Diccionario de mística, de Bruno Rosario Candelier

Por Gisela Hernández

“La mística es el cultivo de la espiritualidad centrada en la búsqueda de lo divino […] Para elaborar un diccionario de términos místicos  hay que saber lo que es la mística, sin confundirla con la religión, ni con la metafísica ni con el mito. La  mística implica, como búsqueda de lo divino, una contemplación hacia adentro, hacia la esencia del ser, hacia la Fuente creadora e inspiradora de todo, hacia el Misterio que arroba y anonada” (Bruno Rosario Candelier).

El Diccionario de mística, de Rosario Candelier (1), es una obra que trasciende las fronteras de los diccionarios semánticos y lexicográficos. Engrandece el acervo cultural, léxico y semántico de los hablantes. Es una obra concebida para dar asistencia al cultivo cultural de la fuente misma de los vocablos sobre mística. Terminología que el propio Diccionario de mística define en sus diferentes acepciones mediante un análisis enjundioso de sus términos y el carácter universal y particular que el vocablo posee para la Mística Bíblica, Budista, Cósmica, Mística Interior, entre otras acepciones, radicada la mística que eleva la conciencia espiritual  en la inspiración de la misma, centrada en la convicción de la existencia de Dios. Además de la trascendencia señalada, el Diccionario de místicaes una herramienta útil: una fuente viva y tangible del nivel de contemplación y entendimiento que las almas sensibles y porosas al Misterio tienen de la existencia de otras realidades, como ya intuía Platón desde la cuna del conocimiento profundo de las esferas conjuntas de la persona humana.

Más que vocablos: “Conciencia espiritual”

El Diccionario de mística de Rosario Candelier, a través de los doscientos veintiocho vocablos que define con rigor científico y que se sustentan en fuentes fidedignas, es una obra para trascender en la comunicación con el Absoluto, en tanto contiene la simiente del Movimiento Interiorista, doctrina estética creada por el autor de esta obra de reflexión lexicográfica.

La presentación del Diccionario de mística es realizada, con acierto y soltura literaria, por Rosario Candelier, desde la introducción del mismo al explicar qué aborda como diccionario especializado incluida la conciencia espiritual: «[…] aborda  […] términos alusivos a la inclinación mística  de la conciencia espiritual […] (2).

Conciencia espiritual que todo ser humano puede acceder cuando se entregue a su misterio y se deje elevar más allá de la realidad cotidiana que venera lo simple. Y, paradójicamente, la esencia divina en las cosas más triviales de la humanidad puede llevar a la conciencia plena del despertar a la sensibilidad excelsa de la mística, siempre que el ánimo del espíritu se incline a entender y definir cuál es el sentir espiritual que rige nuestras vidas y avocarnos en identificar las «señales divinas» que el Diccionario de mística define bajo tres entradas, siendo la primera de ellas «mensajes percibidos como fenómenos o prodigios (3), con cita de Libro del Antiguo Testamento (Deuteronomio 13;1-2). La segunda entrada, indicios y mensajes trascendentes, con apoyo en una cita de La dolencia divina, obra del propio Rosario Candelier, dejando en el ánimo la tercera entrada como las señales de la trascendencia, avalada en un verso de poeta José Nicás Montoto, Dilmun (32): “Serénate un momento, corazón, y repara/en los dones, feliz que disfrutare/ aquellos que ahora gozas  porque nada precisas ni nada te reclama/y has aprendido a ver en las cosas fugaces/ una móvil señal de lo inmóvil eterno”.

 Desarrollo de la inteligencia espiritual

En el Diccionario de mística se plasma la dirección que motiva a la toma de conciencia del deber de cultivar la inteligencia espiritual y dedicar un tiempo interior para cultivar la mística en las dos vertientes en la cual la entrada en el Diccionario de mística describe como “Vía mística” (4): «Iluminación y contemplación. Desarrollada y traída a la luz de la conciencia de dejarse interpelar por el cultivo de la espiritualidad desde el «Silencio interior» cuya definición está en el Diccionario de mística; identificar el proceso personal a seguir, al cual, cita Rosario en «Vía mística«: «Vía mística: la definitiva y completa purificación del Yo, a la que algunos contemplativos llaman «dolor místico» o «muerte mística», y a la que otros denominan Purificación del Espíritu o Noche Oscura del Alma […]la «crucifixión espiritual» que tantas veces han descrito los místicos: la gran desolación en la que el alma parece abandonada por  lo divino” (5).

Una introspección que toda persona debe realizar, en silencio interior al hacer acopio de las definiciones insertadas como un faro espiritual en «Silencio interior«: “Silencio interior1. Ausencia de voces, sonidos y ruidos con la sedación de la soledad sonora” (6).

Y, aceptar como válidas las sugerencias de Rosario Candelier respecto de las vías para cultivar en la vida de cada uno la mística como una vivencia ineludible, que indefectible y contundente desarrollan la inteligencia espiritual: «(…) el silencio, la soledad y la contemplación (…)»  (7).

Rosario Candelier, en Diccionario de mística, ilumina en relación a las acciones que han de seguir a toda persona con experiencia mística, en “Vía mística” es descrita como: «[…] Purificación, iluminación y contemplación son las tres etapas del cultivo de la mística   […] (8).

Tres etapas imantadas desde el soporte cósmico del Areopagita que Rosario Candelier intuye desde su conciencia iluminada por la mística: «A mi parecer, los ya purificados están perfectamente limpios de toda mancha y libres de la menor desemejanza. Creo que cuantos reciben la iluminación sagrada están llenos de luz divina y levantan los santos ojos de la mente hasta alcanzar plena capacidad de contemplación» (9).

Desdeñar las obligaciones que el conocimiento de estas verdades traen al crecimiento de los sentidos interiores es postergar la satisfacción y el disfrute de la felicidad plena que lleva consigo el cultivo de la vida interior y el placer del deber cumplido cuando la luz de la conciencia mística puede llevar a buen puerto a las almas perdidas en el mar oscuro de las preocupaciones existenciales.

Soporte literario del Diccionario de mística

Dentro de las acotaciones académicas incluidas en la instrucción del Diccionario de mística, por Bruno Rosario Candelier en la Academia Dominicana de la Lengua el 12 de junio de 2017, el insigne autor  apuntala sobre el soporte literario del Diccionario de mística: «Tras la explicación básica y el comentario pertinente, las entradas de este Diccionario de mística se ilustran con muestra de escritos alusivos a la referencia mística de la palabra clave. Se trata de un diccionario especializado, por lo cual se aplican criterios lexicográficos, afines a la disciplina espiritual que la sustenta» (10).

Citas, principalmente poéticas, como alude el numeral “9” del decálogo del Diccionario de mística, guía de Rosario Candelier: “9. Ilustrar con ejemplos de textos literarios, especialmente poéticos, la dimensión espiritual y estética de un concepto” (11).

Citas bibliográficas que engrandecen las letras dominicanas cuando es citado un escritor nativo, como el caso de Fausto Leonardo Henríquez,  poeta a quien ha sido dedicado el Diccionario de mística, honor que coloca de relieve la responsabilidad del escritor de dotar su creación de belleza y rigor científico, visto el vínculo espiritual de la necesidad de dominar el idioma en el cual se escribe y del soporte literario como aval del buen uso del lenguaje y de la inspiración en la búsqueda de términos semánticos que engrandecen el léxico, cuando un autor emplea el lenguaje con propiedad, belleza y corrección. Rasgo semántico presente en la creación mística, razón del Diccionario de mística en la explicación ofrecida por Rosario Candelier en la introducción a este glosario: “La creación estética y espiritual inspirada en la mística tiene una singular connotación que las palabras expresan, sugieren y encauzan en su configuración léxica, semántica y simbólica” (12).

El Diccionario de mística, con lenguaje elocuente, nos invita a vincularnos al decir profundo, a abrirnos a las manifestaciones místicas y prepararnos para el desarrollo de la inteligencia espiritual.

 Gisela Hernández

Presentación del Diccionario de mística,

Santo Cerro, Ateneo Insular, 25 de noviembre de 2017.

 Notas:

  1. 1. Bruno Rosario Candelier, Diccionario de mística, Santo Domingo, Academia Dominicana de la Lengua, 2017.
  2. 2. Ídem.
  3. 3. Ídem.
  4. 4. Ídem.
  5. 5. Ídem.
  6. 6. Ídem.
  7. 7. Ídem.  Con cita de Pseudo Dionisio Areopagita en Obras134.
  8. 8. Ídem.
  9. 9. Ídem, p. 493.
  10. 10. Ídem.
  11. 11. Ibídem.
  12. 12. Ibídem.

 

 

El Diccionario de mística

Por Rafael Peralta Romero

  El 28 de enero de 2017 asistimos a la presentación del libro La dolencia divina: conciencia mística y espiritualidad, escrito por el doctor Bruno Rosario Candelier. La referida obra  puede considerarse  con toda justeza un tratado, bien documentado y bien sustentado,  sobre la  mística, que con la metafísica y la mitopoética  representa  los tres pilares  sobre los que se sostiene el movimiento interiorista, que orienta Rosario Candelier.

Tuve la honra de hablar  acerca de ese libro el día de su presentación, y afirmé en aquella ocasión que la nueva publicación no solo constituía  el más amplio soporte bibliográfico sobre los estudios místicos  que se haya elaborado en nuestro país, y en muchos otros, sino que también representaba  un auténtico cuerpo doctrinal  sobre esa materia, reservada  a un número muy reducido de seres humanos.

En más de una ocasión, el actual director de la Academia Dominicana de la Lengua y presidente del Ateneo Insular ha expresado  su preocupación por la falta  en nuestro país de una escuela destinada a los estudios místicos, para lo cual es indispensable, en primer lugar, la existencia de poetas y narradores místicos.  Esta premisa  puede contribuir a entender el insólito hecho de que a diez meses de haber publicado   La dolencia divina, el progenitor, en vez de solazarse en los mimos a su recién nacido,  se ocupe en  declarar el nacimiento de otra criatura que por ser hermana de la anterior tiene genes comunes con ésta.

