LA OBRA DE FRANCISCO MATOS PAOLI LA EXPERIENCIA EXTÁTICA DEL LÍRICO BORICUA

Después de la sutil locura
se agranda mi Dios
en los lirios…

(Francisco Matos Paoli)

Poseído por una intensa vocación poética, un hondo aliento místico y un profundo ideal patriótico, el poeta puertorriqueño Francisco Matos Paoli (Lares, 1915; Río Piedras, 2000), cultivó la lírica mística en las letras americanas con el arrebato de un moderno profeta de la palabra y el entusiasmo de un genuino creador de formas primorosas y trascendentes. Autor de más de cien libros de poesía, es una de las voces poéticas más importantes de la lengua española en América. Su libro Canto de la Locura configuró una valiosa creación poética inspirada en el estado contemplativo  y el éxtasis transformante.
Ya está transido, pobre de rocío,
este enorme quetzal
de la nada.
No bastan los signos hirvientes,
las manos colmadas,
los ríos,
las lenguas atadas.
No bastan los dolorosos caminos.
(El ciego puebla ardores.
Sentimos que se cierran las palomas
y las islas amadas mutilan
los floridos horizontes).
Yo dije un día largo de esperanza;
qué espesor,
qué triste plenitud,
qué azul aridez de vuelos.
¿Y por qué la calandria,
la misma de astros extendidos,
pugna por no morir cuando Dios
la conculca con su asalto?

Entre las obras publicadas por Francisco Matos Paoli sobresale el libro Canto de la Locura (2), uno de los más elocuentes poemarios escritos en lengua española, indiscutible monumento literario que sitúa a su autor entre los grandes creadores de las letras americanas. La grandiosidad de esta obra se funda en la belleza de su lírica y el primor de su mística.

Tuvo el ilustre poeta borinqueño fecundas experiencias contemplativas. Vivía poéticamente el Mundo, como los antiguos griegos y vivía místicamente la vida, como los contemplativos que en el mundo han sido. Francisco Matos Paoli supo vivir en armonía con el ideal de su vocación poética, la fragua de su inclinación política y la llama de su sensibilidad trascendente. Al tener una visión mística el Mundo, lo sentía como emanación de lo divino, en cuya virtud asumía amorosamente su creación. Desde sus visiones alucinadas y extáticas, la realidad de lo viviente aportó a Matos Paoli la base intelectual, espiritual y estética para interpretar los efluvios trascendentes y las sensaciones de lo real circundante con que articulaba sus vivencias y pasiones, que obedecían a “su desvariado sentir”:

Yo he vivido en mi isla,
Señor,
rodeado de peces furibundos,
con el llamado del coral en la oreja
ya tieso de mirar el mirar
sin poder hallar su última mirada.

La conciencia del más allá, base del sentimiento místico, se despierta en los seres humanos que han desarrollado su sensibilidad trascendente mediante el sentido del misterio que produce el esplendor de la Naturaleza cuyo encanto deslumbra y arrebata. Francisco Matos Paoli vivió la doble experiencia de la conciencia alterada: la experiencia de la locura y la experiencia del éxtasis místico cuyos procesos interiores narra poéticamente en Canto de la Locura. A esos singulares estados de la conciencia alterada alude el poeta cuando describe el “espesor de niebla que amaga en la montaña / ese pasmo redondo de lo lleno”.

Es una manera poética de cantar el estado de vida fundada en la visión espiritual de lo viviente. Matos Paoli vivía en estado de poesía con frecuentes arrebatos místicos, es decir, estaba instalado en el fuero singular de la vivencia estética y la vivencia contemplativa con la gozosa fruición de la belleza bajo el aletazo del misterio. Al mismo tiempo, el poeta puertorriqueño vivía en estado de la gracia seráfica que distinguió su numen lírico y que le permitió experimentar la dimensión sagrada de lo viviente con la llama sutil de lo divino.

