Por Bruno Rosario Candelier
“Te respeto YAVÉ con el dolor que clama
la luz que me anonada ante la Nada”
(S. Infante, Correo de Mr. Job).
El hecho de que un hombre asuma la condición de pensador es una circunstancia muy favorable y significativa en el mundo de la cultura, en el desarrollo del pensamiento y en la creatividad. Cuando Segisfredo Infante asume la palabra para tratar de entender el mundo se plantea tres opciones, tres posibilidades como efectivamente existen y están a nuestro alcance. En primer lugar, él concibe la existencia del sujeto, es decir, la persona que piensa, la persona que contempla la realidad de lo viviente, y entonces él trata de testimoniar lo que ese sujeto percibe cuando entra en contacto con el mundo. Acontece que cada uno de nosotros tiene la posibilidad desde su sensibilidad y su conciencia de ponerse en contacto con el mundo, y ese contacto, naturalmente, lo hace desde su yo entrañable. Ese es el sujeto. Él visualiza la primera instancia al ponerle atención cuando quiere explicar el mundo, porque evidentemente el mundo no existe para nuestra conciencia si no hay alguien que lo piense, aunque materialmente existiera. Si nadie piensa el mundo es como si el mundo no existiera y esos son planteamientos que se hace el pensador y por eso la importancia que tiene en su filosofía la instancia del “sujeto”.
El sujeto es el hablante, es la persona, el individuo que se sitúa en la realidad y se establece ante una determinada realidad. Sucede que todos estamos instalados en el mundo, todos compartimos algo del Universo en esa ubicación, en esa instancia, en esa circunstancia que nos ha tocado vivir y esa es la gran tarea de cada persona como individuo y como sujeto: ponerse en contacto con el mundo y dar testimonio de ese contacto. De hecho, lo que hace a los escritores, a los artistas, a los intelectuales, a los creadores es justamente colocarse ante la realidad, sentir que están ante la realidad y testimoniar lo que perciben de esa realidad a partir de su propia percepción del mundo.
El pensador hondureño Segisfredo Infante, en su reflexión filosófica concibe tres instancias para la contemplación teorética: el sujeto que piensa, la realidad que apela al sujeto pensante y el pensamiento del sujeto sobre la realidad. Se trata de una valoración de la intuición y la revelación de lo que conforma la esencia y el sentido de fenómenos y cosas: “El pensamiento resulta ser, como un ente emanado desde un objeto orgánico complejo, en su desarrollo subjetivo posterior, algo excesivamente importante en la evolución del Universo entero. Es como una tercera realidad que involucra, sin prejuicios, en un comienzo, al pensamiento mítico, al poético y al revelado. Tal pensamiento “revelado” originario lo encontramos en la profética de los hebreos, los antiguos pensadores griegos, cargados de poesía enigmática. Sin olvidar a la buena literatura hindú; y al “yin” y el “yan” de los chinos inmemoriales” (1).
La segunda instancia a la que Segisfredo Infante le pone atención es a la misma realidad. Obviamente el pensador, al pensar el mundo, piensa la realidad, se da cuenta de que está ante una realidad constatable. Es la misma realidad a la que nos enfrentamos todos. Cada uno de nosotros está instalado en una determinada realidad y nosotros constantemente estamos en conexión con esa realidad. Una conexión que es sensorial a través de nuestros sentidos materiales; que es intelectual a través de nuestra mente o intelecto; que es afectiva a través de nuestra sensibilidad; que es espiritual a través de esa dotación singular de la conciencia que nos enaltece a todos los seres humanos. Entonces, ante la realidad, que es la que aporta a toda disciplina que existe en el mundo una cuota de su ser, una cuota de su existencia, de su condición física y de su condición metafísica, porque acontece que la realidad no es solo la dimensión material que percibimos con nuestros sentidos corporales. La realidad tiene una dimensión inmaterial, sin duda más importante que la misma dimensión material de lo visible.
El pensador se sitúa ante esa realidad, como también se sitúa el poeta ante esa misma realidad, pero como pensador él trata de desentrañar lo que la realidad le ofrece. Si cada uno de nosotros piensa su propia realidad puede encontrarse con diferentes aspectos y vertientes, con múltiples fenómenos que le van a permitir reflexionar, pensar el mundo, teorizar sobre la realidad.
En su libro Fotoevidencia del sujeto pensante, hay un recuento de todos los planteamientos filosóficos de los principales pensadores que han existido en el mundo, pero el pensador no se conforma solo con hacer una síntesis de lo que han aportado los filósofos, sino que él, al tiempo que sintetiza, también aporta su propia reflexión como pensador, porque es un pensador. Un pensador es una rara criatura que existe en el mundo intelectual de la cultura. Realmente cuesta pensar, de hecho, nuestra cultura no nos prepara para pensar y esa es una deficiencia que tenemos. No nos enseñan a pensar y cuando aparece alguien con esa capacidad reflexiva, como Segisfredo Infante, hay que saludarlo y celebrar la existencia de un pensador que da su punto de vista cuando observa la realidad como lo han hecho todos los pensadores que en el mundo han sido.
