Acortamientos de palabras en el español dominicano

Por Domingo Caba

«Quienes acortan las palabras y vulneran las reglas gramaticales cuando usan internet, en redes sociales y chats, piensan como un mono» (Mario Vargas Llosa)

Los acortamientos de palabras están muy, pero muy moda. Los jóvenes los han creado e integrado a sus cotidianas formas expresivas. Y es tal la magnitud de su empleo, que no obstante carecer tales acortamientos de pertinencia léxica y aprobación académica, los adultos, mediante el proceso de arrastre e irracional imitación, también los han incorporado a sus habituales usos lingüísticos. No extraña, pues, leer en las redes sociales y otras fuentes escritas, irregulares enunciados como los siguientes:

  1. « Aquí estamos en el «cumple» de mi amiga…»
  2. «A mi niño le fue muy bien en el «cole»…»
  3. «En la semana próxima comenzaré mis estudios de medicina en la «uni» »
  4. «Yo estoy «tranqui», aquí en casita»

¿Por qué los no tan jóvenes y hasta profesores de lengua española utilizan estos cortes indebidos de palabras, así como el llamado sociolecto de la juventud?

Sencillamente porque de manera impensable resultan atrapados por la moda léxica o en las redes del proceso de masificación lingüística. Esta masificación conduce al usuario de la lengua a hablar como hablan los demás y a escribir como escriben los demás.

Conviene aclarar que en el contexto lingüístico en que se usan, voces como las susodichas:«uni», «cole», «cumple» y «tranqui», carecen por completo de fundamentación lexicosemántica.

En el caso específico de «cumple», el único significado que desde el punto de vista semántico soporta es ser voz correspondiente a la tercera persona del singular del verbo cumplir; pero nunca el de ser sinónimo de cumpleaños. El Premio Nobel de Literatura 2010, Mario Vargas Llosa, afirmó en una entrevista publicada no hace mucho que los jóvenes que acortan las palabras y vulneran las reglas gramaticales en los chats de internet, Twitter y Facebook piensan como un mono. Merced a ese juicio, yo agrego que no solo los jóvenes.  Aunque con menos frecuencia, también muchos adultos suelen emplear el mismo sociolecto juvenil, diciendo o escribiendo “uni”, por universidad; “cole”, por colegio; “tranqui” , por tranquilo; “cumple”, por cumpleaños; “bn”, por bien; “vien2”, por viendo; “llovien2”, por lloviendo; “xq”, en vez de por qué; “100pre”, en vez de siempre y 3mend2, en lugar de tremendo, etc.

Quizás convenga recordarles a quienes escriben “k” y “q”, en vez de “que” y “bn”, en lugar de “bien”, que en español, contario a lo que sucede en otras lenguas, el alemán, por ejemplo, una de las características relevantes de las consonantes es que no pueden formar sílabas, ni mucho menos palabras, por sí solas, como sí ocurre con las vocales. Quiere decir esto, que una n, una s, una to una b solas no significan absolutamente nada.

Las jergas juveniles siempre han existido, esto es, cada generación ha creado y empleado las suyas. Lo preocupante es que en el uso cotidiano de la lengua, estas se lexicalicen o empleen de manera regular y en todas las circunstancias como si se tratara de voces de la lengua estándar. Como le ocurrió en una ocasión a una de mis estudiantes en la universidad quien, por lo antes expresado, no tuvo miramiento alguno para enviarme la nota siguiente:

«Apreciado profesor: Le escribo para informarle k hoy no podré asistir a la “uni” ni a su clase de lengua española como 100pre xq fui a buscar a mi niño al “cole” y me cogió lo tarde y además x aquí ta llovien2 mucho.  Además mi niño también está de «cumple» y quiero celebrárselo»

Así le escribió la joven estudiante de Medicina nada más y nada menos que a su maestro de Lengua Española 11.

¿Cuál fue mi reacción al leer esto?

Ya todos podrán imaginarse.

Y ante la presencia de tales desatinos (uni”, “100pre”, “xq”, “cole”, “llovien2” y «cumple”), ¿qué le respondí a la joven estudiante?

Sencillamente lo que un profesor de Lengua Española tenía que responderle.

 

«ILUMÍNAME, POR FAVOR»

(A: Adriano Miguel Tejada – in memoriam)

El día 12 del recién pasado mes de octubre, justamente ocho días antes de cesar en su puesto como director de Diario Libre y casi dos meses antes de su sentido fallecimiento (2/12/2020), Adriano Miguel Tejada o “Linche”, como lo llamábamos los cibaeños de mocana procedencia, me envió, vía correo electrónico, la nota consultiva que se trascribe más abajo:  «No encuentro el origen de “ni” con significado de “muchos”. Ej. “ni cuántos niños”…Ilumíname, por favor»Adriano.

Se trató, obviamente, de una inquietud lingüística que el destacado comunicador e intelectual mocano, dando muestras de su humildad característica, quiso compartir conmigo. Dos días después, procedí a escribir la respuesta correspondiente; pero por confusión, nunca se la envié, aun cuando estaba seguro de que así lo había hecho. Esta vez, al cumplirse el sábado de la pasada semana el primer mes de su dolorosa y definitiva partida, me permito publicar el contenido de la referida respuesta. En esta, yo le decía a mi amigo Adriano lo siguiente:

 

«Apreciado Adriano:

Ciertamente en contextos como el que usted señala (“ni cuántos niños”, “ni cuántas niñas…”), en el español dominicano es frecuente el uso de la conjunción copulativa “ni”. Un uso bastante extraño a la luz de la función sintáctica que esa partícula de enlace desempeña. Y debido a ese extraño uso, no descarto que se trate de una construcción morfosintáctica característica del habla dominicana, como sucede en esta con la archiutilizada expresión «Ello hay…».

«Ni», una de las primeras conjunciones que aparece en el lenguaje del niño, al decir de Samuel Gili Gaya (Curso superior de sintaxis española (1972), en su empleo normal encierra una doble significación negativa y conjuntiva, y en virtud de su copulativa esencia, expresa relación de simple suma cuando las oraciones sumadas son negativas: Él nunca incumplió con sus deberes ni violó las normas establecidas. 

Más explícita resulta la explicación que ofrece la Nueva gramática de la lengua española (2010) cuando establece que «… los grupos coordinados por “ni” en posición posverbal exigen una negación preverbal…»: a) Nunca escribe ni llama b) Ella no escribió ni llamó.  En tal virtud, en un enunciado exclamativo del tipo:¡Ni cuántos niños había allí…! claramente se percibe la ausencia de la negación preverbal de que nos habla el precitado texto académico. En semejante contexto, “ni” dista bastante de desempeñar su papel habitual de unir o coordinar de manera aditiva elementos, en el primero de los cuales se exprese un mensaje negativo.  Y hasta podría pensarse, como lo plantea usted en su breve nota, que al susodicho nexo se le está confiriendo valor adverbial y utilizando erróneamente con el significado de “muchos”.

Mi punto de vista al respecto es distinto.  Pienso que cuando en un contexto exclamativo, el hablante expresa: « ¡Ni cuántos niños…!», más que emplear erróneamente una conjunción (“ni”) con valor semántico igual al de un adverbio (“muchos”) lo que en esencia hace es reemplazar, también de manera irregular, una conjunción (“pero”) por otra conjunción (“ni”). Ese cambio irregular conduce al hablante a decir, por ejemplo: « ¡Ni cuántos niños, señores…!», en lugar de:« ¡Pero cuántos niños, señores…!

 

VACILACIÓN EN EL USO DE LA LENGUA INCLUSIVA O NO SEXISTA

«… la alusión explícita a ambos sexos no es necesaria, ni se puede justificar con argumentos lingüísticos. Se explica, acaso, desde la perspectiva de la corrección política, pero no de la corrección en el uso de la lengua… La utilización del masculino para designar a todos los individuos de la especie, solo busca eficiencia, y no tiene intención discriminatoria de la mujer. No implica, en lo absoluto una ‘ocultación de la mujer a través del lenguaje’»

(Orlando Alba)

 

La lengua española, según el criterio feminista, es machista, sexista, discriminatoria y, por ser así, androcéntrica; porque a la vez que destaca el protagonismo masculino, infravalora, “invisibiliza”, excluye y oculta la presencia de la mujer.  Porque a través de ella (la lengua) se incurre en sexismo lingüístico, toda vez que los hablantes utilizan expresiones que resultan discriminatorias por razones de sexo. De esa manera, al decir de las líderes feministas, se ha institucionalizado una forma de hablar y escribir que muy lejos de representar a las mujeres, las excluye del discurso y oculta sus aportaciones.

Considera el feminismo que en virtud de esos excluyentes usos expresivos se establece una relación de subordinación de la mujer al hombre o de lo femenino a lo masculino cuando este se emplea para referirse a los dos sexos (masculino genérico).Es lo que sucede en frases del tipo: « El Estado dominicano presta poca atención a los maestros jubilados». Ciertamente  este enunciado, y  debido al carácter NO MARCADO  del masculino, incluye  también a las maestras jubiladas; pero las aguerridas representantes del ala ortodoxa y radical del movimiento feminista posiblemente ripostarán alegando que no, que en él solo se alude a los maestros, no a las maestras. Y que por usos de esa naturaleza es que el masculino genérico le imprime al idioma español su sello de sexista y machista.

Se trata, el anterior, de un planteamiento de cuyo contenido disentimos por considerarlo clasista e ideológico y carente por completo de fundamentación lingüística. Tampoco compartimos los diferentes postulados que sustentan el antisexismo o la campaña en pos del uso de una lengua española sexualmente igualitaria.

Para extinguir el valor genérico del masculino  y liberarla lengua española   de los usos sexistas o estereotipos discriminatorios que le atribuye el feminismo, este movimiento propone, entre otras recomendaciones, el uso de dobletes que se refieran a uno y otro sexo. Así, en lugar de «El Estado dominicano presta poca atención a los maestros jubilados», habría que escribir:

  1. «El Estado dominicano presta poca atención a los maestros jubilados  y a las maestras  jubiladas» o
  2. «El Estado dominicano presta poca atención a los y las maestros y maestras jubilados y jubiladas»

¿Por qué razón?

Sencillamente porque si se dobla el género de los sustantivos núcleos de la frase, de igual manera deberá procederse con los artículos que a ellos se anteponen y con los adjetivos que los acompañan para calificar, limitar o precisar sus significados. Significa esto que si en la despectivamente denominada “lengua sexista” se dice, por ejemplo:

  1. « Esos trabajadores meritorios fueron beneficiados con el aumento de sus salarios…»
  2. « En el campamento había unos niños muy disciplinados…»

En “legua no sexista” o con perspectiva de género, no solo bastaría escribir:

  1. «Esos trabajadores y trabajadoras meritorios fueron beneficiados con el aumento de sus salarios …»
  2. « En el campamento había unos niños y unas niñas muy disciplinados…»

Para complacer a las persistentes defensoras del antisexismo lingüístico, lo aceptable hubiera sido utilizar una frase despojada de todo ropaje machista o construir un discurso sintácticamente más acorde con la norma gramatical, como los enunciados que a continuación se transcriben:

  1. «Esos trabajadores y  esas trabajadoras meritorios  y meritorias fueron beneficiados  y beneficiadas con el aumento de sus salarios …»
  2. « En el campamento había unos niños y unas niñas muy disciplinados y disciplinadas…»

¿A qué conduce esa forma de hablar? ¿Cuáles son los resultados lingüísticos derivados de esa doble mención genérica?

Aludir a los dos sexos (niños y niñas; trabajadores y trabajadoras / bienvenidos y bienvenidas; todos/todos y todas…) para sacar a la mujer de la supuesta “marginación discursiva”, constituye para la Real Academia Española (RAE) una “innecesaria costumbre” provocadora de “engorrosas” y, afirmo yo, tormentosas repeticiones que, indiscutiblemente, le restan fluidez y belleza a la expresión lingüística.  Una práctica que conduce al uso de una construcción sintáctica pesada, monótona, oscura, farragosa, artificial y poco comunicativa. Pero no solo eso. El uso de la doble expresión genérica conduce a la violación de las reglas del idioma, especialmente de la concordancia, así como del principio fundamental de la lengua: el Principio de economía lingüística. Nótese, a propósito de esto último, lo antieconómica, cursi, ridícula y aburrida que resultaría cualquier construcción discursiva del tipo:« Los banilejos y las banilejas son ciudadanos y ciudadanas emprendedores y emprendedoras»

Quizás por esa razón, ese discurso antisexista, como bien se pone de manifiesto en los párrafos que siguen, no se mantiene, se vacila en su empleo. Esa inconsistencia origina que en ocasiones se doblen los géneros solo en el sustantivo; pero no en el adjetivo que lo califica (“Compañeros y compañeras combativos”) o que el hablante utilice la misma palabra con distinción de género en un contexto, mientras que en otro solo emplea la forma masculina.

 

Vacilación lingüística y doble género
La vacilación lingüística en que se incurre cuando se utilizan los dobletes genéricos se pone de manifiesto tanto en la lengua oral como escrita. En el caso específico de la escritura, en la República Dominicana abundan textos en los que tal inconsistencia brilla por su recurrente presencia. Dos de estos textos, ambos de carácter jurídico, permiten validar el juicio precedente: El Código del menor y la Constitución de la República. 
En uno y otro, los desdoblamientos son cuantiosos. En uno y otro texto se percibe una clara vocación de usar la lengua con visión o perspectiva de género. En uno y otro es posible apreciar cómo en un mismo párrafo, y hasta en un mismo enunciado, se pasa de la doble expresión genérica a la sola mención del masculino. Veamos:

  1. En el“Código para el sistema de protección y los derechos fundamentales de niños, niñas y adolescentes”, mejor conocido como Código del menor (CM), en el PRINCIPIO VIII, se lee lo siguiente:

«El padre y la madre tienen responsabilidades y obligaciones comunes e iguales en lo que respecta al cuidado, desarrollo, educación y protección integral de sus hijos e hijas».

