Otras quinientas

Me encanta la letra q, una aliada esencial para los aficionados a los crucigramas. Tiene personalidad propia: no puede aparecer de forma aislada. En nuestra ortografía siempre forma parte del dígrafo qu que, seguido de las vocales e, i, representa el fonema /k/. ¿Quién no disfruta de un buen queso, de un dulce quesillo o de un apasionado querer?

Los extranjerismos que tienen en su grafía original una q aislada suelen acarrear problemas de adaptación gráfica. Debemos tener en cuenta que estas palabras, una vez adoptadas, deben sustituir su q etimológica para adaptarse a nuestras normas ortográficas. Así se hizo siempre y así debemos seguir haciéndolo.

Vayamos a los ejemplos, que no son muchos pero, no por eso, debemos descuidar su ortografía.

El anglicismo cuásar (del inglés quasar) designa a un pequeño astro de gran luminosidad. El sustantivo cuórum (del latín quorum) designa al ‘número de individuos necesario para que un cuerpo deliberante tome ciertos acuerdos’; el también latinismo execuátur (del latín exequatur) se refiere al ‘reconocimiento en un país de las sentencias dictadas por tribunales de otro Estado’.

Si nos decantamos por mantener las grafías originales debemos considerar estas palabras como extranjerismos y escribirlas, por tanto, sin tilde y en cursiva o, si esto no es posible, entrecomilladas.

También tenemos ejemplos entre los topónimos. Aunque los menores suelen mantener su grafía originaria, la ortografía académica recomienda que, en el caso de los topónimos mayores, se aplique también esta castellanización: escribamos, pues, Irak y Catar cuando nos refiramos a estos dos países que tantas veces protagonizan las noticias, casi siempre para mal. Pero eso son otras quinientas.

© 2015 María José Rincón González

 

Buena pesca

Cuando una palabra no aparece en un diccionario no significa inevitablemente que no sea correcta o que no exista. Algunas veces sencillamente no la estamos buscando bien o no la estamos buscando en el diccionario correcto.

¿La acepción ‘ensuciar’ del verbo curtir no existe porque no está registrada en el Diccionario de la Real Academia Española? ¿Es incorrecto usar el adjetivo curtido con el sentido de ‘sucio’ porque no lo encontramos en el DRAE?

El diccionario académico registra para curtir la acepción ‘tratar la piel de un animal muerto para su uso’. También el aire y el sol y la vida curten, literal y figuradamente. No aparece ninguna acepción relacionada con la suciedad.

El panorama cambia si las buscamos en el Diccionario del español dominicano; atesoran entre nosotros algunas acepciones adicionales a las del español general, entre las que está también el uso despectivo para referirse a una persona de aspecto pobre y desaseado.

Las compartimos, según leemos en el Diccionario de americanismos de las Academias de la Lengua Española, con Honduras, El Salvador, Nicaragua, Puerto Rico, Colombia y Venezuela.

Existe además el verbo percudir, que significa, según el DRAE, ‘penetrar la suciedad’ y ‘maltratar o ajar la tez o el lustre de las cosas”. De él procede el adjetivo percudido.

¡Ojo pelado! No la confundan con percutir. La economía del lenguaje logra que con una sola letra distinta nos refiramos con este verbo a la acción de ‘golpear algo, generalmente de forma repetida’.

Tres verbos y tres adjetivos que tejen sus redes para ayudarnos a decir lo que queremos decir, siempre que sepamos usarlos apropiadamente. Los diccionarios pueden evitar que quedemos atrapados en la red y ayudar a que la pesca sea fructífera.

© 2015 María José Rincón González

 

Dulce pasión

Alguna vez nos hemos preguntado por qué las cosas se llaman como se llaman. La magia de la lengua convoca las razones más dispares. Piensen en las frutas, tan a la mano y quizás no nos hemos parado a pensar en el porqué de sus denominaciones.

La piña tropical debe su nombre al parecido que los conquistadores, que tantas cosas nuevas para sus ojos tuvieron que nombrar, observaron entre su aspecto y el de la piña europea cuando aún guarda los preciados piñones en su interior.