Segisfredo Infante, situado ante la realidad de lo viviente, concibe el pensamiento como un milagro de la creación, atizado por la “materia organizada” que se refleja en la conciencia: “Las diversas expresiones del pensamiento más o menos articulado se presentan, frente al Hombre histórico en sí mismo, como si fueran la culminación de un milagro universal, al grado que inclusive los ateos confesos y los materialistas-deterministas se impresionaron al escribir, y describir, en otros tiempos, a la “materia altamente organizada”. No hablamos, aquí, solo del pensamiento racional positivo, ni tampoco del edificante, sino de cualquier pensamiento humano, anexándose el lado negativo, el apasionado, el desbordado y el aparentemente irracional, porque la irracionalidad posee sus niveles ascendentes y descendentes, incluyendo en este sendero el proceso de la metáfora; la fábula o la rigurosa poesía. Los expertos en neurobiología del cerebro, y los apasionados en inteligencia artificial, que aspiran a alcanzar la verdad última en este laberíntico tema, dejarán siempre rincones inexplorados, incontestables; o fisuras tectónicas imperceptibles, e insondables; porque en cierto modo el pensamiento abarcador del hombre es más complejo y aleatorio que los saltitos cuánticos de las partículas subatómicas” (SInfanteFotoevidencia11).
Los primeros grandes pensadores, que en nuestra cultura occidental fueron los pensadores presocráticos, lo que hicieron fue instalarse en la realidad, contemplar la realidad y producto de esa contemplación de la realidad comenzaron a teorizar en torno a las manifestaciones de la misma realidad, a decir lo que percibían de su entorno, de la naturaleza y el ordenamiento de lo viviente, de todas las manifestaciones físicas y metafísicas que el mismo Universo está ofreciendo permanentemente, porque desde el Universo en todas partes del mundo siempre hay señales, irradiaciones, destellos, estelas, voces, imágenes que vienen del Universo y que mediante ondas electromagnéticas tocan nuestra puerta con singulares mensajes trascendentes.
Nosotros somos los sujetos, somos los individuos que tenemos la capacidad para entender esas señales del Universo, para captar esas señales, esas irradiaciones profundas que son irradiaciones electromagnéticas a través de rayos, a través de la luz, a través de ondas misteriosas que permanentemente están circulando por el mundo. Eso no es un capricho, ni un perjuicio, ni una suposición o una ilusión de un pensador o un poeta. Es una realidad como lo ha demostrado la ciencia de la física cuántica, que ha certificado que el Universo es una red tejida con múltiples señales, con variadas sensaciones y emisiones, y nosotros estamos insertos en esa red cósmica, en algún ámbito físico y metafísico del Universo, en algún lugar de esta singular estancia en conexión siempre, desde nuestra sensibilidad profunda, con la esencia de lo viviente desde nuestro espíritu.
Entonces los antiguos pensadores presocráticos comenzaron a pensar el mundo y desde entonces ha habido en todos los tiempos y culturas, en todos los pueblos del mundo, personas que han experimentado esa inquietud intelectual y espiritual. La inquietud de conocer, de saber por qué y para qué estamos en el mundo y cuál es la razón de ser de nuestra estancia en la tierra.
La autoconciencia, que es la reflexión del propio sujeto sobre su conciencia, para Segisfredo Infante es una de las evidencias más impactantes de la condición humana por el hecho, objetico y constatable, de que nos permite pensar la realidad, pensar que pensamos y pensar el pensamiento sobre la realidad, rejuego de la conciencia con su poder de reflexión, intuición y creación. En tal virtud, Infante Tejeda percibe diversas manifestaciones de la realidad: 1. La realidad de las cosas. 2. La realidad del pensamiento. 3. La realidad de las palabras. 4. La realidad metafísica (el ámbito sutil de lo existente). Y finalmente, 5. La realidad mística.
Todas esas son reflexiones que hace el pensador de Honduras en su libro Fotoevidencia del sujeto pensante.
En sus planteamientos reflexivos, se habla de una tercera instancia que tiene mucha importancia para Segisfredo Infante, que es “el pensamiento”. El pensamiento en el que él se introduce como pensador, porque todos los pensadores que se han dedicado a pensar sacan la conclusión de que nosotros tenemos la capacidad para pensar lo que pensamos y de que tenemos la capacidad de testimoniar lo que pensamos mediante nuestra palabra. El pensamiento no es más que el fruto de la reflexión intelectual entorno a la observación de la realidad que el sujeto pensante asume y observa en todos sus detalles: en sus detalles sensoriales y suprasensibles, y como resultado escribe lo que reflexiona sobre la realidad y en torno al sujeto que piensa la realidad.