Más adelante, en el Art. 4, se establece que:  «A tal efecto, el médico o el personal de salud que atienda el nacimiento está obligado, en un plazo no mayor de doce (12) horas, después que se produzca éste, a entregar una constancia del mismo a sus padres o responsables, previamente identificados, remitiendo otra constancia a las autoridades Responsables de su registro oficial».

¿Por qué en el Principio VIII del antes citado Código se habla de “El padre y la madre”, mientras que en el Art. 4 el legislador se refiere solo “a sus padres”?

2. «Art. 9.- (CM) – El padre y la madre, el tutor o responsable, no pueden, salvo motivos graves, oponerse a las relaciones personales del niño, niña o adolescente con sus abuelos»

¿Por qué en el anterior artículo solo se menciona el tutor, y no la tutora, “sus abuelos”, y no sus abuelas

 3. «Art. 14.- (CM) – Los profesionales y funcionarios de las áreas de la salud, pedagogía, sicología, trabajo social y agentes del orden público, directores y funcionarios, tanto públicos como privados…»

¿Por qué en este artículo se emplean solo las formas del tan combatido masculino genérico: “Los profesionales”, “funcionarios”, “directores…”y no se alude a las inclusivas y reivindicativas formas del femenino: las profesionales, funcionarias, directoras…?

4. «Art. 16.- (CM) – Todos los niños, niñas y adolescentes tienen derecho a expresar libremente su opinión, ser escuchados y tomados en cuenta, de acuerdo a su etapa progresiva de desarrollo» 

Si se trata también de “niñas”, ¿no se incurre en discordancia al decir que estas deben ser “escuchados y tomados en cuenta”, cuando en virtud de la lógica antisexista e ideología feminista lo adecuado hubiera sido que se escribiera “escuchados o escuchadas y tomados o tomadas en cuenta…”?

  1. «Art. 23.- Queda absolutamente prohibida la entrada a niños, niñas y adolescentes en establecimientos comerciales donde se consuman bebidas alcohólicas, casas de juegos y de apuestas. Los propietarios de dichos establecimientos estarán obligados a colocar en un lugar visible a la entrada del local la advertencia de prohibición de admisión de niños, niñas y adolescentes» 

¿Por qué si se dobla el género, expresando de esa manera “niños y niñas”, no se procedió de igual informa escribiendo « Los propietarios y propietarias de dichos establecimientos estarán obligados y obligadas…»?

  1. El Art. 18, numeral 3 de nuestra Carta Magna, establece que «Son dominicanas y dominicanos»: 

    a) NUMERAL 3 – «Las personas nacidas en territorio nacional, con excepción de los hijos e hijas de extranjeros miembros de legaciones diplomáticas y consulares, de extranjeros que se hallen en tránsito o residan ilegalmente en territorio dominicano. Se considera persona en tránsito a toda extranjera o extranjero definido como tal en las leyes dominicanas» 

Nótese cómo en el primer enunciado del preindicado artículo se habla solo de “extranjeros”, así, en el satanizado masculino genérico; mientras que en el segundo aparece la doble mención genérica “extranjera o extranjero…”

b) NUMERAL 4-«Los nacidos en el extranjero, de padre o madre dominicanos, no obstante haber adquirido, por el lugar de nacimiento, una nacionalidad distinta a la de sus padres…»

¿Por qué se emplea de manera exclusiva la forma masculina “nacidos” y no la femenina “nacidas”? ¿Por qué al inicio de la frase se alude doblemente a “padre o madre dominicanos”, mientras que al final se refiere solo al sintagma masculino “sus padres”?

NUMERAL 6 – «Los descendientes directos de dominicanos residentes en el exterior»

¿Por qué el redactor olvidó doblar los géneros en el precitado contenido de nuestro texto constitucional? En otras palabras, ¿por qué no escribió, “Los y las descendientes directos de dominicanos y dominicanos residentes en el exterior”, evitando así el “sexismo discursivo” que se le atribuye al masculino genérico? ¿Por qué ocurren estas y otras vacilaciones al utilizar los desdoblamientos genéricos? ¿Por qué los cultores, defensores y promotores de la llamada lengua inclusiva no mantienen el discurso incluyente o antimasculino?

Posiblemente se deba al carácter artificial o poco natural de esa forma de expresión. O, como ya lo expresé en otro ensayo de esta naturaleza, la inconsistencia en el uso de los dobletes genéricos es posible que se origine: «Sencillamente, porque el hablante que así procede no tiene internalizada en su cerebro esa estructura sintáctica, esto es, los desdoblamientos; porque actúa movido por la moda, por la imitación, sin conciencia lingüística, por presión, para evitar la etiqueta de machista, o quizás, para estar bien o no entrar en contradicción con el movimiento feminista».

 

LOS DOBLETES GENÉRICOS Y EL PRINCIPIO DE ECONOMÍA LINGÜÍSTICA

«En los sustantivos que designan seres animados, el masculino gramatical no solo se emplea para referirse a los individuos de sexo masculino, sino también para designar la clase, esto es, a todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos […] En la lengua está prevista la posibilidad de referirse a colectivos mixtos a través del género gramatical masculino, posibilidad en la que no debe verse intención discriminatoria alguna, sino la aplicación de la ley lingüística de la economía expresiva»  (Diccionario panhispánico de dudas – RAE, 2005, p.311).

La economía lingüística se define como el «Principio de la lengua que permite obtener el mayor efecto comunicativo con el mínimo de esfuerzo lingüístico» (Diccionario básico de lingüística, México, 2005:85)

Llamado también ley del menor esfuerzo, el Principio de economía lingüística se aplica en el acto comunicativo conel propósito de ofrecer la mayor cantidad de información con el mínimo de esfuerzo; vale decir, para expresar el mayor número de ideas con el menor número de palabras posible.  O como bien lo define Fernando Lázaro Carreter en su “Diccionario de términos filológicos” (1987: 135), la economía lingüística es el Término que designa la tendencia, normal en los hablantes, a ahorrar esfuerzo en la articulación de palabras corrientes y de empleo abundante...”.

Merced a ese  principio  es que el hablante apela, por ejemplos, al uso de la elipsis y la frase apocopada. Y basado en ese mismo principio es que en el uso de la lengua, tanto en su expresión oral como escrita, se recomienda evitar los circunloquios, las frases redundantes o pleonásticas, así como los dobletes genéricos (todos y todas; bienvenidos y bienvenidas; los maestros y las maestras…), propios de la llamada lengua inclusiva, que ha intentado imponer la línea ortodoxa o radical del movimiento feminista. La economía expresiva, conviene aclarar, de ningún modo debe confundirse con laconismo y  pereza léxica, ni mucho menos entenderla solo como  una cuota reducida de palabras, sino como la adecuación exacta de estas  con lo que el hablante pretende comunicar. Con su aplicación,  el discurso se torna mucho más claro, preciso, conciso y elegante,Todo lo contrario sucede con los des doblamientos genéricos. Por super abultados, empalagosos y antieconómicos, resultan engorrosos, y a la expresión lingüística le restan  precisión, concisión, claridad y elegancia. Para entender esto,   basta con determinar las palabras que sobran, lo tormentosos que resultan leerlos o escucharlos y la ausencia de belleza que se percibe en innecesarios circunloquios del tipo:

  1. «A todos y todas los dueños y dueñas de perros y perras…».
  1. “Los empleados y las empleadas gallegos y gallegas están descontentos y descontentas por haber sido instados e instadas, e incluso obligados y obligadas, a declararse católicos y católicas”.

Pero en ningún otro texto la galante fluidez del discurso se ve más afectada, y la sintaxis se nos presenta más engorrosa, cursi, pesada o carente por completo de gracia estética, que en el contenido del Art. 41 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, y en el cual se establece que: «Solo los venezolanos y venezolanas por nacimiento y sin otra nacionalidad podrán ejercer los cargos de Presidente o Presidenta de la República, Vicepresidente Ejecutivo o Vicepresidenta Ejecutiva, Presidente o Presidenta y Vicepresidentes o Vicepresidentas de la Asamblea Nacional, magistrados o magistradas del Tribunal Supremo de Justicia, Presidente o Presidenta del Consejo Nacional Electoral, Procurador o Procuradora General de la República, Contralor o Contralora General de la República, Fiscal General de la República, Defensor o Defensora del Pueblo, Ministros o Ministras de los despachos relacionados con la seguridad de la Nación, finanzas, energía y minas, educación; Gobernadores o Gobernadoras y Alcaldes o Alcaldesas de los Estados y Municipios fronterizos y de aquellos contemplados en la Ley Orgánica de la Fuerza Armada Nacional. Para ejercer los cargos de diputados o diputadas a la Asamblea Nacional, Ministros o Ministras; Gobernadores o Gobernadoras y Alcaldes o Alcaldesas de Estados y Municipios no fronterizos, los venezolanos y venezolanas por naturalización deben tener domicilio con residencia ininterrumpida en Venezuela no menor de quince años y cumplir los requisitos de aptitud previstos en la ley».

La función fundamental de la lengua, según el juicio técnico –lingüístico, es la comunicación. Esto significa que la lengua tiene que estar al servicio de la comunicación; pero la verdadera esencia de esta  resulta sumamente afectada cuando se producen mensajes, discursos o textos como los más arriba  transcritos.

Comunicar es aportar y compartir  sentidos. Cuando las palabras y demás estructuras de la lengua no se adecúan a esos sentidos que se desean expresar, el acto comunicativo entonces resulta fallido. Bastante gráficas, al respecto, son las palabras de André Martinet, afamado lingüista francés, cuando en su libro «Elementos de lingüística general» plantea que«… no puede subsistir en una lengua nada que no aporte una contribución determinada a la comunicación y también que cada elemento del enunciado exige un esfuerzo de producción estrictamente proporcional a la función que cumple…» (1984:223)

Merced a lo expresado por Martinet, es de buen juicio inferir que resulta a todas luces inviable que la doble mención genérica pueda fijarse y subsistir en el uso cotidiano de la lengua española. Sencillamente, porque esa forma de expresión ninguna contribución aporta a la adecuada comunicación lingüística.

 

LA RAE, EL ADJETIVO «FÁCIL» Y EL MOVIMIENTO FEMINISTA

Por presión social, especialmente del movimiento feminista español, la Real Academia Española (RAE) decidió (2018) modificar el quinto significado del adjetivo «fácil», el cual aludía a la mujer, y se definía como « Dicho especialmente de una mujer: Que se presta sin problemas a mantener relaciones sexuales»

La modificación, vigente desde el 8 de marzo del año antes citado, consistió en sustituir por «persona» el sustantivo «mujer», para que ahora diga: «Dicho de una persona: Que se presta sin problemas a mantener relaciones sexuales» Al decir persona, esta vez, quedan incluidos en el ámbito del concepto tanto mujeres como hombres.

¿A qué de se debió la molestia y polémica generadas por la original definición?

Sencillamente a que fue considerada altamente machista, despectiva, excluyente y discriminatoria en perjuicio de la mujer, toda vez que el susodicho adjetivo, con la connotación que se describe, no se empleaba para referirse al hombre que igualmente, sin ningún problema, se presta a sostener relaciones sexuales.

Sin embargo, valdría preguntarse: en la práctica cotidiana de la lengua, ¿es común que se le llame «fácil» al hombre sexualmente activo o que no desperdicia oportunidad cuando de mantener relaciones sexuales se trata?

Obviamente que la respuesta inmediata sería NO. Quiere decir esto, que los hablantes solo utilizan la preindicada calificación («fácil») cuando se refieren a la mujer; pero no a todas, sino solo al tipo que se describe en la definición.

Del párrafo anterior se infiere que como el hombre, por su activa conducta sexual, nunca ha sido llamado «fácil»en el mundo hispanohablante,   la RAE, en su primera conceptualización, no tenía por qué incluirlo ni referirse al él en el diccionario, por cuanto en este, el lexicógrafo lo que hace esregistrar solo las voces o expresiones que usan o han usado los hablantes, así como las acepciones que a esas voces dichos hablantes les confieren. Si no tienen o han tenido vigencia en el uso general y cotidiano de la lengua, esas voces o acepciones carecen por completo de valor lexicográfico.

Esa es la labor y obligación de la RAE cada vez que confecciona o actualiza un diccionario: describir la realidad léxica o dialectal tal como esta se manifiesta en la práctica lingüística.  No crear términos ni muchos menos significados o valores semánticos, como erróneamente piensan muchos. En otras palabras, no es papel de la RAE decretar, establecer o imponer cuáles vocablos deben o no utilizar los hablantes cuando se comunican. Esas voces y esos valores significativos, previa comprobación de que su uso es general en una determinada comunidad lingüística, son recogidos mediante un cuidadoso proceso de investigación e insertados fielmente en cada una de las actualizaciones de su muy consultado lexicón.

Pensar entonces que la Real Academia Española quiso decirle «fácil» no solo a la    « mujer que se presta sin problemas a mantener relaciones sexuales», sino también a todas las mujeres, es poseer una visón lingüística bastante estrecha o limitada acerca de las técnicas y los principios teóricos que se aplican en la elaboración o confección de un diccionario.

Sería lo mismo que si todos los hombres españoles e hispanoamericanos pensaran que la RAE los califica de antihigiénicos por el hecho de que en la tercera acepción del término «Cochino», el diccionario lo define como «Hombre muy sucio y desaseado»

¿Tendrán entonces todos esos hombres que «pegar el grito al cielo», como siempre lo han hecho las aguerridas feministas, para que la docta corporación lingüística, cambie la palabra «hombre » por «persona» y de esa manera diga   «Persona muy sucia y desaseada? 

La Lingüística es una ciencia. En tal virtud, los asuntos lingüísticos deben tratarse guiados por el cerebro y no por el corazón.

