Jorge Juan Fernández Sangrador: «El hecho religioso diario, trazos del periodismo cultural»

Por Miguelina Medina

 

La presentación de esta obra la haré a través de la presentación que hace el propio autor, pues tiene el sonido de un hermoso ensayo argumentativo, cuyas conclusiones las deducimos de las mismas razones. Y lo ha elaborado con una prosa llena de poesía. En la obra, el autor expone las razones de su escritura, la evaluación cultural del público lector, diserta sobre su tema principal, “El hecho religioso diario”. También nos regala esos detalles, esas maneras que ya, podría decirse, se han convertido en mitos intrínsecamente personales y extendidos sutilmente a las costumbres de los pueblos. Es parte del propósito de su presentación en la “Introducción”.  En la misma también enfatiza el poder de la palabra del periodista, la defiende y advierte sobre su mal uso y el correcto uso, ambos trascendentes. Desde su visión periodística, cristiana y laica –subjetiva y objetiva–, al mismo tiempo, exhorta a la autenticidad de la vocación al momento de elaborar una noticia o un relato informativo, pues la verdad, a pesar de ser verdad, hay que contrastarla, escrutarla en cada detalle para llevar una información plenamente confiable al lector, evitando, consecuentemente, sumarse a quienes utilizan los medios para desinformar al mundo y a sus ciudadanos.  Expongo, además, que toda mi reseña la envolveré en dos frases del autor, las cuales deseo que se sientan como la gran verdad secreta de todo el cuerpo de la obra. Son esplendorosas. La primera forma parte del agradecimiento especial –“por haberse mostrado tan indulgente con mi incorregible desacato a sus ponderaciones respecto a la extensión de los artículos, pues es del parecer que, en atención al lector, conviene que sean breves”– a la directora del periódico español La Nueva España, Ángeles Rivero Velasco (al momento de esta edición); y la segunda, expresa la efervescencia que colma su interior en su vocación de escritor:

 “No puedo aducir, como Blaise Pascal, que me han salido largos por la prisa o porque no he tenido todo el tiempo que se requería para hacerlos cortos. En absoluto. He dedicado muchas horas, especialmente de la noche, a reflexionar, escribir, contrastar, pulir, rehacer y concluir las tribunas. Y también del día, pues los temas, las ideas, los sinónimos, las conjunciones, la sintaxis, los extranjerismos, la onomástica, la toponimia y la bibliografía, no dejan de perseguir a uno en todo momento. Devienen inseparables del escritor”. “Y que nadie piense que la faena queda plenamente rematada al pulsar la tecla del punto final. Los detalles, esos diablillos emboscados en la foresta de las sílabas, aguardan a que el escritor caiga exhausto tras el esfuerzo último para lanzarse a los ojos, cuando menos lo espere, las llamaradas oxhídricas de las erratas, inexactitudes o contradicciones. A veces el susto es de muerte, y la zozobra en la que se agita la voluntad, antes de enviar el texto a la rotativa, puede ser dramática”.  

Gracias, señor. Y que sean estas gracias, todas las gracias de los que se han sentido comprendidos por sus luminosas palabras. Por otro lado, cuando el autor titula esta obra El hecho religioso diario, él está impregnando la definición de su trabajo: una verdad constante y fiel hasta que Dios diga que ya todo ha terminado. Es como decir ‘lo lleno religiosamente de verdad porque la verdad no puede ser de otra manera’. Y, en este caso, la expone bajo cuatro argumentos generales que son: 1. “El trasfondo religioso de la noticia”. 2. “Andar y ver, leer y escribir”. 3. “Religión, cultura y prensa”. 4. “Dietrología y Sense-Making”. Comencemos con la primera:

 

 “EL TRASFONDO RELIGIOSO DE LA NOTICIA”  

“La lectura del periódico es la oración matinal del hombre contemporáneo” 