Resulta muy evidente que con sus trabajos, sobre todo  a través del Movimiento Interiorista,  Rosario ha venido preparando las bases para establecer  esa escuela, ya que son miembros del  Interiorismo los dominicanos  que en los últimos veintiséis  años  han transitado la senda de la mística en sus creaciones.

 

A ese propósito debe obedecer la  publicación del Diccionario de mística, editado con el sello de la Academia Dominicana de la Lengua y el patrocinio de la Fundación Guzmán Ariza. De inicio, el autor advierte que para elaborar un diccionario  de términos místicos hay que saber lo que es la mística, sin confundirla con la religión  ni con la metafísica ni con el mito. Y precisa que la “La mística implica, como búsqueda de lo divino, una contemplación hacia adentro, hacia la esencia del ser, hacia la Fuente creadora e inspiradora de todo, hacia el Misterio que arroba y anonada”. (pág. xi).

¿Qué se define en un diccionario de mística? Eso me preguntó una amiga a quien le referí que tenía  por delante la tarea que en este momento estoy realizando. Para entonces solo había explorado el libro y llegaron tímidamente  a mi memoria algunos términos y  expresiones contenidos en la publicación: mística, kénosis, intuición mística, escritura divina, contemplación espiritual, sentido místico, teosofía y,  por supuesto dolencia divina.

Aunque mi respuesta fuera simple y superficial, la pregunta de la amiga me ha servido para  encaminar este discurso hacia los tópicos que se presten  para funcionar como muestras representativas del contenido de esta nomenclatura, porque definitivamente,  presentar  un diccionario de mística  resulta muy diferente a ponderar un libro de cuentos o una novela.

En esto último es donde radica mi experiencia.

Empiezo por mística: “Cultivo y sentimiento de lo divino que entraña hondas vivencias interiores y,  en algunos casos, la experiencia  extática con el carácter enigmático, cerrado y oculto de su condición inefable”. De acuerdo a lo expuesto en la página 270, la mística es la espiritualidad puesta a favor de la conciencia superior para elevarse a planos superiores en pos de la Divinidad.

Se plantea aquí que para sentir místicamente el mundo hay que tener una empatía con lo sagrado. La experiencia mística  recupera el sentido original de dignidad  espiritual, empatía cósmica y ponderación de lo sagrado. La mística es una experiencia luminosa que aparta de las inclinaciones mundanas y abre el camino de la gracia para vivir el sentido espiritual del mundo.

El místico encuentra especial deleite en la belleza de los elementos naturales: cantos de jilguero o de gorrión, emanaciones de un manantial, la mansedumbre de la paloma o los movimientos del pez en el agua, o por igual en la manifestación del rocío, o la presencia del Sol, la Luna, el fuego o el mar.

   Kénosis divina. Este vocablo griego significa “anonadación”, “rebajamiento” y “humillación”, con presencia y sentido  en el ámbito del ascetismo místico y la espiritualidad. Y más adelante agrega el autor: “Para alcanzar la unión divina, la vocación mística precisa capacidad de contemplación, ternura espiritual y pureza de corazón en una síntesis de piedad, renuncia y entrega”.

La kénosis conlleva aniquilación del ego, ya que todo se  doblega al plan divino. El autor ilustra estas ideas con versos de Fausto Leonardo Henríquez: “Pasemos al umbral /salgamos de esta pirámide. / Decae el día con su pesadez, / la bruma anida el resto de lo que hay en mí. / La humillación le llegó a la tarde. No saben de gloria los últimos rayos / diluidos en el espejo vespertino. Avanzo sin tregua por el laberinto, / abro puertas sin llaves para el regreso”. (pág. 231).

   Intuición mística. La percepción mística, que aparece en la página 216, es definida como una percepción nítida, profunda y fecunda de cuanto conduce a una clara conciencia de lo divino. La meta de la mística es la unión permanente con lo divino.  Los poetas místicos como los sujetos  contemplativos, mediante la intuición mística,  han mostrado que la belleza  sensorial conduce a la belleza mística como expresión de la Divinidad. “La intuición mística –afirma Rosario- genera la certeza de que estamos conectados con lo divino, hecho que revela verdades profundas con la claridad de lo que nos conviene”.

Un poema de Freddy Bretón recalca la certidumbre de la función de la intuición mística  para la relación entre  el Creador y el sujeto que lo intuye con amor y gozo:

“Padre de la armonía: / yo sé bien que tu voz divaga/ por el mundo. / Te canta suavemente la brisa/ en los pinares, /o en los vientos que rozan / las rocas de la altura. / Padre del Universo, / del que soy parte mínima: preste yo mi voz a tus cantares, /como lo hace la fuente; que no solo a las aves les fue encomendado/ cantar tus maravillas. / Sea todo mi ser el instrumento / en que hagas resonar tus melodías. /Viva yo de tu amor, / Tu armonía perfecta, / mientras voy, peregrino, / hacia tu fiesta”. (pág. 219).

     Escritura divina.  Tenemos  sabido que en la Biblia tenemos la  escritura divina por excelencia.  Pero poetas y místicos han encontrado en la naturaleza la escritura de Dios, un modo de ver la marca de la Divinidad. En la quinta acepción de este articulo, el autor del Diccionario  afirma de la escritura mística lo siguiente: “Concepción mística de la Creación, que es el conjunto de lo existente, como la Escritura de Dios, según lo han sostenido poetas de nuestra lengua, tanto de América,  como el poeta argentino Jorge Luis

Borges, o de España, como el poeta andaluz Juan Drago”. (pág. 147).

   Contemplación espiritual.  Es otra de las entradas que he escogido para responder acerca de qué trata un diccionario de mística. Aparece en la página 93 y comienza con este señalamiento: “Disposición de la sensibilidad y la conciencia para entrar en comunión  con la dimensión sagrada de la naturaleza de las cosas”.  Aquí, el autor acude a otro libro suyo y cita lo siguiente: “Para  conseguir esa meta proponemos el cultivo de los valores interiores, entre los cuales figuran la empatía cósmica, el amor divino, el silencio contemplativo, la armonía cósmica, la ternura interior y la paz entrañable”.

La contemplación conlleva la unión mística con Dios y es una forma de pasar de la carne al espíritu, de los sentidos corporales a la inteligencia de lo divino, pues la contemplación mística conecta con la energía divina. En esto entra la oración, que es una forma de dialogar con Dios. Bruno Rosario advierte que si la persona responde, la oración se hace  más penetrante, más pasiva: “Y por ende, normalmente más simplificada, más contemplativa. El amor es más vivo y simple. Quiere decir que la oración en este estado teopático es contemplación. Pero no es de suyo la mística. La vida mística también es acción…” (pág. 99).

   Sentido místico. El sentido místico implica el fundamento espiritual cifrado en el aliento de lo divino. La creación del mundo es obra de Dios y, en consecuencia, el asombro y el misterio que producen la belleza, el primor y el esplendor del mundo desarrollan la sensibilidad estética, la sensibilidad cósmica y la sensibilidad mística, desplegando el más alto peldaño de la sensibilidad espiritual al compartir las delicias de lo viviente, sintiendo que todo lo creado procede del Padre de la Creación… (pág. 147).

Escudriñando aún más el Diccionario de mística, me detengo en la página 468. Teosofía es la entrada que ahí aparece. El autor la define de este modo: Concepción mística fundada en la creencia de que todo lo existente es una emanación de la Divinidad y por tanto encarna algo de lo divino mismo. El autor recurre  a Gershom Gerhard Scholem, filólogo e historiador israelí, para reforzar su planteamiento: “La Teosofía designa una doctrina mística o una escuela de pensamiento que se propone conocer y describir los misteriosos modos de acción de la Divinidad, y que quizá también considera que el hombre es capaz de ser absorbido por la contemplación de esta Divinidad”.

   Dolencia divina. Es la última  pieza de la muestra  tomada en la exploración del Diccionario de mística de Bruno Rosario Candelier. Consiste en la vivencia de una pasión espiritual en conexión con el Cosmos y la Divinidad, mediante un sentimiento que se caracteriza por una empatía de amor. “La más alta vocación de todo ser pensante es una ansia de liberación de las amarras interiores que le nublan la visión de ser”,  agrega la definición.

Hemos iniciado esta exposición  haciendo referencia al texto La dolencia divina: conciencia mística y espiritualidad, el cual consideré al momento de su publicación   como un  estupendo cuerpo teórico sobre conciencia mística y espiritualidad.

Sin embargo, el maestro Bruno Rosario Candelier nos ha sorprendido con el lanzamiento, antes de un año,  de este  amplio repertorio temático  en el que clasifica y explica, con criterio enciclopédico,  cada  elemento  de la terminología propia de la mística, apoyado,  cada artículo,  en magníficos ejemplos  de la creación de nuestros poetas místicos.

Espero, con lo dicho hasta ahora, haber descrito este novedoso libro,  único en nuestro país,  que ha de servir  de apoyo a iluminados, críticos, poetas y educadores para afrontar, cada uno en su rol,  un tema de tan alta trascendencia como es la mística, que al decir de Rosario Candelier es la “disciplina de la conciencia centrada en la búsqueda de lo Absoluto con el sentimiento de lo divino inspirado en el amor a Dios y sus criaturas”.

Ojalá que la llama divina siga iluminando a Bruno Rosario Candelier para que continúe su fructífera labor  de producción intelectual, la cual engrandece la literatura dominicana y enriquece la de otros ámbitos. Recibamos con alborozo y disfrutemos con fruición el Diccionario de mística.

15 de noviembre de 2017

La intuición mística del sentido. Sustancia y fundamento del simbolismo divino

Por Bruno Rosario Candelier

Acotaciones a un diccionario de mística

La mística es el cultivo de la espiritualidad centrada en el sentimiento de lo divino. En su condición de disciplina interior, la mística se inspira en el amor a Dios y sus criaturas y genera un estado de conciencia cuya vivencia supera el nivel de la sensorialidad y, aunque es un conocimiento que va más allá de lo racional porque no es un producto de la razón ni un raciocinio de la lógica sino la intuición de una Presencia invisible sentida como “real” mediante la vivencia de un vínculo entrañable de unión divina. Esa vivencia de lo sagrado es fruto de la inteligencia mística, que san Juan de la Cruz apreciaba como el más alto desarrollo de la conciencia trascendente cuyo despliegue cognitivo, imaginativo, afectivo y espiritual entraña una comunión mística con la Divinidad.

