Puntuar un texto con corrección es una de las tareas más difíciles con que se enfrenta todo escritor. Para nadie es un secreto que saber si una palabra está bien escrita es mucho más sencillo que saber si un texto está bien puntuado. Basta para lo primero con buscar la palabra en el diccionario o usar el corrector automático de cualquier programa informático de escritura; para lo segundo, en cambio, no hay ningún programa de computadora que nos ayude a decidir cuándo ni dónde se ha de colocar, por ejemplo, un punto, una coma o un punto y coma. A veces sucede incluso que se pueden utilizar correctamente en un mismo lugar del texto varios signos indistintamente o, simplemente, no usar ninguno, por razones y con resultados cuyos matices escapan a la comprensión de la gran mayoría.
Tal vez debido a esas sutilezas, el hispanohablante promedio considera la puntuación como la menos importante de las diversas disciplinas lingüísticas, cuando menos de las ortográficas. Prueba de ello es que nadie se avergüenza cuando separa incorrectamente con una coma el sujeto del predicado en una oración, contrario a lo que sucede cuando escribe, quizá por un error involuntario, ombre sin h o iva en vez de iba.
Este desprecio de la puntuación se traduce en la práctica en desinterés por el tema y, por consiguiente, en desconocimiento general de sus preceptos y de la importantísima función que cumple en nuestro idioma. En efecto, cabe subrayar que el buen uso de los signos de puntuación facilita la comprensión de cualquier texto, aclara sus ambigüedades, le imprime ritmo y melodía, y sirve ¡hasta para comunicar al lector las emociones del autor!
La puntuación en español no nació con el idioma, sino que se desarrolló lentamente con su escritura a través de los siglos. A manera de ejemplo, para el año 1492, cuando se publica la primera Gramática de la lengua castellana, obra del sevillano Antonio de Nebrija, solo se usaban dos signos de puntuación: el punto y los dos puntos, este último con funciones parecidas a las que hoy desempeñan la coma, el punto y coma y los dos puntos. Al no usarse el punto y aparte, el texto completo de la Gramática se compuso en un solo cuerpo, sin párrafos, dividido solamente en extensos capítulos. Para ilustración de lector, transcribimos a continuación una pequeña muestra del segundo capítulo de la obra.
Capítulo segundo. de la primera invención de las letras y de dónde vinieron primero a nuestra España
Entre todas las cosas que por experiencia los ombres hallaron: o por reuelacion divina nos fueron demostradas para polir e adornar la vida umana: ninguna otra fue tan necessaria: ni que maiores provechos nos acarreasse: que la invención delas letras. Las cuales assi como por un consentimiento e callada conspiración de todas las naciones fueron recebidas: assi la invención de aquellas todos los que escriuieron delas antiguedades dan a los assirios: sacando Gelio: el cual haze inventor de las letras a Mercurio en Egipto: e en aquella mesma tierra Anticlides a Menon quinze años antes que Foroneo reinasse en Argos el cual tiempo concurre conel año ciento e veinte después dela repromission hecha al patriarca Abraham. Entre los que dan la invencion delas letras alos assirios: ai mucha diversidad. Epigenes el autor mas grave de los griegos e con el Critodemo e Beroso hazen inventores delas letras a los babilonios: e segund el tiempo que ellos escriven mucho antes del nacimiento de Abraham. Los nuestros en favor de nuestra religión dan esta onra alos judios. como quiera que la maior antiguedad de letras entre ellos es en la edad de moisen: en el cual tiempo ia las letras florecían en egipto: no por figuras de animales: como de primero: mas por lineas e traços…
Pasajes como este nos hacen sospechar que la lectura en los tiempos de Nebrija era ocupación de unos pocos privilegiados, únicos poseedores de la destreza necesaria para descifrar criptogramas como el transcrito. Tomó unos quinientos años más para que se impusiera el sistema de puntuación sistematizado que nos rige hoy día, empezando en 1513 con Alejo Venegas, quien publicó la primera obra sobre la puntuación en español, en la que propuso el uso de seis signos: el colon (.), paréntesis ( ), vírgula (/), interrogante (?), coma y artículo, los dos últimos representados con dos puntos (:). Más tarde, a comienzos del siglo XVIII, la Real Academia Española, en el proemio ortográfico del Diccionario de Autoridades (1726), amplió la colección a ocho signos: la coma o inciso, el punto, el punto y coma, los dos puntos, el interrogante, la admiración, el paréntesis y la diéresis. En la Ortographia de 1741, la Real Academia agregó las comillas y los puntos suspensivos; y en la de 1754, aparecen por primera vez dos signos distintivos del español: los signos de apertura de interrogación (¿) y de exclamación (¡). Hubo de esperar el siglo XIX para completar el sistema de puntuación moderno con la incorporación de los corchetes como variantes de los paréntesis (1815) y el establecimiento de la distinción entre el guion y la raya (1880).
El español actual reconoce once signos de puntuación: el punto, la coma, el punto y coma, los dos puntos, los paréntesis, los corchetes, la raya, las comillas, los signos de interrogación y exclamación, y los puntos suspensivos. En las próximas entregas de Nuestro idioma analizaremos, uno por uno, cómo se deben emplear estos once signos, comenzando con un nuevo artículo sobre el uso correcto de la coma, asunto al que ya nos hemos referido antes en esta columna.
© 2011 Fabio J. Guzmán Ariza