Por Bruno Rosario Candelier
A Carmen Sofía Comprés,
Labradora de la conciencia sutil.
“Ataviado de sombra,
el ocaso se lleva en sus alforja
una brizna de luz
que revienta en el amanecer
con la gestación de la alborada.
Así es la vida de la conciencia,
que atiza el misterio de lo etern
bajo el fuero de la sensibilidad estremecida”.
(BRC)
“Llenar vacíos
sentir aquello en la piel que nos limita
razón y pudor
trivialidades frente a la verdad
La urgencia de saber
lo que jamás entenderemos
y aun así existir”.
(Keila González Báez)
En el ámbito de la conciencia, el sujeto contemplativo vive el mundo que le depara su interioridad y, en ese estado de ensimismamiento y reflexión, las palabras orillan ese fuero entrañable que opera como sustituto de la realidad circundante. Para el sujeto visionario su mundo interior es su realidad, que los creadores canalizan en su obra al revelar lo que experimentan en la mente donde fluyen sus vivencias. De la experiencia de la conciencia nace la capacidad teorética, de la que proceden el pensamiento filosófico, la especulación metafísica, la cavilación teológica y la creación poética, así como el mito, la religión, la mística y el arte con el fascinante aderezo de la belleza y el sentido.
Pensamos el mundo en función de la sensibilidad y la conciencia. La coparticipación en esencia de lo viviente, mediante una interconexión cósmica de lo uno y lo múltiple, da cuenta de la función primordial del Universo en la integración de elementos y funciones de la materia y el espíritu, de sustancia y energía, de efluvios y fenómenos que revelan el poder de la conciencia en la interioridad de las cosas. Bajo el ordenamiento cósmico en el que participan las criaturas de la Creación en un propósito universal, armonizado y coherente, los opuestos se concilian en función de la armonía cósmica, que la conciencia asume y recrea, proceso que también experimenta el sujeto contemplativo en el fuero interior de su conciencia.
Hay sensibilidades que tienen como fuente creativa la vivencia de sus mundos interiores bajo la fragua de su conciencia, que el Interiorismo promueve como opción creadora. Por tanto, podemos hablar de la conciencia como fuente de creación, de la conciencia que se ausculta a sí misma, que reflexiona sobre su propia naturaleza, con la certeza de su existencia. Se trata de la intuición metafísica de la propia conciencia.
La conciencia como fuente de creación
Conviene distinguir la diferencia entre “consciencia” y “conciencia”. Aunque ambos términos tienen la misma etimología (del latín cum, ‘con’, y scire, ‘saber’), se trata de dos palabras diferentes, ya que “consciencia” significa ‘darse cuenta’, mientras “conciencia” alude al ‘órgano del conocimiento’. Por tanto, puedo decir: “Tengo consciencia de que poseo conciencia”, es decir, sé que poseo una capacidad intelectual para conocer, pensar el mundo, pensar que pienso y pensar lo que pienso, lo que entraña el ejercicio intuitivo y reflexivo de la conciencia. Pensar es un acto de la conciencia para procesar el sentido de fenómenos y cosas. La energía de la conciencia opera por un impulso de la materia y del espíritu a favor de su realización y crecimiento. Por tanto, se vincula a todo existente.
A pesar de la complicada naturaleza de nuestra mente, los poetas saben formalizar lo que acontece en los niveles profundos de su conciencia, que recrea cosas y fenómenos como reflejo de la experiencia sensorial y metafísica, como expresión de la mente contemplativa. La sensorialidad de las cosas, con su virtualidad estética y espiritual, impacta en la sensibilidad y la conciencia. La cosa contemplada se interioriza en la conciencia, que perfila el sentido y la valoración de lo existente.
Algo atisba nuestra mente cuando se siente instigada por fenómenos interiores que se forjan en el hondón de la conciencia como una secreta apelación sentida en el fuero de la interioridad bajo la vivencia de la conciencia expandida. La conciencia tiene una percepción de sí misma, de las cosas circundantes y de las emanaciones de la Creación. La intuición, la inspiración y la revelación son medios de activación de la conciencia. Pensar la conciencia ayuda a entender lo que pasa en el mundo, a valorar el sentido de cosas y fenómenos, a ponderar los efluvios cósmicos. El mundo que conocemos ha sido percibido y procesado por el poder de nuestro cerebro, órgano de nuestra conciencia. Los conductos nerviosos del cerebro procesan los datos de cosas, ideas y fenómenos naturales y sobrenaturales que clasifica para su comprensión. Los datos sensibles, físicos y metafísicos, hacen sentir, pensar, crear. Conocemos, reflexionamos, predecimos, reconstruimos las cosas mediante las ideas que las representan en nuestra conciencia. Intuimos, imaginamos, recordamos, descubrimos, inventamos, creamos. Canalizamos apelaciones, gustos, emociones, deseos, motivaciones, conceptos, imágenes. Nuestras decisiones dependen de nuestras intuiciones y vivencias, que perfilan ideales y proyectos. El cerebro fragua todo lo que concitan y activan sus neuronas: miedo, angustia, obsesión, delirio, anhelo, sueño, pena, nostalgia, placer, amor, odio, ira, culpa, fracaso, triunfo, vacilación, creencia, desdicha, felicidad, entusiasmo, etc. Y todo lo formula nuestra mente en imágenes y conceptos con el sentido de fenómenos y cosas.
Los poetas no saben cómo explicar la naturaleza de la conciencia, pero tienen una clara comprensión de los fenómenos interiores en función de sus vivencias entrañables y del poder intuitivo de su talento creador. Con razón dijo Sigmund Freud que los poetas habían conocido el inconsciente mucho antes que él cuando se percató de ese fenómeno mental.
El fuero de la conciencia y la conciencia de la realidad son dos perspectivas diferentes. Estamos situados en una realidad, y de esa realidad forjamos un modelo en nuestra mente para entenderla y explicarla. Por tanto, nuestra mente construye un modelo de la realidad para establecer un vínculo comunicativo. Cuando queremos que otros entiendan la realidad que concebimos, nos valemos de los conceptos o imágenes que tenemos de la realidad aun cuando cada observador tiene una percepción diferente de la misma realidad.
La experiencia sensorial y la experiencia trascendente son dos niveles de conciencia diferentes, pero esos dos niveles se complementan haciéndose uno en la interioridad del contemplador durante el estadio en que se experimentan la emoción estética y la fruición espiritual, que la imagen poética formaliza en la escritura. Ciertamente la cosa contemplada se interioriza en la conciencia; pero también la conciencia se puede hacer cosa contemplada si se asume como fuente de creación. Son dos aspectos diferentes: la realidad externa y la conciencia interna en su interacción profunda.
La realidad verbal es un estatuto diferente de la realidad sensible. Usamos las palabras para interpretar la realidad de las cosas o la realidad verbal que creamos con las palabras, por lo cual para entender la realidad, construimos un modelo verbal que la representa, y ese modelo tiene dos vertientes: el modelo del concepto y el modelo de la imagen, las dos vías con que cuenta el intelecto para reproducir la realidad o expresar una representación mental de su percepción de la realidad. A la representación de la realidad le damos forma y sentido, para que los lectores o los oyentes perciban nuestra percepción de la realidad o nuestro modelo de la realidad. Los animales posiblemente tienen una idea de la realidad, pero no pueden darle forma a su idea de las cosas porque no tienen la manera de darla a conocer. Solo los seres humanos tienen la capacidad de dar a conocer el modelo que crean de la realidad. Por tanto, el modelo del concepto y el modelo de la imagen constituyen una creación humana que hace posible la comprensión y la expresión de nuestras percepciones.
El modelo del concepto lo elaboran científicos, pensadores, pedagogos, historiadores, sociólogos, escritores o intérpretes que dan cuenta en términos intelectuales de su percepción de la realidad; y el modelo de la imagen lo forjan artistas, estetas, literatos, poetas o creadores que se valen de formas expresivas, como música, pintura, literatura, poesía, arquitectura, para plasmar con su lenguaje su concepción de la realidad. Por eso, la realidad y la interpretación de la realidad son dos aspectos diferentes que debemos diferenciar. La idea, o la imagen de la realidad es producto de nuestra conciencia, que es la potencia interior de nuestra mente cuya sede se ubica en el cerebro. Ahora bien, ¿qué es la realidad? o ¿cuáles son las vertientes de realidad?
La realidad comprende todo lo existente, como una totalidad, abierta e infinita, que podemos distinguir desde varias perspectivas: la REALIDAD OBJETIVA, cuyas manifestaciones sensoriales captan nuestros sentidos físicos; la REALIDAD IMAGINARIA, creada por la imaginación con la invención de mundos fabulosos; la REALIDAD TRASCENDENTE, dimensión intangible de fenómenos y cosas, que comprende la vertiente interna, esencial y metafísica de lo existente cuyas expresiones suprasensibles captan nuestros sentidos metafísicos; la REALIDAD VIRTUAL, perceptible mediante recursos electromagnéticos; y la REALIDAD DIVINA, fuente y esencia de todo lo existente.
Lo que existe, forma parte de una integración cósmica. Todo es emanación del Todo. Todo lo que es, ha estado desde siempre en el seno de la Esencia cósmica. Lo que existe, es una emanación de la Esencia originaria, que es la Divinidad y, en tal virtud, existe desde siempre y para siempre. Todo ha emanado de la Esencia infinita. Nuestra conciencia es parte de la conciencia cósmica, que es la Conciencia Divina. Por tanto, nuestra conciencia es una emanación de la Conciencia infinita. Ya dijo Heráclito que todo viene del Todo y todo vuelve al Todo. Como todo lo que existe, somos parte de la realidad cósmica y todo lo que experimentamos, desde las vivencias sensoriales hasta las experiencias metafísicas, queda registrado en la conciencia.
Con nuestra conciencia concebimos y expresamos imágenes y conceptos. Esas operaciones intuitivas y reflexivas nos distinguen de los animales, que tienen conciencia perceptiva, pero carecen de conciencia intuitiva y reflexiva.
Suele suceder que no percibimos la realidad como es sino matizada por creencias, ideologías, obsesiones, ilusiones, sugestiones y otros procesos del pensamiento, la imaginación y la memoria, que modifican la percepción de la realidad; por eso la mente, que es la estructura individual del cerebro, condiciona la percepción de la realidad, por lo cual cada sujeto tiene una visión particular de la realidad. Aunque todos los hombres tenemos una conciencia, no todos tenemos la misma percepción de la realidad, diferenciación acentuada por neuróticos, psicópatas, fanáticos y supersticiosos, ya que deforman su visión de la realidad.
