Federico Henríquez Gratereaux: Ubres de novelastra

Por José Enrique García

 

El amplio tejido de este libro, nos topamos con este trozo de escritura  que nos ofrece, de una forma explícita y extensa, la naturaleza del nombre  novelastra que forma parte del título. Como bien se sabe, llaman madrastras a las sustitutas de las verdaderas madres carnales. Muchas madrastras son capaces de amamantar hijos que no han parido; alimentan niños ajenos y los crían robustos de cuerpos y con almas equilibradas. La leche  y la buena voluntad  surten esos efectos benéficos. En nuestro tiempo los géneros literarios están sufriendo extraños cambios morfológicos, mutaciones casi monstruosas. Las “novelastras”, probablemente, irán reemplazando a las legítimas novelas en el gusto del público. En estas obras literarias híbridas se ofrecen noticias, relatos y explicaciones, en una suerte de  “servicio en combo” parecido al que dan los establecimientos populares de  comida rápida. (pág.209)

Esta descripción me remite al caldo que hacía mi padre  ciertas mañanas. Sobre tres piedras, dispuestas de forma triangular en el patio, colocaba una paila resistente, ponía agua que hervía rápidamente con el fuego de la leña y  echaba cuantas cosas de comer encontraba en los alrededores: huevos, ajíes, maíz, auyama, cebollas, molondrones, cilantro, hierbabuena, guandules, ajos, yuca, perejil, puerro, frijoles, espinaca…Los ingredientes los determinaba  el  azar,  y el resultado era siempre el mismo y certero: el olor envolvía todo el ámbito, y despertaba el  apetito porque el bendito caldo era una maravilla de color,  olor y sabor, y siempre le quedaba igual.

Papá murió y con él ese caldo, pues receta no había, sólo su pulso que no fallaba. Ese caldo, en cierto modo, conduce a este “género”. En la novelastra todas las expresiones tienen su hueco: los géneros mayores, los deslices cotidianos y vulgares, la parodia y la paráfrasis, el humor bien fundamentado y el relajo de colmado y mercado, el ensayo filosófico, así como  la reflexión de taberna, el poema verdadero, la charlatanería y la ocurrencia, el dato histórico y las texturas propias de la intrahistoria. Caben, igualmente, cuantas formas de decires se cultivan bajo el imperio de la lengua y, sobre todo, de los idiolectos de personajes y personajillos.

Y en eso consiste el “género”, en la construcción de una imagen que atrape el fluir temporal en lo grueso  y en  lo mínimo, pues ignoramos quién decide más, si lo histórico histórico o lo intrahistórico, asumiendo este concepto unamuniano que tanto peso atribuye al vivir ordinario. Ladislao pretende darnos leche de pensamiento servida en ubres de “novelastra”. Como Cervantes, quiere modificar las novelas tradicionales. (p.211)

Ahora bien, esta modalidad narrativa, que se afirma intencionalmente en esa suerte de conjunción de formas expresivas, tiene raíces en la tradición fantástica que arranca con el Manuscrito de Zaragoza. El siglo XX, prácticamente, le pertenece a la narrativa fantástica. Comenzar con Jorge Luis Borges y terminar con Umberto Eco, es  ejemplificación suficiente para dar cuerpo a la aseveración. Sigmund Freud acuñó el término unheimlich, con el que designa a lo siniestro, que es la forma como se muestra lo fantástico.

El término, en uno de sus sentidos que opera en el mismo ámbito, significa: “irrupción de la realidad”. Lo siniestro que opera en la realidad concreta, la que cada uno de nosotros agota y construye, y la del conjunto. El término se amplía y reafirma con Roger Callois, Luis Vais, Torodov y entre otros. Lo fantástico no se detiene en la teorización, nace y empuja desde la práctica, y avanza, cubriendo terreno, y llega hasta las páginas de Ubres de novelastra de Federico Henríquez y Gratereaux. Lo fantástico es la realidad pendulando o basculada, y con ello se crea algo que no existía como tal, sino que andaba en la realidad que hacemos a cada instante. Una referencia que precisa la conciencia del empleo del recurso narrativo, la tenemos en estas líneas: “El hombre y la naturaleza tal vez oscilen, en un pendulación perpetua, entre el caos y el orden. ¿Hay o no hay una historia universal?´ ¿El hombre progresa, o regresa? ¿Hace  círculos  o espirales? ¿Avanza o retrocede, simultáneamente? (pág.109).

