Por Bruno Rosario Candelier
A
Niurca Herrera,
fulgor que arrulla la Creación.
Fue Platón (429-347 a.C.), el antiguo filósofo griego, quien enseñaba que allá arriba, En the Selene, en ese ámbito supralunar donde moraba la REALIDAD IDEAL, existían todas las cosas con su genuina esencia, y cuanto conocemos aquí no es más que una réplica o copia de su naturaleza primordial, concepto que dio origen al IDEALISMO de su doctrina estética, filosófica y teológica con la que explicaba la realidad, fundaba su cosmovisión y formulaba el conocimiento de las cosas.
Varios siglos después, uno de los intelectuales seguidores del ideal platónico, el poeta español fray Luis de León (1527-1591), mediante el poder espiritual de su imaginación mística se instaló en el fuero sutil de la “realidad ideal” donde apreció el sentido de lo trascendente, por lo que pudo plasmar en su lírica simbólica la doctrina platónica que asumió como fuente de su inspiración creadora, iluminada en el ideal sagrado de la teología cristiana y la gracia mística de lo divino.
Cuenta la tradición que cuando fray Luis de León retomó la cátedra de teología en la Universidad de Salamanca, de la que había sido separado por un proceso inquisitorial, ante la curiosidad de los presentes en el aula universitaria, proclamó al inicio de su intervención: “Como decíamos ayer…”, reiterando la concepción de las ideas que lo llevaron a padecer cárcel y angustia a causa de mezquinas intrigas en su contra.
Justamente la cárcel fue la imagen que le sirvió a este brillante poeta para concebir la vida humana como una prisión cuya liberación alcanzaría el hombre cuando alcance el reino celestial. Fray Luis de León se hizo sacerdote de la Orden de San Agustín, y como el santo de Hipona, fue un neoplatónico cristiano, ya que situaba en el más allá el destino último del hombre y el modelo arquetípico de la Creación del mundo.
Su obra le granjeó una inmensa fama de inspirado lírico que lo sitúa en la más alta cumbre de la poesía de Occidente en virtud de la pureza lírica de su creación poética (1). La calidad, la hondura y la belleza de su poesía es una expresión de alta vivencia espiritual y estética a la que tienen acceso los contemplativos, iluminados y místicos. Fray Luis de León entendía que todo acto creador se inspira en la Energía Superior de la Divinidad con el aliento sobrenatural del vínculo sagrado y la onda intangible de lo Alto. Con esa concepción mística, escribió poemas y ensayos, consciente de la participación divina en la creación humana y por eso nunca se vanagloriaba de su obra, que dio a conocer con ascética humildad intelectual. Consecuente con ese criterio valoraba en la creación humana el influjo de lo divino, presente en todo cuanto el hombre intuye, hace, dice o crea. La poesía del famoso agustino canaliza los siguientes atributos de su ideario estético:
- La poesía como creación espiritual y estética entraña el aliento superior de lo divino. 2. El valor de un poema lo determinan la belleza de su forma y el valor de su sentido. 3. La sustancia de un poema se funda en su dimensión estética y su connotación espiritual. 4. El poema ha de expresar el doloroso sentir ante el engaño, la falsedad y el sufrimiento. 5. La creación literaria ha de expresar la verdad, la belleza y el sentido de lo divino como el más alto bien. “En la Ascensión” (2), fray Luis de León esboza esos conceptos plasmados con honda reflexión y dolorida actitud por el sentimiento de abandono que invade su alma:
¿Y dejas, Pastor santo,
tu grey en este valle hondo, oscuro,
con soledad y llanto;
y tú, rompiendo el puro
aire, te vas al inmortal seguro?
Los antes bienhadados,
y los agora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de Ti desposeídos,
¿a dó convertirán ya sus sentidos?
¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura,
que no les sea enojos?
Quien oyó tu dulzura,
¿qué no tendrá por sordo y desventura?
Todo creador, tanto si escribe, pinta, esculpe, modela o compone, produce inducido por una secreta apelación que despierta su sensibilidad y desata la pasión que da forma y sentido a la sustancia de una nueva realidad estética. Los poemas de fray Luis de León permiten inferir que este grandioso creador tuvo como aliento inspirador las siguientes motivaciones: 1) Nostalgia del cielo. 2) Anhelo de perfección. 3) Vocación contemplativa. 4) Simpatía por la soledad, el silencio y el sosiego. 5) Anhelo de paz espiritual.