Francisco Matos Paoli era, en efecto, un genuino poeta místico. El Mundo se le ofrece al poeta con el encanto originario de sus manifestaciones sensibles y al místico con la fascinación cautivante de su esplendor radiante, que en su condición de creador de belleza transforma en caudal de imágenes y símbolos para la transmisión de significados profundos. Cuando el sujeto internaliza en su conciencia sus valores más hondos y lleva a la expresión estética su contenido místico se produce la eclosión de la belleza sublime. Entonces se produce, como le acontece al lírico boricua, la percepción del Mundo como la “huella” de Dios en la tierra: “Huella que destila voz. / La semilla que se yergue contra el olvido / en la llama”.

Nuestro poeta tuvo cabal conciencia de su vocación literaria y su sensibilidad mística, con una rotunda convicción de su misión creadora y, sobre todo, con la certeza absoluta del vínculo espiritual que lo embriagaba de intensa fruición. En pleno encierro durante su enclaustramiento en la cárcel escribió con clara conciencia de lo que entonces vivía:

Tengo un fluido impostergable
que ignora
los barrotes tan armados,
hermano al fin de estrella veloz.
Y sobre todo tengo
una doble cruz
de fuego blanquecino.
Una cruz llovida en el espacio:
un pasmo,
un ser,
una gladiola, 

algo que me desprende del suelo.

En efecto, el poeta describe la experiencia de una levitación, singular ‘elevación’ que experimenta bajo el rapto extático de su vivencia mística. El hecho de sentirse embriagado del aliento celeste conlleva un estadio contemplativo con fuerte dosis mística, experimentada mediante el ámbito interior de la realidad estética y el ámbito sutil de la vivencia teopática.

Sin embargo, a pesar de esas vivencias trascendentes, la vida de Matos Paoli no fue ideal ni placentera en virtud de los contratiempos derivados de su compromiso político. En su lucha por la independencia de su patria, tarea en la que se enroló al lado de Pedro Albizu Campos, conoció la tortura y la cárcel y fue víctima de maltratos y humillaciones pero, como buen cristiano, supo ofrecer su dolor como sacrificio en expiación del Mundo. En un acto de oblación y renuncia, mediante un desapego altruista y ascético, se autodefine “pobre de espíritu”, actitud mística que le permitió asumir el ideario franciscano y desentenderse de todo, menos de la poesía, con el “desvariado sentir” que lo imanta a la dalia y a la nada misma como signo de su doble vocación contemplativa y poética.

La suya fue una biografía espiritual en un estadio especial de la conciencia a través de la cual refleja la atadura que lo amarra a la tierra y el vínculo que lo engarza al cielo, que es la condición excelsa del poeta místico que puede renunciar a bienes y pasiones para consagrarse a la poesía cuya creación concibe como su mejor tributo a la Divinidad.

Sabemos que el poeta caribeño experimentó la experiencia de la locura y la experiencia mística, fenómenos de conciencia que fortalecieron su ideal patriótico, su vocación poética y su apelación espiritual bajo el aliento de la llamarada divina que atravesaba su lírica, escrita antes y después de ese estado alterado de conciencia. Experimentó la unión transformante antes, durante y después de su experiencia patológica. La estancia en la cárcel bajo el rigor de la tortura, que le acarreó al poeta el temporal estado de locura, así como la experiencia mística bajo el don de la gracia divina, que compensó el sufrimiento de tantas vejaciones, se reflejan en la lírica de este agraciado creador borinqueño que supo conciliar el encanto de la creación poética y la magia de la imantación sutil.

Desde el comienzo de su grandioso poemario sentimos la garra del éxtasis, con la fuerza teopática de la imantación trascendente y el encanto de la vibración lírica:

Ya está transido,
pobre de rocío,
este enorme quetzal
de la nada.

Apreciamos el impacto del rayo fulminante de la experiencia mística. La criatura se siente dominada por el rapto de los sentidos y sacudida por la onda sutil del encantamiento místico: «Yo dije un día largo de esperanzas: / qué espesor, qué triste plenitud, / qué azul aridez de vuelos».

