LAS ACADEMIAS COLOMBIANA, DOMINICANA Y ARGENTINA CELEBRAN PANEL SOBRE PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA

(SESIÓN VIRTUAL DEL 4 DE OCTUBRE DE 2021)

    Para tributar un homenaje al «Escritor de América», don Pedro Henríquez Ureña, la Academia Colombiana de la Lengua celebró una sesión virtual en la que participaron, además de la Academia anfitriona, la Academia Dominicana de la Lengua, con la presencia de su director, don Bruno Rosario Candelier, y del bibliotecario, don Juan José Jimenes Sabater; y la Academia Argentina de Letras, representada por su presidenta, doña Alicia Zorrilla. «No estamos celebrando homenaje a don Pedro ya muerto, él aún vive y no dejará de vivir», expresó don Juan Carlos Vergara.

En la salutación entre amigos, previa al inicio de la sesión, don Juan Carlos Vergara manifestó que él ve a don Pedro Henríquez Ureña como un «ciudadano del mundo». «Tratando de recuperar un poco de la imagen de don Pedro Henríquez Ureña. Puntualizó: «Porque no ve uno que se haga este tipo de cosas como la que vamos a hacer ahora, que es encontrarnos para hablar de alguien que nos une: “Es que yo tengo aquí a Borges, y usted ¿a quién pone?; “Es que yo tengo a García Márquez, y usted ¿a quién pone?”. Es que yo miro a don Pedro Henríquez Ureña, y no le pertenece a América: don Pedro Henríquez es un ciudadano del mundo».

—Alicia Zorrilla: «Un ciudadano del mundo», estoy totalmente de acuerdo contigo.

—Juan Carlos Vergara: Esto si es que es un lujo conversar con ustedes, Alicia, Bruno.

—Bruno Rosario Candelier: ¡Un lujo es conversar contigo y con doña Alicia Zorrilla! Fue muy bueno esta iniciativa tuya para recordar a don Pedro Henríquez Ureña… ¿Don Pedro Henríquez Ureña estuvo en México cuando la fundación de la Universidad, o ya se había ido a Argentina?

—Juan Carlos Vergara: Yo creo que ya se había ido a Argentina. Él estuvo en el desarrollo y creación de la parte del plan de estudios de la Universidad Autónoma, y su tesis de Derecho versó sobre la Universidad. Es un excelente tratado sobre la Universidad, la «Tesis en Derecho», me parece que es muy válida para señalar el peligro de la mercantilización de la universidad, que es lo que vemos hoy, la caracterización de la universidad. Es decir, es premonitorio cuando él dice que «Las humanidades se retiran y entra solamente la racionalidad, la matemática y toda la técnica, y se deja de lado las humanidades. Entonces se produce una destrucción del ADN de la universidad». Y a eso él apunta cuando dice que «Van a quitar créditos en el plan de estudios, en la formación de profesores de la Universidad Autónoma de México», que él aboga por mantener, no solamente las horas, sino también aumentar el nivel de presencia. Yo creo que bien vale la pena hablar con la Academia de México para ver si podemos tener una segunda etapa de esta sesión de hoy.

La sesión inició con el protocolo formal: la «Orden del Día» fue leída para ser «sometida a la consideración de los académicos». Su lectura fue realizada por el académico don Edilberto Cruz Espejo. El director confirmó la aprobación del desglose dando paso a la ejecución fiel de la susodicha «Orden del Día». A manera de bosquejo presentamos su contenido: 1. Lectura de la antífona «Veni, Sancte Spíritus», leída en latín. 2. Se dio lectura a la Correspondencia que llevaba las excusas del secretario general de la ASALE, don Francisco Javier Pérez, por no haber podido asistir a la sesión debido a un compromiso previo «en la sede de la Academia Española, a la cual ya había confirmado su asistencia». La misiva fue enviada y firmada por la señora Susana Benito. 3. El director de la ACL, don Juan Carlos Vergara, ofreció su Saludos a todos los participantes con un sublime discurso introductorio. 4. Las Intervenciones de los conferenciantes tuvieron lugar en el mismo orden en que fue establecido: «Primero, el director de la Academia Dominicana de la Lengua, don Bruno Rosario Candelier, con su conferencia “Motivación humanística de don Pedro Henríquez Ureña”. Luego la exposición del Bibliotecario de la Academia Dominicana, don Juan José Jimenes Sabater, con “La prosa crítica de Pedro Henríquez Ureña”. Tercero, la directora de la Academia de Argentina de Letras, doña Alicia Zorrilla sobre “El humanista de América en la Argentina”». Finalmente, se dio cierre formal a la sesión. He aquí la reseña del insigne acto, que he colocado, respetuosamente, a manera de cátedras disertantes, escuchadas con devoción por un alumno remoto:

 

Salutación excelsa de don Juan Carlos Vergara                           

  • «Encontramos a un maestro, a un humanista, a una persona ejemplar y, en ese sentido, la Academia Colombiana de la Lengua, no solamente hace un recuento histórico de la memoria de alguien que fue: yo diría que don Pedro Henríquez fue, es y será, en la medida en que definimos un clásico», expresó Juan Carlos Vergara.