Para elaborar un diccionario de términos místicos, hay que saber lo que es la mística, sin confundirla con la religión, ni con la metafísica ni con el mito. La mística entraña, como búsqueda de lo divino, una contemplación hacia adentro, hacia la esencia del ser, hacia el Centro creador e inspirador de todo, hacia el Misterio que arroba y anonada. Mediante el Logos de la conciencia y el instrumental de la palabra, el contemplativo transita el fuero interior de fenómenos y cosas para internarse en el ámbito superior de la trascendencia con el fin de hacer, de la realidad estética, metafísica y mística, el cauce de una visión iluminada con hondo sentido trascendente. La mística es la disciplina de la conciencia centrada en la búsqueda de lo Absoluto y el sentimiento de lo divino inspirado en el amor a Dios y sus criaturas.

Como cultivo del espíritu, cauce de la vocación contemplativa y tendencia de la sensibilidad trascendente, la mística aborda la dimensión espiritual de la palabra con el sentido profundo que la embarga. Ese rasgo semántico justifica la confección de un diccionario de mística con un glosario de voces vinculadas al cultivo, el estudio y la vivencia del más hondo sentimiento espiritual de la conciencia humana en su vínculo con lo divino a la luz de la contemplación de lo viviente, según las diversas tendencias espirituales de las diferentes confesiones religiosas y culturas. Y en tal virtud, se definen las palabras con tres enfoques específicos: 1. Nivel léxico y semántico del vocablo seleccionado (descripción básica). 2. Fundamento místico del concepto (interpretación de lo divino). 3. Ilustración literaria (ejemplificación con textos de ensayo, poesía o ficción).

Tras la explicación básica o el comentario pertinente, las entradas se ilustran con ejemplos de textos alusivos a la referencia mística de la palabra clave. Se trata de un diccionario especializado, por lo cual se aplican criterios lexicográficos afines a la disciplina espiritual que lo sustenta.

La filosofía, la literatura y la mística son las grandes disciplinas intelectuales, estéticas y espirituales que dan un sentido trascendente a la vida y a la alta cultura. La filosofía enseña el amor a la verdad; la literatura, el sentido de la belleza; y la mística, la vivencia de lo divino mediante principios, ideales y virtudes, cuyas expresiones idiomáticas, en términos precisos, edificantes y luminosos, convierten la connotación mística de la palabra en fuente de la verdad, la belleza y el bien. Místico no es el que habla de Dios, ni siquiera el que busca a Dios, sino el que siente a Dios, ve su huella en todo lo viviente y experimenta una llama de amor viva. Mística no es solo la palabra que alude a Dios sino la disciplina que lo convoca en su irradiación espiritual concurrente. Y creador místico no es quien explora el sentido, sino aquel que sabe ver, en cada rincón del mundo, la presencia de lo divino mismo. Si la belleza culmina en el sentimiento de lo divino, el cultivo de la mística postula una incardinación, desde la palabra y con la palabra, en una virtual correspondencia sagrada.

Para el creador sensible a la trascendencia, todas las cosas tienen una connotación espiritual que descubre cuando halla la onda sutil de lo divino. Encontrar la palabra mágica es sintonizar la faceta mística de lo viviente y descubrir el fascinante encanto de la Creación a la luz de la presencia divina.

La mística encarna el más alto grado del sentido espiritual del Logos. Sabemos que Heráclito de Éfeso, cuando concibió el Logos para consignar la fuente del sonido con sentido, atribuyó a ese peculiar vocablo una energía divina. De ahí que el Logos asume y expresa la energía interior de la conciencia con una onda de comprensión, sabiduría y amor. En su veta formal y conceptual expresa el caudal de belleza sublime, irradiación metafísica y sentido místico. La fragua de su luz y la onda de su aliento atizan la creación mitopoética, metafísica y teopática con la valoración mística de lo viviente y la formalización lingüística correspondiente,  para la que aplico el siguiente decálogo operativo:

  1. 1. Determinar la idea o el concepto asociado a la mística con su palabra clave.
  2. 2. Consignar la vertiente alusiva o representativa de un concepto místico.
  3. 3. Describir el significado místico que encierra o representa la palabra clave.
  4. 4. Enfocar la connotación espiritual o mística del vocablo pertinente.
  5. 5. Abordar las dimensiones simbólicas de lo divino que el concepto implica.
  6. 6. Presentar la relación de la palabra clave con disciplinas colaterales, como la teología, la filosofía, la estética o la literatura.
  7. 7. Señalar la vinculación del concepto inherente a la palabra clave con la intuición del intelecto o la percepción de la sensibilidad, con la reflexión o la contemplación del fenómeno místico.
  8. 8. Consignar opiniones, comentarios o enfoques reflexivos o expresivos de diversos autores sobre la materia.
  9. 9. Ilustrar con ejemplos de textos literarios, especialmente poéticos, la plasmación espiritual y estética de un autor o una obra.
  10. 10.El abordaje filológico, estético y literario ha de confluir en precisiones discursivas y literarias con opiniones y valoraciones que enfaticen e iluminen la dimensión profunda de la palabra clave a luz de la mística.

Ya los antiguos pensadores presocráticos, entre ellos Heráclito, Leucipo y Pitágoras, entendían que en su condición de Logos, la palabra encauza una triple expresión figurativa: la palabra simple, con su sentido básico; la palabra compleja, con su vertiente metafísica; y la palabra simbólica, con su connotación mística. La filosofía, la literatura y la espiritualidad abordarían la dimensión profunda del decir hondo, traslaticio y sugerente de la palabra. Por eso José Lezama Lima escribió: “El signo expresa pero no se desnuda en la expresión.  El signo, pasado a la expresión, hace que la letra siempre tenga espíritu. En el signo hay siempre como la impulsión que lo agita y el desciframiento consecuente. En el signo hay siempre un pneuma que lo impulsa y un desciframiento, en la sentencia, que lo resume. En el signo queda siempre el conjuro del gesto. El signo tiene siempre la suficiente potencia para recorrer la sentencia, su espacio asignado. La potencia actuando sobre la materia para engendrar la forma y el sentido” (1). Spíritus, pneuma o ruah, hay un soplo, aliento o aire divino que conforma el Logos, Verbo o Palabra. En cada vivencia espiritual, mediante el aliento de la pasión humana o el aura del soplo divino, el sentimiento místico aflora con su aire y el amor tiene su lenguaje. De ahí la justificación de un diccionario de términos místicos.

Fragua de la vivencia mística

  Entre las decenas de palabras que este diccionario aborda, figuran los términos específicos de esta inclinación humana cuyos significados se emparentan lexicológica y semánticamente con el sentido primordial del fenómeno místico y sus connotaciones trascendentes, como Misticismo, que alude a la tendencia espiritual de la conciencia centrada en la búsqueda, el sentimiento y el cultivo de lo divino, así como las voces indirectas cuyos sentidos se vinculan a las manifestaciones cardinales de esta tendencia natural del hombre por las expresiones de la sabiduría espiritual inherente, como Nous, que remite a un conocimiento sutilísimo que viene de muy antiguas esencias y que solo atisban a comprender, en medio del arrebato de su experiencia mística, los iluminados, santos y contemplativos cuando desde su conciencia expandida acceden a esas regiones ignotas, donde el Nous tiene su misterioso fuero sagrado.

El místico alemán Jacob Böhme sostenía que el Universo es un Logos en cuya virtud las cosas hablan y sugieren lo que significan en un lenguaje cifrado y secreto como si se tratara de un idioma especial dirigido a los que tienen desarrollada su sensibilidad trascendente. Se trata de una gracia singular para captar la revelación del misterio mediante la inteligencia mística, la empatía divina y la iluminación de la llama sagrada. A pesar de la condición inefable del fenómeno místico, desde siempre los iluminados han dicho que no hay un lenguaje capaz de verbalizar la experiencia arrobadora, pero todos los místicos que en el mundo han sido han hallado la manera de plasmar esa vivencia inefable. En una de sus cartas a los Corintios, Pablo de Tarso hablaba de un hombre que “fue arrebatado al Paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede decir” (2). Esas palabras inefables son las que conforman la sustancia de la irradiación mística, canalizada en imágenes, destellos, ondas, visiones y voces con su hondura intangible.

A la sensibilidad mística llegan irradiaciones y señales del Cosmos con las variopintas manifestaciones de dichos fenómenos en sus respectivos efluvios y revelaciones. Todos estamos conectados en las redes operativas del Universo y formamos parte de la Totalidad, pues como se ha dicho desde antiguo, todo viene del Todo y todo vuelve al Todo, como enseña la mística y certifica la física cuántica, en cuya virtud estamos integrados a la esencia cósmica desde nuestra circunstancia específica. De igual manera, recibimos influjos de la realidad circundante y de nuestro interior profundo. Hay también un influjo permanente de la memoria universal ya que nuestra memoria individual se conecta con la fuente de la sabiduría atesorada en la memoria cósmica, a la que he llamado Numen. Y ese influjo a menudo no se comprende, comenzando por la incidencia de la misma tierra que emite unos fluidos a cuyo través opera el aliento telúrico que inyecta a nuestra sensibilidad un efecto singular cuya energía penetra en nuestra conciencia.

En su contacto con el mundo el místico experimenta un estado de contemplación, indispensable para vivir el misterio de la Creación y el sentido de hechos, fenómenos y cosas. Todo tiene una dimensión interna y mística que la intuición percibe y el lenguaje expresa en forma estética, simbólica y mística. La faceta mística de lo viviente que atrapa la sensibilidad trascendente es una expresión del vínculo de lo natural con lo sobrenatural, de lo humano con lo divino, que la palabra formaliza en su peculiar lenguaje.   La vida interior de la conciencia, en su manifestación estética o espiritual, es una clara evidencia de la potencia creadora del Logos. Lenguaje y conciencia hacen posible la intuición del sentido espiritual de lo viviente. Y la palabra nos auxilia para formalizar nuestras intuiciones y vivencias con el lenguaje discursivo, la forma estética o la creación teopoética.