En su formalización poética, el emisor de estos encendidos versos menciona la calandria que, con su vuelo cautivante y su canto luminoso, exalta la libertad de movimientos, que para los teólogos de la liberación simboliza la esperanza de los pueblos oprimidos: «¿Y por qué la calandria / la mimosa de astros extendidos / pugna por no morir / cuando Dios la conculca con su asalto?», se pregunta la persona lírica.

En su invocación lírica el autor de estos versos evoca el mar y sus ebrias guedejas temblorosas, «espumas que militan/ en contra del abismo», para insinuar la lucha del ser contra la destrucción, el vacío y la nada. Al poeta lo dominaba el delirio, el abismo tal vez, pero nunca la sensación de soledad o el sentimiento de derrota. La creación poética era su respuesta a las apelaciones de la vida, su canal de transmisión del éxtasis, contraparte de la nada que asumía como la sombra del ser, pulsión que nuestro poeta siente como “enorme quetzal de la nada” y que traduce en su canto de tributo a lo Eterno como antídoto contra la soledad o el vacío.

Mediante un apropiado desplazamiento calificativo («la morena noche alucinada») sabemos que este eminente poeta antillano desplegaba su empatía cósmica hacia el ámbito subyugante de la noche, alumbradora del misterio y de valiosas creaciones, como lo han demostrado los grandes poetas metafísicos:

Ese espesor de niebla
que amarga en la montaña,
ese pasmo redondo de lo lleno
que sabe de traición
en la morena noche alucinada.

El sujeto lírico invita a contemplar el Mundo y a identificarse con sus criaturas y elementos. El poeta accede gustoso a vivir ese banquete espiritual del alma. Es un reclamo profundo que siente el espíritu imantado por las fuerzas preternaturales. Es una apelación del ser para concitar el abrazo íntimo y rotundo. Es una intuición del sentido profundo en cuya dimensión cósmica el poeta capta el latido susurrante de la Totalidad, cuyo aliento hace posible la idea de Dios, mediante la percepción originaria de las cosas y la valoración de criaturas y elementos. Siente el poeta, en efecto, que la realidad circundante lo apremia y la vibración sensorial lo desconcierta: «Este escenario móvil de corales, / esa muriente pesantez de algas», a cuyo través escucha el «último rumor», más allá del límite posible de la nada.

Su vida no fue una reproducción mimética de cuanto apreciaban sus sentidos, sino una recreación de la dimensión intangible de la realidad estética y la realidad metafísica a partir de sus vivencias entrañables. Así lo expresa el poeta cuando escribe:

Para mí la vida degüella
sus espejos trasnochados
y no hay rumor
posible en los eneros
cuando la alondra imanta
su propia sombra azul
que no es azul.

Nuestro poeta tiene la concepción de la gracia lírica como una consecuencia de gracia divina, junto a la concepción de la inefabilidad poética de la mística que el creador resuelve mediante el concurso del lenguaje simbólico:

Después de la sutil locura
se agranda mi Dios
en los lirios…

Esa percepción espiritual, de trasfondo panteísta, remata con el rapto de singular lucidez: «La ignición del sueño/ comienza a crecer. / El límite deja, / como la serpiente, / su radiosa piel». Entonces el poeta parece adentrarse en el misterio del ser y el ámbito, misterioso y enigmático, del más allá, que su enunciación lírica le hace partícipe del poder creador del Verbo iluminado. «Nimbado de belleza», escribe Matos Paoli emocionado, cautivado por las formas sensoriales y los efluvios cósmicos. Decía Platón que los poetas podían acceder, mediante la inspiración de las Musas, al torrente de revelaciones procedentes de la cantera del infinito.

Dios revela el misterio a través de señales singulares que algunas de sus criaturas predilectas, como los poetas místicos, captan e interpretan en imágenes y símbolos. Nuestro poeta se sabe “el otro rodeado de centellas”, una manera críptica y simbólica de aludir al misterio de lo Eterno.