«Muy buenos días. En primer lugar, saludar la presencia de los dos académicos de la Academia Dominicana de la Lengua que hoy serán oradores, don Bruno Rosario Candelier, director de la Academia Dominicana de la Lengua, y don Juan José Jimenes, bibliotecario de la corporación. Lo mismo a doña Alicia Zorrilla, presidenta de la Academia Argentina de Letras, y a cada uno de ustedes que ha tenido a bien acompañarnos en esta sesión de la Academia Colombiana de la Lengua, que busca recordar, a los 75 años de su fallecimiento, a uno de los intelectuales más ilustres de la cultura universal. Don pedro Henríquez Ureña nace en República Dominicana. Tiene un periplo de estancias en México, Cuba, Estados Unidos, Argentina, España; pero son unas estancias que lo van construyendo desde su adolescencia, desde el momento en que realiza sus primeros escritos periodísticos en Nueva York, hasta su última clase, que no logró, al momento de entrar a su Universidad en Argentina y quedar en la mitad del camino. Encontramos a un maestro, a un humanista, a una persona ejemplar, y, en ese sentido, la Academia Colombiana de la Lengua, no solamente hace un recuento histórico de la memoria de alguien que fue; yo diría que don Pedro Henríquez fue, es y será, en la medida en que definimos, un clásico. Don Francisco Javier Pérez que, como acaban ustedes de escuchar, se excusa de no asistir a este evento por razones de agenda, me recordó que dentro de la ASALE, hace un tiempo reciente, se publicó un documento de don Pedro Henríquez Ureña, con estudio de don Bruno Rosario Candelier, y que esa sencilla publicación refleja el afecto que ASALE tiene por don Pedro Henríquez Ureña. En ese sentido, recorrer la biografía de este gran intelectual americano, no es fácil. Por ello, la Academia ha querido apoyar su voz en la voz de dos Academias hermanas: La Academia de la República Dominicana y la Academia de Argentina de Letras.

  • En la reunión previa a esta sesión, tanto don Bruno como doña Alicia, me han recordado que aquí tenemos una Academia que debía de estar presente y quiero hacer la referencia inmediata: la Academia Mexicana de la Lengua. Y me he comprometido con ellos, y ahora con ustedes, a tener una sesión próxima —de acuerdo también con la agenda de la Academia Mexicana—, para hacer una segunda parte en donde, además de ver la mirada de la República Dominicana, claro, la mirada de Argentina, y por qué no, la Academia Colombiana.

Porque yo no puedo olvidar dos aspectos en mi vida como lector, que pueden ser anecdóticos. pero que son los que tengo. El primero, el haber tenido un profesor en básica primaria que me regaló en esa época un libro, un poco extraño para un niño, como fue la Gramática de don Pedro Henríquez Ureña y el doctor Amado Alonso. Ese libro que me entregó en mi niñez, todavía me acuerdo de su portada, no recuerdo haberlo leído, porque, evidentemente, no era una lectura infantil, pero es el primer recuerdo que tuve de esa figura. El segundo, el haber podido tener en mis manos, de la Colección Ayacucho, el trabajo de La utopía de América, y ver el prólogo de un coterráneo, de don Rafael Gutiérrez Girardot, que amaba a don Pedro Henríquez Ureña, que lo conocía muy a fondo y que hizo un prólogo denso, interesante y valioso, y del cual recuerdo sus últimas palabras: “Don pedro Henríquez Ureña nos dejó un legado que hay que trabajar”. Yo creo que esa frase nos queda bien a todos.

En una reunión que tuvimos con la Academia Brasileña de Letras, en mi intervención señalé que: “Un académico cuando es nombrado, no es nombrado para que su diploma sea una lápida mortuoria, sino un acicate para empezar a hacer una obra”. Y eso es lo que nos dice en su vida don Pedro Henríquez Ureña: que un académico es un ser vivo y responsable, política e históricamente; quienes no lo hacen —y en algunos casos son mayoría— desdicen del honor que el país les ha conferido.

Creo que todos vamos a disfrutar de que, de alguna manera, en la voz de don Bruno, en la voz de don Juan José y en la voz de doña Alicia, nos vamos a sentir participes como académicos, y ojalá que en nuestro espíritu se prenda la llama de homenajearlo por nuestra acción académica. Creo que ese es el legado más importante de don Pedro Henríquez Ureña… Ernesto Sábato señaló que “Pedro Henríquez Ureña era el ejemplo de americano ejemplar”. Y creo que ha habido americanos ejemplares, por eso decimos ha habido algunos americanos ejemplares, pero “el americano ejemplar” lo fue don Pedro Henríquez Ureña. Por eso la Academia Colombiana abre sus puertas y genera este espacio para homenajear a América, la lengua española, la literatura universal, en el recuerdo de don Pedro Henríquez Ureña. Sin más palabras cedo la palabra a don Bruno Rosario Candelier, director de la Academia Dominicana de la Lengua, con nuestra bienvenida y nuestro agradecimiento».

 

Bruno Rosario Candelier: «Motivación humanística de don Pedro Henríquez Ureña» 

  • «Don Pedro fue el ejemplo más cabal de lo que debe ser un maestro en todo el sentido de la palabra. Y lo fue por lo que hizo, justamente, mediante la palabra», Bruno Rosario Candelier.

«Muchísimas gracias, Juan Carlos Vergara. En Primer lugar, quiero felicitar al director de la Academia Colombiana de la Lengua por esta iniciativa de convocar a esta reunión para ponderar parte del aporte de don Pedro Henríquez Ureña, lo cual, naturalmente, es un acto de reconocimiento que tenemos que hacerle a la Academia Colombiana por la oportunidad de esta convocatoria, por la magnífica oportunidad; es una manera de recordar el aporte de don Pedro; es una manera de nosotros tener presente ese gran legado humanístico. Por eso titulé mi conferencia con la palabra “humanidades”, porque don Pedro fue, digamos, el ejemplo más cabal de lo que debe ser un maestro en todo el sentido de la palabra, y lo fue por lo que hizo, justamente mediante la palabra. De hecho, don Pedro tenía un sentido ético de la palabra, un sentido ético de la cultura. Y ese sentido ético que, naturalmente, conlleva una actitud moral de consagración, de disciplina intelectual, él lo demostró con hechos, no con palabras, lo demostró con hechos, ¡mediante la palabra!, para enseñarnos a todos nosotros la hermosa dotación con que nos distinguimos los seres humanos en virtud del Logos de la conciencia, que originalmente Heráclito de Éfeso concibió cuando descubre la condición más hermosa y significativa de la condición humana ya que estamos dotados de ese poder de la palabra que se manifiesta en el Logos. En segundo lugar:

 

  • Don Pedro tenía un sentido ¡altruista! Fíjense que subrayo esta palabra, un sentido altruista del trabajo intelectual. De tal manera que los que lo conocieron dieron el testimonio de que él compartía todo lo que sabía.