Sí, todo se ha dicho, pero cada quien busca su forma de decir lo que se ha dicho. Y aquí encontramos una nueva forma de decir lo que hemos dicho y leído. En esta novelastra cabe lo visto, sentido, olido, leído, lo entrevisto, lo soñado, lo que pudo ser y lo que fue, lo maravilloso, lo monstruo; es un remolino de decires que asciende y desciende creando múltiples sensaciones. Y ese es su orden, que arranca desde el título. Y también su naturaleza  que se afirma en la presencia del otro, de ese otro que se manifiesta en espacio, tiempo, personajes, referencias, voces, palabras, gestos… basculando, moviéndose en direcciones encontradas para crear un fluir yuxtapuesto, encimado los unos a los otros… En fin, relato donde se prestigian los procedimientos estructurales y los recursos retóricos propios de la literatura fantástica.

Agreguemos un dato más: las informaciones disímiles, múltiples que desfilan por las páginas de esta obra  provienen, en la mayoría de los casos, no de la invención, que siempre es corta, sino de la acumulación en la memoria, de realidades que la realidad produce en las épocas, en las décadas, en los años, en los meses, en los días, en los minutos, en los instantes…. Es con los hechos que se tejen estas historias sinuosas de Ladislao Udrique, de Azuceno, de Lidia Portuondo,  de Medialibra  y de tantos otros.

Este libro funciona como un espejo que nos devuelve muchos de los eventos que marcaron nuestra existencia que  en esta etapa de vida, en este lugar del existir, admitimos como ineludibles.

Esta novelastra es una conjunción entre lo que es o lo puede ser, verosimilitudes ambas. Por este libro, fluye todo el siglo XX, removiendo recuerdos, remeneando acontecimientos vistos, oídos, leídos y, más que nada, sentidos. Es, definitivamente, una narración de un hombre, Federico Henríquez y Gratereaux, que conversa con su siglo, y más allá.

Areito, 17 de julio, 2010.

 

Este  género, la novelastra, esta inversión narrativa, se le ocurre a Ladislao cuando quedó dormido en medio de un parque de La Habana, después de darse un jumo con ron cubano: Al despertar, anotó sus opiniones acerca del género literario en que debía expresar unas ideas tan controversiales y complejas”( p.343). Y en efecto, Ubres de novelastra es una obra levantada sobre disímiles ideas; ideas que conforman un armazón de sustancias y conflictos; ideas que se yuxtaponen a lo largo y ancho de sus más de quinientas páginas. Su autor, Federico Henríquez Gratereaux, reafirma la forma narrativa al recurrir al símil de las escamas del pescado: “Despegar las escamas y mostrar lo que hay debajo de ellas es, al mismo tiempo, una técnica de arqueólogo. Ellos levantan con cuidado las capas de tierra que cubren la historia. Esta manera de trabajar e investigar puede adaptarse a la literatura. (345). Pero entremos, de una vez al fondo, al contenido, a la sustancia, desde luego de forma sucinta. ¿Qué narra o se cuenta?  Mucho y de todo. Como sugiere la palabra “ubres”. Tomemos, de los tantos ángulos narrativos, el que corresponde al personaje central, Ladislao Ubrique, un investigador húngaro, investigador, escéptico  y hasta nihilista, quien anda por pueblos y archivos cubanos  investigando  en varias direcciones: las manifestaciones musicales cubanas, la historia de una legendaria mujer  que sobrevivió a varias guerras  y otros  asuntos  que sólo él conoce.