Hay quienes tienen una visión alterada o expandida de la realidad, como también hay diversas interpretaciones de la realidad, por las divisiones que provoca la política, la religión y el deporte, entre otras expresiones ideológicas, sociales y culturales, es decir, cada sujeto tiene una visión particular del mundo; por esa razón no podemos imponer nuestra visión como la verdadera, ya que todas son válidas. Desde luego, la visión fundada en verdades de hecho es más persuasiva que la fundada en verdades de juicio. Podemos tener una percepción de lo uno y lo múltiple a la vez, como es la intuición poética, que ha enseñado que la realidad es una y múltiple, pues viene moldeada por el matiz de nuestra percepción. Desde luego, no es lo mismo una visión científica de la realidad, que una visión poética o metafísica. Son visiones desde perspectivas diferentes. El científico tiene una visión de la realidad diferente del artista o el filósofo.
Auscultar los estratos profundos de la conciencia ayuda al conocimiento de uno mismo y al conocimiento del mundo, del que ya los antiguos pensadores de la India, Egipto y Grecia tenían en valoración teorética. La ponderación de la realidad, como la valoración de la conciencia, entraña una honda reflexión.
El fuero de la conciencia creativa
Podemos asumir la conciencia como fuente creativa. Con el conocimiento de la realidad logramos una valoración de las cosas y una idea de la propia conciencia, que piensa la realidad y se piensa a sí misma. Es una manera de entroncar la propia conciencia con la conciencia universal. Algunas personas pueden vivir un mundo afincado en el fuero de la conciencia, es decir, tienen la capacidad para abstraerse del “mundanal ruido”, crear un espacio interior, a modo de burbuja, celda o concha (como un caracol) que les permite apartarse del mundo, aislarse en sus adentros, vivir la experiencia de su conciencia y hacer de ella el centro de su mundo, como si fuera su mejor manera de vivir la vida.
Tenemos la capacidad para conocer y saber que existimos y pensamos, pensar lo que sucede en el mundo, conceptualizar sobre fenómenos y cosas y, desde luego, para pensar lo que pensamos y pensar que pensamos. Es decir, podemos asumir el fuero de la conciencia como fuente de vivencias, reflexiones y creaciones. ¿Cómo se logra? Abstrayéndose de las cotidianidades pasajeras y del mundo social y llevar un estado de retiro espiritual, para lo cual es preciso tener vida interior, que es la vida de la conciencia. La mayoría de la gente vive una vida intrascendente y vacua, ya que emplean su tiempo en hablar bagatelas, jugar dominó o no hacer nada. No tienen desarrollada la capacidad para reflexionar, para meterse dentro de sí mismos y vivir lo que fray Luis de León llamaba una “vida retirada”, como los monjes en su convento, que se retiran del mundo social para entregarse a la vida contemplativa y la meditación religiosa, aunque los creadores y pensadores, como escritores, músicos, científicos, estetas, filósofos, tienen la capacidad para retirarse del mundo circundante e internarse en su mundo interior, el de la conciencia.
Normalmente los contemplativos profundizan en su vida interior ya que tienen la capacidad para apartarse del mundo y vivir al margen de las manifestaciones sociales. Los que viven el estado patológico de la locura también se aíslan del mundo circundante, ya que se abstraen de la realidad y parecen sumergidos en un mundo interior, pero no tienen la capacidad para ir y venir, es decir, para entrar y salir del fuero de la conciencia; en cambio poetas, científicos, filósofos y creadores tienen la capacidad para aislarse del mundo circundante, entrar a su mundo interior, auscultarse a sí mismos y vivir en esa torre de marfil, en una especie de burbuja interior, donde fraguan su vida retirada y hallan una compensación porque viven a su gusto el caudal de sus vivencias entrañables con sus intuiciones metafísicas.
El mundo de la realidad estética y la realidad metafísica se forma a partir de intuiciones y vivencias, gracias a la capacidad de percepción de la conciencia sutil que tienen los creadores de poesía metafísica. Al vivir en su mundo interior, los poetas viven “el mundo ideal” que, según Platón, viven los que han desarrollado su poder contemplativo para disfrutar la verdad de sus intuiciones, inspiraciones y revelaciones. Esa certeza viene fraguada por experiencias intelectuales, espirituales y estéticas.
En atención a la estética de la interioridad, el Interiorismo postula internarse en el mundo interior de la conciencia, al que tienen acceso los poetas, para aprovechar su fuero interno, el espacio entrañable de la interioridad donde hallan la sustancia de su creación. Por eso algunos creadores hacen de su conciencia una fuente de creación. Poetas, narradores, dramaturgos, músicos, arquitectos suelen crear una realidad interna (subjetiva, metafísica y simbólica), para vivir el ámbito de la realidad estética y el de la realidad metafísica en el fuero entrañable de su conciencia.
Solemos compartir la vivencia de la realidad con otras ocurrencias interiores. Cuando nos distraemos, evadimos la realidad y vivimos en un espacio interior, en un mundo que no es el circundante. Ustedes pueden estar atendiendo lo que están escuchando o leyendo y de repente pueden distraerse, obviar lo que se les ofrece y apartarse con su mente a pensar o evocar otro asunto. Esa divagación pueden aprovecharla para construir una interpretación de la realidad con un poco de inteligencia y de capacidad creadora.
Reflexionar sobre la conciencia entraña el pensamiento y el lenguaje de la conciencia. Cuando pensamos, pensamos en palabras, que traducen los conceptos y las imágenes que nos forjamos de las cosas. Las dos formas del lenguaje de la conciencia son el concepto y la imagen. El lenguaje de la conciencia se refleja en conceptos; el lenguaje de la sensibilidad se expresa en imágenes. La imagen es, pues, el lenguaje de la sensibilidad, y el lenguaje de la conciencia es el concepto. Por eso cuando pensamos, pensamos en conceptos o pensamos en imágenes, aspecto clave para entender la naturaleza de la creación literaria.
Podemos formalizar la imagen mediante los datos sensoriales de las cosas, que captan nuestros sentidos a través de las sensaciones visuales, olfativas, auditivas, gustativas y táctiles o, lo que es lo mismo, con los sentidos físicos de nuestra sensibilidad. La imagen es una expresión sensible; por eso los poetas tienen que imprimirle sensorialidad a sus versos porque con la sensorialidad les dan vitalidad y encanto a sus imágenes, una forma de lograr que el lector se sensibilice. Esa es la clave de la creación poética, que postula crear figuras literarias en imágenes sensoriales que dan belleza a la expresión, ya que el pensamiento da hondura al contenido; por eso los poetas cuando piensan, piensan en imágenes, mientras que los pensadores, cuando piensan, piensan en conceptos. El concepto encierra una idea de las cosas, mientras la imagen concita una expresión icónica ya que proyecta la dimensión sensorial de lo viviente.
Esta explicación es oportuna porque el problema de quien trabaja el tema de la conciencia es darle forma sensible a una vivencia reflexiva, distanciada de la realidad material, pues se trata de una vivencia interior, sutil y trascendente. La conciencia es la dimensión esencial de la interioridad ya que es el poder mental que nos permite pensar, expresar lo que pensamos y articular el sentido de fenómenos y cosas, y, como fuente de creación, algunos contemplativos acuden al pozo de su conciencia, que usan como centro, refugio y fuente de creación. En el fuero de su conciencia articulan un mundo de vivencias, que formalizan como cualquier fenómeno de la realidad. Hay autores de poesía, como Ramón Antonio Jiménez, Carmen Comprés o Noé Zayas, que saben darle forma y sentido a cuanto experimentan en el fuero de su conciencia, ya que tienen la capacidad para hacer de sus experiencias interiores una creación en virtud del poder creativo de su inteligencia sutil.
Los poetas metafísicos logran una conexión con su mundo interior y, en virtud de su condición especial para hacer de su conciencia una fuente creativa, plasman en imágenes lo que conciben y experimentan. No se trata de una invención o una especulación imaginaria, porque se fundan en la experiencia de su conciencia. Los poetas tienen una intuición de la realidad que plasman con el lenguaje de la poesía y, en ese estado de conciencia profunda, algunos poetas dicen que un aliento superior les dicta sus poemas. Sostienen que hay una fuerza exterior que les sopla un contenido, como un dictado de las musas. En ese estado interior, en ese momento de vivencia y contemplación, pueden apreciar un contenido, una luz interior que les permite identificar su intuición y poner en palabras lo que experimentan en su conciencia porque no es un soplo que dicta la imagen, como dicen algunos, sino que tienen una especie de revelación donde pueden apercibir el sentido de una imagen.
La energía de la conciencia, la energía interior de la cosa y la energía del Universo se activan cuando entran en contacto. Esa relación de energías hace que se potencie la capacidad creadora. Esto es importante subrayarlo para valorar el poder de la conciencia a la luz de la presencia energética. La creación es el resultado de una energía, y la energía está presente en todo lo que hacemos; por consiguiente, el acto mismo de la creación es energía; la palabra es energía; la fuerza del Universo es energía: nosotros somos energía. Esa es la grandeza de la potencia interior de la conciencia. En nuestra cultura no nos enseñan a ponderar el poder de la conciencia, de tal manera que nuestra mente tiene la capacidad para hacer que las cosas se pongan a nuestro servicio incluso en la enfermedad. Hay dolencias que se curan con el poder de la mente, y hay una percepción de la realidad que se hace más clara cuando se activa la energía de la conciencia.
Cuando nos disponemos a crear, activamos la conciencia y, desde luego, se despliega la energía creadora mediante la energía interior del lenguaje. Normalmente el escritor se dispone a escribir cuando siente una particular apelación, es decir, una llamada que nace de su interior y le impulsa a crear y eso es la energía de la conciencia. Es importante ponderar ese poder de la conciencia cuando intentemos instalarnos en el fuero de nuestra conciencia para reflexionar y darnos cuenta de que desde nuestra atalaya mental tenemos la capacidad para pensar el mundo, para pensar que pensamos y testimoniarlo desde nuestra perspectiva. Si lo hacemos según la pauta literaria podremos articular imágenes y conceptos con el sentido que edifica y la belleza que estimula, generando una emoción estética y una fruición espiritual, lo que suele concitar una actitud de identificación y de transformación, porque la obra genuina atiza el espíritu, estremece la sensibilidad y modifica la voluntad.
Todo cuanto acontece va hacia su destino inexorable, apuntando hacia el centro de la irradiación cósmica, es decir, hacia la eternidad: comienza con un viaje a la interioridad del ser, que es la conciencia, mediante una relación entre ondas y partículas, energía y materia, lo que explica el vínculo entre seres y cosas, y el destino común que nos apela y aguarda. Lo que somos, lo que buscamos, el sentido que afirma nuestra existencia ontológica y la esencia trascendente subyace en lo que anhelamos y hacemos. De ahí que la conciencia finca la certeza de su existencia como fuente de creación para entender el mundo y entender la trascendencia. Son, pues, tres niveles de conciencia desde la conciencia misma: la conciencia que se contempla a sí misma; la conciencia que perfila el sentido de la realidad; y la conciencia superior de la trascendencia.