 

Cuando alguien le consultaba algo para orientarse, puede ser un escritor o un profesor o un intelectual, incluso le cedía artículos que él había escrito y que aún no había publicado. Cuando se trataba de orientar, pues, se daba por completo. Porque él era un sacerdote de la palabra, y en tal virtud vivía el hecho de compartir sus conocimientos con fervor, con entusiasmo, con la devoción que lo caracterizó en atención al alto rol que él desempeñaba como intelectual, humanista y escritor. Y en tercer lugar quiero ponderar el sentido trascendente que don Pedro le asignaba al cultivo de la palabra, al estudio de la lengua y al hecho mismo de dedicarse a la creación. Él exaltaba el estudio de la lengua y el cultivo de las letras, que, a propósito, están consignados en los estatutos de la Real Academia Española desde su fundación. Todas las Academias del mundo hispánico hemos adoptado esa disposición original para justamente enaltecer la palabra, como predicaba y ponderaba don Pedro Henríquez Ureña cuando enseñaba, cuando comunicaba lo que sabía, cuando testimoniaba lo que él quería dar a conocer. Y de hecho él lo manifestó en múltiples obras: comenzando con nuestro país, por ejemplo, escribió un texto luminoso, El español en Santo Domingo; pero para referirse a todo el mundo hispánico escribió La cultura y las letras de Hispanoamérica. Y en esa obra él da cuenta, no solo de la erudición que él poseía, de esa devoción que él encarnaba cuando se trataba de comunicar y sobre todo de enseñar, que, sin duda alguna, fue su pasión. Es ese sentido don Pedro Henríquez Ureña tuvo la convicción de que la formación intelectual dependía del conocimiento de la lengua. Y eso era clave para él, por eso le dio mucha importancia al dominico de la palabra, al dominio de la gramática. La Gramática que escribió, como señaló don Juan Carlos, justamente, con Amado Alonso, es un hermoso testimonio de cómo debe ser la enseñanza de la lengua. Ojalá nuestros Ministerios de Educación tomasen de nuevo esa obra y la recomendasen o la impusiesen como base para el estudio de la lengua, porque es una vía luminosa para nosotros sentir y valorar el alcance de la gramática, de la lexicografía y de todas las manifestaciones de la lengua. Ese énfasis que él ponía en el estudio de la gramática, lo completaba con la literatura. De tal manera, que esa misma obra que acabo de citar es un ejemplo de cómo debe ser un educador, a la hora de ilustrar un aspecto gramatical: él, por ejemplo, lo hacía con textos poéticos, con textos literarios, que eran paralelamente una manera de incitar, de motivar el estudio y el conocimiento de la literatura; porque él no separaba lo que era la lengua de la literatura, es decir, combinada los dos aspectos, en atención al alcance de la palabra, porque con la palabra no solo hablamos: con la palabra escribimos, y tenemos la opción de comunicar conceptos y de comunicar imágenes. Son los poetas, los narradores, los dramaturgos los que hacen uso de la vertiente comunicativa de la imagen cuando canalizan su aporte creador. De ahí la importancia que don Pedro le dio siempre a la lengua y a la literatura.

  • Otro aspecto importante en esa visión humanística que tuvo don Pedro fue, justamente, sembrar lo que yo insisto muy frecuentemente con mis estudiantes y en mis escritos:  concitar la conciencia de lengua.

Tener conciencia de lengua es fundamental en los buenos hablantes, porque quien tiene conciencia de lengua se preocupa por conocer la palabra, se preocupa por abordar el diccionario, se preocupa por dominar la gramática, se preocupa por conocer los principios y las técnicas de la literatura, como los conocía y las aplicaba don Pedro Henríquez Ureña en estudios ejemplares que él escribió cuando dio a conocer los diferentes textos, digamos, exegéticos, de la literatura hispanoamericana, y también de otras lenguas —porque no solo escribió de autores de la lengua española, también escribió de autores de la lengua inglesa, la que conocía—. Entonces, esa visión humanística de don Pedro era una visión global, era universal, porque él tenía una actitud universal, una actitud de apertura completa ante la palabra. Él tenía la concepción de que desde la palabra abarcaba el mundo ya que mediante la palabra y en la palabra, está consignado todo, sobre todo en la época que vivimos, porque en la época inicial, por ejemplo, en la época de los antiguos presocráticos, era poco lo que se había escrito, pero en la época que nos ha tocado vivir son centenares y centenares las obras lingüísticas y literarias que se han escrito; por consiguiente, el arsenal de conocimiento que está a nuestro alcance, es sumamente amplio. Don Pedro, que tenía conciencia de lengua, que tenía una sólida vocación literaria, dio ejemplo de cómo un intelectual y un académico debe consagrarse al estudio, a la disciplina intelectual, a la formación rigurosa como la que él adquirió, dedicándose a tiempo completo al conocimiento, al estudio, a la valoración y, sobre todo, a la escritura, que tanto cultivó