Hay una adecuación, una relación, una coherencia en esos planteamientos que hace el poeta, que hace el pensador hondureño Segisfredo Infante, que concibe el pensamiento como un milagro de la creación. Somos nosotros los que creamos el pensamiento, somos los hablantes, los sujetos pensantes los que creamos el pensamiento en función de esa dotación intelectual, de esa hermosísima y profundísima dotación que hemos recibido de lo Alto justamente porque somos seres humanos creados por el Padre de la Creación, que es el mundo, y que se manifiesta en la palabra según el concepto originario que concibió Heráclito de Éfeso cuando ideó el término Logos para referirse a la dotación del intelecto que genera la energía interior de la conciencia en cuya virtud podemos pensar, reflexionar, intuir, hablar y crear. Por esa razón Segisfredo dice que el pensamiento es un milagro, porque ¿ustedes saben lo hermoso que es darle forma a una idea que nos surge ante la contemplación de la realidad? A menudo nos surgen ideas e imágenes con sus emociones implicadas cuando observamos una planta, una noche estrellada, una tarde lluviosa, o cuando sentimos una nostalgia, un dolor, una angustia o un momento de felicidad o un momento de infinito, y entonces eso produce en nuestra conciencia un pensamiento, una palabra, un poema. Ante la realidad nosotros generamos dos manifestaciones fundamentales a las que dan cuenta los filósofos y los poetas: los conceptos y las imágenes que nos forjamos de las cosas.
La primera gestación de nuestra conciencia es el pensamiento y ocurre porque tenemos la capacidad para crear conceptos de las cosas, que Segisfredo Infante lo plantea muy bien en su libro. Al observar la realidad nos forjamos en nuestra conciencia un concepto de esa realidad y entonces podemos definir las cosas, podemos valorar las cosas, podemos crear un concepto de cualquier sensación de la realidad y eso nos convierte en seres pensantes automáticamente.
La segunda vertiente muy importante que produce todo observador de la realidad, todo contemplador de lo viviente es lo que en su sensibilidad profunda experimenta en términos de imágenes de sus percepciones entrañables, porque la realidad la podemos explicar como concepto y podemos sentirla como imagen; y son justamente los artistas, los poetas, los narradores, los dramaturgos, los músicos, los pintores los que convierten en imágenes las diversas manifestaciones que perciben de la realidad, dándoles forma artística mediante la imagen creadora. Así nace la poesía y la ficción.
Justamente lo que distingue a un poeta de uno que no es poeta es el hecho de que el poeta cuando piensa, piensa en imágenes, diferente al que no es poeta que, cuando piensa, piensa en conceptos. Ambas vertientes, la de los que piensan en conceptos y de los que piensan en imágenes son al mismo tiempo el resultado de esa capacidad de la inteligencia para intuir el sentido de fenómenos y cosas, y eso es lo que reflexionan los pensadores, esto es lo que ha reflexionado Segisfredo Infante cuando se dispone a pensar el mundo, a hacerlo de una manera tal que le ha permitido dar cuenta de la realidad de sus reflexiones a partir de su percepciones y vivencias, a partir de sus intuiciones y a partir de la valoración que él hace de la misma realidad.
Me gustaría seguir profundizando en esta introducción en torno al pensamiento de Segisfredo Infante porque hay mucha materia para hablar en este aspecto del intelecto. Esa capacidad de reflexión metafísica que tiene este valioso intelectual hondureño, esa capacidad de llevar a la poesía lo que ha observado de la realidad es admirable, porque hay una tremenda coherencia entre lo que él piensa como filósofo y lo que él siente y expresa como poeta. El distinguido pensador de Honduras enfoca la soledad como un factor determinante en la angustia de los hombres y los pueblos: “A pesar de las modernidades, de las posmodernidades y de las tecnologías contemporáneas, positivas en muchos casos, el sujeto individual se percibe a sí mismo, con añoranzas, impotencias y proyectos trascendentes, como si fuera una luciérnaga titilante en medio de la noche oscura de su propio tiempo particular. La soledad, al margen de la sobrepoblación mundial, es abrumadora. Es difícil medir la soledad del hombre rural, y semi-rural, atrapado aquí en la Tierra, ante el paso de las nubes poéticas y semi-caóticas, y ante la sobrecogedora lejanía de las estrellas. Es difícil medir esa soledad provinciana del terrícola sumergido, parejamente, en la soledad paradójica de una población bullanguera, ruidosa, de las grandes urbes. En todo caso, la soledad se encuentra ahí, y allí, con las variaciones bucólicas del campo y las insolidaridades del incógnito sujeto urbano, desconocido por las mayorías con las cuales cohabita, y por las mismas minorías desconocidas, a pesar de la teoría de las alteridades. Esa soledad puede ser altamente productiva como en los casos del matemático Arquímedes; de los teólogos Agustín de Hipona y Moché Maimónides; y del filósofo-metodólogo René Descartes en sus habitaciones. Sin desdeñar u olvidar a los primeros místicos orientales ni mucho menos a los grandes profetas del desierto, localizados en diversos puntos del planeta disperso. O a la otra soledad que puede ser estéril, como en la de aquellos individuos ansiosos por acumular dinero excesivo, prestigio y poder; o en aquellos que vegetan, sin sentido, cada día, sin importar todo lo demás. No hay que olvidar, en este texto y contexto, que el Sujeto pensante, al atardecer de la vida, se encuentra íngrimo y desamparado, en las orillas del mundo y del camino interrogante” (SInfanteFotoevidencia53).