Pero lo cierto es que la Real Academia Española, desafortunadamente, cedió ante una de las tantas presiones que en materia de lengua ha venido ejerciendo, especialmente en España, el movimiento feminista. Pienso que no debió ceder o dar marcha atrás. Y así pienso por entender que el contenido de la definición modificada en forma excepcional y no menos precipitada, estuvo fundamentado en criterios puramente lingüísticos y no en motivaciones clasistas o extralingüísticas como las que siempre le han servido de punto de apoyo al combativo movimiento que en esta oportunidad protagonizó la presión rectificadora.

 

«TETEO» Y MASIFICACIÓN LINGÜÍSTICA

 «…Hay otro vicio peor, que es el prestar acepciones nuevas a las palabras y frases conocidas, multiplicando las anfibologías de que, por la variedad de significados de cada palabra, adolecen más o menos las lenguas todas…  Pero el mayor mal de todos, y el que, si no se ataja, va a privarnos de las inapreciables ventajas de un lenguaje común, es la avenida de neologismos de construcción, que inunda y enturbia mucha parte de lo que se escribe en América…»  (Andrés Bello)

 

Acerca del término «teteo», la Real Academia Española (RAE) establece lo siguiente:

 

«La voz «teteo», recientemente difundida en una canción de gran éxito en República Dominicana, no se registra en los recursos que se encuentran a nuestra disposición. Los creadores la han definido como sinónimo de «baile», «fiesta», «rumba»».

 

¿Por qué esta voz, en el habla dominicana, ha sido tan acogida hasta en los hablantes de alto nivel de instrucción?  Sencillamente, porque en las últimas décadas es cada vez más notoria la tendencia en los sectores académicos y profesionales a rechazar las formas expresivas propias de la lengua culta y reproducir los giros y expresiones característicos del habla popular, y, de manera muy particular, del habla del barrio. Se ha producido así, un degenerativo proceso de inversión en la conducta lingüística de los dominicanos, por cuanto en tiempos pasados, las personas analfabetas, semi analfabetas o con muy bajo nivel  de escolaridad admiraban y trataban de imitar las formas de hablar de profesionales como locutores, maestros, abogados, periodistas, comentaristas, etc.  Extrañamente hoy, una cantidad representativa de esos profesionales, incluyendo a muchos maestros, parece sentir orgullo o dar muestras de actualización idiomática, cuando habla y escribe igual que el iletrado que está cherchando y tomando cervezas al son de un estridente reguetón en la esquina del barrio.  Por eso no extraña escuchar a muchos de nuestros comunicadores hablar de «teteo» en lugar de fiesta, rumba baile. Por esa razón, se puede apreciar cómo estas tres palabras, cada vez brillan   por su ausencia en el léxico activo de los hablantes dominicanos. Todo se reduce a «teteo», «teteo» y «teteo».  A todo lo anterior se agrega el interés de muchos por parecer más jóvenes de la cuenta, empleando, para tal fin, las jergas juveniles o las que algunos lingüistas llaman “sociolecto de la juventud”

Y por esa razón, que ahora las pautas lingüísticas y lexicales parecen trazarlas, no los escritores y profesores de lengua española, como antes, sino unos mozalbetes, cultivadores de un famoso género musical llamado “urbano”, a quienes les basta inventarse un disparate expresivo para que hablantes de todos los estratos sociales, envueltos en las redes irracionales de la masificación lingüística y, como loros desenfrenados, comiencen a repetirlos sin parar.

Temas culturales

Por Miguel Collado

UNA REFLEXIÓN/ CONVERGENCIA CULTURAL O PENSAR EN PLURAL

¡Amo tanto mi lengua! Esa que los conquistadores nos legaron a cambio del oro y la barbarie que aniquiló a nuestros ancestros taínos, a nuestros hermanos en el infortunio: a los negros africanos. Y visita mi memoria el inmenso Pablo Neruda, el Premio Nobel de Literatura que «murió de Chile», el de Confieso que he vivido. Memorias (1974):

«Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra… Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras».

Sí, amo tanto mi heredado idioma que a veces juego con algunas de sus palabras, escogidas al azar, extraídas de su grandioso manantial de vocablos, rico en sinónimos y antónimos. En este instante ―en que el canto matinal de pajarillos acaricia mis oídos― pienso en una de ellas: «convergencia». Pensé en ella al ver cómo las tortolitas se agrupaban en el patio tras el arroz que de mi mano diestra volaba hacia ellas impulsado por mi alegría de verlas reunidas, alimentándose en armonía. ¡Convergían como hermanadas!

¡Convergencia! Ahondé más en el origen de esa palabra, en sus raíces lingüísticas: procede del latín, de la palabra convergens-convergenti», es decir, se refiere al acto de converger, verbo regular de múltiples significados:«Coincidir en la misma posición ante algo controvertido», es uno de ellos, conforme al Diccionario de la Lengua Española. Lo controvertido podría ser de naturaleza política, social, económica o cultural. Siempre en el plano de las ideas. Y pensé luego en la necesidad de una convergencia cultural en mi país, en el que tan atomizadas están las ideas en torno al futuro de la nación dominicana en ese plano tan esencial para el desarrollo de una sociedad basada en valores: el plano cultural.

Sentarse en la misma mesa todos los actores culturales y dialogar sobre la importancia de una convergencia cultural, ¿sería posible? ¿Acaso serán más sensatas aquellas tortolitas que en armonía, sin herirse con sus alas, se alimentaban en el patio? Quizá mi idealismo hostosiano me arrastre a pensar que sí es posible si comenzamos a pensar en plural.

 

Conociendo la lengua española

JUSTIFICACIÓN 

Conociendo es, en gerundio, el modo del verbo conocer que nos remite a la acción, al acto mismo en que tiene lugar la adquisición de conocimiento. Y ese es el propósito que perseguimos con la serie denominada «Notículas gramaticales» que hemos venido publicando en las redes sociales desde hace algún tiempo y que ha concitado un inesperado interés entre los lectores.

Notículas porque son breves notas, apuntes que no buscan competir con lo limitado del tiempo del que, por la rutina acelerada, dispone la gente. Pretendemos contribuir a crear conciencia sobre el uso correcto de la lengua española, motivando a sus hablantes a respetar su normativa gramatical al momento de hablar o de escribir.

Se corresponde ese interés con el objetivo principal de la Academia Dominicana de la Lengua: «favorecer el estudio de nuestra lengua y el cultivo de las letras para cuidar su esencia originaria, impulsar su desarrollo y alentar el cauce creativo del genio idiomático, asegurando su cohesión y su vigor».

La realización de estudios en el campo de la normativa gramatical del idioma español y la publicación de artículos en los medios de comunicación son algunas de las actividades llevadas a cabo por dicha corporación para alcanzar ese objetivo.

El contenido de la serie de notículas gramaticales es, casi en su totalidad, extraído del Diccionario de la lengua española (23.a ed. Madrid, España: Real Academia Española, 2014), que abreviamos así: DLE. Con las primeras notículas comenzamos a difundir el abecedario español, transcribiendo las definiciones de cada una de las 27 letras que lo conforman e ilustrando con ejemplos propios de la cotidianidad hispanoamericana y, en algunos casos, de la realidad lingüística dominicana.

Además del DLE, para la elaboración de las notículas gramaticales consultamos las siguientes obras lingüísticas editadas por la Real Academia Española: Nueva gramática de la lengua española (3 tomos), Ortografía de la lengua españolaOrtografía básica de la lengua españolaDiccionario panhispánico de dudasOrtografía escolar de la lengua española, El buen uso del español, Diccionario del estudiante (Secundaria y bachillerato) y el Diccionario de americanismos, entre otras. También hemos consultado obras lexicográficas editadas por académicos dominicanos: Diccionario de dominicanismos, de Carlos Esteban Deive; Diccionario de dominicanismos y americanismos, de Max Uribe; y el Diccionario del español dominicano, de María José Rincón González y Bruno Rosario Candelier.

 

Notícula gramatical 1

Las 27 letras de la lengua española son: a, b, c, d, e, f, g, h, i, j, k, l, m, n, ñ, o, p, q, r, s, t, u, v, w, x, y, z. La ll y la ch son dígrafos. ¿Qué significa la palabra dígrafo? Es la secuencia de dos letras que representa un solo sonido.

En el caso de la ll (doble l) el DLE explica: Dígrafo que en el español actual de ciertas zonas representa el fonema consonántico lateral palatal, si bien en la mayor parte de los territorios de habla hispana se pronuncia como palatal central sonoro, fenómeno conocido como yeísmo. ¿Qué significa yeísmo? Expliquémoslo con un ejemplo: cuando usamos palabras cuyo sonido es tan parecido que puede crearnos confusión y solo podemos establecer la diferencia visualizando su escritura: llana (de llanura, sin altos ni bajos) y yana (árbol de la flora cubana). Esas palabras reciben el nombre de parónimas.

En el caso de la ch el asunto es distinto. El DLE define este dígrafo del siguiente modo: Dígrafo que representa el fonema consonántico africado palatal sordo, aunque en algunas zonas se realiza como fricativo. Destacamos en negritas las palabras cuya comprensión podría no estar al alcance de la mayoría de los hablantes del idioma español por su rigor lingüístico. Vamos a intentar explicarlas de manera sencilla: africado palatal sordo es un tipo de sonido consonántico que se produce sin vibraciones de las cuerdas vocales, o sea, con una oclusión cierre completo del canal vocal de una articulación.

LETRA «a»

a1

  1. Primera letra del abecedario español, que representa el fonema vocálico abierto central. Es decir, es una vocal abierta-
  2. Sonido que representa la letra a

a [Preposición]

  1. Precede al complemento directo cuando este es de persona determinada o está de algún modo personificado. Ejemplo: Respeta atus colegas de la academia. 
  2. Precede al complemento indirecto. Ejemplo: Legó su fortuna a los pobres.
  3. Introduce un complemento regido por determinados verbos, adjetivos y nombres. Empezar a correr. Disponerse a escapar. Parecerse a alguien. Suave al tacto. Propenso a las enfermedades. Sabor a miel. Temor a las alturas.
  4. Indica la dirección que lleva o el término a que se encamina alguien o algo.Ejemplo: Voy a Roma, a palacio. Estos libros van dirigidos a tu padre.  
  5. Indica una orden o exhortación. Ejemplos: ¡A comer!¡Todos a la mesa!
  6. Precisa el lugar o tiempo en que sucede algo. Le cogieron a la puerta.
  7. Indica la situación de alguien o algo. A la derecha del director.A oriente.A occidente. 
  8. Indica el término de un intervalo de lugar o de tiempo que media entre dos cosas. De calle a calle.De once a doce del día.
  9. Denota el modo de la acción. A pie.A caballo. A mano. A golpes. 
  10. Precede a la designación del precio de las cosas. A 50 euros el kilo.
  11. Indica distribución o cuenta proporcional. Dos a dos. A tres por mil.
  12. Ante infinitivo, en expresiones de sentido condicional, equivale a la conjunción sicon indicativo o subjuntivo. A decir verdad. 

a[En lugar de otras preposiciones] 

  1. Ante la vista de todos. / A la vista de todos. 
  2. Quien con hierro mata. / Quien a hierro mata, a hierro muere.
  3. Se fue hacia ellos. Se fue aellos como un león. 
  4. Tenía el agua hasta la cintura. / Pasó el río con el agua ala cintura. 
  5. junto a.Junto a ti. / Atu lado. 
  6. Para beneficio de la gente humilde. / Abeneficio del público. 
  7. Por instancias mías. / Ainstancias mías. 
  8. según.Según parece. / A lo que parece.

 

VOCABULARIO. AbecedarioSerie ordenada de las letras de un idioma. Ejemplo: El abecedario del idioma español tiene 27 letras.  Articulación. Posición y movimiento de los órganos fonatorios para producir los sonidos del habla. Complemento directo. Función sintáctica vinculada al caso acusativo y desempeñada por un sintagma nominal o pronominal, un sintagma preposicional con la preposición o una oración que están seleccionados por el verbo transitivo al que modifican.  FonemaUnidad fonológica que no puede descomponerse en unidades sucesivas menores y que es capaz de distinguir significados. Ejemplo: La palabra amor está constituida por cuatro fonemas: dos fonemas consonánticos (m y r) y dos fonemas vocálicos (a y o). Órganos fonatorios. Son los que tienen que ver con la emisión de la voz  o de la palabra. PalatalSonido que se articula mediante la aproximación o el contacto del dorso de la lengua y el paladar. Verbo transitivoVerbo que se construye con complemento directo. Ejemplo: Abrazar a mis hijos. 

 

Ortoescritura

Por Rafael Peralta Romero

NOMBRES PROPIOS QUE TAMBIÉN SON COMUNES

Hace unos nueve años, publiqué en este diario un artículo titulado “Divertimento con los apellidos”, en el cual mostramos que muchos apellidos son homónimos de términos que  tienen sentido léxico, es decir son palabras comunes con las que  se mencionan cosas, lugares, plantas, situaciones, procedimientos, animales, accidentes geográficos, partes del cuerpo, entidades abstractas o  metales.

El de hoy, es también una diversión, pues citaré nombres de personas que han sido tomados de sustantivos -y hasta adjetivos- comunes que designan cosas, seres, fenómenos de la naturaleza, deidades, funciones,  acciones, por igual  nombres que se conocieron  primero  por países y regiones.

Es muy evidente que rosa, margarita, orquídea, violeta y hortensia son flores, mientras la flor se define como “brote de muchas plantas, formado por hojas de colores, del que se formará el fruto”. Y flores son también dalia, camelia, jacinto, clavel y melisa, todos los cuales funcionan como nombres de personas, escritos con mayúscula inicial.

Quizá sorprenda saber que /carmen/   es una palabra común, al menos en Granada, donde se denomina con esta palabra a una quinta o huerto con jardín. El culto a la Virgen del Carmen, una de las advocaciones con que se alaba a santa  María, la madre de Jesucristo,  es responsable de que tantas mujeres en el mundo sean llamadas de este modo.