Entonces, nosotros como académicos —pero también, cuando digo nosotros me refiero a los intelectuales, a los escritores, a los maestros, a quienes tienen la responsabilidad de orientar y de enseñar— podemos ver en don Pedro Henríquez Ureña como nuestro modelo: un modelo de creador, un modelo académico. Por ese modelo lo podemos apreciar, justamente, porque él supo descubrir, ponderar y motivar el sentido subyacente de la imagen y el concepto, que es clave para quienes escriben. Él supo pensar la lengua y descubrir el sustrato poético del pensamiento —cosa que lo plasmó admirablemente en muchos de sus escritos— y desde el texto literario, don Pedro, supo fomentar el valor de la lengua como fuero del buen decir. Entonces, este y otros aspectos que podemos comentar del aporte de la dimensión humanística de don Pedro Henríquez Ureña, pues, para nosotros sigue siendo un modelo ejemplar. Y eso es admirable y eso es algo que nosotros debemos reconocer y ponderar. De hecho, todos lo reconocemos y lo ponderamos y, digamos que nos inclinamos reverentemente ante ese grandioso aporte que hizo don pedro en diferentes obras.  Y antes de concluir quisiera subrayar un aspecto importante dentro de las tantas manifestaciones intelectuales estéticas y espirituales que se manifiestan en su escritura: la idea de la conciencia de la propia expresión que don Pedro insistió, subrayó, pero de una manera cabal, y con un apremio tan principal que contribuyó a que los grandes escritores de América —sobre todo a partir de la década del 40 del siglo XX— tomasen conciencia de lo que la palabra y la escritura podían significar para el desarrollo intelectual de toda Hispanoamérica. De hecho, la gran literatura hispanoamericana es fruto de esa idea suya de que debemos alcanzar nuestra propia expresión; esa idea fue insistente de su parte por el hecho de que él era un humanista que amaba a su país y que amaba a América. Don Juan Carlos Vergara dijo al principio que don Pedro era “El escritor de América”, y efectivamente, él amaba a América, él se identificaba con toda la América hispana.

Él insistió siempre, sobre todo, en los escritores, porque los escritores son los que hacen uso ejemplar de la palabra, son los que están llamado a iluminar la conciencia. Y una vez que el escritor deja de imitar y acude a su propia expresión, a partir de sus propias intuiciones y vivencias, puede entonces canalizar su visión del mundo y canalizarla de un modo ejemplar mediante el uso de la palabra, como él, en primer lugar, lo hizo, dando el ejemplo; en segundo lugar, motivó a los escritores; en tercer lugar, como docente que era lo sembró en sus estudiantes en República Dominicana, en Cuba, en México y en Argentina. Claro, no solamente a esos cuatro países llegó su enseñanza, pues en toda América se ha estudiado el aporte de Pedro Henríquez Ureña. Y, en ese sentido, nosotros, como Académicos de la Lengua, estamos llamados a asumir ese legado y a comunicarlo, no solo a nuestros académicos —que sin duda lo conocen—, sino en quienes no conocen el aporte que hizo don Pedro Henríquez Ureña para hacer de nuestra Patria, para hacer de nuestra América la “Magna Patria”, como él le llamaba, en función de nuestro desarrollo intelectual, emocional, moral y espiritual».

Juan José Jimenes Sabater: «La prosa crítica de Pedro Henríquez Ureña» 

  • «Decía ese gran hombre, ese gran patriota cubano llamado José Martí que “Honrar honra”, y es lo que estamos nosotros haciendo en el día de hoy, honrando a una de las figuras más extraordinarias, más excelsas, de la intelectualidad hispanoamericana, don Pedro Henríquez Ureña», expresó don Juan José Jimenes Sabater al iniciar su disertación.

«Muchísimas gracias. Señalaré, para empezar, que la reflexión de Pedro Henríquez Ureña, en torno al arte y la literatura, pertenece a una estirpe doctrinal realmente eminente. En cuanto crítico, Pedro Henríquez Ureña es paradigma de la ensayística académica: siempre desarrolla los aspectos característicos y reveladores; no se pierde en el tupido bosque de lo accesorio o meramente circunstancial; nunca se distrae de su objetivo, hace eje de la indagación, el espíritu del autor, plasmado en los motivos que le inspiran y en la singular manera como han sido articulados desde la crepitación anímica de la palabra. De ahí que los éxitos críticos del magno polígrafo dominicano, hicieran época, al extremo de que no puedan ser ignorados ni siquiera en tiempos como los que vivimos: ebrios de primicia, intoxicados de lopevería, pero siempre remisos, cuando se trata de volver la vista atrás para reconocer el mérito y las verdades que fueron quedando a las espaldas. Los años pasan, van sepultando las décadas, el ayer, con su ominoso manto de polvo y olvido. Pero las opiniones de pedro Henríquez Ureña, sus intuiciones, hallazgos y juicios, porque abrieron surco y abonaron zonas extensas del saber, permanecen vigentes y frescos como el día en que se produjeran, al punto de que todavía hoy, los grandes… se ven forzados a tejer en el pensamiento, con el mismo hilo y aguja con que tejió los suyos el astuto pionero quisqueyano. No asombra que Octavio Paz, cuya nombradía ahorra toda digresión, comenzara su ensayo intitulado “Émula de la llama”, recordando —cito a Octavio Paz—: “Desde que Pedro Henríquez Ureña señaló que las notas distintivas de la sensibilidad mexicana reinan la mesura, la meladuría, el amor a los tonos neutros, las opiniones sobre el carácter de nuestra poesía, tienden casi con unanimidad, a repetir, subrayar o enriquecer estas afirmaciones”.

Perfecto derecho tenemos —claro que sí— a reputar del humanista su fecunda labor inquisitiva, porque, para empezar, se erige sobre el postulado, a un mismo tiempo convicción, esperanza y certeza, de que el ejercicio literario y artístico fundan la sibilitación humana y constituyen, en cuanto a rivalidad con la opinión del vulgo, el motor de cualquier forma de desarrollo auténtico.

“Todo humanista tiene fe en la importancia y los beneficios del arte, y crea, vía puntillas, en la necesidad de desarrollar el sentido de la belleza como una de las virtudes que hacen grandes a los pueblos y superiores a los individuos”, esas son palabras de Pedro Henríquez.