“Se ha dicho que la lectura del periódico es la oración matinal del hombre contemporáneo”, expone el autor. “Y, ciertamente –dice–, la apertura matutina de un diario suele ir acompañada de algunas prácticas que pueden ser calificadas de rituales: arrellanarse en la engullidora poltrona, acodarse sobre la mesa amplia, beber café, fumar un cigarrillo, iniciar la lectura por la última página, o la de deportes, o la de cultura, o recortar un recuadro con alguna información interesante”. Y explica que “estas acciones cotidianas, rutinarias y simples aportan al lector interioridad, elevación, conocimiento, regusto, transposición y alteridad. La concisa sentencia con la que Agnѐs Martín-Lugand tituló su novela lo expresa suficientemente: La gente feliz lee y toma café”. El autor, anteriormente, ya había expresado lo siguiente (p. 6): “Al tintar las páginas del periódico con los argumentos semanalmente expuestos, he pensado en aquello lectores que no se conforman con rastrear titulares, sino en los que encuentran deleite en la metafísica, el pensamiento laborioso, la cruz del concepto, el verbo desacostumbrado, el dato histórico desconocido, la muestra de arte difícilmente comprensible, la cita del libro que nunca han leído, la mención del autor que han frecuentado poco y, en definitiva, en el artículo largo”. También refuerza esta idea expresando: “Al fin y al cabo, en un templo, el fuste de la columna puede ser bien del talle de una sílfide, bien del perímetro inabarcable de las de Dídima”.

“En una mano la Biblia y en la otra el periódico” 

El autor señala, pese a lo expuesto en el párrafo anterior: “pero las connotaciones religiosas de la prensa no se circunscriben en los habituales ritos de ubicación y lectura arriba señalados”: “Decía Karl Barth que, para hacer teología, hay que tener en una mano la Biblia y en la otra el periódico”.  “Los autores de la primera –explica– pusieron por escrito, con la inspiración del Espíritu Santo, las acciones maravillosas realizadas por Dios en favor del antiguo pueblo de Israel o de la primera comunidad cristiana. Los del segundo, el discurrir de los días, agitados o pacíficos, productivos o estériles, felices o desdichados, en cualquier rincón del mundo”.

“Los periódicos no pertenecen a lo que se denomina, en el ámbito de las religiones, «literatura canónica» –dice–, pero la captación de los momentos relevantes de cada día, que fotógrafos, corresponsales y redactores fijan sobre el papel, ¿no se asemeja a lo que, en aquellos siglos y lejanías, hicieron los autores bíblicos de Josué, o Jueces, o Samuel, o Reyes, o Crónicas, o Hechos de los Apóstoles?”: “Observadores que anotaron, transmitieron, rehicieron, adaptaron acontecimientos en los que intervinieron imperios y familias, sacerdotes y profetas, hombres y mujeres, ancianos y jóvenes, israelitas y extranjeros, judíos y samaritanos, apóstoles y evangelistas, justos y pecadores, sanos y enfermos, saduceos y fariseos, asirios y babilónicos, persas y griegos, asianos y romanos”.

En su pasión por la verdad, el autor nos muestra su imagen perfecta, que quiere dejar esclarecida, una verdad que él ha comprendido por observarla delicadamente. Es un defensor de la justa palabra, de la justicia social y de la Justicia divina. La terrenal periodística la considera también divina, pues, según se puede inferir de su exposición, él valora la actividad apostólica de los primeros apóstoles con semejanza a la actividad apostólica de los segundos apóstoles o periodistas.

El autor señala que “la Biblia tiene algo de hemeroteca, ya desde la primera página, coincidente con el capítulo 1 del Génesis, en la que se refiere la creación del mundo en siete días”: “Aquella fue la semana primigenia de la historia”, afirma. Y dice que luego “irían sucediéndose las horas, días, meses y años”.