Hay, por tanto, una conciencia mística. Quien experimenta un arrebato místico entra en sintonía con una fuerza divina, establece una conexión con la Divinidad y todo se magnifica en la presencia de lo divino. En el estado metafísico, la realidad que cobra fuerza es la presencia de una energía universal que alienta la conciencia. En el ámbito de la realidad metafísica coparticipan la realidad estética, la realidad metafísica, la realidad cósmica y la realidad mística. El primer nivel de conciencia es estético, fundado en la sensorialidad de lo viviente, pero una vez que el sujeto profundiza en las cosas, salta al nivel metafísico. En la realidad metafísica el sujeto entra en conexión con la energía que la integra. Cuando la realidad impacta en la conciencia, ya no operan solo los sentidos físicos, sino los sentidos metafísicos, indispensables para acceder a los niveles profundos de la realidad. En el estadio de la conciencia en que el sujeto vive el mundo interior de conciencia, ocurre un fenómeno peculiar, que es la presencia, desde la misma conciencia del sujeto visionario, lo que he llamado el “cordón umbilical espiritual”, que conecta al sujeto contemplativo con la esencia del Cosmos y con la fuente de la Divinidad. En el caso de Jiménez, Comprés y Zayas ya sabemos que su modo de vida se funda en su estancia en su propia conciencia, y ¿cuál ha sido su logro? Que en su estado de conciencia, que viven como su para ellos fuera su realidad, interpretan el fluir de ese mundo interior y lidian con este mundo exterior, pues ellos alternan el fuero de su conciencia con la realidad circundante, aunque esta realidad concreta la asumen como mundos paralelos a los mundos invisibles. En la medida en que la conciencia se va expandiendo, puede establecer relaciones con diversos niveles de la realidad, ya que la conciencia entra en relación con otras realidades, con otros modos de existencia espiritual. La función del artista contemplador es traducir la experiencia de su conciencia, revelar las vivencias que experimentan y seguir profundizando en su vínculo con la totalidad.
Cuando formulé la estética del Interiorismo tuve la intuición de que el planteamiento básico de la Poética Interior se fundamentaba en la concepción de la realidad real, la realidad imaginaria y la realidad trascendente, aspectos sustanciales para proponer una nueva creación desde una nueva vertiente de la realidad. Y desde el inicio privilegié el tema de la conciencia como fuente operativa de reflexión, vivencia y creación. En el concepto de “realidad trascendente” se ubica la dimensión interna de cosas, la vertiente interior de la conciencia y el ámbito sutil de lo sobrenatural. Por tanto, el tema de la conciencia lo podemos asumir como eje y centro de sí misma, como fuente de creación y medio de articulación con lo existente.
Es difícil racionalizar situaciones que operan a nivel profundo de la conciencia. Pero algo atisba nuestra mente cuando se siente apelada por sí misma, desde ese fuero entrañable de la interioridad en virtud de fenómenos que se experimentan en el fluir de la conciencia como una secreta apelación a la que unos seres privilegiados, como poetas, iluminados y místicos, tienen acceso desde la experiencia trascendente de su conciencia.
La experiencia sensorial y la experiencia trascendente son realidades que se entrecruzan y se complementan haciéndose uno, como han intuido poetas y psicoanalistas, al interiorizar su propia conciencia durante el singular estadio en que se fusionan la emoción estética, la fruición espiritual y la experiencia trascendente, que la imagen poética formaliza en la escritura, el cuadro o la partitura musical. Si la cosa contemplada se interioriza en la conciencia, también la conciencia se hace cosa contemplada cuando el contemplador la asume como fuente de reflexión, de vivencia o de creación. Son dos perspectivas diferentes; la realidad sensible, exterior al sujeto; y la conciencia trascendida, entrañable al sujeto. La conciencia como fuente de creación entraña una singular certeza, ya que podemos asumir la conciencia como un fuero donde el sujeto contemplativo se puede colocar en su interior y, desde ese estadio, o como se ha enseñado en el Interiorismo, desde el interior de la cosa y desde la conciencia misma establecer la conexión con el propio ser y el ser de la cosa, para intuir verdades y certezas que van más allá de lo que captamos e interpretamos de las apariencias de las cosas.
Instalados en el fuero de la conciencia, como lo han hecho Ramón Antonio Jiménez, Carmen Comprés, Noé Zayas y otros creadores interioristas, se puede asumir la propia conciencia como fuente de creación, de inspiración y de revelación para entender, desde su fuero interior, la certeza de una vivencia como conciencia trascendente.
En otras ocasiones he hablado de la conciencia creativa y de fenómenos de conciencia. Ahora enfoco el fuero de la conciencia mediante la cual constatamos intuiciones y certezas, como las que tienen los creadores de poesía metafísica y teopoética, así como iluminados y contemplativos. En esa reflexión de la conciencia, el sujeto que se ausculta a sí mismo, piensa su conciencia y se introduce dentro del fenómeno de su vivencia, como observador de su propia conciencia, que es diferente del observador de la realidad. Para el visionario de esos fenómenos interiores su propia conciencia es el fuero, cerco, foco o canal de vivencias entrañables, con las que experimenta singulares fenómenos trascendentes, al tiempo que se da cuenta de que se trata de su propia conciencia, diferente de la realidad circundante, siente que está inmerso en un universo interior, el universo de su conciencia, que asume como fuente de creación. ¿Por qué piensa su conciencia como piensa cualquier realidad? Porque se trata de una dimensión de su psiquismo, que algunos creadores saben manejar para entender el mecanismo de su conciencia y asumirla como refugio para escapar de las agresiones externas o de la realidad del mundo circundante con el que no se acoplan y, en el fuero interior de su conciencia, encuentran su concha protectora y experimentan vivencias y experiencias que les permiten entender la dimensión sutil de sus vivencias, que contrastan con la dimensión mostrenca del mundo circundante, que no suele ser afín a los contemplativos ya que se sienten mejor en la recámara de su conciencia. Esos creadores se sumergen en su mundo interior para entender el mundo que los demás viven; y en ese fuero interior experimentan sutiles experiencias como la certeza de la fe y la certeza de sus experiencias trascendentes, entendiéndose a sí mismos y entendiendo “el mundo” que recrean en su interior a la luz de lo que les dicta su percepción de fenómenos y cosas desde su conciencia de lo trascendente.
Por eso la percepción de la realidad viene tamizada por la conciencia, de tal manera que la realidad no se capta como es, sino fraguada por la conciencia. Y como la realidad es cambiante, también lo es la conciencia, de tal modo que lo que pensamos ahora, si no lo plasmamos como lo percibimos en un determinado momento, puede cambiar esa percepción porque la conciencia no es estática sino dinámica. Pero esa es una faceta para especialistas de la neurología, aunque nosotros, que la enfocamos como fuente creativa, apreciamos la obra con sus peculiares ondas estéticas, psicológicas y espirituales.
Instalación en el interior de la conciencia
El ideario interiorista de la creación sugiere la contemplación de lo viviente mediante la instalación del sujeto contemplativo en la interioridad de las cosas y en el espejo de la conciencia, en las que se conjugan la conciencia interior y la conciencia trascendente. Es importante dirigir la contemplación hacia la interioridad, porque allí reside la esencia de cuanto es. De ahí el rol de la conciencia, clave para la elaboración de nuestras intuiciones.
En el poema “Contemplación”, de La música de la vida, Ramón Antonio Jiménez dice que “el silencio cierra un círculo para que yo pueda escucharme dentro”, con lo cual alude al acto de la conciencia, a la capacidad para auscultarse a sí mismo. El sujeto pensante puede pensar que piensa y pensar su propio pensamiento. Esa posibilidad está a nuestro alcance porque contamos con el poder de la reflexión y la sensibilidad espiritual: “Dentro de ella/ las cosas están hechas de luz/ No hay horizonte en su orbe diminuto/ni prisa en su mirada sin ribera”, expresa Jiménez en un poema de La música de la vida (p. 179) con el que alude a la conciencia espiritual. Pensar en la conciencia ayuda a tomar consciencia de que somos una realidad diferente de otras realidades o entidades. Los fenómenos de conciencia y de autoconciencia, dependiente de la memoria reflexiva, son temas de la creación poética. La poesía metafísica inspirada en la conciencia permite colegir lo que sucede en la mente de su autor. Por eso la creación poética enseña sobre la mente tanto como cualquier tratado psicológico porque los poetas han intuido la conciencia al usarla como fuente creativa.
El planteamiento original del pensador francés Henri Bergson, en su Introducción a la metafísica, enseña que para pensar y crear el sujeto creador ha de instalarse en el interior de la cosa (1), posición que deben asumir filósofos y poetas a la hora de reflexionar o de crear imágenes y conceptos. Al enfocar su percepción de sí mismo y de las cosas desde la fuente de su propia interioridad, certeza que usufructúa como sujeto contemplativo cuando expresa lo que revela la certeza de sus vivencias, testimonia lo que vive o experimenta. Ya decía Evelyn Underhill que lo que el filósofo argumenta y el artista intuye, el místico lo experimenta (2). Usar la conciencia como fuente de creación, de reflexión o de gestación de una verdad existencial, es asumir la conciencia como una fuente creativa.
En el Interiorismo hemos asumido la conciencia como fuente operativa, entendida como fuente de vivencias y medio de creación, no solo para entrar o salir de su fuero entrañable o usándola para colocarse en el interior de cosas y fenómenos, sino para vivir esa certeza, la certeza de la conciencia, como fuente de reflexión, ensimismamiento y creación. La conciencia concita la experiencia de vivir fenómenos interiores en su propio fuero que, para los sujetos con sensibilidad trascendente y creatividad metafísica, es una opción creativa con sus cuitas entrañables. Ese mundo interior es sin duda subjetivo ya que está en la interioridad del sujeto, en su intimidad profunda, aunque para el propio contemplativo es un estado natural como lo puede ser la imaginación para quien la asume como fuente alternativa de la realidad sensorial. Desde luego, en esta consideración hablamos de la conciencia con la certeza de su existencia como fuente vivencial, reflexiva y creativa. En los sujetos con conciencia contemplativa y conciencia trascendente, su conciencia se convierte en la faceta privilegiada de su vida, ya que en ese fuero experimentan intuiciones, inspiraciones y revelaciones.