A juicio del pensador catracho, entre los atributos que aprecia del producto de la mente humana, afirma que el pensamiento, con el poder de auto-iluminación, supera la velocidad de la luz: “Un probable fruto personal es que un “suceso” podría, muy remotamente, llegar a viajar a una mayor velocidad que la luz energética; pero nunca podría moverse a mayor velocidad que la otra luz que emana desde la cosa autopensante, “fosforescente”, que se ilumina a sí misma, y a veces desborda por todo el Universo, sin moverse apenas del lugar que físicamente ocupa. Se trata, pues, en nuestro caso, de una libre racionalidad autocontrolada. No de disparates seudocientíficos, o seudometafísicos, propios de algunos individuos que buscan fama momentánea a todo trance. Otro posible fruto personal es que tal vez podría hablarse de libertad “asintótica” de las conexiones y circuitos impredecibles de millones y millones de neuronas cerebrales, por donde fluyen, invisiblemente, las emociones, los gruñidos, los recuerdos, las palabras, la música, los símbolos, los sueños, las pesadillas y las imágenes reorganizadas del pensamiento, con sus luces mentales y sus sombras. Hasta podría añadirse, con cierto atrevimiento, que el pensamiento humano fluye inmaterialmente, invisiblemente, con alguna independencia del cerebro mismo, tal como se mueven o fluyen las partículas inmateriales, con probabilidad de “masa cero”, que interaccionan con la materia” (SInfanteFotoevidencia80).
Segisfredo Infante piensa el mundo, y da a conocer lo que piensa en estudios de reflexión filosófica; pero él tiene también la sensibilidad estética como creador de poesía. Al mismo tiempo que él tiene la capacidad reflexiva para hacer juicios críticos sobre asuntos teoréticos de la realidad que aborda su intelecto, también canaliza lo que su sensibilidad experimenta cuando se pone en contacto con las cosas. En este creador se da una condición muy especial, y es el hecho de que, lo que piensa como pensador quiere llevarlo a la poesía en la singular expresión del poema. Único caso que conozco entre nuestros intelectuales, que escriben un pensamiento filosófico y ese pensamiento filosófico lo llevan a la poesía, pues en él es muy importante el hecho de que el Universo da señales profundas, de que como resultado de la Creación del Mundo, obra divina en la que tenemos la fortuna de ser, como producto de la Divinidad el mundo es la más alta realidad que pone en evidencia la existencia de un creador y la existencia al mismo tiempo de una realidad física, de una realidad material que nos proporciona a nosotros, sujetos especiales en cuya virtud podemos entender y valorar el mundo.
En efecto, el hecho de que nuestro intelecto puede crear imágenes y conceptos de las cosas, calibrar cuanto sucede y crear nuevas realidades verbales, responde a esa energía interior de la conciencia con la capacidad para crear una nueva realidad, que podríamos llamar realidad estética, realidad metafísica o realidad ideal. En el siguiente párrafo se puede apreciar una autodescripción de Segisfredo Infante al valorarse como intelectual: “En lo personal soy Hijo amoroso de la Historia, y del pensamiento antiguo. Mis posibles raíces se hunden en la ciudad mesopotámica de “Ur”, y en los oscuros bosques visigóticos del Norte. Soy heredero del mejor pensamiento medieval, son sus riquezas artísticas. Soy un deudor directo del Renacimiento italiano y de la modernidad cartesiana y hegeliana. Respetador del pensamiento chino y del hindú. Admirador de las sutilezas breves del arte japonés. Pero también declaro haber abrevado en el principio de incertidumbre heisenberiano, y en la levedad del ser de los autores posestructuralistas y posmodernos. He navegado, en fin de cuentas, en las aguas profundas y orilleras del devenir heracliteano de todos los tiempos” (SInfanteFotoevidencia82).
Gracias a la ciencia de la física cuántica, a la reflexión metafísica, a la intuición mística y la inspiración poética, las realidades espirituales o inmateriales no son una especulación de iluminados, contemplativos y poetas, ya que se ha comprobado la existencia de los efluvios de la Creación mediante las irradiaciones metafísicas y las fuerzas sutiles, libres de la materia, que son realidades auténticas cohabitantes de la realidad del Universo en su condición de campos energéticos inmateriales: “…propongo y reafirmo que algunos campos singulares de fuerza sin materia son el territorio más fecundo para la meditación especulativa de la actualidad y de cualquier época histórico-evolutiva del futuro. Es el ámbito en que se entrelazan, o se podrían entrelazar, la metafísica verdadera y la ciencia física, en tanto que aquí podría refugiarse la madre de todas las madres. Aquí cobraría más sentido la vieja y la nueva propuesta acerca del pensamiento inmaterial, invisible, y de otras conjeturas más o menos místicas, desde las más serias hasta las menos serias” (SInfanteFotoevidencia83).
