Temas idiomáticos
Por María José Rincón
QUIEN BUSCA HALLA
22 MAY 2018
Hoy me siento un poco Sancho y empiezo con un refrán: «Quien busca halla». Les prometí que repasaríamos las palabras más buscadas digitalmente por los dominicanos en el Diccionario de la lengua española en lo que llevamos de 2018; las más buscadas entre las que sí están registradas en este diccionario.
La palabra diccionario encabeza la lista, gracias a que es la palabra que ejemplifica las búsquedas en la página. Le siguen los verbos haber (2474 consultas), ir (1868 consultas) y, un poco más alejado, hacer (1533 consultas). Estos tres verbos también están entre las palabras más consultadas en Puerto Rico y Cuba. Sin duda, los hablantes se interesan por la ortografía de sus distintas formas; no olvidemos que el DLE tiene un asistente para la conjugación de los verbos que puede resultar muy útil.
Podemos asegurar que las consultas de la palabra ceja (1657) tienen también mucho que ver con la ortografía. Debido al seseo, muchos hablantes dominicanos tienen dificultades para segmentar el artículo y la palabra: las cejas / *las ejas. Esto provoca las dudas incluso cuando la palabra está en singular; por eso muchos consideran que el sustantivo es *eja.
La utilización del diccionario demuestra, al menos, cierto interés por la lengua y sus manifestaciones. Eso explica las búsquedas de palabra (1665) y cultura (1158). Otros intereses se reflejan en las búsquedas de los sustantivos sexo (1434 consultas) y amor (1055 consultas).
Cuando Sancho Panza recorría los campos de La Mancha no existía el Diccionario académico; en todo caso, y si hubiera sabido leer, el escudero podría haber consultado el Tesoro de Covarrubias. Buscar en el diccionario, siempre que sea uno bueno y apropiado para lo que queremos buscar, le da la razón al refrán: «Quien busca halla».
COMPAÑEROS DE VIAJE
29 MAY 2018
Nunca dejamos de aprender palabras. Cada nueva palabra amplía nuestros horizontes y nos enriquece, pero ¿cuándo podemos decir que hemos aprendido, realmente aprendido, una nueva palabra? ¿Cuándo podemos decir que la hemos incorporado a nuestro vocabulario personal? Repasemos el camino que debemos recorrer con las palabras para poder hacerlas nuestras.
Conocer bien su significado y su ortografía, con el auxilio de los diccionarios, es solo el primer paso de ese recorrido. También nos puede ayudar el diccionario a conocer las partes que las forman, la raíz de la que parten y sus posibles derivados. Así una palabra nos lleva a otra y va tejiendo para nosotros la red de su familia léxica. Como en la vida misma, nuestro entorno ayuda a definirnos.
Las palabras no están solas y no están quietas. Las palabras empiezan a funcionar cuando se combinan con otras palabras; por eso para saber utilizarlas, tenemos que saber dominar las normas que regulan estas combinaciones, eso que llamamos sintaxis.
Cuando conocemos su forma y cómo se relacionan solo hemos recorrido un tramo del camino. Todas las palabras no pueden usarse en todas las situaciones. Aun teniendo el mismo significado, el uso de algunas voces está reservado a determinados contextos. No ser capaces de adaptar nuestro vocabulario a la situación comunicativa en la que estamos; usar palabras coloquiales en entornos formales, o viceversa, demuestra que no las dominamos. Nos espera una etapa más.
Al significado, a la forma, a la sintaxis y al uso debemos añadir un conocimiento más, el de las connotaciones que van impregnando a cada palabra a lo largo del tiempo; hay palabras a las que se asocian matices afectivos, despectivos e, incluso denigrantes, que debemos manejar si queremos preciarnos de habernos convertido en verdaderos compañeros de viaje, de aquellos que nunca se olvidan.
EN UNA ISLA DESIERTA
05 JUN 2018
Leí en un artículo de la BBC acerca de un neoyorkino, Amnon Shea, que había leído el diccionario Oxford. Sí, todo el diccionario. Como comentario a este artículo se me ocurrió reconocer que soy lectora de diccionarios. No solo usuaria o consultora: lectora con todas las de la ley; de las que empiezan por la primera página y acaban por la última; de la a la zeta, nunca dicho esto con más propiedad.
A uno de mis seguidores en Twitter lo asombró esta rara afición mía. ¿Leer diccionarios como si fueran novelas? Tengo que reconocer que es una de mis muchas rarezas. Entre todos, siento predilección por los antiguos, con los que me siento transportada a tiempos muy diferentes y, al mismo tiempo, muy parecidos a los nuestros. No puedo presumir, como Shea, de haber leído los veinte tomos del Oxford, pero sí, por ejemplo, de haber viajado a través de las más de dos mil páginas del Diccionario de americanismos de nuestras academias americanas y recorrido con él los más remotos rincones de nuestro continente; de haber seguido el hilo de una extraordinaria madeja de palabras en el precioso Diccionario ideológico de Julio Casares; de haber admirado página a página a la magistral María Moliner; entre los antiguos, uno de mis preferidos, el Tesoro de Covarrubias, de 1611, con el que por cierto me he reído de lo lindo.
Por eso comparto la elección del poeta británico W. H. Auden para quien el diccionario era el libro perfecto para llevar a una isla desierta. Un buen diccionario se deja leer; no impone ideologías; sus armas son la ortografía, la gramática y la certeza de la definición. Siempre está abierto e inacabado. A partir de ahí, nos ofrece el material inagotable de las palabras. Con ellas podemos aspirar a ser Cervantes o el más abyecto politicastro. Lo que seamos capaces de crear o destruir con las palabras es cosa nuestra.