Dije también que Matos Paoli vivía en comunión con la realidad sensorial de lo viviente y la realidad social y política del pueblo puertorriqueño. La corriente de la vida llevaba a nuestro poeta a tener una intimidad con la propia realidad, mediante el sentimiento de empatía solidaria y cósmica para establecer una comunicación de cordial comprensión del mundo circundante:

Ya estoy reconciliado con el polvo
con la saliva fría de aquel loco
que obedecía a Cristo
en el empuje cruel
de la distancia.

Con la doble gracia lírica y mística que sabe recibida de Dios, con la visión metafísica para testimoniar su percepción espiritual del Mundo y con el alcance oracular para profetizar el devenir de sucesos, el poeta boricua siente que su misión supera los accidentes históricos, políticos y culturales, a pesar de la apelación por las ocurrencias pasajeras de la realidad social. Por eso se sitúa desde arriba y, desde su visión extática, quiere ser como una hoja o levitar como el viento y tener la simplicidad del hermano León que acompañó al Poverello de Asís en su tránsito terrestre. Por eso fervientemente anhela…

…vivir
sin tener que ser profeta
estar abierto en el agua
como la flor de loto,
perder la huella de la noche,
no sostener más la perla del abismo
huir hacia el cafeto florecido
que en simplicidad alaba.

Escritor con sólida formación intelectual y creador consciente de la exigencia poética, Francisco Matos Paoli sabe que el don de la poesía tiene también su propio reclamo, que le llama a ejercer su ministerio literario. Desde joven se consagró al ejercicio de la creación poética. Nacido en Lares el 9 de marzo de 1915, su formación inicial la recibe en esa comunidad isleña y a los 16 años publica el primer poemario que escribe inspirado en la muerte de su madre, Signario de lágrimas. El poeta habría de quedar, como en efecto quedó, signado por el impacto de la muerte, tema que desarrollaría en su caudalosa obra poética con fecunda impronta dramática, mediante el desgarramiento interior que experimentan los grandes elegidos a través de la huella del dolor articulado al contenido de la expresión lírica.

Ya dijimos que Matos Paoli vivió la experiencia de la locura y de la prisión, desgarradores episodios que el talento del poeta convirtió en manantial purificante de su aliento creador, una singular forma de acrisolar sus convicciones sociales, éticas, estéticas, ideológicas y espirituales. El poeta no consiguió la independencia política que procuraba, pero alcanzó la liberación interior bajo el arrebato de la experiencia extática. Al respecto escribió su esposa, la ensayista Isabel Freire de Matos: «Aunque siempre se mantiene fiel a su orbe de trascendencia espiritual, de atmósfera mística, se ha visto precisado a afrontar la realidad en todas sus determinaciones. Con la experiencia de la cárcel y la locura, el poeta adquirió el poder de penetración para descubrirnos al mundo con su inmanencia y trascendencia. En el proceso de autodescubrimiento del yo, también entra el acercamiento al prójimo. Visualiza la experiencia de la locura desde un punto de vista positivo, de profunda fe cristiana» (3).

El poeta se sentía vinculado con su mundo circundante, a pesar de contratiempos y adversidades y, consecuente con su estado alucinado o a causa de su experiencia alucinante, desde ese estado singular de la conciencia pudo articular al mundo imaginario de su realidad estética las contrariedades y angustias, al tiempo que asumía y recreaba temas y motivos de la historia y la cultura de su pueblo con la virtualidad operativa del lenguaje culto, el encanto soterrado del folklore y la huella humanística de la literatura universal.

Engarzado a la sociedad, la historia y el terruño de su pueblo amado, Matos Paoli aporta una visión mística a la lírica puertorriqueña. Mediante su afirmación de lo nacional, ahonda en la dimensión espiritual de lo viviente en procura de una valoración exegética de la historia.

Conocedor de la fecunda tradición clásica del Siglo de Oro español (especialmente santa Teresa de Jesús, fray Luis de León y san Juan de la Cruz), la Generación del 98 (Miguel de Unamuno, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez) y la Generación del 27 (Vicente Aleixandre, Federico García Lorca y Pedro Salinas), asume el legado de los grandes líricos contemporáneos, como Paul Valery y Rainer María Rilke, entre los europeos y Alfonsina Storni y Pablo Neruda entre los americanos.