Con razón cree Segisfredo Infante que aunque la conciencia tiene su fuero en el cerebro, es una realidad inmaterial en su forma metafísica, como un soplo que se anida en las neuronas cerebrales en virtud de la dotación espiritual que conforma la esencia de nuestro ser: “Lo primero que uno piensa es que la conciencia es algo inatrapable que tal vez podría localizarse, “fantásticamente”, en algunos puntos neurálgicos del cerebro humano, en los campos visuales, como centros de convergencia y divergencia de la conciencia misma. La conciencia se vuelve como un fluido inmaterial, tal vez energético, intangible y harto paradójico, como intangibles con los fotones energéticos sin masa material, que se desplazan en línea directa-ondulatoria dentro de campos electromagnéticos. Los fotones, hijos de los electrones, son reales, y la conciencia es real, al margen de las formalidades matemáticas. Comprendo que el símil es forzado pero necesario en la relación dinámica de la presencia y ausencia de la materia, en que algunas partículas elementales, sin masa material, o con “masa cero”, portadoras de información, existen indirectamente, en los “campos” naturales o bien en el laboratorio, aunque sea en microfracciones de segundos. Con esto refuerzo mi conjetura sobre la inmaterialidad, o invisibilidad, del pensamiento superior y de la autoconciencia laberíntica, autónoma” (SInfanteFotoevidencia85).
La energía de la conciencia, según la intuición fotoelectromagnética de Segisfredo Infante, es el rayo luminoso del ojo consciente que atrapa la imagen reveladora de las partículas de lo viviente: “…la Luz del pensamiento es mucho más significativa que la luz cuántica que se mueve por medio de ondas electromagnéticas, y mucho más importante que la luz química. Las imágenes del pensamiento significan un “efecto fotoeléctrico” al revés, aunque esto pudiera molestarle al genial Albert Einstein, si aún viviera. Ya que los fotones sin masa “arrancan” una huella impresa sobre las placas fotográficas, y el pensamiento, en cambio, deja una huella más significativa sobre la huella de los fotones mismos. El cerebro fotoluminiscente del sujeto, auxiliado con la cámara de los ojos orgánicos y las neuronas electroquímicas, proyecta una vasta imagen de un nuevo tipo de Luz, sobre los nichos inmediatos, sobre los otros sujetos y sobre la existencia toda. El milagro en todo esto es que las placas metálicas lisas para los efectos fotoeléctricos, son inexistentes en la corteza occipital del cerebro estriado y las yuxtaposiciones; sin embargo, ahí, en su seno grisáceo y gelatinoso, entre el aparato óptico y la mente fugaz, se reordenan las imágenes más o menos nítidas del mundo circundante; imágenes fotobioluminiscentes que con los ojos cerrados, por momentos desaparecen; pero que vuelven a resurgir en los recuerdos y en los sueños, a veces con más nitidez que en la realidad física vulgar” (SInfanteFotoevidencia124).
Con su formación filosófica, su tendencia metafísica y su vocación poética, Segisfredo Infante pondera 4 senderos del saber: filosofía, ciencia, teología y poesía, saberes que dan fundamento y cohesión a su visión del mundo y su creación.
Creación metafísica en “Correo de Mr. Job” y “De Jericó, el relámpago”
Entonces, como sujeto poético, que es lo mismo que decir como sujeto pensante, nuestro pensador se imagina que hay un ojo que lo observa todo, y desde el ojo del creador visualiza la realidad que tiene delante de sí mismo cuando observa el discurrir del mundo. El sujeto poético se ve a sí mismo como el sujeto pensante, y en su expresión lírica, metafísica y estética se asume como el ojo que desde su interior observa el discurrir del mundo. Según la plasmación poética de Segisfredo Infante, leemos: “Soy ángel y soy barro. Una mixtura/del verbo desnutrido entre la arcilla./Mi bestia de Olduvai con ilusión de Hombre/mirando en la garganta titilante/el espinazo de la noche ausente./El polvo de la mente se vuelve más difuso/como espejo de estrellas; rojo que huye/con témpanos que tragan las rodillas/y dedos transparentes con el crujir de huesos” (2).
