Regresaba de Santo Domingo a Santiago por la autopista Duarte muy de noche cuando alcancé a ver en la distancia dos letreros que decían “Hombres Trabajando”. Miré a mi alrededor y no vi a nadie, como era de esperar casi al filo de la medianoche. Pronto me encontré con un desvío en la carretera y reduje velocidad. Vislumbro, de repente, un objeto denso y oscuro a pocos metros, que resulta ser un carro de la policía que transita con las luces apagadas. Luego del frenazo y de las maldiciones, logro serenarme y empiezo a reflexionar sobre el estado de mi país donde a diario suceden cosas así. Me pregunto qué podría hacer yo para mejorar la situación, y luego de larguísimas divagaciones, ya llegando a casa, concluyo –por enésima vez– que como no tengo ni el temperamento ni el talento ni la vocación para la vida pública, debo seguir concentrado en las pequeñas cosas, en cultivar, como Cándido, mi jardincito. Así, en vez de criticar la desorganización e irresponsabilidad seculares de nuestras instituciones –algo que muchos han hecho sin consecuencias de consideración–, dedico esta columna a denunciar un gerundio mal usado y atroz.