Semejante veneración de lo bello, antes que mera postura ideológica, es en Pedro Henríquez Ureña —disponemos de sus escritos para demostrarlo— ideal de vida que irradia en cuanta empresa intelectual acometió. Pero también merece el título de Humanista, dicho escritor, porque gracias a su erudición pastísima y a su impecable formación clásica, arrastra siempre a la corriente del análisis, conocimientos de muy distinto tenor y procedencia, asediando el tema sobre el que discurre desde trincheras plurales que le permiten aprehender finas gradaciones que, a la mirada de otros ojos menos despiertos, escaparon. Y, desde luego, no hay término más adecuado que el de “humanismo”, para designar ese cardinal atributo de la facultad estimativa de Pedro Henríquez Ureña, que consiste en vituperar todo reduccionismo y tendencia a encorsetar el pensamiento en a prioris teóricos o en aparatosas metodologías técnicas…   Los ensayos críticos de Pedro Henríquez Ureña no fueron construidos con el fin de satisfacer a un puñado de doctos profesionales de la crítica, sino para servir de suculento manjar espiritual a cualquier hombre que, habiendo alcanzado un grado medio de cultura, se siente atraído por el universo concertante y enigmático de la literatura y el arte,  pareja concepción de la exégesis abierta, en principio, a todos nosotros, ya que esquiva  esoterismo verbales y peritos; pero a la vez con todos exigentes. Dado el señorío al que discurre accede, y dada la hondura y sutileza de la observación escrutadora, se nos impone como invicto, raramente igualado de excelencia, de esa excelencia que marca con su impronta de superioridad la faena del humanista auténtico.

  • Por otra parte, conviene poner de resalto que la crítica de Pedro Henríquez Ureña aspira a la plenitud de lo exhaustivo y terminado. Me refiero a que, tomando siempre en cuenta las peculiaridades de la obra inspeccionada, no se desentiende su estudio de ninguna de las tres fases esenciales de la sensata apreciación literaria. Esto es: explicar, clasificar y juzgar.

Puntualizo: no ha de entenderse que Pedro Henríquez Ureña nos ofrezca sus razonamientos críticos en la predisposición del principio donde acabo de hacer la aclaración, no: explicación, clasificación y juicio surgen, se desarrollan y combinan una y otra vez en las páginas de los ensayos al llamado conjuro de los temas e ideas tratados, proporcionándonos así, el empoliasta, una visión integral y coherente y en la mente despejar dudas, deshacer confusiones, combatir prejuicios y colmar lagunas. No pierde nunca el norte, que no es otro sino guiarnos, con segura brújula del avanzado piloto, hacia las honoradas comarcas de la belleza y la verdad.    En suma, la de Pedro Henríquez Ureña es una crítica que emana de un profundo sentido común, alquitarado en el formidable alambique de su inmensa cultura. Y ya que la palabra “cultura” se deslizó indiscretamente en la cuartilla, aprovechemos la ocasión para considerar, a punto largo, uno de los reproches que con más frecuencia hace Henríquez Ureña a los escritores jóvenes en su tiempo …comenta a su fraternal amigo el insigne ensayista, Alfonso Reyes:

“Ahora los escritores han vuelto a creer como Juan de Dios Peza que la cultura mata la originalidad, y no leen. Y el público en general ha bajado de nivel en sus lecturas, aunque los lectores son más que antes en número”.

Y en otra carta, de fecha muy anterior, dirigida al mismo Reyes se queja de que a los escritores de Cuba —cito nuevamente a Pedro Henríquez Ureña—:

“les falta todavía leer trescientos volúmenes fundamentales leyendo uno diariamente y sostener treinta y siete discusiones sobre el problema del conocimiento”.

Íntimamente vinculado con el tema de la cultura háyase la creencia de nuestro autor en la bienhechora influencia del canon. Hoy día, cuando en todas las arenas del pensamiento, un relativismo disolvente, fruto de la erosión sufrida por el principio de autoridad, introduce el caos y la incertidumbre en el territorio de la evaluación literaria y artística, la apelación de Pedro Henríquez Ureña a que tomemos en cuenta las jerarquías creadoras y no dejemos de inspirarnos en los modelos excelsos de la tradición occidental, conserva una actualidad y vigencia todavía mayores que en el momento en que hacía su exhortación. Pedro Henríquez Ureña no se ruboriza por pensar que hay obras maestras, que el buen crítico es el que más las ama y mejor las conoce; y que la función principal de una crítica sana consiste en contagiar al lector, espontáneamente inclinado a los arrobamientos del espíritu, con el entusiasmo por la dignidad de la palabra y la nobleza de la forma, despertando así su apetito de lectura y su ansia de contemplar los portentos de la creación humana».

 

Gracia divina de doña Alicia Zorrilla: «El humanista de América en la Argentina»  

  • «“Se me cierra la garganta al recordar la mañana en que vi entrar a la clase a ese hombre silencioso, aristócrata en cada uno de sus gestos y con palabra mesurada imponía una secreta autoridad: Pedro Henríquez Ureña”. Así lo define emocionado el escritor argentino, Ernesto Sábato, que fue uno de sus alumnos. Así inició su exposición solemne doña Alicia Zorrilla.