Solo los dominicanos llamamos «chinola» a la chinola. Seguro que han oído llamarla la fruta de la pasión, a veces con una sonrisa pícara en los labios. No es a esa pasión a la que se refiere el nombre. La mata de chinola produce una hermosa flor que fue considerada por el papa Pablo V la representación de la pasión de Cristo: sus filamentos recuerdan la corona de espinas, los cinco estambres representan las cinco llagas, los tres estilos, los clavos de la cruz y los pétalos, los doce apóstoles.

Nada tan alegórico y poético encontramos en el origen más cotidiano y prosaico de lechosas y mamones. La pulpa blanda y suave del mamón podría ser consumida hasta por los que no tienen dientes, como los bebés que maman. La mata de lechosa produce una savia de consistencia y aspecto similares a los de la leche que da origen a su denominación. Es por eso que debemos escribirla con ese y no con zeta.

Las frutas endulzan nuestro día a día y nos regalan un puñado de curiosidades lingüísticas que recuerda la riqueza de conocimientos que una lengua va atesorando en cada una de sus palabras.

© 2015 María José Rincón González

A nuestro lado

En la lengua encontramos con frecuencia que un mismo elemento funciona en distintas construcciones para lograr expresar distintos contenidos. Con la preposición de sucede algo así. Los diferentes papeles que juega nos confunden a veces, sobre todo en la lengua coloquial.

La usamos para enlazar dos sustantivos entre los que se establece una relación de pertenencia: El libro de la profesora. Para sustituir este complemento de posesión (de la profesora) podemos acudir al posesivo y decir su libro o el libro suyo, como diríamos por el Caribe. Comparen la estructura anterior con esta: Delante de la profesora. En este caso no expresamos posesión sino lugar; no relacionamos dos sustantivos sino un adverbio (delante) y un sustantivo (profesora).

Sin embargo reconozcan que todos hemos dicho alguna vez en la lengua coloquial delante suya. Entono un mea culpa porque en la conversación ligera suelo cometer con frecuencia este error. Olvido, en el calor de la charla, que los posesivos solo pueden modificar a los sustantivos y no a los adverbios.

No crean que se libran hoy del cocorícamo. ¿Y si decimos que alguien está al lado nuestro? ¿Es correcto o no? El truco para distinguirlo es buscar la palabra que funciona como núcleo. Si el núcleo es un sustantivo (en el ejemplo se trata del sustantivo lado), el uso del posesivo es correcto: A nuestro lado. Si el núcleo es un adverbio (*Está cerca mío), el uso del posesivo es incorrecto: *Está en mi cerca.

En la lengua casi todo gira alrededor de la estructura de las palabras. Casi todo gira alrededor suyo.

© 2015 María José Rincón González

 

Gentes de buen hablar

Celebrábamos los sesenta y ocho de un buen amigo. Alrededor de la mesa, a los postres, no sé cómo ni por qué, acabamos por hablar de ortografía. Probablemente unas copas de jerez ayudaron a que, cuando llegamos a la duda sobre la forma correcta de escribir membrecía/membresía, tuviera que aplazar la aclaración ortográfica para un momento más oportuno.

Se usa este sustantivo en América para referirse tanto a la condición de miembro de un colectivo como al conjunto de miembros que lo forman. En español se utiliza el sufijo -cía para construir este tipo de derivados: de abogado, abogacía; de clero, clerecía; de prelado, prelacía; de miembro, membrecía.

El seseo generalizado en el español americano ha extendido la forma membresía, a pesar de que el sufijo -sía se emplea para los derivados de nombres y adjetivos terminados en -s: de burgués, burguesía; de feligrés, feligresía.

Una vez más el uso entre las personas cultas se impone sobre la norma. Si buscan esta palabra en el DRAE encontrarán membresía, no membrecía, a pesar de que en el Diccionario panhispánico de dudas se abogue por el uso de esta última. Una cosa es la recomendación y otra muy distinta el uso de los hablantes.

Como en estas lides ortográficas conviene disponer de sinónimos para momentos de apuro, si ven que no se deciden, opten por membría, aunque solo los sacará del apuro si tienen que referirse a la condición de miembro de una entidad, única acepción de este sustantivo.

Con estas líneas doy por saldada la deuda que contraje en esa sobremesa con gentes de buen yantar y mejor hablar.