Ladislao nos ubica en el mismo nervio de la narración al mismo tiempo que contextualiza íntegramente con ésta, una de sus anotaciones: “_ Algunos cubanos me hacen preguntas esperando de mi revelaciones especiales, quizá por ser yo un extranjero. Pero no soy español; no soy norteamericano, ni ruso, no tengo funciones diplomáticas. Soy un simple ciudadano que investiga, por amor a la verdad, ciertos problemas de historia social. Me han tratado tan bien en Cuba y estoy tan agradecido de ello, que siento vergüenza al decir cualquier cosa que parezca una crítica, un reparo  a mis anfitriones. ¡ Somos amigos! Si: siento que somos compañeros de trabajo, que navegamos en el mismo barco. La red de historia contemporánea abarca a húngaros, cubanos, checos, rusos, españoles, alemanes: todos nos revolvemos como peces cogidos en un gran chinchorro universal. Santiago de Cuba.1993”. (p.293)

A pesar de esa carga de humor que se dosifica en las páginas, hay un desarraigo en la obra entera, un poso de nostalgia  que no [podemos eludir. Y regresamos a Jorge Manrique para disentir, la creencia de que cualquier tiempo pasado fue mejor aquí se desdice: persiste en el fluir temporal el mismo horizonte de dificultades. Con los hechos narrados vienen los pormenores, las menudencias que, como olores, imágenes, sabores, nos sorprenden  al pensar en lo que queríamos ser y lo que somos y no fuimos ni seremos, porque  _ y aquí una clave de la noveslatra – las gruesas ideologías, estas y  las otras, sus propulsores y ejecutores impidieron el advenimiento de lo soñado y esperado. El poder se encima no sólo sobre el colectivo, sino, más que nada, sobre las individualidades. Y  constantemente estas páginas nos echan a la cara esta  sensación que cada quien carga en silencio  En cualquiera de sus páginas nos topamos con ese rasgo, por ejemplo:

“’Conozco a un químico que viene a la taberna los fines de semana. Parece que huye de la mujer. A ella no le interesa la química, ni la literatura, ni las noticias. Sospecho que tampoco “el ejercicio  de la sexualidad: así lo dice el compañero de tragos del químico, un viejo pensionado de lenguaje corrosivo. El químico tiene una mente prodigiosa: está enterado de los cambios y transformaciones experimentadas por las ciencias naturales y el pensamiento teórico. Es una pena que sus sabias palabras naufraguen en alcohol en una taberna llena de espías soeces, de jubilados enfermos y deprimidos. Te lo presentaré. Con solo oírle una vez apreciará su penetración”: y sabrá algo del severísimo daño social por la acción combinada de políticos y economistas” (p.202)

Y, precisamente, una de las constataciones que extraemos al leer esta obra  reside en el encadenamiento consecuencial del ejercicio del poder. Todas las  ideologías, desgraciadamente, conducen al mismo resultado; esclavitud, dictadura, encarcelamiento, torturas, opresión sicológica, reclusión de campos de concentración, eliminación individual y colectiva. Ahora, al fin y al cabo, todo concluye, y el horror no escapa a la verdad que impone el tiempo,  cáñamo conductor que es soporte y significación. El fluir ininterrumpido arrastra consigo mismo a éstos y aquellos, a ideologías y prácticas, a utopías y realidades, a personajes y hechos. El tiempo lo convierte todo en detritus, en inutilidades, tanto los gruesos actos como las menudencias. Así, por  las páginas de este libro, por el mirador de su autor, el de Henríquez Grateraux, pasan los eventos de hombres y mujeres

Y el  memorial del siglo XX que escribe, en cierta forma, la obra misma, pues  esta narración no es más que un memorial de horrores del siglo XX, un espejo que nos lanza a la cara acontecimientos e ideas epocales y, sobre todo, las consecuencias de esas prácticas, como nos confirman estas líneas: “Te hablaré de unos hechos que sucedieron en esta época, casi podríamos decir que cuando tu madre y yo éramos novios. Entonces contaba de las matanzas sañudas de la guerra civil de España, de los horrores del sitio de Stalingrado o de los abusos cometidos por soldados extranjeros en Hungría. ’’ No te hagas ilusiones acerca de la conducta de las personas’’. Decía que los hombres utilizaban las doctrinas más refinadas para justificar cualquier atrocidad, “’ no importa que la doctrina sea política, económica o religiosa: es la misma cosa” Muchísimos años después, empecé a comprobar por mí mismo cuánta razón tenía”’. (P.165). Y, finalmente, cierro estas notas especificando que ellas son el resultados de la lectura de una ficción, esto es de un mundo imaginario, como corresponde a toda narración en la que predomina el lenguaje expresivo, en la que la  ambigüedad es substancia y, como tal, nos topetamos con verosimilitudes; las verdades literarias.

Areíto, 2 de octubre de 2010

 

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