Al igual que Platón, este poeta y sacerdote agustino creía en la existencia de la región celeste donde mora la verdad pura, la belleza ideal y el bien supremo, que asumía como el modelo original y la fuente primordial de cuanto existe, esto es, como arquetipo de lo que conocemos, señalando, como escribe ese original prosador en De los nombres de Cristo, que “si comparamos aqueste nuestro miserable destierro, es comparar el desasosiego con la paz, y el desconcierto y la turbación y el bullicio y desgusto de la más inquieta ciudad con la misma pureza y quietud y dulzura. Que allí se afana y aquí se descansa; aquí se imagina y allí se ve; aquí las sombras de las cosas nos atemorizan y asombran, allí la verdad sosiega y deleita; esto es tinieblas, bullicio, alboroto; aquello es luz purísima en sosiego eterno” (3).
Como genuino poeta con alta sensibilidad empática, fray Luis de León era un hombre abierto al dolor de los sentidos y poroso al valor de fenómenos y cosas. El “dolorido sentir” de que hablaba Garcilaso de la Vega era la condición entrañable de este inmenso lírico español. Dotado del poder para sentir, canalizó su potencial creador hacia la más alta cima que las criaturas alcanzan cuando trascienden la demanda sensorial de apetitos y pasiones. La concepción de un creador influye en su creación, como naturalmente influye todo lo que piensa, siente, hace, quiere o crea. La concepción ideológica, por ejemplo, suele convertirse en rienda que frena, perfila o condiciona actuaciones, actitudes y creencias.
La idea que tiene un autor, que en lo conceptual influye en la perspectiva de su vida y su obra, viene configurada por su sensibilidad y su conciencia, que determinan la naturaleza de la creación, el tipo de figuraciones o la onda de sentimientos y motivos que conforman la sustancia del poema, la narración, el drama o el ensayo. Desde luego, no siempre la sensibilidad va pareja al pensamiento y, cuando afinan, lo que sentimos concita lo que queremos. Una terrible lucha interior debió fraguarse en la conciencia de fray Luis de León, pues siendo un hombre altamente sensible para las delicias del mundo, optó por renunciar a los placeres de la carne para vivir en armonía con la pasión divina que concitaba su honda sensibilidad, ya que se identificó con lo que sentía interiormente para actuar y vivir en coherencia con lo que pensaba. Es decir, se trataba de una poderosa motivación conceptual al servicio de su sensibilidad estética y su vocación espiritual.
La sensibilidad estética y la conciencia mística de fray Luis de León presentan, según infiero de su obra, este cuadro caracterizador:
- Inclinación fraguada por el dolorido sentir para vivir, conocer y crear.
- Sensibilidad honda y abierta por todo con actitud compasiva y empática.
- Atracción por las delicias del mundo, que conmutó por su pasión divina.
- Opción por el sosiego interior en armonía con la moral ascético-cristiana.
- Simpatía por lo divino, con inspiración arrebatada por lo trascendente.
Esa disposición de su sensibilidad y su conciencia irrumpe en la mente del poeta y perfila su cosmovisión y su vocación, configurándolas mediante las ideas que informan el contenido intelectual de doctrinas, orientaciones y normas, como la platónica, la pitagórica y la cristiana, tres tendencias espirituales que confluyen armoniosamente en su obra literaria.
La cosmovisión espiritual en la lírica de fray Luis de León la sintetizo en estos términos:
- Concepción de la existencia terrenal como una desventura que entraña cárcel y destierro de nuestra verdadera morada, sentimiento que ilustra en el poema “Noche serena”, a la luz de la noche estrellada de Castilla, el cielo que contempla azorado y que le hace anhelar la gloria del cielo:
Cuando contemplo el cielo
de innumerables luces adornado,
y miro hacia el suelo
de noche rodeado,
en sueño y en olvido sepultado:
el amor y la pena
despiertan en mi pecho un ansia ardiente;
despiden larga vena
los ojos, hechos fuente;
Olarte, y digo al fin con voz doliente:
morada de grandeza,
templo de claridad y hermosura:
el alma que a tu alteza
nació, ¿qué desventura
la tiene en esta cárcel, baja, oscura?
¿Qué mortal desatino
de la verdad aleja así el sentido,
que de tu bien divino
olvidado, perdido,
sigue la vana sombra, el bien fingido?