«Ensayista, crítico literario, filósofo, traductor, periodista, historiador, profesor, investigador, don Pedro, el maestro dominicano de pensamiento profundo y de la palabra viva y mesurada y criterio sólido y de ecuánime, arriba por primera vez a la Argentina en 1922 como integrante de la delegación mexicana encabezada por el político y escritor José Vasconcelos Calderón para asistir a la Asunción de Mando Presidencial de Marcelo Torcuato de Alvear. No le interesa la política, pero sí El Vocero, al que le dedica su estudio. Se acerca primero a la Argentina, a través de sus escritores: Esteban Echeverría, José Mármol, Domingo Faustino Sarmiento, Olegario Víctor Andrade. Y luego, gracias también, a la delegación argentina que participa del Congreso Internacional de Estudiantes celebrado en México, en 1921. Después de escuchar las exposiciones presentadas, y realmente deslumbrado, dice don Pedro:

“Cabía pensar que nuestra América es capaz de conservar y perfeccionar el culto de las cosas del espíritu sin que las ofusquen sus propias conquistas en el orden de las cosas materiales”.

No obstante, su nombre ya se conoce en la Argentina, pues en 1913, según las investigaciones del académico Pedro Bonifacia, se reproduce en la revista Nosotros, un trabajo sobre la obra de José Enrique Rodó. En la misma revista, pero en 1919, aparece “La enseñanza de la sociología en América”, una carta dirigida a Arturo de la Mota. En 1921 en La Revista de la Universidad de Buenos Aires se publica “En la orilla”, apuntes breves que luego recoge en su obra En la orilla. Mi España, de 1922. En verdad este año significa su primera verdadera visión de la Argentina. En esta entrada, le aconseja a Ricardo Roja la fundación de un Instituto de Filología Hispánica en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires; más aún, le pide que lo presida un discípulo de don Ramón Menéndez Pidal: el elegido es Américo Castro. Además, visita la Universidad de La Plata, donde pronuncia su elogiada conferencia sobre “La utopía de América”, publicada en 1925. Dice el gran dominicano:

“Si el espíritu ha triunfado en nuestra América sobre la barbarie interior, no cabe temer que lo rinda la barbarie de afuera. No nos deslumbre el poder ajeno: el poder es siempre efímero. Ensanchemos el campo espiritual. Demos el alfabeto a todos los hombres; demos a cada uno los instrumentos mejores para trabajar en bien de todos. Esforcémonos por acerarnos a la justicia social y a la libertad verdadera. Avancemos, en fin, hacia nuestra utopía”.                              

Luego regresa a México donde se desempeña como Director General de Educación Pública del Estado de Puebla, conoce a Isabel Lombardo Toledano, veinte años menor que él, y se casa. La situación le es adversa y pierde su cargo. Entonces le escribe a su amigo Rafael Alberto Arrieta, quien le consigue tres cátedras de Castellano en el Colegio Secundario Rafael Hernández, dependiente de la Universidad Nacional de La Plata.

  • Así comienza a formar hombres y lectores, con la sabia humildad de los grandes, con la sencillez de los verdaderos eruditos, con una mezcla de entusiasmo y de moderación reflexiva. Como dice su madre, la gran poetisa y educadora Salomé Ureña: “La fiebre de la vida lo sacude”.

Llega a Buenos Aires, a finales de junio de 1924, con su esposa y la mayor de sus hijas y se instala primero en una pensión; después, en La Plata, donde nace Sonia, su segunda y última hija. Lo hace luego de haber viajado mucho, de entrañar otras culturas: los Estados Unidos, Cuba, México, España, Francia, Centroamérica, etcétera. …Atraído por la gran ciudad, en 1925 se traslada desde La Plata a Buenos Aires y comienza su labor docente en el Instituto Nacional del Profesorado Secundario Joaquín Víctor González. Pero sigue viajando en tren a La Plata; no pone límites a su afán docente. El 20 de julio de ese año le escribe a su amigo, Alfonso Reyes, a la sazón, Embajador de México en Francia:

“Buenos Aires me recuerda a la Nueva York de 1905. Si para 1945, fuera lo que es la Nueva York de hoy, podría uno consolarse; pero ¿quién sabe?”.

 

Y el 5 de septiembre en otra carta a Reyes, se define:

“Yo no soy contemplativo, quizás no soy ni escritor en el sentido puro de la palabra, siento necesidad de que mi actividad influya sobre la gente, aún en pequeña escala”.

Como dice Alfonso Reyes: “Pedro Henríquez Ureña está sediento de educar y educarse con una disciplina ejemplar”. Tanto en Buenos Aires como en La Plata se destaca con un eminente profesor, consideraba que el éxito del profesor tenía su fundamento en el éxito del maestro. Sus libros reflejan su pulcritud, su esmero en la composición. Entre ellos nombraré: El libro del idioma. Lectura, gramática, composición, vocabulario, que compuso en colaboración con Narciso Binayán; Seis ensayos en busca de nuestra expresiónAspectos de la enseñanza literaria en la escuela comúnLa cultura y las letras en Santo DomingoPara la historia de los indigenismos. Papa y batataGramática Castellana, en colaboración con Amado Alonso; Historia de la cultura en la América hispánicaLas corrientes literarias en la América hispánicaLa utopía de AméricaAntología clásica de literatura argentina, en colaboración con Jorge Luis Borges… Siempre siente atracción por los temas filológicos, lo corroboran sus trabajos «Sobre el idioma español y la historia política en Santo Domingo»; Sobre el problema del andalucismo dialectal en América.   

  • Sabe que la lengua une a los hombres de Hispanoamérica: es la savia de su cultura y de su identidad, y a su estudio se entrega con sumo orden, sin improvisaciones ni erudición superficial. Cuando habla de su escritura, dice:

 

“Siempre he escrito suficientemente despacio para trabajar tanto la forma como las ideas. Mi procedimiento es pensar cada frase en escribirla, y escribirla lentamente. Poco es lo que corrijo después de escrito ya, un artículo. En cuanto a las ideas también es necesario pensarlas muy cuidadosamente antes de escribir. Sobre todo, ninguna idea incidental enunciarla de prisa, porque es incidental”.

