ideas claras y suele saber exactamente qué hacer en cada circunstancia […]. Sin embargo, explica  Batista, que “para entender y comprender mejor a la persona hay que analizar su genealogía, comportamientos familiares, mitos o patrones preestablecidos, sus orígenes, cultura, entre otros, y cómo descendiente de canarios o insulares, el cardenal López Rodríguez ha recibido esa herencia que corre por las venas”. Y dice que los documentos a los que ha tenido acceso le “confirman que han sido hombres de trabajo, respetuosos, de una sola cara”.

Sobre la “influencia familiar del cardenal”. El autor expone: “investigando la historia de los López y los Rodríguez y escudriñando la forma de actuar de Nicolás de Jesús López Rodríguez,  podemos afirmar, sin lugar a dudas, que esta le viene en gran parte de sus ancestros y sus propias vivencias en el seno familiar”. Dice que apoya esta afirmación en los “escritos y entrevistas concedidas a varios periodistas, en un escrito de su hermano Agustín sobre la vida de su madre, como también a lo externado por compañero sacerdotes muy allegados a él”.

1.-“Lo expresado por el cardenal en sus escritos”

Es seguro que me he equivocado en más de una ocasión, pero el Señor sabe que en todo momento he querido ser un hombre auténtico, sin dobleces, sin mentiras ni hipocresías, que no se compadecen con mi forma de ser; fiel a la palabra dada, abierto a todos, con una especial predilección por los jóvenes(“En la homilía que pronunciara en la Catedral Primada de América, con ocasión de sus bodas de plata sacerdotales el 18 de marzo de 1986”).

Afirma el autor que con estas palabras “él mismo retrató su personalidad” (p. 92). Y añade que “un año anterior, el cardenal, al pronunciar las palabras centrales de un acto dedicado a su madre, doña Delia Rodríguez Rodríguez, expuso su visión  sobre la maternidad, elogiando a su madre por su sencillez, el patrimonio que ha regalado a la sociedad dominicana con una fecunda prole de 16 hijos, ocho varones y ocho hembras, a los que se suman numerosos nietos y bisnietos, que coronaban los 83 años que cumpliría en esos días”. Y explica, además, el autor, que “en ese contexto el cardenal aprovechó la ocasión para señalar la vocación maternal y, al mismo tiempo llamaba la atención sobre la confabulación internacional, muy bien organizada y financiada, promovida por médicos sin conciencia, que se dedicaban a la tarea de tronchar vidas humanas concebidas o a evitar su concepción recurriendo a los anticonceptivos, llegando hasta el abominable crimen del aborto”. “En ese sentido afirmaba que son millones de víctimas de estos genocidas de nuevo cuño todos los años”, apunta el autor  (p. 92).             

Pedro Alejandro Batista expresa que el cardenal “evidenciaba la gratitud al coraje de su madre”, cuando expresó: 

Los que hemos tenido la suerte de contar con una madre generosa que desafió peligros, riesgos personales e incluso vaticinios gravemente preocupantes sobre su propia vida, de parte de autorizados médicos, en el caso de eventuales embarazos futuros, jamás daremos gracias suficientes a Dios por su coraje, por no habernos rechazado, por haber querido ella que nos «sentásemos al banquete de la vida», en una palabra por no haber permitido que se frustraran culpablemente los planes del Señor sobre determinadas personas.

Y dice que según pudo “deducir de la entrevista con su tía, doña Altagracia López Salcedo, desafió al médico vegano que le dijo que el hijo que venía en camino iba a nacer con marcadas deficiencias y que debía prepararse porque estaba en juego su vida”. Y expresa el autor que “dicho anuncio llenó de pesar el corazón de esta madre cristiana, la cual subió con prontitud a Santo Cerro, a ofrecer una promesa por la criatura que llevaba en su vientre”. Explica que “este sería su décimo parto; después del mismo llegarían seis criaturas más, para sumar sus dieciséis hijos. Nicolás de Jesús ocupa el séptimo lugar entre los varones, pues después de él solo estaba Francisco José (Franco). Las siguientes cinco fueron mujeres” (p. 92).

 2.-“un escrito de su hermano Agustín sobre la vida de su madre”

Otro testimonio que resalta el autor sobre la vocación maternal de la madre del cardenal es el siguiente: “El Dr. Agustín López Rodríguez en una biografía de su madre doña Delia, corrobora lo expuesto por el cardenal sobre su vocación maternal y sus convicciones cristianas al reseñar que cuando nació su hermana Socorro Ondina, a mediados de la década de 1930, la salud de doña Delia quedó muy deteriorada, llegando a pesar 70 libras. El médico recomendó no tener más hijos, pues corría el riesgo de perder la vida. Es cuando se dirige al memorable padre Fantino buscando su consejo, el cual fue: confiar en Dios, dos años más tarde, nace Nicolás de Jesús”.

“Tú estás en el mundo porque yo fui una mujer valiente” (doña Delia Rodríguez Rodríguez)

Esta hermosa frase, recogida y consignada por el autor en esta obra, la expresaba la madre del cardenal “cuando este comenzó a tener uso de razón” (p. 93). “Doña Delia falleció a los 92 años de edad, luego de ver a su hijo ordenarse sacerdote y ser consagrado obispo, arzobispo y cardenal”, según expone P. A. Batista (ver p. 93).

Pedro Alejandro Batista recoge, además, otros datos que él entiende “tuvieron influencia en la vida familiar” del cardenal, los cuales son ofrecidos por don Agustín en la biografía mencionada. Dice que este “recuerda los valores humanos y las virtudes que les inculcaron desde niños a sus hijos don Perfecto y doña Delia, además de la importancia que le daban a su educación”: «por eso se explica que la mayor parte de ellos alcanzaran una formación académica de nivel universitario», entre los que se encuentran numerosos profesionales, tales como médico, arquitecto, farmacéutico, dentista, abogado, sacerdote, veterinario y optómetra”. Y distingue la virtud de que «Doña Delia sentía complacencia cuando ofrecía ayuda a la gente necesitada y eso la convirtió en una mujer de servicio», consigna el autor de las palabras reseñadas por don Agustín (p. 93).

3.-“lo externado por compañeros sacerdotes muy ligados a él”

Pedro Alejandro Batista expone que “en un extenso artículo publicado en el Listín Diario en 2011, «Los cincuenta años de vida sacerdotal», Mons. Arnaiz detalla la vida sacerdotal y la obra del cardenal López Rodríguez, del cual tomamos algunas acotaciones acerca de su personalidad”.

“Al reseñar su designación como obispo en 1978, señala” (p. 94):

Tenía ya fama de dinámico y tenaz, de incapaz de dobleces, de firme y resuelto, de fiel y cumplidor, de limpio de mente y cálido de trato, de altamente dotado y eclesiásticamente bien preparado […]. En su ordenación como Obispo sus palabras programáticas enardecieron a los miles de personas que abarrotaron el Estadio de San Francisco de Macorís. En ellas se reveló nítidamente ya su temple de líder y su capacidad organizativa, delineando un plan de acción, amplio y concreto, incisivo y visionario, al que se atendría 

“Refiriéndose a los 25 años como arzobispo de Santo Domingo, destaca” (pp. 94-95):

Los tiempos que abarca su arzobispado entre nosotros no han sido mansos ni fáciles ni lo siguen siendo. Con frecuencia el acontecer nacional se ha encrespado y el horizonte se ha anubarrado y ha habido entonces que llamar a la cordura y aportar luz, función que jamás ha esquivado nuestro Cardenal. A despecho de críticas favorables o adversas su voz firme y responsable jamás ha faltado y siempre ha estado disponible y dispuesto a ofrecer su persona para salir airosos de nuestros continuos atolladeros políticos.

López Rodríguez no sabe de frivolidades, devaneos y condescendencias en el pensar. Le fascina buscar y dar con la verdad y transmitirla fielmente. Poco amigo de retóricas y rodeos le gusta ir directamente al tuétano de las cosas y comunicar con sencillez y claridad sin rehuir jamás responsabilidades propias.

“la familia López Rodríguez y la tiranía de Trujillo”

“En otro orden, es importante reseñar algunos pormenores sobre la familia López Rodríguez y la tiranía de Trujillo”. Dice el autor que en una entrevista concedida a la periodista Wendy Santana en 2010, el cardenal compartió muchos datos interesantes sobre este período, entre los cuales afirmó (p. 95):

Mi familia fue maltratada, pero más lo fue el pueblo y todas estas mujeres admirables y heroínas que uno se inclina ante todas ellas, todas de gran dignidad, mujeres que les mataron a sus novios, sus esposos, sus hijos, y otras que sufrieron en carne propia la tortura por ser opuestas al régimen.

El autor consigna, basado en la susodicha entrevista, que el cardenal “Destaca que «Trujillo es una pesadilla para la historia»”, y lamenta mucho «ver gente defendiendo lo que no puede defender»” (p. 96). Expresa que “las vivencias difíciles que sufrieron tantos familiares cercanos, y la entereza con que las enfrentaron, fueron moldeando el temperamento del futuro cardenal”. Y dice “por eso, no ha de extrañarnos lo que expresa en 2012 a la periodista Norys Sánchez sobre la vida política, desvelando así su firme y fuerte carácter” (p. 96):

Soy un hombre de una gran libertad de espíritu. Conmigo no se mete nadie, político o no político. Tengo mis convicciones, tengo una formación profesional muy seria. En el mundo político hay de todo, hay gente de gran capacidad, de una gran valía, hay gente también no tan capacitada, hay gente mediocre, dirán que también nosotros tenemos, y en efecto, se puede hacer cualquier afirmación de esas, pero me siento con absoluta libertad frente a cualquier persona.

 

El doctor Bruno Rosario Candelier, en su discurso de valoración literaria de esta obra, en la puesta en circulación del libro en Moca, el 15 de noviembre de 2019, expresó:

Esta es una obra fundamental para nuestro pueblo, para conocer, incluso, la historia de Moca esta obra da muchas luces. Hay muchos datos, muchas referencias, muchos detalles sobre el comportamiento de nuestro pueblo al través de las personalidades que el padre Batista enfoca en esta obra aunque, desde luego, él centra su trabajo de investigación en la genealogía y la personalidad de López Rodríguez, porque él eligió a ese protagonista, a ese personaje como el protagonista de su investigación genealógica. Quien hace una investigación genealógica automáticamente se remonta a los orígenes, es decir a la etapa inicial de algo, y en este caso de una persona, puede ser de una familia o de un pueblo. El hecho de rastrear los orígenes de una persona supone un trabajo de investigación inmenso. Yo me imagino las horas de trabajo, de estudio, de exploración, de curcuteo que hizo el padre Pedro Alejando para confeccionar este libro porque cuando ustedes lo tengan en sus manos se van a dar cuenta de tantos detalles. El hecho de organizar el origen de tantas familias mocanas en esta obra, yo mismo me preguntaba: ¿Y cómo pudo encontrar esos datos? ¿Qué virtud tiene el padre Pedro Batista para olfatear el dato preciso que dé cuenta de un detalle que sirva como calificador de un personaje, que nos revele la idiosincrasia de un pueblo, que nos revele detalles históricos, lingüísticos, antropológicos en ese estudio genealógico de tantas familias como él exploró  para dar como resultado esta obra que se llama Genealogía y personalidad de Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez? Al hablar de la personalidad de López Rodríguez, naturalmente, se trata de una personalidad carismática como, sin duda,  lo fue Cardenal López Rodríguez, un hombre que tuvo un peso histórico, religioso, cultural, eclesiástico en nuestro país por el peso intelectual y moral y espiritual que había heredado de su familia. Aquí, en esta obra podemos apreciar el tremendo influjo de una familia en la formación de un niño, en la formación de una persona, en el derrotero que alguien asume y proyecta a través de su conducta y de su obra […]. Puedo apreciar en este libro una redacción impecable, es decir el autor de esta obra sabe usar la palabra, tiene conocimiento del lenguaje, lo usa con propiedad, con rigor, con precisión y, por supuesto, se ajusta a la normativa gramatical y ortográfica en todo momento […].

Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez expresa en su comentario incluido en esta obra lo siguiente:

Tal como expresa el Rvdo. Padre Alejandro Batista en la introducción de este libro, hace varios años acepté gustosamente una invitación que me hizo para asistir a las fiestas patronales de la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario de la ciudad de Moca, donde él ejercía para entonces las funciones de párroco, ocasión en la cual, mientras sosteníamos un cambio de impresiones de carácter general, le manifesté que mis cuatro abuelos eran mocanos y que yo tenía la creencia de que descendían de canarios.

Como es natural, tratándose de un experto en genealogía, al parecer al padre Batista se le ocurrió de inmediato la generosa idea de investigar a profundidad, por los medios a su alcance las raíces históricas de mi familia […].

Es digno de mención el hecho de que, como resultado de ese loable esfuerzo, el padre Batista ha realizado una labor encomiable, sobre todo si se tiene en cuenta lo difícil que es en nuestro país tener acceso a ese tipo de datos e informaciones, principalmente debido al precario estado de conservación en que se encuentran numerosos archivos nacionales. Esto equivale a decir que, si el propósito perseguido por este sacerdote era el de darme una sorpresa muy agradable, ciertamente lo ha logrado con creces.

Por consiguiente, quero dejar constancia de mi caluroso reconocimiento y eterna gratitud al Rvdo. Padre Pedro Alejandro Batista, por su excelente trabajo, el cual valoro y aprecio con toda la extensión de la palabra, ya que en lo adelante nuestra familia puede contar con una orientación precisa de sus raíces ancestrales incluso muchos años antes de que nuestro país naciera como República soberana e independiente.

Monseñor Jesús María De Jesús Moya, Obispo emérito de San Francisco de Macorís (sic), escribió lo siguiente en el prólogo de esta obra:

El querido padre Pedro Alejandro Batista, eficiente formador de nuestros futuros sacerdotes en nuestro Seminario Mayor, ha querido que yo le haga el prólogo a una riquísima genealogía y personalidad de nuestro muy amado cardenal López Rodríguez.

Querido padre Alejandro, tú no te imaginas lo mucho que te agradezco el que hayas tenido la confianza de confiarme este prólogo de esta genealogía de una egregia figura a la que yo personalmente admiro y quiero tanto […].