© 2015 María José Rincón González

Cómo y para qué

No hace tanto aprendíamos en la escuela a conjugar verbos. Eso lo sabe muy bien una maestra de las buenas como mi amiga Paquita. Este aprendizaje nos permitía saber, a la vista de cualquier forma verbal, en qué tiempo o en qué modo estaba conjugado, si era singular o plural, primera, segunda o tercera persona. Sé que muchos consideran una liberación el abandono de esta práctica porque siempre la entendieron como un ejercicio memorístico carente de sentido.

El problema no radica en el ejercicio de memoria, que nunca viene mal, sino en que dejaron de explicarnos por qué era necesario conocer los verbos. No se hacen una idea de lo difícil que resulta corregir algunos errores gramaticales a quien carece de estos conocimientos. Probemos a hablar del imperativo.

Usamos el imperativo para expresar las órdenes. En el español que se habla en España se produce con frecuencia el error de usar el infinitivo (*Sentaros y escuchar) en lugar del imperativo (Sentaos y escuchad). Si no sabemos distinguir el infinitivo del imperativo, ¿cómo vamos a entender cómo usarlo?

En el Caribe no vamos a tener problemas en este caso porque el vosotros ha perdido su terreno frente al ustedes como pronombre de segunda persona del plural. Sin embargo, no nos escapamos. También para entender nuestra forma de expresión tenemos que acercarnos a la estructura de los verbos, porque en nuestra variedad de español la segunda persona del plural cede su puesto a la tercera del plural (Siéntense y escuchen).

El reto está en que nuestros profesores sepan enseñarnos cómo conjugar y para qué, que es casi tan importante.

© 2015 María José Rincón

 

 

Nunca digas nunca jamás

Los idiomas tienen su propio carácter. Y el nuestro no iba a ser menos. Por influencia de construcciones gramaticales de otras lenguas oímos decir a menudo que una doble negación equivale a una afirmación.

Nada más lejos de la realidad. En nuestra lengua existe una estructura particular para expresar la negación que conjuga el adverbio no con otras palabras que tienen también sentido negativo. Su presencia en la misma frase no les quita ni un ápice de su significado.

Comparen estas dos oraciones: Nunca escribas con faltas ortográficas/ No escribas nunca con faltas ortográficas. Las dos frases expresan una negación; también el segundo ejemplo, aunque contenga dos adverbios de matiz negativo (no y nunca).

¿Dónde está la diferencia? En algo tan sencillo, y tan complejo, como el orden de las palabras en la oración. En la primera el adverbio nunca está antepuesto al verbo; en la segunda su posposición al verbo exige que aparezca el adverbio no antes del verbo.

Ocurre esto también con palabras como nada, jamás o tampoco. Nada de lo que lee le aprovecha/No le aprovecha nada de lo que lee.

En nuestra lengua oral usamos estas estructuras sin plantearnos su corrección. Pero nuestro aprendizaje de otros idiomas nos hace dudar a veces de nuestros conocimientos, no siempre tan firmes, sobre nuestra lengua materna.

La lengua jamás deja de enseñarnos cosas nuevas. No paramos de aprender jamás. Que concurran en la misma frase estas dos negaciones no neutraliza su sentido negativo. Como para muchas cosas en la vida, también para la corrección gramatical hay que aprender a decir que no.

© 2015 María José Rincón

 

 

Una nueva ventana

Volví a ver aquella película de Woody Allen en la que un ama de casa se convierte en millonaria y se propone mejorar su formación cultural. Siente que sus nuevas relaciones sociales (no digo mejores) sacan a la luz la pobreza de su vocabulario.

Ni corta ni perezosa decide aprenderse todas las palabras del diccionario, empezando por la A, por supuesto. Cuando se dirigen a ella con una palabra que desconoce no duda en contestar: «No he llegado a esa letra todavía».

No es este el método idóneo para aprender nuevas palabras. Para esto de la lengua no hay fórmulas mágicas ni inventos de última hora. La lectura sigue siendo el recurso más eficaz, más consistente y, ni que decir tiene, más divertido para aprender nuevas palabras. La lectura nos abre ventanas por las que nos asomamos a horizontes nuevos, lejanos, desconocidos. La lectura nos despeja caminos por los que nos internamos en realidades humanas, temporales o espaciales, muy distintas a las que nos rodean. Las palabras que vamos encontrando a lo largo del recorrido son herramientas que podrán sernos útiles en cualquier recodo del camino, del que estemos recorriendo hoy o de otro que nos atrevamos a emprender.

