Un sonido para dos letras

Siempre me ha sorprendido el curioso afán de muchos comunicadores y de muchos docentes, salvo honrosas excepciones, por diferenciar la pronunciación de nuestras queridas, y en ocasiones odiadas, b y v. En español la pronunciación bilabial, es decir, aproximando o cerrando los labios, es la correcta para ambos fonemas.

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Deportes y gramática

El deporte desata pasiones. Lo tenemos a diario en nuestras pantallas, en nuestros periódicos y en nuestros aparatos de radio. El inconveniente para los hablantes consiste en que, cuando un error ortográfico o gramatical cunde entre locutores, cronistas o publicistas, estamos condenados a encontrárnoslo hasta en la sopa. El deporte y la competición, contra uno mismo o contra otros, van de la mano. Los verbos ganar y perder se convierten en protagonistas y también, por desgracia, las preposiciones con las que se construyen.

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Préstamos chivatos

Existe entre los hablantes conscientes la inquietud por la abundancia de palabras procedentes de otros idiomas que se introducen en el nuestro. Los préstamos léxicos entre lenguas han existido siempre. Muchos de ellos son tan antiguos, y los tenemos tan asumidos como propios, que difícilmente notamos que, en su origen, fueron extranjerismos. El español recibió cultismos del latín, acogió indigenismos de las lenguas precolombinas y, en los últimos tiempos, ha adoptado muchos anglicismos. El verdadero peligro lo representa el préstamo innecesario, que se produce cuando los hablantes desconocen que en español ya existe una palabra para designar la realidad que se quiere nombrar. El extranjerismo desbanca a la palabra patrimonial y ésta llega incluso a perderse.

David contra Goliat

En este mes de junio intenso  y extenso en actividades deportivas, sobre todo las futboleras, oiremos y leeremos con mucha frecuencia ese invento de Brasil versus España, partido muy pronosticado, por cierto. Si somos aficionados al baloncesto nos traerá de cabeza la final Boston vs. Lakers. Lamentablemente su uso no se restringe a lo deportivo sino que se extiende a todos los ámbitos; ni tampoco es exclusivo de la República Dominicana: lo encontramos en todas las áreas hispánicas. ¿Dónde quedó nuestra añorada contra?

Un buen consejero

En estos tiempos en que todo cuesta debemos aprender a valorar los conocimientos que se ponen a nuestra disposición gracias a la valiosa herramienta en que se ha convertido Internet. Seguro que muchos de ustedes han echado en falta en más de una ocasión alguien a quien consultar las dudas que surgen cuando hablamos o cuando escribimos. La ortografía o los matices de significado pueden muy bien resolverse con la consulta de un diccionario de lengua, pero ¿a quién acudir cuando las dudas tienen que ver con la propiedad de un uso gramatical o de vocabulario?

Marinera de tierra firme

Una de las características más hermosas, a mi modo de ver, del español que hablamos en la República Dominicana es la presencia de marinerismos. Son palabras propias del vocabulario de las gentes de mar que nosotros usamos frecuentemente para contextos que nada tienen que ver con su empleo original. De ahí procede su maravillosa capacidad de evocación.

¿Quién dijo miedo?

A veces pienso que las parientes pobres de los signos de puntuación, tan mal empleados habitualmente, son la interrogación y la exclamación. En estos días cayó en mis manos una novela en la que ambos signos se usaban incorrectamente a lo largo de toda la obra. ¿Nadie en todo el proceso de creación y publicación se dio cuenta de este error garrafal? ¡Parece increíble y, sin embargo, es cierto! Las encontramos mal utilizadas con mucha frecuencia en la publicidad, que nos invade en todos los ámbitos. Su uso es sencillo y, para usarlas correctamente, sólo necesitamos manejar unas reglas simples y hacer un pequeño esfuerzo.

Para toda la vida

Hace algunos años presenté una ponencia en el Congreso de Historia de la Lengua acerca de los nombres de pila utilizados en la República Dominicana. Le llamamos nombre de pila por ser el que se le imponía al niño en la pila bautismal. El hecho de que la legislación dominicana no limite la elección se traduce en una absoluta libertad a la hora de nombrar.

La lealtad a lo que somos

Los viajes, incluso cuan-do tienen como destino un lugar muy cercano, nos enseñan que no estamos solos y que no somos únicos. Nos acercan además a realidades personales que no hemos vivido como individuos. Un ejemplo es el de los hispanohablantes que viven en territorios con una lengua oficial distinta al español; nos toca muy de cerca el caso de los dominicanos que residen en los Estados Unidos.
Se convierte en una experiencia enorgullecedora el poder apreciar cómo la apabullante influencia externa de otra lengua los motiva a convertir su lengua materna en el territorio de la libertad, de la expresión o de la afirmación de su propia identidad cultural. Para los que disponen de la formación familiar y cultural necesaria, el español se convierte en un instrumento de identificación personal y social. Es lo que conocemos como lealtad lingüística.

He disfrutado de familias dominicanas, en comunidades angloparlantes, que hacen un esfuerzo consciente y gustoso por el mantenimiento de su anclaje cultural con lo que le es propio. No significa esto enclaustramiento o falta de comunicación con la realidad en la que viven día a día. Al contrario, afianzan la conciencia del valor de su propia cultura y de su propia lengua. Su aprecio por la lengua española les permite expresar orgullosamente lo que son y de dónde vienen. Esto los impulsa a llegar más alto sin dejar de tener los pies y el corazón muy bien anclados en sus raíces.

Envíe sus comentarios o preguntas a la Academia Dominicana de la Lengua en esta dirección: consultas@academia.org.do

© 2010 María José Rincón

Un fósil capitaleño

Las palabras que utilizamos para nombrar lugares, los topónimos, son como pequeños grandes fósiles que atesoran entre sus letras una historia de muchos siglos. En su origen los topónimos se utilizaban para denominar a las personas que procedían del lugar. Así se transformaba en un nombre de familia, un apellido, que se heredaba de padres a hijos. Elio Antonio de Nebrija, autor de la primera gramática de la lengua española, era natural del pueblo sevillano de Lebrija, en latín Nebrissa Veneria.
Un paso más en el camino de la lengua es el que realizó el topónimo que designa a nuestro Gascue: del nombre de un pequeño enclave en el Reino de Navarra, al norte de España, que cuenta hoy con unos veinticinco vecinos, al apellido del contador real Francisco Gascue y Olaiz, natural de este reino; de aquí a la denominación del ensanche capitaleño. La documentación histórica escrita, manejada por González Tirado en su interesante artículo sobre el tema, manifiesta una tendencia evidente al uso de Gascue. ¿Por qué entonces encontramos el tan abundante Gazcue?

Estos casos de vacilación ortográfica son frecuentes en los nombres de lugares y de personas. Todos podemos recordar apellidos con dobletes similares. Apunto como hipótesis que podríamos estar ante un caso de ultracorrección, que manifiesta una tendencia habitual entre los hablantes a tratar de corregir lo que creemos que decimos incorrectamente, incluso cuando no es así. Si queremos respetar la grafía tradicional, respeto del que tan necesitado está nuestra ciudad, en todos los sentidos, debemos optar por Gascue.

Envíe sus comentarios o preguntas a la Academia Dominicana de la Lengua en esta dirección: consultas@academia.org.do

© 2010 María José Rincón