Ahora, detengámonos un momento y hagamos nuestra la siguiente convicción del hombre, sacerdote y autor¹, quizás nos ayude a entender lo que no podemos entender en estos momentos abrumadores donde las dudas sobre el amor de Dios se han multiplicado producto de la pandemia del coronavirus, que ya antes, con diversos nombres, también se había multiplicado en las propias pandemias interiores del ser humano y su entorno existencial (p. 8): “Y en la página sacra ha quedado fijado su acontecer, para mantener vivo el recuerdo de lo que sucedió en tiempos remotos y aprender a leer, desde aquellos hechos comunitarios o individuales, el presente. Fue escrita no solo como un fármaco contra el olvido, para que este no tienda un lienzo de bruma que «pixele» el pasado, sino para que los lectores del mañana, que vivirán trances semejantes, con la misma angustia, o incertidumbre, o fortaleza, esperanza, vean, en el espejo de esa napa inmensa de aguas cristalinas, remansadas en la balsa del texto sagrado, el contorno y muchos pequeños detalles de su propia historia”.

El autor consigna que “el canon de los libros que constituyen la Biblia se definió en 1546, por el Concilio de Trento” (coloco sus palabras en versos, respetuosamente):

 

Y aunque ya está  

dogmáticamente cerrado 

y no cabe incorporar otros nuevos, 

al lector nadie le quita  

de que se recree, en su interior, 

con la idea de que, 

al sostener en sus manos  

las hojas sabanales de un diario, 

está leyendo la página última de la Biblia, 

compuesta, durante la noche, 

en los talleres del periódico.  

No solo lee, 

 sino que escruta las noticias, 

para descubrir en ellas los trazos 

de la historia de la salvación, 

incoada en la aurora de los tiempos, 

antes de que existiese la escritura, 

y continuada en el hodierno fluir. 

   En este argumento, el autor expone refuerzos a su presentación ensayística de su obra, con discursos argumentativos igualmente hermosos y llenos de poesía: *“Los periódicos logran, con las secciones de viajes, gastronomía, moda o literatura, transportar al usuario a mundos de ensueños […] Y es que la estimulación de la fantasía gracias a los reportajes fotográficos y, sobre todo, a los vocablos descriptivos, con innumerables matices, apreciaciones del escritor y léxico desbordante, no la iguala, en infinidad de ocasiones, la presencia física en un lugar. Es el encantamiento de las palabras. De poco sirve visitar países lejanos, pueblos remotos y culturas distintas de la nuestra si alguien no nos ha enseñado a ver. Y la lectura es precisamente la que nos surte el colirio que procura una visión más nítida de la realidad, cuya superficie, en ocasiones moteada de las adherencias de los prejuicios, no siempre es de límpida translucidez […] Y nada propicia más la imaginación que el silencio, el recogimiento, la lectura, la observación… y la escritura, la cual predispone al sujeto para la fina captación y la certera definición de la realidad. «Buscad la verdad y cuidad la sintaxis», encarecía Winston Churchill”.

Y nuevamente el mensaje empático y misionero del autor con los sufridos: “Existen numerosos y significativos ejemplos de vuelo del alma en recintos cuasi angostos: el calabozo de san Juan de la Cruz, el taller de Alberto Giacometti, la alcoba de Emily Dickinson, la cabaña de Ludwig Wittgenstein o la cocina de María Moliner”.

El autor ha consignado que “más de quinientos topónimos y más de ochocientos nombres personales figuran en esta recopilación de artículos” (p. 10). Y agrega:

 

“Escribir sobre ellos ha sido como viajar, 

en las horas de la noche, 

a tierras lejanas, 

conversar con personalidades 

de otros tiempos y lugares 

acerca de ese hermoso país que es el pasado, 

aunque también del presente que nos ocupa, 

y del futuro que nos preocupa, 

y regresar por la mañana 

para contar a los lectores del periódico 

lo que he logrado retener  

de ese coloquio mantenido 

 con tan extraordinarios personajes 

de ayer y de hoy”.

 (nuevamente he colocado sus palabras en versos, con todo respeto)

 

Inmediatamente después de estas palabras el autor termina la sección con una frase que “decía Maquiavelo de las vigilias de lectura en su studiolum: «Durante esas horas no siento el menor hastío, olvido todas mis aflicciones, no temo a la pobreza ni me causa espanto la muerte: tan por completo me siento unido a ellos»”.