La intuición atrapa el sentido de fenómenos y cosas. La inspiración despierta las verdades de la propia conciencia. Y la revelación capta mensajes del más allá. Desde esas laderas apreciamos el impacto del mundo visible e invisible que, como el volcán, entraña una erupción interna, fraguando, concitando o develando verdades profundas. El espíritu de lo viviente se hace sutilmente sensible en la conciencia. Y el poeta lo plasma en su creación. Cada cual recibe en su momento un rayo de luz para entenderse a sí mismo y comprender la dimensión trascendente de la existencia y, alguna vez, esa iluminación llega a través de la llama fulgurante del misterio o mediante la gracia súbita de una revelación divina. Cuando recibimos el impacto de una realidad diferente a la ordinaria (mediante una vivencia gozosa, una experiencia dolorosa o una fruición iluminada), se podría experimentar la singular sensación de descubrir una verdad vivencial y metafísica, como le aconteciera a Vicente Aleixandre según manifiesta en estos versos reveladores: “…tu luminosa aurora que en negro/ rompe y, como sol dentro de mí, / me anuncia otra verdad. / Que tú, profunda, ignoras. / Desde tu ser/ mi claridad me llega toda de ti…” (“Cueva de noche”)”.
La búsqueda de la verdad, como de la belleza y la bondad, eran para los antiguos griegos los ideales espirituales de la conciencia humana, por lo cual a esos valores inherentes al humanismo sumaban el sentido de armonía, emoción y fruición. En tal virtud, la dimensión estética, en el ámbito de la realidad metafísica y el fuero de la experiencia metafísica, conduce a la elevación espiritual, lo que indujo a Platón decir que la belleza culmina en Dios. De ahí que la emoción estética genera la fruición del espíritu, la más alta meta de la creación artística y de toda belleza, cauce y destino del sentido estético, el sentido cósmico y el sentido místico.
Encontrar esos sentidos es la labor de la conciencia, con cuya intuición atrapa la verdad de las cosas. Por eso escribió Henri Bergson que la creación implica internarse en el alma de las cosas, desde la conciencia misma: “Experiencia significa conciencia; pero, en el primero, la conciencia se expande hacia afuera, y se exterioriza con relación a ella misma en la exacta medida en que percibe cosas exteriores unas a otras; en el segundo, entra en ella, se recobra y se profundiza. Sondeando así su propia profundidad, ¿penetra más en el interior de la materia, de la vida, de la realidad en general?”. Luego plantea el pensador francés: “La materia y la vida que llenan el mundo están también en nosotros; las fuerzas que obran en todas las cosas las sentimos en nosotros; cualquiera sea la esencia íntima de lo que es y de lo que se hace, nosotros como ello. Descendamos entonces al interior de nosotros mismos: cuanto más profundo sea el punto que toquemos, más fuerte será el impulso que nos volverá a la superficie. La intuición filosófica es ese contacto, la filosofía es ese impulso. Vueltos al exterior por una impulsión venida del fondo, reuniremos la ciencia a medida que nuestro pensamiento se ensanche al esparcirse. Es necesario, pues, que la filosofía pueda vaciarse sobre la ciencia, y una idea de pretendido origen intuitivo que no llegara, dividiéndose y subdividiendo sus divisiones, a abarcar los hechos observados en el exterior y las leyes por las cuales la ciencia los liga entre sí…”. Luego especifica: “Pero filosofar consiste precisamente en situarse, por un esfuerzo de intuición, en el interior de esa realidad concreta…” (3). Situarse en el interior de la cosa es también el principio cardinal de la creación poética.
Henri Bergson enseña que la intuición metafísica se obtiene “por la reflexión del espíritu sobre el espíritu”, y añade: “Porque no se obtiene de la realidad una intuición, es decir, una simpatía espiritual con lo que ella posee de lo más íntimo, si no se ha ganado su confianza por una larga intimidad con sus manifestaciones superficiales” (Ibídem, p. 94).
Si hablamos de los niveles de acceso a la realidad o de los individuos cuya conciencia horada diversos niveles de la realidad, el sujeto contemplativo o la persona que entra en diferentes niveles de conciencia, como han enseñado pensadores y estetas del fenómeno místico de la talla de san Juan de la Cruz, Evelyn Underhill y Nikos Kazantzakis, implica penetrar el hondón de las cosas y de la propia conciencia. Se trata de la capacidad de percepción de los niveles de la realidad, que pueden modificar la conciencia. En efecto, poetas interioristas como Conny Palacios, Gustavo González Villanueva, Helena Ospina Garcés, fray Pablo de Jesús, Juan Miguel Domínguez, Teodoro Rubio, José Nicás, Gonzalo Melgar, José Félix Olalla, Carmen Soler, Ana Luz García, Miladis Hernández Acosta, José Luis Vega, Luce López-Baralt, Virginia Díaz, Pedro José Gris, Ramón Antonio Jiménez, Oscar de León Silverio, Iki Tejada, Sally Rodríguez, José Frank Rosario, José Acosta, Noé Zayas, Carmen Comprés, Carmen Pérez Valerio, Ofelia Berrido, Freddy Bretón, Tulio Cordero, Fausto Leonardo Henríquez, Jaime Tatem Brache, Guillermo Pérez Castillo, Ángel Rivera Juliao, Miguel Solano, Sélvido Candelaria, Eduardo Gautreau de Windt, Jit Manuel Castillo, Lissette Ramírez, Roberto Miguel Escaño, Andrés Ulloa, Juan Santos, Jennet Tineo, Quibian Castillo, Mikenia Vargas y otros, experimentan vivencias en la realidad de su conciencia e, inmersos en esa realidad interior, comulgan con el caudal metafísico o místico de su interioridad y, desde el fuero de su conciencia, entran en conexión con otras realidades. Se trata de una perspectiva para entender la sensibilidad trascendente desde la voz de la conciencia y la poesía metafísica (4).
Ramón Antonio Jiménez, Carmen Comprés y Noé Zayas, tres poetas de alta calidad literaria, hacen de las vivencias de su conciencia lo que en un contexto físico se describe como compartimientos estancos, que aluden a diferentes planos y vertientes de la realidad que se pueden alternar, como se pasa de una habitación a otra en una vivienda. En la interioridad del sujeto contemplativo hay diversos compartimentos y sus protagonistas pueden pasar del ámbito de la memoria al de la imaginación, y del ámbito de la sensibilidad al de la espiritualidad; son diferentes estancos en su mundo interior y, dentro de esa subjetividad, está la conciencia, como están la memoria, la intuición y la imaginación. Autores como Zayas, Comprés y Jiménez alternan su estancia en ese mundo interior, aunque a veces se disparan hacia la imaginación o hacia mundos invisibles, pero regresan, y vuelven y entran, y cuando les toca participar en diferentes circunstancias, saben dejar a un lado el encanto de ese fuero entrañable para compartir su deber en el mundo real de su cotidianidad inexorable. Pero eso cuesta un esfuerzo que a veces hasta físicamente hace daño, porque uno de los primeros puntos que afecta a la persona del poeta que vino al mundo con el don de la conciencia profunda, por hechos de su experiencia suelen decir que “nadie los entiende” porque viven “en otro mundo”, el ámbito sutil de su conciencia.
En ese estado interior, se trata de capturar y expresar la voz que susurra bajo la sombra del misterio en una oleada de efluvios subconscientes que claman, desde el fondo de la sensibilidad y la conciencia, por un aliento mayor, por una llama de luz, una onda de lo Alto, que la palabra poética formaliza en sus imágenes y símbolos. Este pasaje de Dilma Ponce así lo revela en imágenes inspiradas en sus vivencias entrañables: “El misterio es mi vida, mi silencio y mi todo… esta nada que me invade y me llena de voces, cielo y luz, sombra y nada, como si en el espacio en que floto una mano me esperara, un beso, el fuego de unos labios y el latir de un volcán, ese calor me envuelve, un ala se posa en mi espalda y un color irresistible pinta mi piel del color que había soñado…” (5).
Ese mundo interior es una vertiente fundamental para ciertos poetas, no solo para entenderse a sí mismos o nosotros entenderlos a ellos, sino para calibrar su vivencia y dimensionar su obra, concebida y ejecutada como como medio de liberación, ya que hay situaciones en que la creación poética actúa como logoterapia, es decir, como medio de curación por la palabra. A este respecto, conviene tener una diferencia clara de la realidad estética y la realidad metafísica, pues los creadores de poesía suelen convivir en esas dos instancias de su interioridad, y los poetas metafísicos y místicos se manejan en ese mundo sutil en función de sus vivencias.
Ramón Antonio Jiménez, Carmen Comprés y Noé Zayas han confesado que mientras hacen su labor habitual tienen la certeza de estar al mismo tiempo en otra parte haciendo otra cosa. Hay una parte suya, esencial y entrañable, que está del otro lado o en su propia interioridad, mientras la otra parte, tal vez la no esencial, la física y mudable, está de este lado resolviendo asuntos perentorios o viviendo a su modo la vida. Desde luego, la poesía hace su trabajo: la poesía revela lo que el poeta experimenta. Entonces, esos poetas tienen la certeza de su vivencia, convencidos de que su creación los reconcilia con el mundo, con la certidumbre de estar del otro lado de esta realidad, aunque les corresponde estar aquí con su familia y su trabajo asumiendo responsabilidades del mundo de la realidad real, de la persona física que tiene que tener en cuenta la realidad de su existencia. La no correspondencia con esta realidad genera crisis y conflictos porque, cuando están en su mundo entrañable, no quieren regresar al mundo circundante sino vivir en el fuero de su conciencia, pero al aceptarla como una instancia diferente y alternativa, entienden que no debe haber pugna, pues quien está del otro lado le sirve al que está de este lado. Por eso hablo de compartimentos estancos en la realidad interior.
El lenguaje de la conciencia
Para los creadores que saben instalarse en el interior de su conciencia, escribir no es inventar mundos fabulosos ni especulativos, sino testimoniar vivencias que experimentan en el fuero de su conciencia. Los creadores disponen de tres poderosas virtualidades para crear: fuerza interior, experiencia espiritual y sentido metafísico: “Fuerza interior” es la energía interior de la conciencia, con la fe en la propia potencia creadora y en los dones recibidos para vivir una vida interior, profunda y luminosa. “Experiencia espiritual” implica usufructuar, mediante el caudal de vivencias e intuiciones, un singular conocimiento del mundo y una sabiduría metafísica para hacer de la inteligencia y la sensibilidad una fuente de verdades trascendentes con el disfrute de la belleza sutil. “Sentido metafísico” es la dimensión esencial que asumimos como expresión intangible de la otra realidad.
El sentido estético, el sentido cósmico y el sentido místico, niveles de lo viviente, son las vertientes que encauzan el hallazgo de la conciencia con el lenguaje del yo profundo para canalizar nuestras apelaciones interiores y lograr el estadio metafísico de vivir la certeza de la conciencia con la emoción que entusiasma y la fruición que embriaga.
El lenguaje de la intuición o lenguaje de la metafísica, que es el lenguaje de la conciencia, es el medio para captar y transmitir la voz interior del sujeto contemplativo. En imágenes del inconsciente se refleja la profundidad de la conciencia cuando el poeta expresa la certeza de su verdad. La poesía que ausculta el fondo de la conciencia revela los laberintos de la mente y activa ideas, expresiones icónicas y emociones subterráneas mediante imágenes, símbolos y arquetipos que la mente perfila y la palabra manifiesta en su misteriosa forma del lenguaje de la intuición. La poesía de la conciencia es una emanación estética del fuero interior de la mente y del inconsciente que la palabra perfila.