No es posible explicar en un breve  prólogo tantas vivencias, tantos ejemplos en los once años de compañerismo en el Seminario, y la cercanía espiritual y pastoral en los cincuenta y seis años que llevamos como sacerdotes, y tantos años como obispos y Nicolás como cardenal, que ha sido la mayor bendición para la República Dominicana, sin mencionar todos los servicios a él confiados, tanto en el Consejo Episcopal Latinoamericano, como en el Vaticano en diversas y variadas Congregaciones.

¿Cómo puede uno valorar al escritor de tantas obras, de tantos temas y cómo ponderar al honrado y sincero comunicador? Cuando se le oye, a la primera frase ya usted entiende y descubre lo que él dice y cómo entiende lo que dice.

El planificador pastoral: solo pongo un ejemplo. Al ser nombrado Obispo de san Francisco de Macorís escribió su primera Carta Pastoral a la Diócesis, en la que anuncia una completa planificación pastoral que lo abarca y contiene todo. Al llegar yo a la Diócesis en 1984, lo que hice en los veinte y ocho años que pasé coordinando esta Iglesia local fue darle cumplimiento práctico a lo ya planificado. Y miren, no tocó el crecimiento de la Iglesia primada de América que refleja en el Cardenal López Rodríguez al gerente perfecto y al pastor incansable.

Al leer despacio, nos vamos a encontrar en esta genealogía una serie de importantes familias y de preciosos valores por sus aportes a la grandeza de esta República.

Para terminar, quiero resaltar las bellas fotografías incluidas en esta obra, impresionante emoción estética que nos regala. Muchas gracias, al autor, por esta majestuosidad.

“La satisfacción es plena cuando se ha arribado a los objetivos o metas propuestas”. (Pedro Alejandro Batista).

La memoria vicaria

Por Marcio Veloz Maggiolo

(Para Bruno Rosario Candelier)

   Cuando Luis Martín Gómez me hizo aquella suculenta entrevista para su programa de televisión, publicada luego en la prensa nacional, en los comentarios de algunos lectores salió a relucir lo que llamaba en aquel momento “la memoria vicaria”. Los lectores pidieron explicaciones, y ahora, con los años y de vuelta a la pantalla donde aún están “frizadas” las preguntas, contesto en el momento en que voy pensando en pasajes de un cuento basado en la interacción posible  de esa memoria.

Fue Bruno Rosario Candelier quien una vez me puso al tanto de que yo usaba con frecuencia la que él llamaba “memoria vicaria”, o sea la memoria del otro, pero que pasada a tu conciencia ya no es del otro sino tuya por adscripción, porque lo que haces con ella es transformarla, usándola para forjar con ella una memoria diferente, que no es ni la real, ni la que heredaste. Pero dicho así parece fácil.

Un personaje puede surgir de tu propia experiencia y lo conoces sólo en una faceta del recuerdo. Entonces lo escoges para reconstruirlo en un texto aunque sepas muchas cosas sobre el mismo, pero no todas. Cuando has intentado meterlo en un texto literario empiezas a pensarlo de otro modo y, entonces, si tienes al lado un coetáneo, alguien que conocía el personaje en la realidad, es éste quien al darte nuevas informaciones que no has vivido, pero que han sido contemporáneas, te permite construir un ser que, basado en la realidad, es otro, porque ambas memorias, la tuya y la que recibes, terminan complementándose, y ese complemento es el que te ayuda a cincelar un personaje que ya no es el real, sino su base misma; un personaje que aun viviente, como pasa muchas veces, se reconoce él mismo en trazos, en trozos, en acciones que son parecidas a las de la realidad que viviera o viviéramos; un personaje que sufrirá la inventiva y a veces hasta la invectiva del escritor. La memoria vicaria busca, entre las opiniones ajenas, aquellas que se acomodan a la redacción y a la creatividad. Los recuerdos del otro pueden ser una búsqueda personal, pero igualmente llegan sin que el otro se lo proponga, formando parte de una memoria que estaba casi muerta y que ahora, con la del amigo o con el informante inadvertido, renace y toma forma literaria.

Todo escritor, y principalmente los novelistas, acuden con frecuencia a la memoria vicaria, la que surge en ocasiones sin proponértelo, como cuando en un ratón que busca el queso encuentras en un recuerdo ajeno manera o modo de completar el tuyo, enriqueciendo de modo tal al personaje que a veces él mismo sería incapaz de reconocerse.

La memoria vicaria funciona como una base para la reconstrucción de los personajes, pero es rescate de los mismos cuando alguien aporta experiencias que compartías y que no recordabas. Hace ya unos años un viejo y querido amigo que aparece en una de mis novelas como un líder barrial en el aspecto erótico, me regañó acremente diciéndome que nunca intentó suicidarse cuando su padre se dio cuenta de sus amores clandestinos con una joven prostituta; además me corrigió aseverando que la chica que yo mencionaba como su adorada ilusión, no se cortó las venas por él. Penetraba él en mi memoria ya consolidada y tan mía como la de él, que era ahora la auténtica, para descargarme el regaño con una sonrisa. Cuando le expliqué que había copiado su aventura a mi modo entendió que el personaje de la novela, en cuanto ya fue escrito, dejaba de ser él, y que si se identificaba, y peor, lo proclamaba, muchos pensarían que lo narrado por mí era cierto, y tendría que enfrentar una parte de su biografía totalmente imaginaria, de la cual, él, en carne y hueso, nunca participó.

Sonriendo me dijo que entonces estaba mintiendo a costa de él, y tuve que explicarle, me mentía a costa del personaje vicario, porque lo había transformado gracias a viejas conversaciones que aseguraban que él, en verdad, había participado en los hechos casi del modo en que yo los reconstruía.

Un personaje tiene, como se ve, profundas raíces vicarias: las que buscamos para entender mejor lo que vamos a crear, y las que están de viejo dentro de nosotros gracias a arcaicas informaciones que nunca decidimos poner en claro porque servían notoriamente para que la imaginación floreciera a su modo, que es al fin y al cabo uno de los atributos mayores del narrador.

(Marcio Veloz Maggiolo, “El correr de los días”, Listín Diario, Santo Domingo, 28 de noviembre de 2014).

Entrevista a monseñor Freddy Bretón sobre su novela: «Me mueve a escribir lo mismo que me mueve a vivir»

Por Wendy Almonte 

El Caribe, 8 junio de 2020

 

Monseñor Freddy Bretón Martínez ha publicado más de 10 libros de cuentos, poesías, ensayos y novela. Conquistó el Premio Nacional Feria del Libro Eduardo León Jimenes con la novela Los entresijos del viento.

 

   Santiago.- A la par con su vocación sacerdotal, Monseñor Freddy Bretón Martínez cultivó el arte de escribir. Estando en el seminario, cuando tenía 16 años, leyó en un acto público un poema que había escrito, marcando así el inicio de su incursión en la literatura.

El arzobispo metropolitano de Santiago le ha “robado tiempo al descanso” para escribir en medio de sus ocupaciones pastorales, y a la fecha ha publicado más de diez libros de cuentos, poesías, ensayos y, recientemente, su primera novela Los entresijos del viento, con la que conquistó el Premio Nacional Feria del Libro Eduardo León Jimenes.

Para Bretón Martínez, recibir este premio ha resultado una sorpresa absoluta, algo diverso en medio de la pandemia, pero, además, un espaldarazo a su trabajo y un reconocimiento a la obra de su padre y madre, familiares, profesores, y tantas otras personas que han influido en él.

 

   En una ocasión dijo que el viento es el principal protagonista de esta novela, ¿por qué lo es?

Creo que el protagonista es el viento. Es un decir, pero el libro lleva por subtítulo “novela intencionalmente eólica”. Quizá se pueda decir que está vertebrada sobre ese elemento tan especial, sutil y necesario para la vida. De hecho, la obra inicia y se termina con el viento. Pero no digo más, para que pueda verlo el lector. ¿De qué trata? El jurado la llamó “ficción autobiográfica”. Es la vida de uno y de muchos.

 

   La obra trata de las interioridades y peripecias de alguien, ¿ese alguien es usted mismo?

Fundamentalmente sí. Pero por vía de la memoria vicaria he asumido otras muchas experiencias ajenas, reales o ficticias, que vuelven al protagonista y a los demás personajes como una especie de “personalidad corporativa”.

 

   ¿Qué tanto de ficción y realidad tiene la novela?

No lo sé con exactitud, pero tiene realidad por los cuatro costados. Hay cosas en ella que parecen ficticias y no lo son; entre nosotros, como se sabe, a menudo la realidad supera a la ficción.

 

   ¿Por qué en sus obras emerge mucho la narrativa de vivencias de infancia?

Será porque uno habla de lo que vive. Contamos la infancia y la vida. Creo que es herencia familiar.

 

   ¿Qué mensaje quiere llevar con esta obra literaria?

Ninguno en particular. Entiendo que toda vida, aun la más humilde, merece ser contada. ¿Para qué la contamos? En este caso, principalmente para disfrutar al escribirla y para que algún lector también la pueda disfrutar.

 

   ¿Con cuál género, en los que ha escrito, se siente más identificado?

Con todo. Pero empecé por la poesía.

 

   ¿Qué le mueve a escribir?

Creo que lo mismo que me mueve a vivir.

 

  ¿Planifica las historias al detalle antes de escribirlas o las deja surgir sobre la marcha?

Puede comenzar como una simple idea que va buscando un modo de expresión, y que se perfila poco a poco, o mucho a mucho, hasta encontrar su forma momentáneamente final. O tal vez, verdaderamente final.

 

   ¿Cómo mezcla su labor pastoral con la literaria?

Es problemático. Hace muchos años, un venerable eclesiástico me amonestaba paternalmente: “No tomes tiempo de la labor pastoral para escribir. Yo escribo, pero lo hago de noche”. Tiempo después me enteré de que los compañeros de casa de este eclesiástico deseaban que escribiera de día, pues cuando ejercía su labor escritural nocturna, amanecía de mal humor. Esto, no obstante, he tenido que robarle algún tiempo al descanso, pues debo cumplir con mi deber pastoral. Pero nada impide que haya tomado alguna nota bajo un árbol, mientras descansaba brevemente el mulo; o en la carretera, mientras voy de viaje.

 

   ¿Por qué se interesa un sacerdote en incursionar en la novela y la poesía?

“Cada uno nace con lo suyo”, decían nuestros mayores. Quien tiene el don de escribir, busca la ocasión para hacerlo; y con ello dice y se dice. Necesita expresarse y lo hace con el género literario que más le cuadre.

 

   ¿Se apoya en el país el arte literario?

No sé si suficientemente, pero creo que hay buenas señales. El mismo Premio Feria Nacional del Libro E. León Jimenes es muestra de ello.

 

   ¿Qué cree que hace falta para incentivar el arte de escribir?

Fortalecer la educación desde el hogar hasta la universidad, enseñando especialmente a valorar el gran tesoro que es el propio idioma y los demás idiomas.

 

   ¿Se identifica con un estilo narrativo?

El que se parezca más a la vida, sin mucho artificio; cuidadoso, pulido, pero no manierista. Si de lectura se trata, se supone que debo leer de todo. El confinamiento, por ejemplo, hizo que volviera a leer “La noche oscura”, de san Juan de la Cruz; o el “Diálogo de la Divina Providencia”, de santa Catalina de Siena. Pero también, las casi mil páginas de la novela Tú no matarás (2018), de la española Julia Navarro.

 

 

Los entresijos del viento, de Freddy Bretón: Una novela con sabor campesino salpicada de poesía espiritual

Por Luis Quezada

 

Moca, uno de los 5 municipios que conforman la provincia Espaillat (junto a Cayetano Germosén, San Víctor, Jamao al Norte y Gaspar Hernández), consta a su vez de 7 distritos municipales: José Contreras, Juan López, Las Lagunas, Canca la Reyna, El Higuerito, Monte de la Jagua y La Ortega.

Es en el distrito municipal de Canca la Reyna, donde se inicia el desarrollo de esta sapiencial novela campesina, salpicada de poesía espiritual, en la cual sentimos la “brisa suave” del Espíritu, que nos empuja a vivencias enceronadas de valores y sanas tradiciones.

En Canca, una familia – los Bretones – de profundas raíces ancestrales y espirituales, hilvana esta historia contada por uno de sus miembros, con un tono jocoso y un salero criollo, que hace apetecible su lectura, provocando seguidilla al más cuajado lector de narrativa.

Desde el inconsciente literario, la novela se construye desde una estructura septenaria, como expresión de plenitud y perfección, que nos deleita a todo lo largo de sus 369 páginas, en las cuales intercala 64 poemas suyos, sin contar los que inserta de otros autores en el cuerpo mismo de la narración, todos muy bien trenzados y cruzados en el texto de la novela.

Freddy Antonio de Jesús Bretón Martínez respiró desde pequeño sanidad familiar. Su narrativa es expresión elocuente de la bendición que ha sido para él haber nacido en el campo. En esta novela, Freddy Bretón, más que volver al campo, se muestra en ella como fiel a sus orígenes rurales. Podría decirse sin exagerar que toda su vida transpira el campo.

Mons. Freddy Bretón es nuestro pastor y nuestro poeta místico. Pero también es nuestro narrador con sabor y olor a campo. Todo lo que hace y escribe Mons. Freddy Bretón lo hace y escribe con sabrosura y sabiduría.

La jocosidad sapiencial aparece a cada instante a todo lo largo de esta hermosa narrativa. En un breve párrafo introductorio, nos advierte con mucho salero: “Supongo que conviene, al internarse en esta obra, tener a mano la rosa de los vientos o tal vez mejor el GPS”.

ENTRESIJOS y VIENTO son las dos palabras que definen esta novela intencionalmente eólica como la ha subtitulado su autor. LOS ENTRESIJOS constituyen la materia (usando la terminología aristotélica), pues ellos expresan las dificultades, las complicaciones así como las cosas ocultas que están en el interior de nuestras vivencias. El VIENTO constituye la forma, la sustancia que anima y da aliento permanente al quehacer de la existencia.

Por otra parte, su identidad campesina es tan arraigada, que baña también su espiritualidad y toda su esperanza. Mons. Freddy Bretón no se imagina el cielo sin la belleza del campo: “¿Cómo podría haber un cielo sin la airosa palma real, o sin los recios guayacanes? ¿Sin infinitos bosques con olor a cedro y a sabina, sin aves y melodías que aniden en ellos? ¿Habría felicidad perfecta sin valles ondulantes, con sus diminutas flores silvestres? (p.367).