- Percepción de la armonía de lo viviente en el concierto del Cosmos, concepción pitagórica inspirada en la armonía del Universo que fray Luis de León asimiló en su formación clásica, visión que le permitió al religioso agustino concebir la imagen de la cítara en las manos divinas, siendo la armonía cósmica, según explica Dámaso Alonso, “el gran canto de un inefable músico”, que es Dios, el gran concertador universal (4):
Quien mira el gran concierto
de aquestos resplandores eternales,
su movimiento cierto,
sus pasos desiguales,
y en proporción concorde tan iguales:
la luna cómo mueve
la plateada rueda, y va en pos de ella
la luz do el saber llueve,
y la graciosa estrella
de Amor la sigue reluciente y bella.
- Concepción de la belleza del mundo, imagen, fuero y eco de la belleza celeste, visión del anhelo del Paraíso, que la doctrina cristiana sitúa como el más alto bien, idea que llevaba al místico a renunciar a los placeres del mundo para lograr la ascesis purificadora de los sentidos en procura de la unión con lo divino, como canta en “Noche serena”:
¿Quién es el que esto mira,
y precia la bajeza de la tierra,
y no gime, y suspira
por romper lo que encierra
el alma, y de estos bienes la destierra?
Aquí vive el contento,
aquí reina la paz; aquí asentado
en rico y alto asiento,
está el Amor sagrado
de glorias y deleite rodeado.
Inmensa hermosura
aquí se muestra toda, y resplandece
clarísima luz pura,
que jamás anochece:
eterna primavera aquí florece.
- Ideación de este mundo como cárcel, percepción fraguada en la realidad dolorosa que sufrió, imagen que el poeta español creó a partir de su experiencia en la cárcel de Valladolid, con la ponderación de que la vida es sufriente y tortuosa, cercada de pena y preñada de tristeza, como plantea en el poema “A nuestra Señora”:
Virgen que el sol más pura,
gloria de los mortales, luz del cielo,
en quien la piedad es cual la alteza:
los ojos vuelve al suelo,
y mira un miserable en cárcel dura,
cercado de tinieblas y tristeza.
Y si mayor bajeza
no conoce, ni igual el juicio humano,
que el estado en que estoy por culpa ajena;
con poderosa mano
quiebra, Reina del cielo, esta cadena.
- Consideración de la Idea platónica de una morada eterna del Bien, la Verdad y la Belleza, que le permite al poeta inferir que toda belleza física hace recordar la existencia de la Belleza Universal o Ideal, razón por la cual el alma, en su ascenso espiritual, anhela la unión mística con Dios, según escribe en el célebre poema “A Francisco Salinas”:
Traspasa el aire todo
hasta llegar a la más alta esfera,
y oye allí otro modo
de no perecedera
música, que es de todas la primera.
Ve como el gran Maestro,
a aquesta inmensa cítara aplicado,
con movimiento diestro
produce el son sagrado
con que este eterno templo es sustentado.
Para entender a un poeta que en su poesía canaliza una visión pura de la vida y el mundo con una concepción filosófica, clásica y mística, hay que descubrir la clave para valorarlo conceptual, estética y espiritualmente. En la lírica frayluisiana subyace un trasfondo pitagórico, platónico y cristiano. Ángel Custodio Vega califica a fray Luis de León como “gran místico doctrinal” (5), puesto que se trata de un pensador y poeta que fundamenta su creación literaria en la filosofía platónica, la teología católica y la estética clásica en un criterio conceptual asumido conscientemente. Para entender, sentir y valorar la producción poética del fraile agustino presento esta guía como clave general de su lírica mística:
- Percepción de la belleza sutil que nos sugiere la belleza particular de lo sensible según nuestra percepción sensorial, como leemos en “Vida retirada”:
El aire el huerto orea
y ofrece mil olores al sentido;
los árboles menea
con un manso ruido,
que del oro y del cetro pone olvido.
Ténganse su tesoro
los que de un falso leño se confían;
no es mío ver el lloro
de los que desconfían,
cuando el cierzo y el ábrego porfían.
- Comprensión del misterio cósmico a partir de la armonía universal. Según esta concepción, hay una armonía individual en sintonía con los acordes de la armonía universal, de la misma manera que hay una empatía personal en dos almas que experimentan vibraciones afines. En “Vida retirada” leemos:
Y mientras miserable-
mente se están los otros abrasando
con sed insaciable
del no durable mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.
A la sombra tendido,
de yedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce, acordado,
del plectro sabiamente meneado.