Ante el esplendor de lo viviente la persona experimenta una emoción que despierta su sensibilidad interior. A los poetas los mueve la dimensión maravillosa de la realidad. Y ya han dicho los místicos, como Francisco de Asís y Karol Wojtyla, que la realidad es más maravillosa que dolorosa. Antes dijo Platón que la belleza culmina en Dios. Por eso la teopoética es una celebración de la Divinidad.

Contenido, forma y sentido de las palabras es lo que enfoca el lexicógrafo. Y si se trata de un glosario especializado, hay que privilegiar la dimensión conceptual, estética o espiritual de su repertorio léxico.

La poesía se basa en la expresión de la belleza. La metafísica se funda en la búsqueda del sentido. Y la mística se inspira en el sentimiento divino que genera el esplendor de lo viviente. Lo que el poeta canta y el metafísico explaya, el místico lo vive y ama, porque el amor fragua la vocación mística que hace de la obra del contemplativo un cauce del ágape infinito.

En tal virtud, el místico vive y expresa la contemplación de la naturaleza, que siente como expresión de lo divino. La emoción de la belleza y el sentido, que canaliza en su expresión estética, encauza una verdad profunda. El sentimiento de lo divino, que inspira el lenguaje de la lírica teopoética, se funda en una vivencia espiritual que la palabra formaliza en ensayos, pintura, danza, música, teatro, narraciones y poemas.  La pasión de amor sublime, que despliega la sensibilidad del místico, se manifiesta en lo que hace, compone, dibuja o escribe.

El arte de la creación teopoética y su entramado místico canalizado en la palabra, se manifiesta en modalidades operativas: 1. Liberación de los sentidos (físicos y metafísicos) para dejar la mente libre de pensamientos, sentimientos y deseos. 2. Actitud interior de apertura y entrega de sí mismo hasta sentir el espíritu absorbido, por un aliento trascendente. 3. Sentimiento de coparticipación en el alma de lo viviente sintiéndose el contemplativo uno con el Cosmos en un abrazo de amor y de fusión compartida.  4. Sensación de arrebato, bajo la onda de una fuerza superior sentida con suavidad y dulzura en un estado luminoso y placentero. 5. Vivencia espiritual de deificación interior mediante el aura mística de la unión divina.

El contemplativo siente la necesidad de lo divino. En tal virtud, tiene un alto desarrollo de la sensibilidad trascendente; disfruta la dimensión espiritual de la Creación y mediante el sentimiento de amor sagrado percibe en las cosas naturales una significación o un simbolismo divino. Y asume una actitud consciente y gozosa ante la huella divina en el mundo con un sentido de iluminación mística.

El poeta místico, visionario del fulgor y el sentido espiritual de fenómenos y cosas, está inmerso en una realidad estética, y, mediante el canal de la gracia divina, se inserta en una realidad espiritual. Por eso confluyen en su obra el sentido y el propósito de su creación. La intuición de la dimensión trascendente suele conducir a la valoración de lo divino. Al descubrir el orden de las cosas, Pitágoras intuyó el ordenamiento del mundo y, por inferencia, al Ordenador del Universo en la armonía de lo viviente. Al sentir el esplendor de lo creado, Tulio Cordero, la más exquisita voz mística de la teopoética dominicana, intuyó el encanto del mundo y al Encantador de lo viviente al que su corazón se inclina con la pasión del amor que atiza sus entrañas.  Con razón escribió Tulio Cordero en “Silogismo infantil”: “El mar es enorme./ El caracol, pequeño/ mas, en el laberinto del caracol /está toda la sinfonía del mar inmenso./  Yo, que te contemplo,/ soy solo el caracol de tus misterios”.

Formato de la creación teopoética

El problema lingüístico de la lírica mística presenta tres frentes: primero, la dimensión espiritual de la vivencia contemplativa, complica el contenido trascendente de ese estadio singular de la conciencia; segundo, la condición inefable de la experiencia extática, que se vuelve incomunicable y por tanto indescriptible; y tercero, la connotación interior del fenómeno místico, que en principio es personal, individual e intransferible.

La experiencia mística comporta un fenómeno de conciencia en el que el yo del sujeto trasciende los límites de la experiencia ordinaria y el lenguaje lógico es inadecuado para traducir conceptualmente las vivencias de ese estado espiritual. La lírica mística salvó parcialmente la cuestión con la creación de un código lingüístico mediante el cual el sujeto contemplativo puede canalizar estética y espiritualmente lo que experimenta su mente en ese estadio singular de la conciencia expandida. La lírica mística presenta un cauce espiritual que ha hecho posible la creación y la expresión del aliento creador inspirado en esas vivencias singulares y ese conducto ha hecho que el alma se desborde en expresión de gozo y la voz lírica del contemplativo irrumpa con el tono jocundo del júbilo místico.

El lenguaje literario es la herramienta que da forma al contenido de intuiciones y vivencias místicas mediante la creación de imágenes y conceptos para canalizar las peculiares irradiaciones metafísicas y las singulares vivencias espirituales en conexión con el ámbito circundante o la vastedad del Universo. Instalado en la realidad de lo viviente, desde su sensibilidad el contemplativo establece una conexión con fenómenos y cosas, al tiempo que convierte la pantalla de la conciencia en antenas receptivas y transmisoras de mensajes intuidos o revelados, que hacen de los poetas místicos genuinos amanuenses del Espíritu. Y es el lenguaje de la lírica mística, con su caudal de imágenes y símbolos, el canal establecido para incursionar en ese predio restringido de la creación verbal.

Cuenta la madre Magdalena del Espíritu Santo, que admirada por las bellas y profundas palabras del Cántico espiritual de san Juan de la Cruz, le preguntó al iluminado carmelita si Dios le daba “las hermosas palabras que comprendían y adornaban” su hermoso decir, a lo que el poeta abulense le contestó: “Hija, unas veces me las da Dios, y otras las busco yo” (3). Afirma san Juan de la Cruz que la “sabiduría espiritual” está al alcance del alma: “(…) y esta es la causa por que Dios le da las visiones, formas, imágenes y las demás noticias sensitivas e inteligibles espirituales; no porque no quisiera Dios darle luego en el primer acto la sabiduría del espíritu, si los dos extremos, cuales son humano y divino, sentido y espíritu, de vía ordinaria pudieran convenir y juntarse con un solo acto” (4). Para expresar el estado interior de la emoción estética y la peculiar naturaleza de la fruición espiritual de la vivencia mística la persona crea, mediante el concurso de la intuición, la imaginación y la memoria, el lenguaje simbólico de la lírica mística.

El lenguaje de la mística tiene tres atributos distintivos: la llama de Eros; el cauce de los símbolos; y el don de la gracia divina. El amor que alienta la lírica mística es un amor incólume, sagrado y divino; la vía simbólica es la única manera de canalizar la vivencia inefable de la mística; y la gracia divina es la onda superior y trascendente que impregna el alma del contemplativo de su virtualidad interior.

La confluencia de sensaciones y emociones, en su expresión estética y simbólica, genera el brote de la creación verbal en la lírica mística. Por eso el místico se siente poseído por la magia de la creación, y su corazón se impregna de luz, sabiduría y amor. Al respecto escribió Luce López-Baralt: “A pesar de que comprenden que su desesperado intento comunicativo será en vano, los místicos han intentado sin embargo sugerir algo de su trance teopático, sirviéndose de unas desconsoladas aproximaciones simbólicas que resultan igualmente enigmáticas en cualquier época y en cualquier lengua: el Todo y la Nada, el mísero cuerpo de arcilla que sin embargo contiene todas las esferas del Universo; ´la música callada´ y ´la soledad sonora´ de san Juan de la Cruz; el ´rayo de tiniebla´ del Pseudo Dionisio Areopagita; la ´luz negra´ de Simnani; ´la noche luminosa´ y ´el mediodía oscuro´ de Sabastari; la ´esfera cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna´ y el Aleph circular en el que Borges vio el Universo entero, y a sí mismo…” (5).

Aun cuando cada una de las confesiones religiosas tiene sus contemplativos, los místicos de todas las lenguas y culturas, en virtud del postulado esencial de la mística, viven la llama teopática al margen de los cánones de sus respectivas persuasiones religiosas y comparten la dimensión sagrada de la vivencia estética y la experiencia extática bajo la llama sutil de la gracia transformante. En ese sentido el santo poeta de Ávila escribió en el prólogo al Cántico espiritual: “Por haberse, pues, estas canciones compuesto en amor de abundante inteligencia mística, no se podrán declarar al justo, ni mi intento será tal, sino sólo dar alguna luz en general […].Y esto tengo por mejor, porque los dichos de amor es mejor dexarlos en su anchura, para que cada uno de ellos se aproveche según su modo y caudal de espíritu, que abreviarlos a un sentido a que no se acomode todo paladar”(6).

Dios tiene reservado a cada uno el camino para sentir su presencia, y cada uno ha de hallar, a su debido tiempo y el cauce apropiado, la ruta que el destino le tiene reservado. Con el don de la vida, la dotación del Logos y la gracia del amor, se reciben las condiciones materiales y espirituales para cumplimentar la hermosa, fecunda y luminosa tarea de la creación.

Cuando entran en contacto con su interior profundo o con el alma de las cosas, los contemplativos tienen profundas intuiciones de la realidad o singulares revelaciones de la trascendencia, y entre las intuiciones descubren que: 1. Tienen un sentido místico para apreciar la dimensión sagrada del mundo. 2. Reconocen la realidad misteriosa y trascendente que es superior a su propia realidad. 3. Descubren el vínculo profundo entre la naturaleza humana y la divina mediante los efluvios de la Realidad Trascendente. 4. Perciben la herencia espiritual subyacente en la propia vida y en el costado del mundo en conexión con el destino final que a todos nos aguarda. 5. Asumen la unión mística como el más alto estadio del desarrollo espiritual de la conciencia humana.