En el Museo de Pérgamo en Berlín vi una estatua antiquísima en cuyo pie estaban tallados caracteres primitivos de escritura alfabética. Un invento que ha permitido que disfrutemos de nuestra cultura desde las ancestrales tablillas de cera a nuestras modernas tabletas. Vivamos la extraordinaria experiencia de viajar a lomos de la palabra escrita echando en nuestras alforjas pequeñas herramientas que, en el momento menos pensado, pueden abrirnos una nueva puerta, una nueva ventana, un nuevo camino.

© 2015 María José Rincón González

 

 

 

Lo que las diferencia

A petición de un lector dedicamos una “Eñe” anterior a la tilde diacrítica. El adjetivo diacrítico nos ayuda a entender cómo funcionan estos signos ortográficos. Cuando en medicina decimos que un síntoma es diacrítico, reconocemos que ese síntoma nos permite distinguir exactamente una enfermedad de otra. Algo similar sucede cuando le aplicamos este adjetivo a las tildes. Las tildes diacríticas nos avisan sobre el valor distintivo de una palabra monosílaba.

Un caso similar al de la semana pasada es el de aún/aun. Para ayudarnos a distinguirlos podemos utilizar el método de la sustitución por un sinónimo.

Cuando aun equivale a palabras como incluso, hasta, también, estamos ante un término átono que no lleva tilde diacrítica: Aun con esta aclaración sigo teniendo dudas.

Cuando aún puede sustituirse por el adverbio todavía estamos ante una palabra tónica que debe llevar tilde diacrítica: ¿Aún les plantea dudas su ortografía? No se preocupen aún no hemos terminado.

Dos casos particulares en los que nos encontramos errores con frecuencia son los de aun así y aun cuando. Aun así es un conector que nos ayuda a relacionar una parte de un texto con otra; significa ‘a pesar de eso, con todo, sin embargo’. Aun cuando es una locución conjuntiva sinónima de aunque. Ambas nos pueden ser útiles para estructurar nuestros textos escritos y en ambas aun se escribe sin tilde.

Aun cuando la teoría sobre el uso de esta tilde diacrítica es sencilla, siempre es práctico refrescar conocimientos. Esta columna puede colaborar en eso pero, aun así, debemos prestar mucha atención para evitar deslices.

@2015 María José Rincón

 

 

 

Con el pío de los pollitos

Las onomatopeyas son palabras que imitan un sonido que, curiosamente, es representado de distintas formas en diferentes idiomas. Incluso estas palabras especialmente sonoras tienen su ortografía en nuestra lengua.

Las onomatopeyas pueden recrear sonidos producidos por animales. Los cuentos infantiles están plagados de ellas. Son la especialidad de los que les leen cuentos a sus niños. ¡Quién sabe cuántos guau, miau y quiquiriquí pueblan nuestros anocheceres! Si el sonido es continuado nos servimos de la repetición de la palabra (pío, pío, cua, cua), y, en este caso, las separamos con comas, o del alargamiento de las vocales: beeee, muuu.

Los objetos que nos rodean emiten sus propios sonidos, aunque este cambie con los tiempos. Los teléfonos hacen cada día menos ring y los relojes cada vez menos tic tac; aunque, desafortunadamente, los disparos siguen haciendo bang y las bombas bum.

Los seres humanos no nos quedamos en silencio: lloramos (bua), estornudamos (achís), y hablamos sin parar (bla, bla, bla). Cuando nos reímos lo hacemos con gran variedad de matices, que dejo a su interpretación: ja, ja; je, je; ji, ji; jo, jo.

A veces la representación onomatopéyica de un sonido tiene éxito entre los hablantes a lo largo de los tiempos y se fija como un sustantivo, escrito en una sola palabra. Algunos de ellos están incluidos en los diccionarios: El blablabá nos aturde y el tictac del reloj nos recuerda que el tiempo no espera a nadie.

Estarán conmigo en que la letra de la Sonora Ponceña (“con el pío de los pollitos y el zum zum de los mosquitos no se puede descansar”) tiene toda la razón. Pocas cosas hay más molestas que un zum zum rondando nuestras orejas.

© 2015 María José Rincón