 

“RELIGIÓN, CULTURA Y PRENSA”  

Jorge Juan Fernández Sangrador destaca que “en esta colectánea de artículos se ha abordado la cuestión religiosa desde diversas vertientes”. Y utiliza las metáforas para referirse a la “cuestión religiosa”: “esta es como una piedra preciosa”. Y para explicar las metáforas utiliza conceptos simbólicos de las palabras contenedoras: “bruñida, brillante y facetada”. Es así como explica, a grandes rasgos, las reacciones que provocan los artículos religiosos expuestos en su obra. Él considera que estos son valiosos, precisamente, por las “diversas vertientes” reflexivas con las cuales los aborda y de las cuales dice “no podría ser de otro modo”, porque conoce a fondo las propiedades de la “piedra preciosa”, de “la cuestión religiosa” y de los otros temas que también estudia y comparte.

“Pero no es un bien igualmente apreciado para todo el mundo –dice–, aunque su belleza sea rutilante e incuantificable su valor”.

Entre esas reacciones que ha observado el autor están las siguientes: 1. “Es el caso de un humanismo que se declara abiertamente ateo, el cual aspira a constituirse a sí mismo en una suerte de Iglesia sin dogmas, aunque con ritos, santuarios y ornamentos propios y búsqueda de la excelencia moral: «buenos sin Dios»”. 2. “O el del cientifismo hipertrofiado, que muestra una credulidad atávica en el progreso tecnológico. En su honor se levantan nuevos altares y en su nombre se lamina a quien postule otras formas de conocimiento que no se atengan a la dogmática positivista”. 3. “También en la política –dice–”: “Una concepción en curso del laicismo ha revestido a este con los parámetros de una religión civil, sustitutoria de las grandes confesiones históricas, a las que ve como subculturas de la humanidad”. Dice que “esto ocurre, especialmente, en Europa, la cual se distancia in crescendo, tanto real como afectivamente, de sus raíces cristianas a causa de la penetración de ideologías que envenenan la acción política con prejuicios antirreligiosos, que, en una sociedad verdaderamente laica, no tendrían por qué existir, pues si por algo ha de distinguirse es precisamente por su capacidad inclusiva”. Y apunta que “en ella han de tener cabida las diferentes búsquedas de sentido, las convicciones, la espiritualidad y cualesquiera de las múltiples formas de apertura a la trascendencia que existen, entre las que se incluyen, aunque suene a paradoja, aquellas modalidades de ateísmo para las que la interioridad, la inquietud metafísica y la esperanza de futuro son componentes esenciales de su Weltanschauung²”. En este mismo sentido, el autor menciona también otros conceptos como el “transhumanismo, el animalismo, neurocientifismo” (p. 11), de los cuales dice “permean la cultura actual y proponen un discurso declaradamente alternativo al que sostienen las religiones acerca de la naturaleza de la persona”.

“Winston Churchill –dice–, voraz devorador de periódicos, consideraba la lectura de estos como «una educación a la vez universal y superficial», sin embargo, es preciso reconocer que son de capital importancia para la comunicación global y la difusión de las ideas”. Y citando a Antonio Buero Vallejo dice «leer un buen periódico es la mejor manera de comenzar el día» –pese a la información on line–. “A ser posible, todos –añade el autor–, más no de una forma desorganizada, sino rigiéndose por la voluntad de ahondar en lo que se muestra como aparentemente superficial y de alcanzar la unidad de comprensión total –uno intelligendi actu– de la información, servida en fragmentos”.

Y con honestidad periodística muestra ideas que enfrentan la suya: “«Escribir en los periódicos es vender el cerebro a cucarachas», dice el columnista Manuel Alcántara” (p. 12).

En esta última sección de su presentación el autor expresa los siguientes argumentos con los cuales podemos entender, plenamente, la explicación del subtítulo de su obra, “Trazos de periodismo cultural”, y la intensión pulcra de su alma y de su pensamiento al construir sus textos: “He aquí los dos vocablos que expresan el propósito que he perseguido al asomarme diariamente al periódico, ente singular con múltiple cabecera”, dice:                                                                                                                      

  1. “En primer lugar –Dietrología–, el de rastrear las páginas de arte, cultura, ciencia, tecnología, economía, espectáculos, deportes y opinión, tratando de identificar los topoi, los lugares comunes, los clichés de la época sobre la religión, ante los que un redactor, o un columnista, o un entrevistador sucumbe, acaso sin percatarse de que la hoja, además de ser una superficie de papel tintado, puede devenir «un espejo de íntimas cobardías», como la memoria de Abulcásim, según Jorge Luis Borges enLa busca de Averroes.