Abrazado a la teología católica bajo la onda del Misticismo cristiano, Matos Paoli cree en el influjo de la Providencia que hace posible la vinculación fraterna en la historia del hombre. El propio poeta revela su doble propósito: «(…) a medida que mi verbo poético se fue ampliando a lo largo de una corriente infinita de expresión y comunicación humana con el pueblo cristiano, logré el propósito de la unificación entre la metafísica y la realidad histórica en la que estoy situado. Esta simbiosis de raíz y ala se demuestra ya palpablemente en mi mejor obra, Canto de la Locura (…) en que la inmanencia se vuelve trascendencia y viceversa, la trascendencia se transfigura en inmanencia» (4).

De esa manera, iluminado por fulgurantes revelaciones, prevalido de la gracia poética y animado del fervor religioso, Francisco Matos Paoli acude a vocablos que tienen indudable trasfondo simbólico y místico que él asume, recrea y proyecta en su creación poética: lirio, mar, rocío; coral, alondra, estrella; sombra, noche, nada, términos con una singular connotación espiritual y simbólica en la lírica del puertorriqueño.  El poeta está consciente de que ha recibido, con el atributo de la palabra, el triple don del amor, la poesía y la mística:

Tengo un secreto vivo de ternura,
un pan sagrado y lento
que no es para la boca…
Una canción remota
que por primera vez es mía.

Entonces la persona lírica se siente impregnada de la llama lírica del decir poético y la emoción arrobadora de la sensibilidad mística:

Enhiesto estoy
en el rocío casi perlado
del misterio
con un vino en los labios
para el huésped que arriba
en medio de la noche temblorosa (5).

Cada palabra, cada verso, cada estrofa del Canto de la Locura tallan una metáfora, un símbolo resplandeciente de la experiencia extática y de los fluidos sobrenaturales que su voz universal atrapa y que, en virtud de su talento literario, supo transmutar en cascadas de imágenes que articulan sus emociones haciéndose partícipe de la gracia lírica y el fulgor celeste, mediante la voz que destila, con el eco sutil de lo sagrado, el sutil arpegio de la noche luminosa. El poeta escribe transfigurado por la experiencia mística cuyo fulgor transmuta mediante versos henchidos del esplendor sublime y la palabra sustanciada en la virtualidad vaporosa de lo inefable.

Podemos entonces sintetizar los rasgos que cohesionan la lírica mística de Canto de la Locura en los siguientes términos:

1. Recreación del estado irracional de la locura como situación que libera a la criatura humana de vicios, mezquindades y ataduras, lo que facilita, en la visión lírica y simbólica del Canto de la Locura, la fruición alada que hace sentir y compartir la gracia que fecunda y arrebata:

Ahora quedo perdido,
sin la gran levedad del espacio,
ahuyentando los coquíes que son
tan sólo una violenta anochecida
de majestad saldada.
Que no me busquen en las frágiles hojas
esas diminutas tinieblas que de los árboles
no saben de unidad
ni de caída cruenta en el polvo sagrado.
Que no me busquen en el penúltimo verdor
de las horas.
Ya para mí la vida
degüella sus espejos trasnochados
y no hay rumor posible en los eneros
cuando la alondra imanta
su propia sombra azul
que no es azul.

2. Evocación del estado extático de la vivencia contemplativa, experimentada en el estado natural o bajo la alteración de la conciencia cuya vivencia, sentida bajo el condominio de una fuerza superior que comanda los sentidos, concita la creación poética:

Yo, aunque demente,
no me cojo miedo
en la insolidaria alondra,
me atrapo en el diáfano estertor
de la tiniebla,
me fecundo a mí mismo
al saber que soy el otro
rodeado de centellas.
Después de todo,
sé que la inmensidad no existe,
que es una tórtola,
una tórtola sin nido en qué morir.
Lo que existe es la blanca posesión
de Dios en mí,
una fruta en el hueso
que nos pide el Ángel
cuando acabamos de matar
la árida faz de las Dominaciones.