José Vasconcelos Calderón asegura que “La prosa de Henríquez Ureña conlleva la luz y el ritmo que norman su escritura”. El doctor Bruno Rosario Candelier considera que “Henríquez Ureña escribe para edificar”. Creemos que este es un verbo muy significativo en la ruta intelectual del escritor, pues anhela refundar América como patria de la justicia y de los valores que sostienen la integridad moral de las personas. A pesar de sus valiosas obras y de hacer sin descanso, Alfonso Reyes llega a preguntarle con humor si sigue pensando mientras duerme. Henríquez Ureña se queja de que ha trabajado poco y de que no ha escrito lo que hubiera querido: es decir, cuentos, novelas, dramas. No publica novelas y dramas, pero sí cuentos, por ejemplo: Los cuentos de la nana Lupe, en la Universidad Autónoma de México; Éramos cuatro y El hombre que era perro, en la revista Caras y Caretas, de Buenos Aires; El piso falso y La sombra, en el diario La Nación, de Buenos Aires. Es invitado por el Gobierno Dominicano para ocupar la Superintendencia General de Educación de Santo Domingo, y hacia fines de 1931, viaja a su patria. No obstante, continúa ligado a la Argentina, donde se le concede licencia de sus cátedras. Al año siguiente la Universidad de Puerto Rico le otorga el título de Doctor Honoris Causa. Finalmente, no tolera la situación política de su país y deja su cargo. Viaja a Francia, donde su padre… y regresa por Buenos Aires para reanudar sus actividades de antes.

 

  • Sin duda, las horas que les consagra con generosidad a sus alumnos, le impiden dar vuelo a su imaginación. Sin embargo, no siente que pierde el tiempo, pues entre ellos, entre sus alumnos, puede haber un futuro escritor, entonces debe acompañarlo, ayudarlo, guiarlo.

 

Don Pedro corrige la ignorancia, denuncia la barbarie, compadece la mediocridad y odia la demagogia. Devoto incondicional de la cultura, sabe que solo la educación salva a los pueblos. Por eso nos dice:

“La sinceridad y la perseverancia de nuestra dedicación nos permitirán guiar por nuestros caminos a otros de quien no nos desplacería ver que con el tiempo se nos adelantasen”.

Nunca logra tener cátedras titulares porque se niega a renunciar a su ciudadanía dominicana, gesto que lo enaltece. Sin duda, ese no es obstáculo, ya que su verdadero objetivo es trabajar siempre con apasionada consagración. Como reconocimiento a su valía intelectual, el 5 de abril de 1934 la Academia Argentina de Letras lo designa Académico Correspondiente en representación de la República Dominicana. Aspira a la eutopía, es decir, a la construcción de un buen lugar, y un lugar mejor que los existentes, donde la riqueza material no ahogue la vida espiritual. Alfonso Reyes, quien lo llama el testigo insobornable, dice que “Henríquez Ureña enseña a oír y a pensar” y suscita una verdadera reforma en la cultura. Y Jorge Luis Borges afirma que “Su memoria era un precioso museo de literaturas”: Borges tenía la impresión de que Henríquez Ureña ya había leído ¡todo! Sus alumnos aprenden oyéndolo conversar y viven con el ejemplo constante cotidiano de su conducta intachable. A ellos los instruye acerca de que el ideal de justicia está antes que el ideal de cultura. Es superior el hombre apasionado de justicia al que solo aspira a su propia perfección intelectual. …A pesar de desencantos y fatigas siempre lo guía la templanza y un anhelo de armonía que vierte en cada uno de sus actos, en cada obra, en cada palabra.

 

  • Pero el tiempo y la vida intensa nos lo arrebata. Le confía a Luis Alberto Sánchez que el corazón le da a veces cierto malestar. Cuenta Sánchez, que la última vez que lo encontró estaba enflaquecido y pálido; trabajaba como galeote… Víctima de síncope cardíaco don Pedro fallece, el 11 de mayo de 1946, en el tren que lo lleva de Buenos Aires a La Plata para cumplir, como siempre, con sus obligaciones de docente universitario.

 

El filólogo, traductor y crítico literario argentino, Augusto Cortina, narra de esta manera sus últimos momentos: “Eran las 15:15, don Pedro llegó como de costumbre, al minuto. Antes de sentarse a mi lado colocó su sombrero en la repisa del tren. Me dijo: ‘¿Quiere que coloque el suyo?’ Y la acción siguió a la palabra. Tomó asiento tranquilamente. ‘¿Cómo le va?’, le pregunté. Entonces, se llevó la frente al torso y la diestra semicerrada. Se desplomó a mi lado. Lo miré sorprendido, pensaba que antes que otras veces, se proponía a dormir un rato. Advertí entonces su rostro ligeramente descompuesto. Después, por cortos momentos, un leve ronquido”. Nosotros decimos: Una muerte sin agonía, silenciosa, serena, abrazado a sus libros, quizá una forma de la felicidad. Así quiso dejarnos, como cayendo en un profundo sueño… Es sepultado en Buenos Aires, pero al cabo de 35 años, sus restos son repatriados a Santo Domingo e inhumados en la Iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes, junto al sepulcro de su madre, en el Panteón de la Patria. Dice el investigador argentino Emilio Carilla que cuando escribe sobre Henríquez Ureña no puede imaginarlo muerto: “Para mí, será siempre el seguro guía, la palabra amable, el espíritu amplio que cumple su misión en Buenos Aires y a quien visito en cada viaje”.  Cuando la Universidad Nacional de La Plata decide rendir homenaje a su memoria destaca su papel de artífice del acercamiento cultural entre la República Argentina y la República Dominicana. Los que no lo conocimos gozamos hoy a través de sus obras, de su prédica ejemplar, de su misterio de erudición, de su irrenunciable vocación de servicio, que demuestra durando los 22 años que vive en la Argentina, para gloria de la cultura argentina».