Concibo la conciencia como la pantalla del Cosmos a cuyo fuero confluyen las irradiaciones cósmicas que captan sus antenas perceptivas y retransmiten sus ondas electromagnéticas intangibles, como señalé en mi libro Metafísica de la conciencia (3). Esas irradiaciones sutiles llegan y salen de la mente consciente en forma de imágenes y conceptos del pensamiento y la imaginación poética. En la poesía de Segisfredo Infante, el sujeto pensante es el ojo de la conciencia que observa, recrea e intuye: “Un día este poeta entredormía/cuando un violín añejo en madrugada/por dentro de su cráneo deslizaba/pedazos de ecuaciones de YAVÉ algebraico./ La noche era tristísima./ Era bella goteando musical incertidumbre de placer,/ de dolor y de inmortal Gerundio./(No tengo fijaciones cerebrales/pues mi espada interior hace centellas/-electroquímicamente-/danzando flexiblemente)” (SInfanteCorreo14).
Esas espadas centelleantes de la mente del poeta que concibe los arquetipos del protoidioma de la creación, desde su ojo pensante, intuitivo y metafísico, canta la búsqueda y los hallazgos de su intuición trascendente: “He buscado la luz; cosechando tinieblas./Ahora no lo puedo comprender./Tal vez porque mi tacto de antiguo terciopelo/hoy cae en la vigilia de tejos y cenizas,/de “piedras derrotadas”:/las escorias sin fin./Tal vez porque caer es semejante/al desprecio inmedible/que a la carne prodigan./A mi carne que conversa en hondonadas./Que conversa en lo negro de un agujero negro/con desgarre de estrella de neutrones” (SInfanteCorreo17).
Desde ese ojo pensante, intuitivo y metafísico, el poeta de Honduras canta lo que concita su sensibilidad profunda. Todo poeta experimenta en su sensibilidad un particular estremecimiento cuando las cosas tocan su alma. Normalmente los poetas entran en contacto con las cosas de un modo fácil, porque tienen su sensibilidad adiestrada para compartir, como fragua del mundo, la realidad sensorial.
La realidad sensorial le hablan a uno, las cosas hablan, las cosas susurran. Lo que pasa es que hay que tener oídos para percibir lo que las cosas susurran y ese oído especial lo tienen los poetas en virtud de esa sensibilidad trascendente que han desarrollado para entender y sentir el mundo de una forma diferente.
Al evocar la tristeza del salmista, lo que el poeta catracho lamenta es no entender cuanto sus ojos atisban y no inteligir su intuición profunda: “No debiera transcurrir, dijo Spinoza,/entre llantos y gemidos la existencia…/Pero la garza de mi vida íngrima/se pierde en las alturas de mi bruma/huyendo del gran lago de los sueños./Porque mis ojos no alcanzan/desde la yerba en que habito/los torreones de la luz celeste./El corazón apretujada rosa/con pétalos heridos en desaire” (SInfanteCorreo18).
Para el poeta visionario de intuiciones metafísicas con sentidos profundos, unas muy antiguas esencias se conservan en papiros de luz, la onda misteriosa y secreta que nuclea las partículas del ser en el entramado entrañable del mundo: “El verso. Mi verso. El ideolecto/da principio en Jericó. L’arqueología/de ladrillos, de aceitunas y de adobes hecha/con el negruzco polen de los siglos./Se trata de una Hamada traslapante. Aquella/indescifrable como el Pájaro/(“qua resurget ex favilla”)/que vuela desde el pozo metahistórico, rasante,/con mezcla de betún, sal y azufre./El verso habita en el relámpago./Hay relámpago en el verso/y libélula amarilla de filamento azul./No hay relámpago en todo verso./Es mejor lo profundo iluminante de una nube negra/o la blanca raíz de los prosaicos huertos/que crecen ariscos y oscuros en los claros matorrales./Algún relámpago tendremos/-alguna intermitencia en fuga-/en el grupo doliente de estos versos./El verso se amontona en los archivos./En papiros de luz. Pergaminos cromáticos” (4).
En una concepción física y metafísica, idea cuántica que lleva a la poesía, crea bajo la impacto de sus vivencias entrañables. Hay muchas imágenes del Universo que tocan la sensibilidad del poeta y a veces el poeta no puede descifrar lo que esas imágenes dicen. Prevalido de su intuición metafísica de la Creación, nutrido en la formación espiritual de su cosmovisión y apertrechado con el caudal de sus percepciones intuidas y reveladas, el poeta sampedrano (5) cifra en el soplo del Eterno la luz que fragua la esencia cósmica: “Yo soñé con la luz indescriptible/de tu cuerpo desnudo exigiendo mis ojos./Reconocí tus labios aguados en fermento/de uva celestial y de trigal mecido. /Acaricié tu rostro hasta la bruma./Porque de bruma se fabrican mis angustias./Ahí soñé el Poema potencial en acto/con frases de dureza evanescente./Del matorral al verbo./Del caos impensable hacia la luz inmóvil/revisé toda existencia goetheana,/maxweleana, ainsteineana,/ardiendo en la fatiga de mi Duda” (SInfanteJericó21).