La novela nos deja en el paladar y en el espíritu un dulce sabor a confiar, esperar y agradecer. Por eso, quiero ir finalizando con el último trozo de una “Cancioncita para despertar la confianza”. Dice:

Y después de estos combates

mi Dios

y de tanto caminar,

yo iré

por el soplo de tu Espíritu

a la Patria Celestial.

Al paso del tiempo, cuando ya Freddy Bretón esté disfrutando eternamente de la alegría de los bienaventurados, muchos quizás lo recordarán como el pastor y el poeta chichigua, y quizás esto explique la razón última de que la novela sea intencionalmente eólica, ya que su narrativa comienza en el primer párrafo con un tal Felipe, que “tenía encumbrado un enorme pájaro que bramaba benigna con un rugido grave y sonoro” (p.13), hasta llegar al último párrafo de la novela, donde el autor expresa: “No espero nada sin el cielo de mi infancia, de nubes blancas, de azul profundo y transparente. Tampoco entendería un paraíso sin ángeles o papalotes zumbando alegres, mientras avanzan retozando con el viento” (p.368).

Es verdad. El viento atraviesa toda la novela. Dice el autor: “Es evidente que, después de sentirme brisa altanera que jugueteaba en las cumbres, he llegado a ser un susurro apenas perceptible (p.366). Esa ventolera es el mayor signo de su personalidad. Por eso, en un párrafo de introito, el autor afirma: “En este libro relato las interioridades y peripecias de alguien, quizá las del viento. Creo que está por verse aún quien es el verdadero protagonista de esta historia” (p.7).

Cuando uno ve la estructura de la obra expresada en el índice, uno se convence de que en ella todo es viento: Banderas al viento…Voces en el viento…aires urbanos…Ventolera…Otros aires…Bóreas, el soplo del norte…Viento recio…Siroco, el aliento del Sahara…Aires sureños…Cara al viento…Esperando el viento favorable…Vientos alisios…Barlovento.

Debo confesar el apartado que él titula “Vientos alisios”, fue el que más disfruté, por la enorme jocosidad que le imprimió al mismo, a través de tres personajes reales que conoció el autor como son Doroteo (El Doro), Prisca y el buen Dositeo.

Para darles un “trailler” de la jocosidad permanente que irradia esta novela, me permitiré del mismo texto, mostrarles algunos botones. (Leer directamente algunos pasajes en “Vientos alisios”).

Puedo decir, arrimando el hombro a mi parcela teológica, que Freddy Bretón es un hombre-viento, un hombre-soplo, un hombre-Espíritu.

Los entresijos de la vida, no le han impedido a Freddy Bretón que el viento sople donde quiere y nos lleve, como brisa suave, a disfrutar de la belleza esplendorosa de la vida.

Esta novela constituye un verdadero vademécum de la existencia humana, que transita movida por el viento, superando todas las adversidades.

La pasión seráfica de Martha María Lamarche: sabiduría mística y creación teopoética

Por Bruno Rosario Candelier

 

A

Karina Sánchez Campos,

Cultora de los ideales que trascienden.

 

Martha María Lamarche vino a la vida en la capital parisina con el advenimiento del siglo XX, en el año 1900, y en el 1935 publicó su primer poemario, Cauce hondo, donde anunciaba la veta sagrada de su visión mística del mundo, que reiteraría en Retozos de luz (1950) y en otros poemas publicados en periódicos y revistas.

Sebastián Robiou Lamarche, sobrino de la poeta, escribió: “Martha había sido una mujer de mucha sensibilidad, de una inquieta búsqueda espiritual y de un firme propósito de trascendencia cultural” (1).

En el enjundioso prólogo a la obra poética de Martha María Lamarche, la poeta dominicana y académica de la lengua Ángela Hernández, afirmó: “Martha María Lamarche, a lo largo de su vida, procura gestar una armonía, una forma de unidad y trascendencia que, en lo recóndito, le resultará ardua, demostrándose, una vez más, que ciertas honduras e inquietudes humanas solo encuentran alivio y manifestación por los senderos del arte, la música y la poesía. Lo cierto y patente es que en la poesía de Martha María Lamarche, caracterizada por la concisión, el lirismo y la firmeza expresiva, el misticismo y la emoción religiosa exhuman una delicada sensualidad” (2).

Cultora de arte, militante de la fe religiosa y creadora de poesía mística, Martha María Lamarche se mantuvo al margen de las estridencias sociopolíticas. Ángela Hernández lo dice así: “Tal vez ella, como Emily Dickinson, eligió ignorar las turbulencias del mundo y recluirse en otra suerte de ático, que no la separaba del prójimo, pero sí de los asuntos extremadamente perturbadores de la vida pública”. Y añade: “…en dos poemarios inéditos, En desbocado símbolo y Vino de Engandi, en donde su poesía conquista singularidad, al ofrecer una nítida lectura de los movimientos de su vida interior, perfilados en dos líneas de creación: la existencial y la mística” (3).

Y Julio Jaime Julia consignó: “Martha María Lamarche fue un alma de excepción, un temperamento exquisito que aportó al medio en que le tocó actuar el acervo de su generosa riqueza de espíritu, el patrimonio de la trémula sensibilidad que distinguió como rasgo sobresaliente el tesoro de su ceñida obra creadora, el decoro de su genuina aristocracia mental” (4).

 

La sabiduría mística de Martha María Lamarche

Es cautivante la visión mística del mundo que aflora en la creación poética de Martha María Lamarche. Digo cautivante por la firme vocación religiosa de la agraciada poeta capitaleña. La creación poética tiene una dimensión intelectual, afectiva y espiritual y, cuando el aliento trascendente atiza la sensibilidad de su creador, suele concitar la dimensión mística de lo viviente.

La intuición de una inteligencia sutil y una sensibilidad estremecida explica la hondura estética y espiritual de la lírica teopoética de Lamarche. En su creación, como en su concepción intelectual y estética, lo que le da razón y sentido a la vida posa con el aliento expresivo de sus vivencias y el caudal revelador de sus intuiciones. Para Martha María Lamarche era importante despertar la conciencia espiritual, la base donde suele posarse el sentido de la vida.

La valoración de lo sagrado como expresión y reflejo de lo divino afloran en la lírica de esta agraciada mujer. La dimensión inasible de la angustia y la indolencia es en Martha María tema de su creación, que amasa con lenguaje refinado y simbólico, y su actitud aflora como signo y eco de su opción espiritual y su destino trascendente. La soledad que nace de la convicción, la fe que amortigua la apelación erótica, la entrega consagrada a un ideal espiritual canalizan su pasión entrañable, y en su obra fluyen, a veces subrepticiamente, a veces matizada en emociones abiertas, los sentimientos de una mujer que hace de su arte, de su fe y de su vida el lábaro sagrado de un aliento superior. El fuego sagrado y el júbilo interior que revelan su creación teopoética encarnan la llama sagrada y la pasión seráfica de la creatividad lírica, estética y simbólica de esta grandiosa creadora. “La voz silencia” refleja ese aliento consentido que enciende su sensibilidad y atiza su conciencia:

 

Si Tú no estás, la voz silencia

y el tacto hiere la armonía.

La luz y el aroma cimbrean

en la hendidura de la arboleda,

y no hinchen de vida el arrullo del nido.

El viento no decora la canción,

y en los vitrales la fría luna

en la extensión vacía de la noche llora.

 

Si tú no estás, la voz silencia.

Te quiero…y ¡absorbido!

Lleno de calor, irradiando dentro de mí,

como los abismos de sagradas eflorescencias

vibrantes en las venas mías

en un gigante rutilar de vida.

(En desbocado símbolo, p. 46).

 

Políglota y creadora, nuestra poeta cultivaba la pintura, tocaba el piano, dibujaba y escribía poemas, que endosaba a su fervorosa práctica cristiana, pues asistía a misa cada día y compartía con su familia de la alta clase capitaleña su saber, su sensibilidad estética, su vocación espiritual y su sentido humanizante y trascendente. “Herido el cerebro” con las irradiaciones estelares de la trascendencia, Martha María Lamarche tuvo experiencias místicas, que describe en “Felicidad”, y probó las “uvas divinas” con el vino de Engandí y, embriagada de amor y del éxtasis místico que su vocación contemplativa disfrutaba bajo el hechizo de la luz, alumbraba su conciencia con el conjuro de la dolencia divina y el entusiasmo del aliento superior de lo sagrado, como se puede apreciar en “Vivo”:

 

Vivo embriagada

y llena de ti…

pues me das el vino

de cada viñedo.

 

Vino de tus uvas,

vino de Engandi,

dado de tus manos

por cada denuedo!

 

Que alocada estoy

y fuera de mí…

pues bebo delicias

y tu dicha heredo.

 

Dado por tus manos,

dado a mí…

Mira que aturdida

¡y arrobada quedo!

(En desbocado símbolo, p. 60).

 

La dimensión interior de su lírica, fecunda y luminosa, da cuenta de la mente sutil de la agraciada poeta y del talento creador de su inspiración mística. Las imágenes visuales, sonoras y pictóricas de su lírica revelan su sensibilidad estética, que potencia la obra de su talento poético, fraguada bajo la orientación mística de su espiritualidad católica, índice y cauce de elevada conciencia trascendente, como lo ilustra el poema titulado “Felicidad”:

 

El aluvión de cosas y de seres

siempre atrás, atrás se han de quedar;

ya nada enturbiará mi eterna dicha,

nada, ni nadie, nunca ya jamás.

 

El que dibuja de oro las auroras

y en sangre los ocasos… y al azar

entorna y cierra los azules cielos,

y siempre da, da de su lagar.

 

Ahora, me ha cogido en su regazo,

-aprisco de rumores sin tallar-

y al estrecharme fuerte entre sus brazos

me hizo sentir de su alma el palpitar.

 

Ya nada enturbiará mi eterna dicha

nada, ni nadie, nunca ya jamás…

(En desbocado símbolo, p. 62).

 

“Mi amado”, título de uno de sus poemas, es también la expresión con que la poeta nombra al Padre de la Creación, y sintiéndose la nada entre la nada, la emisora lírica de estos versos, impregnada de la luz de la sabiduría mística, revela lo que da sentido y coherencia a la vida espiritual de la contemplativa poeta, que es el amor:

 

Silencio y medito. Profundo misterio

en que solo veo la nada de mi vida,

y un piélago inmenso que todo lo absorbe

su vida infundiendo la vida en mi ser.

 

Y viene tan bello el Amado mío,

que todo bullicio en redor se acalla,

se juntan las manos, los ojos se entornan.

¡Por dentro la estancia es árbol florido!

 

Y como el pinar me he prendido toda.

¿Por qué si eres Alba has prendido así?

…Al besarme Tú el nimbo de oro

¡de tu blanca veste se ha trocado en luz!

 

Y del que llegó de prístino albor,

tan quieto y callado, tan suave sin par,

quien, luego, dijera volcán en su pecho

¡y que su habla torna en fragua de amor!

(En desbocado símbolo, p. 63).

 

El júbilo que impregna el corazón del místico ha enardecido sus alas en el corazón de nuestra poeta, pues habiendo bebido el vino sagrado del Amado su vida florece con la lumbrosa savia de la fuente eterna, impregnada “del efluvio raro” del divino embrujo, hecho entusiasmo vertido en la expresión sonora del alma tocada por la luz:

 

Ya no hay murmurio en mi palomar,

el leve retozo, el vuelo fugaz

de las blancas alas, reposando están

junto al verde borde del cáliz en paz.

 

Y estoy como vaso ardiente de sed;

¡Contiene mi vida un gran florecer!

Un ansia infinita de reverdecer

en esta mañana de dulce embriaguez.

 

Del efluvio raro brotado de Ti,

creció la corola apretada en mí.

No hubo mes más bello que este de abril,

pues toda aromada del Amado fui.

 

Y ahora, yo soy como estrella azul,

dorada de vida, mecida por tu

olímpica mano; que con gran quietud

lleva en las entrañas tu carga de luz.

(En desbocado símbolo, p. 65).

 

Con En desbocado símbolo (p. 68), la búsqueda mística refleja una senda de luz y de sombras, que subyace en la fuente del decir místico:

 

Senda de fraguas: hace mucho tiempo

renazco en cada reverberación

de tus rojizas y candentes luces

que encajan lenguas en mi corazón.

 

Y no sabes que entonces soy hermosa…

porque preludio el cándido arrullar

del ave que reposa en breve instante

y el vuelo emprende sobre ignoto mar!

 

Y yo pregunto a las rojizas fraguas,

porqué besan con fuego el corazón…

y siento que ellas con delirio me aman

y quieren rosas de mi floración.

 

Y por este minuto de martirio

que da la gloria efímera y audaz,

sendero que mis pasos vas cerrando,

bendito sea por la eternidad!

 

El lenguaje arquetípico, el del protoidioma de la creación, con el formato expresivo de la mística y el protologema de la teopoética, alienta la más excelsa creación, que aflora, rediviva y elocuente, la voz lírica y mística de Martha María Lamarche:

 

Acuérdate, ¡oh Amado!

que en horas bonancibles,

en susurro amoroso

me he revelado entera:

ya no entiendo el porqué

de los vientos que queman,

de los vientos ligeros,

de los que van alegres…

¡Acuérdate!

Ya no entiendo el porqué,

¡oh Amado divino!

Solo tu antorcha veo

en el mar infinito,

solo tu amor siento

en tibia llamarada

dentro del corazón

(En desbocado símbolo, p. 69).

 

En el trasfondo de toda creación subyace el soplo del aliento primordial de lo viviente, que la lírica de Martha María Lamarche asume y recrea en “Como la espiga”:

 

El alma se balancea

al soplo de la brisa;

como la espiga.

 

En busca de luz alza

el tallo de su inquieta y frágil vida,

como la espiga.

 

Para que el Sol dibuje

de oro sus granos que el viento abanica,

como la espiga.

Luego, el raudal de oro

se desparrama prófugo en la vía,

como la espiga.

(En desbocado símbolo, p. 74).

 

La iluminación mística, que atiza la sensibilidad y enciende la conciencia, abre la inteligencia a la más luminosa de las apelaciones trascendentes, como se manifiesta en “Mi vaso”:

En el agua estancada

del vaso de mi vida

hay reflejos del gran azul

con centellas de oro… ¡las estrellas!