El nombre procede de la veneración a María en el Monte Carmelo, ubicado  en Israel. Según un diccionario bíblico, Carmelo o Carmen derivan de la palabra hebrea Karmel o Al-Karem, la cual se traduce como “jardín de Dios”.

De la religión viene también Ángel, Presbiterio (parte de la iglesia), Mártires, Obispo, Santo, Gracia, Confesor (sacerdote), Pastor, Trinidad, Diosa, Deogracia, Cruz, Crucita, Inmaculada (sin mancha), Evangelista, Rosario, Sagrario, Providencia, Fe, Natividad, Esperanza, Caridad y Salvador.

Los nombres terminados en -o son ordinariamente masculinos, pero algunos, por lo que significan, han servido para nombrar mujeres: Rosario (rezo a santa María), Sagrario (lugar sagrado), Socorro (ayuda), Milagro (acción portentosa), Consuelo (alivio de la pena), Amparo (protección), Rocío (lluvia tenue) y Remedio (medicina).

Como rosario, amparo y socorro, en santa María encuentran motivos los nombres Piedad (devoción por las cosas santas), Dolores, Virgen, Concepción, Reina, Mercedes (plural de merced, favor).

Fenómenos de la naturaleza prestan sus nombres a las personas: aurora, luz, alba (amanecer), luna, mar, sol, estrella.

El vocablo alba es también sinónimo de blanca, y en esta función es, por tanto, un adjetivo, como lo son también blanca, pura, cándida, clara, marina, digna, iluminada, amable, aquilino (rostro largo y delgado), argentina (relativo a plata), paulino (relativo a san Pablo), justo, bienvenido, augusto, máximo, silvestre, facundo (de fácil hablar), linda, bruno (nombre de un árbol, también de color oscuro) todos los cuales, escritos con inicial mayúscula, fungen como nombres de personas.

Muchas personas llevan nombres de países, que no necesariamente tienen valor semántico en nuestra lengua: América, Argentina, Francia, Grecia, Germania, Albania, Bolivia, Colombia, Bélgica, Argelia, África, Asia, Australia, Oceanía, Filadelfia, Virginia, Janeiro, Italia, Helvecia, Lusitania, Nápoles, Austria, Kenya, Israel, Nairobi, Belén. Siriaco (relativo a Siria), Delia (natural de Delos, Grecia).

Las siguientes palabras son sustantivos y adjetivos comunes usados para nombrar personas: Olivo (nombre de árbol), León, Ventura, Petra (nombre de planta), Erinia (deidad griega), Paloma, Patria, Patricia, Patricio, Lucía (del verbo lucir), Modesto (adjetivo), Amado (adjetivo), Domingo, Norma (regla), César (emperador romano), Rey, Reyes, Delfín (pez, primogénito de un rey) Delfina (mujer del delfín). Se agrega Julio que antes de denominar al sexto mes correspondía a una autoridad romana de igual nombre.

Ya lo ha visto usted, este tema es una diversión.

 

¿ES CÓVID O COVID? ¿LLANA O AGUDA?

Muchas serán -y ya son- las consecuencias del coronavirus de 2019, agente responsable de la terrible enfermedad denominada COVID-19.

Su escritura se corresponde con la sigla inglesa de “coronavirus disease”, enfermedad del coronavirus. Dado que contiene el sustantivo enfermedad en su forma inglesa, se ha recomendado que su género sea femenino (la COVID-19, mejor que el COVID-19). Lo que sí creo es que la fuerza del uso hará prevalecer el masculino.

Como es un acrónimo, formado a partir de la expresión “coronavirus disease”, se suele escribir por completo en mayúsculas. Pero dada su sobrada presencia en todos los niveles de lengua, el vocablo se ha lexicalizado (se hizo parte del español) por lo que puede escribirse en minúsculas. Se recomienda no dejar la inicial mayúscula porque se trata de un nombre común: covid-19. Fundéu defiende el guion como parte del nombre establecido y cita la Ortografía de la lengua española cuando explica: “…en aquellas piezas léxicas constituidas por una combinación de segmentos de cifras y letras se han venido separando tradicionalmente dichos segmentos con guion”.

Lo recomendable en el género: la cóvid o la covid; en grafía: COVID o covid (también cóvid).En su versión en línea, el Diccionario de la lengua española incorporó esta palabra indicando antes de la definición “m. o f”, que quiere decir masculino y femenino. Luego la define de este modo: Med. Síndrome respiratorio agudo producido por un coronavirus.

Entonces vamos a lo prosódico. ¿Cuál será la recta pronunciación de esta nueva palabra?

Los hablantes del español están divididos entre la pronunciación aguda /covíd/ y la llana /cóvid/

Algunos creen, entre ellos la Fundéu, que es mayoritaria la forma aguda, es decir con el acento en la última sílaba, aunque no se le marque. La pronunciación /cóvid/, con la fuerza de entonación en la penúltima sílaba se asocia al inglés. Sin embargo, no son -o no somos- pocos los hablantes del español que desde el inicio del fenómeno adoptaron la forma llana /cóvid/. Será difícil acoger una forma única, y como ha ocurrido con el género (enfermedad de la covid-19) que contra lógica se ha impuesto el masculino (el covid-19), las academias habrán de admitir las escrituras llana (cóvid) y aguda (covid), aunque se prefiera esta última. Ya ha ocurrido con otras palabras, tomadas de otras lenguas, tal el caso de élite o elite (Minoría selecta o rectora).

De algo podemos estar seguros: si la pronunciamos como llana, debemos colocar tilde, aunque en otras lenguas no la lleve. Aplicaremos la regla de las llanas terminadas en consonante diferente a /n/ y /s/, es decir, acentuaremos gráficamente a cóvid igual que hacemos con lápiz, árbol, cáliz, áspid (culebra), túnel, ángel, mármol, cérvix (útero) y los apellidos López, Gómez, Sánchez, Pérez o Féliz.

Quien la pronuncie como aguda, debe recordar al momento de escribir esta palabra, que no se le marca el acento como ocurre con cerviz (cabeza),cariz, verdad, ardid, David, salud, enfermedad, bondad, maldad, venid, tapiz, feliz o variz. 

Medusa y merluza

Medusa es un animal marino. El Diccionario académico la define así: Una de las dos formas de organización en la alternancia de generaciones de gran número de celentéreos cnidarios y que corresponde a la fase sexuada, que es libre y vive en el agua. Su cuerpo recuerda por su aspecto acampanado a una sombrilla con tentáculos colgantes en sus bordes. En tanto que de merluza el Diccionario dice: 1. f. Pez teleósteo marino, anacanto, muy apreciado por su carne, de color gris plateado, que alcanza hasta un metro de longitud, de mandíbula prominente y dientes finos, y que abunda en las costas de España.

 

Temas idiomáticos

Por María José Rincón

NO HAY ENEMIGO PEQUEÑO

 Han interesado mucho las pequeñas transformaciones que provocan los enclíticos en las formas verbales con las que se unen. Recordemos que llamamos enclíticos a aquellos pronombres personales que se unen directamente al final del verbo y forman con él una sola palabra. Es precisamente la unión del pronombre con la forma verbal la que provoca en ocasiones algunas modificaciones ortográficas que debemos tener presentes cuando nos toque ponerlos por escrito. Cuando se une el pronombre personal se a una forma verbal que termina en -s debemos reducir las dos eses contiguas a una sola; si al subjuntivo exhortativo compremos, terminado en -s, le sumamos el pronombre enclítico se, que empieza también con s-, y el enclítico lo, debemos eliminar una de las dos eses. La forma resultante es comprémoselo y no *comprémosselo. Siempre que nos encontramos con este contexto debe producirse la simplificación: Es su blusa preferida, regalémosela; No quiero guardar más el secreto, contémoselo. En cambio, hay contextos en los que no se produce la simplificación de las consonantes iguales contiguas. Cuando la forma verbal conjugada termina en la consonante -n y a este verbo le sumamos el pronombre personal enclítico nos, resultan dos enes contiguas que deben mantenerse: cuéntennos, páguennos, dígannos. De este modo podemos diferenciar entre la segunda persona del singular de cortesía (cuéntenos) y la segunda persona del plural de cortesía (cuéntennos).

La complejidad de los morfemas flexivos que logran que nuestro sistema verbal pueda adaptarse a todo lo que queremos decir, siempre cargado de matices expresivos, se combina con la presencia de estos pequeños grandes pronombres personales. Nunca viene mal saber cómo se escriben las formas resultantes.

 

A PIE Y A MANO

La lengua crea combinaciones de palabras que, con el uso, llegan a funcionar como una sola. A estos grupos de palabras los conocemos como locuciones y desarrollan un sentido propio que les da personalidad léxica y una forma fija que no admite muchas variaciones y que debemos conocer y respetar. Hoy nos vamos a fijar en un grupo muy particular de locuciones. Tienen como núcleo las palabras pie y mano en singular, pero no son pocas las veces que, quizás porque tenemos dos pies y dos manos, que las encontramos usadas en plural. Si damos un paseo caminando lo hacemos a pie, no *a pies, aunque nos sean necesarios ambos pies para andar. Si nos quedamos en un sitio y no nos apartamos de ahí, estaremos a pie firme, no *a pies firmes, aunque tengamos los dos pies bien afincados en el suelo. Si entramos en un sitio o en una actividad con buen pie o con el pie derecho nos guiará la buena suerte; en cambio, cuidémonos de entrar con mal pie o con el pie izquierdo porque nos perseguirá la mala fortuna. En todo caso nunca lo haremos *con buenos pies o *con malos pies. Si nos paramos nos ponemos en pie, nunca *en pies, aunque sean ambos pies los que nos sostengan. Si tenemos algo cerca o lo consideramos fácil de entender o de hacer, decimos que los tenemos a la mano, no *a las manos. Si realizamos algo manualmente decimos que lo hemos hecho a mano, y no *a manos, aunque seguramente hayamos usado las dos. Cuando somos generosos y también cuando estamos dispuestos a recibir dádivas decimos que abrimos la mano; cuando insistimos en algo o somos excesivamente rigurosos cargamos la mano.

El Diccionario de la lengua española registra muchas de ellas y nos puede ser útil para confirmar su forma adecuada y el sentido exacto en el que se usan. Aprevochémoslo.

 

ANGLICISMOS

Si ya los que procuramos hacer un buen uso de nuestra lengua huimos del abuso de anglicismos innecesarios, imagínense la urticaria que nos producen los anglicismos inventados. El Diccionario de la lengua española define como anglicismo el ‘vocablo o giro de la lengua inglesa empleado en otra’. Todos los usamos; algunos ocupan un hueco léxico que el español no ha llenado todavía; otros sacan a la luz esa inseguridad lingüística que nos convence de que lo dicho en otro idioma nos hace lucir más listos o más a la moda; otros delatan preocupantes lagunas en el vocabulario.

Los falsos anglicismos solo tienen del inglés la apariencia; las tomamos y las usamos a nuestra forma. Por ejemplo, nos apropiamos del sustantivo inglés fashion ‘moda’ para transformarlo en un adjetivo sui géneris aplicado a lo que está ‘a la moda’ (en inglés se diría fashonable o trendy). Al muy usado feeling le atribuimos el sentido de conexión entre personas cuando en inglés significa ‘sentimiento’. No hace falta insistir en todas las palabras de las que disponemos en español para referirnos a esta compenetración, afinidad, sintonía, entendimiento, cercanía o química que nos une a alguien.

Otras palabras las apañamos tomando una parte de aquí y otra de allá hasta que las convertimos en pequeños Frankenstein. Se trata de formas híbridas como puenting, formada con la raíz léxica de puente a la que se añade la terminación inglesa -ing, inventada para designar la actividad que consiste en precipitarse al vacío desde una gran altura atado a un arnés. El Diccionario panhispánico de dudas recomienda sustituirla por el neologismo puentismo, formada con el muy castellano sufijo –ismo que encontramos también en ciclismo o en piragüismo.

Siempre es aconsejable revisar lo que tenemos en casa antes de salir a buscar a lo loco.

 

CIFRAS Y LETRAS

Ya saben que lo mío son las palabras, pero algunas palabras también hablan de números y conviene saber manejarlas correctamente. Los numerales expresan cantidad o número de muy distintas maneras: el valor numérico (numeral cardinal), la división de un todo en partes (numeral fraccionario o partitivo), el lugar que ocupa una unidad en una serie (numeral ordinal) o el resultado de una multiplicación (numeral multiplicativo). Cada uno tiene sus propias curiosidades, con ciertas características para usarlos correctamente.

Hoy nos vamos a fijar en un grupo selecto y limitado de los numerales multiplicativos en español, que pueden funcionar como adjetivos o sustantivos. Los adjetivos numerales multiplicativos que usamos hoy son los acabados en -e, que concuerdan en género tanto con los sustantivos femeninos como con los masculinos: doble sueldo, habitación triple, dosis cuádruple. Pero en español existen también una forma en -o para el masculino y una en -a para el femenino, aunque bastante menos usadas: sueldo duplo, habitación tripla, dosis cuádrupla. Los numerales multiplicativos funcionan también como sustantivos. Cuando es así tienen género masculino y los preferidos son los que tienen la terminación en -e: el doble, el triple, el cuádruple. Estos tres primeros multiplicativos, los más bajos de la serie, son los más habituales y nos suenan a todos, pero no son los únicos. Entre el cinco y el ocho tenemos un par de variantes: quíntuple/quíntuplo (x cinco), séxtuple/séxtuplo (x seis), séptuple/séptuplo (x siete), óctuple/óctuplo (x ocho). Del nueve al trece son casi bichos raros: nónuplo (x nueve), décuplo (x diez), undécuplo (x once), duodécuplo (x doce), terciodécuplo (x trece) y céntuplo (x cien). En lugar de estas formas se opta por la expresión nueve vecesdiez veces, etc.

Hemos dicho que los numerales son una serie cerrada. Aquí ya han conocido a todos los miembros de una familia preciosa en la que conviven amigablemente cifras y letras.