En este diccionario ponderamos la huella espiritual de las obras de los poetas místicos que nos sirven de modelo. Plutarco, el antiguo educador romano, en La deidad personal de Sócrates, advirtió que existía un idioma especial para los poetas: “De hecho, [existen] las ideas de cada quien, expresadas a través del medio de la voz que sentimos en la oscuridad para entenderlas, que las ideas de las deidades traen luz con ellas por lo que iluminan a quienes las perciben. Las ideas de las deidades no necesitan verbo ni nombres: éstos pertenecen a las relaciones humanas que permiten que la gente vea las imágenes y los reflejos de las ideas; mas, las únicas personas que entienden las ideas en sí son aquellas -como dije-  que admiten una luz divina particular” (7). Esa “luz divina”, que funda la inteligencia mística, alienta el pneuma de los griegos o el ruah de los hebreos, para entender el signo con su forma y su sentido, que el lenguaje de la mística formaliza en la creación teopoética, por lo cual Heráclito de Éfeso, cuando concibió el Logos, intuyó la “energía sagrada” inherente a la Idea que la palabra encarna y expresa.

La mística, la más entrañable de las tendencias del espíritu, halla su cabal expresión estética en las formas poéticas, musicales, pictóricas, danzantes o arquitectónicas. El sentimiento místico genera una conciencia intuitiva de lo Absoluto y, en tal virtud, presiente la huella divina en el mundo. Permite sentir la “llama de amor divino” y, en algunos casos, el éxtasis contemplativo.

La potencia creadora del Logos, al tiempo que es cauce de la intuición, es también medio de conexión con lo divino. El lenguaje simbólico, como canal de la intuición y herramienta de la conciencia, empalma la expresión de lo inefable y la potencia creadora de la sensibilidad. El lenguaje reclama las palabras adecuadas y la manera más auténtica para describir esa realidad inexplicable y misteriosa que solo desde la esencia divina se puede explicar. Cuando se piensa en el lenguaje de la mística sabemos que todo el Universo es lenguaje, porque todo lo viviente está insuflado de una onda mística, y todo el Universo es un símbolo de lo divino.

Lo mismo el ensayo discursivo, la valoración crítica o la creación poética de inspiración mística proceden de una sensibilidad abierta a la dimensión profunda de la Realidad Trascendente. La creación estética y espiritual inspirada en la mística tiene una singular connotación que las palabras expresan, encauzan y sugieren en su configuración léxica, semántica y simbólica. La lírica lo expresa mejor con sus imágenes sugerentes: Agua y fuego/voz y sangre/lumbre y aire/bajo el alero de Su gracia./La magia también fluye afuera/ si el fulgor rutila con su Llama/Dondequiera hay vestigios del Paraíso.

Bruno Rosario Candelier

Academia Dominicana de la Lengua

Santo Domingo, 12 de junio de 2017.

Notas:

  1. 1. José Lezama Lima, Las eras imaginarias, Madrid, Fundamentos, 1971, p. 22.
  2. 2. Carta de san Pablo a los Corintios (II Cor, 12, 4).
  3. 3. Cfr. Madre Magdalena del Espíritu Santo, “Relación de la vida de san Juan de la Cruz”, en P. Silverio de Santa Teresa, Obras de san Juan de la Cruz, Burgos, 1929, T. I, Apéndice V, p. 325. V. Vida y obras de san Juan de la Cruz, Madrid, BAC, 1960, p. 186.
  4. 4. San Juan de la Cruz, Obra completa, Madrid, Alianza Editorial, Edición de Luce López–Baralt y Eulogio Pacho, 1999, T. I, p.233.
  5. 5. Luce López-Baralt, Prólogo a san Juan de la Cruz, en Obra completa, p. 12.
  6. 6. San Juan de la Cruz, Prólogo al Cántico espiritual, 7.
  7. 7. En Fredo Arias de la Canal, Antología de la poesía cósmica de Marta de Arévalo, México, FAH, 2003, p. VII.

ADL ELIGE A RAFAEL PERALTA ROMERO NUEVO MIEMBRO DE NÚMERO

El escritor, lingüista y periodista Rafael Peralta Romero fue elegido nuevo miembro de número de la ADL para ocupar el sillón que dejara vacante don Lupo Hernández Rueda.

En sesión ordinaria celebrada en la sede la institución, el nuevo académico numerario fue favorecido con el voto de Federico Henríquez Gratereaux, Franklin Domínguez Hernández, Manuel Núñez Asencio, S. E. Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez, Manuel Matos Moquete, Marcio Veloz Maggiolo, Juan José Jimenes Sabater, Tony Raful Tejada, José Rafael Lantigua, Ramón Emilio Reyes, María José Rincón González, Carlos Esteban Deive, Rafael González Tirado, Dennis R. Simó Torres, Ricardo Miniño Gómez, Fabio Guzmán Ariza, José Miguel Soto Jiménez y Bruno Rosario Candelier.

El nuevo académico numerario de la ADL en su condición de miembro correspondiente se desempeñaba como integrante de la comisión lingüística de la Academia Dominicana y, en su calidad de narrador, ensayista, lingüista, poeta y activista cultural, tiene en su haber una valiosa colaboración lexicográfica a nuestra corporación. Es una figura prestante del Grupo de Narradores Mester de la Academia; ha presentado varias ponencias en los actos de la ADL y forma parte del equipo que prepara las recomendaciones gramaticales y ortográficas que nuestra Academia ofrece al país a través de Fundéu-Guzmán Ariza. Además, ha dictado numerosas conferencias y ha presentado varios libros sobre temas lingüísticos y literarios en nombre de nuestra institución.

El periodista, lingüista y escritor Rafael Peralta Romero, nacido en Miches el 3 de diciembre de 1948, ha servido como ponente en los actos de la ADL; ha prestado a la institución un valioso servicio como maestro de ceremonias en las actividades académicas y colabora con artículos y ensayos para el Boletín de la Academia. Además, es el autor de una columna semanal sobre asuntos idiomáticos en el periódico El Nacional y mantiene una activa militancia en las actividades de nuestra institución.

Rafael Peralta Romero ha publicado las siguientes obras literarias: Diablo azul, Santo Domingo,  Gente, 1992; Residuos de sombra, Santo Domingo, Cocolo Ed., 1997; Los tres entierros de Dino Bidal, Santo Domingo, Manatí, 2000; Cuentos de visiones y delirios, Santo Domingo, Gente, 2001; Memorias de Enárboles Cuentes, Santo Domingo, Manatí, 2004; El conejo en el espejo, Santo Domingo, Ferilibro, 2006; Cuentos de niños y animales,  Santo Domingo, Norma, 2007; Punto por punto, Santo Domingo, Ed. Colonial, 2008; De cómo Uto Pía encontró a Tarzán, Santo Domingo, SM, 2009; A la orilla de la mar, Santo Domingo, Gente, 2011; Círculo de espera, Santo Domingo, Ed. Nacional, 2012; Pedro el cruel, Santo Domingo, Ed. Nacional, 2013; Ella y tú, Santo Domingo, Gente, 2016; y La paloma dálmata, Santo Domingo, CP, 2017.

Compartimos nuestro regocijo por la elección de nuestro agraciado colega como miembro de número de la ADL y, al tiempo que ponderamos su brillante hoja de servicios a favor de nuestra institución, ponderamos su aporte a nuestra lengua y su labor cultural y creativa en beneficio de las letras dominicanas.

Santo Domingo, 21 de noviembre de 2017.

 

ACTO ACADÉMICO EN MEMORIA DE LUPO HERNÁNDEZ RUEDA

La  Academia Dominicana de la Lengua realizó un acto solemne en memoria de don Lupo Hernández Rueda, destacado miembro de número de esta Academia, que esta institución lo encomia por su ejemplar dedicación al cultivo de la palabra de manera armoniosa y fructífera.

La actividad fue presidida por Bruno Rosario Candelier, director de la ADL, en compañía de los académicos Manuel Núñez Asencio, Rafael González Tirado, Juan José Jimenes Sabater, Manuel Salvador Gautier, Miguel Solano, Rafael Peralta Romero. También participó la hija del fenecido académico, Gloria María Hernández.

Rafael González Tirado, académico, colega y compañero de Lupo Hernández Rueda, habló de su vínculo profesional y poético con don Lupo, relación que según su testimonio fue muy importante para él, pues se conocían desde la primera etapa escolar: “Mis relaciones con Lupo fueron muy importantes por la afición de ambos por las letras y la ruta que nos esperaba para conducir a la Generación literaria de 1948”. Señaló que antes de tener sentido de generación, los acercaba su vocación literaria y la fraternidad entre sus colegas, quienes se reunían periódicamente en sus hogares para hablar de sus creaciones.

González Tirado describió a Lupo Hernández Rueda como un hombre de una personalidad excepcional. Se singularizó desde muy temprano, siempre fue cordial, con una sonrisa a flor de labios, solidario con todos sus compañeros, amigos y condiscípulos: “Todo aquel que se le acercaba en búsqueda de algo, lo atendía sin diferencia ni vacilaciones”.

Habló de la obra poética de don Lupo, quien produjo poesía desde muy temprano. Su primer libro, Como naciendo aún, fue su gran aliento de decidor para un discurrir temático y estilístico, con una de las mejores líneas creativas en las letras dominicanas. Señaló que el tema de la muerte fue una constante en su labor poética. Finalmente el académico y también poeta don Rafael González Tirado expresó que Lupo Hernández Rueda fue especial, siempre estuvo sonriendo a todo, que es como sonreírle a la vida. Fue un gran amigo y por siempre hermano: “Nacerás con nosotros cada día, con tu emblema de sencillez, humildad y dignidad”, subrayó.

Más adelante, Manuel Núñez Asencio expuso su valoración sobre el poema  “Círculo”, memorable creación poética de Lupo Hernández Rueda, que ha sido ponderado como el más representativo de su producción. Núñez Asencio explicó que el poema “Círculo” corresponde a una visión que está muy emparentada en una de las técnicas estilísticas: la comparación. Dijo que en el comienzo del poema, Lupo define su presencia como la de un personaje que ha superado la muerte y que está en esa posibilidad mayor, que es la explicación a partir de la consideración de la muerte.

