Presentación del poeta hondureño Segisfredo Infante

Por Manuel Núñez

   Para la academia dominicana de la  lengua es un alto honor recibir al poeta y escritor Segisfredo Infante (1956). Miembro de número de la Academia de la lengua de Honduras,  miembro correspondiente de la Real Academia de la Lengua Española, y quien, además, ha sido honrado como miembro de número de la Academia de Geografía e Historia de Honduras. Periodista, historiador, poeta, editor de la revista Caxa Real. En su país obtuvo el premio Nacional de periodismo Froylán Turcios. Su prosa ha sido recogida en las obras siguiente: Un homenaje y cinco presentaciones (1991), Los alemanes en el Sur (1993),  El libro en Honduras (1993), Pesquisas literarias (1993), Foto evidencia del sujeto pensante (2014). Espulgar en las procelosas prosas de este polígrafo resulta indispensable para describir las menudencias de su pensamiento.

Como poeta ha publicado las obras siguientes: Antinomias de café (Tegucigalpa, Colección Conejo 18),  Paciente inglés (Tegucigalpa, Universidad Nacional de Honduras, 2001),  Correo Mr. Job (Tegucigalpa, Editorial Universitaria, 2005),  Del Jericó, el relámpago (Tegucigalpa, E. Universitaria, 2005).

A lo largo de su vida, el señor Infante ha recibido diversos reconocimientos. Quiero destacar el que le concedió el gobierno español que le otorgó la Orden al Mérito Civil el 2 de diciembre del año pasado, entre otras distinciones.

Como pensador Segisfredo Infante ha hecho en sus prosas una descripción de los males que aquejan a su país, y de lo que ha sido el recorrido del pensamiento en Hispanoamérica. Hemos pasado de una desgarradora lucha por establecer la naturaleza de nuestra identidad. En el caso  especialísimo de Honduras, donde confluyen la aportación indígena, española y africana las batallas verbales han sido encarnizadas. Hay que anotar que, además, de las variopintas conformaciones raciales, las diferencias culturales, lingüísticas pertenecientes a los distintos grupos de lo que constituye el Estado de Honduras, nos tropezamos con torpes interpretaciones que quieren deshacer el estado de cosas; el resultado histórico. Sobre ese aspecto hay enjundiosas reflexiones en las investigaciones de Marvin Barahona,  Evolución histórica de la identidad nacional, (Tegucigalpa, Editorial Universitaria, 1991) y en Linda Newson “la población indígena bajo el régimen colonial” (Mesoamérica, 9) basándose en exámenes antropológicos, análisis de las proporciones demográficas de grupos  del país. En su faena de historiador, Segisfredo Infante ha metido el escalpelo en estos intríngulis, y en gracia de esclarecer ha escrito no pocos ensayos. A saber: “Cultura y Mestizaje en Choluteca”. En: Presencia Universitaria, 20, 146. Pero lo que resulta verdaderamente esclarecedor es que Segisfredo ha evitado las trampas de estos debates que han servido para que una porción de la población del país se sienta víctima de la otra.

En lo que toca a las guerras de pensamiento, venida  tras estas luchas por la identidad luego de nuestras independencias, que fue el combate al  sistema capitalista, representado por el advenimiento de una clase política e intelectual seducida por la destrucción del sistema y por la implantación del sistema que los socialistas tenían en sus cabezas, de cuyos resultados catastróficos tenemos abundante cosecha. En el Libro Negro del Comunismo, dado a la estampa en 1997, por un conciliábulo de historiadores encabezados por Stephane Courtois,  Nicolás Werth, Jean Louis Panne, Karel Bartosek y otros importantes historiógrafos se subrayan con pelos y señales todo el horror vivido por ese totalitarismo.

El libro había retomado el informe escrito por Ilya Ehrenburg y Vassili Grossman en 1947, en la antigua Unión Soviética. Para implantar esas utopías se  hizo pasar a todas esas poblaciones por el experimento de las horcas caudinas de las grandes hambrunas, los campos de trabajos forzados,  en esas faenas murieron entre 75 a 85 millones de personas, y la indagación incluye a la antigua Unión Soviética, Europa del Este, China, Vietnam, Camboya y el resto del mundo socialista. Todo ese debate se halla presente en las prosas de Infante, y sobre esa pilastra esencial que ha sido el gran desafío de estas generaciones, Segisfredo Infante  ha roto todas sus lanzas por la democracia, aun cuando no era la moda defenderla y aun cuando ante la montaña de escombros, todavía hay personas, socios ideológicos de esos ideales,  que reclaman el derecho a seguir experimentando e idealizando los horrores vividos.