Los poetas, el lenguaje simbólico y el cerebro

Por José Silié Ruiz

     Los poetas usan con licencia el lenguaje simbólico; me declaro admirador de la poesía. Veamos dos ejemplos de poetas excelsos, ambos bardos y son mis distinguidos amigos: el primero José Mármol, de su obra Yo, la isla dividida, el poema «Palabra y vacío»: “Todo conspira contra nuestro amor, cultura. Un tsunami de vocablos en el reino digital, y el sentido se desliza de la forma de lo sido y se arrulla en sordera de vacío y de no ser. Palabras en la boca a la hora de la luna. Cuando algo no se mueva empieza a sospechar. Pero nada era dicho jamás ni develado. El sonido es vacío. El silencio, plenitud».

El segundo poema es de la autoría de Virgilio López Azuán, de su obra: Paraíso de la imagen, su poema «Es mejor y lo digo, amarse intensamente»: «Es mejor, y lo digo, amarse intensamente, besar estos rayos, los misterios que fluyen tan limpios, tan cristalinos que nos invitan a fabricar la vida en un verso donde cabe todo. Si falta la imagen la nada entra en forma de vacío transfigurada del todo, y entonces quedamos con la boca abierta sin palabras que decir como tibios expectantes (…)».

Consideraremos la mente preconsciente e inconsciente. Hay diferentes ángulos de enfocar el lenguaje simbólico, el lenguaje imaginativo que bien usan como nadie los poetas. Los aportes en esa investigación han recibido auxilio de la hermenéutica, de la antropología y de la neurología fundamentalmente. Ese lenguaje poético está basado en asociaciones y analogías. El concepto de «asociaciones» de los bardos puede considerarse desde el punto de vista de la literatura y la psicología. En psicología, hay: asociaciones de conductas, la asociación de ideas y la tercera la asociación libre.

Desde la perspectiva psicoanalítica existen dos tipos básicos de redes de asociación mental, las asociaciones secuenciales y la asociación centrada. La primera, se inicia con un disparo inspirador cuando las musas aparecen, la segunda la agrupación centrada, genera la asociación de múltiples ideas de palabras asociadas. Para que estos juicios de inspiración sean totalmente fructíferos conviene suspender en ellos los juicios de valores.

Cuando el poeta evoca un sueño propio, «evocar» es llamar la memoria, «exvocare» es llamar fuera lo que pasa en las actividades sensoriales. La realidad que percibimos con los sentidos y pasa a través de nuestro andamiaje sensorial e intelectual, como se ha dicho a través la entonación poética, es la «viva imagen del alma».

La simbolización, las representaciones imaginativas, las fantasías, la capacidad de soñar nos permite exteriorizar nuestras interioridades que de otra forma quedarían ocultas en el cerebro. ¿Cuál es la diferencia del cerebro del artista que crea, el cerebro del filósofo pensante, con el del hombre común? Explorando nuestros recónditos recuerdos nos permite codificar en nuestras fantasías. Ellos con más neuronas (activas) en las áreas de Broca para coordinar las palabras, el área amigdalina y el hipocampo para una mayor emoción y sensibilidad, esas que nos llevan a estímulos arquetipos de imaginación que son comunes y posibles a todos los seres humanos (todos nacemos con iguales condiciones), pero ¿por qué en los poetas y los pensantes, están más desarrolladas esas áreas? Lo hacen: por sensibilidad, por memoria y por aprendizaje.

Ahora entendemos los factores que participan en los distinguidos poetas, los escritores de fina pluma, los filósofos, ellos pueden manejar las letras y los colores mejor que ningún otro humano. Ahora sabemos por qué las letras en ellos adquieren música, encantos y pirotecnia. Solo ellos, los poetas y los humanistas, son quienes desnudan las palabras, para hacerlas musas carnales como la venus de Citeres para que nosotros, los neófitos, podamos danzar con ellas, hacerlas espejismo y convertir la prosa en carnavales de emociones para gratificar el pensamiento y así poder viajar a otras tierras, a otros mil lugares, los que por el embeleso que nos extasía, jamás se harían inveterados ¡Viva la poesía, la inteligencia y el pensamiento humano excelso!

(https://hoy.com.do/los-poetas-el-lenguaje-simbolico-y-el-cerebro/) 10 de julio de 2021.

Macutear, trabuco, díscolo/discordante

Por Roberto E. Guzmán

MACUTEAR

“Lo que quiere es una policía que no MACUTEE. . . “

Este verbo del título deriva de la voz macuto. El macuto es una cesta tejida, flexible, que se usa (¿usó?) para llevar frutos, vegetales y para recoger granos. Las cuerdas que servían para cargarlo permitían llevarlos también sobre la espalda o colgarlo sobre el hombro. Las cantidades o carga transportadas en un macuto nunca fueron grandes. Cuando se usaba para recoger granos se llevaba sobre el vientre para mayor comodidad y celeridad en la recogida. El uso del macuto casi ha desaparecido y se ha convertido en un objeto del folclor destinado para la venta a turistas.

La difusión de la palabra en el español general quedó circunscrita al objeto descrito más arriba; por eso tardó mucho tiempo para que los europeos reconocieran la palabra o la integraran a su uso. Algunos cronistas de Indias reconocieron macutos en Suramérica; este dato ha de retenerse como una traslación del nombre a un objeto parecido al macuto objeto de este estudio. Este fenómeno fue frecuente en América de esa época. Por eso se han encontrado canoas en otras regiones y muchas otros indigenismos de las Antillas en Tierra Firme.

El verbo macutear parece que es de uso exclusivo de los hablantes de español dominicano. El macuto mismo, según indican los estudios, se usó en Venezuela y República Dominicana. Que conste, lo que es de uso exclusivo de los dominicanos es el uso del verbo, pues la acción es mundial.

Con respecto al origen de la palabra macuto, durante largo tiempo se aceptó que era una voz de origen taíno porque el primer contacto de los colonizadores con la voz fue en las Antillas. Luego cuando se estableció que se conocía también en Venezuela hubo que revisar esa opinión. Pensaron algunos que era voz caribe, aunque por ser conocida en Venezuela y las Antillas, se presume que es arahuaca.

La voz no adquirió vigencia en el español peninsular debido quizás a que al ser una cesta de tejido vegetal flexible no se asemejaba a las existentes en Europa.

  1. Fernando Ortiz argumentó que la palabra macuto tenía antecedentes en lenguas de Angola. Además, arguye él, en idioma congo, nkutu significa saco, bolsa o talego de fibras vegetales.

Todavía en el portugués brasileño del 1948 se conocía la voz macuto, sustantivo masculino para expresar “mentira, inverdade”. La etimología atribuida a la voz era del quimbundo , prefijo plural de cuarta clase más kuto, mentira. Fue término usado entre los negros y hoy (1948) parece haber desaparecido. A influencia africana no portugués do Brasil (1948:235). Versión en español de RG.

Una nota curiosa con rasgos que salen de lo común es la acepción que insertó D. Roque Barcia en su Diccionario general etimológico de la lengua española (1881-III-531), “Masculino americano. Paquetito hecho de yagua, que contiene cera, carne, tabaco, etc.”

No hay explicación para esta definición, pues este autor conocía la obra de Esteban Pichardo.

El macuto antillano era más largo que ancho, con la boca ancha, tejido de guano. Ya se escribió que este macuto servía para recoger en él los granos durante las cosechas. De la actividad de recolección derivó el verbo macutear, que en buen dominicano es sobornar o exigir soborno. Casi siempre quienes solicitan o reciben el macuteo son los empleados públicos, funcionarios y agentes del orden público.

Cuando el macuteo era de sumas importantes de dinero, mi hermano Julio decía que eso era seroneo, de serón, pues las cantidades de dinero no cabían en un simple macuto y se precisaba de un serón para transportarlo. El serón dominicano es “Especie de árgana hecha con fibras de guano que sirve para llevar carga en las caballerías”.  Diccionario de cultura y folklore dominicano (2005:376).

Parece que la práctica del macuteo no ha cesado en la vida cotidiana dominicana; solo ha variado la forma de practicarlo y los montos.

 

TRABUCO

“. . . era un tercer bate de un ´line up´ que contaba con un TRABUCO de formidables bateadores”.

El primer encuentro de los niños y jóvenes dominicanos con el trabuco es por medio de la historia dominicana. En la noche del 27 de febrero de 1844 se asegura que Matías Ramón Mella realizó un disparo con un trabuco para precipitar las acciones. Esa es la acción que se conoce con el nombre de “trabucazo de Mella”.

Por fuerza de la historia los estudiantes se enteran de lo que significa un trabuco. Este trabuco es un arma de fuego prácticamente en desuso. La descripción que hacen los diccionarios es en comparación con una escopeta, más corta que esta, pero con la boca ancha y de mayor calibre.

Procede enseguida que se pase a la explicación con relación a la cita. El sustantivo está usado en sentido metafórico, algo que los dominicanos han logrado en su habla. El traslado que ha hecho el hablante de español dominicano es llamar trabuco a una persona o cosa extraordinaria, así como a un equipo deportivo que destaca por su desempeño. Diccionario del español dominicano (2013:668).

El trabuco de la cita es una alineación extraordinaria de bateadores, que aciertan con el bate y demuestran poder en esta actividad. Este uso de trabuco sorprendería grandemente a otros hablantes de español, pues para la mayoría de hablantes de español el trabucazo es el disparo del trabuco; la herida ocasionada por el disparo del trabuco y en el registro coloquial, la pesadumbre o susto que, por inesperado sobrecoge y aturde.

Como los dominicanos son tan aficionados al deporte del beisbol, el trabuco ha ido más lejos en ese ámbito. Se usa la palabra trabucazo para particularizar un lanzamiento de la pelota o el tiro de esta por uno de los jugadores, cuando alcanza gran velocidad o precisión. Ejemplos son, “Ese pícher tiene un trabuco en el brazo”. “El jardinero central tiró un trabucazo al plato”.

Del mismo modo que ha ocurrido con otros usos del lenguaje, los dominicanos le han imprimido un sentido diferente y exclusivo a una acción. Esto es propio de la riqueza de la lengua. Debe ser motivo de celebración.

 

DÍSCOLO – DISCORDANTE

“Hay temor en la nota DÍSCOLA entre pares ya que se asume que leer no es cosa de hombres”.

No todas las palabras se prestan para ser llevadas a un uso extraordinario, es decir fuera de su ambiente. El ámbito de acción delimita los significados que pueden atribuirse a casi todas las palabras. Hay que ser cauto con el uso de la figura que se llama “uso figurado”.

Las metáforas son bellas, por eso las usan los poetas. Esas son las que consisten en cambios de palabras entre el término concreto y la noción abstracta.

Los poetas disfrutan de una licencia especial para crear tropos, esto es, el uso de palabras con sentido distinto del literal, a condición de que haya alguna semejanza entre el sentido literal y el abstracto.

No es menos cierto que en la vida diaria usamos con mucha frecuencia de las metáforas sin darnos cuenta de ello. Algunas de estas metáforas se han integrado con tanta naturalidad a la lengua que no llaman la atención, pasan inadvertidas.

Con eso de las metáforas puede suceder, guardadas todas las distancias, lo que dijo el personaje de Molière, que no sabía que hablaba en prosa, aquí en lugar de prosa colóquese metáfora.

Con respecto a las notas, en el lenguaje escrito pueden ponderarse varias características, entre ellas las de los sonidos con cierta frecuencia, que con respecto de la calificación y rasgo puede ser discordante, por eso se colocó esta palabra en el título junto al que se critica.

Díscolo es “desobediente, rebelde, indócil, indisciplinado, revoltoso, indomable, indómito, perturbador”. Discordante, por su parte, referido a persona es, que rompe la armonía del conjunto. Si en la cita se usó la palabra “pares”, se supone que ellos y ellas son miembros de un conjunto.

Por fortuna, no se califica de falta de conocimientos el asunto de la elección de una palabra inadecuada en esta situación, es más bien algo relacionado con las dotes poéticas del redactor. No hay lugar a sorpresa, en el español al igual que en otras lenguas son más los eunucos creativos que los productores formales.

Cómo emplear qué/que, por qué/porque, porqué/por que

Por Tobías Rodríguez Molina

Existen en nuestra lengua española, y eso lo notamos con frecuencia, palabras o pares de palabras que a muchos usuarios confunden al momento de escribirlas. Por eso es bueno, es útil que les prestemos una esmerada atención, ya que aun en textos producidos por veteranos escritores y gente de prestigio por su nivel cultural,  aparecen usos que reflejan confusión.  Les presentaré los aspectos teóricos y ejemplos prácticos que contribuyan a aminorar o a resolver las dudas cuando les toque escribir  textos  en los que se usen esos términos. Presentaré los pares en el orden en que aparecen en el título de este ensayo, empleándolos en el contexto en que se emplean  para una mayor asimilación de los mismos. Pasemos a verlos por separado.

