Línea, cerrado en agua, distar/dictar

Roberto E. Guzmán

LÍNEA

El vocablo del título tuvo o tiene una significación en el español dominicano que ha pasado inadvertida de los lexicógrafos.

Esta significación tiene relación con otra del español general que se refiere al recorrido regular de vehículos sobre un itinerario establecido.

La línea que se desea sacar del olvido es la que se relaciona con la empresa que se dedica a explotar una o varias rutas determinadas. Esas empresas en República Dominicana se hacían llamar “líneas”.

En un principio fueron solo automóviles que recorrían las distancias interurbanas y que se agrupaban para administrar el flujo de pasajeros. Esa era la época en que los automóviles que viajaban entre las diferentes ciudades del país buscaban los pasajeros en las direcciones que les eran suministradas.

Con el aumento de los viajeros, la capacidad de los automóviles resultó exigua y entonces esas “líneas” pasaron a administrar el flujo de pasajeros aun cuando los vehículos fueran propiedad de los conductores.

Entre las líneas que se recuerdan pueden nombrarse la Línea Estrella Blanca y la Línea Studebaker. Si mal no se recuerda, el local que servía de descanso y donde se tomaban los mensajes para la Línea Estrella Blanca fue la estación (bomba) de gasolina de Calamidad, en la Av. Mella entre las calles 16 de agosto y José Dolores Alfonseca (30 de marzo).

La Línea Studebaker funcionaba en la calle Arzobispo Nouel, próximo a la Catedral Primada de América. Allí se vendían los periódicos nacionales, así como las revistas extranjeras que el régimen de Trujillo permitía entrar. Además, vendían “tablas de dulce”, es decir, dulces en pastas que se producían en los pueblos servidos por los vehículos que allí recibían sus llamadas de servicio.

Los sistemas modernos de transporte colectivo sacaron del negocio a estas líneas que fueron sustituidas por compañías administradas de acuerdo con procedimientos modernos de gestión y con servicio regular de autobuses.

 

CERRADO EN AGUA

“Todo el trayecto. . .fue CERRADO EN AGUA. . .”

El verbo cerrar tiene muchas acepciones que se han acumulado en la lengua española a través del tiempo. Algunas tienen relación unas con otras; en otros casos se trata de extensiones o de usos figurados.

El verbo cerrar en el español cotidiano posee una acepción que de alguna forma se asemeja a otra del español hispanoamericano. En la acepción marcada con el número 34 en el Diccionario de la lengua española, en su vigesimotercera edición puede leerse esto, “Dicho del cielo: encapotarse”.

De la lectura de la frase se deduce que no se trata de que durante el trayecto el cielo estuviese “encapotado en agua”. Se refiere a una acepción americana del verbo cerrar.

La acepción a la que se alude en la oración anterior y más próxima a esta es la del verbo cerrar en la locución verbal “cerrarse a llover” que en Cuba, Costa Rica y República Dominicana significa, “Empezar a caer la lluvia”.

“Cerrado en agua” se ha oído en el español dominicano más de una vez, por no escribir, muchas veces. Cuando se usa se toma la locución verbal cerrarse en agua, en el sentido de “llover a cántaros”, quien eso hace recurre a la locución verbal “cerrarse a llover”, solo que la palabra lluvia se reemplaza por agua, que el contexto se encarga de aclarar. Puede añadirse que el verbo cerrar aquí se emplea para significar, rodear, que en la cita es de agua.

 

DISTAR – DICTAR

“. . .que antes DICTABAN mucho de ser modernas y grandes. . .”

En algunas ocasiones no sabe el lector si el error se debe a descuido en la pronunciación del español o a falta de cultura. O, como decía el chusco, a “ambas cosas a la vez”. En esta sección se  examinarán las acepciones de los dos verbos del título. Sucintamente se tocará el asunto de la pronunciación concerniente a ambos verbos.

En cuanto al verbo dictar, las Academias son muy precisas en la primera acepción del verbo dictar, estas incluyen “las pausas necesarias” para que la persona escriba lo que la otra dice. En la segunda acepción del lexicón mayor de la lengua española es minuciosa de nuevo, “dar, expedir, pronunciar, leyes, fallos, preceptos”. Luego de esas acepciones se adentra ese diccionario en definiciones más apartadas de lo concreto, tal como “inspirar, sugerir”. La cuarta y última acepción en ese diccionario añade el verbo dictar a las clases y conferencias, para que este se emplee así como los verbos dar, pronunciar, impartir.

En lo concerniente al verbo distar, de nuevo el Diccionario de la lengua española no economiza palabras para definir ese verbo. “Dicho de una persona o cosa: Estar situada a una cierta distancia espacial o temporal de otra”. Aquí ha de notarse que se detalla “persona o cosa” y especifica “distancia espacial o temporal”. Con la misma introducción, personas o cosas, en la segunda acepción escribe, “Diferenciarse notablemente de otra”. Repárese en el adverbio notablemente que refuerza la intensidad del verbo.

El verbo dictar fue tomado del latín dictare, que era el frecuentativo de dicere, esto es, “decir”. Ya Nebrija entendía que este verbo era “dezir lo que otro escrive”. (Se respetó la ortografía de la época). Este precursor de los diccionarios del español escribía ditar. Fue ya en el Diccionario de autoridades donde se asentó la letra ce /c/ en medio de la palabra.

El verbo distar fue tomado de distare que valía para expresar “estar apartado”. Se recuerda que en español existe el adjetivo “distante” desde la primera mitad del siglo XV, que como puede deducirse se relaciona con el verbo distar, tratado aquí. Este adjetivo -distante- es equivalente de alejado, apartado, remoto.

La pronunciación de los dos verbos estudiados difiere bastante, pues uno lleva una ese /s/ en el sitio en que el otro pronuncia un sonido equivalente a una letra ca /k/. La única forma para equivocarse con respecto a los dos verbos en cuanto a su enunciación es haciéndolo por partida doble, es decir, pronunciando mal uno y otro. Otra posibilidad es la que se ha criticado muchas veces antes por medio de estos comentarios es cuando el articulista no se toma el tiempo para revisar lo que escribe.

© 2018, Roberto E. Guzmán

 

Deja ver si, farsa/falsa, propositivo, recuperar

Roberto E. Guzmán

DEJA VER SI

Esta expresión se ha oído en muchísimas ocasiones en el español dominicano. La usan los hablantes de esa variante del español cuando solicitan que se les permita abrir una posibilidad. La conjunción condicional “si” que aparece al final de la expresión desempeña la función de introducir una condición. Esta expresión permite que entre en ella una viabilidad de que la persona que la emplea pueda satisfacer un deseo en beneficio de otra persona o de sí mismo.

Algo interesante en esta expresión es que no se ha encontrado rastro de ella en tanto unidad en las obras dedicadas a esta labor. Otro rasgo interesante es que en realidad tiene relación sesgada con el verbo dejar, pues lo que la persona hace es que pide que se le permita hacer una cosa, que no es necesariamente material, esto es, que se acceda autorice o consienta en evaluar una posibilidad.

Con relación al verbo “ver”, hay que aceptarlo en este caso con el valor de intentar una cosa. De la explicación anterior puede entenderse que la expresión en sí no puede tomársela en el sentido de cada una de sus partes, sino como un todo unitario que expresa lo que se ha explicado más arriba.

 

FARSA – FALSA

“. . .siendo una FALSA para cubrir su verdadero ser criminal”

Aunque las dos palabras del título se parezcan en su escritura y pronunciación, los orígenes de una y otra son distantes.

Falso/a procede del latín falsus que era propiamente el participio pasivo de fallere, que significaba engañar. El hecho de que haya conservado la letra efe /f/ del latín indica que prevaleció en el vocablo la pronunciación de las clases cultas. Esta pronunciación fue estimulada por el clero cuando se ocupaba de asuntos morales.

Farsa fue tomado del francés farse, que hoy se escribe farce y es una pieza de teatro cómica y breve que se usaba de relleno en las presentaciones de misterios o auto sacramentales. Todavía con el significado de “rellenar” se conoce en francés el verbo farcir. Para estas etimologías se recurrió al Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico (1980-I-841, 872).

El adjetivo falsa/o vale para expresar que algo se hace o se dice con engaño; que no corresponde a la realidad o a la verdad. Se dice o escribe de las cosas que son falsificadas  o postizas. Cuando se refiere a una persona este destaca la deslealtad, la hipocresía.

El sustantivo femenino farsa heredó del origen francés el significado de pieza teatral breve, cómica y de baja calidad. Fuera del ámbito del teatro es un enredo con el que se pretende engañar. En inglés posee las acepciones del teatro, así como de espectáculo sin fundamento que se usa para engañar.

Si se observa la redacción de la cita, se verá de inmediato que se utiliza la palabra falsa en tanto sustantivo, después de “una”, lo que descalifica la pertinencia de esta en esa función y, en su lugar debió escribir el redactor farsa para imprimir sentido cierto a la oración.

En casos como el que se estudia en esta sección no se trata de error de ortografía, sino de un error de cultura, es decir, lo que falló fue el grado de cultura del articulista que no supo distinguir entre los dos vocablos del título.

 

PROPOSITIVO

“. . . ausencia de pensamiento PROPOSITIVO y ético. . .”

Este vocablo que se somete a estudio reviste caracteres de interesante; por su formación, su procedencia y su significado es digno de atención. Luego de todos estos calificativos elogiosos, hay que introducir la nota de equilibrio, no es una voz que aparece en los lexicones del español de uso. Quizás esto es así porque es de reciente introducción en español.

Las informaciones que se encuentran con respecto a la voz “propositivo” indican que es una persona con una actitud que analiza y evalúa de manera crítica los problemas y sus posibles opciones; recomienda acciones y las impulsa, actúa de acuerdo con su criterio.

Fundéu en respuesta a una consulta al respecto de este vocablo da a entender que propositivo es un adjetivo para caracterizar a una “persona emprendedora, con actitud crítica y que obra con eficacia”. En la respuesta a la consulta Fundéu agrega que el adjetivo está correctamente formado por el vocablo proposición (acción de proponer) más el sufijo –ivo (indica “que tiene capacidad o inclinación para lo que sugiere la palabra base” [proposición]).

En la mencionada opinión, Fundéu añade que puede considerarse formado por el prefijo pro- (tomar impulso hacia adelante) más positivo (afirmativo, efectivo, eficaz). Los dos análisis convergen para dar el mismo sentido y definición ofrecidos más arriba.

La voz propositivo se encuentra en un puesto de consideración de la Real Academia, lo que augura que podría integrarse al diccionario oficial de la lengua en un futuro cercano. Los datos  recabados con respecto a la voz estudiada dan testimonio de que tiene ya uso extendido en el ámbito de la lengua y que se ha registrado su presencia documentada en el español escrito desde hace más de cuarenta años.

La conclusión de la consulta mencionada más arriba es que “no conviene censurar el empleo de la palabra”, aunque “es mejor usar voces o frases equivalentes”.

 

RECUPERAR

Al mismo tiempo, G. RECUPERA el concepto de tradición. . .”

No es algo excepcional que al escribir algunas personas tomen una palabra por el significado más débil. Esto es, que vayan a un extremo del significado de la palabra en cuestión y aprovechen una cualidad poco relevante de esta para extenderla.

Eso que se ha esbozado en términos abstractos y generales es lo que se piensa que ha sucedido en la frase reproducida más arriba.