Pensar es un acto de la conciencia, que procesa datos, fenómenos y cosas en busca de su valor y su sentido. La energía de la conciencia opera por influjo de la materia y el espíritu a favor de su cultivo y crecimiento. Al enfocar la experiencia de la conciencia, escribió Henri Bergson: “En ambos casos, experiencia significa conciencia; en el primero, la conciencia se expande hacia afuera, y se exterioriza con relación a ella misma en la exacta medida en que percibe cosas exteriores; en el segundo, entra en ella, se recobra y se profundiza. Sondeando así su propia profundidad, ¿penetra más en el interior de la materia, de la vida, de la realidad en general?”. Y de inmediato formula la siguiente precisión: “La materia y la vida que llenan el mundo están también en nosotros; las fuerzas que obran en todas las cosas las sentimos en nosotros; cualquiera sea la esencia íntima de lo que es y de lo que se hace, nosotros somos ello. Descendamos entonces al interior de nosotros mismos: cuanto más profundo sea el punto que toquemos, más fuerte será el impulso que nos volverá a la superficie. La intuición filosófica es ese contacto, la filosofía es ese impulso. Vueltos al exterior por una impulsión venida del fondo, reuniremos la ciencia a medida que nuestro pensamiento se ensanche al esparcirse” (6).
Un estado especial de la conciencia vinculado a un arrebato o éxtasis, es una especie de vínculo espiritual entre dos almas. Me refiero a esos estadios de soledad, cuando vivimos momentos de intimismo en los cuales podemos sentir dentro, con la capacidad para tener y recrear vivencias. El sujeto puede compartir con su interior y evocar fenómenos y vivencias para hacer una creación. Se puede recrear un estado de ensimismamiento para vivir un momento singular o inducir ese estado de la conciencia con un fin creativo, para escribir, pintar o componer música. Eso es diferente al estado especial de la conciencia que se opera involuntariamente, cuando se trata de un arrebato o de una experiencia mística. Cuando el sujeto entra en esa burbuja, se aísla del mundo. Hay una energía del sujeto y una energía de la cosa… Entonces hay un contagio de energías, la energía personal y la energía extra-personal. Eso es algo similar a lo que acontece con los amantes, que algo sutil y cautivante los envuelve…Así entran en comunión. La energía de la conciencia entra en comunión con la energía de la cosa, y en esa coparticipación de la conciencia fluye la vida interior y se atiza la sensibilidad trascendente.
Los creadores interioristas estamos llamados a conocer y experimentar esa conexión de la mente con la cosa, porque el Interiorismo postula la creación de una literatura que penetre en el fuero de la conciencia y en la esencia de la cosa, para lo cual hay que ponderar el poder de la conciencia y apreciar la manera como la conciencia se conecta con la realidad, mediante la unión de esas dos energías, la energía de la conciencia y la energía de la cosa. Así el sujeto creador experimenta un estado especial diferente de la vida cotidiana. No es igual sentarse a ver televisión o compartir socialmente, que vivir el silencio y auscultarse a sí mismo para ponderar lo que experimenta el interior del yo. Es decir, se puede hablar de la conciencia como fuente de creación, de reflexión y de ensimismamiento. El estado de concentración y contemplación es un momento ideal para la soledad creadora (“soledad sonora”, según san Juan de la Cruz), fundamental para la vivencia y el disfrute del espíritu. A esa plenitud de la conciencia, con la sensación de una singular presencia, concita una dimensión espiritual a modo de una cópula con la energía de lo viviente. Esa experiencia interior puede contribuir al crecimiento de la conciencia.
A veces el lenguaje de la intuición expresa determinadas vivencias, como una veta en el pecho a punto de estallar, como una llama que flota en el vértice de una ola quebrada por el coqueteo de una luz con la sombra, plena de sensaciones y misterio, cuajada de aromas de luna, entre paraíso y espanto, donde el fluir de la mente resulta inapresable mientras afuera llueve o se siente el latido del viento o rutila el parpadeo de un estrella lejana… y en el hondón de la sensibilidad, distante del runrún que distrae, es preferible flotar en el ámbito intangible, impregnado de una onda magnética que envuelve una estela de colores y ternura, y las sensaciones reproducen la danza que genera estrellas derretidas en el pecho y polen de nardos en el alma, con el abrazo de lumbre de una rosa consentida o el susurro de una gaviota embriagada y, al dejar que los sentidos fluyan, el beso de la luz corteja el ocaso inminente tras el éxtasis fraguado bajo la sombra redimida.
Pues bien, para los creadores que viven el fluir de su conciencia, los poemas no son palabras para justificar una expresión ya que los poetas metafísicos escriben para revelar un trance donde viven la verdad de su vivencia, la realidad de su existencia, de tal manera, que lo que creían que era real dejó de ser percibido como tal, y cuando hablamos del momento en que Ramón Antonio Jiménez, Carmen Comprés o Noé Zayas, en sus cotidianas tareas, son apelados por la conciencia, responden al llamado porque sienten que su mejor vivencia es la que experimentan en su interior profundo.
Sabemos que un cuerpo físico no puede hacer dos cosas a la vez, pero en términos de conciencia ocurren sucesos diferentes, pues los poetas, al ejecutar una labor material o conducir su vehículo, sienten que del otro lado hay otra cosa, lo que se evidencia cuando estructuran el poema de su verdad interior.
En otra ocasión dije que los creadores genuinos tienen tres indicadores de su dotación intuitiva y creativa, que son:
- Conciencia trascendente, canal de percepción y valoración para apreciar el sentido de lo viviente, como fuente de intuición, inspiración y revelación.
- Dotación lírica y simbólica o cauce de imágenes y figuraciones, mediante las cuales encauzan pasiones, visiones y obsesiones.
- Intuición metafísica y mística, a través de la cual canalizan la onda misteriosa de la conciencia profunda, desde la seña peculiar de su mundo interior hasta los efluvios de la trascendencia, para dar forma y sentido a cuanto experimentan en el hondón de su interioridad.
Por mediación de la lírica metafísica, la intuición canaliza las vivencias de la conciencia o las emanaciones de la Creación y, en algunos casos, la revelación del Misterio.
La energía que mana de la conciencia, de las palabras y las cosas, con la potencia que brota de la sensibilidad profunda o de la cantera cósmica, se revela y resurge con belleza y sentido. Tenemos un nivel de conciencia de la energía, que no es la de los minerales, ni de los animales y las plantas. El conocimiento del mundo genera certezas, verdades de vida o verdades metafísicas que descubre nuestra intuición. Una verdad metafísica se revela a partir de una vivencia que impacta la conciencia, mientras una certeza de la conciencia es la convicción de un hallazgo intelectual que edifica o ilumina. Por eso hay certezas que son verdades de vida. La verdad de vida es una intuición vivencial, mientras la certeza es una intuición conceptual, dos vertientes diferentes del conocimiento metafísico de lo viviente.
Creación bajo el fuero de la conciencia
Conviene hallar la clave que sintonice la frecuencia del espíritu, desde la materialidad que nos conforma, para ascender a los planos de una conciencia superior y trascendente. A eso aspira el Interiorismo, ideal y meta que entienden y asumen los que han desarrollado su intuición metafísica. En esa ruta irrevocable hacia la luz hay meandros y obstáculos, pero quien ha comenzado ese derrotero, advierte que no hay retorno con éxito. En su creación poética, los poetas prueban diversas cogitaciones, como el ejemplo de José Acosta, que ha experimentado una entrañable comunión con el Ser de lo viviente y lo que expresa, tiene una dimensión edificante y luminosa. Territorios extraños da cuenta de la otra ladera de lo real, que su lírica asume y encauza mediante la reflexión de la conciencia. Su palabra cifra la instancia que da estatuto de entidad al ámbito interior de la conciencia:
Esta ventana está abierta hacia sí misma
anillo entre dos sombras
túnel por donde regresan mis ojos
a mi rincón de sangre.
Esta ventana no está abierta a nada
no hay un chorro de humanidad
hirviendo entre sus párpados
ni un camino rodando en su distancia
ni el olor a presencia de algún pájaro.
Esta ventana no está abierta a todo
no tiene un hombre hundido en su estatura
no tiene una lámpara empujando las tinieblas
no tiene un gato dormido en su misterio
ni una voz trepando los espacios.
Esta ventana está abierta hacia su ventana
hacia su solitaria humanidad
en la pared de un algo.
Esta ventana está abierta hacia sí misma
hacia la inocente realidad de su existencia.
(BRC, La lírica metafísica, S. D., Búho, 2011, p. 416)
En “Viaje al ocre”, Noé Zayas ausculta la propia conciencia al intuir que la configuración orgánica del cerebro tiene la misma organización cuántica del Universo. Navegar en lo seco es, en esencia, una descripción poética de una concepción metafísica y cuántica de la mente humana. Al experimentar escenas y vivencias que orillan el fuero del subconsciente, el poeta acude a la imagen arquetípica que su lírica recrea en términos sensoriales, con las compulsiones interiores de su sensibilidad profunda:
En el viaje a su interior sintió el delirio.
Soñando lo invertido: Delirio del que debió ser y no fue
la infancia real: Refugio del que ha muerto
alguien dejaba desangrar su espada en el polvo ocre
del yermo de los huesos
osamenta que sirve de refugio: ¡Oh el desamparo!
La cosecha ha de sembrarse aún;
los bordes de la casa permanecen, el patio humedecido
¿Y si mi sangre nunca mengua?
Colocar las cayenas sobre la boca de los muertos:
Así parecíamos menos.
Otras eran las ciudades, los linderos, los lloros y los sacrificios
¡Oh cabeza que tengo, que no es mía y soporta mi yelmo!
¡Oh atrio de ruinas donde cambió mi sexo!
El que es polvo descansa en el sueño de su carne
No permanecer, no crear camino hacia lo invertido:
Sea breve la muerte del que danza en el tacto de la hiena,
del que humedece de exquisita bebida su memoria.
(Noé Zayas, Navegar en lo seco, Ángeles de Fierro, 2009, p. 14)
En “Un tigre duerme”, Iki Tejada entra en comunión con su propia conciencia desde la cual se conecta con el alma de lo viviente, al tiempo que da cuenta de una singular conexión con la Energía Espiritual del Numen en una sorprendente creación de alto vuelo lírico, metafísico y simbólico. Al hacer de la palabra “tigre” un retrato simbólico de la conciencia profunda, entraña una crítica a quien no sabe olfatear en su interioridad el sentido de la vida y el mundo:
Rabiosos bosques
y voces de remotos soles
despertaron al tigre.