 

Y el verde del boscaje

y el plumón blanco de las nubes

a veces, la hacen semejar

el cuadro de un exótico pintor.

 

Rebota el agua

cuando la brisa la acaricia fuerte,

y entonces, de mi gran vaso floral

se desparrama lo superfluo

y cae a tierra musitando quejas

(En desbocado símbolo, p. 78).

 

Los místicos sufren ataques bestiales de las fuerzas malignas del Averno y, en virtud de las coordenadas de sus células cerebrales, abiertas para percibir las irradiaciones cósmicas, son embestidas por diversas entidades mediante presiones, tormentos, aullidos, visiones que los contemplativos sufren y debilitan la resistencia de sus nervios. En “Viento” la poeta revela que mediante la furia de la brisa una fuerza extraña pretende abatirla:

 

Viento: llegas tan fresco, suave y reposado,

que adormeciendo vas mi pensamiento;

Viento, que las mejillas hazme refrescado,

¿de qué país tan bello llegas alborozado?

¡Mira, como has puesto mis cabellos!

Viento, inútil es que ahora al hogar

entres y hagas crujir el ventanal;

¿piensas tú que tu aullido he de temer?

Me rio y digo: ¡déjame ver!

Viento, mis manos y mis pies has vuelto fríos;

pero en mis pensamientos

voy musitando locos versos míos

(En desbocado símbolo, p. 84).

 

En el epílogo del libro En desbocado símbolo, Sebastián Robiou Lamarche rezuma el ideario espiritual de su ilustre tía: “En pocas palabras, para Martha María Lamarche la poesía era el medio para alcanzar a Dios” (p. 133). Lamarche hizo de la creación poética no solo el cauce de su sensibilidad estética y espiritual, sino el fuero de su más alto aliento, la vocación teopoética, índice de su sabiduría espiritual y lábaro de la llama fecunda de su vocación sagrada. Impregnada del rayo sagrado del amor divino, a Martha María le bastó esa llama sutil en su corazón para sentir el fulgor de lo viviente y darle sentido y dirección a su vida, centrada en la pasión divina. En “La lectura ahogada” aflora el aliento apocalíptico que la poeta combina genialmente con la orientación mística de la Khábalah, la frescura estética del Simbolismo y el rejuego popular de la jerigonza:

 

Solo quedamos la superficie plana

de la Torre de Babel.

Los números eran siete. Túnel de un camino

irremisiblemente largo y quebrado.

Sonámbulas de siete ojos pares,

cansadas de la muerte de cosas que encadenan,

arrojamos números a la atmósfera,

números geométricos, y construimos

ciudades cubistas con torres y puertos de mar.

Lágrimas del viento goteaban dentro,

y la piedad se desdobla fuera…

Y el eco, en su divertimiento revelaba

estos siete signos en simbólica luces:

bajo las volutas azules, una fronda dorada,

en la fronda, un pálido rayo lunar,

en la luna, misteriosos guiños de almas,

en las almas, la ardilla danzarina y locuaz,

en la danza, aleros de techumbres rojos,

en los aleros, una gota incorruptible de agua,

y en el agua, el naufragio del triste Pierrot…

Sonámbulas de siete ojos pares,

solo quedamos la superficie

 plana de la Torre de Babel.

(En desbocado símbolo, p. 49).

 

La idea de la nada activa en la poeta una intuición mística con hondura sutil:

 

Nuestra nada es arcilla de eternidad.

 

Sugiere esa expresión que somos barro con alto destino. Y también recrea a la conocida teoría de que Dios crea de la nada. En este poema la poeta retoma antiguas enseñanzas pitagóricas y bíblicas, y fluyen en su visión mística del mundo verdades con muy sabias esencias, índice de que la autora tuvo acceso al Nous, fuente luminosa de antiquísima sabiduría mística, según manifiesta en “Salmo de nuestra nada”. Vale la pena subrayar el acierto espiritual de su intuición mística:

 

Nuestra nada es arcilla de eternidad,

Dios baja a nuestros valles

y hace de ellos cordilleras de su gloria.

Nuestra nada es silencio de los mundos.

Silencio en los éxtasis,

silencio donde solo sopla el latido universal.

Nuestra nada es fuente de agua

en espíritu de holocausto,

holocausto cruzando a la eternidad.

Nuestra nada es milagro de acción,

amor universal, abecedario de letras,

ciencias, artes, filosofía…

Génesis de inspiración, poliedro de luz.

Nuestra nada, es orfandad de soberbia,

es órgano en manos del Hacedor,

verdad, raíz, victoria, fecundidad de soles,

movimiento perfecto de una secreta ley armónica

que es su principio y su fin.

(En desbocado símbolo, p. 51).

 

El trigo, vocablo con simbólica connotación cristocéntrica, fecunda la inspiración de esta iluminada cultora de la lírica teopoética:

 

Con este trigo llovido ahora es mi regreso,

yo he de hacer coda de eternidad para mi cabeza.

No es bronce, ni hierro, barro ni arcilla,

es trigo en flor, suave y fino

como el querer del viento alígero

que en espirales va ensortijando

las manos frías que están desnudas.

Con este trigo sabré obrar con humildad.

Oh sé: no es jugar, lanzar al aire nieblas quiméricas.

Discierno el Ser de esta gran dádiva.

Sé que podría, formando lirios, llevarlo oculto.

Pero yo sé que el trigo henchido es llama pura

de la materia crujiente y hosca por el dolor…

con este trigo llovido ahora en mi regazo,

y esta compacta raíz que implora,

y esta ignota fuerza que rige,

y este saber firme que asienta,

y este torrente ágil que llama,

y el movimiento siempre ascendente

de este querer con el querer divino…

Con este trigo llovido ahora en mi regazo,

yo he de hacer coda de eternidad / para mí.

(En desbocado símbolo, p. 52).

 

Elocuente signo de la voz secreta del Cosmos y del aliento sublime de lo Eterno, como en “Olvido de luz y de penumbra”:

 

 

El silencio existe en la inaudita sombra

de la voz exaltada,

quisiéramos hablar y el silencio solloza,

quisiéramos gritar y la voz se nos ahoga.

Tras la viva luz de los mediodías

el silencio vive en la ceguera violeta

de la pupila levemente apagada.

El silencio tras los vagos temblores

preludia el prodigio de los cauces reales,

y la poesía es silencio fluido de milenios distantes

madurado en el tiempo de luces.

El silencio de la soledad,

en los olvidados jardines interiores,

es cintillo del ocaso en penumbra.

(En desbocado símbolo, p. 54).

 

La creación teopoética de Martha María Lamarche expresa un canto de amor con el fervor que la poeta dominicana vive en su experiencia espiritual ante el esplendor del mundo. Imaginación fecunda y luminosa en la fragua de sus figuraciones estéticas, y también cauce de la sagrada sabiduría espiritual mediante las irradiaciones estelares de ardorosa inspiración divina.

 

Bruno Rosario Candelier

Academia Dominicana de la Lengua

Santo Domingo, R. Dom., 6 de junio de 2020.

 

Notas:

  1. “Presentación” de Sebastián Robiou Lamarche, en Martha María Lamarche, En desbocado símbolo, San Juan de Puerto Rico, Editorial Punto y Coma, 2014, p. 3.
  2. Ángela Hernández, “Las claves y los símbolos de Martha María Lamarche”, En desbocado símbolo, p. 9.
  3. Ángela Hernández, “Las claves y los símbolos de Martha María Lamarche”, En desbocado símbolo, pp. 10 y 12.
  4. Julio Jaime Julia, Haz de luces, Santo Domingo, CIPAF, 1990, p. 50.

 

 

PONENCIAS DEL DIRECTOR DE LA ADL: La iluminación mística de Nikos Kazantzakis

Por  Bruno Rosario Candelier

 

A

Ignacio Bosque,

cultor de la forma que edifica.

 

A Nikos Kazantzakis le seducía el tema de Dios. El fenómeno divino se revelaba en sus angustias, conflictos y obsesiones que traspasaba a sus personajes de ficción. Con el lenguaje de su culta prosa y la convicción de sus creencias filosóficas, estéticas y espirituales, Kazantzakis plasmaba impresionantes descripciones en imágenes poéticas y figuraciones narrativas, y canalizó la razón de ser de sus búsquedas en la mística, la más alta pasión de su sensibilidad que reflejó en páginas memorables.

Entre sus novelas recomiendo El pobre de Asís. Su obra testimonial, Carta al Greco, enseña a ponderar, desde la visión de un creador, cuatro dimensiones singulares de los rasgos de una escritura, como son la apelación, la sensibilidad, la concepción y la cosmovisión, que tomo en cuenta al valorar el aporte intelectual de este creador griego de las letras contemporáneas.

La prosa de Nikos Kazantzakis cultiva una expresión exuberante y emotiva hasta el grado de cautivar con su lenguaje pleno de belleza sensorial, rebosante de pensamiento trascendente, lo que ha hecho de sus novelas hermosas creaciones literarias. En ellas fusiona, con admirable maestría, la pasión griega, la mística cristiana y la tradición cultural de Occidente.

Nikos Kazantzakis, signado por una constante búsqueda de Dios, sufría no comprender el misterio de lo divino. Sentía que su vida era un grito contra el abismo que lo separaba de lo Absoluto y, estimulado por el sentimiento de la Divinidad, le reclamaba una explicación a cada una de las interrogantes que lo asediaban. Por eso exploró el sentido de lo Absoluto en la vida de un santo tan paradigmático como san Francisco de Asís, que hizo de la pobreza la singular virtud de renunciar a todos los bienes materiales para dar cabal satisfacción a esa búsqueda angustiosa con una entrega total al destino último del hombre. La obra inmortal de Nikos Kazantzakis, El pobre de Asís, quizás la mejor novela mística de las letras occidentales, está inspirada en la vida del místico católico, el famoso Poverello que le dio prestancia a la ciudad italiana de Asís, en la región de Umbría, donde naciera y viviera este religioso, asceta y contemplativo y, según la estimación de muchos estudiosos, el creyente que más se ha identificado con el sentido místico del Cristianismo.

Mediante la luminosa palabra del poeta, dramaturgo, ensayista y novelista cretense, como fuera Nikos Kazantzakis (1885-1957), este escritor adquirió fama mundial con sus novelas Zorba el griego, La última tentación y El pobre de Asís, llevadas al cine con amplia difusión internacional. Y su obra autobiográfica, Carta al Greco, es uno de los testimonios intelectuales, espirituales y estéticos más edificantes de la literatura universal (1).

Entre sus novelas pondero de manera privilegiada El pobre de Asís. Su obra de testimonio, Carta al Greco, enseña a ponderar, en la valoración de un escritor, las dimensiones singulares de una escritura. Esos aspectos son la apelación, la sensibilidad, la concepción y la cosmovisión del escritor.

Entiendo por apelación un conjunto de ideas y actitudes que a modo de llamada interior mueven la adhesión de una persona, un intelectual o un artista a inclinarse por determinadas motivaciones que alientan y estimulan su vocación creadora. La apelación intelectual, moral, estética y espiritual opera como energía o impulso para comprender, actuar, sentir y crear. Nikos Kazantzakis estaba consciente de las fuerzas que lo apelaban a la creación, que cifraba en su contacto con la tierra, el mar, la mujer y el cielo, con una pasión y un aliento consentido. De igual modo experimentaba el conjuro de las palabras o la motivación de un ideal trascendente que lo inducía a cumplir con el deber de transmutar la sombra en luz. Entendía que cada ser viviente es un taller donde Dios, oculto, modela el barro y lo transforma: “He aquí el porqué de que los árboles florezcan y se carguen de frutos, los animales se reproduzcan y de que el mono haya podido superar su destino y mantenerse erguido sobre sus dos patas. Y ahora, desde que el mundo existe, ha sido permitido al hombre penetrar en el taller de Dios y trabajar con Él” (2).

La sensibilidad, tan fundamental en los creadores artísticos y literarios, es determinante en la concepción y la ejecución de una obra artística, ya que sin el concurso de los sentidos físicos e interiores es imposible realizar una creación estética y espiritual. Como artista altamente sensible, Kazantzakis gemía con el Universo en un alto grado de compenetración sensorial, afectiva, intelectual, imaginativa y espiritual. Esa misma sensibilidad explica la fuerza y la ternura de su corazón, la identificación con los elementos y las criaturas, la empatía cósmica y la atracción por la belleza y el misterio. Supo contemplar el mundo con mirada virgen sintiendo el asombro primigenio.

En cuanto a la concepción, abarca lo que piensa un escritor, y ya se sabe que la cultura moldea la ideología de un autor. Kazantzakis creía que el mundo se debatía entre el orden y el caos, y que los seres humanos estamos conformados por ángeles y demonios. Asimismo, en la obra que comento se puede apreciar que el ilustre griego entendía que el dolor y la fatalidad se hacían presentes en la vida, pero nunca debían arruinarnos. Y con relación a la función del escritor, con una vocación inaplazable en su tarea como creador de poesía y ficción, entendía que el hombre dotado con el talento para escribir, asumía una responsabilidad ineludible: “Suerte penosa e ingrata la del hombre que escribe porque se ve naturalmente obligado a utilizar palabras, es decir, a movilizar el impulso que lleva en sí. Cada palabra es una corteza muy dura que encierra un gran poder explosivo. Para encontrar lo que quiere decir, hay que dejarla estallar en sí como una granada y liberar así su alma prisionera” (3), afirmaba.

Respecto a la cosmovisión, que determina la visión del mundo y de la vida que forjamos según nos vamos formando, para formalizarla se necesita cultura intelectual y capacidad reflexiva. Los novelistas suelen plasmar su cosmovisión a través de sus personajes, que canalizan en su conducta, su lenguaje, o directamente en la voz del narrador. Nikos Kazantzakis revela su cosmovisión, y vivía como viven los creyentes en Dios, entendiendo que todo, forma parte del Todo, y que el mundo es una creación divina, y que el hombre tiene a su alcance la voluntad para vivir y luchar, el poder para enfrentar peligros y adversidades, la determinación para alcanzar la meta última de su existencia. Kazantzakis es uno de los novelistas místicos contemporáneos más conscientes de su identidad espiritual y, en tal virtud, veía el mundo con la convicción del místico. Entendía que la poesía, vale decir, la creación mediante la palabra, tiene el poder de transmutar el sufrimiento humano. En su idea, el sufrimiento inspira lucha, y la poesía la transforma en valor fecundo para la humanidad. Tal vez lo más significativo de Carta al Greco sea su autobiografía espiritual y estética que da a conocer con un lenguaje impregnado de belleza y densidad, con la trayectoria intelectual, imaginaria y afectiva de un escritor de nuestro tiempo.