Resulta muy laborioso pensar que alguien pueda “tomar o adquirir” la tradición, que son dos de los significados de recuperar. O, que se ponga la tradición de nuevo en servicio, otro significado. Además, resulta cuesta arriba poder admitir que la tradición vuelva a su estado de normalidad después de haber pasado por una situación difícil.

Las tres hipótesis que se han avanzado en el párrafo inmediatamente anterior a este sirven para descartar el uso del verbo recuperar, pues se basan en las definiciones más próximas a lo que podrían interpretarse como los rasgos propios del verbo y su posible relación con la palabra tradición.

En el caso de esta frase puede avanzarse la teoría de que el autor se refiere a “actualizar” este concepto; es decir, “conferirle o atribuirle importancia”. En otras palabras, equivale a “traer de vuelta” el concepto mencionado. Podría decirse también, “sacar a la luz del día”, “exponer ante todos” y otras formas más largas y complicadas, pero exactas.

© 2018, Roberto E. Guzmán

 

Filosofía, orondo/*horondo, ora, autonomizado/autonomizar

FILOSOFÍA

En algunas ocasiones hay palabras comunes de conocimiento general que adquieren un sentido diferente al internacional en algunos países. Ese fenómeno se ha visto suceder con regularidad en casi todas las lenguas internacionales.

La distancia entre la metrópolis y las colonias que luego adquirieron la independencia le imprimieron nuevos sentidos a palabras tradicionales. Otros factores que contribuyeron a estos cambios fueron las circunstancias, el ambiente y las tradiciones anteriores a la llegada de la lengua metropolitana.

El estilo de vida y la evolución histórica de los diferentes países de la América Hispana han determinado que vocablos de larga tradición en la lengua hayan adquirido otro sentido en los países americanos.

La palabra filosofía es de larga tradición en el seno de la lengua española; sin embargo, los dominicanos de los estratos educados de la población le han imprimido algunos caracteres a esta palabra que la diferencia de la noción aceptada generalmente.

No se entrará aquí en el detalle de las acepciones conocidas y aceptadas por la generalidad de los hablantes, sino que se caracterizará el significado y el uso en el español dominicano.

Casi siempre se utiliza el término “filosofía” como representación del concepto dominicano que se tiene de la palabra en los casos en que se adoptan medidas o se toman decisiones para referirse al, o los motivo(s), que subyacen esas disposiciones, así como al objetivo que se persigue con ellos.

Ese empleo del vocablo sometido a examen ocurre mayormente en las discusiones en los niveles administrativos del gobierno, cuando se inquiere sobre los motivos que justifican una toma de decisión, o, acerca del propósito de algunas medidas gubernamentales.

Se piensa que este uso está acreditado en el lenguaje administrativo dominicano, sobre todo en lo concerniente a los asuntos de índole gubernamental. Debería considerarse esta utilización para incluirla en el futuro en los repertorios de acepciones particulares de palabras del español dominicano.

ORONDO – *HORONDO

“Ya de regreso el chofer se mostraba *HORONDO por su hazaña. . .”

En algunas ocasiones cuando se encuentra lo que se considera una falta de ortografía al escribir una palabra los lectores se sienten defraudados. Los guardianes de la lengua a veces se precipitan y con disgusto disimulado atacan el descuido de quien incurre en el error.

Hay que tener mucho tacto y prudencia para no precipitarse y pronunciar censura ligera contra quienes algunas veces pueden -sin saberlo- encontrar amparo en la historia de la lengua. Eso que se enuncia en la oración inmediatamente anterior a esta se ampliará en esta sección con relación a una de las dos voces del título.

Entre 1899 y 1914 la forma primitiva del vocablo era horondo, hasta con hache aspirada. Así apareció en los diccionarios de la Academia.

Desde esa fecha hasta ahora, la forma de escribir la palabra que se estudia ha sido sin la hache, es decir, orondo. En las acepciones que la Academia consigna la primera es la que se presume más antigua; aunque en la actualidad la que se emplea con mayor frecuencia sea, “lleno de presunción y muy contento de sí mismo”.

Para resumir el asunto. Hace más de cien años que la ortografía de orondo ha permanecido la misma, vale decir, sin hache; a pesar de la mala voluntad que esta letra ha cosechado entre los hablantes de español. Esta opinión de algunos hablantes de español le viene a la hache porque se la consideraba “un signo ortográfico ocioso”. Así se expresaba la Ortografía de la Academia misma. En la actualidad, y desde hace largo tiempo, no hay lugar a discusión, debe escribirse orondo.

ORA

“. . . ORA por la gerontocracia u ORA por los intereses. . .”

La palabra ora es un aféresis de ahora, es decir, es la abreviación de la palabra “ahora” mediante la supresión del fonema inicial. En el lenguaje moderno tenemos ejemplos que se han colado en el español hasta proveniente de otras lenguas, por ejemplo del inglés, así se dice bus por autobús.

Ora es una conjunción de uso esporádico que solo personas cultas utilizan en sus escritos. Este rasgo hace que los articulistas que no son muy versados en los asuntos de la lengua puedan incurrir en errores en el uso de esta conjunción.

La Academia en su Diccionario de la lengua española tipifica esta palabra en tanto conjunción distributiva. Esto es, un “elemento o locución coordinante que se emplea en forma repetida o en combinación para expresar distribución”. Diccionario de lingüística ANAYA (1986:94).

El irremplazable Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española de M. Seco (1998:323), con respecto a ora escribe que “se usa de repetido ante dos o más frases, equivaliendo a ´unas veces´… ´otras veces´.” Asegura este diccionario que es de uso literario.

Con este tipo de recurso y palabra hay que observar mucha cautela porque fácilmente se cae en error. María Moliner en su Diccionario de uso del español (2007-II-2117) afirma que es usada solamente “en frases literarias de sabor anticuado”.

Al final algo que hay que tener pendiente cuando se usa este “ora” es que en sí es una conjunción y por lo tanto no debe hacerse preceder de otra conjunción. Lo que cabía que hiciese el articulista en este caso era escribir, “…ora por la gerontocracia, ora por los intereses…”

AUTONOMIZADO – AUTONOMIZAR

“. . .que la han AUTONOMIZADO en la encarnación de su rol. . .”

“. . .estos actores AUTONOMIZADOS. . .”

Los hablantes de las lenguas a veces se encuentran en situaciones en las que desearían que algunas palabras existieran. Eso ocurre en los casos en que el hablante o escribiente se queda insatisfecho con las voces conocidas de la lengua. Desea expresar algo tomando como base un concepto conocido, pero la voz que crea no cuenta con suficiente arraigo en la lengua para que se la reconozca.

Lo que acaba de bosquejarse es un  ejemplo de lo que se presume que aconteció en el caso de los usos del verbo y del adjetivo destacados en las frases usadas a manera de ejemplos.

Para evitar tener que recurrir a los extremos de inventar nuevas voces, lo que procede que se haga es realizar una búsqueda en el seno de la lengua por un sinónimo capaz de expresar la idea que se persigue. El método es sencillo. Se usará más abajo para que sirva de modelo para el futuro.

Se busca una palabra equivalente a autonomía. Los diccionarios someten una lista que hay que evaluar. Para autonomía se encuentran, “independencia, libertad, emancipación, franquicia”. De entre estas, la independencia y la libertad son las que ofrecen mejores perspectivas.

La nueva redacción resultaría, “…que la han liberado en la encarnación de su rol…” “…estos actores independizados…” Tanto el verbo liberar como independizar son bien conocidos en la lengua común.

También pudieron cambiarse algunos otros elementos de la redacción y acomodarla a otras palabras. Esta clase de ajustes no requieren de gran esfuerzo; basta con pensar más de una vez.

© 2017, Roberto E. Guzmán.

Alcázar de don Diego

Por Segisfredo Infante

Soy Diego de Colón crecido

en la bravura de La Mar Océana.

Y he construido un Alcázar para todos

los hombres y mujeres que devienen

del agua, el fuego, los cielos y la tierra.

(Con insumos de Empédocles y Heráclito).

 

Mi Alcázar es estrecho, acogedor y largo

de piedra embellecida con cincel macizo

que tal vez ha disgustado a mis paisanos.

La envidia siempre ronda como bruma.

 

He sembrado la segunda roca

de una utópica Atenas renovada

que mira por el sur al “infinito”

de unos ojos dominico-americanos.

 

Mi refugio es el refugio de un secreto

visigodo, mudéjar, sefardita,

compartido con mi padre infortunado.

De un remoto linaje salomónico:

mi hermano el erudito bien lo sabe

y mi esposa de Toledo lo intuiciona.

 

La Mar es mi maestra. Mi enemiga.

Muy cerca de la piedra filosófica.

Aquí germinarán ciertos varones

como Henríquez Ureña y Bruno Candelier.

Aquí mismo escribirá un poema tosco

un catracho quizás desconocido

con poesía de orfandad. Ausente.

 

A pesar de nuestro salto gigantesco

más grande que viajar hasta la luna

sucede que aquí sólo cosechamos

virreinatos deleznables de la Nada.

Y mi padre: las cadenas de la infamia.

 

He crecido entre La Mar Océana

mirando hacia el sur del “infinito”

a la espera de un poema equilibrante y sacro.

He cincelado mi dolor doliente

de pura soledad con estoicismo.

Endecasílabos de Borges

Por Segisfredo Infante

            He leído a Jorge Luis Borges casi toda mi vida. Como he leído a Guillermo Hegel, José Cecilio del Valle, Rubén Darío, Aristóteles, José Ortega y Gasset, y Octavio Paz, para sólo enumerar algunos nombres. También he leído un poco a Rafael Cansinos-Asséns, habida cuenta que Borges pensaba, hace alrededor de cien años, que toda la literatura residía en la personalidad del escritor judeo-español Cansinos-Asséns, pensamiento que rectificó más tarde. Y es que de aquella relación amistosa entre los dos grandes escritores en potencia, devino el “ultraísmo”, un movimiento poético anti-dariano y anti-sencillista, del cual Borges se sirvió para escribir y publicar sus primeros poemas, en ciertas revistas españolas. Poemas que jamás fueron incluidos ni en los primeros poemarios, ni en las antologías ni mucho menos en ninguno de los tomos de su poesía completa. Es más, Borges abominó del “ultraísmo” y de su fé prematura en la revolución rusa del 24 de octubre de 1917, a la cual le dedicó los soterrados versos juveniles. También abominó de algunos ingredientes del “criollismo”, al grado que en cierto momento declaró que si por algo se merecía el infierno, era por haber militado en las huestes poéticas del tal “ultraísmo”.

Dicho lo anterior, paso a mi experiencia concreta específica con una parte de la obra de Jorge Luis Borges. Creo que mi primer contacto con la poesía del autor que nos ocupa en estos breves renglones, ocurrió en 1979, al caer sobre mis manos una antología en español y en inglés, titulada “Selected Poems, 1923-1967”, editada por Norman Thomas Di Giovanni. Y previamente el libro narrativo “Ficciones”, reeditado en mayo de 1976. Estas referencias se encuentran en mis viejos artículos borgeanos. En aquella “Selección de Poemas” se recogen muestras de “Fervor de Buenos Aires” (1923), “Luna de Enfrente” (1925) y “Cuaderno San Martín” (1929). Y otros poemarios más recientes en el tiempo. Es inevitable hacer constar que, desde mi punto de vista, en los tres primeros poemarios se registran algunas resacas propias de la época del “ultraísmo”, y luego del “criollismo” argentino, contaminado de lunfardo. Observamos muchos versos largos y algunos ligeramente flojos, desde el área específica de la melodía y del ritmo. Sin embargo, se percibe una temprana búsqueda del metro clásico en general, mediante la técnica del verso alejandrino francés, como en los casos de “El general Quiroga va en coche al muere”, del poemario “Luna de Enfrente”; en “Versos de catorce”, también de “Luna de Enfrente”; y en “Fundación mítica de Buenos Aires”, que aparece dentro del libro “Cuaderno San Martín”, de clara manufactura alejandrina, cuya técnica Borges nunca logró manejar completamente, tal como lo hacía con soltura Rubén Darío, sobre todo en su poemario “Prosas Profanas”.