3. Aceptación de la humillación, el vituperio y el escarnio como medios de reconciliación con su interior profundo mediante la renuncia a todo cuanto implique bienestar o posesión para vivir el estado de la kénosis (que es ´rebajamiento´, ´anonadación´) bajo el dolor y el sufrimiento asumido como tributo y gracia:

Ya estoy
reconciliado con el polvo,
con la saliva fría de aquel loco
que obedecía a Cristo
en el empuje cruel de la distancia.
Tenemos que pasar por la burla,
por el goteante, efímero secreto
de los que se alimentan
de la tierra.

4. Exaltación de la gracia mística mediante la cual siente en el espíritu el esplendor de lo viviente asumido como expresión de la huella divina, que el poeta canta en versos henchidos de amor puro y sagrado bajo la iluminación espiritual de lo existente:

Una suave cruz
se despierta en los dedos
y no somos en la cima jadeante
porque más grande es el cielo
cuando Dios
ejercita sus prisiones
delante de la luz enternecida.

5. Valoración del poder creativo de la poesía y la vivencia espiritual, vía creativa y sublimadora para obviar sufrimientos y adversidades y vivir, en ese estado ideal de la realidad estética y la realidad metafísica, lo que concita la sensibilidad al influjo de lo viviente:

Hay algo en el mundo
que no cesa.
Tal vez el diapasón en desvarío,
la rosa que es eterna en el instante,
el peregrino que cesa por amor
hacia el otro que sube
en su fatal domingo de inocencia.

6. Lirismo y hondura fundados en la realidad ideal de la vivencia metafísica, en cuyo estadio el poeta integra la sustancia de la realidad estética con la realidad metafísica, ámbito en el que resuelve sus conflictos interiores. De modo que esas tres dimensiones de su mundo vivencial (realidad real, realidad estética y realidad metafísica) explican la densidad de su lírica y la riqueza de su contenido trascendente:

Yo conocí a Don Ricardo Díaz
(me cortaba las uñas en la cárcel).
También fue la criatura desolada
que funda la familia en el silencio,
más allá del objeto, el dulce objeto
que no resuelve nada
cuando estamos de pie
recibiendo el pan inmortal
de los muertos.

7. Creación de una lírica nutrida en la fuente nutricia de los elementos y la fuente literaria de las corrientes irracionales, como las de los simbolistas europeos (Paul Valery, Rainer María Rilke), mediante la inclusión de delirios, ensueños y fantasías, que articula al lenguaje imaginario con los recursos metafísicos y simbólicos para expresar el ámbito interior de su conciencia:

Yo quisiera vivir
sin tener que ser profeta,
estar abierto en el agua
como la flor de loto,
perder la huella de la noche,
no sostener más la perla del abismo
huir hacia el cafeto florecido
que en simplicidad alaba.
Pero es imposible, Dios mío.

8. Encauzamiento de la lucha interior con la coparticipación de lo social y lo espiritual, que nunca logró resolver ya que alternó su vida con la práctica partidaria (dejó a medias sus estudios de postgrado en Francia para enrolarse en el activismo revolucionario en defensa de la patria) y el cultivo literario con las dos grandes apelaciones de su sensibilidad y su conciencia. De hecho, la llamada a vivir el ámbito interior de la creación poética y la experiencia mística no pudieron acallar la vocación de compromiso por su amada isla de Borinquen, a cuyo destino consagró su talento y su obra:

Acepto hasta la cárcel redomada,
Hasta el manicomio
en que el Diablo semeja un Desnacido
en la madrugada
para crear más puro el Sacrificio.
Acepto el retornar de la ley,
la cotidianidad,
lo común que me erige
como primer bandido de la sombra.

9. Combinación de la experiencia de la locura y el éxtasis místico, estados alterados de conciencia que modificaron su vida y creación, como tema y sustancia de su poesía que funda el Canto de la Locura, en el que profundiza en los estadios irracionales de la alucinación y el misterio, sin obviar su fe, su formación intelectual y su vocación literaria:

Y es que estoy loco,
que vuelvo a mi madre,
la mística,
coronada de pobres
en aquella penumbra sellada,
desplegada,
arrobada, de mi aldea.
No puedo negar lo que es mío:
el diamante es más que la primavera,
el vuelo más que la raíz,
la ascensión más que la encarnación
limitada por una extraña y

cruel belleza.