Pero como el mar
lleva en sus ojos la noche
sin salir de la fuente.
Abierto a la entrega
el poderoso animal es un niño
en su seno materno.
Solo nosotros con espanto buscamos
la salida de un claustro
donde eterna corre una fuente.
(BRC, La lírica metafísica, p. 350).
La escritura poética refleja el talante de la sensibilidad y el perfil de la conciencia. Comparar dos formas existenciales diferentes por sus sensibilidades, por lo que expresan o por la manera como utilizan el lenguaje para canalizar sus conflictos interiores, permite colegir los rasgos individuales, peculiares de cada uno y diferentes del proceder común. Cada cual asume un trayecto para plasmar su propio desarrollo y alcanzar no solo verdades de vida, sino la certeza de la conciencia, como la han logrado Ramón Antonio Jiménez, Carmen Comprés y Noé Zayas. Sin duda que existen en cada sujeto niveles de evolución, según la experiencia que se acumula en la conciencia -por el conocimiento adquirido, por el dolor experimentado, por la fruición disfrutada- por lo cual la conciencia se expande y logra nuevos niveles de desarrollo que van modificando y transformando la propia conciencia. En los citados poetas, hay un desarrollo intelectual, emocional y espiritual.
Escribió Carmen Comprés unos versos de inspiración metafísica con los cuales alude a la conciencia espiritual:
Se alzaron violentas sus alas
hacia el refugio último
Estancia que vislumbro
y que no llega
A mí
que de entre tus cosas
soy tú mismo.
(C. C., Poema y variaciones, S. D., Amigo del Hogar, 2007, 64).
Los iluminados del Oriente creen que el mundo circundante está supeditado al mundo de la conciencia, razón por la cual quien tiene dominio de su energía interior puede controlar el mundo exterior y de esa manera tener una más adecuada percepción y una valoración adecuada de sí mismo. Según esta concepción el significado del mundo depende de la energía interior de la conciencia, que explica la causa de las cosas y percibe el poder de lo viviente. El desarrollo espiritual revela una expansión de la conciencia donde ya no hay lugar al cuestionamiento y la duda, para manejar certezas que afirman la verdad y la convicción de sus vivencias. En Ínsula presentida, Fausto Leonardo Henríquez asume la conciencia como centro de su ensimismamiento reflexivo:
Sangro infancia, avanzo en el estremecimiento.
Mi conciencia abre su mañana.
Me desgarra el origen. Se pudre la noche.
Ay manos que me tejieron, oh ternura
perdida en el Edén.
Sopla en mi nariz tu nombre
para que renazca en el vientre el alba.
En otro pasaje de su obra, en su cavilación, la persona lírica parece entrar y salir de su mundo interior, grávido y sublime, bajo el aletazo del misterio insondable:
Arrojo mi cuerpo
al precipicio absoluto
donde el Ser olisquea mi esencia.
Huele a tierra mi alma,
a horno, a descarnada penumbra.
Existo como barro y ángel.
Taño mi lira,
atrapado por la profundidad
de mi conciencia.
Estuve aquí auscultando el paso
de quien enciende
las llanuras de los lagos.
Me arrojo a la nada
y existo como libélula de luz.
(FLH, Ínsula presentida, S. P. Sula, Ateneo Insular, 2004, 83).
En algunos de sus poemas, Sally Rodríguez aborda el estado del ser desde la reflexión de la conciencia con el lenguaje del yo profundo hasta adentrarse en una metafísica de la sensibilidad en comunión mística con lo viviente. Es su manera estética, metafísica y simbólica de enlazar la propia sensibilidad con la energía cósmica. Creación poética única que integra la pureza lírica, la irradiación simbólica y la reflexión de la conciencia, como se aprecia en “Abierta está la noche en mí”:
He vuelto a mi ventana y a la noche
a enroscarme hacia dentro
Ya no pienso
pero existo sí en pobreza
de labio que ha callado
¿Quién fue golpeado
quién rueda reducido a un llanto?
Abierta está la noche en mí
Yo me cierro y contengo
El oleaje que me devuelve siempre
Oh Señor abriré esta ventana
para que salgan estos pájaros.
(S. R., Animal Sagrado, S.D., Búho, 2013, p. 73)
Carmen Pérez Valerio busca la relación entre el ser y la cosa, el vínculo entre las criaturas y los elementos y, desde luego, el nexo entre lo humano y lo divino. Entiende nuestra poeta que la intuición poética le ayuda a tomar conciencia de la entrañable urdimbre de la realidad y a tomar una posición estética, metafísica y simbólica. Se trata de fomentar una actitud de compenetración entrañable desde la conciencia con la realidad. Prevalida del lenguaje y la memoria, Pérez Valerio se abraza a lo viviente y toda ella es integración y entrega mediante una relación empática, como pauta la estética interior. Cuando nuestra poeta recrea lo que su sensibilidad despierta con su acento, fluye lo que su percepción distingue a la luz de sus antenas interiores, que se enervan en contacto con las cosas haciendo de su creación la expresión de su sensibilidad profunda (8):
Vibro en el fluir de estos pétalos
Surco su forma
y un sinfín de voces hieren
la conciencia tímida del recuerdo
El dolor el silencio
Este caminar por lugares espaciosos
El desencuentro pasos más distancia
La angustia de vivir precipitándose
hacia esa otra verdad
La verdad del olvido y el abandono
del no ser y tener la certeza
de este latir constante
de tantos seres repetidos en la memoria
cabalgando sueños para desembocar
en la hondura de tus ojos inciertos
por donde asciendo sin comprender
porqué se deshojan las mariposas.
(CPV, Rumor cotidiano, SD, Búho, 2003, 49)
Desde nuestra conciencia podemos establecer una relación con la conciencia cósmica, como lo ha hecho Reina Lissette Ramírez, en Sorbos de café. Habiendo usufructuado esa relación entrañable desde su conciencia con el alma de las cosas, testimonia lo que experimenta su interioridad cuando vive esas emociones singulares en su contacto con el mundo. Esa es una faceta de su talento creativo, que se manifiesta con aliento cósmico, intuitivo y erótico en “Esquizofrenia”: “Si mal no recuerdo, esta cabeza que poseo (sí, porque es mía, únicamente mía), tiene muchas navajas o reflejos de luces, parece contener clavos o espinas; pero no sé qué diablos está punzando hasta hacerme sangrar por dentro. Enloquezco con todos estos sonidos modernos del dolor, y me lo digo casi suspirando, ya sin aire, susurrando bien discreto: es un mal registro de las células madre o una falla arquitectónica del corazón…” (9).
Tiene Quibian Castillo la singular cualidad del artista impregnado de la sensorialidad que cautiva los sentidos y la hondura que subyuga la conciencia. La poesía de este creador interiorista, revela que se sumerge en el pozo de su conciencia para asumir la energía espiritual de lo viviente. Receptor de una voz procedente de la cantera infinita, en Estallido de la carne entra al reino de la poesía y se solaza con la veta metafísica y simbólica del creador que atisba el lenguaje del yo profundo mediante el concurso de la lírica metafísica, por lo cual escucha voces y gemidos de la extraña ladera que apela su conciencia:
Voces, gemidos allá fuera,
quizá era el viento soplando fuerte
o las rocas tallando peces
o el fuego borrando imágenes
frente al espejo,
pero mi voz interna era remota.
(QC, Estallido de la carne, SD, Búho, 2014, 11- 12)
La comprensión de la conciencia, que no siempre se corresponde con la comprensión de la realidad, se vincula al arte que cultivamos, al modo de vida que llevamos. Ciertamente hay niveles de la conciencia, como también de la sensibilidad. No siempre el desarrollo de esas dos facultades va parejo. Los poetas que asumen la creación con plena conciencia de su poder intuitivo saben que al escribir el producto de su experiencia, no inventan ni recrean lo que escriben, sino que expresan el testimonio de sus intuiciones y vivencias. Hay escritores con la capacidad para escribir creaciones imaginarias totalmente inventadas, pero cuando un escritor funda su escritura en sus experiencias se nota la autenticidad en su expresión. Para los efectos literarios, valoramos los aspectos estéticos y la dimensión espiritual, conforme pauta el ideal interiorista; por esa razón le pongo atención a ese aspecto porque cada creador tiene la posibilidad, no solo de desarrollarse como escritor, sino de desarrollar su espíritu y elevar su conciencia. En esa dimensión tiene importancia la creación fundada en intuiciones y vivencias. Conny Palacios, Ramón Antonio Jiménez, Carmen Comprés, Noé Zayas y Ofelia Berrido han dado el testimonio de que su obra no es un producto libresco ni imaginario, sino el resultado de una vivencia. Pensando en el desarrollo de la conciencia, aspecto que el Interiorismo privilegia, le ponemos atención a la literatura como forma estética y expresión espiritual, pues asumimos la escritura con sentido trascendente.
El trasfondo creativo de la conciencia
Hay poetas con una simbología interior que alude al inconsciente. Carl J. Jung hablaba de la “intuición introvertida”, la que percibe los procesos internos de la conciencia. Y hay imágenes que reflejan ese mundo interior de la conciencia. Según George Bataille, para la intuición las imágenes del inconsciente tienen la misma categoría que los objetos o las cosas puesto que reflejan la zona oculta de la mente humana y en consecuencia esas imágenes proyectan la faceta que no perciben los sentidos físicos. Convocan bestias, pájaros y fantasmas que simbolizan miedos, traumas y frustraciones, como lo ha hecho Jaime Tatem Brache, que al nombrarlos, los conjura, y, al conjurarlos, libera la mente de sus pesadillas, neurosis y obsesiones. De esa manera la poesía funciona como logoterapia en función de catarsis liberadora. La experiencia impacta la conciencia ya que participa de un proceso de crecimiento y desarrollo. En ese proceso confluyen el pasado y el presente, el plano real y el plano evocado, y un recuerdo de la infancia se torna vívido en la memoria, con una impronta indeleble, y cuando la memoria recrea lo sentido y lo vivido, aflora el caudal de las vivencias como acontece en los poemas de evocación nostálgica.
El lenguaje y la memoria reabren la compuerta del inconsciente con el poder revelador de imágenes, símbolos y mitos. La poesía revela la experiencia subjetivada en la conciencia, y el lenguaje simbólico formaliza esas vivencias entrañables. La memoria juega un rol en la evocación nostálgica en cuya recuperación participan la imaginación, la pasión y el lenguaje. Por eso, cuando no estamos seguros en el mundo exterior, nos refugiamos en el mundo interior, y el fuero de la mente se convierte en el alcázar de la propia seguridad. Eso es lo que hacen poetas, pintores, músicos, contemplativos, y cuantos se sienten atrapados por la garra del miedo. Por eso en Hamlet, William Shakespeare escribe: “Prefiero encerrarme en una cáscara de nuez, a soñar horrores”. El sujeto se convierte en observador de su conciencia, al aislarse del “mundanal ruido” y refugiarse en la “escondida senda” por la que han optado los iluminados y los sabios, como dijera fray Luis de León.