Pero lo que deseo resaltar, en estas breves anotaciones, es el silencio de Borges entre la publicación de “Cuaderno San Martín”, en 1929, y su retorno a la poesía con la publicación de “El Hacedor”, en 1960. Hay un silencio poético de treinta y un años aproximados, largos e intensos, que obligarían a una detenida reflexión, la cual sería producto de un trabajo más extenso, que quizás realizaré y publicaré más tarde. La primera hipótesis es que Borges se  encontraba disgustado con sus primeros tres poemarios. Sobre todo con “Fervor de Buenos Aires”. Hay declaraciones públicas suyas al respecto. Razón por la cual se entregó a la tarea exitosa, en esos treinta y un años, de crear cuentos formidables, y de ofrecer conferencias eruditas, a veces juguetonas. La segunda hipótesis, y quizás la más consistente, es que al terminar de perder la vista entre 1955 y 1956, solamente le quedaba el recurso de la memoria y del verso clásico español, mediante la estructura auditiva, muy melódica por cierto, de los versos endecasílabos, es decir, de once sílabas métricas. De tal suerte que en sólo la entrada del poemario “El Hacedor”, nos encontramos con un formidable y maravilloso poema estructurado en cuartetas y en versos endecasílabos rimados que se titula “Poema de los dones”, según mi humilde juicio uno de los mejores de toda la producción borgeana. Aun cuando bien podemos añadir otros textos poéticos maduros, e insoslayables, de larga respiración como el “Poema conjetural”; “El reloj de arena”; “Límites”; “Arte poética”; “Góngora” y el “Otro poema de los dones”.

Sospecho y reafirmo, con una tercera hipótesis, que en el verso métrico es donde Jorge Luis Borges alcanza sus mayores logros poéticos, a pesar que las diversas vanguardias del siglo veinte habían renegado, mayoritariamente, del verso clásico en general, con sus metros, sus acentos, sus versos blancos y sus rimas. Incluyo en esta observación a las vanguardias anglosajonas, con las raras excepciones de cada caso. El británico-estadounidense T.S. Eliot por ejemplo, sabía combinar el verso libre con algunas estrofas rimadas. Pero volviendo al tema de nuestro Borges, en sus libros publicados a partir de la década del sesenta del siglo veinte, encontramos, además, una serie de sonetos que son deleitables al oído y de innegable valor filosófico, si se considera que varios autores coinciden en que Borges pertenece al grupo de los poetas de pensamiento. Quisiera mencionar algunos sonetos inolvidables: “Ajedrez”; “Alusión a la muerte del coronel Francisco Borges”; “Un poeta del siglo XIII”; “James Joyce”; “Spinoza”; “Rafael Cansinos-Asséns”; “Un ciego”; “A mi padre”; y “El remordimiento”, de 1976, dedicado a su señora madre, poco tiempo después de fallecer, cuyos dos últimos versos declaran: “No me abandona. Siempre está a mi lado// La sombra de haber sido un desdichado.”

Es perentorio expresar, en este punto, que apenas me he asomado a los dinteles de la poesía de Jorge Luis Borges, quien probablemente ensayó el soneto clásico castellano en su casi desconocida adolescencia, y lo retomó, por necesidad, en su ciega y estoica vejez, en tanto que sólo en la adolescencia es probable interiorizar la maestría del soneto, como muy bien lo sabría don Francisco de Quevedo y Villegas, el mejor sonetista en lengua castellana, o por lo menos el más fluido de todos, según mi propia perspectiva. Muchísimas gracias.

Tegucigalpa, MDC, 24 de octubre del año 2017.

NOTA: Breves palabras de Segisfredo Infante, en ocasión de presentarse el libro “Borges Esencial”, publicado por la RAE, y por otras instituciones académicas de América Latina y del mundo. El evento fue organizado por la Academia Hondureña de la Lengua, dirigida por don Juan Ramón Martínez, y realizado en el Paraninfo “Ramón Oquelí”, de la Universidad Pedagógica Nacional “Francisco Morazán”.

Nota Dos: El texto fue publicado en la Revista Histórico-Filosófica “Búho del Atardecer” de Tegucigalpa, número diecisiete, correspondiente al mes de noviembre de 2017, Pág. 6).

 

«El inmortal», de Jorge Luis Borges

Por Ofelia Berrido

Para introducir este trabajo ningún inicio podría ser superior que el  soneto Para una versión del  I King  (I Ching o libro de las mutaciones en la edición de Richard Wilhelm) escrito por Jorge Luis Borges. El mismo aparece en esta versión como prefacio, junto a los prólogos de Gustav Jung y de Helmut Wilhelm. Su poema es una clave que permite abrir las puertas de su comprensión.  He marcado en él aquellas frases que tocan directamente el corazón del cuento El inmortal para que al leerlo las recuerden e interrelacionen.

El porvenir es tan irrevocable / Como el rígido ayer. No hay una cosa

Que no sea una letra silenciosa /De la eterna escritura indescifrable

Cuyo libro es el tiempo. Quien se aleja /De su casa ya ha vuelto. Nuestra vida/Es la senda futura y recorrida./El rigor ha tejido la madeja./No te arredres. La ergástula es oscura/La firme trama es de incesante hierro/Pero en algún recodo de tu encierro/Puede haber una luz, una hendidura. /El camino es fatal como la flecha. / Pero en las grietas está Dios, que acecha.

Todo aquel que se acerque al libro de cuentos el Aleph de Borges y recorra las páginas del primer cuento, bajo el título del  “El inmortal”, encontrará  el sustrato de este poema en su contenido y entenderá mejor sus sinuosas  profundidades.

Borges ha sido un buscador toda su existencia.  Su indagación se dirige  tanto dentro como fuera del ser.  Y así, transita por el mundo de las letras,  leyendo, estudiando, interpretando  y  descifrando  cada palabra, cada sonido y silencio. Lee los grandes de todas las épocas y se comunica intelectual y almáticamente con sus autores.  Y así, como juego lúdico premeditado,  invita a los lectores a averiguar con quién ha realizado alianzas secretas. Y es que…  Borges agradece a todo escritor que lo toca: recordándolo, abonando sus tierras con su intertextualidad, manteniéndolos vivos a través de su propia existencia; cooperando con la inmortalidad de cada uno de ellos. El porteño explora esas obras, mientras penetra el sí mismo de su propia interioridad: conoce y se conoce. Busca andar por los mundos de otros para conocer los suyos, cierra y abre puertas.  Y se va haciendo inmenso desde su  intelecto genial y desde su mundo esotérico y su búsqueda sincera  y  firme.

Desde el Aleph,  primera letra del alfabeto divino,  Borges encuentra la posibilidad no solo de pensar o querer… sino de actuar. Se vuelve hacia el  mundo de la corona cabalística: arquetipo de la inspiración, de la chispa que llega sin mediador y se manifiesta a nuestro espíritu como un fulgor. Es el Yo puro, el espíritu supra-individual y universal identificado con el alma, con el Éter, la quintaesencia de nuestra manifestación trascendente. Y al árbol con su raíz en el cielo; árbol cósmico del espíritu: una hermosa e instructiva imagen del misticismo perenne.  Desde el Aleph que el Verbo manifestó  cuando dijo “Yo tendré mi unidad” y “nadie podrá encontrar la unidad de nada si no es en la letra Aleph” (El Zohar, p.p. 53, 54); desde esa letra base de todos los cálculos y de todos los actos producidos en el mundo Borges escribe

su obra.

Oriente atrae enormemente al escritor y dedica años al estudio de la cábala; asimismo, conoce y estudia la filosofía desde los pitagóricos y su matemática hasta el estudio del infinito; la creación del hombre de barro, y las historias del golem lo seducen. Jorge Luis Borges es un hombre sensible al mundo y las esferas, a las leyes que rigen el  todo y la nada y al efecto de ellas sobre la humanidad. Un alma en evolución que se dejo dominar por un intelecto, demasiado superior.

Borges crea con frecuencia sobre  la temática  del yo.  Se deleita con el yo único y múltiple a la vez; yo del presente, pasado y del misterioso futuro; ese yo que cree ser, pero que a la vez se  reconoce en el otro; el yo eterno e inmortal, el yo de todos y de ninguno. Estudio el budismo hasta las últimas consecuencias.  De ahí que para el escritor no hay un yo individual porque todo está vacío, nada tiene existencia propia. Somos uno y todos a la vez. Borges conoce y usa magistralmente estos conceptos, a pesar de que en el budismo los conceptos también son pura imaginación. Conoce, igualmente, el concepto de eones,  tiempo infinito e inmortalidad.

Borges en “El Inmortal” toma el personaje del anticuario y le da múltiples vidas dándole continuidad infinita a la persona humana en un mundo más allá de la vida presente. Denuncia a través de sus personajes la inmortalidad como castigo, vida con múltiples vidas y roles, pero sin grandes satisfacciones al perder la memoria frente al paso de cada suceso. Lo que convierte cada olvido en una muerte dentro de un mundo de inmortalidad. En este magnífico cuento, la incapacidad de recordar convierte en nada a la inmortalidad.  Al contrario de lo que plantea la misma cábala, del privilegio de que goza el espíritu al ser eterno, dado que su característica esencial es la de poseer individualidad inconfundible y a la vez de transformarse o pasar a otros estados distintos, evoluciona en el infinito sin que se destruya su unidad.

Borges imagina y crea laberintos intrincados para desembarazarse de los que crea su mente sobre-intelectualizada y metafísica y a la vez sugiere a sus lectores dobleces, rutas directas y alternas hacia el centro, hacia el vacio donde todo se clarifica porque es ahí, justo en el centro, donde se logra el acceso a la inmortalidad verdadera  y  la realidad absoluta.

Por otro lado, la intertextualidad de Borges es solo el cerebro colectivo de una complejidad que busca simplificarse. Cuando los grandes genios de la literatura se expresan a través de sus obras, no esconde sus parentescos sicológicos y metafísicos sino que los expresa abiertamente porque los envuelve en formas nuevas, y discursos convincentes,  metamorfosis desde donde emergen como mariposas brillantes y multicolores historias inéditas y flamantes con materiales que a veces recicla como gran artesano de la  más sublime de las creaciones: mundos imaginarios, ficciones montadas sobre ensueños y pesadillas  que logran liberar al ser humano porque lo enfrentan a sus miedos y le dan esperanzas y nuevas ilusiones.

El inmortal  nos presenta desde su inicio unos personajes que se entrelazan, que buscan entenderse y completarse en el otro. Un mundo en el que es difícil de separar la realidad  del sueño y donde la pesadilla se convierte en símbolos de la penumbra, tierras negras donde habitan  monstruos, fantasmas, mundos invertidos y desfigurados y miedos ancestrales que habitan en la mente.  Miedos reales e imaginarios.  Miedos por no saber quién es el yo o quién es el otro. Miedos a lo desconocido de la vida y de la muerte. Miedo al cansancio de  la inmortalidad.