TRES DÍAS EN MADRID. PRIMERA JORNADA
12 JUN 2018
Tres días en Madrid. Tres días con las palabras. Primera jornada. Amanece frío en Madrid. Busco algún sitio para desayunar y mis pasos me encaminan a la fachada de madera del Café Gijón, uno de los pocos sobrevivientes de los sabrosos cafés de tertulia madrileños. Me siento a una de sus mesas de mármol, junto a una ventana desde la que soy testigo de cómo se van abriendo puntuales las casetas de la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, organizada por la Asociación de Libreros de Lance de Madrid….
Y empiezan a brotar las palabras. La locución adjetiva de lance aplicada a un libro nos lo califica como de segunda mano (o de medio uso, diríamos por aquí) o nos habla de que se adquiere en condiciones ventajosas. Ambas cosas se encuentran en esta feria del libro de sabor añejo. Muchos libros a buenos precios y algunas joyas de difícil localización. Apuro mi chocolate y mis churros y me dejo llevar de caseta en caseta ojeando títulos, ediciones antiguas, tebeos y libros infantiles que me recuerdan a mis inicios en la lectura. Varios recorridos, algunas horas más tarde, y algunos libros dejados atrás, me doy por satisfecha y dejo atrás el Paseo de Recoletos. En mis manos dos libros. Una edición crítica elaborada por Martín de Riquer del Tesoro de la lengua española de Covarrubias, el primer diccionario monolingüe de nuestra lengua. El segundo libro, regalo de mis padres, una Gramática de la lengua castellana de Vicente Salvá de 1847.
Sé que el libro electrónico es más cómodo y que ambas obras pueden consultarse digitalmente de forma abierta y gratuita, pero yo, esa mañana madrileña bajo el tibio sol de Recoletos, rodeada de libros, no me cambiaba por nadie.
TRES DÍAS EN MADRID. SEGUNDA JORNADA
19/6/ 2018
Tres días en Madrid. Tres días con las palabras. Segunda jornada. Flanqueada por la iglesia de los Jerónimos y con una vista privilegiada sobre el Museo del Prado, la sede actual de la Real Academia Española, en su sobriedad clasicista, nos recibe por la entrada de los académicos. Comienza la primavera en Madrid y los históricos percheros asignados a cada académico descansan. Nada más descansa en la sede académica. El salón de plenos está dispuesto para la sesión de los jueves y las comisiones trabajan a pleno rendimiento.
Nos reciben con cordialidad Darío Villanueva y Francisco Javier Pérez, director de la RAE y de la Asociación de Academias de Lengua Española, respectivamente, y valoran la divulgación de la actividad académica que hacemos en esta humilde Eñe. Nos invitan a recorrer las estancias de la sede académica, donde nos espera aquello de «Limpia, fija y da esplendor». Nos sorprenden las pequeñas cabezas de terracota con los rasgos de los personajes cervantinos que sirvieron de referencia para el concurso de ilustradores del Quijote para la primera edición académica de nuestra novela universal.
Nos emociona la extraordinaria biblioteca de la casa, que empezó a reunirse en 1713 con el objetivo de atesorar las obras de los autores que los primeros académicos habían considerado como autoridades para ejemplificar el uso de las palabras incluidas en el Diccionario de autoridades, primer diccionario académico. En ella se custodian joyas de nuestra cultura, como el manuscrito de las Etimologías de san Isidoro, del siglo XII, códices de Gonzalo de Berceo, primer poeta de nombre conocido de la lengua española, y del Libro de buen amor, y primeras ediciones de los clásicos españoles, miles de volúmenes que nos invitan a perdernos entre sus páginas. Yo me hubiera perdido con gusto, ya lo saben ustedes bien, pero los pasillos de la Casa de las palabras me reservaban todavía una sabrosa sorpresa, que dejo como ñapa para una próxima columna.
TRES DÍAS EN MADRID. ÑAPA
26 JUN 2018
Tres días en Madrid. Tres días con las palabras. Ñapa de la segunda jornada. Cargada de buenas ideas y con ganas de seguir trabajando en proyectos comunes para el conocimiento y la divulgación del buen uso de la lengua española, después de un cafecito en el salón de pastas, la Casa de las palabras me reservaba una alegría más: conocer el fichero lexicográfico general de la Academia. Imaginen una colección de gaveteros, poblados de infinidad de pequeñas gavetas, en las que se custodian más de diez millones de papeletas. Ojo, no se trata de diez millones de esas papeletas que se están imaginando ustedes. Los lexicógrafos denominan papeleta a cada .una de las fichas en las que registran, con las citas correspondientes, los usos de las palabras.
A los que ya manejamos bases de datos informatizadas se nos hace impensable la sola idea de manejar pequeñas gavetas atestadas de fichas cada una de las cuales documenta un uso, un ejemplo, una acepción, una cita literaria. Sin embargo, solo la visión de algunos de estos inmensos gaveteros sirve para dar una idea muy concreta de lo que supone enfrentarse a la elaboración de un diccionario, por pequeño y modesto que este sea. Sirve también para valorar y para honrar el trabajo de los lexicógrafos, artesanos del lenguaje, a cuyas obras recurrimos tan a menudo, o al menos deberíamos hacerlo, y de cuyo esfuerzo tan poco nos acordamos.
Para los que gusten de bucear en estos ficheros está disponible su consulta gratuita a través de la página del Nuevo diccionario histórico del español. Los vetustos gaveteros se conservan en la RAE; los nuevos lexicógrafos podemos aprovechar su contenido y seguir honrando el trabajo y la dedicación de las personas que los construyeron.
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