Hay versos, dramas y relatos inspirados en vivencias de la conciencia, como los poemas de Rainer María Rilke, el teatro de Clara Janés y la narrativa de Nikos Kazantzakis, que proyectan fenómenos interiores, al tiempo que orillan temas esenciales del espíritu humano. Es una manera de abordar lo que el contemplativo experimenta en su interior cuando lo subyuga la verdad de la intuición, la llama de la inspiración o el aliento de la revelación. El fuero interior de la conciencia se puede explorar reflexiva o poéticamente. Entraña el procedimiento de concentrarse en la intimidad de sí mismo, pensar la propia conciencia cuando el sujeto entra en comunión con lo viviente y describir lo que acontece en el hondón de la interioridad. Solo la alta poesía logra ese cometido. Es oportuna la reflexión de José Silié Ruiz al respecto: “El tiempo me ha enseñado que se necesita un talento y una sensibilidad muy superiores para desempeñar ese oficio tan complejo de poeta. Es una especie de lucha con el mundo y con las gentes para sondear el drama interior de la conciencia: allí se templa un alma que piensa, en medio de fuegos devorantes y abismos vertiginosos, que suelen derivar en las producciones más excelsas para el espíritu humano, la poesía” (7).
Los autores que han experimentado raptos de conciencia y éxtasis espirituales tienen una espiritualidad ejemplar y obras que debemos estudiar. Por eso los interioristas no solo valoramos la dimensión estética de la obra, sino la veta esencial y trascendente, según lo han ilustrado con sus obras ejemplares autores, como san Juan de la Cruz, fray Luis de León, santa Teresa de Jesús, Rabindranath Tagore, Rainer María Rilke, Paul Valery, Enrique Zinkiewich, Vicente Aleixandre, Jorge Luis Borges, Karol Wojtyla, Clara Janés, Francisco Matos Paoli, José Luis Vega, Luce López-Baralt, entre muchos otros, que enseñan la manera de asumir la realidad y el modo de profundizar en la conciencia.
El trasfondo conceptual y espiritual de la escritura trascendente es fruto del desarrollo de una búsqueda pautada por sus inclinaciones intelectuales, estéticas y espirituales. Dan testimonio de lo que viven en el fuero de su conciencia. Son autores que viven en ese “otro mundo” del fuero de la interioridad y la trascendencia.
Los escritores que asumen la conciencia con el rigor pertinente tienen un gran desafío para entender el sentido del silencio, el susurro de las plantas, la voz de otras esferas, el lenguaje del yo profundo. Se trata de asumir la conciencia, no como una especulación imaginaria, sino como un fuero que el propio contemplador puede aprovechar para su obra. Es cuestión de asumir la conciencia para comprender nuestra naturaleza intuitiva, imaginativa y reflexiva.
El ensimismamiento del ser en su recámara interior, el lenguaje del yo profundo, la huella del inconsciente en la creación, los fenómenos de conciencia y la revelación trascendente mediante la captación de voces y mensajes forman parte de la temática de la conciencia. Los autores con consciencia de su poder interior, instalados en ese plano de la conciencia donde las cosas operan en su esencia, tienen una visión en diferentes tiempos y planos, en una confluencia en que las cosas procuran su integración con la Esencia infinita.
En mi libro La intuición cuántica de la creación formulé unos planteamientos teóricos que contribuyen a entender la realidad y a tomar conciencia de sí mismo, cuando enfocamos la relación existente en todo lo viviente. La intuición capta la verdad sin el proceso de raciocinio, mediante un vínculo especial con la esencia de lo viviente o con la propia conciencia. El poeta que se ausculta a sí mismo puede escribir desde adentro, desde el otro lado o desde ambas perspectivas, ya que todo es lo mismo, todo es un solo tiempo, todo es un solo sentido, todo es una sola esencia. El Universo propicia las condiciones para que en nuestro cerebro se articulen los mecanismos interiores que permiten crear imágenes y símbolos de la experiencia fraguada en la conciencia.
Crear una obra mística y metafísica implica un proceso de gestación que pasa por un estadio ascético y contemplativo. La poesía de Ramón Antonio Jiménez, Carmen Comprés y Noé Zayas ha sido una fuente de inspiración para reflexionar sobre el tema de la conciencia. En la obra de esos interioristas hay una angustia metafísica canalizada en una metafísica de la conciencia, que su lírica expresa. Esa vertiente interiorista, quizás la más profunda y trascendente después de la mística, le da al Interiorismo la permanencia en la historia de las letras dominicanas y la repercusión en las letras hispanoamericanas.
Jiménez, Comprés y Zayas tienen la capacidad de estar dentro de su fuero entrañable y ese es su modo de percibir la realidad, que no la abordan desde afuera sino desde adentro; por eso podemos hablar de un estado de conciencia que fluye desde su interioridad. Por eso, este mundo no lo entienden como lo entienden los que viven en el plano de la realidad sensible, ya que el mundo que manejan es su estado de conciencia.
Desde luego, estoy enfocando conciencia metafísica, la conciencia mental y espiritual, no la conciencia mística. Los psicólogos que tratan el aspecto terapéutico de esos estados de conciencia hablan de “estados expandidos de conciencia”, para no confundir el estado “alterado” de conciencia con el estado “alucinado” de conciencia, ya que la visión expandida es real, no ilusoria, como también es real la experiencia mística.
En el estado metafísico el sujeto se integra a una energía universal mediante conexiones espirituales con la conciencia cósmica. En eso se diferencia de la realidad estética que es un estadio previo que viven los artistas. Hay una vivencia estética que no alcanza el nivel de la experiencia metafísica. En el ámbito de la metafísica podemos apreciar varios niveles: la realidad estética, la realidad metafísica y la realidad mística, que son diferentes niveles para determinados sujetos. La metafísica está en conexión con la energía cósmica y la mística está en conexión con la energía divina. La experiencia mística es transformante, no así la experiencia metafísica o la experiencia cósmica, y mucho menos la experiencia estética. La experiencia metafísica procura el conocimiento de la esencia profunda. La experiencia mística busca la vivencia de la esencia divina. Por eso, mientras el metafísico indaga, el místico disfruta. Desde luego, se puede tener una experiencia mística sin haber pasado por una experiencia estética, una experiencia cósmica o una experiencia metafísica.
Hay determinados factores que tienen que darse para que operen esos niveles en la persona. Hay un proceso de humanización, como el desarrollo de la sensibilidad trascendente, pues si esa compuerta de la sensibilidad espiritual no se despliega, no se logran los altos niveles de la interioridad y la trascendencia. Ciertamente, la conciencia es una vertiente creativa, independiente de otras vertientes de la realidad, de tal manera que este es un planteamiento fundamental en el Interiorismo ya que el aporte esencial de la estética interiorista -ya lo dijimos en el V Congreso del Movimiento Interiorista celebrado en Santo Domingo en 2010- cuando sostuvimos que la consciencia de la propia conciencia era determinante para la comprensión de la realidad profunda. Nuestra manera de conocer la realidad es a través de los sentidos, pero ese conocimiento de la realidad también impacta la conciencia. Cuando la realidad impacta a la conciencia, ya no operan solo los sentidos físicos, sino los sentidos metafísicos, que tienen que despertarse en la persona para poder acceder a esos niveles profundos.
Si enfocamos el fuero de la conciencia puedo entenderme a mí mismo y al mundo que me rodea desde ese estado de reflexión y ensimismamiento. La realidad concreta es como un obstáculo que opaca la percepción de la otra luz. “Qué descansada vida/ la del que huye del mundanal ruido/ y sigue la escondida senda/ por donde han ido/los pocos sabios que en el mundo han sido”. Cuando el contemplativo sale de su refugio interior, la realidad sensible tiene vertientes que lo desconciertan. La “otra realidad”, la luminosa, la esencial, la trascendente, domina su verdad y su ideal. Aquí entra un concepto que hay que desarrollar para entender esto. ¿Saben ustedes cuál es? En ese estadio de la conciencia en que el sujeto vive su mundo, en ese ámbito luminoso y sutil, ocurre un fenómeno peculiar, que se desarrolla desde la misma conciencia del sujeto visionario, ya que cuenta con el dispositivo de la conciencia, el canal del espíritu para conectarse con la esencia del Cosmos y con los efluvios de la Divinidad. En mi libro La belleza y el sentido aparece la clave para entender el vínculo de lo existente con la Esencia de la Creación.
Desde una óptica creativa podemos entender los conceptos científicos y humanísticos para apreciar lo que ocurre en un estado de conciencia y de lo que ocurre en el movimiento de la materia, que entraña la vida. José Luis Vega, Conny Palacios y Juan Miguel Domínguez lograron la compresión de lo viviente a la luz de la conciencia mediante la conexión del sujeto desde el fuero de su conciencia con la realidad de lo viviente. Se trata de vivir un estado de conciencia plena, que obras como Sínsoras, Radiografía del silencio e Íconos del agua viva, ilustran esos fenómenos interiores en su expresión más pura.
Las vivencias que han experimentado Ramón Antonio Jiménez, Carmen Comprés y Noé Zayas en su momento fueron tormentosas y hasta riesgosas en términos de su propia salud, pero el poder de la poesía los salvó. Esos creadores tienen vivencias en este mundo y en el otro también, y saben alternar esos dos mundos paralelos, y cada uno lucha a su modo por estar o salir de uno o de otro lado, con la certeza de que no están locos.
La convicción de conocer y vivir el fuero de la conciencia da un sentido a la existencia y un perfil a la creación. En la medida en que la energía interior de la conciencia se expande, se produce la conexión con la realidad y con otros modos y mundos de existencia espiritual. En esa potencia de la conciencia hay que apreciar, en el plano intelectual, la vinculación de la conciencia con lo teológico, lo místico, lo filosófico, lo lingüístico, lo histórico y lo literario, ya que todo se ensambla. Entonces tenemos que enfocar todas esas vertientes para tener una comprensión abierta y amplia. Comunicar la experiencia de la conciencia, vivir ese estado a plenitud, dar cuenta de lo que experimentan esos creadores en su conciencia acentúa la vinculación con la totalidad.
Cuando se está en silencio, recogido en su recámara interior, se puede vivir momentos de infinito en los cuales sentirse dentro de uno, y en esa burbuja sutil habitar algo especial, ver detalles que tal vez otros no ven, tener intuiciones sobre vivencias metafísicas o místicas. Si se tiene desarrollada la sensibilidad trascendente, en cualquier momento el contemplativo puede compartir consigo mismo y hacer una creación inspirada en sus vivencias. Ese estado de ensimismamiento se puede provocar para vivir un estadio singular o producir ese estado con un propósito creativo. Hay un contagio de energía, la energía personal y la energía de la alteridad. La energía de la conciencia entra en comunión con la energía de las cosas, lo que genera estados especiales de conciencia, pero hay que tener una dimensión espiritual para experimentar esa experiencia.