  1. Qué. Esta palabra con tilde se emplea en las oraciones interrogativas y exclamativas si ella es también interrogativa o exclamativa, como en casos parecidos a estos: a) ¿Qué te encomendaron que le compraras a tu tía?  ; b) ¡Qué contenta se puso mi tía con el regalo que le llevé! c) Samuel no sabe qué regalo le llevé a su tía. (En los tres casos, al funcionar el “qué” como interrogativo o exclamativo, lleva marcada la tilde).
  2. Este “que” desempeña varias funciones: a) la de pronombre relativo haciendo referencia a su antecedente, como en este ejemplo: El joven que te acompañó al salir del estadio es amigo mío. ; b) la función de encabezador de la proposición subordinada sustantiva de objeto directo en una oración compuesta como esta: Ella quiere que le saques una copia de este poema. ; c) la función copulativa equivalente a y. Ejemplo: Miguel Martínez, que no Juan Pérez, fue el que llegó primero.  (Este “que” copulativo no es muy usual en la actualidad).
  3. Por qué. Se usa este par de palabras, separadas y con el “qué” acentuado, en las oraciones interrogativas y exclamativas. Ejemplos: a) ¿Por qué no llegaste a pie a ese lugar tan cercano?; b) Quiero saber por qué no vino tu hermano contigo. c)  ¡Por qué sería que José se fue tan disgustado!  (Esta oración es exclamativa que expresa sorpresa, pero también tiene matiz interrogativo).
  4. Es la palabra que se emplea para responder a la pregunta “¿Por qué…?” y también a la expresión exclamativa   “¡Por qué…!” Véanse estos ejemplos: 1. ¿Por qué no terminaste el trabajo que te asignaron?  Porque recibí una llamada urgente  de mi casa antes de terminarlo; b) ¡Por qué tontería se enoja ese hijo tuyo!  Ciertamente, se enoja porque le llamé la atención delante de ti.
  5. Porqué. Esta palabra interrogativa equivale en su dignificado a la razón, el motivo, la causa, y se emplea precedida del artículo definido “el”. Fijémonos en el siguiente ejemplo: No comprendo  el porqué de su  tardanza en llegar a la cita acordada.

Hay que tener cuidado con este caso pues algunas personas tienden a confundirse y escriben “el por qué”,  posiblemente desorientados por la similitud semántica de ambos, ya que expresan lo mismo, es decir, la razón, el motivo, la causa.

  1. Por que. En esta expresión va implicado el relativo “que”, equivalente o sustituible por “el cual”, “los cuales”, “la cual”, “las cuales”. Véanse estos ejemplos: 1. La razón por que no llegó a tiempo fue que él sufrió un accidente cuando venía en su carro.  Si hacemos la sustitución  del “que”, la redactaremos de este modo: La razón  por la cual no llegó a tiempo fue que  sufrió un accidente cuando venía en su carro.   El motivo por que no asistió a clase tuvo que ver con el fuerte aguacero caído hoy.  El “por que” de esta oración se puede cambiar por “por el cual”, manteniendo la concordancia con “el motivo”. La misma quedaría redactada así: El motivo por el cual no asistió  a clase tuvo que ver con el  aguacero caído hoy.

Estas palabras expuestas teóricamente y  con ejemplos sencillos, y que son objeto de frecuentes preguntas de parte de estudiantes y profesionales, deberán borrarles dudas a los que lean con atención estas anotaciones. Así  habrá  usuarios del español cada vez más competentes y con un mayor prestigio como escritores.

Federico Henríquez Gratereaux: Ubres de novelastra

Por José Enrique García

 

El amplio tejido de este libro, nos topamos con este trozo de escritura  que nos ofrece, de una forma explícita y extensa, la naturaleza del nombre  novelastra que forma parte del título. Como bien se sabe, llaman madrastras a las sustitutas de las verdaderas madres carnales. Muchas madrastras son capaces de amamantar hijos que no han parido; alimentan niños ajenos y los crían robustos de cuerpos y con almas equilibradas. La leche  y la buena voluntad  surten esos efectos benéficos. En nuestro tiempo los géneros literarios están sufriendo extraños cambios morfológicos, mutaciones casi monstruosas. Las “novelastras”, probablemente, irán reemplazando a las legítimas novelas en el gusto del público. En estas obras literarias híbridas se ofrecen noticias, relatos y explicaciones, en una suerte de  “servicio en combo” parecido al que dan los establecimientos populares de  comida rápida. (pág.209)

Esta descripción me remite al caldo que hacía mi padre  ciertas mañanas. Sobre tres piedras, dispuestas de forma triangular en el patio, colocaba una paila resistente, ponía agua que hervía rápidamente con el fuego de la leña y  echaba cuantas cosas de comer encontraba en los alrededores: huevos, ajíes, maíz, auyama, cebollas, molondrones, cilantro, hierbabuena, guandules, ajos, yuca, perejil, puerro, frijoles, espinaca…Los ingredientes los determinaba  el  azar,  y el resultado era siempre el mismo y certero: el olor envolvía todo el ámbito, y despertaba el  apetito porque el bendito caldo era una maravilla de color,  olor y sabor, y siempre le quedaba igual.

Papá murió y con él ese caldo, pues receta no había, sólo su pulso que no fallaba. Ese caldo, en cierto modo, conduce a este “género”. En la novelastra todas las expresiones tienen su hueco: los géneros mayores, los deslices cotidianos y vulgares, la parodia y la paráfrasis, el humor bien fundamentado y el relajo de colmado y mercado, el ensayo filosófico, así como  la reflexión de taberna, el poema verdadero, la charlatanería y la ocurrencia, el dato histórico y las texturas propias de la intrahistoria. Caben, igualmente, cuantas formas de decires se cultivan bajo el imperio de la lengua y, sobre todo, de los idiolectos de personajes y personajillos.

Y en eso consiste el “género”, en la construcción de una imagen que atrape el fluir temporal en lo grueso  y en  lo mínimo, pues ignoramos quién decide más, si lo histórico histórico o lo intrahistórico, asumiendo este concepto unamuniano que tanto peso atribuye al vivir ordinario. Ladislao pretende darnos leche de pensamiento servida en ubres de “novelastra”. Como Cervantes, quiere modificar las novelas tradicionales. (p.211)

Ahora bien, esta modalidad narrativa, que se afirma intencionalmente en esa suerte de conjunción de formas expresivas, tiene raíces en la tradición fantástica que arranca con el Manuscrito de Zaragoza. El siglo XX, prácticamente, le pertenece a la narrativa fantástica. Comenzar con Jorge Luis Borges y terminar con Umberto Eco, es  ejemplificación suficiente para dar cuerpo a la aseveración. Sigmund Freud acuñó el término unheimlich, con el que designa a lo siniestro, que es la forma como se muestra lo fantástico.

El término, en uno de sus sentidos que opera en el mismo ámbito, significa: “irrupción de la realidad”. Lo siniestro que opera en la realidad concreta, la que cada uno de nosotros agota y construye, y la del conjunto. El término se amplía y reafirma con Roger Callois, Luis Vais, Torodov y entre otros. Lo fantástico no se detiene en la teorización, nace y empuja desde la práctica, y avanza, cubriendo terreno, y llega hasta las páginas de Ubres de novelastra de Federico Henríquez y Gratereaux. Lo fantástico es la realidad pendulando o basculada, y con ello se crea algo que no existía como tal, sino que andaba en la realidad que hacemos a cada instante. Una referencia que precisa la conciencia del empleo del recurso narrativo, la tenemos en estas líneas: “El hombre y la naturaleza tal vez oscilen, en un pendulación perpetua, entre el caos y el orden. ¿Hay o no hay una historia universal?´ ¿El hombre progresa, o regresa? ¿Hace  círculos  o espirales? ¿Avanza o retrocede, simultáneamente? (pág.109).

Sí, todo se ha dicho, pero cada quien busca su forma de decir lo que se ha dicho. Y aquí encontramos una nueva forma de decir lo que hemos dicho y leído. En esta novelastra cabe lo visto, sentido, olido, leído, lo entrevisto, lo soñado, lo que pudo ser y lo que fue, lo maravilloso, lo monstruo; es un remolino de decires que asciende y desciende creando múltiples sensaciones. Y ese es su orden, que arranca desde el título. Y también su naturaleza  que se afirma en la presencia del otro, de ese otro que se manifiesta en espacio, tiempo, personajes, referencias, voces, palabras, gestos… basculando, moviéndose en direcciones encontradas para crear un fluir yuxtapuesto, encimado los unos a los otros… En fin, relato donde se prestigian los procedimientos estructurales y los recursos retóricos propios de la literatura fantástica.

Agreguemos un dato más: las informaciones disímiles, múltiples que desfilan por las páginas de esta obra  provienen, en la mayoría de los casos, no de la invención, que siempre es corta, sino de la acumulación en la memoria, de realidades que la realidad produce en las épocas, en las décadas, en los años, en los meses, en los días, en los minutos, en los instantes…. Es con los hechos que se tejen estas historias sinuosas de Ladislao Udrique, de Azuceno, de Lidia Portuondo,  de Medialibra  y de tantos otros.

Este libro funciona como un espejo que nos devuelve muchos de los eventos que marcaron nuestra existencia que  en esta etapa de vida, en este lugar del existir, admitimos como ineludibles.

Esta novelastra es una conjunción entre lo que es o lo puede ser, verosimilitudes ambas. Por este libro, fluye todo el siglo XX, removiendo recuerdos, remeneando acontecimientos vistos, oídos, leídos y, más que nada, sentidos. Es, definitivamente, una narración de un hombre, Federico Henríquez y Gratereaux, que conversa con su siglo, y más allá.

Areito, 17 de julio, 2010.

 

Este  género, la novelastra, esta inversión narrativa, se le ocurre a Ladislao cuando quedó dormido en medio de un parque de La Habana, después de darse un jumo con ron cubano: Al despertar, anotó sus opiniones acerca del género literario en que debía expresar unas ideas tan controversiales y complejas”( p.343). Y en efecto, Ubres de novelastra es una obra levantada sobre disímiles ideas; ideas que conforman un armazón de sustancias y conflictos; ideas que se yuxtaponen a lo largo y ancho de sus más de quinientas páginas. Su autor, Federico Henríquez Gratereaux, reafirma la forma narrativa al recurrir al símil de las escamas del pescado: “Despegar las escamas y mostrar lo que hay debajo de ellas es, al mismo tiempo, una técnica de arqueólogo. Ellos levantan con cuidado las capas de tierra que cubren la historia. Esta manera de trabajar e investigar puede adaptarse a la literatura. (345). Pero entremos, de una vez al fondo, al contenido, a la sustancia, desde luego de forma sucinta. ¿Qué narra o se cuenta?  Mucho y de todo. Como sugiere la palabra “ubres”. Tomemos, de los tantos ángulos narrativos, el que corresponde al personaje central, Ladislao Ubrique, un investigador húngaro, investigador, escéptico  y hasta nihilista, quien anda por pueblos y archivos cubanos  investigando  en varias direcciones: las manifestaciones musicales cubanas, la historia de una legendaria mujer  que sobrevivió a varias guerras  y otros  asuntos  que sólo él conoce.

Ladislao nos ubica en el mismo nervio de la narración al mismo tiempo que contextualiza íntegramente con ésta, una de sus anotaciones: “_ Algunos cubanos me hacen preguntas esperando de mi revelaciones especiales, quizá por ser yo un extranjero. Pero no soy español; no soy norteamericano, ni ruso, no tengo funciones diplomáticas. Soy un simple ciudadano que investiga, por amor a la verdad, ciertos problemas de historia social. Me han tratado tan bien en Cuba y estoy tan agradecido de ello, que siento vergüenza al decir cualquier cosa que parezca una crítica, un reparo  a mis anfitriones. ¡ Somos amigos! Si: siento que somos compañeros de trabajo, que navegamos en el mismo barco. La red de historia contemporánea abarca a húngaros, cubanos, checos, rusos, españoles, alemanes: todos nos revolvemos como peces cogidos en un gran chinchorro universal. Santiago de Cuba.1993”. (p.293)

A pesar de esa carga de humor que se dosifica en las páginas, hay un desarraigo en la obra entera, un poso de nostalgia  que no [podemos eludir. Y regresamos a Jorge Manrique para disentir, la creencia de que cualquier tiempo pasado fue mejor aquí se desdice: persiste en el fluir temporal el mismo horizonte de dificultades. Con los hechos narrados vienen los pormenores, las menudencias que, como olores, imágenes, sabores, nos sorprenden  al pensar en lo que queríamos ser y lo que somos y no fuimos ni seremos, porque  _ y aquí una clave de la noveslatra – las gruesas ideologías, estas y  las otras, sus propulsores y ejecutores impidieron el advenimiento de lo soñado y esperado. El poder se encima no sólo sobre el colectivo, sino, más que nada, sobre las individualidades. Y  constantemente estas páginas nos echan a la cara esta  sensación que cada quien carga en silencio  En cualquiera de sus páginas nos topamos con ese rasgo, por ejemplo:

“’Conozco a un químico que viene a la taberna los fines de semana. Parece que huye de la mujer. A ella no le interesa la química, ni la literatura, ni las noticias. Sospecho que tampoco “el ejercicio  de la sexualidad: así lo dice el compañero de tragos del químico, un viejo pensionado de lenguaje corrosivo. El químico tiene una mente prodigiosa: está enterado de los cambios y transformaciones experimentadas por las ciencias naturales y el pensamiento teórico. Es una pena que sus sabias palabras naufraguen en alcohol en una taberna llena de espías soeces, de jubilados enfermos y deprimidos. Te lo presentaré. Con solo oírle una vez apreciará su penetración”: y sabrá algo del severísimo daño social por la acción combinada de políticos y economistas” (p.202)

Y, precisamente, una de las constataciones que extraemos al leer esta obra  reside en el encadenamiento consecuencial del ejercicio del poder. Todas las  ideologías, desgraciadamente, conducen al mismo resultado; esclavitud, dictadura, encarcelamiento, torturas, opresión sicológica, reclusión de campos de concentración, eliminación individual y colectiva. Ahora, al fin y al cabo, todo concluye, y el horror no escapa a la verdad que impone el tiempo,  cáñamo conductor que es soporte y significación. El fluir ininterrumpido arrastra consigo mismo a éstos y aquellos, a ideologías y prácticas, a utopías y realidades, a personajes y hechos. El tiempo lo convierte todo en detritus, en inutilidades, tanto los gruesos actos como las menudencias. Así, por  las páginas de este libro, por el mirador de su autor, el de Henríquez Grateraux, pasan los eventos de hombres y mujeres

Y el  memorial del siglo XX que escribe, en cierta forma, la obra misma, pues  esta narración no es más que un memorial de horrores del siglo XX, un espejo que nos lanza a la cara acontecimientos e ideas epocales y, sobre todo, las consecuencias de esas prácticas, como nos confirman estas líneas: “Te hablaré de unos hechos que sucedieron en esta época, casi podríamos decir que cuando tu madre y yo éramos novios. Entonces contaba de las matanzas sañudas de la guerra civil de España, de los horrores del sitio de Stalingrado o de los abusos cometidos por soldados extranjeros en Hungría. ’’ No te hagas ilusiones acerca de la conducta de las personas’’. Decía que los hombres utilizaban las doctrinas más refinadas para justificar cualquier atrocidad, “’ no importa que la doctrina sea política, económica o religiosa: es la misma cosa” Muchísimos años después, empecé a comprobar por mí mismo cuánta razón tenía”’. (P.165). Y, finalmente, cierro estas notas especificando que ellas son el resultados de la lectura de una ficción, esto es de un mundo imaginario, como corresponde a toda narración en la que predomina el lenguaje expresivo, en la que la  ambigüedad es substancia y, como tal, nos topetamos con verosimilitudes; las verdades literarias.