La prosa de Kazantzakis tiene la belleza de la expresión exuberante y emotiva hasta el grado de cautivar con su lenguaje pleno de encanto sensorial, rebosante de pensamiento trascendente, por lo que sus novelas son hermosas creaciones de la literatura contemporánea.   Después de haber agotado fructíferas jornadas y aventuras en Jerusalén, París, Viena, Rusia y Asís, en esta singular ciudad italiana que aún conserva su encanto medieval, le fue revelada a Kazantzakis la figura carismática de san Francisco, el santo que inmortalizó los templos y las callejuelas de este cautivante pueblo de la Umbría de Italia, inspirándole el más hermoso libro y la más ardiente novela que se haya escrito sobre el Poverello de Asís (4).

La vida de Kazantzakis estuvo signada por una constante búsqueda de Dios. Nada mejor para explorar el sentido de lo Absoluto que indagarlo en la vida de un santo tan paradigmático como el místico de Asís, que hizo de la pobreza la rara virtud de renunciar a todo para dar cabal satisfacción a esa búsqueda angustiosa con una entrega total al destino último del hombre (5).

Esta obra inmortal de Nikos Kazantzakis, El pobre de Asís, quizás la mejor novela mística de las letras occidentales, está inspirada en la vida de San Francisco de Asís. Hijo de un acaudalado comerciante, renunció a las riquezas y la buena vida para consagrarse al servicio divino, fundando la Orden religiosa que llevó su nombre. Vivió bajo el rigor de la pobreza, conforme la pauta evangélica del amor y la entrega generosa. Hombre simple, consustanciado con la naturaleza, asceta y virtuoso, vivió la santidad con la pasión del ideal cristiano.

Francisco fue también un personaje devorado por una lucha de identificación y consagración al Bien, la Verdad y la Belleza. Nikos Kazantzakis, que experimentó en su espíritu el zarpazo del misterio, siendo al mismo tiempo un hombre apasionado por las delicias de la vida, comprobó que el protagonista de esta novela tuvo el coraje y la visión de luchar contra la duda y la incertidumbre, prescindiendo de cuanto halaga la vanidad humana para vivir a plenitud la convicción de su creencia. Tuvo Kazantzakis talento literario, apelación religiosa y sentido místico para ahondar, en su misteriosa intensidad, las vivencias de este singular ejemplo de la vida humana y supo mostrarlo con la humanidad de un ideal movido por la fe y de una pasión incendiada en la belleza del mundo con su esplendor y su misterio.

Esta novela de Kazantzakis la narra el Hermano León, el inseparable compañero de Francisco, alter ego del narrador, que lo toma de la mano y lo lleva por las callejas de Asís, le presenta la crudeza de la vida conventual, lo pasea por Roma y Tierra Santa. En todas las peripecias y adversidades afloran luchas, angustias y conflictos, que la novela del griego va desmadejando en su emocionante historia.

Los narradores suelen elegir inconscientemente a personajes de su ficción que de alguna manera revelan facetas o rasgos con los cuales se identifican o se proyectan. El hijo de Bernardone era un atormentado por la dirección que debía imprimirle a su vida, comenzando por la búsqueda de la verdad, que en este iluminado se cifraba en la búsqueda de lo divino. Le atormentaba una dura crisis de conciencia, que despertó el sentido de la frugalidad y la pureza de vida contra el vicio del boato y el dispendio, contrapuesto a la verdad y el bien. Afirmando que nada está más cerca de nosotros que el cielo, escribió: «La tierra está bajo nuestros pies y caminamos sobre ella, pero el cielo está en nosotros» (Kazantzakis, El pobre de Asís, p.13).

La novela de Kazantzakis narra la vida de Francisco, a quien lo ubica históricamente con las implicaciones que esto conlleva respecto a la época, la visión cultural del siglo XIII, las costumbres y los rasgos sociales. Uno de los encantos de El pobre de Asís es la belleza descriptiva como complemento del novelar. En el siguiente pasaje vemos una muestra de la identificación del narrador con la naturaleza, una forma de exaltar la belleza del mundo para reconocer la presencia del Creador. En comunión con el Cosmos, en la que el narrador proyecta el impacto que experimenta la sensibilidad al influjo sensorial de lo viviente, su alma flota como la de un contemplativo arrobado y extático: “Cuando salimos de la iglesia, el cielo se había llenado de estrellas. Francisco se hundió en la oscuridad, porque sentía la necesidad de estar solo. Nos tendimos en el suelo para escuchar la noche. Las extrañas bodas pasaban y volvían a pasar por el espíritu de todos. Al principio, algunos hermanos estuvieron tentados de reírse, pero poco a poco la risa se volvía sollozos en nosotros y el sollozo, felicidad. “Así es como se debe llorar y reír en el Paraíso», pensaba yo. Por un instante, nuestras almas se habían liberado de nuestro espíritu y de nuestra carne, ya no tenían necesidad de verdad palpable. Se habían transformado en gaviotas y, posadas sobre el océano de Dios, se balanceaban al compás de Su misericordia” (Ibídem, pp.147-8).

La compenetración con la naturaleza, con el esplendor sensorial de lo viviente, es la huella tangible de la Divinidad, que los místicos asumen como epifanía del amor de Dios por los elementos y las criaturas con vida y conciencia para disfrutar sus encantos. Kazantzakis sentía y expresaba ese amoroso fervor por la montaña, las plantas, los ríos, las avecillas de los prados, los crepúsculos y los fenómenos naturales y plasmaba la intensidad dramática que sacudía el alma de Francisco cuando ponía sus ojos y sus oídos y su tacto a pulsar el aliento de las cosas, para contrarrestar angustias y obsesiones mediante la contemplación de la placidez y armonía de lo viviente.

Kazantzakis refuerza la creencia de la antigua tradición griega del concepto de la naturaleza según la cual las cosas del mundo mantienen entre sí una conexión indisoluble como un todo ordenado para un fin, por lo cual todo lo que existe, logra su posición y su sentido (6). Heredero del linaje cultural griego más auténtico y de la tradición de la mística cristiana, que integra a sus obras narrativas, Kazantzakis vincula a la Divinidad la milenaria concepción griega del orden ínsito en la naturaleza. Desde esa óptica cuántica, «todo en la tierra obedece a la misma ley divina, tanto las almas como los árboles» (El pobre de Asís, p.126).

Cuando Kazantzakis escribió El pobre de Asís en la década de los ’40 predominaban en Europa las tendencias literarias existencialistas y neo-realistas, que nuestro autor asumió engarzándolas a las corrientes cristiana y mística. Eligió como protagonista de su novela a un hombre que optó por la pobreza, que vibraba con las cosas sencillas y que sentía en carne propia la angustia y el desgarramiento de sus grandes vacilaciones, pero su vocación religiosa le confiere el poder necesario para superar las dudas y asumir el reto de la entrega a un ideal sublime. Esa lucha existencial y ese combate espiritual, intenso y ardiente que Francisco afrontó para superar las adversidades de la fe, se aprecia en varios pasajes de esta impresionante narración, en la que Kazantzakis logra compenetrarse espiritualmente con su personaje: “Una noche la luna era un disco perfecto en medio del cielo, y la tierra, inmaterial, flotaba en el espacio. Francisco recorría las calles de Asís, asombrado de que las gentes no estuvieran en los umbrales de sus casas para admirar ese milagro. De súbito, corrió, trepó por el campanario de la iglesia y empezó a tocar a rebato. La gente despertó sobresaltada, temiendo un incendio, y se precipitó semidesnuda en el patio de san Rufino. Y al ver que Francisco agitaba furiosamente la campana, le preguntaron:

   -¿Por qué tocas? ¿Qué pasa?

   -Levantad los ojos- les respondió él desde lo alto del campanario-.

   ¡Mirad esa luna!

   Tal era el pobre Francisco; al menos, así lo veía yo. Porque ¿habrá manera de saber quién era en realidad? ¿Lo sabía acaso él mismo?” (Ibídem, p.23).

Obviamente, el fundador de la Orden Franciscana era un ser excepcional. Su vida era un modelo de mansedumbre, dulzura y compasión hacia todas las criaturas; tuvo el don de la comunicación con los animales, con las aves, con todas las criaturas, en virtud de una sensibilidad especial de sintonía con que la naturaleza lo dotó. Kazantzakis se compenetró tan entrañablemente con la vida y la obra del Poverello de Asís que logró pasajes reveladores de los milagros del monje, sus éxtasis contemplativos y sus diálogos con las avecillas: “-Hermanas golondrinas, os lo ruego, dejadme hablar… Encantadoras mensajeras de Dios, que traéis la primavera a la tierra, plegad las alas un instante, alineaos tranquilamente en los techados y escuchad. Hablamos de Dios, que creó las golondrinas, si me queréis a mí, que soy vuestro hermano, callad. Veo que os preparáis a partir hacia África. ¡Que Dios os asista! Pero antes de poneros en camino, es bueno que escuchéis su palabra. Entonces los pájaros plegaron las alas y se posaron a los pies y en los hombros de Francisco, fijando sus ojuelos redondos en el pregonero de Dios. De cuando en cuando se permitían batir las alas, porque su alegría era tan grande que no  podían dominar su deseo de volar en el cielo” (p.273).

Los momentos de contemplación mística más sublimes llevaban al santo de Asís a la levitación, como lo testimoniaron sus compañeros de religión, aspecto que el narrador griego, como buen novelador, sabe articular a la historia de esta apasionante novela, y a veces el propio Kazantzakis no se puede sustraer a la vivencia emocional que le proporciona su propia creación literaria, produciendo páginas de sorprendente belleza y emocionado encantamiento, como este pasaje: “Callábamos. La presencia de Francisco junto a nosotros, en nuestra casa, nos tranquilizaba. Maseo y yo sentíamos el corazón lleno de profunda serenidad. Fuera, un  viento violento se había levantado. Los árboles, azotados, gemían. Muy lejos ladraban perros. Maseo había puesto la marmita sobre el fuego y nos preparaba la comida. Durante nuestra ausencia había vivido de la venta de cestos trenzados con los juncos y los mimbres que cortaba el borde del río. Así se ganaba el sustento trabajando. Francisco, con las manos siempre ante el fuego, como en oración, se sumergía –podíamos verlo por su expresión– en una indecible dulzura. Había olvidado el mundo real y por un instante me pareció ver que se elevaba sobre el suelo. Había oído decir que cuando los santos piensan en Dios su cuerpo puede vencer la gravedad y permanecer suspendido en el aire. Después lo vi descender a la tierra y posarse tranquilamente, con la espalda curvada, ante la chimenea” (El pobre de Asís, p.221).

El arrebato que experimenta el alma del narrador lo desplaza hacia las criaturas imaginarias que encarnan la vivencia de su pasión, por lo cual la penetración psicológica y la urdimbre emocional y el talante espiritual que distinguen los parlamentos de los personajes de Kazantzakis evidencian el desarrollo de un escritor consumado. Se trata de una destreza narrativa que Kazantzakis revela en cuanto asume como materia y sustancia de sus narraciones. Por ejemplo, retoma los elementos presocráticos y los engarza a la visión que el iluminado de Asís tenía del mundo y de la vida, tratando de interpretar el sentir de Francisco con el entusiasmo que le caracterizaba: “Por la mañana, cuando el sol se levanta y nos distribuye su luz, ¿has observado con qué ardor cantan los pájaros y cómo salta el corazón del hombre en su pecho? ¿Has observado que las piedras y las aguas ríen? Y por la noche, cuando el sol se pone, nuestro hermano el fuego, viene hacia nosotros, acogedor. Ya sube hasta la lámpara para iluminarnos, ya se instala en el hogar para darnos calor. ¿Y el agua? ¡Qué milagro es el agua! Corre, parlera, se transforma en arroyo, después en río que baja hacia el mar cantando. A su paso, lo lava y purifica todo. Y cuando tenemos sed, ¡cómo refresca nuestras entrañas! ¡Con qué perfección el cuerpo humano se adapta a la tierra y el alma a Dios!  Cuando pienso en todas estas maravillas, ya no me basta hablar y caminar” (El pobre de Asís, p.331).

Como buen griego, Kazantzakis asigna a sus novelas la fuerza vital de la antigua épica y la articula a la época en que se desarrolla la historia que narra, centrada en el personaje de Francisco, recreando escenas y ambientes como un fotograma social y epocal (7). El protagonista aparece caracterizado desde las primeras páginas de la novela y la transformación que se opera en su vida plasma el postulado esencial que toda novela, para serlo, exige a sus creadores. Tanto la historia principal, como las secundarias, sirven de apoyo al mundo novelesco que recrea Kazantzakis y, sobre todo, a la cosmovisión que articula a través de descripciones o narraciones bien articuladas.

El meollo de esta novela es la búsqueda de Dios, ejemplificada en la biografía del virtuoso de Asís, el más acabado paradigma de ternura y santidad. Fue un bello pretexto de Kazantzakis para canalizar las grandes apelaciones de su búsqueda interior y satisfacer la llamada de su vocación literaria, su sensibilidad espiritual y el reclamo de su pasión trascendente.

La vida de Kazantzakis fue una lucha desgarradora contra todo lo que le impedía la comprensión de Dios. El fenómeno divino le obsesionaba de tal modo que plasmaba sus angustias y conflictos en sus personajes predilectos, y lo revelaba en el lenguaje apasionado de su prosa con la densidad espiritual de sus creencias religiosas, filosóficas y estéticas. Y a través de impresionantes descripciones, con cascadas de imágenes y figuraciones poéticas, este griego genial desgranaba el torrente interior de sus inquietudes espirituales, que hizo de la literatura mística la razón de ser de sus búsquedas y apelaciones, haciendo de la espiritualidad sagrada la más alta pasión que prohijaron su sensibilidad y su conciencia en páginas memorables, edificantes y luminosas.

 

Bruno Rosario Candelier

Encuentro Literario en Monción,

Mao, Rep. Dominicana, 28 de mayo de 2001.