Y subraya: “Hablar de lo que no se sabe, decir lo que sea con tal de captar la benevolencia del lector, o la del empresario que pone el dinero para que sobreviva la rotativa, o alborotar a la opinión pública con discursos que incendien innecesariamente el bosque de las creencias, las ideologías y las mitomanías, no siempre se corresponde con un deseo sincero de hacer que resplandezca la verdad”.

Y advierte: “Por eso conviene hacer uso del zahorí de la sospecha para descubrir lo que encubren los ropajes del formato, el titular, la fotografía o la viñeta, y sacar a la luz lo que se oculta realmente detrás (dietro) de los paneles lacados de ese biombo de Coromander, en el que figuran aquellas escenas de la vida cotidiana que han sido seleccionadas, con toda intención, para que aparezcan desplegadas, entre contrastes de luces y sombras, ante los ojos de quien se detiene a contemplarlas”.

  1. “Ahora bien –continúa diciendo–, en esta etapa de la historia,a la que algunos consideran tal vez la más crucial de todas las existentes hasta el presente, la de la superación de la especie gracias a los increíbles logros tecnológicos […], se requiere de las religiones que sepan dar razón, o al menos lo intenten, de qué sentido tienen estas mutaciones en el plan de Dios y cómo se explican desde una visión coherente de la fe, la ciencia, la tecnología y el humanismo, y lleven a cabo, en los medios de comunicación social, una suerte de Sense-Making Methodology Reader, como reza la obra de Brenda Dervin, Lois Foreman-Wernet y Eric Lauterbach”. Explica que “en el cristianismo, la búsqueda y la dación de sentido discurren desde la convicción de que la razón nunca se halla privada del spermatikós logos del que hablaba el apologista san Justino: una semilla del Verbo ínsita en lo más profundo del ser humano. Cuando se escruta a fondo, y sin prejuicios, lo que se ha escrito en un periódico, el lector acaba descubriendo ese elemento seminal depositado en el surco de las anfractuosidades del pensamiento del autor, vertido en hojas de papel impresas y colmadas de palabras ensartadas en la hermosura de la frase”: “Esta es, según Jonh Banville, «la invención más trascendental de la humanidad». Y la tradición cristiana, en la magnitud de su producción escrita se muestra como una cornucopia rebosante de ellas: vitales, certeras bellísimas y regeneradoras”. 

Pues, debo decirle al autor que reconozco muchas de estas declaraciones como alarmantes y dolorosas, pero que también he podido notar su fuerza en la Verdad, como una promesa cumplida en él, y a la cual deberíamos aferrarnos todos. Y esto lo ha de seguir sosteniendo para seguir sembrando pensamientos de bien que se transformarán en buenas acciones, a pesar de las corrientes contrarias. Agradezco, señor autor, grandemente, el aporte de su disertación esplendorosa.

La obra contiene también algunos artículos “de la revista Vida Nueva, de la hoja diocesana Esa Hora, órgano de información de la Iglesia en Asturias”. Jorge Juan Fernández Sangrador también ha dicho: 1. “Literatura y periodismo van, o han de ir, de la mano. La historia de ambas disciplinas nos provee de notables ejemplos”. 2.“El amor a la palabra es el que me ha inducido a escribir”. 3. “Me identifico plenamente con la confesión hecha por Gustave Flaubert: «Escribo por el solo placer de escribir, para mí solo, sin ninguna finalidad de dinero o publicidad. En mi pobre vida, tan vulgar y tranquila, las frases son aventuras, y no recojo otras flores que las metáforas»”. 