El anticuario Joseph Cartaphilus ofrece la colección de la Ilíada en la traducción de Pope a una princesa  que la acepta.  Un tercer personaje llamado Marco Flaminio Rufo narra el resto de la historia, en primera persona, sobre el cómo se encuentra con un jinete herido, pero pleno de la fuerza y vitalidad del animal que monta. El cabalgador busca el rio de la inmortalidad. Busca sobrevivir eternamente, justo cuando sabe que muere.

Marco Flaminio Rufo queda impactado y decide seguir los pasos y la ruta que aquel hombre ya fallecido. En Roma, cuenta que acerca de la inmortalidad “…conversó con filósofos que sintieron que dilatar la vida de los hombres era dilatar su agonía y multiplicar el número de sus muertes”.

Persistente en su fin y con la sed intensa que solo provoca el desierto bebe del agua de un rio arenoso, que resulta ser el rio que libera a los hombres de la muerte: rio de la inmortalidad.   Marco Rufo, ya inmortal, logra darse cuenta que los  trogloditas eran los inmortales.  Y así sigue la narración hablando de lo baladí de ser inmortal, pues todas las criaturas lo son por desconocer el momento de su muerte.  Ve la inmortalidad como una condena por tratarse de una vida tras otra sin fin alguno: una verdadera condena, vidas sin recuerdos, vidas para el olvido, vidas sin sentido ni gloria.

Al final reconocemos que el personaje terroso que le lleva las obras a las princesa, el llamado Joseph Cartaphilus  es Marco Flaminio Rufo Argos, el mismo Borges y Homero.  Estos últimos prohombres: ambos ciegos, ambos visionarios, ambos seres heroicos y antihéroes nacidos en Buenos Aires y Esmirna. Se cierra el círculo con Homero quien  presenta su historia al inicio y quien en el desenlace termina entendiendo que él es él y todos los hombres; tanto como la ciudad de Ios es todas las ciudades: “ Sabía que en un plazo infinito le ocurren a todo hombre todas las cosas. Por sus pasadas o futuras virtudes, todo hombre es acreedor a toda bondad, pero también a toda traición, por sus infamias del pasado o del porvenir.” (Borges, 2011)

Y todo termina y dice Borges… Cuando se acerca el fin, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras. No es extraño que el tiempo haya confundido las que alguna vez me representaron con las que fueron símbolos de la suerte de quien me acompañó tantos siglos. Yo he sido Homero; en breve, seré Nadie, como Ulises; en breve, seré todos: estaré muerto.

El escritor a través de Flaminio Rufo se adentra al mundo de la inmortalidad al beber de las aguas de esa vida para entenderla y seguir viviendo satisfecho de no ser un inmortal.   Borges vive el  mundo de eternidad manifiesto en su obra y en todo lo que conoce.  Mago trasmutador de verdades en mentiras y de mentiras en verdades eternas.

El autor juega con los conceptos realidad y sueño porque conoce el budismo a profundidad y sabe que la existencia es “maya” que todo es perspectiva y visión de los sentidos engañosos. ¿Cuál de los dos estados es real? ¿Existe  acaso la realidad?

La obra es una metáfora del infinito y la eternidad donde el infinito alcanzó la nada y se materializo el vacio. Materialización convertida en el punto brillante donde el protagonista ve desde las cavernas el cielo azul, un punto brillante, el origen de la luz que es el Misterio Supremo y cuya esencia es inconcebible.

¿Quién es el inmortal sino el mismo Borges? Cegado para despertar sus más sutiles sentidos. Borges se desdobla en uno y todos; se convierte en el Homero de Esmirna y de Argos; en el Homero “no me horón” o sea el que no ve, prisionero de   guerra e hijo de rehenes cuyo único trabajo era recordar…; hombre de muchos nombres y muchas vidas.  Homero el vaticinado como inmortal sirena por la Pitonisa y por la tradición según Pausanías: “Inmortal por siempre y no conocerá la vejez”.  Homero, real o imaginario, autor de “La guerra de las ranas y los ratones”  y Borges son uno en este cuento metafísico. Donde desde el caos de lo inverso y borroso surge la verdad: porque el mundo como está es perfecto y el ser humano lucha por cada bocanada de aire aún a sabiendas que puede ser la última.

Borges: agua, fuego, aire, tierra… se ha convertido en inmortal,  a pesar de que no deseaba habitar esos mundos. Pronto formara parte de nuestros sueños y pesadillas para recordarnos que en nuestra mortalidad perfecta todas las almas son parte de un solo y único misterio.

Bibliografía

Alazraki, Jaime (1974): La prosa narrativa de Jorge Luis Borges:                  Temas – Estilo. Madrid, Gredos

Borges, Jorge Luis (1989-1996): Obras Completas I-IV. Ed.Carlos V. Frías. Barcelona, María Kodama y Emecé  Editores Jullien, Dominique (1995): “Biography of an  Immortal”, Comparative Literature, 47.2, pp. 136-59

Koch, Dolores M (1984): “Borges y Unamuno: Convergencias y divergencias”, Cuadernos Hispanoamericanos, 15, pp. 113-22

Mac Adam, Alfred (2000): “Machado de Assis and Jorge Luis Borges: Immortality and Its             Discontents”, Hispanic Review, 68.2, pp.115-29.

Mosé ben Sem Tob de (2008). El Zohar: El libro del esplendor. Original       1286.  Barcelona: Obelisco

Rodríguez-Carranza, Luz (1994): “De la memoria al olvido: Borges y la inmortalidad”, La memoria histórica en las letras hispánicas contemporáneas. Ed. Patrick Collard. Ginebra, Librairie DROZ, pp. 225-35

Presentación del Diccionario de mística

Por Sélvido Candelaria

Qué son y para qué sirven los diccionarios.

Se conoce como diccionario a la publicación que incluye una amplia serie de palabras y términos ordenados en forma alfabética y cuya finalidad es de consulta. Dicha compilación suele incluir diversos tipos de información sobre cada palabra, cómo su significado, su historia etimológica, la forma en que se escribe y cómo se pronuncia. Cabe destacar, de todos modos, que un diccionario no siempre presenta toda esta información ni configuración.

Los diccionarios son herramientas que se utilizan en todas las profesiones, y que puede servir hasta… para condenar a una persona, según nos dice en una atinada selección ilustrativa que ha utilizado para presentar el Diccionario Fraseológico Dominicano, hace algunos meses, el consagrado narrador, lingüista y comunicador, Rafael Peralta Romero.

“El escritor español José Antonio Millán cuenta que la Justicia de Vizcaya condenó a unos jóvenes por llamar «cipayos» a unos policías. El primer juez que tomó la causa buscó la palabra en el Diccionario de la Academia y observó que significaba: «Soldado de la India de los siglos XVIII y XIX». Esto no parecía un insulto, y no los condenó. Pero más tarde la corte volvió a tomar el diccionario y observó una segunda acepción: «Secuaz a sueldo». Eso sí era insultante dirigido a un policía. Los jóvenes fueron entonces declarados culpables”.

Sírvame pues,  este preámbulo  para introducir mi participación en la presentación oficial del Diccionario de Mística, del Dr. Bruno Rosario Candelier. Los diccionarios podrían hacer la diferencia en muchos otros aspectos, pero he querido escoger este sobre su auxilio a la justicia ordinaria, para resaltar lo que muy poco se menciona de los diccionarios: su característica de canon justiciero. Y es que el diccionario viene a ser como una recopilación de leyes que, en base al uso de giros y expresiones, va estableciendo una comunidad de hablantes. He escuchado en muchas ocasiones, a abanderados de la mal llamada “igualdad de género”  echando pestes contra “el grupo de misóginos que impone las reglas” en el idioma español, por tratar de imponer el uso de palabras con desinencias que apuntan a “favorecer” el género masculino, y quiero aprovechar mi acotación anterior para recalcar que las reglas del idioma español se establecen después que la práctica de sus usuarios ha señalado una constante, no al revés. Ni más ni menos, esto ha hecho el Director de la Academia Dominicana de la Lengua, al recopilar una serie de vocablos y frases que, el uso especializado de los creadores literarios, ha establecido como referentes de aspectos místicos.

Como insinuábamos en un párrafo anterior, existen diccionarios que recogen palabras específicas utilizadas en los diferentes ámbitos del quehacer humano. Tenemos diccionarios de filosofía, de periodismo, de medicina, de mecánica, eróticos, de autores, culturales, religiosos, astronómicos, marítimos y, ahora, este Diccionario de Mística, que si bien no es exclusivo dentro del tema (ya el escritor italiano Luigi Borriello había publicado su”Diccionario de Mística” y “Mística palabra por palabra. 500 voces de la a a la z” ), sí viene a constituir una novedad, tanto en el ámbito de la lengua en que ha sido escrito, como en el procedimiento utilizado para ello, pues no solo se circunscribe a definirnos las palabras desde diferentes perspectivas , sino que nos transcribe textos en los cuales podemos ver esas palabras utilizadas dentro del contexto donde se hace la definición, instruyendo al profano  y ayudando al iniciado a interpretar los conceptos con mucho más eficacia, algo sumamente importante en un tema tan escabroso como la mística.

¿Pero qué es la mística?

Según el Diccionario de la Lengua Española, esta palabra tiene 8 acepciones:

  1. 1. adj. Que incluye misterio o razón oculta.
  2. 2. adj. Perteneciente o relativo a la místicao al misticismo.
  3. 3. adj. Que se dedica a la vida espiritual. U. t. c. s.
  4. 4. adj. Que escribe mística.U. t. c. s.
  5. 5. adj. And., Col., Hond., Pan., P. Rico yVen. melindroso.
  6. 6. f. Parte de la teología que trata de la vida espiritual y contemplativa y del conocimiento y dirección de los espíritus.
  7. 7. f. Experiencia de lo divino.
  8. 8. f. Expresión literaria de la experiencia de lo divino.

Significados estos que han sido condensados acertadamente por Rosario Candelier en estas palabras:

“La mística implica, como búsqueda de lo divino, una contemplación hacia adentro, hacia la esencia del ser, hacia la Fuente creadora e inspiradora de todo, hacia el Misterio que arroba y anonoda” (D d M, pag. Xi)

Basado en este concepto, el filólogo mocano, ha estructurado un texto de consulta indispensable para todo aquel que se interese por el tema de la mística, pero, sobre todo, para los creadores literarios quienes pueden encontrar aquí una guía referencial y un manual esclarecedor de dudas, respecto a la materia. Con más de 200 entradas y unas 1500 notas de textos donde aparecen  giros y expresiones de simbolismo místico  creados por 234 diferentes autores, y con la autorizada interpretación de cada una de ellas, el autor nos entrega una herramienta fundamental para incursionar en este complejo campo.