 

Notas:

  1. Nikos Kazantzakis nació en Heraklion, Grecia, el 18 de febrero 1883. En 1902 se mudó a la ciudad de Atenas, donde estudió leyes en la Universidad de Atenas, y en 1907 emigró a París donde estudió filosofía. Allí fue influido por las enseñanzas de Henri Bergson. Tras su regreso a Grecia, en 1914 comenzó a traducir obras de filosofía. Kazantzakis, que sufría de leucemia, en 1957 se sintió enfermo en un viaje a China y Japón y fue transferido a Friburgo (Alemania), donde murió el 26 de octubre de 1957. Está enterrado en su ciudad natal. Su epitafio reza: «No espero nada. No temo nada. Soy libre» (en griego: Δεν ελπίζω τίποτα. Δεν φοβάμαι τίποτα. Είμαι λεύτερος).
  2. N. Kazantzakis, Carta al Greco, Buenos Aires, Carlos Lohlé, 1963, p. 19.
  3. Ibídem, p. 75.
  4. Nikos Kazantzakis, El pobre de Asís, Madrid, Edit. Debate, 1989, 378 pp.
  5. Ver Javier Sicilia, «Nikos Kazantzakis: La desnudez sin derrota», en La Gaceta, no. 196, México, abril de 1987, p.17.
  6. Cfr. Werner Jaeger, Paideia: Los ideales de la cultura griega, México, FCE, 1971, 2a. ed., Segunda Reimpresión, p. 10.
  7. Bruno Rosario Candelier, «La fuerza de la antigua épica», en Tendencias de la novela dominicana, Santiago, PUCMM, 1988, pp.39-49.

 

 

Addendum: Concepción mística y estética de Nikos Kazantzakis

 

He dicho al almendro: Háblame de Dios, hermano. Y el almendro floreció”.

(Nikos Kazantzakis, Carta al Greco, Buenos Aires, Ediciones Carlos Lohlé, 1973, p. 8).

 

Heredero de la concepción filosófica de los antiguos pensadores presocráticos, cultor del ideario trascendente de la mística cristiana y creador de una espiritualidad sagrada inspirada en la herencia teopoética de varias tendencias contemplativas de Oriente y Occidente, el poeta, novelista y prosador griego Nikos Kazantzakis hace de la intuición, la belleza y el sentido la fuente de su luminosa creación literaria.

 

   Sensibilidad.  El alma de Nikos Kazantzakis gemía con el Universo: “Todo hombre digno de ser llamado hijo del hombre carga su cruz sobre sus hombros y sube a su Gólgota. Muchos, los más numerosos alcanzan el primero, el segundo, el tercer grado, jadean, se desploman en medio de su marcha y no llegan a la cumbre del Gólgota –quiero decir a la cima de su deber: ser crucificado, resucitar, salvar sus almas. Desfallecen, la cruz les infunde miedo, no saben que la crucifixión es el único camino de la resurrección, que no hay otro… Mi alma entera es un grito y mi obra entera es la interpretación de este grito” (Nikos Kazantzakis, Carta al Greco, Buenos Aires, Ediciones Carlos Lohlé, 1973, p. 11).

 

Conciencia cósmica. Identificación sensorial, afectiva y espiritual con los elementos y las cosas: “Cuando yo era niño, me identificaba con lo que veían, con lo que tocaba; con el cielo, el insecto, el mar, el viento; el viento entonces tenía un pecho, tenía manos y me acariciaba. A veces se irritaba, me resistía y no me dejaba caminar; a veces, todavía me acuerdo, me arrojaba por tierra. Arrancaba las hojas del emparrado, desgreñaba mis cabellos que mi madre había peinado, llevaba el pañuelo de la cabeza de nuestro vecino el señor Dimitri y levantaba las faldas de su mujer Penélope. Todavía no me había separado del mundo; pero poco a poco me desgajaba de él: de un lado el mundo, del otro yo; y la lucha ha comenzado” (Carta al Greco, p. 40).

 

Ternura cósmica. Sentimiento de compenetración con criaturas y elementos en un abrazo de armonía y piedad: “Yo iba montado en un burrito y el pastor, detrás, aguijaba al animal a cada instante con un palo ahorquillado que tenía un clavo en el extremo. La pobre bestia sufría, se precipitaba y echaba a correr. Me volví hacia el borriquero y le rogué: -¿No tienes compasión de él? Trátalo mejor, ¿no ves que sufre? –Solo los hombres sufren –me respondió-, los burros son burros. Pero pronto olvidé el sufrimiento del animal, porque pasábamos por los viñedos y olivares y las cigarras me ensordecían. Algunas mujeres vendimiaban y extendían los racimos sobre los cañizos para hacerlos secar. El mundo despedía un aroma grato. Una vendimiadora nos vio y se puso a reír. -¿Por qué se ríe ella, Kyriaco? –pregunté al borriquero cuyo nombre acababa de aprender. –Se ríe porque le hacen cosquillas –contestó él y escupió. -¿Quién le hace cosquillas, Kyriaco? –Los demonios. No entendí, pero me asusté; cerré los ojos y empecé a golpear con mis puños al burrito para que pasáramos rápido y no ver los demonios” (Nikos Kazantzakis, Carta al Greco, p. 55).

 

Belleza. Concepción de la belleza como la dimensión sensorial de lo viviente que concita nuestra sensibilidad: “Cierro los ojos, retorna la juventud, la armonía vuelve a formarse en mí, y veo pasar las riberas, las montañas, las aldeas con sus frágiles campanarios, sus plazuelas umbrías, el plátano, el agua que corre, los bancos de piedra alrededor y los ancianos sentados por la tarde, apoyados en su bastón que discuten con calma, diciendo siempre las mismas cosas, desde hace tantos años, tantos siglos –y el aire en torno a ellos y encima de sus cabezas es eterno. Y cuando por primera vez vi las célebres pinturas ¡como temblaba mi corazón insaciable! Permanecía largo rato de pie en el umbral, temblorosas las rodillas, hasta tanto se aquietaban los latidos de mi corazón y podía resistir tanta belleza. Lo adivinaba bien, la belleza no tiene piedad, no se la mira, es ella que os mira y la que no perdona” (Carta al Greco, p. 148).

 

   Transformación de la conciencia. El cambio y la superación es una ley ínsita en la esencia de lo viviente: “Cada ser viviente es un taller donde Dios, oculto, modela e barro y lo transforma. He aquí el porqué de que los árboles florezcan y se carguen de frutos, los animales se reproduzcan y de que el mono haya podido superar su destino y mantenerse erguido sobre dos patas. Y ahora, por primera vez desde que el mundo existe, ha sido permitido al hombre penetrar en el taller de Dios y trabajar con él. Y cuanto más logra transformar la carne en amor, en valor y en libertad, más se convierte en el Hijo de Dios. Es un deber abrumador, insaciable. He luchado toda mi vida y aun lucho, pero siempre quedan tinieblas, un residuo en el fondo del corazón, y en la lucha recomienza sin cesar. Mis antiguos antepasados paternos se entremezclaban, zambullidos en lo más profundo de mí mismo, solo a duras penas logro distinguir sus rostros en las tinieblas profundas” (Nikos Kazantzakis, Carta al Greco, p. 19).

El sufrimiento es la clave de la transformación: “Paterópulos en la clase inferior, un viejito de pequeña estatura, de mirada feroz, bigotes caídos, siempre con su vara en la mano. Nos corría detrás, nos reunía y nos ponía en fila, como si fuésemos patos que llevara a vender al mercado. –La piel es tuya, maestro, los huesos son míos; golpea no más, golpea, hasta que se haga un hombre –le decían los padres al confiarle la cabra montesa que tenían por hijo. Y él nos golpeaba sin piedad. Y todos esperábamos, maestros y alumnos, el momento en que, a fuerza de bastonazos, nos convirtiésemos en hombres. Cuando crecí y las doctrinas filantrópicas extraviaron mi razón, juzgué bárbaro este método de mi primer maestro. Pero cuando aprendí a conocer la naturaleza humana, he bendecido la santa fusta de Paterópulos. Ella es la que nos ha enseñado que el sufrimiento es el guía más eficaz para transformar las fieras en hombres” (Nikos Kazantzakis, Carta al Greco, p. 46).

 

El hombre ha de luchar por un ideal trascendente: “Y más tarde, cuando leí la historia del héroe de Cervantes, Don Quijote se me apareció como un gran santo y mártir que, más allá del humilde sendero cotidiano, había partido, en medio de gritos y de risas, para encontrar la sustancia tras las apariencias. ¿Qué sustancia? Entonces no lo sabía, lo comprendí más tarde. Solo hay una sustancia, siempre la misma, y el hombre no ha encontrado otro medio de elevarse; la derrota de la materia y la sumisión del individuo a un fin que lo trasciende puede muy bien ser una quimera; para un corazón que cree y que ama no es quimera, solo existe el valor, la confianza y la acción fecunda. Los años han pasado. He intentado poner orden en este caos de mi imaginación; pero esta sustancia, tal como se me apareció, difusa aun, cuando era niño, me parece siempre que es el meollo de la verdad: tenemos el deber, más allá de nuestras preocupaciones personales, más allá de la comodidad de nuestros hábitos, por encima de nosotros mismos, de establecernos una meta y de esforzarnos por alcanzar esta meta, día y noche, desdeñando las risas, el hambre y la muerte. Mejor dicho, no alcanzarla, pues un alma altiva, no bien alcanza su meta, la traslada más lejos. No alcanzarla, sino no detenernos jamás en nuestra ascensión. Es el único medio de dar a la vida nobleza y unidad” (Nikos Kazantzakis, Carta al Greco, pp. 68-69).

 

   Nada muere, todo se prolonga en nosotros, en el Universo: “Jamás mis entrañas se habían abierto tan profundamente, de un modo tan revelador. Hacía años que lo sospechaba, pero a partir de aquella noche tuve la seguridad: hay en nosotros tinieblas, etapas múltiples, gritos roncos, bestias velludas, hambrientas. ¿Quiere decir que nada muere? ¿Nada puede morir en este mundo? Mientras vivamos, todas las noches anteriores al hombre, todas las lunas anteriores al hombre, las hambres, la sed de todos, las penas anteriores a los siglos continuarán viviendo, teniendo hambre y sed, torturándose con nosotros” (Nikos Kazantzakis, Carta al Greco, p. 20).

 

El mundo se debate entre el orden y el caos: “El terror me invade cuando oigo mugir en mis entrañas la carga terrible que llevo en mí. ¿Entonces jamás estaré a salvo, nunca se purificará el fondo de mi ser? De tabto en tanto, rara vez, una voz dulce surge de lo más profundo de mi corazón: -No temas, yo haré leyes, pondré orden, yo soy Dios, ten confianza. Pero de pronto un poderosos bramido asciende de mis riñones y hace callar la voz dulce: -¡No te envanezcas, yo desharé tus leyes, quebrantaré tu orden, te aniquilaré; yo soy el Caos!” (Nikos Kazantzakis, Carta al Greco, p. 20).

 

   Presencia divina. Visión del mundo como expresión y regalo de Dios: “El espíritu del niño es tierno, su carne es delicada; el sol, la luna, la lluvia, el viento, el silencio, todo esto cae sobre él, es como si ellos trabajaran una liviana arcilla. El niño absorbe insaciablemente el mundo, lo recibe en sus entrañas, lo asimila y lo transforma en niño. Recuerdo que a menudo me quedaba sentado en el umbral de nuestra casa, resplandecía el sol, quemaba el aire, en una casa grande del barrio se pisaba la uva, el mundo entero olía a mosto, y yo cerraba los ojos, feliz, extendía mis manos abiertas y esperaba. Venía Dios, nunca me falló mientras fui niño, venía bajo la forma de un niño como yo y me ponía en las manos sus juguetes: -el sol, la luna, el viento. –Te los regalo –me decía-, te los regalo; juega con ellos, yo tengo otros. Abría los ojos y Dios desaparecía, pero aún tenía en las manos sus juguetes. Tenía sin saberlo, y no lo sabía porque no lo vivía, la omnipotencia de Dios: yo modelaba el mundo como quería” (Nikos Kazantzakis, Carta al Greco, p. 39).

 

   Resignación mística. La convicción de que lo que sucede es lo mejor, alienta la comprensión del sentido trascendente: “Vi a mi padre, de pie en el umbral, inmóvil, que se mordía los bigotes. Detrás de él, también de pie, mi madre lloraba. -¡Padre –grité-, nuestra uva seca se ha perdido! –Nosotros no estamos perdidos –me respondió- ¡cállate! Jamás he olvidado este instante; creo que ha sido una gran lección para los momentos difíciles de mi existencia. Recuerdo a mi padre, calmo, inmóvil, de pie en el umbral; no juraba, no suplicaba, no lloraba, miraba, inmutable, el desastre y, el único entre todos los vecinos, salvaba su dignidad de hombre” (Nikos Kazantzakis, Carta al Greco, p. 73).

 

El sufrimiento inspira lucha, y la poesía la transforma con un alto sentido para la humanidad: “Fue el primer salto, quizás el más decisivo, de mi vida espiritual. Una puerta mágica se abrió en mi espíritu, que me ha hecho entrar en un mundo azorador. Hasta entonces Creta, Grecia, eran una superficie estrecha en que mi alma estaba encerrada y se debatía; ahora el mundo se amplió, los seres humanos se multiplicaron; mi pecho de adolescente crujía para abarcarlos. Hasta ese instante adivinaba, pero no sabía tan positivamente que el mundo es enorme; y que el sufrimiento y el esfuerzo son los compañeros de vida y de combate no solo del cretense sino de todo hombre; y lo que es más grande, entonces comencé a presentir el gran secreto: que la poesía puede trasformar toda la lucha en sueño e inmortalizar todo lo efímero que puede alcanzar, al convertirlo en canto. Hasta entonces solo me guiaban dos o tres pasiones primarias: el miedo, el esfuerzo por vencer el miedo, y la pasión de la libertad. Pero allí se encendieron en mi dos nuevas pasiones: la belleza y la sed de instrucción” (Nikos Kazantzakis, Carta al Greco, p. 82).