10. Recreación estética de la inefabilidad de la experiencia mística con cabal conciencia de su condición indecible mediante una explanación lírica, metafísica y simbólica de ese estado alterado de conciencia a la luz de la creación poética y la vivencia espiritual:

Una canción remota
que por primera vez es mía.
Algo que se adelanta como un ara
en el desierto.
Casi sigiloso, empiezo a cantar
como los locos ebrios
que entran en una nueva zona de tersura.
(San Pablo,
tú hablaste de la locura
de la Cruz)
¿Qué ha pasado?
Dios y sólo Dios,
sin que el alma aparezca arrebujada
y de rodillas,
enhiesto estoy en el rocío,
casi perlado del misterio,
con un vino en los labios
para el huésped que arriba
en medio de la noche temblorosa.

El poemario Canto de la Locura transpira una pureza seráfica que el poeta despliega en belleza formal y hondura metafísica, por lo cual esta creación deviene en uno de los testimonios espirituales más lúcidos y elocuentes de nuestro tiempo. Todo el poema es una obra radiante y trascendente, escrita por un hombre que habitaba poéticamente el Mundo y lo vivía místicamente bajo la gracia de la dolencia divina (6).

Francisco Matos Paoli no es solo el más eminente poeta de Puerto Rico, sino una de las cumbres poéticas latinoamericanas y de los grandes poetas de la lengua española. Gloria de las letras puertorriqueñas, como profeta de las letras americanas y poeta místico, este boricua universal revive la lírica impregnada de gracia diciente a través de los fulgores expresivos en su más rotunda consubstanciación espiritual.

Bruno Rosario Candelier
VI Coloquio Internacional de Literatura Hispanoamericana Bogotá, Academia Colombiana de la Lengua, 21 de septiembre de 2010.

Notas:
Entre los primeros libros publicados por Francisco Matos Paoli sobresalen Cardo labriego (1937), Teoría del olvido (1944), Luz de los héroes (1954), El viento y la paloma (1969) y, entre sus últimas publicaciones, después del celebrado Canto de la locura (1962), que le ha merecido reconocimiento internacional, destacamos La semilla encendida (1971), Testigo de la esperanza (1974), Dación y milagro (1976), Sombra verdadera (1980) y La pequeña muerte (1989), dentro de una producción que supera el centenar de obras poéticas.

Francisco Matos Paoli, Canto de la Locura, San Juan, Universidad de Puerto Rico, 1962.
Isabel Freire de Matos, «Itinerario de un poeta», en Canto de la locura, San Juan de Puerto Rico, Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1976, 2da. ed., p.8.

Cfr. Isabel Freire de Matos, «Francisco Matos Paoli: Curriculum vitae», copia mecanografiada cedida al autor de esta obra en San Juan de Puerto Rico, el 31 de julio de 1990, p. 29.

Este y los restantes fragmentos de Canto de la Locura, de Francisco Matos Paoli, proceden de la edición Primeros Libros Poéticos de Francisco Matos Paoli, Río Piedras, Puerto Rico, Qease, 1982, p. 305.

La grandeza lírica de Francisco Matos Paoli fue la motivación por la cual el autor de este estudio decidió visitarlo en su residencia de Río Piedras, Puerto Rico, donde fuimos en compañía de Oscar de León Silverio y Héctor Amarante en peregrinación poética. Entonces lo invitamos a tributarle un reconocimiento, en un coloquio literario en su honor, que fue el primer Encuentro Literario del Movimiento Interiorista y el Ateneo Insular, efectuado en Moca, República Dominicana, el 18 de septiembre de 1990, con el que iniciamos el plan educativo de convivencias literarias con los escritores articulados a nuestro movimiento para implantar una nueva sensibilidad espiritual y estética bajo el ideal interiorista de la creación literaria.

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