Areíto, 2 de octubre de 2010

 

Ubres de novelastra, de Federico Henríquez Gratereaux

Por José Miguel Soto Jiménez

 

Debo confesar que al acercarme a esta obra excepcional lo hice con cierta lentitud cautelar. La aproximación fue en “puntillas”. Por “salto vigilado”, como si el nombre de este animal, molestado de repente de su reposo, me fuera a  morder.

Era conveniente no despertar a la bestia que dormitaba en mi mesa de estudio, “resollando”, echada sobre su anatomía de 500 páginas, con su apelativo amenazante.

Por eso me tomé mi tiempo para aproximarme a ella, con la aprensión de que, tarde o temprano, se me echaría encima tomándome por asalto, jadeante, entre “zarpazos y colmilladas”.

En realidad no estamos aludiendo a la fábula del “gato y el ratón”, sino a la del “ratón y el queso”. Al impulso incontrolable de sentirse atraído por la carnada, aunque se presienta la trampa. No importa que el mote anunciara tormentos. Se trataba de Federico Henríquez Gratereaux, uno de mis autores favoritos. Un pensador. Un comunicador. Un erudito. Un amigo. Valía la pena el riesgo. Ahora confieso también que esta obra excepcional, no podía ser titulada de otra forma. Que le era ajeno cualquier otro nombre. Con la facultad “deicida” de nombrar las cosas, el “pequeño Dios” que es el autor, da vida cuando nombra. Por eso lo hace “como le da la gana”. No porque lo razone, sino porque le viene del “forro” y eso basta. Sería una pérdida de tiempo por tratarse de quien se trata, decir que este libro está bien escrito, y que la prosa elegante, por encantar encanta y lleva a uno por donde el autor quiere que uno valla. Hay en su estilo un toque de aristocracia no republicana, un dejo de autoridad a la vieja usanza: templo, academia, salón elegante, capaz de convertir cualquier vulgaridad o cursilería en sentencia conveniente. Federico escribe como habla, correctamente. Nada de caños salvajes, o “golpe de aguas”, nada de chorreras y borbotones. Fuente es la suya, donde prima la armonía, la belleza de la forma al servicio del buen sentido. Notable por lo cabal. Sobrecogedor por lo lógico. Prisionero de sus propias normas. Esclavo de su albedrío, tiene el defecto gravísimo de parecerse demasiado a sí mismo. Es la medida exacta de lo razonable lo que lo domina. Federico Henríquez, sin quererlo, siendo consorte consentido de sus musas, sufre empero el sortilegio y desvarío de sus bacantes y como los buenos autores, no puede evitar ser reo de la “sagrada maldición” de escribir sobre lo mismo.

Él intenta en vano lo contrario, con la pretensión de que hace otra cosa. Se  entretiene engañándose a sí mismo, mientras viste y desviste a su caterva con disfraces cautivantes. Lo fascinante, es su pasión por la articulación de ideas sobre nuestra realidad. “Conceptualiza”, se deleita haciéndolo como si estuviera en “La Feria de las Ideas”, no por el prurito de oírse a sí mismo, sino para ayudarnos a entender nuestros dilemas, desentrañándolos. Lo de novelar es sólo un pretexto, un artilugio para seguir haciendo lo que ha hecho siempre con maestría.

Válido es el recurso. No sólo por lo bien logrado, sino porque en todo caso, es cierto lo que se ha dicho: “La realidad supera la ficción”, y sus personajes: guardias, policías, emigrantes, revolucionarios, exiliados, blancos y mulatos, putas, y maricones, citados con nombres falsos, son aposentados en una realidad que es, ha sido y seguirá siendo la nuestra.

Replicarla, recrearla, es el verdadero reto que tiene que afrontar el novelista, no como “deicida”, sino como cómplice del demiurgo.

En “Ubres de novelastra”, estos sujetos pretendidos de la “ficción”, son “habitantes” de nuestra historia, trascendidos a la universalidad que nos contiene. No porque nos impacten esas realidades de otros sitios, sino porque somos fruto de la misma. Material, cultural o emocionalmente venimos de esos sitios: de áfrica, Europa, Asia. Provenimos de Moscú. Budapest, Madrid, Sevilla, La Habana, Santiago, México o “uartelaría”. Por eso tenemos “la guerra en el corazón”.

Por eso somos fermentos del “Ciclón en una botella”. Por eso y por la necesidad, nuestros pueblos se “mudan de sitio” siguiendo viejas rutas ancestrales.

Somos el producto de esos “Huevos históricos empollados” por nuestras nostalgias, venidas de muy lejos. Nostalgias por cosas y actitudes que “no conocemos y apenas sospechamos”, pero que son parte de nosotros.

Tenemos el autoritarismo entre “pecho y espalda”, y la “visión cuartelaría de la historia” le da vida truculenta a ese “disparatario” en el que vivimos. Epítome de un sincretismo insufrible. Síntesis cocida a fuego lento, con la premeditación díscola del “sancocho”.

Quizá porque los autores son malos intérpretes de sus obras, el maestro cree que en “Ubres de novelastra” está mesclando ficción con realidad, pero sólo combina especies repetidas del mismo asunto. Esa realidad nuestra de cada día, tan rancia, tan propia de la región y que a pesar de todo nos sigue sorprendiendo, enamorando y cautivando para siempre.

Sobreviviendo entre palmeras y llanuras desperdiciadas. Machetes, vainas y “jodiendas”. Vacas solemnes. Mar, sol, merengues, bachatas, gallos y villorrios. Imprevisión, ron, montaña y siembra. “Envainados” por “secula seculorum”, entre pillos, déspotas, engaños, borrachos y traidores. “Avivatos”, “jodedores”, brisas casuales, aguas de mayo. Malos oradores, mujeres “jembras” y poetas cursis. Todo como es y como ha sido siempre. Como fue antes y después, por los siglos de los siglos de nuestros hatos, amén.

¡Enhorabuena! Federico. ¡Hay que volver a Capotillo!

Listín Diario, 9 de abril de 2009.

Federico Henríquez Gratereaux

Por Manuel Núñez

 

Conocí a Federico, en la Logia Cuna de América, en aquel salón literario ya desaparecido. Por allí pasó un tropel de escritores, poetas, alevines de escritores, y gente que amaba alternar en ese mentidero, en cuyo cetro se hallaba la presencia infaltable y señera del poeta Franklin Mieses Burgos, a quien Federico saludaba con su santo y seña, que era, nada más pero tampoco nada menos, que el responso a Verlaine:“Liróforo celeste, que al instrumento olímpico y a la siringa agreste diste tu acento encantador, Pan Panida, qué coros condujiste hacia el propileo sacro que amaba tu alma triste al son del sistro y del tambor. Que tu sepulcro cubra de flores primavera de amor si pasa por allí, que el fúnebre recinto visite Pan bicorne, que de sangrientas rosas el fresco abril te adorne y de claveles de rubí, que púberes canéforas… etc.”. Hecha esta ceremonia de grata recordación, comenzaba la tertulia. Yo era un gnomo que asistía a este encuentro de gigantes. En ese patio interior, vivió el grande del Siglo de Oro español, Tirso de Molina, y allí asistimos deslumbrados ante las explosiones dialécticas de Fernández Spencer; ante los hallazgos de un Fernando Vargas, que, recién llegado de París, parecía el Melquíades de los Cien Años de Soledad, y desde luego ante la facundia torrencial y enriquecida por una desleída cultura de Federico Henríquez, que muchas veces llegó con su padre, don Herminio, a quien acomodaba presuroso en la mecedora, y por quien expresaba una auténtica veneración.

 

Y aun cuando éramos gente de logia, rodeados de masones y venerables, en lo que toca a la actividad intelectual, podía decirse que Federico no pertenecía a ninguna de las capillas intelectuales conocidas. En sus años mozos, había dado claras muestras de antitrujillismo, y no había ni en su prosa ni en sus preferencias políticas ninguna de las señas de identidad de ese pasado que tuvo una influencia ejemplar, y que servía para establecer la nueva tabla de valores sociales. Había, como ocurre casi siempre en nuestro país, dos tipos de antitrujillistas. Aquellos que mantuvieron viva la llama votiva de la resistencia y que acaso pagaron con sus vidas la defensa de la libertad, y la de aquellos que una vez consumado el magnicidio se han dedicado a reescribir la historia, para ponerse los estoperoles de la gloria, e incluso muchos de los que en aquel punto y hora, habían guardado en un baúl secreto sus arrestos, sus escrúpulos y la grandilocuencia que ahora exhiben, se han convertido en inquisidores, han constituido un Santo Oficio, y han convertido el antitrujillismo en mercancía política, para hacerse adorar como semidioses, persiguiendo a imaginarias reencarnaciones del dictador personalista.

 

Entre los contemporáneos de Federico, y acaso entre los intelectuales jóvenes, reinaba el credo marxista en las universidades, en las creencias transformadas en dogmas. Había algo en común, entre un mundo y otro. Ambas habían creído en el partido único. Ambos habían soñado con sociedades de pensamiento dirigido, en ambas circunstancias se habían propuesto alimentar el mito del hombre nuevo; en ambos situaciones se había instalado un sistema represivo que había transformado las sociedades en cárceles. En la dictadura de Trujillo, sin embargo, se había montado el teatro democrático: se celebraban elecciones cada cuatro años; a veces se producía la alternancia con presidentes peleles; se impartía justicia solemne con hombres de paja y, en los discursos de sus trovadores, se hablaba del dictador como campeón de la democracia; pero, por debajo de esa caricatura, en la que transcurrió toda la infancia y los años mozos de Federico, se hallaba el culto a la personalidad. Las palabras del dictador se convirtieron en catecismo; Libro Los Días Alcionios. Indb 560 09/09/2011 09:24:24 p.m. Los días alciónios561oposición verdadera paraba con sus huesos en las ergástulas; no había libertad de asociación; no había libertad de pensamiento ni de expresión; la población civil se había incorporado al espionaje del Estado, bajo el sistema del caliesaje. Sin duda, el haber vivido con inteligencia y con las luces de Federico esta circunstancia, fue, acaso, el antídoto ideal, para resistir a la tentación de respaldar las dictaduras celestes, que nos proponían las utopías de los años setenta. Las semejanzas aumentaban el horror. Sólo que ahora se le pedía al intelectual que renunciara a la sociedad abierta, al pluralismo político, a la libertad de expresión y de asociación, en nombre del progreso, del sentido de la historia. Y, además, se disfrazaba toda esa tramoya, con el peplo sagrado de la ciencia. Nueva vez, Federico resistió esa tentación, y entonces aquellos que pregonaban la llegada de la Revolución no le ahorraron adjetivos ni ultrajes. Los que defendían la democracia; los que respaldaban la libertad de asociación y de expresión; aquellos que se mantenían en la creencia de que el poder del Estado era propiedad privativa de la sociedad, que se delegaba transitoriamente a unos gobernantes mediante el sufragio, eran acusados sumariamente de ser unos reaccionarios, de ser atrasados, de rémoras del sentido de la historia. Porque, al parecer, se llamaba personas avanzadas, progresistas, aquellos que mantenían una indulgencia con esas dictaduras, y que respaldaban una sociedad totalitaria. Toda esta estafa ideológica, Federico la describe magistralmente en su ensayo “El terrorismo moral”. De allí extraigo este pasaje, verdaderamente memorable: “La confrontación ideológica que se vive hoy en todo el mundo está exigiendo a muchos ciudadanos pacíficos, y no primariamente políticos, pensar en estos cruciales problemas y enfrentar el terrorismo moral que deforma la verdad y retuerce el pensamiento. (…) Muchos de los intelectuales marxistas ya no son contestatarios; ellos repiten consignas, son, a lo sumo, afirmatarios; ellos repiten consignas al unísono, como canciones del Coro de los Mormones. Y es que los intelectuales marxistas son el establecimiento –the establishment– lo consabido, lo escolástico lo que se dice de memoria. Revistas y universidades cuentan los pelotones uniformados de intelectuales marxistas, que gozan de variados privilegios sociales por ser propietarios de algo así como el monopolio de la redención de las masas”.