En esos  debates copiosos  ha participado Segisfredo Infante. Su prosa sigue a pie juntillas el pulso mental en el que ha vivido sus país. Tras deslindarse muy clamorosamente por cierto,  de aquellos intelectuales de su país que vivieron en esas arenas movedizas de lo que Raymond Aron llamó el opio de los intelectuales, Infante acompaña a la intelectualidad hondureña a los claros del bosque, y así llegamos a este banco de nieblas, que se ha llamado postmodernidad,  Que se inspira de las grandes transformaciones de la poesía, venidas de las vanguardias, transvanguardias, la beat generation estadounidense y las remociones estilistas aportadas por los grandes precursores de la poesía hispanoamericana: Octavio Paz, Nicanor Parra, Oliveiro Girondo,  César Vallejo y otros eminentes poetas.  Infante hace el distingo entre dos vertientes:

  • “una posmodernidad que intenta negar todas las herencias intelectuales del pasado;
  • otra posmodernidad emparentada con la semiótica, el vitalismo y la fenomenología, que sabe distanciarse con prudencia de todos los dogmas cerrados, unidimensionales, sin negar para nada la importancia histórica e intelectual de los sistema de pensamiento elaborado a lo largo y ancho del sinuoso devenir de las grandes civilizaciones humanas (El paciente inglés, pág. 10)

En esos laberintos mentales ha vivido Infante.

La poesía de Segisfredo Infante

Segisfredo Infante es uno de los mayores poetas hondureños. Al leer sus libros notamos paladinamente los elementos que constituyen la calidad literaria de la poesía.

En primer lugar, el ansia de innovación lingüística y estilística. En  su poemario  “El paciente inglés” el poeta se inspira de la dicción y de los personajes del teatro, para, impregnado de estas libertades, transformar su propia poética. He aquí una muestra clamorosa:  

Hablo y nadie me escucha

Ni siquiera el autor de la novela

Que hizo de mí, de estos despojos

Un personaje a medias

Soy un Lawrence de Arabia, con sus siete pilares

Un conde transilvano. Un falso espía

Que ha sido como nadie difamado

Sólo sé del amor y de arena

Solo seremos polvo y solo polvo

 La riqueza interpretativa de sus versos, donde se hace acopio de los debates, las ideas, las controversias y los remezones de este mundo ancho y ajeno. En Míster Job, el poeta simboliza las libertades y reencarnaciones del actor que  representa, y sumergiéndonos en las miríadas interpretativas:

Yo pregunto a la brisa de Yahvé, inconstante:

¿Quién es aquel que pulula en la energía más negra que bordea el Universo de cascaras indecisas?

¿Es el Bien o es el Mal?

¿Hacia dónde la energía nos empuja?

He aquí que nosotros escuchamos el sonido  imperceptible de la nada

Más allá del huevo material

Rodeado de un vacío inexplorado.

Comparto ese dolor. Ese misterio

De hombre pequeñito

En los mares gaseosos del abismo.

  • En su libro  De Jericó, el relámpago Segisfredo Infante centra la renovación del poema en su capacidad para reformar la percepción de la realidad, enriqueciendo sus posibilidades expresivas. He aquí un espécimen extraído de este poemario.

 

CUARTA PARTE (B)

El mar. He visto el mar.

El Mare Nostrum.

El mar es imposible.

Por imposible hermoso.

El mar es parecido al vaivén del  Poema

o al quejido de un barco de madera.

Extraviado en la noche. 

Hace treinta años vino al país el poeta hondureño Roberto Sosa (1930-2011).  En 1976, todavía me hallaba en el bachillerato, asistí entonces a la lectura que hizo en la Biblioteca Nacional, de dos de sus libros más importantes: Un mundo para todos dividido  y  Los pobres. Era en aquel momento, fornido, calvo, con el pelo entrecano. Se parecía increíblemente a Nicolás Lenin, y en gracia de ese parecido adoptó, según consta en las fotos postreras, la gorra de los jefes del soviet y se dejó una perilla, que, lo emparentaba con León Trotsky. Su poesía descarnada, sin floripondios era muy parecida a  los poemas Hans Magnus Enzensberger o a la poesía sentenciosa de Heberto Padilla. En una reunión de academias de la lengua en Colombia, supe que había fallecido de un infarto fulminante.  Hoy tengo la suerte de conocer la obra de Segisfredo Infante, que se ha libertado de todas las mancuernas ideológicas que atenazaron a esa generación y nos trae las claridades, la riqueza mental, la desazón y la esperanza del mundo que nos ha tocado llevar a cuestas, y traspasarle como un florón a las generaciones venideras.