Y no puedo dejar de compartir un artículo, íntegro, de los que contiene su obra. A don Bruno Rosario Candelier le expreso que decirle solamente ‘gracias’ no es suficiente. Habrá que escribir novelas y cuentos para que sean ellos los que transmitan la magnitud de las gracias que queremos darle, por su devoción de promover la cultura a través de la palabra en sus más altas manifestaciones.

 

“VIOLETAS DE NOVIEMBRE Y EL CANTAR DE LOS CANTARES”, JORGE JUAN FERNÁNDEZ SANGRADOR (7 de noviembre de 2016) (pp. 158-161):

“Hace cuarenta años y, cuando contaba tan solo veintisiete de edad, fallecía la cantante Cecilia a causa de un accidente de tráfico en Colinas de Tramonte, Zamora. Fue el 2 de agosto de 1976. Su nombre de bautismo era Evangelina, pero la familia y los amigos lo redujeron al hipocorístico Eva, que era, además, el que ella deseaba luir como nombre artístico; sin embargo, cuando fue a registrarlo, se encontró que ya se lo había apropiado otra cantante. Adoptó entonces el de Cecilia, inspirándose en la homónima canción de Simón & Garfunkel.

Evangelina Sobredo Galanes (Celilia) alcanzó gran éxito en poco tiempo. Dama, dama, Mi querida España, Amor de medianoche, Desde que tú te has ido, Nada de nada, son canciones inolvidables. Aunque tal vez ninguna como Un ramito de violetas, que ella misma compuso, y en la que Juan Carlos Calderón hizo algunos arreglos. La ilustración de la portada del disco fue también hechura de Eva. Pero es que, añadido a lo anterior, el estribillo perdurará por los siglos como uno de los enigmas irresolubles de la historia de la música: cuando Cecilia incurrió en flagrante laísmo, ¿lo hizo premeditada o inadvertidamente?

La canción dice así: «¿Quién la escribía versos?, dime quién era / ¿Quién la mandaba flores por primavera? / ¿Quién, cada nueve de noviembre, como siempre sin tarjeta, la mandaba un ramito de violetas?». No es el único caso. En Mi gata Luna cantaba: «La he cubierto de arena fina y un crisantemo en flor. / La he rezado un padrenuestro y he llorado mi último adiós». Por otra parte, en la entrevista que concedió unos días antes de morir a la Cadena SER, Cecilia respondía de este modo a la pregunta que le hizo Juan Vives acerca de cuál era la preferida de entre sus canciones: «No sé. A Dama, dama la tengo mucho cariño por lo que me ha dado». Fue precisamente en ese coloquio donde confesó: «Para relajarme me gusta mucho escuchar canciones de Lilian de Celis».

Evangelina, que estaba encantada, por cierto, de llevar ese nombre, había vivido desde que tenía tres años fuera de España, pues su padre había sido enviado en misión diplomática a Estados Unidos, Portugal y Jordania. Cuando regresó definitivamente a nuestro país, se defendía mejor en inglés que es español. Según el jurista Santiago Martínez Lage, casado con una hermana de Evangelina, el laísmo de esta hay que atribuirlo al casticismo madrileño que la rodeó y a la influencia de la tata María del Campo, natural de Peñaflor de Hornija (Valladolid), a la que adoraban en el hogar de los Sobredo Galanes. Y el hecho de que no haya sido corregido en Un ramito de violetas se debe, según el cuñado de Eva, a que el arreglista, el santanderino Juan Carlos Calderón provenía de un entorno laísta.

Por otra parte, en un librito que escribió José Madrid acera de la cantante, con el título Equilibrista, La vida de Celilia, se dice esto: «Si hubo una persona en su etapa norteamericana que la ayudó a apasionarse por la música, esa fue una de sus profesoras, una monja». Y es que, en Filadelfia, los hijos el matrimonio Sobredo Galanes estudiaron en una escuela regentada por religiosas, Our Mother of Consolation. Allí se cantaba habitualmente el himno We shall overcome («Venceremos»), que habría de dejar honda huella en Evangelina. Al igual que la lectura del libro de Mary McCarthy, Memorias de una joven católica. Era, además ávida frecuentadora de las obras de Virginia Woolf, James Joyce y Ramón María del Valle-Inclán, y se pasaba horas y horas deleitándose con los escritos de san Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús.