Estamos llamados a tener consciencia de lo que hacemos, a darnos cuenta de lo que creamos porque en Interiorismo postula la creación de una literatura que penetre en la esencia de las cosas y para lograrlo hay que entender lo que es el poder de la conciencia, y ver de qué manera se conecta con la realidad, uniendo esas dos energías (la energía de la conciencia y la energía de la cosa) para que el sujeto contemplativo experimente un estado especial en el que puede vivir un momento diferente de la vida cotidiana porque no es igual al hecho de sentarte a ver televisión o escuchar música, o conversar con otra persona, que dialogar consigo mismo. La conciencia como fuente de reflexión y de creación genera la sensación de coparticipación con el espíritu porque es una convivencia con una presencia espiritual, una cópula con la propia energía y una fusión con la energía cósmica.
Cuando presenté el poemario Voy hacia mi casa, de Pedro José Gris, dije lo siguiente: “Esta peculiar obra poética de Pedro José Gris entraña un salto de la conciencia y comprende un viaje al interior de sí mismo… Esa es la razón por la cual al internarse en la dimensión profunda de su vivencia o en el fuero de su conciencia, se hace difícil y complicada su intelección. Desde luego, esta obra tiene la particularidad de que simbólicamente comporta una combinación de realidad y ficción, de vivencia y reflexión, de razón y de intuición, por lo que el autor, para conseguirlo, acude a referencias de la vida moderna y la tecnología actual, pues este es un dato peculiar de esta obra, que hace alusión a la realidad virtual, la realidad metafísica y la realidad real, tres realidades que se fusionan y se combinan admirablemente en esta obra poética de Pedro José Gris. Implica, por tanto, un salto a un universo singular que explica un yo metafísico ya que el poder de la creación que entraña el Logos de la conciencia reclama una inserción en el centro mismo de la interioridad de la mente a la luz de las verdades reveladas que de alguna manera concitan su sensibilidad y su conciencia” (10).
Entiendo como conciencia esa dimensión de la mente que almacena, reflexiona, crea, produce imágenes y conceptos, ya que para algunos creadores el fuero de la conciencia es más importante que la realidad circundante.Esos poetas de la conciencia articulan en su interior una correlación con la cosa, piensan en el tiempo, en su angustia, en su vivencia, en su relación con la naturaleza. Su obra es fruto de esa dinámica de la conciencia. Podríamos decir que en este estado de conciencia, en ese nido interior (hay un estado de conciencia que solo existe dentro del trance), se alienta la creación metafísica y mística. Por eso Carmen Comprés habla del “rayo mágico” en el que todo se da sin poder asirlo. Desde el fuero de su conciencia, la poeta expresa: “Y siendo mi propia espectadora en reflexión profunda, alzo mi alabanza. Pero hay otras sendas que sigilosas asoman…Albriciada de luz en la infinita ansia de pisar los umbrales de la noche insondable, veo en sus reconditeces ocultar la Grandeza Divina que todavía me está vedada. Aun así, esto que está dentro y más allá de mí misma, palpita de vida. Lo que en pugna por nacer luz, en alas de plata vadea la superficie del espumoso semblante hasta alcanzar ese aire ligero que arranca de cuajo el velo que cubre los espejos y han de darme el rostro ansiado que aun navega en el silencio”.
Carmen Comprés tiene una voz que le habla y, en ese tenor, es de las pocas que ha penetrado el plano de la conciencia asumiéndola como fuente de creación. Por esa razón siente que nadie la entiende. La gran poesía tiene una parte vedada, una zona de misterio. Los poetas metafísicos atrapan la vertiente inédita de las cosas, la dimensión sutil de la trascendencia y la hondura intangible de su propia conciencia, de tal manera que algunos dan con la clave para atrapar intuiciones profundas o el secreto para orillar otros mundos. Como dijera William Blake, saben “ver un mundo en un grano de arena”, es decir, pueden contemplar el cielo de todos los mundos.
Conny Palacios nos contó que una vez, cruzando un puente, sintió que cruzaba a otro espacio, que de pronto se sintió inmersa en una realidad extraña y dejó de ser ella y sintió que era la flor, el río, los árboles, y de repente le dieron ganas de quitarse la ropa y correr, era que algo le llenaba infinitamente, fue un encuentro cósmico pues sintió que ella era todo y sintió la presencia divina consigo; esa experiencia cambió su perspectiva de vida.
Para quienes asuman la creación como fuente de contacto con la Esencia infinita, la poesía es una religión, y dichosos los que han llegado a ese concepto. Eso implica una entrañable compenetración consigo mismo, pues creadores como Jiménez o Carmen Comprés, viven inmersos en su interioridad, y cuando salen del fuero de su conciencia donde protagonizan singulares experiencias, se codean con emanaciones de la Esencia infinita bajo el ámbito sutil de su experiencia trascendente. Se trata de una verdad que entraña la certeza de la conciencia con la vivencia de la belleza sublime, vivencia que culmina en Dios. Es una manera de armonizar con su mejor yo, de sintonizar las formas secretas en una conexión profunda y permanente con la esencia del Universo. En definitiva, se trata de una conexión con lo profundo, desde la conexión de su conciencia con la conciencia cósmica, semejante a la gota que retorna al mar y se unifica con su origen.
Sorprendidos por lo que les ha sido revelado, los poetas sienten que un comando superior a su autodominio asume el control de sus sentidos y les es dable ver visiones y oír voces. “Oír voces” es un fenómeno de la conciencia que la ciencia no tiene manera de explicar, puesto que supera la capacidad ordinaria de la conciencia humana. Pero aunque la ciencia lo ignore, hay fenómenos de la conciencia experimentados por poetas, místicos y profetas en estado de vigilia en algunos o en estado de sueño en otros, a cuyo través reciben mensajes, casi siempre indescifrables por su procedencia de la cantera infinita.
En “Nosotros”, Mikenia Vargas plantea la búsqueda o la explicación de la conciencia como una dualidad que equilibra nuestro ser. La certeza de esos dos polos que forman la conciencia mental y la conciencia espiritual concilian el equilibrio de nuestra vida como creadores inmersos en dos ámbitos, la realidad física y la realidad metafísica:
En el último quejido
de mi angustia acógeme.
Siembra en mis verdades
la otredad de tu existencia
confusa cierta permanente
Y en el destello de tu dualidad,
cual polo que equilibra y que separa,
divagar por siempre
desde mi propio ser a esta realidad.
(Correo electrónico a BRC, 21-2-15)
En esa línea de creación, centrada en una metafísica de la conciencia, figuran los poetas fundamentales del Interiorismo, desde Ramón Antonio Jiménez hasta Jennet Tineo, cultores de una fecunda y auspiciosa poética de la conciencia. Así, en “Conozco de la noche”, enviado al suscrito por correo electrónico el 18 de enero de 2015, nuestra joven autora reflexiona sobre el enigma de la naturaleza desde la percepción de su conciencia:
Conozco de la noche
el relámpago del fuego consumido
el círculo de tiza donde se para la lluvia
Conozco de la noche los ojos de luna
descubierta, mal herida
y aterrizada en suspensión sobre las nubes
espesa y oscura cueva del espacio
lugar que nos convoca
almas del origen ignorado
mal aventurero de los cielos
hombres y mujeres desaparecidos
rostros solares y de tiempo
conozco de la noche su privilegio
su oscuro don de astro apagado
¿Crece en su útero celeste el miedo o el amor?
Porque es la noche el infinito útero,
el ciclo pasivo donde todo finge su muerte
las creencias descreídas
vibran sutilmente invadiendo la materia
y lo sé, puedo verlo con los ojos interrumpidos
y lo sé, lo sé todo
pero la noche vuelve a despertarme
hacia el sueño.
En imágenes del inconsciente, aflora la profundidad de la conciencia cuando los poetas expresan la certeza de su verdad. La poesía que ausculta el fondo de la conciencia revela los laberintos de la mente y activa vivencias y emociones soterradas mediante el concurso de símbolos y arquetipos que el inconsciente perfila y revela en su misteriosa forma del lenguaje de la conciencia, que es el lenguaje de la intuición metafísica. La poesía de la conciencia es una emanación del yo profundo que la palabra revela.
De ahí la importancia de la vida interior de la conciencia, índice y expresión de una espiritualidad metafísica o mística. Si a la sensibilidad estética se suman la hondura de la conciencia metafísica y la hermosura de la conciencia mística, señales son de una singular dotación que enaltece a quien tiene esa triple condición de la mente esclarecida. Por eso la sensibilidad espiritual, con la sabiduría que aporta la inteligencia sutil y la fruición que fragua la sensibilidad trascendente, inspiran hermosas creaciones que fecundan la llama del Espíritu y la conciencia trascendente. La búsqueda del creador inmerso en la fragua de la conciencia estética, la conciencia cósmica y la conciencia mística es una hermosa vía para encauzar la más alta aspiración humanística de la sabiduría y el amor a la luz de la verdad que edifica y la belleza que cautiva.
© 2015 Bruno Rosario Candelier
Encuentro del Movimiento Interiorista
Santo Cerro, Rep. Dominicana, 28 de febrero de 2015.
Notas:
- Henri Bergson, Introducción a la metafísica, Buenos Aires, Leviatán, 1956, pp. 29 y 132ss.
- Cfr. Evelyn Underhill, La mística: Estudio de la naturaleza y el desarrollo de la conciencia espiritual, Madrid, Trotta, 2006, p. 38.
- Henri Bergson, Ob. cit., p. 69.
- El tema de la conciencia lo hemos tratado en muchos encuentros literarios del Movimiento Interiorista y, en particular, el suscrito lo ha enfocado en varios de sus ensayos críticos, como se puede apreciar en mis libros Logos en la conciencia (Santo Domingo, Academia Dominicana de la Lengua, 2010) y El pensamiento creativo (Santo Domingo, Academia Dominicana de la Lengua, 2011) y en otros ensayos.
- Carta a Bruno Rosario Candelier, fechada en San Pedro Sula el 21 de febrero de 2009.
- Henri Bergson, Ob. cit., pp. 132-133.
- José Silié Ruiz, “¿Y para qué sirve un poeta?”, en Hoy, 18 de enero de 2015, p. 8A.
- Bruno Rosario Candelier, La lírica metafísica, Santo Domingo, Búho, 2011, pp. 353ss.
- Reina Lissette Ramírez, Sorbos de café, San Francisco de Macorís, Papiros, 2013, p. 37.
- Cfr. Bruno Rosario Candelier, prólogo al poemario de Pedro José Gris, Voy hacia mi casa, Santo Domingo, Academia Dominicana de la Lengua, 2010, pp.7ss.