Ponderó el ponente algunos elementos temáticos y compositivos, que son valores fundamentales de cómo Lupo Hernández Rueda hizo el poema y por qué este poema es uno de los grandes poemas de la literatura dominicana: “Es el poema de mayor profundidad metafísica y de mayor definición. Los procedimientos que utiliza están muy relacionados con los procedimientos de la poética bíblica; la poética bíblica usa grandes unidades rítmicas: retórica cerrada, combinaciones de voz que va haciendo en todo el poema, ritmo de paralelismo y encadenamiento bíblico”, explicó. El académico, tras finalizar, manifestó que el poema “Círculo” se refiere a la transición de la propia vida.

Gloria María Hernández Contreras, hija del fallecido académico Lupo Hernández Rueda,  agradeció en nombre de la familia Hernández Contreras a la Academia Dominicana de la Lengua por el homenaje póstumo a su ilustre padre. La abogada expresó que su padre los enseñó, a ella y a sus hermanos, a aprender del ejemplo. Señaló que está convencida de que la obra de don Lupo, como poeta, ensayista, jurista, abogado, literato y maestro, estuvo marcada significativamente por las experiencias vividas en su primera juventud, cuando los estudios primarios y secundarios los realizó en diversas localidades del país: “Eso, dedicación y esfuerzo, tesón, perseverancia y paciencia fue lo que nos dejó como ejemplo nuestro padre a todo lo largo de nuestras vidas y, ahora aún después de la muerte, porque como bien dijera el poeta en uno de los versos de su poema “Círculo”: “La vida la concibo como un círculo./El hombre no termina con la muerte./Soy un poeta que crece y se transforma cantando. El movimiento es todo, el movimiento es todo, el movimiento”.

Al término de su intervención, Gloria María Hernández dijo que su padre no está presente físicamente, pero lo está de corazón y alma. Y sus hermanos y ella se sienten muy orgullosos de ser parte de la prole del poeta Lupo Hernández Rueda y le piden a Dios los ilumine en la trayectoria de poder honrar su filiación a lo largo de su vida.

El Dr. Bruno Rosario Candelier, director de la Academia Dominicana de la Lengua, dio su testimonio sobre don Lupo Hernández Rueda, a quien consideró que como académico, poeta y escritor fue ejemplar, mediante notaciones de una singular vocación humana, literaria y espiritual: “Yo tuve la suerte de conocerlo en año de 1964 cuando lo busqué en su oficina de abogados donde él dirigía una revista literaria que en ese entonces era muy importante. Se trata de la revista que su grupo literario dio a conocer en el país con el nombre de Testimonio, revista que representaba a la generación literaria a la que él pertenecía. Ese grupo literario se conoció en la historia de la literatura dominicana con el nombre de Generación del 48”, contó el director.

Rosario Candelier relató que don Lupo era, además de poeta y ensayista, un promotor de la literatura. Él fue el inspirador de la revista Testimonio y durante varios años la editó aquí en Santo Domingo, y naturalmente cumplió con el rol que le correspondió ejercer como órgano de promoción de las artes y las letras.

Subrayó también un segundo aspecto muy importante en Lupo Hernández Rueda, como fue su singular distinción como ser humano: “Quizás el atributo personal más importante en Lupo era la armonía que él sembraba entre sus amistades, entre su grupo, entre los poetas, entre los integrantes de las promociones literarias. Quizás el rasgo altamente representativo en la Generación del 48 fue justamente ese sentimiento de empatía y fraternidad, esa vocación de armonía y de solidaridad que distinguía a Lupo. Ese rasgo distinguió a la Generación del 48 entre las agrupaciones literarias dominicanas”.

Este director subrayó que en la literatura de Lupo Hernández Rueda había la dimensión trascendente de la palabra. Esa faceta era el reflejo de la idea que él tenía, ya que la palabra es capaz de canalizar nuestros ideales y sueños si la asumimos como la expresión de la más alta condición humana. Manifestó que esa vocación humana, de armonía y empatía solidaria, la pudo constatar en don Lupo en diversas reuniones celebradas la Academia Dominicana de la Lengua. Su persona era centro de atención, de coparticipación, de afinidad: “Eso era Lupo Hernández Rueda en función de lo que lo distinguió como intelectual, como profesional, como intérprete de la literatura, como poeta y, sobre todo, como ser humano. Ojalá podamos nosotros darle continuidad a ese ejemplo de vida que él dio con su conducta, con su palabra y su creación”, subrayó el director de la Academia Dominicana de la Lengua al dar cierre a este memorable acto en memoria de Lupo Hernández Rueda.

Santo Domingo, ADL, 21 de noviembre de 2017.

PRESENTACIÓN DEL DICCIONARIO DE MÍSTICA

La Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM) fue el escenario donde se puso a circular el Diccionario de mística, una nueva publicación de la Academia Dominicana de la Lengua, de la autoría de Bruno Rosario Candelier.

Este diccionario fue presentado por Rafael Peralta Romero, Gisela Hernández y Sélvido Candelaria. La maestría de ceremonia la realizó el licenciado José Alejandro Rodríguez, director del Departamento de Letras, quien al iniciar su intervención expresó el agradecimiento a la Academia Dominicana de la Lengua y la distinción del autor del libro por escoger el Recinto Santo Tomás de Aquino, de la PUCMM en la capital dominicana, como lugar de presentación de esta nueva obra del lexicógrafo dominicano, quien también fue profesor de este centro universitario.

El académico y escritor Rafael Peralta Romero inició la presentación del Diccionario de mística y señaló que en más de una ocasión el actual director de la Academia Dominicana de la Lengua y presidente del Ateneo Insular ha expresado su preocupación por la falta en nuestro país de una escuela destinada a los estudios místicos, para lo cual es indispensable, en primer lugar, la existencia de ensayistas, poetas y narradores con vocación por la mística: “Resulta muy evidente que con sus trabajos, sobre todo a través del Movimiento Interiorista,  Rosario Candelier ha venido preparando las bases para establecer esa escuela, ya que son miembros del Interiorismo los dominicanos que en los últimos treinta  años  han transitado la senda de la mística en sus creaciones”, expresó Peralta Romero.

Dijo que Bruno Rosario Candelier nos ha sorprendido con el lanzamiento, antes de un año, de este amplio repertorio temático en el que clasifica y explica, con criterio enciclopédico, cada elemento de la terminología propia de la mística, apoyado, cada artículo en magníficos ejemplos  de creación de nuestros poetas y narradores místicos.

Destacó que a ese propósito obedece la publicación del Diccionario de mística, editado con el sello de la Academia Dominicana de la Lengua y el patrocinio de la Fundación Guzmán Ariza pro Academia Dominicana de la Lengua. De inicio, el autor advierte que para elaborar un diccionario de términos místicos hay que saber lo que es la mística, sin confundirla con la religión, ni con la metafísica, ni con el mito: “La mística implica, como búsqueda de lo divino, una contemplación hacia adentro, hacia la esencia del ser, hacia la Fuente creadora e inspiradora de todo, hacia el Misterio que arroba y anonada”, dijo citando un concepto del lexicógrafo dominicano.

Peralta Romero manifestó que presentar un diccionario de mística resulta muy diferente al hecho de ponderar un libro de cuentos o una novela.  En esto último es donde radica su experiencia.

En el acto de presentación de este diccionario, la escritora santiagués Gisela Hernández ponderó el alcance de esta nueva obra lexicográfica de Bruno Rosario Candelier, y al respecto consignó: “Conciencia espiritual que todo ser humano puede acceder cuando se entregue a su misterio y se deje elevar más allá de la realidad cotidiana que venera lo simple. Y, paradójicamente, la esencia divina en las cosas más triviales de la humanidad puede llevar a la conciencia plena del despertar a la sensibilidad mística, siempre que el ánimo del espíritu se incline a entender y definir cuál es el sentir espiritual que rige nuestras vidas y avocarnos en identificar las «señales divinas» que el Diccionario de mística define bajo tres entradas, siendo la primera de ellas «mensajes percibidos como fenómenos o prodigios, con cita de Libro del Antiguo Testamento (Deuteronomio 13;1-2). La segunda entrada, indicios y mensajes trascendentes, con apoyo en una cita de La dolencia divina, obra del propio Rosario Candelier, dejando en el ánimo la tercera entrada como las señales de la trascendencia, avalada con versos del poeta español José Nicás Montoto, Dilmun: “Serénate un momento, corazón, /y repara en los dones, feliz que disfrutare/ aquello que ahora gozas/ porque nada precisas ni nada te reclama/y has aprendido a ver en las cosas fugaces/ una móvil señal de lo Inmóvil Eterno”.

Por su parte, Sélvido Candelaria intervino con su exposición sobre el Diccionario de mística. Candelaria explicó que los diccionarios son herramientas que se utilizan en todas las profesiones, y que puede servir hasta para condenar a una persona, según nos dice en una atinada selección ilustrativa que ha utilizado para presentar el Diccionario fraseológico del español dominicano: “Sírvame pues, este preámbulo para introducir mi participación en la presentación oficial del Diccionario de mística, del Dr. Bruno Rosario Candelier. Los diccionarios podrían hacer la diferencia en muchos otros aspectos, pero he querido escoger este sobre su auxilio a la justicia ordinaria, para resaltar lo que muy poco se menciona de los diccionarios: su característica de canon justiciero. Y es que el diccionario viene a ser como una recopilación de leyes que, en base al uso de giros y expresiones, va estableciendo una comunidad de hablantes”, expresó el reconocido ensayista.

Candelaria resaltó que el autor de este diccionario ha estructurado un texto de consulta indispensable para todo aquel que se interese por el tema de la mística, pero sobre todo, para los creadores literarios quienes pueden encontrar aquí una guía referencial y un manual esclarecedor de dudas sobre esta materia de la espiritualidad.

Finalmente, el crítico literario explicó que este diccionario recoge cerca de 300 entradas y unas 1500 notas de textos donde aparecen aspectos y expresiones de simbolismo místico creados por 234 diferentes autores dominicanos y españoles, con la autorizada interpretación de cada una de ellas: “El autor nos entrega una herramienta fundamental para incursionar en este complejo campo”, afirmó el presentador.