Veamos un ejemplo:

“LUCIÉRNAGA. 1. Pajarillo que en las noches proyecta una luz parpadeante que hace temblar a la misma sombra con su hacha de lumbre”. El texto escogido es del escritor A Pérez Méndez, de su obra Allá. “La noche estaba oscura penetrada por luciérnagas que jugando en espirales de luz, hacían tartamudear las sombras”…(Quiero aprovechar el momento para señalar algo curioso. Si abrimos este diccionario, al azar, vamos a encontrar en cualquier página unas definiciones elaboradas con el lenguaje técnico y preciso que regularmente se usa en la lexicografía. Pero en ciertos términos, y este en específico, la sensibilidad estética traiciona al perito y la poesía fluye a borbotones poniendo un toque de arrobamiento, donde se ha quitado algo de precisión) 2. “Expresión simbólica de la iluminación de lo viviente” y para ilustrar esta acepción, cita al autor Guillermo Perez Castillo con unos versos de su poemario Acecho: “…Busco las moradas donde asirme/como quien se niega a sucumbir/y sigo la tarde/descrita en luz de luciérnagas/que transitan  horadando la oscuridad”. 3. Imagen de la vocación de sabiduría y amor del alma del místico”. En esta ocasión se usa  un extracto de la obra Grito, de L Billini Mejía, para ilustrar. “Si por el contrario/alas plañideras amortiguan mi tránsito/collares de espuma/alumbrarán mi senda/…¿Qué hiciste luciérnaga del beso de paz/que ofrecí al amado? 4. “Fuente luminosa de lo divino mismo” Ahora, desde el poemario Gota, se usan unos versos de R Santos, para ilustrar. “…Eres la luciérnaga que me alumbra oscuro/¡Trae tu paso a este espacio!/¡Trae tu espacio hacia este cansancio!/En mí el respiro es la aurora de tus alas!”  5. “Figuración simbólica del misterio que la noche engendra”.  De Tulio Cordero, en su obra Noche, son los versos que ahora respaldan este concepto.  “…¿Quién ha lamido/de esta noche/las luciérnagas?/ Cenizas temblorosas, muertas de vergüenza/Venidas de la muerte.” (D d M, pág. 242).

Así, durante el parsimonioso recorrido que deberá  hacerse por el sendero de sus páginas, habremos de encontrar en este volumen, un caudal de conocimientos acumulados en más de 5 décadas de estudios sobre este tema; los mismos que han sido puestos a nuestra entera disposición, por la bondad y el altruismo de este distinguido humanista, quien ha hecho, a través de su magisterio, un ingente esfuerzo por extender el buen uso de la lengua a todos los estratos de nuestra sociedad y en todos los ámbitos del quehacer humano.  Tan meritorio aporte debe ser aprovechado y agradecido en grado sumo, como agradezco yo el honor de haber sido escogido para esta presentación y la paciencia de ustedes al escucharme.

Muchas gracias.

Diccionario de mística, de Bruno Rosario Candelier

Por Gisela Hernández

“La mística es el cultivo de la espiritualidad centrada en la búsqueda de lo divino […] Para elaborar un diccionario de términos místicos  hay que saber lo que es la mística, sin confundirla con la religión, ni con la metafísica ni con el mito. La  mística implica, como búsqueda de lo divino, una contemplación hacia adentro, hacia la esencia del ser, hacia la Fuente creadora e inspiradora de todo, hacia el Misterio que arroba y anonada” (Bruno Rosario Candelier).

El Diccionario de mística, de Rosario Candelier (1), es una obra que trasciende las fronteras de los diccionarios semánticos y lexicográficos. Engrandece el acervo cultural, léxico y semántico de los hablantes. Es una obra concebida para dar asistencia al cultivo cultural de la fuente misma de los vocablos sobre mística. Terminología que el propio Diccionario de mística define en sus diferentes acepciones mediante un análisis enjundioso de sus términos y el carácter universal y particular que el vocablo posee para la Mística Bíblica, Budista, Cósmica, Mística Interior, entre otras acepciones, radicada la mística que eleva la conciencia espiritual  en la inspiración de la misma, centrada en la convicción de la existencia de Dios. Además de la trascendencia señalada, el Diccionario de místicaes una herramienta útil: una fuente viva y tangible del nivel de contemplación y entendimiento que las almas sensibles y porosas al Misterio tienen de la existencia de otras realidades, como ya intuía Platón desde la cuna del conocimiento profundo de las esferas conjuntas de la persona humana.

Más que vocablos: “Conciencia espiritual”

El Diccionario de mística de Rosario Candelier, a través de los doscientos veintiocho vocablos que define con rigor científico y que se sustentan en fuentes fidedignas, es una obra para trascender en la comunicación con el Absoluto, en tanto contiene la simiente del Movimiento Interiorista, doctrina estética creada por el autor de esta obra de reflexión lexicográfica.

La presentación del Diccionario de mística es realizada, con acierto y soltura literaria, por Rosario Candelier, desde la introducción del mismo al explicar qué aborda como diccionario especializado incluida la conciencia espiritual: «[…] aborda  […] términos alusivos a la inclinación mística  de la conciencia espiritual […] (2).

Conciencia espiritual que todo ser humano puede acceder cuando se entregue a su misterio y se deje elevar más allá de la realidad cotidiana que venera lo simple. Y, paradójicamente, la esencia divina en las cosas más triviales de la humanidad puede llevar a la conciencia plena del despertar a la sensibilidad excelsa de la mística, siempre que el ánimo del espíritu se incline a entender y definir cuál es el sentir espiritual que rige nuestras vidas y avocarnos en identificar las «señales divinas» que el Diccionario de mística define bajo tres entradas, siendo la primera de ellas «mensajes percibidos como fenómenos o prodigios (3), con cita de Libro del Antiguo Testamento (Deuteronomio 13;1-2). La segunda entrada, indicios y mensajes trascendentes, con apoyo en una cita de La dolencia divina, obra del propio Rosario Candelier, dejando en el ánimo la tercera entrada como las señales de la trascendencia, avalada en un verso de poeta José Nicás Montoto, Dilmun (32): “Serénate un momento, corazón, y repara/en los dones, feliz que disfrutare/ aquellos que ahora gozas  porque nada precisas ni nada te reclama/y has aprendido a ver en las cosas fugaces/ una móvil señal de lo inmóvil eterno”.

 Desarrollo de la inteligencia espiritual

En el Diccionario de mística se plasma la dirección que motiva a la toma de conciencia del deber de cultivar la inteligencia espiritual y dedicar un tiempo interior para cultivar la mística en las dos vertientes en la cual la entrada en el Diccionario de mística describe como “Vía mística” (4): «Iluminación y contemplación. Desarrollada y traída a la luz de la conciencia de dejarse interpelar por el cultivo de la espiritualidad desde el «Silencio interior» cuya definición está en el Diccionario de mística; identificar el proceso personal a seguir, al cual, cita Rosario en «Vía mística«: «Vía mística: la definitiva y completa purificación del Yo, a la que algunos contemplativos llaman «dolor místico» o «muerte mística», y a la que otros denominan Purificación del Espíritu o Noche Oscura del Alma […]la «crucifixión espiritual» que tantas veces han descrito los místicos: la gran desolación en la que el alma parece abandonada por  lo divino” (5).

Una introspección que toda persona debe realizar, en silencio interior al hacer acopio de las definiciones insertadas como un faro espiritual en «Silencio interior«: “Silencio interior1. Ausencia de voces, sonidos y ruidos con la sedación de la soledad sonora” (6).

Y, aceptar como válidas las sugerencias de Rosario Candelier respecto de las vías para cultivar en la vida de cada uno la mística como una vivencia ineludible, que indefectible y contundente desarrollan la inteligencia espiritual: «(…) el silencio, la soledad y la contemplación (…)»  (7).

Rosario Candelier, en Diccionario de mística, ilumina en relación a las acciones que han de seguir a toda persona con experiencia mística, en “Vía mística” es descrita como: «[…] Purificación, iluminación y contemplación son las tres etapas del cultivo de la mística   […] (8).

Tres etapas imantadas desde el soporte cósmico del Areopagita que Rosario Candelier intuye desde su conciencia iluminada por la mística: «A mi parecer, los ya purificados están perfectamente limpios de toda mancha y libres de la menor desemejanza. Creo que cuantos reciben la iluminación sagrada están llenos de luz divina y levantan los santos ojos de la mente hasta alcanzar plena capacidad de contemplación» (9).

Desdeñar las obligaciones que el conocimiento de estas verdades traen al crecimiento de los sentidos interiores es postergar la satisfacción y el disfrute de la felicidad plena que lleva consigo el cultivo de la vida interior y el placer del deber cumplido cuando la luz de la conciencia mística puede llevar a buen puerto a las almas perdidas en el mar oscuro de las preocupaciones existenciales.

Soporte literario del Diccionario de mística

Dentro de las acotaciones académicas incluidas en la instrucción del Diccionario de mística, por Bruno Rosario Candelier en la Academia Dominicana de la Lengua el 12 de junio de 2017, el insigne autor  apuntala sobre el soporte literario del Diccionario de mística: «Tras la explicación básica y el comentario pertinente, las entradas de este Diccionario de mística se ilustran con muestra de escritos alusivos a la referencia mística de la palabra clave. Se trata de un diccionario especializado, por lo cual se aplican criterios lexicográficos, afines a la disciplina espiritual que la sustenta» (10).

Citas, principalmente poéticas, como alude el numeral “9” del decálogo del Diccionario de mística, guía de Rosario Candelier: “9. Ilustrar con ejemplos de textos literarios, especialmente poéticos, la dimensión espiritual y estética de un concepto” (11).

Citas bibliográficas que engrandecen las letras dominicanas cuando es citado un escritor nativo, como el caso de Fausto Leonardo Henríquez,  poeta a quien ha sido dedicado el Diccionario de mística, honor que coloca de relieve la responsabilidad del escritor de dotar su creación de belleza y rigor científico, visto el vínculo espiritual de la necesidad de dominar el idioma en el cual se escribe y del soporte literario como aval del buen uso del lenguaje y de la inspiración en la búsqueda de términos semánticos que engrandecen el léxico, cuando un autor emplea el lenguaje con propiedad, belleza y corrección. Rasgo semántico presente en la creación mística, razón del Diccionario de mística en la explicación ofrecida por Rosario Candelier en la introducción a este glosario: “La creación estética y espiritual inspirada en la mística tiene una singular connotación que las palabras expresan, sugieren y encauzan en su configuración léxica, semántica y simbólica” (12).

El Diccionario de mística, con lenguaje elocuente, nos invita a vincularnos al decir profundo, a abrirnos a las manifestaciones místicas y prepararnos para el desarrollo de la inteligencia espiritual.

 Gisela Hernández

Presentación del Diccionario de mística,

Santo Cerro, Ateneo Insular, 25 de noviembre de 2017.

 Notas:

  1. 1. Bruno Rosario Candelier, Diccionario de mística, Santo Domingo, Academia Dominicana de la Lengua, 2017.
  2. 2. Ídem.
  3. 3. Ídem.
  4. 4. Ídem.
  5. 5. Ídem.
  6. 6. Ídem.
  7. 7. Ídem.  Con cita de Pseudo Dionisio Areopagita en Obras134.
  8. 8. Ídem.
  9. 9. Ídem, p. 493.
  10. 10. Ídem.
  11. 11. Ibídem.
  12. 12. Ibídem.

 

 

El Diccionario de mística

Por Rafael Peralta Romero

  El 28 de enero de 2017 asistimos a la presentación del libro La dolencia divina: conciencia mística y espiritualidad, escrito por el doctor Bruno Rosario Candelier. La referida obra  puede considerarse  con toda justeza un tratado, bien documentado y bien sustentado,  sobre la  mística, que con la metafísica y la mitopoética  representa  los tres pilares  sobre los que se sostiene el movimiento interiorista, que orienta Rosario Candelier.

Tuve la honra de hablar  acerca de ese libro el día de su presentación, y afirmé en aquella ocasión que la nueva publicación no solo constituía  el más amplio soporte bibliográfico sobre los estudios místicos  que se haya elaborado en nuestro país, y en muchos otros, sino que también representaba  un auténtico cuerpo doctrinal  sobre esa materia, reservada  a un número muy reducido de seres humanos.