- Concepción de la verdad poética, que “Noche serena” cifra como intuición del sentido en una doctrina filosófica, teológica y estética:
Aquí vive el contento,
aquí reina la paz; aquí, asentado
en rico y alto asiento,
está el Amor sagrado,
de gloria y deleites rodeado;
inmensa hermosura
aquí se muestra toda, y resplandece
clarísima luz pura,
que jamás anochece:
eterna primavera aquí florece.
- Valoración del Bien Supremo al que supedita todo bien pasajero del mundo:
Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.
- Captación de la voz universal, que muestra verdades reveladas, diferente de la voz personal, que expresa verdades intuidas. Para atrapar la voz universal se requiere: a) la activación del “cordón umbilical” de la conciencia; b) una experiencia trascendente; c) el desarrollo de la inteligencia sutil; y d) pasión por la verdad profunda y la belleza sublime. En “Noche serena” la voz universal rutila con su encanto:
El hombre está entregado
al sueño, de su suerte no cuidando;
y con paso callado
el cielo, vueltas dando,
las horas del vivir le va hurtando.
He dicho que fray Luis de León es el poeta de la energía armónica (6). El famoso poeta castellano enalteció la lírica española del Siglo de Oro, y siendo catedrático de la Universidad de Salamanca conoció a Francisco Salinas, prestigioso músico a quien le consagró uno de sus más célebres poemas. Se trata del titulado “A Francisco Salinas”, singular oda en la que exalta la armonía del mundo, indudable tributo a la enseñanza de inspiración pitagórica y platónica. El celebrado poema, uno de los más exquisitos de la lírica española, alcanza ecos de la más pura armonía, ya que mediante el tramado rítmico prepara el alma para disfrutar los acordes divinos al presentir la irradiación de los efluvios celestiales. Y con esa disposición suprasensorial, intelectual, imaginativa, afectiva y espiritual el poeta engarza al contenido de su inspiración estética un influyo centrado en las siguientes coordenadas del pensamiento presocrático:
- Concepción del alma como cauce de armonía, sosiego y equilibrio.
- Idea de que los fluidos musicales penetran el costado profundo del ser.
- La música purifica el ser por el efecto vibrador de las notas musicales.
- Purificados el cuerpo y el alma, el espíritu encauza la esencia divina.
- La gracia divina ilumina y enaltece la condición humana.
En tanto expresión de los efluvios suprasensibles, la lírica tiene la capacidad de atizar la más pura y sublime dimensión del sentimiento, fuero y cauce de las irradiaciones superiores que hacen “sentir en el espíritu” la llama sutil de la inspiración divina, como el inspirado poema “A Francisco de Salinas”:
El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música extremada
por vuestra sabia mano gobernada.
A cuyo son divino
el alma que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primera esclarecida.
Y como se conoce,
en suerte y pensamientos se mejora,
el oro desconoce
que el vulgo ciego adora,
la belleza caduca engañadora.
Traspasa el aire todo
hasta llegar a la más alta esfera,
y oye allí otro modo
de no perecedera
música, que es de todas la primera.
Ve cómo el gran Maestro,
a aquesta inmensa cítara aplicado,
con movimiento diestro
produce el son sagrado
con que este eterno templo es sustentado.
Y como está compuesta
de números concordes, luego envía
consonante respuesta,
y entrambas a porfía
mezclan una dulcísima armonía.
Aquí el alma navega
por un mar de dulzura, y finalmente
en él ansí se anega,
que ningún accidente
extraño o peregrino oye o siente.
¡Oh desmayo dichoso!
¡Oh muerte que das vida! ¡Oh dulce olvido!
¡Durase en tu reposo
sin ser restituido
jamás a aqueste bajo y vil sentido!
A este bien os llamo,
gloria del Apolíneo sacro coro,
amigos, a quien amo
sobre todo tesoro,
que todo lo visible es triste lloro.
!Oh!, suene de contino,
Salinas, vuestro son en mis oídos,
por quien al bien divino
despiertan los sentidos,
quedando a lo demás amortecidos (7).