Santo Domingo, PUCMM, 15 de noviembre de 2017.

DIÁLOGO SOBRE LA LENGUA Y LA ACADEMIA DOMINICANA

Dentro de las jornadas conmemorativas del 90 aniversario de la fundación de la Academia Dominicana de la Lengua, Bruno Rosario Candelier fue invitado a participar en el “Diálogo Libre” que se transmite en la doble versión digital y gráfica del periódico Diario Libre de la capital dominicana.

La conducción de este “Dialogo Libre” estuvo encabezado por el director del matutino, Adriano Miguel Tejada; la subdirectora Inés Aizpún; el jefe de redacción, José María Reyes; y los periodistas de la redacción, Niza Campos y Wander Santana.

Adriano Miguel Tejada dio la bienvenida al director de la ADL y, de inmediato, manifestó que la Academia Dominicana de la Lengua fue de las academias la primera fundada en el país, y subrayó: “La ADL ha tenido un florecimiento con sangre nueva, con más publicaciones, con acuerdos interinstitucionales y con gran prestigio institucional”. Expresó que su interés es enfocarse en cómo el actual director entiende que está el estado del español en la República Dominicana en este momento. Bruno Rosario Candelier habló del estado del español dominicano y la realidad del mundo cibernético en el país. Explicó que el ámbito electrónico tiene dos vertientes, porque en el aspecto práctico sabemos que, sobre todo, la juventud usa la lengua con desenfado: “Cuando los usuarios del chateo usan la lengua, por lo general no aplican criterios ortográficos ni gramaticales. Ese es un hecho lingüístico que es digno de un estudio”, dijo.

Además subrayó que la juventud que no usa la lengua con propiedad en las redes sociales, cuando tiene que escribir una carta para solicitar un empleo, no va a usar esa lengua descuidada que usa: esa lengua cortada, incorrecta, inapropiada, pobre en términos de palabras; al contrario, se va a esmerar y, de hecho, cuando asciende a la edad adulta y accede en el plano social y profesional da señales de una mejoría y se da cuenta de que tiene que mejorar, que no puede seguir usando la lengua tan chabacanamente como la usan en las redes sociales.

Sobre la cantidad de palabras que utiliza el dominicano promedio, el lingüista señaló que la deficiencia es notable, porque los hablantes se forjan una compresión del mundo en función del conocimiento del léxico y el caudal de las palabras que conocen y en tal virtud tenemos un horizonte cultural que depende del léxico, de la cantidad de vocabulario que hayamos adquirido: “El hablante dominicano común refleja una pobreza léxica”, consignó.

Rosario Candelier explicó que tenemos un léxico muy reducido en términos de cantidad. La persona común y corriente sin formación escolar quizás se desenvuelve con 1500 o 2000 palabras; el universitario actual, cuya formación intelectual es precaria, puede desenvolverse con 4.000 a 5.000 mil palabras; y el profesional con inquietudes intelectuales, que lee periódicos y alguna vez un libro, revela un aumento en su capacidad intelectiva y puede dominar de 7 a 10.000 palabras; el hablante culto dominicano puede andar por unas 30 mil palabras, pero no es gran cantidad si la comparamos con las 100 mil palabras del Diccionario de la lengua española: “Es muy pobre la cantidad de léxico que posee el hablante común de nuestro país”, afirmó.

Manifestó que la misión de la Academia Dominicana de la Lengua desde su fundación ha sido justamente propugnar por una mayor conciencia de lengua, para que los hablantes conozcan mejor su propio idioma y, desde luego, hagan un uso ejemplar: “La realidad social, la realidad cultural que podemos comprobar es que hay una pobreza léxica y un escaso conocimiento gramatical y eso no deja de preocuparnos a los que tenemos la misión de encender el entusiasmo y el interés por la lengua”, expresó.

En atención a la realidad que le corresponde enfrentar a la Academia Dominicana de la Lengua, que es la responsabilidad de velar por el buen desarrollo del español dominicano, el director detalló que desde que asumió la dirección de la ADL se trazó varios planes, entre ellos tirar la Academia a la calle, publicar varios diccionarios, comenzando por el Diccionario del español dominicano, y el Diccionario fraseológico, que comprende el uso de adagios, giros, locuciones y frases; el Diccionario de símbolos, que tiene un vínculo con la literatura; y el Diccionario de mística, vinculado al ámbito de la espiritualidad.

Habló del aporte del habla dominicana al enriquecimiento del español universal: “Nosotros naturalmente recibimos la lengua que nos dieron los primeros españoles que poblaron esta tierra, es decir, los actuales dominicanos somos herederos de las generaciones anteriores que comenzaron con el inicio de la conquista y la implantación de una nueva sociedad y una nueva cultura en tierras americanas. La lengua que originalmente conocimos fue la lengua castellana de los españoles de entonces y con el paso del tiempo esa lengua se fue aclimatando con la realidad histórica y la realidad social, que se fue también modificando con el paso del tiempo, porque cada generación siempre trae innovaciones y, por esa razón, como hay cambios, cada cambio obedece a la ley de la naturaleza y es parte de la naturaleza misma de lo viviente, como ha establecido la física cuántica”, precisó.

Por otro lado, enfocó la enseñanza del idioma en la República Dominicana, de cuyo resultado infiere su estado: “La revolución educativa de la que habla el gobierno son puras palabrerías. Yo no conozco la interioridad del Ministerio de Educación; tampoco dudo de la buena intención de las autoridades por mejorar la educación, y si hay una genuina disposición de crear una verdadera transformación escolar, eso hay que valorarlo en el resultado, para lo cual hay que esperar unos 20 años”.

Expresó que es lamentable lo que acontece con el magisterio dominicano. “No es verdad que con el actual magisterio puede haber una superación en la educación escolar, conducida por maestros que no leen, por licenciados en educación que no saben redactar un párrafo bien escrito, ni comprender el sentido ni, mucho menos, crear. El maestro enseña lo que sabe y, si no sabe, no va a enseñar”, comentó el entrevistado.

Rosario Candelier exhortó a crear en las universidades un plan estratégico, un plan educativo especializado, elegir a los mejores estudiantes y pagarles muy bien para formar una elite de educadores. Un proceso de formación intelectual con un mínimo de 5 años de formación intelectual y profesional para formar educadores en las diferentes ramas del saber: “Con los actuales maestros es imposible transformar la educación y es necesario hacerlo, ese es un proyecto necesario que hay que ejecutarlo. No sé cómo se está haciendo, estoy hablando desde fuera. La realidad es que yo hablo por el resultado”, dijo el director de la Academia Dominicana de la Lengua.

Santo Domingo, 7 de noviembre de 2017.

MARÍA JOSÉ RINCÓN PONDERA EL ESPAÑOL DOMINICANO

En un conversatorio con la lingüista María José Rincón, la académica domínico-española abordó el tema del español dominicano, al dirigirse a los integrantes del Taller de Creación Literaria “Pedro Mir”, adscrito a la Biblioteca “Juan Bosch” de Funglode. La reconocida filóloga es una gran colaboradora lexicográfica de la Academia Dominicana de la Lengua.

El coordinador del taller y director de la ADL, Bruno Rosario Candelier, expresó que el objetivo del conversatorio es conocer la trayectoria filológica de María José Rincón González como lingüista, lexicógrafa y estudiosa del español dominicano.

La distinguida académica inició su intervención diciendo que desde niña ha sentido pasión por la lengua española y la lectura: “Esa ha sido mi gran pasión, privilegio que atribuyo probablemente a que los docentes de vocación distinguen a las personas que pueden tener la característica para aprovechar lo que ellos aportan con un enfoque especial”.

María José Rincón contó que estudió Filología hispánica en Sevilla, su ciudad natal. A sus 23 años había terminado esa carrera y cuando se vinculó a la Academia Dominicana de la Lengua encontró la institución ideal para canalizar su vocación lexicográfica. De sus años de estudios dijo: “En ese tiempo no había una especialidad, una mención específica, pero a partir del tercer año yo tuve la suerte de tener como profesor a Juan Antonio Frago, que es uno de los grandes estudiosos del español y, sobre todo, de la historia del español en América, y él fue mi profesor de Historia de la lengua e Historia de las hablas andaluzas, asignatura que se la inventó él en la universidad y tuve la suerte de formar parte de un grupo de investigación con él”, relató la lingüista.

En respuesta a una pregunta de este director, la versada académica explicó que el profesor decidió crear un grupo llamado “Las hablas andaluzas”, precisamente porque había una polémica sobre el origen de la variedad hispana del español, es decir, cómo surgió el español que se habla en América y la característica que tenía el español americano. Además habló del uso de la “i” en lugar de la “l” o la “r”: “Cuando se pensó que en América habían surgido por generación propia esa característica, esa era una teoría. A partir del estudio de los documentos, estudiaron primero los documentos del Archivo de Indias. Entonces se dieron cuenta de que en el andaluz del siglo XII y el XIII ya existían los fenómenos que existen en América: seseo, yeísmo, lo que se llama el andalucismo y el rotacismo, que es la “confusión”, entre L y R en posición inclusiva. Todo eso se daba en Andalucía, hacia el siglo XII”, aclaró la lexicógrafa de la ADL.

María José Rincón contó que terminó su carrera filológica en junio de 1991 y en ese mismo año conoció a su marido, quien es dominicano y estudiaba una carrera en Sevilla. Al casarse viene a vivir a Santo Domingo, donde se establece desde diciembre de 1991.

Su vinculación con la Academia Dominicana de la Lengua fue anecdótica: “Trabajaba en el  Consulado de España, y cuando yo entré a esa representación consular, fui asignada al departamento de visado. Entonces un buen día, ante mi despacho apareció don Bruno Rosario Candelier a solicitar un visado para España, y cuando yo leí el formulario que decía: “Profesión: Filólogo”, me sorprendí, porque cuando llegué a este país decía que el filólogo es raro en todos los sitios del mundo. Entonces yo le dije a don Bruno que yo también era filóloga. Y él entonces me aseguró que a su regreso de España me invitaría a las reuniones literarias del Ateneo Insular y a las actividades lingüísticas de la Academia Dominicana de la Lengua. Y así ocurrió. Mi primera intervención filológica fue nada más y nada menos que en Moca, en un encuentro literario del Ateneo Insular; y nada más y nada menos que sobre san Juan de la Cruz, en una actividad con los poetas interioristas orientados por don Bruno”, detalló la filóloga.