En más de una ocasión, el actual director de la Academia Dominicana de la Lengua y presidente del Ateneo Insular ha expresado  su preocupación por la falta  en nuestro país de una escuela destinada a los estudios místicos, para lo cual es indispensable, en primer lugar, la existencia de poetas y narradores místicos.  Esta premisa  puede contribuir a entender el insólito hecho de que a diez meses de haber publicado   La dolencia divina, el progenitor, en vez de solazarse en los mimos a su recién nacido,  se ocupe en  declarar el nacimiento de otra criatura que por ser hermana de la anterior tiene genes comunes con ésta.

Resulta muy evidente que con sus trabajos, sobre todo  a través del Movimiento Interiorista,  Rosario ha venido preparando las bases para establecer  esa escuela, ya que son miembros del  Interiorismo los dominicanos  que en los últimos veintiséis  años  han transitado la senda de la mística en sus creaciones.

 

A ese propósito debe obedecer la  publicación del Diccionario de mística, editado con el sello de la Academia Dominicana de la Lengua y el patrocinio de la Fundación Guzmán Ariza. De inicio, el autor advierte que para elaborar un diccionario  de términos místicos hay que saber lo que es la mística, sin confundirla con la religión  ni con la metafísica ni con el mito. Y precisa que la “La mística implica, como búsqueda de lo divino, una contemplación hacia adentro, hacia la esencia del ser, hacia la Fuente creadora e inspiradora de todo, hacia el Misterio que arroba y anonada”. (pág. xi).

¿Qué se define en un diccionario de mística? Eso me preguntó una amiga a quien le referí que tenía  por delante la tarea que en este momento estoy realizando. Para entonces solo había explorado el libro y llegaron tímidamente  a mi memoria algunos términos y  expresiones contenidos en la publicación: mística, kénosis, intuición mística, escritura divina, contemplación espiritual, sentido místico, teosofía y,  por supuesto dolencia divina.

Aunque mi respuesta fuera simple y superficial, la pregunta de la amiga me ha servido para  encaminar este discurso hacia los tópicos que se presten  para funcionar como muestras representativas del contenido de esta nomenclatura, porque definitivamente,  presentar  un diccionario de mística  resulta muy diferente a ponderar un libro de cuentos o una novela.

En esto último es donde radica mi experiencia.

Empiezo por mística: “Cultivo y sentimiento de lo divino que entraña hondas vivencias interiores y,  en algunos casos, la experiencia  extática con el carácter enigmático, cerrado y oculto de su condición inefable”. De acuerdo a lo expuesto en la página 270, la mística es la espiritualidad puesta a favor de la conciencia superior para elevarse a planos superiores en pos de la Divinidad.

Se plantea aquí que para sentir místicamente el mundo hay que tener una empatía con lo sagrado. La experiencia mística  recupera el sentido original de dignidad  espiritual, empatía cósmica y ponderación de lo sagrado. La mística es una experiencia luminosa que aparta de las inclinaciones mundanas y abre el camino de la gracia para vivir el sentido espiritual del mundo.

El místico encuentra especial deleite en la belleza de los elementos naturales: cantos de jilguero o de gorrión, emanaciones de un manantial, la mansedumbre de la paloma o los movimientos del pez en el agua, o por igual en la manifestación del rocío, o la presencia del Sol, la Luna, el fuego o el mar.

   Kénosis divina. Este vocablo griego significa “anonadación”, “rebajamiento” y “humillación”, con presencia y sentido  en el ámbito del ascetismo místico y la espiritualidad. Y más adelante agrega el autor: “Para alcanzar la unión divina, la vocación mística precisa capacidad de contemplación, ternura espiritual y pureza de corazón en una síntesis de piedad, renuncia y entrega”.

La kénosis conlleva aniquilación del ego, ya que todo se  doblega al plan divino. El autor ilustra estas ideas con versos de Fausto Leonardo Henríquez: “Pasemos al umbral /salgamos de esta pirámide. / Decae el día con su pesadez, / la bruma anida el resto de lo que hay en mí. / La humillación le llegó a la tarde. No saben de gloria los últimos rayos / diluidos en el espejo vespertino. Avanzo sin tregua por el laberinto, / abro puertas sin llaves para el regreso”. (pág. 231).

   Intuición mística. La percepción mística, que aparece en la página 216, es definida como una percepción nítida, profunda y fecunda de cuanto conduce a una clara conciencia de lo divino. La meta de la mística es la unión permanente con lo divino.  Los poetas místicos como los sujetos  contemplativos, mediante la intuición mística,  han mostrado que la belleza  sensorial conduce a la belleza mística como expresión de la Divinidad. “La intuición mística –afirma Rosario- genera la certeza de que estamos conectados con lo divino, hecho que revela verdades profundas con la claridad de lo que nos conviene”.

Un poema de Freddy Bretón recalca la certidumbre de la función de la intuición mística  para la relación entre  el Creador y el sujeto que lo intuye con amor y gozo:

“Padre de la armonía: / yo sé bien que tu voz divaga/ por el mundo. / Te canta suavemente la brisa/ en los pinares, /o en los vientos que rozan / las rocas de la altura. / Padre del Universo, / del que soy parte mínima: preste yo mi voz a tus cantares, /como lo hace la fuente; que no solo a las aves les fue encomendado/ cantar tus maravillas. / Sea todo mi ser el instrumento / en que hagas resonar tus melodías. /Viva yo de tu amor, / Tu armonía perfecta, / mientras voy, peregrino, / hacia tu fiesta”. (pág. 219).

     Escritura divina.  Tenemos  sabido que en la Biblia tenemos la  escritura divina por excelencia.  Pero poetas y místicos han encontrado en la naturaleza la escritura de Dios, un modo de ver la marca de la Divinidad. En la quinta acepción de este articulo, el autor del Diccionario  afirma de la escritura mística lo siguiente: “Concepción mística de la Creación, que es el conjunto de lo existente, como la Escritura de Dios, según lo han sostenido poetas de nuestra lengua, tanto de América,  como el poeta argentino Jorge Luis

Borges, o de España, como el poeta andaluz Juan Drago”. (pág. 147).

   Contemplación espiritual.  Es otra de las entradas que he escogido para responder acerca de qué trata un diccionario de mística. Aparece en la página 93 y comienza con este señalamiento: “Disposición de la sensibilidad y la conciencia para entrar en comunión  con la dimensión sagrada de la naturaleza de las cosas”.  Aquí, el autor acude a otro libro suyo y cita lo siguiente: “Para  conseguir esa meta proponemos el cultivo de los valores interiores, entre los cuales figuran la empatía cósmica, el amor divino, el silencio contemplativo, la armonía cósmica, la ternura interior y la paz entrañable”.

La contemplación conlleva la unión mística con Dios y es una forma de pasar de la carne al espíritu, de los sentidos corporales a la inteligencia de lo divino, pues la contemplación mística conecta con la energía divina. En esto entra la oración, que es una forma de dialogar con Dios. Bruno Rosario advierte que si la persona responde, la oración se hace  más penetrante, más pasiva: “Y por ende, normalmente más simplificada, más contemplativa. El amor es más vivo y simple. Quiere decir que la oración en este estado teopático es contemplación. Pero no es de suyo la mística. La vida mística también es acción…” (pág. 99).

   Sentido místico. El sentido místico implica el fundamento espiritual cifrado en el aliento de lo divino. La creación del mundo es obra de Dios y, en consecuencia, el asombro y el misterio que producen la belleza, el primor y el esplendor del mundo desarrollan la sensibilidad estética, la sensibilidad cósmica y la sensibilidad mística, desplegando el más alto peldaño de la sensibilidad espiritual al compartir las delicias de lo viviente, sintiendo que todo lo creado procede del Padre de la Creación… (pág. 147).

Escudriñando aún más el Diccionario de mística, me detengo en la página 468. Teosofía es la entrada que ahí aparece. El autor la define de este modo: Concepción mística fundada en la creencia de que todo lo existente es una emanación de la Divinidad y por tanto encarna algo de lo divino mismo. El autor recurre  a Gershom Gerhard Scholem, filólogo e historiador israelí, para reforzar su planteamiento: “La Teosofía designa una doctrina mística o una escuela de pensamiento que se propone conocer y describir los misteriosos modos de acción de la Divinidad, y que quizá también considera que el hombre es capaz de ser absorbido por la contemplación de esta Divinidad”.

   Dolencia divina. Es la última  pieza de la muestra  tomada en la exploración del Diccionario de mística de Bruno Rosario Candelier. Consiste en la vivencia de una pasión espiritual en conexión con el Cosmos y la Divinidad, mediante un sentimiento que se caracteriza por una empatía de amor. “La más alta vocación de todo ser pensante es una ansia de liberación de las amarras interiores que le nublan la visión de ser”,  agrega la definición.

Hemos iniciado esta exposición  haciendo referencia al texto La dolencia divina: conciencia mística y espiritualidad, el cual consideré al momento de su publicación   como un  estupendo cuerpo teórico sobre conciencia mística y espiritualidad.

Sin embargo, el maestro Bruno Rosario Candelier nos ha sorprendido con el lanzamiento, antes de un año,  de este  amplio repertorio temático  en el que clasifica y explica, con criterio enciclopédico,  cada  elemento  de la terminología propia de la mística, apoyado,  cada artículo,  en magníficos ejemplos  de la creación de nuestros poetas místicos.

Espero, con lo dicho hasta ahora, haber descrito este novedoso libro,  único en nuestro país,  que ha de servir  de apoyo a iluminados, críticos, poetas y educadores para afrontar, cada uno en su rol,  un tema de tan alta trascendencia como es la mística, que al decir de Rosario Candelier es la “disciplina de la conciencia centrada en la búsqueda de lo Absoluto con el sentimiento de lo divino inspirado en el amor a Dios y sus criaturas”.

Ojalá que la llama divina siga iluminando a Bruno Rosario Candelier para que continúe su fructífera labor  de producción intelectual, la cual engrandece la literatura dominicana y enriquece la de otros ámbitos. Recibamos con alborozo y disfrutemos con fruición el Diccionario de mística.

15 de noviembre de 2017

La intuición mística del sentido. Sustancia y fundamento del simbolismo divino

Por Bruno Rosario Candelier

Acotaciones a un diccionario de mística

La mística es el cultivo de la espiritualidad centrada en el sentimiento de lo divino. En su condición de disciplina interior, la mística se inspira en el amor a Dios y sus criaturas y genera un estado de conciencia cuya vivencia supera el nivel de la sensorialidad y, aunque es un conocimiento que va más allá de lo racional porque no es un producto de la razón ni un raciocinio de la lógica sino la intuición de una Presencia invisible sentida como “real” mediante la vivencia de un vínculo entrañable de unión divina. Esa vivencia de lo sagrado es fruto de la inteligencia mística, que san Juan de la Cruz apreciaba como el más alto desarrollo de la conciencia trascendente cuyo despliegue cognitivo, imaginativo, afectivo y espiritual entraña una comunión mística con la Divinidad.

Para elaborar un diccionario de términos místicos, hay que saber lo que es la mística, sin confundirla con la religión, ni con la metafísica ni con el mito. La mística entraña, como búsqueda de lo divino, una contemplación hacia adentro, hacia la esencia del ser, hacia el Centro creador e inspirador de todo, hacia el Misterio que arroba y anonada. Mediante el Logos de la conciencia y el instrumental de la palabra, el contemplativo transita el fuero interior de fenómenos y cosas para internarse en el ámbito superior de la trascendencia con el fin de hacer, de la realidad estética, metafísica y mística, el cauce de una visión iluminada con hondo sentido trascendente. La mística es la disciplina de la conciencia centrada en la búsqueda de lo Absoluto y el sentimiento de lo divino inspirado en el amor a Dios y sus criaturas.

