Que la tierra te sea leve, querido Linche

(https://www.diariolibre.com/opinion/lecturas/que-la-tierra-te-sea-leve-querido-linche-FI23097064  4 de diciembre de 2020

 

 

Por José Rafael Lantigua 

 

Desde pequeño en Moca lo consideraban un niño prodigio. Se había graduado de bachiller a los dieciséis años, escribía periodiquitos de uno o dos ejemplares para mostrarlos a familiares y amigos, recibía las mejores notas escolares, hablaba inglés perfectamente y yo siempre he bromeado recordando que fue el primer amigo que conocí portando una chequera personal cuando todavía era un muchacho como todos nosotros. Lo vi un día en su casa firmando un cheque de dos pesos para alguien y corrí impresionado a mi hogar a contárselo a mi mamá. Parecen detalles insignificantes hoy día, pero no era habitual en nuestra aldea común y, tal vez, en cualquier otra parte del país pelonero en que nos tocó vivir y desarrollar nuestra niñez y adolescencia.

Con tan sólo doce años, en el apogeo de Elvis y Chubby Checker, formó un grupo de Rock and Roll junto a Luis Ovalles. Lo llamó “The Ready Boys” (Los chicos listos) y el fungía de cantante principal puesto que en Moca sólo dos personas sabían inglés, él y Rafael Toribio, a quien todos conocíamos en la comarca como “Rafa el cómico”. Posteriormente, Linche –como siempre lo llamamos sus amigos y compueblanos– fundó otro grupo musical, al que Luis Ovalles se une y del cual surgen “Los Juveniles”, una orquesta que causó furor durante años en todo el Cibao, extendida luego a Santo Domingo. Linche ya no fue parte de este grupo pues había comenzado sus estudios en la UCMM de Santiago, pero solía subirse a la tarima en cualquier fiesta para hacer coro y tocar la güira o la tumbadora. Llegó incluso a componer un merengue que hizo fama en honor de Cipriano Bencosme, el guapo mocano que enfrentó la intervención norteamericana de 1916 y la dictadura de Trujillo en sus inicios. Sencillo, jovial, inteligente, sin poses, con un humor contagioso, pleno de anécdotas, a pesar de su posterior ascenso como funcionario académico de la UCMM en Santiago, solía atravesar la ciudad vestido de árbitro, desde su casa en la calle Colón hasta el play de los padres, como todos conocían al amplio espacio deportivo de los salesianos, para “ampayar” un juego de fútbol. En más de una ocasión, episodio que pocos han de recordar, con equipos casi rupestres de la única emisora de radio que poseía Moca entonces, transmitíamos y narrábamos los partidos de fútbol que se realizaban allí, desde la azotea del colegio Don Bosco. La emisora de radio quedaba en un campo de Moca, que hoy está incorporada a la zona urbana, El Caimito, y hacia allí caminábamos a diario durante un tiempo –finales de los sesenta– para hacer un programa a las cinco de la tarde que tenía muy buena audiencia. El 25 de diciembre de 1968, día de Navidad, velamos hasta el alba –junto a Elba Russo y José María Hernández que había regresado de París, quien luego se casaría con Sonia Guzmán Klang– a dos amigos de nuestro grupo que fallecieron en un accidente de tránsito mientras viajaban a Salcedo a dar una serenata a una muchacha de allí que uno de ellos cortejaba. Linche y yo nos salvamos porque acordamos ir más tarde, pero no nos esperaron.