 

   Concepción y valoración de las cosas. Necesidad mística de conocerse a sí mismo para conocer al Creador que nos creó: “Recorría el Ática para conocerla –al menos es lo que yo creía. En realidad, era mi alma lo que recorría para conocerla. En los árboles, en las montañas, en la soledad, buscaba mi alma, procuraba conocerla, en vano; mi corazón no se estremecía, señal cierta que me probaba no haber encontrado lo que buscaba. Solo un día creí que había encontrado. Había ido solo al cabo Sunion. Un sol quemante, ya era verano; los pinos heridos chorreaban su resina y el aire era balsámico; una cigarra vino a posarse sobre mi hombro y durante un largo rato caminamos juntos; mi cuerpo entero olía a pino, yo me había convertido en un pino. Y de pronto, al salir del pinar, vi las columnas blancas del templo de Poseidón y, entre ellas, resplandecientes, azul sombrío, el mar santo. Mis rodillas se doblaron, me quedé clavado en aquel sitio. He aquí la belleza -pensé-, he aquí la Victoria sin alas, la cumbre del gozo; el hombre no puede llegar más alto. He aquí Grecia” (Nikos Kazantzakis, Carta al Greco, p. 117).

 

La búsqueda insaciable de los sentidos: “No podía dormir, y una noche, al pasar por el barrio turco, oí una voz de mujer cantar con pasión punzante un amané oriental. La voz, sombría, ronca, muy grave, brotaba de las entrañas de la mujer y llenaba la noche de quejumbres y de desesperación. No podía avanzar y me detuve; escuchaba con la cabeza apoyada hacia atrás contra la pared, escuchaba y me faltaba la respiración. Mi alma jadeaba, no podía continuar en su jaula de arcilla, estaba suspendida en la cima de mi frente y tomaba impulso para volar. No, no era el amor lo que desgarraba el pecho de esta mujer que cantaba, no era el abrazo lleno de misterio del hombre y la mujer, no era la alegría, la esperanza, el hijo; era un grito, una orden: romper los barrotes de nuestra prisión, la moral, el pudor, la esperanza y precipitarnos, perdernos, fundirnos con el Amante terrible que acecha en la oscuridad, nos embruja y que llamamos Dios. Aquella noche, al escuchar la desgarradora canción de la mujer, me pareció que el Amor, la Muerte, Dios eran una sola cosa; y a medida que pasaban los años, he sentido cada vez más profunda esta espantosa Trinidad al acecho en el caos. En el caos y en nuestro corazón. No era una Trinidad; era lo que un místico bizantino llamaba: una Monada en armas” (Nikos Kazantzakis, Carta al Greco, p. 124).

 

La necesidad de crear embriaga al alma: “Esta lucha entre la imaginación y la realidad, entre el Dios creador y el hombre creador embriagó mi corazón por un instante. Éste es mi camino, gritaba yo en el patio por donde caminaba mojándome, éste es mi deber. Cada hombre tiene la talla del enemigo que lucha con él: me gusta luchar con Dios, aunque pierda. Él tomó el barro y modeló el mundo, yo he tomado palabras. Él hizo los hombres tales como los vemos arrastrarse en la tierra; yo modelaré con la imaginación y con el viento, con la materia de que están hechos nuestros sueños, otros hombres, que tendrán un alma, que resistirán al tiempo, y los hombres de Dios morirán y los míos vivirán” (Nikos Kazantzakis, Carta al Greco, p. 127).

 

Pondera lo más elevado que puede alcanzar el hombre: “-¿Cuál es la cima más alta que puede alcanzar el hombre? –le dije, procurando consolarlo. Es vencer el yo. Cuando lleguemos a esa cumbre, Angelos, solo entonces, seremos liberados.

   No respondió, pero golpeaba el agua con su talón, furioso.

   El aire entre nosotros se había vuelto pesado.

   -Entremos –dijo-, estoy cansado.

   No estaba cansado, estaba colérico.

   Cuando llegamos a casa, para conjurar la desgracia, tendí la mano hacia la rica biblioteca de mi amigo.

   -Mira –le dije- voy a elegir un libro con los ojos cerrados, él decidirá.

   -¿Qué decidirá? –dijo mi amigo, nervioso.

   -Lo que haremos mañana.

   Cerré los ojos, a tientas saqué un libro; mi amigo me lo arrancó de las manos, lo abrió; era un gran álbum de fotografías: monasterios, monjes, campanarios, cipreses… Celdas al borde del abismo, con el mar agitado debajo…

   -¡El Monte Athos! –grité.

   El rostro de mi amigo empezó a refulgir. -¡Lo que yo quería! –exclamó. Lo que quería hace años y años. ¡Vamos!

   Abrió sus brazos y me apretó contra sí” (Carta al Greco, p. 162).

 

El novelista evoca a María Magdalena y, al encarnarla espiritualmente, piensa en el Nazareno, y canta: “¡Oh, qué felicidad, y no puedo/levantarme, tanta es la suavidad del viento!/¡Levántate, corazón, y golpea la tierra para que se abra!/Mis hombros de tierra se estremecen como alas,/¡Pero, ay, mi cuerpo es pesado y el día tarda en surgir!/No te apresures, alma mía, dame el tiempo de vestirme y salir;./ya me visto como una desposada, me acicalo, y tiño/la palma de mis manos, mis pies con alheñas y mis ojos/con un poco de kohl y uno mis cejas con una pizca de belleza./Cuando el amor llama a la tierra, el gran cielo/acude dulcemente a llamar en mi seno, y yo recibo inclinada,/bañada en lágrimas de alegría, el Verbo como un hombre./Y cuando por fin llegaré por el sendero florido/a su tumba amada, como la mujer/abandonada por su amante, abrazaré/tus rodillas pálidas, oh Cristo, para que no te vayas…/Y yo hablaré y sostendré tus rodillas…/Aunque todos renieguen de ti, Cristo, tú no morirás;/pues guardo en mi seno el agua de Juvencia,/y yo te la doy a beber y tú retornas a la tierra/y tú caminas conmigo en los campos./Y yo gorjearé como un pájaro enamorado/sobre las ramas de un almendro que florece en la nieve;/y canta en éxtasis, con el pico en alto/hacia el cielo, ¡hasta que la rama florezca!” (Nikos Kazantzakis, Carta al Greco, p. 198).

 

Consagración a un ideal de vida: “Cuando, en mi peregrinación por Italia, me interné en las estrechas callejuelas de Asís y una tarde oí repicar las campanas alegremente en el campanario del Pobre de Asís y en el monasterio de santa Clara, sentí una felicidad inexpresable. Había permanecido varios meses en esta ciudad santa, en la casa señorial de la vieja condesa Erichetta, y no quería irme de allí. Y ahora, en estos días difíciles en que mi alma se esforzaba en ascender un poco más, mi corazón se abrió y surgió nuevamente Asís. Y vi ascender a la luz, en aquellos días críticos, al hijo de Bernardone; se puso a caminar delante de mí, vestido de andrajos, y me señaló el camino con un gesto. No era un camino, era una cuesta muy abrupta, llena de guijarros. Pero todo el aire emanaba un perfume de santidad. Recordé el día nublado en que escalé Averna, la montaña del martirio y de la gloria de san Francisco. Soplaba un viento violento y helado, las piedras grises estaban peladas, sin una brizna de hierba, los árboles estériles completamente negros; el paisaje gemía, ignorante de la risa, atormentado y duro. La pobreza, la desnudez, el desierto; una luz sombría y extraña, caía la tarde y la cumbre estaba aún lejos. Trataba en vano de concentrar mi deseo, de apelar a mi fuerza; sentía que el pánico invadía mi cuerpo –mi cuerpo helado, hambriento, sumido en la noche en pleno desierto. Y de pronto se había producido el milagro. El paisaje inhumano, despojado de flores, que me rodeaba parecía trasladarse, trepar el grado misteriosos que en secreto desea trepar toda realidad, y yo sentía que era la pobreza franciscana, dura para el cuerpo, implacable para con los hábitos confortables y las alegrías indolentes que rebajan al hombre” (Nikos Kazantzakis, Carta al Greco, pp. 306-307).

 

   Visión pura de la vida y el mundo: San Francisco veía el mundo con la pureza del místico, con la mirada del místico, con la empatía del místico. La mística enseña a ver el mundo con ojos de niño, de poeta o de místico: “San Francisco fue una de las primeras, la primera flor perfecta que brotó de los trabajos, de los desgarramientos del invierno medieval. Su corazón era simple, regocijado, virgen; sus ojos, como los del gran poeta y del niño, veían el mundo por primera vez. San Francisco debió a menudo contemplar una flor sencilla, un manantial, un insecto y sentir sus ojos arrasados en lágrimas. ¡Qué gran milagro, pensaba él, qué dicha, qué divino misterio son la flor, el agua, el insecto! Por primera vez después de tantos siglos, san Francisco vio el mundo con ojos vírgenes. Toda la armadura pesada, escolástica, inerte, de la Edad Media se caía, y solo quedaba el cuerpo desnudo, el alma desnuda, abandonada a todos los estremecimientos de la primavera” (Nikos Kazantzakis, Carta al Greco, p. 308).

 

La profunda apelación de la conciencia es el grito del alma que anhela sentir y canalizar el brote de la Creación: “Estaba aún peleando y luchando por domar a estos potros salvajes que son las palabras, cuando llegó el verano. Miles, millones de años han pasado desde la primera mañana del hombre y sin embargo el arte de seducir lo invisible es siempre el mismo y las reglas de la caza no han variado. Utilizamos siempre los mismos artificios, las mismas plegarias interesadas, rogamos, amenazamos, asediamos lo Invisible con las mismas argucias groseras. Porque le lama, aplastada como está por el cuerpo, no puede desplegar libremente sus alas y se ve obligada a seguir a pie los senderos de la carne. Los primeros hombres en sus cavernas se esforzaban por pintar la bestia que deseaban apasionadamente capturar, porque tenían hambre; no tenían la menor intención de crear una obra de arte, una belleza gratuita. La apariencia de la bestia que ellos grababan o pintaban en la roca, era para ellos un sortilegio mágico, una trampa misteriosa que atraería la bestia donde ellos podrían capturarla. Por eso era indispensable que la imagen fuese lo más fiel posible, para que la propia bestia que cazaban se engañara más fácilmente. Así yo también tendía, con toda la astucia de que soy capaz, las palabras a modo de trampas, a fin de atrapar el Grito inasible que caminaba delante de mí” (Nikos Kazantzakis, Carta al Greco, p. 397).

 

La apelación que determina el sentido de la vida: “Todo hombre cabal tiene en sí, en el corazón de su corazón, un centro secreto alrededor del cual gira el universo; esta revolución secreta da una unidad a nuestro pensamiento y a nuestras acciones y nos ayuda a descubrir o a inventar la armonía del mundo. Unos tienen el amor, otros la sed de conocimiento, otros la bondad o la belleza; o también la pasión del oro o del poder: todo esto lo refieren y lo someten a esta pasión central. Desdichado el hombre que no siente en el fondo de sí mismo a un monarca absoluto que o gobierna: su vida, anárquica e incoherente, se dispersa a todos los vientos” (Nikos Kazantzakis, Carta al Greco, p. 414).

 

La llamada divina toca el corazón y enciende la conciencia humana: “El aire se conmueve estremecido,/legión de llamas y ángeles en torno,/los pechos que Dios toca se hacen ígneos,/lirios las lanzas a la luz del sol,/los sillares dan flores. Los escudos/son de esmalte, rubíes y esmeraldas,/la luz, como un león, ronda y devora” (Nikos Kazantzakis, Carta al Greco, p. 420).

 

Bruno Rosario Candelier

Moca, Rep. Dominicana, 4 de abril de 2020.

Bateyera, reyes, ameritar

Por Roberto E. Guzmán

BATEYERA

“. . .soñando con realizar algo junto a la población BATEYERA. . .”

El contexto casi siempre es el encargado de despejar las incógnitas cuando se trata de entender el mensaje, sobre todo cuando son palabras desconocidas o nuevas. Para una persona que vive en un país antillano la composición de la palabra del título sugiere de inmediato la idea de batey.

No sobra que se recuerde que batey es una palabra que procede de la lengua taína que se hablaba en las islas antillanas. Los cronistas españoles representaron por escrito lo que ellos oyeron de labios de los aborígenes, imitando con letras conocidas en esa época sonidos e ideas desconocidas hasta entonces.

El batey fue en su origen el sitio donde se jugaba la pelota; allí se cantaban y se bailaban los areítos. Luego pasó a designar los sitios ocupados por las viviendas, las maquinarias, almacenes, etc. en los ingenios. Más tarde se especializó para denominar el sitio ocupado por los barracones o lugares de viviendas de los trabajadores de la caña. Por extensión pasó con posterioridad a ser el nombre del sitio de las viviendas de los trabajadores en las fincas grandes y aisladas.

En el caso de la cita hay que tomar este bateyera en tanto adjetivo para significar “del batey”. Hay que recordar que el sufijo -era en América Central y Las Antillas es muy productivo y se usa sobre bases de palabras indígenas como en esta cita para denotar sitio; aquí sitio donde algo tiene su origen.

A pesar de que la voz del título es una creación del redactor, se entiende sin problemas en el texto porque los lectores del Caribe hispano reconocen sin dificultad la raíz batey. Hay que celebrar que la inventiva cuente con recursos de la lengua para acuñar nuevas palabras, aunque estas sean de vida efímera o de uso muy esporádico. Este es el sitio para recordar lo que escribió Bruno Rosario Candelier a guisa de primera oración en la Introducción a La imaginación insular (1984:11), “Nada, absolutamente nada, hay tan original y audaz como la imaginación…”

 

REYES

“. . .para que me deje mis REYES. . .”

República Dominicano se ha dado un régimen republicano, pero hay muchos reyes, porque el hombre dominicano tiende a proclamarse rey en su casa. Los niños dominicanos durante mucho tiempo recibieron regalos con motivo de las fiestas navideñas y estos -por tradición- se “encontraban” el Día de los Santos Reyes el 6 de enero.

Por uno de esos mecanismos propios de la lengua el hablante simplificó la denominación del día y de los regalos llamándoles “reyes”. El verbo que se impuso fue el verbo “dejar” como puede comprobarse por medio de la lectura de la cita.

Es desafortunado que la costumbre se haya perdido en parte porque otras fechas se han adoptado para “dejar” los regalos, con el razonamiento de que así los niños tienen más tiempo de disfrutar sus juguetes antes de reincorporarse a las escuelas. Los Reyes Magos han perdido poder e influencia entre los niños.