 

Y es que Federico era, para los sumos sacerdotes de la nueva profecía, una especie en extinción; un defensor del pluralismo y de la democracia. Lo curioso es que andando el tiempo, los rábulas de todas estas mixtificaciones se han erigido en profesores de democracia, del régimen que despreciaban y que pretendían sepultar. Definitivamente los ensayos de Federico Henríquez Gratereaux no están contaminados de monsergas. Son, por el contrario, una reacción fulminante contra el lenguaje embrollado que habían puesto de moda algunos teorizantes, para, con ese vocabulario prestado, con esas frases cohetes, con esa verborrea vacía de ideas y con escasísimo dones para interpretar y comunicar las realidades, hacerse adorar como mandarines. Definitivamente, Federico es partidario de la cortesía orteguiana que es la claridad. Mientras otros cubren la incompetencia para pensar con un vocabulario oscuro, grandilocuente; y nos hacen naufragar en abismos y penumbras; Federico se enfrenta a los problemas dando la cara; no ha cometido el pecado de hablar doctamente de lo que no sabe; ni de contarle las cerdas al rabo sin desollarlo, como hacen muchos intelectuales catalógicos; ni ha dejado su cerebro empotrado en dogmas, como acaece con los intelectuales jesuíticos; ni se ha dedicado a refutar elucubraciones, fantasmas, nacidas de lo que él ha llamado con toda justicia “la momificación ideológica”. Todas estas reflexiones empalman con otros aspectos tratados previamente por el ensayista. En la Feria de las ideas, Henríquez Gratereaux nos hacía ver la persistencia de los “intelectuales brutos”. Vale decir, de individuos mediocres que se enamoran de temas mediocres y a su vez los desarrollan con un estilo parejamente mediocre. Emplean un lenguaje falsamente técnico. Las librerías se hallan plagadas de libros inútiles, escritos por intelectuales sin talento. Libros en los que autores naufragan en bajezas, en cotilleos sin trascendencia y se entregan, sin sonrojarse, a un lenguaje embrollado. Pero el valor del pensamiento se impondrá por el interés, por la riqueza de la información, por el esfuerzo emprendido en el análisis y por el peso de sus síntesis. Al hablar sobre el estilo de la exposición en Schumpeter, en Ricardo, en Keynes, el ensayista nos muestra cómo se echa de ver en la prosa de estos intelectuales la claridad de pensamiento; la capacidad de análisis va pareja con la tradición literaria. En La feria de las ideas, Henríquez Gratereaux se enfrenta entre otras cosas al culto a las abstracciones; echa de menos la responsabilidad de los intelectuales y trata multitud de temas con pericia, con profundidad, con ideas y con un ansia de desmenuzar puntillosamente cada tema. Nos expone de hito en hito toda la información pertinente; mete el escalpelo de sus razonamientos en el meollo de cada circunstancia y extrae argumentos depurados de objeciones. Y, finalmente, remata con definiciones, con interpretaciones sintéticas y muy bien hilvanadas. Un ciclón en una botella, título surrealista de uno sus ensayos de carácter sociológico. El autor hace diana en el fenómeno del caudillismo. Muchas de las preguntas lanzadas a la conciencia nacional todavía claman por respuestas. Se preguntaba Federico: ¿Por qué hombres tan bien dotados intelectualmente y animados por un generoso propósito, fracasan tan ruidosamente al llegar al poder? ¿Por qué, en cambio, otros hombres menos cultivados, o atroces, pero con una energía primitiva, logran empujar la sociedad por el carril que más les place? Al tomar estos derroteros, el ensayista ausculta la mentalidad del dominicano, y trata de indagar por qué hemos padecido un oropel de dictaduras, y por qué el gobierno de los maestros de Ulises Francisco Espaillat o el de Billini se volvieron aguas de borrajas, y llega a varias síntesis, algunas de prosapia martiana, como ésta: “los líderes políticos no son intercambiables, trasladables de una sociedad a otra, como los funcionarios de una compañía multinacional”. En palabras del apóstol, el buen gobernante no es el político exótico que sabe cómo se gobierna al sueco y desconoce los elementos de su país; los políticos foráneos, enamorados de fantasías extraídas de libros que no explicaban nuestra realidad, fueron vencidos por los macheteros criollos. En las espesuras de la historiografía mete la sonda para iluminar los rasgos del liderazgo. Según esto, el líder tiene capacidad para organizar y para seducir, para generar la esperanza y la confianza; se espera, en una sociedad moderna, que el líder domine las doctrinas sociales y las teorías políticas, y que tenga valor personal, y desde luego que supere la pura contemplación de los problemas. Pero muy rápidamente, Federico anticipa que junto a la idea de los hombres excepcionales, encarnados en caudillos que hicieron delirar a las masas, y que poseían a su vez una gran capacidad de convocatoria nacional, pululan los líderes de cartón piedra, estafas políticas vendidas como redentores por la propaganda y la publicidad. En muchos casos, ya no se exige ni siquiera que sean diestros en el manejo de la palabra. Se ha producido, según se deduce de la observación, una caída en la calidad del liderazgo, para luego preguntarse, de modo clarividente: “¿Cuáles son las consecuencias de que hombres vulgares y sin inteligencia dirijan un Estado? Y a seguidas se responde, en cuentas muy resumidas, con una imagen deslumbrante: “En algunos países los dirigentes políticos parecen niños jugando con explosivos”. En estos ensayos salpicados de hallazgos, y escritos con una inteligencia penetrante, puede el lector hallar respuesta a muchas de las encrucijadas que luego hemos visto explicadas con tramoyas verbales, con enmarañadas arquitecturas sociológicas: estadísticas, esquemas, jerga doctoral, que ocultan su impotencia para analizar, su escasa inteligencia y su cultura mediocre, tras las bambalinas de una supuesta disciplina científica. Federico nos aclara que la sociología es una disciplina, no la ciencia experimental. Que, aun cuando se valga de las encuestas, sondeos, resúmenes, para afirmar sus declaraciones; deja grandes porciones de la realidad en penumbras. Las universidades no venden inteligencia; los títulos no dispensan talento ni salvan al mediocre, y el lenguaje que emplean nos les hace participar de una realidad superior. En realidad, desde hace años Federico libra una sorda discusión con interlocutores sandios. Porque mientras él se vale de su poderosa y decantada cultura, de su capacidad explicativa y de una curiosidad insaciable; otros, en cambio, se refugian en los supuestos derechos de la disciplina, y en unas técnicas o en un lenguaje cifrado y todo ese teatro para llegar a conclusiones triviales y para hacernos naufragar en el espectáculo de su impotencia explicativa. De Ortega y Gasset aplica, ten con ten, algunos de sus deslumbrantes hallazgos. En La rebelión de las masas, Ortega nos habla de la barbarie del especialismo. El peligro radica en que hombres que pueden ser muy doctos en la física cuántica, en la medicina o la gimnasia matemática o en el tratamiento de la esquizofrenia, quieren extender sus grandilocuentes conocimientos a otros dominios, en los que son, francamente, incompetentes. Pero el ojo escrutador no se dirige únicamente a los otros. En muchísimos pasajes examina la faena del que escribe en los periódicos, y en ese intríngulis se transforma en pedagogo. Su arte poética se basa, primero: en tener algo que decir; segundo, tener siempre presente a su interlocutor; el autor dialoga con un lector imaginario, que le obliga a esclarecer cuanto dice; tercero, no improvisar absolutamente nada; cuarto, trasuntarnos su pensamiento, desembarazado de los estoperoles de la jerigonza.

La prosa de Federico se vuelve cristalina. Se mueve rítmicamente al son de las ideas que argumenta, desarrolla, explica, penetra en las menudencias y en los ejemplos. Como periodista, como editorialista, Federico ha sentado cátedra. En esas cuartillas nunca pierde la compostura. Jamás lo hemos visto entregado al sarcasmo ni a la delectación que produce en muchos una prosa de güirero, de sonajeros sin ideas, que se han hecho reverenciar por sus frases cohetes, por sus chistes crueles, por el estupor que producen sus provocaciones y el vitriolo de sus lenguas viperinas. Toda esa borrasca, hija del resentimiento y la impotencia, ha sido copiosamente desechada. Si otros, y no pocos, han usado la lengua para destruir personas, para denostar, para mentir, descargar una salva de insultos zafios; Federico sólo la ha empleado para enseñar, para producir placer estético y para defender a su país. Pero su ejercicio no ha escapado a los sambenitos que le han colocado otros. Se le tacha de hispanófilo, de nacionalista y no se salva de algún que otro denuesto esgrimido con el ánimo de sulfurarlo. En la universidad del Estado, y en las cuadrillas de clérigos fraguados por los maestros intelectuales de los años de la Guerra Fría (1945-1990) se había implantado la interpretación historiográfica, sustentada por intelectuales brutos y miméticos, de que nosotros fuimos colonizados por España, y que los europeos, al igual que en África o en Indochina, obraron sobre estructuras bien deslindadas, imponiendo su lengua extraña y sepultando la nuestra, e implantando su religión. Según esta leyenda, difundida por un conocido historiador y dirigente político, para hallar la verdadera cultura dominicana, había que deshispanizarla cultura, inventarnos predecesores imaginarios. En realidad, España es uno de los componentes, no el único desde luego, de lo que ha sido el pueblo dominicano. La hispanización del negro se produjo tempranamente. En los primeros cincuenta años, desaparecieron las lenguas africanas y de las tres lenguas indígenas quedó empotrado en la lengua española un copioso vocabulario de designaciones de plantas, utensilios, animales y lugares que la han enriquecido; son una huella indeleble de la experiencia americana en la lengua de Cervantes. No es concebible que hablemos de dominicanidad haciendo tabla rasa del hecho incontrovertible que desde hace poco más de cuatro siglos, desde que tuvimos conciencia del territorio, desde los días de las cincuentenas, enfrentados a la reina de los mares, a la pérfida Albión, representadas por los William Penn y Robert Vengables, los dominicanos nos hemos expresado en español. Hemos soñado, escrito, pensado en esta lengua, nacimos entroncados a la división política del Imperio español en América, y nacimos como un pueblo nuevo, resultado del Descubrimiento de América. Todo ello bastaría para despejar, y dejar sin efecto algunas de las trivialidades que se sirven hoy con aire doctoral. Primero, la hispanidad no tiene coloración étnica; no está condicionada por la biología, no se halla encastillada en la raza. A menudo se olvida que hace más de cinco siglos que la lengua española dejó de ser propiedad exclusiva de España. Se olvida, acaso con supina ignorancia, que en esta isla surgieron los primeros hombres de letras, el primer dramaturgo y se implantaron las primeras órdenes religiosas y se comenzó a enseñar, por vez primera, la lengua de Cervantes. La lengua española pertenece por igual a negros, blancos y mulatos, y otro tanto habría que decir del sistema de creencias religiosas, de las prácticas folklóricas: del carnaval, de las canciones del romancero. Segundo, que no podemos renunciar a esa herencia, como desean los nuevos utopistas, sin amputar nuestra historia, sin renunciar a nuestra literatura, a nuestros pensadores, a nuestros poetas, a nuestras canciones, a nuestro folklore. En resumidas cuentas: sin desgarrarnos, y sin provocar lo que Federico ha llamado, con mucho acierto, la guerra civil en el corazón.

Una buena porción de sus ensayos se ha consagrado a esclarecer las sombras que han implantado sobre nuestros orígenes los intelectuales hispanófobos. Pareciera que muchos de ellos estuvieren bajo el imperio de las palabras de Jean Price Mars, que preconizaba que los dominicanos éramos bovarystas, que nos creíamos hispánicos sin serlo, y que para curarnos de esa enfermedad deberíamos haitianizarnos. Las necedades y trivialidades de Price Mars son escuchadas con unción religiosa. Federico se ha enfrentado al toro con cautela, sin evitar los envites, sin tenerle miedo a las ideas en Negros de mentira y blancos de verdad, y ha demostrado que pertenecemos por la cultura, por la tradición a la América hispana. Ortega y Gasset, uno de los maestros reverenciados, había escrito que el hombre no tiene naturaleza, sino que tiene historia. El ser dominicano no se halla encastillado en la herencia biológica, sino en la cultura predominante, en su lengua, en sus tradiciones, en sus pensadores, en su literatura, en sus valores y en su folclore, y en los saberes en los que se ha moldeado la biografía social.

Todo el debate intelectual que se libra en estos momentos en el país tiene sus raíces en las ideas. Ahora ha surgido una camarilla de sionistas negros, que quiere, con chantajes intolerables, traspasarnos el drama haitiano y crearnos obligaciones extranacionales con los haitianos que no tenemos. Porque Haití no es un problema interno de República Dominicana. Practican un terrorismo verbal; descalifican a todo el que se niegue a proclamarse partidario de la haitianización del país. Inmediatamente se disiente distribuyen etiquetas: trujillistas, alienados, etcétera.

El objetivo de todos esos grupos confabulados es echar por tierra el Estado nación surgido de la gesta de 1844. Unos lo hacen por ceguera moral. Porque se hallan comprometidos con el relajo, con la sorna, con el sarcasmo y con la irresponsabilidad. Y, otros, porque quieren importar a tierra dominicana los conflictos raciales que han desgarrado a los haitianos. Convertirnos en teatro de rebatiñas de razas, tal como acontece en los Estados Unidos; importar los horrores de otras tierras y situaciones. Estoy absolutamente convencido que ante el drama de la desnacionalización que vive el país, muchos dominicanos, callados, negros, blancos y mulatos no se dejarán seducir por el discurso embrollado de esos intelectuales, ni por las ideas brumosas con las que se quiere llevar a capilla ardiente al Estado fundado bajo la inspiración de Juan Pablo Duarte. Porque, en definitiva, dominicano es más que negro, más que mulato y más que blanco. No voy a entrar en la esclavitud del color en la que quieren meternos a patadas los continuadores criollos de los resabios de Price Mars. Primero, porque la cultura negra no existe. Segundo, porque la cultura africana tampoco existe. En la llamada África negra hay montones de naciones y de culturas diferentes, y además celosas de sus fronteras y diferencias. Por lo pronto, hay cientos de lenguas vivas, y ya nadie habla de una cultura negra o africana, sino de la cultura ruandesa, camerunesa, senegalesa… y un largo etcétera. Como tampoco nadie habla de una cultura blanca. Porque las culturas no tienen color.

Hace poco, leí una declaración extravagante, lanzada como un petardo por un provocador para ponerle punto final a la contienda: “los intelectuales no existen”. Nadie le hizo caso a esa proclamación. Porque era una de esas frases de sonajero, que miran los toros desde la barrera. Y porque más nunca vivimos con intensidad el combate de las ideas. El ejercicio ejemplar de Federico Henríquez Gratereaux es una prueba contundente y definitiva. Es el más rotundo mentís a esas paparruchas.

(Manuel Núñez, Los días alcionios, Santo Domingo, Universidad APEC, 2011).