Era Miguel Adriano, como firmaba entonces, un imprescindible en todas las actividades de la mocanidad que le fue tan suya, tan propia. Siempre hacía bromas con él porque le decía que cambió su nombre luego de que se comenzó a leer y a comentar la novela de Marguerite Yourcenar Memorias de Adriano que él me envió un día de regalo con Miguel Gómez, el chofer que nos condujo a todos por años de Moca a Santo Domingo y viceversa, con una simple nota, muy típica de él: “Lee eso”. La novela había sido publicada en 1951, pero de un momento a otro resurgió con fuerza en los años setenta. Hoy figura entre uno de mis libros preferidos de todas las épocas. Lo mismo pasó con otro libro. Yo tenía 17 años cuando él se apareció en mi casa de Moca y me dijo lo mismo: “Lee eso” y agregó: “Luego comentamos sus pormenores”. Era La tierra escrita de Aída Cartagena Portalatín, nuestra compueblana y amiga, que en ese poemario, lleno de claves, refería aspectos familiares y comarcales (“Este es un libro testimonio y yo no puedo mentir”). Posteriormente, Linche, actuando como editor, fue el responsable de que se conocieran dos piezas claves de dos escritores mocanos, para lo cual contó con el respaldo del ayuntamiento de Moca: las Tradiciones Mocanas de Elías Jiménez, y el poemario Solazo de Octavio Guzmán Carretero. A inicios de los setenta, a instancias de Bruno Rosario Candelier que había llegado de estudiar en España, ambos fundaron el Ateneo de Moca, del que fui miembro, y organizaron los famosos coloquios que reunieron entonces, para promover el debate, a las principales figuras de la literatura dominicana.

Desde pequeño compartimos el interés por el periodismo y colaboramos con distintos periódicos locales y nacionales, hasta que en 1973 fundamos “El Viaducto”, del que sólo salieron cinco ediciones. Fue el periódico número 100 en nuestro pueblo (dato que aportó Linche que era el joven historiador de la mocanidad, junto al veterano don Julio Jaime Julia), donde el periodismo siempre fue muy activo llegando a tener, en épocas distantes a la nuestra, un diario y varios semanarios. Antes de este periódico provinciano, en 1970 ambos propusimos públicamente la creación de un Instituto de la Juventud, con la finalidad de orientar a los jóvenes y de facilitarles fuentes de formación al estilo de uno que habíamos conocido por publicaciones de Costa Rica. Don Rafael Herrera nos dedicó dos editoriales que nos abrirían las puertas de la “fama”, pero desistimos de la propuesta cuando vimos que podíamos ser utilizados en un proyecto que nos nació a los dos sanamente y que algunos sectores de izquierda entendieron que “hacía juego al gobierno de Balaguer”. Víctor Gómez Bergés tenía entonces su propio partido, el Movimiento Nacional de la Juventud, era amigo nuestro y de nuestras familias, y algunos confundieron ambas cosas. El proyecto además era inviable en un gobierno como el de Balaguer. Con los años nos reiríamos de lo acontecido, y ambos creíamos que ese Instituto de la Juventud fue el preludio de lo que sería, muchos años después, la Secretaría de Estado de la Juventud. Linche llegaría a dirigir el diario La Información, estuvo entre los fundadores del diario El Día, escribía para Ultima Hora, laboró en la revista Rumbo y terminó su carrera periodística como director de Diario Libre.

La complicidad en diferentes proyectos nos unió desde muy jóvenes. Desde actos lírico-culturales, como se llamaban entonces, hasta la organización de la Feria Internacional del Libro, donde siempre fue mi asesor number one, como le decía. En la adolescencia, conseguía los long play o LP, aquellos discos grandes de vinilo de los que aún conservo muchos. Gracias a él disfrutábamos, junto a amigos comunes, devotos de la música que gustábamos en esos años inolvidables, de genios musicales que hoy sólo podrán tener presente algunos coleccionistas. Conformábamos una logia muy exclusiva de simpatizantes y seguidores de esa legión que formaban la orquesta de Percy Faith (The Song from Moulin Rouge, Theme for Young Lovers); Ray Conniff, otro instrumentista de excepción que popularizo el famoso Lara’s Theme, tema musical de la película Doctor Zhivago, y que se distinguió por interpretar música latina (Bésame mucho, El día que me quieras, La bamba); Engelbert Humperdinck, un crooner británico de origen indio que inmortalizó canciones con las que crecimos en nuestro circuito cerrado musical (Release Me, After the Lovin); el gran Gene Krupa, que era entonces toda una sensación por ser el primer baterista solista de la historia; el Bob Dylan que comenzaba a rastrillarnos la poesía en sus canciones sin que lo reconociéramos como tal hasta decenios después y que por entonces era un simple cantautor folk (Blowing’ in the Wind, A Hard Rain’s a Gonna Fall) y entre muchos más, la música y los intérpretes criollos que nos encandilaban, donde el puesto de principalía lo tuvo siempre la súper orquesta José Reyes de nuestro compueblano Papa Molina, su distintivo opening y aquellas instrumentalizaciones mágicas de la música de Glenn Miller –otro de nuestros favoritos– con su inolvidable Serenata a la luz de la luna, o del merengue Por ai María se va, que creo fue original de Antonio Morel, la big band que le hacía frente a la del maestro Papa. Mocanos los dos, por cierto.