Como cultivo del espíritu, cauce de la vocación contemplativa y tendencia de la sensibilidad trascendente, la mística aborda la dimensión espiritual de la palabra con el sentido profundo que la embarga. Ese rasgo semántico justifica la confección de un diccionario de mística con un glosario de voces vinculadas al cultivo, el estudio y la vivencia del más hondo sentimiento espiritual de la conciencia humana en su vínculo con lo divino a la luz de la contemplación de lo viviente, según las diversas tendencias espirituales de las diferentes confesiones religiosas y culturas. Y en tal virtud, se definen las palabras con tres enfoques específicos: 1. Nivel léxico y semántico del vocablo seleccionado (descripción básica). 2. Fundamento místico del concepto (interpretación de lo divino). 3. Ilustración literaria (ejemplificación con textos de ensayo, poesía o ficción).

Tras la explicación básica o el comentario pertinente, las entradas se ilustran con ejemplos de textos alusivos a la referencia mística de la palabra clave. Se trata de un diccionario especializado, por lo cual se aplican criterios lexicográficos afines a la disciplina espiritual que lo sustenta.

La filosofía, la literatura y la mística son las grandes disciplinas intelectuales, estéticas y espirituales que dan un sentido trascendente a la vida y a la alta cultura. La filosofía enseña el amor a la verdad; la literatura, el sentido de la belleza; y la mística, la vivencia de lo divino mediante principios, ideales y virtudes, cuyas expresiones idiomáticas, en términos precisos, edificantes y luminosos, convierten la connotación mística de la palabra en fuente de la verdad, la belleza y el bien. Místico no es el que habla de Dios, ni siquiera el que busca a Dios, sino el que siente a Dios, ve su huella en todo lo viviente y experimenta una llama de amor viva. Mística no es solo la palabra que alude a Dios sino la disciplina que lo convoca en su irradiación espiritual concurrente. Y creador místico no es quien explora el sentido, sino aquel que sabe ver, en cada rincón del mundo, la presencia de lo divino mismo. Si la belleza culmina en el sentimiento de lo divino, el cultivo de la mística postula una incardinación, desde la palabra y con la palabra, en una virtual correspondencia sagrada.

Para el creador sensible a la trascendencia, todas las cosas tienen una connotación espiritual que descubre cuando halla la onda sutil de lo divino. Encontrar la palabra mágica es sintonizar la faceta mística de lo viviente y descubrir el fascinante encanto de la Creación a la luz de la presencia divina.

La mística encarna el más alto grado del sentido espiritual del Logos. Sabemos que Heráclito de Éfeso, cuando concibió el Logos para consignar la fuente del sonido con sentido, atribuyó a ese peculiar vocablo una energía divina. De ahí que el Logos asume y expresa la energía interior de la conciencia con una onda de comprensión, sabiduría y amor. En su veta formal y conceptual expresa el caudal de belleza sublime, irradiación metafísica y sentido místico. La fragua de su luz y la onda de su aliento atizan la creación mitopoética, metafísica y teopática con la valoración mística de lo viviente y la formalización lingüística correspondiente,  para la que aplico el siguiente decálogo operativo:

  1. 1. Determinar la idea o el concepto asociado a la mística con su palabra clave.
  2. 2. Consignar la vertiente alusiva o representativa de un concepto místico.
  3. 3. Describir el significado místico que encierra o representa la palabra clave.
  4. 4. Enfocar la connotación espiritual o mística del vocablo pertinente.
  5. 5. Abordar las dimensiones simbólicas de lo divino que el concepto implica.
  6. 6. Presentar la relación de la palabra clave con disciplinas colaterales, como la teología, la filosofía, la estética o la literatura.
  7. 7. Señalar la vinculación del concepto inherente a la palabra clave con la intuición del intelecto o la percepción de la sensibilidad, con la reflexión o la contemplación del fenómeno místico.
  8. 8. Consignar opiniones, comentarios o enfoques reflexivos o expresivos de diversos autores sobre la materia.
  9. 9. Ilustrar con ejemplos de textos literarios, especialmente poéticos, la plasmación espiritual y estética de un autor o una obra.
  10. 10.El abordaje filológico, estético y literario ha de confluir en precisiones discursivas y literarias con opiniones y valoraciones que enfaticen e iluminen la dimensión profunda de la palabra clave a luz de la mística.

Ya los antiguos pensadores presocráticos, entre ellos Heráclito, Leucipo y Pitágoras, entendían que en su condición de Logos, la palabra encauza una triple expresión figurativa: la palabra simple, con su sentido básico; la palabra compleja, con su vertiente metafísica; y la palabra simbólica, con su connotación mística. La filosofía, la literatura y la espiritualidad abordarían la dimensión profunda del decir hondo, traslaticio y sugerente de la palabra. Por eso José Lezama Lima escribió: “El signo expresa pero no se desnuda en la expresión.  El signo, pasado a la expresión, hace que la letra siempre tenga espíritu. En el signo hay siempre como la impulsión que lo agita y el desciframiento consecuente. En el signo hay siempre un pneuma que lo impulsa y un desciframiento, en la sentencia, que lo resume. En el signo queda siempre el conjuro del gesto. El signo tiene siempre la suficiente potencia para recorrer la sentencia, su espacio asignado. La potencia actuando sobre la materia para engendrar la forma y el sentido” (1). Spíritus, pneuma o ruah, hay un soplo, aliento o aire divino que conforma el Logos, Verbo o Palabra. En cada vivencia espiritual, mediante el aliento de la pasión humana o el aura del soplo divino, el sentimiento místico aflora con su aire y el amor tiene su lenguaje. De ahí la justificación de un diccionario de términos místicos.

Fragua de la vivencia mística

  Entre las decenas de palabras que este diccionario aborda, figuran los términos específicos de esta inclinación humana cuyos significados se emparentan lexicológica y semánticamente con el sentido primordial del fenómeno místico y sus connotaciones trascendentes, como Misticismo, que alude a la tendencia espiritual de la conciencia centrada en la búsqueda, el sentimiento y el cultivo de lo divino, así como las voces indirectas cuyos sentidos se vinculan a las manifestaciones cardinales de esta tendencia natural del hombre por las expresiones de la sabiduría espiritual inherente, como Nous, que remite a un conocimiento sutilísimo que viene de muy antiguas esencias y que solo atisban a comprender, en medio del arrebato de su experiencia mística, los iluminados, santos y contemplativos cuando desde su conciencia expandida acceden a esas regiones ignotas, donde el Nous tiene su misterioso fuero sagrado.

El místico alemán Jacob Böhme sostenía que el Universo es un Logos en cuya virtud las cosas hablan y sugieren lo que significan en un lenguaje cifrado y secreto como si se tratara de un idioma especial dirigido a los que tienen desarrollada su sensibilidad trascendente. Se trata de una gracia singular para captar la revelación del misterio mediante la inteligencia mística, la empatía divina y la iluminación de la llama sagrada. A pesar de la condición inefable del fenómeno místico, desde siempre los iluminados han dicho que no hay un lenguaje capaz de verbalizar la experiencia arrobadora, pero todos los místicos que en el mundo han sido han hallado la manera de plasmar esa vivencia inefable. En una de sus cartas a los Corintios, Pablo de Tarso hablaba de un hombre que “fue arrebatado al Paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede decir” (2). Esas palabras inefables son las que conforman la sustancia de la irradiación mística, canalizada en imágenes, destellos, ondas, visiones y voces con su hondura intangible.

A la sensibilidad mística llegan irradiaciones y señales del Cosmos con las variopintas manifestaciones de dichos fenómenos en sus respectivos efluvios y revelaciones. Todos estamos conectados en las redes operativas del Universo y formamos parte de la Totalidad, pues como se ha dicho desde antiguo, todo viene del Todo y todo vuelve al Todo, como enseña la mística y certifica la física cuántica, en cuya virtud estamos integrados a la esencia cósmica desde nuestra circunstancia específica. De igual manera, recibimos influjos de la realidad circundante y de nuestro interior profundo. Hay también un influjo permanente de la memoria universal ya que nuestra memoria individual se conecta con la fuente de la sabiduría atesorada en la memoria cósmica, a la que he llamado Numen. Y ese influjo a menudo no se comprende, comenzando por la incidencia de la misma tierra que emite unos fluidos a cuyo través opera el aliento telúrico que inyecta a nuestra sensibilidad un efecto singular cuya energía penetra en nuestra conciencia.

En su contacto con el mundo el místico experimenta un estado de contemplación, indispensable para vivir el misterio de la Creación y el sentido de hechos, fenómenos y cosas. Todo tiene una dimensión interna y mística que la intuición percibe y el lenguaje expresa en forma estética, simbólica y mística. La faceta mística de lo viviente que atrapa la sensibilidad trascendente es una expresión del vínculo de lo natural con lo sobrenatural, de lo humano con lo divino, que la palabra formaliza en su peculiar lenguaje.   La vida interior de la conciencia, en su manifestación estética o espiritual, es una clara evidencia de la potencia creadora del Logos. Lenguaje y conciencia hacen posible la intuición del sentido espiritual de lo viviente. Y la palabra nos auxilia para formalizar nuestras intuiciones y vivencias con el lenguaje discursivo, la forma estética o la creación teopoética.

Ante el esplendor de lo viviente la persona experimenta una emoción que despierta su sensibilidad interior. A los poetas los mueve la dimensión maravillosa de la realidad. Y ya han dicho los místicos, como Francisco de Asís y Karol Wojtyla, que la realidad es más maravillosa que dolorosa. Antes dijo Platón que la belleza culmina en Dios. Por eso la teopoética es una celebración de la Divinidad.

Contenido, forma y sentido de las palabras es lo que enfoca el lexicógrafo. Y si se trata de un glosario especializado, hay que privilegiar la dimensión conceptual, estética o espiritual de su repertorio léxico.

La poesía se basa en la expresión de la belleza. La metafísica se funda en la búsqueda del sentido. Y la mística se inspira en el sentimiento divino que genera el esplendor de lo viviente. Lo que el poeta canta y el metafísico explaya, el místico lo vive y ama, porque el amor fragua la vocación mística que hace de la obra del contemplativo un cauce del ágape infinito.

En tal virtud, el místico vive y expresa la contemplación de la naturaleza, que siente como expresión de lo divino. La emoción de la belleza y el sentido, que canaliza en su expresión estética, encauza una verdad profunda. El sentimiento de lo divino, que inspira el lenguaje de la lírica teopoética, se funda en una vivencia espiritual que la palabra formaliza en ensayos, pintura, danza, música, teatro, narraciones y poemas.  La pasión de amor sublime, que despliega la sensibilidad del místico, se manifiesta en lo que hace, compone, dibuja o escribe.

El arte de la creación teopoética y su entramado místico canalizado en la palabra, se manifiesta en modalidades operativas: 1. Liberación de los sentidos (físicos y metafísicos) para dejar la mente libre de pensamientos, sentimientos y deseos. 2. Actitud interior de apertura y entrega de sí mismo hasta sentir el espíritu absorbido, por un aliento trascendente. 3. Sentimiento de coparticipación en el alma de lo viviente sintiéndose el contemplativo uno con el Cosmos en un abrazo de amor y de fusión compartida.  4. Sensación de arrebato, bajo la onda de una fuerza superior sentida con suavidad y dulzura en un estado luminoso y placentero. 5. Vivencia espiritual de deificación interior mediante el aura mística de la unión divina.