Lectora amante de estos dos santos es también Clara Janés, como se desprende del texto del discurso que pronunció, en junio del presente año, con motivo de su recepción pública en la Real Academia Española. Una estrella de puntas infinitas. En torno a Salomón y el Cantar de los Cantares, rezaba el título. «Mi vinculación a la escritura empezó precisamente debido al Cántico espiritual», confiesa la poetisa. Al Cántico de san Juan de la Cruz, se entiende. Más tarde, de mano del profesor José Manuel Blecua descubriría la relación existente entre el poema de san Juan y el Cantar de los Cantares, atribuido a Salomón. Y como en España no cabe leer esta pequeña obra de la Biblia sin toparse también con el comentario a ella de fray Luis de León, la paráfrasis de Benito Arias Montaño y las meditaciones de santa teresa de Jesús, la escritora barcelonesa se sumergió plenamente en el océano de versos, aliteraciones, metáforas, colores, olores, ausencias y presencias, enigmas y requiebros que es el Cantar de los Cantares, guiada por las traducciones, relecturas, recreaciones y actualizaciones efectuadas por los antedichos escritores.

Para Clara Janés, el descubrimiento del Oriente Medio, al que la condujo un impulso traductor, fue un auténtico hallazgo, sobre todo de los géneros literarios provenientes de aquella extensión importante en la esfera plena de la cultura, de los cuales se han servido tanto el gnosticismo y el hermetismo como el islam y el cristianismo para verter al exterior un universo de creencias, principios morales, ríos y costumbres. En el discurso de ingreso en la Docta Casa, la nueva académica desplegó en torno a la figura de Salomón y el Cantar de los Cantares sus saberes acerca del personaje y la obra. Bajo la centelleante luz de una estrella de puntas infinitas.

Oriente fue para Evangelina (Celicia), al igual que le sucedió a Clara Janés, determinante: «Jordania fue decisiva en mi información». No existe en el panorama musical español nadie, salvo ella, que pueda jactarse de haber dado un recital, siendo aún adolescente, en el anfiteatro de Jerash, la antigua Geraza, en cuya ágora el canónigo magistral de la catedral de Oviedo, Emilio Olávarri Goicoechea, dirigió una excavación arqueológica memorable. Cecilia cantó en los parajes de la serranía de Galaad, en aquellos mismos que evocó el Amado del Cantar de los Cantares en su exuberante sartal de piropos a la Amada: «¡Palomas son tus ojos a través de tu velo! Tu melena, rebaño de cabras que desciende del monte Galaad». Y tal vez en estos días anteriores a la clausura del Año de la misericordia pudiera resultar placentera la lectura del Cantar de Salomón, el más sublime, el más excelente de entre todos los cantares”.

 

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Notas:

Dedico mi reseña a don Bruno Rosario Candelier, al Ateneo Insular y el Movimiento Interiorista; a Emilia Pereyra, a Adriano Miguel Tejada y Diario Libre; a Ignacio Guerrero y al periódico La Información, al antiguo diario vespertino Voz Diaria; a Rosa Francia Esquea editora de la antigua revista infantil Tinmarín del periódico Hoy. A todos, muchas gracias, en nombre de todos los niños del mundo. Gracias a todas las personas de las diferentes culturas del mundo que utilizan sus conocimientos para trabajar con devoción en favor de los demás.

¹ Jorge Juan Fernández Sangrador nació en Cangas de Onís en 1958; fue ordenado sacerdote en 1982; es doctor en Teología, licenciado en ciencias Bíblicas, y en Filología; es vicario general de la diócesis de Oviedo y canónigo de la Santa Iglesia Catedral; “ha sido nombrado nuevo rector-capellán de la Universidad de Oviedo” en 2020 (https://www.lne.es/oviedo/2020/07/31/fernandez-sangrador-nuevo-rector-capellan-14426326.html).

² Cosmovisión, calco del alemán Weltanschauung (https://es.wikipedia.org/wiki/Cosmovisi%C3%B3n

 

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