Viví cada paso de su noviazgo con Himilce, con quien tuvo sus primeras hijas. Infaltable a todos nuestros convites, los domingos no contaran con él porque ese día se lo pasaba en La Vega tras su amada. Así vivió él cada paso de mi perseguimiento tenaz para “levantarme” a la niña casi imposible de conquistar con la que he de cumplir cuarenta años de casados el año entrante. Linche fue el poeta que le cantó cuando ella fue presentada en sociedad en el Club Recreativo de Moca a sus quince años, pero entonces yo no la conocía. Mi mujer guarda ese poema como una reliquia. Nunca nos distanciamos. Tengo en archivo todas las cartas que me escribiera mientras estudiaba en Filadelfia, Pittsburgh y West Virginia donde me contaba de sus avances, de sus lecturas, de sus aventuras, de sus sueños de regresar a su país para poner en ejecución lo aprendido en las universidades norteamericanas. Tendría tanto para hablar de él y de nuestra amistad de toda la vida. Un sentido de fraternidad que cubrió a muchos prosélitos, porque siempre fue fiel al amigo como lo fue a sus principios, y a la memoria de sus padres, doña Amparo, la mejor pastelera de Moca que, a su vez, fue una digna educadora y dueña imbatible de todas las grandes fiestas de sociedad, de las bodas y cumpleaños de postín, y don Miguel, apacible, recto, ecuánime; y de la memoria de su hija que perdió apenas nacer y a quien siempre le quiso reiterar públicamente su amor y que habrá sido la primera, junto a sus padres, que ha ido a recibirle con los brazos abiertos en la morada definitiva de los justos. Hace dos semanas le pregunté cómo estaba viviendo sus días de jubilado. Me respondió que no se sentía bien, lo que atribuía a cambios de medicación. Me invitó a cenar junto a Miguelina, mi esposa, y Justina, la suya, en su casa, una vez mejorara para festejar sus 72 años de vida que cumplió el mismo día de su partida. Tres días después me envió, como lo hacía cuando éramos jóvenes, el libro reciente de Barak Obama. Disfruta, querido Linche, la tierra prometida. Y como acostumbrabas a concluir en tus editoriales, cuando despedías a alguna personalidad de nuestro país: que la tierra te sea leve.

 

Libros 

Cultura Política 

Adriano Miguel Tejada

Taller, 1994

398 págs.

Reunión de sus artículos en Ultima Hora, publicados entre 1991 y 1993. Su gran obra como escritor la escribió en las páginas de diarios y revistas. Legados de cultura, de principios y valores inalterables.

 

Diario de la Independencia 

Adriano Miguel Tejada

CPEP, 2007

350 págs.

Reeditado varias veces, este libro sigue, paso a paso, los sucesos previos y posteriores al grito de febrero de 1844. Narrados con lenguaje periodístico para llegar a todos los públicos.

 

El ajusticiamiento de Lilís 

Adriano Miguel Tejada

CPEP, 1999

105 págs.

Su casa familiar queda justo al lado de la casa de Jacobito de Lara donde fue ajusticiado el dictador Ulises Heureaux. Adriano se convirtió en el historiador de ese suceso de su vecindad.

 

La prensa y la guerra de abril de 1965 

Adriano Miguel Tejada

Academia de la Historia, 2016

209 págs.

Los primeros cinco días de la revolución abrileña vistos desde las páginas de diarios y revistas nacionales y extranjeras que dieron cuenta, de distintas formas, de aquel importante acontecimiento histórico.

 

Los AM de Diario Libre 

Adriano Miguel Tejada

Búho, 2020

650 págs.

El último libro de Adriano, que no llegó a presentar formalmente a causa de la pandemia. Compilación de sus artículos en la famosa columna “Antes del meridiano”, de 2004 a 2019. Reflexiones de la última parte de su carrera periodística.

 

 

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