El contemplativo siente la necesidad de lo divino. En tal virtud, tiene un alto desarrollo de la sensibilidad trascendente; disfruta la dimensión espiritual de la Creación y mediante el sentimiento de amor sagrado percibe en las cosas naturales una significación o un simbolismo divino. Y asume una actitud consciente y gozosa ante la huella divina en el mundo con un sentido de iluminación mística.

El poeta místico, visionario del fulgor y el sentido espiritual de fenómenos y cosas, está inmerso en una realidad estética, y, mediante el canal de la gracia divina, se inserta en una realidad espiritual. Por eso confluyen en su obra el sentido y el propósito de su creación. La intuición de la dimensión trascendente suele conducir a la valoración de lo divino. Al descubrir el orden de las cosas, Pitágoras intuyó el ordenamiento del mundo y, por inferencia, al Ordenador del Universo en la armonía de lo viviente. Al sentir el esplendor de lo creado, Tulio Cordero, la más exquisita voz mística de la teopoética dominicana, intuyó el encanto del mundo y al Encantador de lo viviente al que su corazón se inclina con la pasión del amor que atiza sus entrañas.  Con razón escribió Tulio Cordero en “Silogismo infantil”: “El mar es enorme./ El caracol, pequeño/ mas, en el laberinto del caracol /está toda la sinfonía del mar inmenso./  Yo, que te contemplo,/ soy solo el caracol de tus misterios”.

Formato de la creación teopoética

El problema lingüístico de la lírica mística presenta tres frentes: primero, la dimensión espiritual de la vivencia contemplativa, complica el contenido trascendente de ese estadio singular de la conciencia; segundo, la condición inefable de la experiencia extática, que se vuelve incomunicable y por tanto indescriptible; y tercero, la connotación interior del fenómeno místico, que en principio es personal, individual e intransferible.

La experiencia mística comporta un fenómeno de conciencia en el que el yo del sujeto trasciende los límites de la experiencia ordinaria y el lenguaje lógico es inadecuado para traducir conceptualmente las vivencias de ese estado espiritual. La lírica mística salvó parcialmente la cuestión con la creación de un código lingüístico mediante el cual el sujeto contemplativo puede canalizar estética y espiritualmente lo que experimenta su mente en ese estadio singular de la conciencia expandida. La lírica mística presenta un cauce espiritual que ha hecho posible la creación y la expresión del aliento creador inspirado en esas vivencias singulares y ese conducto ha hecho que el alma se desborde en expresión de gozo y la voz lírica del contemplativo irrumpa con el tono jocundo del júbilo místico.

El lenguaje literario es la herramienta que da forma al contenido de intuiciones y vivencias místicas mediante la creación de imágenes y conceptos para canalizar las peculiares irradiaciones metafísicas y las singulares vivencias espirituales en conexión con el ámbito circundante o la vastedad del Universo. Instalado en la realidad de lo viviente, desde su sensibilidad el contemplativo establece una conexión con fenómenos y cosas, al tiempo que convierte la pantalla de la conciencia en antenas receptivas y transmisoras de mensajes intuidos o revelados, que hacen de los poetas místicos genuinos amanuenses del Espíritu. Y es el lenguaje de la lírica mística, con su caudal de imágenes y símbolos, el canal establecido para incursionar en ese predio restringido de la creación verbal.

Cuenta la madre Magdalena del Espíritu Santo, que admirada por las bellas y profundas palabras del Cántico espiritual de san Juan de la Cruz, le preguntó al iluminado carmelita si Dios le daba “las hermosas palabras que comprendían y adornaban” su hermoso decir, a lo que el poeta abulense le contestó: “Hija, unas veces me las da Dios, y otras las busco yo” (3). Afirma san Juan de la Cruz que la “sabiduría espiritual” está al alcance del alma: “(…) y esta es la causa por que Dios le da las visiones, formas, imágenes y las demás noticias sensitivas e inteligibles espirituales; no porque no quisiera Dios darle luego en el primer acto la sabiduría del espíritu, si los dos extremos, cuales son humano y divino, sentido y espíritu, de vía ordinaria pudieran convenir y juntarse con un solo acto” (4). Para expresar el estado interior de la emoción estética y la peculiar naturaleza de la fruición espiritual de la vivencia mística la persona crea, mediante el concurso de la intuición, la imaginación y la memoria, el lenguaje simbólico de la lírica mística.

El lenguaje de la mística tiene tres atributos distintivos: la llama de Eros; el cauce de los símbolos; y el don de la gracia divina. El amor que alienta la lírica mística es un amor incólume, sagrado y divino; la vía simbólica es la única manera de canalizar la vivencia inefable de la mística; y la gracia divina es la onda superior y trascendente que impregna el alma del contemplativo de su virtualidad interior.

La confluencia de sensaciones y emociones, en su expresión estética y simbólica, genera el brote de la creación verbal en la lírica mística. Por eso el místico se siente poseído por la magia de la creación, y su corazón se impregna de luz, sabiduría y amor. Al respecto escribió Luce López-Baralt: “A pesar de que comprenden que su desesperado intento comunicativo será en vano, los místicos han intentado sin embargo sugerir algo de su trance teopático, sirviéndose de unas desconsoladas aproximaciones simbólicas que resultan igualmente enigmáticas en cualquier época y en cualquier lengua: el Todo y la Nada, el mísero cuerpo de arcilla que sin embargo contiene todas las esferas del Universo; ´la música callada´ y ´la soledad sonora´ de san Juan de la Cruz; el ´rayo de tiniebla´ del Pseudo Dionisio Areopagita; la ´luz negra´ de Simnani; ´la noche luminosa´ y ´el mediodía oscuro´ de Sabastari; la ´esfera cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna´ y el Aleph circular en el que Borges vio el Universo entero, y a sí mismo…” (5).

Aun cuando cada una de las confesiones religiosas tiene sus contemplativos, los místicos de todas las lenguas y culturas, en virtud del postulado esencial de la mística, viven la llama teopática al margen de los cánones de sus respectivas persuasiones religiosas y comparten la dimensión sagrada de la vivencia estética y la experiencia extática bajo la llama sutil de la gracia transformante. En ese sentido el santo poeta de Ávila escribió en el prólogo al Cántico espiritual: “Por haberse, pues, estas canciones compuesto en amor de abundante inteligencia mística, no se podrán declarar al justo, ni mi intento será tal, sino sólo dar alguna luz en general […].Y esto tengo por mejor, porque los dichos de amor es mejor dexarlos en su anchura, para que cada uno de ellos se aproveche según su modo y caudal de espíritu, que abreviarlos a un sentido a que no se acomode todo paladar”(6).

Dios tiene reservado a cada uno el camino para sentir su presencia, y cada uno ha de hallar, a su debido tiempo y el cauce apropiado, la ruta que el destino le tiene reservado. Con el don de la vida, la dotación del Logos y la gracia del amor, se reciben las condiciones materiales y espirituales para cumplimentar la hermosa, fecunda y luminosa tarea de la creación.

Cuando entran en contacto con su interior profundo o con el alma de las cosas, los contemplativos tienen profundas intuiciones de la realidad o singulares revelaciones de la trascendencia, y entre las intuiciones descubren que: 1. Tienen un sentido místico para apreciar la dimensión sagrada del mundo. 2. Reconocen la realidad misteriosa y trascendente que es superior a su propia realidad. 3. Descubren el vínculo profundo entre la naturaleza humana y la divina mediante los efluvios de la Realidad Trascendente. 4. Perciben la herencia espiritual subyacente en la propia vida y en el costado del mundo en conexión con el destino final que a todos nos aguarda. 5. Asumen la unión mística como el más alto estadio del desarrollo espiritual de la conciencia humana.

En este diccionario ponderamos la huella espiritual de las obras de los poetas místicos que nos sirven de modelo. Plutarco, el antiguo educador romano, en La deidad personal de Sócrates, advirtió que existía un idioma especial para los poetas: “De hecho, [existen] las ideas de cada quien, expresadas a través del medio de la voz que sentimos en la oscuridad para entenderlas, que las ideas de las deidades traen luz con ellas por lo que iluminan a quienes las perciben. Las ideas de las deidades no necesitan verbo ni nombres: éstos pertenecen a las relaciones humanas que permiten que la gente vea las imágenes y los reflejos de las ideas; mas, las únicas personas que entienden las ideas en sí son aquellas -como dije-  que admiten una luz divina particular” (7). Esa “luz divina”, que funda la inteligencia mística, alienta el pneuma de los griegos o el ruah de los hebreos, para entender el signo con su forma y su sentido, que el lenguaje de la mística formaliza en la creación teopoética, por lo cual Heráclito de Éfeso, cuando concibió el Logos, intuyó la “energía sagrada” inherente a la Idea que la palabra encarna y expresa.

La mística, la más entrañable de las tendencias del espíritu, halla su cabal expresión estética en las formas poéticas, musicales, pictóricas, danzantes o arquitectónicas. El sentimiento místico genera una conciencia intuitiva de lo Absoluto y, en tal virtud, presiente la huella divina en el mundo. Permite sentir la “llama de amor divino” y, en algunos casos, el éxtasis contemplativo.

La potencia creadora del Logos, al tiempo que es cauce de la intuición, es también medio de conexión con lo divino. El lenguaje simbólico, como canal de la intuición y herramienta de la conciencia, empalma la expresión de lo inefable y la potencia creadora de la sensibilidad. El lenguaje reclama las palabras adecuadas y la manera más auténtica para describir esa realidad inexplicable y misteriosa que solo desde la esencia divina se puede explicar. Cuando se piensa en el lenguaje de la mística sabemos que todo el Universo es lenguaje, porque todo lo viviente está insuflado de una onda mística, y todo el Universo es un símbolo de lo divino.

Lo mismo el ensayo discursivo, la valoración crítica o la creación poética de inspiración mística proceden de una sensibilidad abierta a la dimensión profunda de la Realidad Trascendente. La creación estética y espiritual inspirada en la mística tiene una singular connotación que las palabras expresan, encauzan y sugieren en su configuración léxica, semántica y simbólica. La lírica lo expresa mejor con sus imágenes sugerentes: Agua y fuego/voz y sangre/lumbre y aire/bajo el alero de Su gracia./La magia también fluye afuera/ si el fulgor rutila con su Llama/Dondequiera hay vestigios del Paraíso.

Bruno Rosario Candelier

Academia Dominicana de la Lengua

Santo Domingo, 12 de junio de 2017.

Notas:

  1. 1. José Lezama Lima, Las eras imaginarias, Madrid, Fundamentos, 1971, p. 22.
  2. 2. Carta de san Pablo a los Corintios (II Cor, 12, 4).
  3. 3. Cfr. Madre Magdalena del Espíritu Santo, “Relación de la vida de san Juan de la Cruz”, en P. Silverio de Santa Teresa, Obras de san Juan de la Cruz, Burgos, 1929, T. I, Apéndice V, p. 325. V. Vida y obras de san Juan de la Cruz, Madrid, BAC, 1960, p. 186.
  4. 4. San Juan de la Cruz, Obra completa, Madrid, Alianza Editorial, Edición de Luce López–Baralt y Eulogio Pacho, 1999, T. I, p.233.
  5. 5. Luce López-Baralt, Prólogo a san Juan de la Cruz, en Obra completa, p. 12.
  6. 6. San Juan de la Cruz, Prólogo al Cántico espiritual, 7.
  7. 7. En Fredo Arias de la Canal, Antología de la poesía cósmica de Marta de Arévalo, México, FAH, 2003, p. VII.