La expresión mística en la pureza lírica de fray Luis de León, que se funda en la concepción de la vida terrena como cárcel o destierro, criterio derivado de la idea platónica de un estado perfecto en el otro mundo y que, según la ascética cristiana, para merecerlo hay que renunciar a cuanto denigra la conciencia mediante la purificación de los sentidos y una vida en armonía espiritual con lo divino. Según esa concepción mística, fray Luis de León se valió de la teoría pitagórica de la armonía del mundo, para vivir en sintonía con los acordes cósmicos y el ascenso del espíritu, canal para la búsqueda de lo divino, considerado como el más alto bien. Como creación literaria, la lírica frayluisiana, enaltecido modelo en las letras occidentales, presenta singulares características literarias: aliento espiritual y estético expresado con animación dramática en una recreación platónica, pitagórica y cristiana. La perfección clásica de su creación, cauce de conceptos equilibrados y armonía formal, se plasma en un lenguaje culto, correcto y elegante que da cuenta del sentir que arrebata la sensibilidad y eleva la conciencia, como lo enfatiza el poema “Vida retirada”:
¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal rüido
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido;
que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio Moro, en jaspes sustentado!
No cura su la fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.
¿Qué presta a mi contento,
si soy del vano dedo señalado;
si, en busca deste viento,
ando desalentado,
con ansias vivas, con mortal cuidado?
¡Oh monte, o fuente, oh río!
¡Oh secreto seguro, deleitoso!,
roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.
Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de a quien la sangre ensalza, o el dinero.
Despiértenme las aves
con su cantar sabroso no aprendido;
no los cuidados graves,
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido.
Vivir quiero conmigo;
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.
La obra poética de fray Luis de León, signo de elevada intuición estética y honda fruición espiritual, es el testimonio del poeta platónico, fuero y cauce de la más pura y exquisita expresión de la lírica española con el sentido que edifica y la belleza que embriaga.
En homenaje a nuestro agraciado colega en el cultivo de la palabra, Juan José Jimenes Sabater, sobresaliente creador que firma sus escritos con el pseudónimo de León David, transcribo uno de sus celebrados poemas, inspirado también en el ideal platónico y en la magia estética del lírico español, como es el texto titulado “La Idea de Platón”:
La Idea de Platón, esa inmutable
primera claridad, lumbre perdida,
del saber fuente, fuente de la vida
que mis ojos elude, inabarcable…
Lo que mis ojos ven y lo que nombra
el labio desleal con torvo apaño
es error, ilusión, quimera, engaño,
especioso discurso de la sombra.
¿Quién se puede fiar de lo que crece?
El tiempo es un tahúr que todo trueca:
hoy brote tierno, mañana rama seca,
polvo al final que el tiempo desvanece.
Solo la Idea indómita resiste
el asalto brutal de la jornada,
el filo de esta angustia, de esta nada
que estruja, muerde, corta, quema, embiste…
La Idea de Platón, única estancia
donde mora el instante detenido,
donde la Eternidad, -sordo bramido-
prolonga en el añoro su fragancia.
Es la Verdad que la palabra hospeda,
es la Belleza que en la flor fulgura,
presencia de lo eterno en la impostura
de todo lo que pasa… lo que queda.
El único pilar al que la mente
puede asirse en su vuelo temblorosa,
la que hace que la rosa sea la Rosa
vulnerable, fugaz y permanente.
Bruno Rosario Candelier
Encuentro en el Centro UASD
Nagua, R. Domin., 7 de marzo de 2020.
Notas:
- Este famoso poeta y pensador agustino nació en Belmonte, Cuenca, España, en 1527. Estudió Teología en la Universidad de Salamanca, y Sagradas Escrituras en la Universidad de Alcalá de Henares. Tradujo al español El cantar de los cantares y el Libro de Job. Publicó La perfecta casada y De los nombres de Cristo. Y escribió enjundiosos poemas de aliento místico. Cuando murió en Ávila, en 1591, tenía nombradía como pensador, traductor, prosador, poeta y místico. Cfr. J. García López, Historia de las literaturas hispánicas, Barcelona, Teide, 1967, p.105.
- Miguel de Santiago, Antología de poesía mística española, Barcelona, Verón editores, 1998, p. 62.
- Fray Luis de León, “De los nombres de Cristo”, en José García López, Antología de la literatura española, Barcelona, Teide, 1967, 8a. ed., p. 87.
- Dámaso Alonso, Poesía española, Madrid, Gredos, 1971, p. 176.
- En Miguel de Santiago, Antología de poesía mística española, p. 56.
- Bruno Rosario Candelier, “Filosofía presocrática”, en La creación cosmopoética, Santo Domingo, Academia Dominicana de la Lengua, 2005, p. 40.
- 7. Fray Luis de León, Poesía, Madrid, Ediciones Cátedra, 1994, 69-70, 81.