En su poemario De Jericó, el relámpago el poeta, que como tal es un visionario de sentidos profundos, revela unas muy antiguas verdades que intuye en su condición especial de alguien que está en conexión con el alma del mundo, de alguien que sintoniza el Numen de la sabiduría espiritual del Universo. El Numen cósmico alude a ese ámbito sutil, a esa región etérea fuera de nuestro mundo físico que ha acumulado toda la experiencia humana, todo el saber que la misma existencia depara.
Cuando los poetas experimentan especiales experiencias metafísicas o singulares experiencias místicas, desde su conciencia profunda se desconectan de su propio ser y entran en conexión con seres de luz en ese ámbito sutil del Universo intangible, y entonces regresan de allá con verdades profundas, y si tienen la vocación poética y la capacidad para valerse del verso para crear, plasman en imágenes poéticas lo que de alguna manera tocó su sensibilidad profunda. Una cosa atina el alma del poeta con el lenguaje armónico del verso y el protoidioma de la creación: dar con la esencia del sentido a través del soplo de la luz, señal de la gravitación del que Es: “(El poeta aquí persigue entre el paraje inhóspito/el camino inexhaurible de Yavé. Nunca se cansa/de indagar sobre el Ser con las preguntas hondas /acerca del enigma de los textos sacros./Secuencias lo navegan hacia el río fósil /subterráneo del desierto caravánico/con lenguaje desde el pozo del Saber profundo./La lógica de Wittgenstein/o el discurso de Heidegger/sugieren este verbo secuencial/un poco sin saberlo)./Rosa de Jericó. De Canaán espina./Tu pie se congeló por la primera estancia/de urbanidad neolítica ilegible/del Homo Sapiens Sapiens domesticando el Orbe./Allí te detuviste, bajo un árbol de olivo./Allí se fabricó la primer tienda política. /Allí saciamos pan de hogaza mañanera/con un cordero asado. Dando vueltas./El cántaro de dátil fermentando armonías./¡Muralla de bronce antiguo!/Allí fue posible el amor la fisura/de luz sobre tu vientre dibujando el isósceles/más abajo más bello que el romboide/cromático de Küppers en el clímax/protegido entre la sombra de murallas gemelas/por haber detenido la vagancia perpetua./Allí fue el primer acto de la Espera. /(No maldigas YHVH’/el nombre Jericó/ni maldigas el mío)” (SInfanteJericó25).
Cuando nuestro poeta está en su reflexión del mundo, en su meditación sobre la realidad, trata de auscultar su intuición metafísica del mundo. La intuición metafísica acontece cuando desde nuestra conciencia podemos penetrar más allá de las apariencias de las cosas y entrar en contacto desde nuestra esencia con la esencia de las cosas.
Sucede que desde nuestra sensibilidad podemos entrar en comunión con todo lo viviente y nos ponemos en comunión con lo viviente cuando tratamos de que nuestra esencia se ponga en contacto con la esencia de las cosas, y eso produce una relación armoniosa, edificante y luminosa, porque las cosas le hablan al ser, le sugieren imágenes, le sugieren mensajes a través de la voz de las cosas, a través de la voz del Cosmos. Así como nosotros tenemos una voz interior, todo lo que existe tiene su propia voz subjetiva y entrañable. El poeta hondureño cifra en el soplo del Eterno, la luz que de la esencia cósmica, por eso el emisor de estos enjundiosos versos se ausculta a sí mismo en busca de una verdad profunda o un sentido trascendente: “Como el Patriarca de los sueños leves/que hacia Bersheva por el sur ignoto/buscaba el Verbo entre la arena asfáltica,/yo vengo hacia mí mismo, mansamente,/en pos de algún fragmento, una verdad” (SInfanteJericó45).
Los genuinos poetas son participes de un protoidioma, es decir, del idioma original en que hablan los poetas genuinos para lograr la esencia de las cosas. Segisfredo Infante tiene una inquietud filosófica y una vocación filológica que lo lleva a escribir poesía. El sueño de todo poeta es encontrar un fragmento del mundo donde hallar una verdad profunda que explique el sentido de fenómenos y de voces. Cuando explora parajes de la tierra santa para escuchar el sonido primordial, la voz del misterio y el aliento de la vida, husmea en los escombros del pasado y visualiza la Tierra Prometida para escuchar el sonido original, la voz profunda del mundo y el hondo aliento que da vida: “¿Qué fuiste a ver/entre esas ruinas secas Segisfredo?,/¿no bastaba el matorral pedregoso en donde habitas?/preguntarán con labio despectivo./Yo fui a mirar el sonido de la Tierra/para escuchar la luz desde la médula del Hombre./Fui a contemplar/mi sequía entre mi hueso ensimismado./Como elipsis desértica de vida./Serpiente sigilosa que muerde el corazón/de insubstanciada muerte./Fui a mirar el relámpago/que nace entre Tus ruinas./Yo coloqué, ahí mismo, una lágrima de sangre,/sobre la piedra de David, altar primero./Y acaricié la flor más blanca/que crece digna, sola, bella, altiva en los escombros/de Jericó y los niños del futuro” (SInfanteJericó49).