 

Cierre de la sesión: Testimonio de una convocatoria    

Don Juan Carlos Vergara expresó su agradecimiento a los honorables participantes de la sesión: la calificó de «admirable». Antes de la despedida, sorprendió con gran sensibilidad y Gracia, su hermosa percepción espiritual del honroso evento:

 

«Y quisiera señalar una coincidencia de este 4 de octubre de 2021: en este momento simultáneamente, como lo señala el escrito del secretario de ASALE, se rinde un homenaje a don Enrique Rodó en la Real Academia Española¹, una de las figuras que admiró don Pedro Henríquez Ureña —que señaló en sus escritos con nombre propio—, y que don Juan José lo recordaba y nos daba a conocer también cómo, de esa pluma, se alimentó don Pedro Henríquez Ureña; es muy especial que hoy, precisamente, sin que nos hubiéramos puesto de acuerdo, a la misma hora se estuviera realizando este homenaje a Jorge Enrique Rodó y a don Pedro Henríquez Ureña. Pero esta mañana, muy madrugado, estaba en las “Jornadas de la Norma Alfonsí y la Norma Policéntrica de la Lengua Española²”, que convocó nuestro querido amigo Julio Borrego: estaba escuchando cómo hoy y mañana se celebra en Salamanca el paso de la Norma Alfonsí a la Norma Policéntrica, y a leer los textos de don Pedro Henríquez Ureña y de don Amado Alonso, en relación con sus innovaciones y su reconocimiento a Andrés Bello —porque está ahí, en el texto mismo—, y su reconocimiento a don Rufino José Cuervo, donde él menciona con nombre propio la aportación de don Rufino José Cuervo a la Gramática; y cómo, de ese hilo conductor que va desde don Vicente Salvá, desde una Gramática que celebramos aquí —primera Gramática académica—, hace unas sesiones donde don Heriberto Cruz nos recordaba la primera Gramática académica, con un recuerdo que tendremos dentro de unos meses de la de don Antonio Nebrija.

 

  • Encuentro Muy muy especial que hoy, la Universidad de Salamanca, la Real Academia Española y nosotros, la Academia Colombiana, la Dominicana y la Argentina, hayamos coincidido en un tema triple, por decirlo de alguna manera, que se vuelve uno en la memoria de don Pedro Henríquez Ureña. Yo creo que habría sido muy difícil, si don Pedro nos acompañara hoy, haber elegido a cuál dejar de asistir…».

 

«Y por eso creo que es una jugada de la historia, que don Bruno diría que no es ninguna coincidencia sino fruto de ese Logos que nos hermana, que nos permite saborear tres platos fuertes a la misma hora en tres entidades, que para él hubieran sido muy especiales, como la Universidad de Salamanca, La Real Academia Española y la Academia Colombiana en sus 150 años. Yo no creo en las coincidencias: creo que esto, sencillamente es otra de las jugadas de don Pedro Henríquez Ureña para unir a América y hacernos sentir que nuestro tesoro está en nuestro hermoso idioma español. Así que muchas gracias a cada uno de ustedes, muy especiales, y no sobra reiterarlos, a don Bruno, a don Juan José y a doña Alicia, por estas perlas que nos han regalado, inspiradas en una fuente magnífica, como lo fue y lo es don Pedro Henríquez Ureña. Lo he señalado en varias ocasiones: no recordamos a nuestros escritores e intelectuales como un epitafio en su vida, lo recordamos porque están presentes, porque son parte de ADN del mundo panhispánico».

«Y no quisiera cerrar estas palabras sin recordar sus los estudios de corrientes literarias donde recalcó algo que muchas antologías olvidan y olvidamos: y es que don Pedro Henríquez Ureña, en esas corrientes literarias de América, no excluyó a Brasil, no excluyó la lengua portuguesa en Brasil; y señaló que, si íbamos a hacer una antología de la literatura en América, no era posible excluir a Machado de Asís o a Guimarães Rosa, o a todos estos magníficos compañeros de viaje en América que son los escritores del Brasil. Y yo creo que, derivado de la última reunión de directores y presidentes de ASALE, habría que volver a tomar el canon, en donde no podemos dejar en la puerta del lado, los escritores portugueses de Brasil, o brasileños en portugués, que tanto nos han aportado. Yo creo que esas palabras de don Pedro nos aumentan la tarea y nos las complican un poco más, pero así es que debe ser: en complicarnos la vida está la tarea. Y lo decía al comienzo de esta sesión: el doctor Gutiérrez en su prólogo al libro de Ediciones Ayacucho de don Pedro Henríquez Ureña, nos señalaba que lo que tenemos que hacer es trabajar. Y aunque muchos mercantilistas y pragmaticistas y no pragmáticos consideren que esta sesión es una pérdida de tiempo, porque no está en Excel sino el Word, pues yo creo que, al contrario, estas son las obras que reflejan la productividad y la calidad de nuestra América. Muchas gracias a cada uno de ustedes y quedamos pendientes de una sesión próxima, que esperamos tener con la Academia Mexicana de la Lengua en donde recordaremos la presencia de don Pedro Henríquez Ureña en la construcción de la Universidad Autónoma de México y su excelente disertación como abogado de la universidad y su extraordinaria relación con don Alfonso Reyes. Creo que esa oportunidad no nos la vamos a perder y, en la medida de lo posible, hablaré con el director de la Academia Mexicana para ver si nos obsequian otra sesión para una persona que se merece todas las sesiones del mundo, don Pedro Henríquez Ureña. Muchas gracias a cada uno de ustedes y cerramos la sesión».

 

Por Miguelina Medina

 

Notas:

¹   https://www.rae.es/noticia/la-rae-acoge-el-homenaje-al uruguayo-josé-enrique-rodo

² https://cie.usal.es/2021/10/06/el-cieusal-organiza-con-exito-las-jornadas-de-la-norma-alfonsi-a-las-normas-del-espanol/

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