El hablante de español dominicano ha adoptado la expresión “pórtate bien para que te dejen los reyes” a guisa de estimular la buena conducta con la promesa de una recompensa. Es oportuno que se aclare que la citada expresión no solo se usa para niños y adolescentes, sino también entre adultos; a veces se dice con tono festivo.

 

AMERITAR

“. . . se AMERITA que desde la fuente. . .

“. . . de quienes AMERITAN aislamiento. . .”

El verbo ameritar es de uso más que frecuente en el español dominicano. Este ha relegado casi al olvido al verbo merecer que es el que consta con acepciones en el diccionario oficial de la lengua española. En ese diccionario el verbo ameritar envía al verbo merecer y asegura que en América los dos verbos funcionan con sinonimia.

En esta sección se argüirá que en el español dominicano el verbo ameritar reviste algunas características en sus significados que no son por necesidad los que caracterizan al verbo merecer. Lo antes dicho se basa en la observación del uso en la prensa escrita.

La primera acepción que se encuentra en el diccionario oficial de la lengua para el verbo merecer es hacerse una persona digna de premio o de castigo. Se aprovecha la ocasión para señalar que digno es “merecedor” de una cosa, generalmente premio o castigo.

En los casos en que merecer se aplica a cosas, con ello se indica que eso tiene cierto grado de estimación. La estimación es el valor que se da o en que se tasa una cosa. Es también un sentimiento de afecto. Este verbo merecer, por último, es, hacer méritos, buenas obras, ser digno de premios.

No hay necesidad de recorrer un largo camino para demostrar con más detalle lo que se escribió más arriba con relación al significado del verbo merecer. Ahora se hace necesario pasar al verbo ameritar en República Dominicana.

Se ruega que de ahora en adelante cada vez que se lea o se desee expresar una idea con el verbo ameritar se piense dos veces, porque este verbo se está utilizando en lugar de, “necesitar, precisar, requerir, obligar, menester, urgir”. Además de los verbos antes mencionados pueden considerarse los giros que se valen de nombres y verbos para transmitir el mismo mensaje. “Estar en la obligación de, deber de, ocuparse de” y, otros que pueden cumplir con el mismo propósito.

En el ejemplo de uso en la cita en cabeza de esta sección se lee, “se amerita que desde la fuente”. En esta frase podría escribirse con mayor propiedad, “se requiere que desde la fuente”. En la segunda frase transcrita arriba, se lee, “de quienes ameritan aislamiento”. En lugar de eso queda mejor servido el propósito de comunicación si se dice o escribe, “de quienes necesitan aislamiento”.

No cabe duda de que en los casos en que se hagan las sustituciones que se proponen más arriba se haga necesario introducir cambios en la redacción para que lo expresado adquiera sentido.

Lo más sano es reservar el verbo ameritar para los casos en que puede sustituir al verbo merecer, es decir, para decir que alguien está en situación en que debe recibir un premio o castigo.

Para las hipótesis en que se trate de cosas que están en situación de “deber ser objeto de alguna acción”, es más adecuado recurrir a una de las soluciones que se propusieron antes.

Ahora bien, si el error o la ligereza continúa en el español dominicano, se hará necesario aceptar el uso para la comunicación en el ámbito de esta variedad de español, por aquello de que error communis facit jus. Esto es, el error común, admitido por las mayorías, se convierte en regla, norma y, es preciso aceptarlo.

La tilde diacrítica en los bisílabos

Por Tobías Rodríguez Molina

Varios de los bisílabos a los cuales antes del 2010 se les marcaba la tilde diacrítica, la Real Academia Española de la Lengua (RAE) dictaminó que no se les ponga la tilde. Hago referencia a los bisílabos masculinos demostrativos en función de pronombres: este, ese, aquel y estos, esos y el trisílabo aquellos; y también a los pronombres demostrativos femeninos: esta, esa y el trisílabo aquella, y estas, esas y el trisílabo aquellas, al igual que a solo con valor adverbial equivalente a solamente.

Después del dictamen de la RAE, a ninguno de esos pronombres demostrativos se les marca la tilde. Y como nota curiosa, la única palabra trisílaba que queda en español con tilde diacrítica es “adonde” con función de adverbio interrogativo y exclamativo; ejemplo: ¿Adٕónde  vas tan temprano? ¡Adónde te has metido, muchacho!

Antes de pasar a ver cuáles son los bisílabos que deben ser acentuados por la regla excepcional del acento diacrítico, fijémonos en la definición de acento diacrítico: “El acento diacrítico o tilde diacrítica es el que se emplea para distinguir los significados de palabras frecuentemente monosílabas, de las cuales unas son regularmente tónicas (las que se  resaltan en la pronunciación), mientras que las otras son átonas en el habla.” (Wikipedia).

Pasemos a ver el listado de los pares de palabras bisílabas, una de las cuales se escribirá con la tilde.

-Dónde (adverbio interrog. y  exclam.) ¿Dónde estabas a las dos de la tarde? ¡Dónde te has metido!

Donde (adverbio de lugar) A esa hora yo estaba donde tío Enrique.

-Cómo (adverbio intrrog. y exclam.) ¿Cómo llegaste  hasta ahí? ¡Cómo te portaste de mal, Luis!

Como (adverbio comparativo) Ese corredor es tan rápido como tú.

-Cuándo (adverbio interrog. y exclam.) ¿Cuándo comenzaste a trabajar aquí? ¡Desde cuándo aquí!

Cuando (adverbio de tiempo) Comencé a trabajar aquí cuando aceptaron mi solicitud de empleo.

-Cuáles (pronombre interrog. y exclam.) Díganos  cuáles llegaron hasta aquí.  Es sorprendente ver cuáles llegaron sin cansarse.

Cuales  (pronombre relativo) Esos son los doctores de los cuales te hablé.

-Quiénes (pronombre interrog. y exclam.) ¿Quiénes vinieron hoy? Me sorprendo de quiénes son.

Quienes  (pronombre relativo) Esas maletas son de quienes llegaron tarde.

-Adónde (adverbio interrog. y exclam.)¿Adónde te diriges tan tarde? ¡Adónde a esta hora, Ana!

Adonde (adverbio de lugar) Llegué adonde quería llegar desde hace mucho tiempo.

Esa es la lista de los pares de palabras a las que se les aplica el llamado “acento diacrítico”. Hay que advertir que también se le marcará la tilde  cuando se trata de las oraciones interrogativas y exclamativas indirectas., como en los siguientes ejemplos:

  1. Me interesa saber quiénes vinieron contigo. Quiero que me informes cuándo comenzarás a estudiar en la PUCMM. (Esas son oraciones interrogativas indirectas.)
  2. Estoy intrigado por cuánto sabes de ese tema. Mi disgusto creció al notar cómo llegaste y con quién llegaste. (Estas son oraciones exclamativas indirectas).

Y para que se note la importancia de manejar bien el acento diacrítico, veamos algunos ejemplos de usuarios del español que cometen algún desacierto cuando se trata del uso de ese tipo de palabras.

  1. “En cada momento se enfrentarán con problemas de competitividad que tendrán que saber como manejarse. (Estudiante universitaria avanzada en su carrera). El desacierto tiene que ver con la no acentuación, de parte de ella, del “como” interrogativo en esa oración interrogativa indirecta. Por lo tanto, ese interrogativo será tildado “cómo”.
  2. “Miren hasta donde llega el asunto.” (Un competente articulista de la ciberpágina de la Academia Dominicana de la Lengua). También se trata en este caso de un fallo en una interrogativa indirecta, pues no  tildó el interrogativo, el cual será tildado “dónde”.

Debo advertir, como lo hice en un artículo ya publicado en la Academia,  que le  resulta más difícil al usuario marcar la tilde diacrítica  cuando se trata de las oraciones interrogativas y exclamativas indirectas que en las directas. La razón es que en las directas está presente el signo de interrogación o de exclamación en la escritura, y en la pronunciación existe el tono interrogativo o exclamativo con que estas se inician. Pero si se presta atención,  se notará que la palabra interrogativa o exclamativa mantiene el tono elevado aunque  aparezca en una oración  interrogativa o exclamativa indirecta. Préstele atención al siguiente ejemplo de una interrogativa indirecta: “Quiero saber cómo te llamas.” El tono de ese “cómo” es diferente del siguiente “como” en una oración comparativa: “Quiero saber tanto como tú.

Espero que los datos y las pautas que he ofrecido en el presente artículo contribuyan a que muchos de los que leen lo que  les ofrezco en estas páginas, dominen el tema y  la aplicación de la tilde diacrítica.

Alimento balanceado, arreglar, boyar / bollar, locking

Por Roberto E. Guzmán

 

ALIMENTO BALANCEADO

Un alimento balanceado es un mezcla especial para animales domésticos y ganado que contiene diversos ingredientes combinados de forma tal que puede graduar el poder nutritivo y de engorde variando la cantidad de calorías, proteínas y vitaminas.

En República Dominicana toda persona que ingresa en un almacén de productos para el ganado puede encontrar allí recipientes de diferentes tamaños, muchos de ellos rotulados, “alimento balanceado”.

Hasta en los supermercados de gran tamaño en las zonas de mayores ingresos económicos en los centros urbanos puede conseguirse alimento balanceado para animales domésticos. La gama de estos productos es grande.

Se recuerda haber leído anuncios comerciales en los cuales algunas empresas que venden productos veterinarios en República Dominicana incluyen alimento balanceado entre los productos que ofrecen.

Si ha de creerse a algunas investigaciones, en los Estados Unidos mantienen un control más estricto sobre la calidad de estos productos que sobre los destinados a la alimentación humana.

Se trae esta combinación a estos comentarios acerca de la lengua porque en el Diccionario de americanismos de la Asociación de Academias de la Lengua Española consta este tipo de alimento con una definición apropiada. A pesar de lo expuesto más arriba en la lista de países donde se conoce este tipo de alimento no consta la República Dominicana.

El autor de estas apostillas está seguro de que en la próxima edición de ese diccionario aparecerá La República Dominicana mencionada. Hay que subsanar también la ausencia de este sustantivo en los diccionarios diferenciales de español dominicano.

 

ARREGLAR

Este verbo del título tiene diversos usos en el español dominicano. Además, cubre un extenso campo de acción por poseer varias significaciones. Va desde la acepción más conocida, disciplinar, corregir a los menores de edad, pero no solo con simples palabras, sino con acciones, hasta con violencia física.

Este verbo puede significar inferir heridas, propinar golpes, hasta causar la muerte. En muchos casos este “arreglar” no llega hasta estos extremos y solo se limita a la acción de proferir amenazas.

Con este verbo sucede en República Dominicana algo similar a lo que se hace con otros verbos, adquiere tantos sentidos disímiles que sirve hasta para dar a entender que una persona mantiene relaciones sexuales con otra.

En muchos casos el peluquero le “arregla” el pelo a una mujer cuando no solo lo recorta, sino que lo alisa, desriza o estira. El barbero le arregla el pelo al hombre en el caso de recortarle el cabello. No puede perderse de vista también que hay hombres que se hacen desrizar o “aventar” el cabello para mejorar su apariencia física.

Una relación amorosa (¿?) se arregla cuando las partes se componen, es decir, vuelven a entablar las relaciones después de rotas.

El verbo se usaba en el pasado en las situaciones en que una empleada doméstica era “despachada”. Se decía que le “arreglaban su cuenta”.

El diccionario del español dominicano recurre al empleo del verbo arreglar cuando “se arregla” una persona fallecida, se amortaja, es decir, se viste, se prepara el cadáver para el entierro.

No puede dejarse pasar la oportunidad para señalar que en el habla dominicana el verbo arreglar es el preferido en los casos en que se reparan máquinas y aparatos de toda suerte.

 

BOYAR – BOLLAR

“. . .pertenecen a todos los partidos y BOLLAN en todos los inodoros. . .”

Por medio de la lectura de la frase que ilustra el uso de la palabra resaltada se dará cuenta el lector de que algo anda cojo. El problema en este caso lo ocasiona la forma de pronunciar las dos palabras del título. Una grandísima cantidad de hispanohablantes enuncian estas dos palabras de manera idéntica.

Como consecuencia de la forma de decir las dos palabras se llega a la confusión y, resulta difícil de determinar cuál de ellas es la adecuada en algunos contextos de la frase. Los significados de ambas palabras son diferentes, esto es, en la escritura, redacción, es importante no confundirlas, para que el mensaje trascienda claramente.

No vale la pena perder largo tiempo escribiendo acerca del verbo bollar, porque sus acepciones son muy específicas y pertenecen a actividades muy especiales. Solo puede detallarse que el verbo bollar es una forma vulgar de decir abollar algo de un golpe.

Boyar, en cambio, es un verbo que es más usual en el habla. En el habla dominicana se utiliza indistintamente el verbo boyar y el verbo flotar. Esto es, mantenerse un cuerpo en la superficie de un líquido sin hundirse.

Parece que el hablante de español dominicano favorece el verbo boyar sobre el verbo flotar porque en su mente relaciona la acción de las boyas que flotan con ese estado de inmovilidad en la superficie del agua, por ejemplo.

Se espera naturalmente que la persona que conoce la boya en tanto señal inmovilizada en la superficie por estar sujeta al fondo, sepa que esta se escribe con una i griega o ye.

El verbo boyar en el español dominicano corresponde exactamente a mantener una persona su   cuerpo flotando de espaldas a la superficie del agua sin mover músculo alguno. Con una acepción muy parecida consta en el Diccionario del español dominicano.

 

LOCKING

“. . .con manejo conservador en pacientes que no tuvieran síntomas de “LOCKING” de las rodillas…”

En el asunto de dejar palabras en idioma extranjero cuando se escribe en español en gran parte se debe a pereza de parte de quien redacta.

Esta voz del inglés en la frase en que se encuentra puede traducirse o representarse de diferentes maneras en español. Aquí puede prescindirse del gerundio y traer al español una combinación de palabras que incluya la idea del inglés. Por ejemplo, “que no tuviera síntomas de rodillas trabadas”.

Otra posibilidad es escribir que “las rodillas han perdido movimiento”; que las “rodillas están inflexibles”.   Podría recurrirse a expresar que las “rodillas están inmóviles”, que ya no tienen flexión. En otras palabras, que las “rodillas no se doblan o no pueden doblarse”.

Podría decirse que las “rodillas están bloqueadas”, con el sentido de fijas.