La idea de la “luz” es muy importante en su visión del mundo, porque él entiende que la luz es esa onda espiritual que se manifiesta en la conciencia y se proyecta en el poema a través de la cual habla Dios a los hombres. Todo es producto de esa luz divina:
De la reflexión filosófica y la creación poética de Segisfredo Infante puedo inferir los siguientes atributos que perfilan su intuición exegética y su talento creador:
1. Tiene una fecunda capacidad teorética para inferir, mediante el poder de su contemplación espiritual, principios y fundamentos sobre el ser de las cosas y el sentido de la Creación.
2. Posee una clara intuición estética para orillar, a la luz de sus reflexiones filosóficas, la dimensión esencial y trascendente.
3. Perfila y valora la dimensión espiritual, metafísica y mística de lo viviente, a la luz de su formación filosófica.
4. Adentra en el fuero de la conciencia para orillar, con despliegue de su sabiduría metafísica, su formación intelectual y su intuición poética, lo que da esencia y sentido al fluir de lo viviente y fundamento a la creación interiorista.
5. Desentraña lo peculiar de fenómenos y cosas mediante el conocimiento del mundo, el lenguaje pertinente y el criterio oportuno con una clara comprensión del sentido profundo de fenómenos y cosas.
En fin, este escritor, este valioso intelectual hondureño que hoy recibimos en la Academia Dominicana de la Lengua y a quien otorgamos la distinción de miembro correspondiente de esta institución, es consecuencia del aporte que Segisfredo Infante ha hecho a través de la palabra, el aporte que él ha contribuido como pensador, como estudioso de la realidad y como periodista que a través de centenares de artículos periodísticos que ha dado a conocer en su país para canalizar sus inquietudes, para ayudar a rectificar desviaciones e inconductas, para orientar a la población hacia un mejor derrotero en su camino hacia la luz, y sobre todo como poeta, pues ha acudido al verso y gracias al hermoso don del lenguaje poético ha sabido testimoniar lo que le dicta su sensibilidad espiritual y estética. Por un lado lo hace como pensador y se vale de la prosa para decir “he aquí mi pensamiento”; y en segundo lugar se vale de la poesía para testimoniar a través de la palabra poética lo que su sensibilidad experimenta cuando se sitúa ante la realidad de lo viviente. El sujeto pensante, la realidad y el pensamiento han encontrado en Segisfredo Infante un hermoso cauce que él ha sabido edificar con su palabra edificante y luminosa.
Saludo con alegría la existencia de este grandioso pensador-poeta que da claras notaciones de una coherencia entre la esencia de su pensamiento y la intuición metafísica y estética de su creación poética, lo que evidencia que su lírica es índice y señal de sus hondas intuiciones y profundas vivencias sentidas con el acento emocional de su sensibilidad estética, la onda mística de su sensibilidad espiritual y la fragua luminosa de su sabiduría trascendente.
Bruno Rosario Candelier
Academia Dominicana de la Lengua
Santo Domingo, 23 de junio de 2017.
Notas:
1. Segisfredo Infante, Fotoevidencia del sujeto pensante, Tegucigalpa, Honduras, Campo Estelar Editores, 2014, p. 10.
2. Segisfredo Infante, Correo de Mr. Job, Tegucigalpa, Ed. Universitaria, 2005, 10.
3. Bruno Rosario Candelier, Metafísica de la conciencia, Santo Domingo, Academia Dominicana de la Lengua, 2016.
4. Segisfredo Infante, De Jericó, el relámpago, Tegucigalpa, Editorial Universitaria, 2004, p.
5. Segisfredo Infante Tejeda nació en San Pedro Sula, Honduras, en 1956. Tomó posesión como miembro de número en la Academia Hondureña de la Lengua en el 2010. Licenciado en Historia por la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, de la que fue docente y editor de publicaciones. Cofundador de las revistas Pensamiento hondureñoy Tiempos nuevos, codirigió el boletín literario Conejo y fundó la revista Caxa Real. Es miembro de la Academia de Geografía e Historia de Honduras y correspondiente de la de Guatemala. Coordinador del programa de televisión Economía y cultura. Escribe en el periódico La Tribuna temas conceptuales, económicos y sociopolíticos. Entre sus obras filosóficas, históricas y poéticas figuran Filamentos (1984), Antinomias de café (1990), Pesquisas literarias (1993), Los alemanes en el sur (1993), El libro en Honduras (1993), Algo de opinión (1997), Reflexiones en el cine (2001), De Jericó, el relámpago (2004), Correo de Mr. Job (2005) y Fotoevidencia del sujeto pensante (2014). Compiló Homenaje a Rafael Heliodoro Valle (1989). Recibió el Premio Froylán Turcios de periodismo y ensayo, la Hoja de Laurel en Oro (2005) y la presea de la Embajada de España en Honduras (2016).