La académica confesó que su obra clave, su “Biblia de cabecera”, es El Quijote: “Evidentemente no es sencillo, pero tiene la grandeza de la sencillez de Cervantes, quien es mi ídolo absoluto”, dijo con seguridad y emoción. Expresó que todo lo que una persona vaya a buscar en literatura, sea de creación literaria o de lengua española, todo lo que quiera buscar está en El Quijote, de Miguel de Cervantes.

Señaló que en la Academia Dominicana de la Lengua presentó en la Tertulia Lingüística de la ADL un taller sobre Don Quijote para conmemorar su cuarto centenario, que repitió en el Centro Cultural de España para ponderar el legado de Cervantes: “Yo con El Quijote disfruto, me siento y aprendo mucho cada vez que lo leo”, dijo.

Otra de sus obras favoritas es el Cántico espiritual, de san Juan de la Cruz, una de las cumbres de la literatura española y universal. La tercera, entre sus obras favoritas, es el Diccionario del español Dominicano.

Para responder a una pregunta sobre la confección de un diccionario, la lingüista explicó que todos los diccionarios que se preparan tienen utilidad, porque mientras más culta es una persona, más diccionarios esa persona necesita consultar. Agregó que nuestra Academia está haciendo lo que le corresponde en el ámbito lexicográfico, gracias a la vocación lingüística de su director. A don Bruno debemos la motivación para la labor lexicográfica que hemos realizado con el apoyo del equipo lexicográfico de la ADL, bajo su dirección.

Finalmente, María José Rincón agregó su opinión acerca del sexismo. Subrayó que definitivamente el problema es la ignorancia. Cuando la ignorancia pretende imponer criterios, pues hay un punto que el que más o menos tiene la idea de cómo funciona la lengua: “Mientras haya sexismo en la sociedad, eso lo va a reflejar el lenguaje, porque para eso tenemos el lenguaje, para expresarnos. Si tú eres sexista, tu expresión va a ser sexista, sin duda”, enunció la lingüista. Manifestó que lo que hay que atacar primero es la mentalidad sexista, el comportamiento sexista. Rincón expresó que el cambio en el léxico es una lucha por el dominio del significado. Agregó que hay un cambio continuo que sería la realidad que vamos a nombrar, o sea, lo que se puede nombrar, y las palabras luchan porque la parcela de la realidad es la que se va a aplicar y el léxico es tan rico que sus fronteras no son inmóviles.

Santo Domingo, 2 de noviembre de 2017.

La activación de la Academia Dominicana de la Lengua

Por Camelia Michel

   La Academia Dominicana de la Lengua es una fragua de realizaciones que apuntalan el uso y desarrollo del español en el país. La institución asemeja un taller donde las ideas toman forma como la materia que modela un escultor cuando plasma su mejor efigie.

Eso lo atestiguan las obras publicadas gracias al intenso trabajo que desarrolla la presente gestión al frente de la ADL, dirigida por el Dr. Bruno Rosario Candelier, quien cuenta con un equipo de trabajo de alta capacidad que integra la comisión lexicográfica y la comisión literaria de la institución.

En adición al Diccionario del español dominicano y al Diccionario fraseológico del español dominicano, Bruno Rosario Candelier ha publicado dos nuevos glosarios: el Diccionario de símbolos y el Diccionario de mística, y los boletines de la corporación, donde se aprecia el aporte de la ADL a la obra de la Real Academia Española, como diccionarios y manuales de gramática y ortografía, entre otras.

Entre los diversos materiales bibliográficos se percibe un futuro en construcción. La Academia nos remite al paraíso de Borges, que el insigne argentino imaginara como una biblioteca expandida por el Universo. Los fabulosos ejemplares de la colección académica no tienen la dimensión cuantitativa soñada por Borges, pero poseen el germen cósmico por su valor intrínseco y, sobre todo, por su capacidad de crecimiento. Nuevos ejemplares, muchos de los cuales son elaborados por el equipo de trabajo de la Academia, nos hablan de esa capacidad de renovación; de vivir siempre reinventándose, pues Rosario Candelier tiene una agenda llena de planes con miras al futuro inmediato.

El intelectual resalta la labor de confección de nuevos diccionarios. En la vetusta Casa de la Lengua que alberga a la institución, los minutos se marchan de prisa, en medio de la rutina de trabajo. Sin embargo, siempre hay oportunidad para la conversación amable y fructífera con su director. A pesar del trajín, hay espacio para el café y el diálogo. A la pregunta de qué han significado sus años de trabajo en la dirección de la Academia Dominicana de la Lengua, su respuesta no se hace esperar: “La oportunidad de servir al país, teniendo como base el estudio de la lengua y el cultivo de las letras. Una magnífica vía para sembrar inquietudes lingüísticas, promover la devoción por nuestras letras y atizar la conciencia de lengua en nuestros hablantes”.

Bruno Rosario Candelier tiene una sólida trayectoria como académico, lingüista y crítico literario, amén de su incursión en la narrativa. Pero es en el contacto con la gente, a través de la enseñanza y de la gestión cultural, como promotor y mentor de vocaciones literarias, donde encuentra su mayor fuente de satisfacción.

Esto lleva al escritor y creador del Movimiento Interiorista, uno de los movimientos literarios contemporáneos más fructíferos en República Dominicana, a afirmar que uno de sus principales logros es haber sacado a la Academia “de las cuatro paredes” en que vivía confinada. Afirma con orgullo: “He integrado la sociedad a la Academia. He activado esta institución, y algo bueno hemos hecho porque nos han atacado”.

   Comentario del poeta Leopoldo Minaya: “Estoy del lado de don Bruno Rosario Candelier. No creo que haya nadie que trabaje como él, ni que ame tanto las letras como él, ni que escriba como él, ni se dedique a los demás como él. Aquí nadie o casi nadie se interesa por las obras de los otros, salvo él; todos se endiosan ellos mismos, menos él”.

Santo Domingo, el 11 de octubre de 2017.

El proceso mental en la elaboración del lenguaje

Por Guillermo Pérez Castillo

El hecho de que al nacer el ser humano se encuentre despojado de los mecanismos de adaptación propias de su clase, nos revela la presencia de un ser inacabado. La idea del hombre incompleto rebasa el supuesto de un tema filosófico y la especulación científica para constituirse en una necesidad vital, una urgencia presupuestaria en la diferenciación de la especie.

Distinto de los demás animales, cuyo mapa genético ya incorpora al nacer un patrón conductual que se perpetuará mientras viva, el hombre como criatura excepcional, deberá transitar por un proceso de maduración neurológico o troquelación neuronal, donde se configurará el ser social esperado.

Déficit o menoscabo, nunca azar o ensayo, la naturaleza nos provee de la adolescencia más prolongada del Reino, en cuyo lapso, a partir del nacimiento, se producirán las conductas más esenciales. La respuesta a esta distinción dentro del registro animal, lo explica el hecho de que es el hombre el que dominará la naturaleza, dirigirá el Estado, creará belleza y desarrollará la facultad creadora.

Todo lo anterior es posible porque es en este período crucial cuando se cincela al hombre, produciéndose profundas transformaciones anatómicas, fisiológicas y psíquicas que tienen que ver con la libertad, la sociedad, el amor y la lengua; tema este último que trataremos en el sentido de CÓMO SE ESTABLECE EN EL USUARIO.

A partir del nacimiento, todo ser humano normal posee la condición de apropiarse en poco tiempo de la lengua de su entorno.

Pensamos al través de ella, supeditada nuestra capacidad de juicio y nuestro aval reflexivo al número de palabras funcionales que conocemos. Sin palabras no podríamos pensar, mucho menos ejecutar las necesidades de la vida.

Este hallazgo, que ha hecho posible el habla, se debe al hecho de que por la evolución de la especie se han especializado zonas o áreas del habla. Un niño aprende a hablar imitando los sonidos que oye y que al principio le agreden cuando comienza a estrenar sus oídos; una sensación novedosa y extraña que le induce a seguir experimentando.

Al principio, el proceso le resulta entretenido al párvulo porque percibe la lengua, o mejor, el habla, como un ensayo lúdico; un juego de ping-pong,una malla etérea en donde el balón rebota y suma puntos, si percibe que va conectando el sonido con el objeto. Rompecabezas exitoso en la medida en que hace del balbuceo una relación biunívoca gratificante; una  maratón en la  cual se reconoce y premia. Como se ha expresado anteriormente, el niño aprende la lengua imitando los sonidos que capta en su campo sónico; siendo dentro de la vocería familiar en donde se enfrenta al jolgorio, a la algarabía, al silencio que un día relacionará con el punto, la coma o el punto y coma como signos de puntuación.

Barrunto de esta formalidad formadora, biunívoca por cierto, porque en esta realidad de aprender y ser influenciado, no solo se beneficia el niño; también la familia en esa ruta de doble vía.

De ahí que, al relacionarnos con el aprendiz parlante, debemos excluir el inventario de voces amaneradas: al niño se le habla como adulto, sin alteraciones fonológicas. Una cosa es la relación intimante -que puede ser transmitida en un lenguaje dulce, pero firme [el infante reconoce el afecto sin palabras]-, y otra es la lengua en función de la convivencia humana.

El vocabulario o el léxico que se elija contendrán las voces fundamentales con un nivel básico descifrable. Estas palabras servirán de puente para transportar nuevas palabras más complejas; enriquecidas con la escritura y la literatura futuras, en un interesante teatro audiovisual donde los ojos no echan de menos las contorciones de los labios en la promoción de la eficacia de los sonidos en el tracto oral, como si se tratara de aprender otra lengua.

Una de las limitantes del español en el aprendizaje de la escritura (retrato de la lengua) consiste, entre otras complejidades, en tener varias formas gráficas para un mismo símbolo lingüístico; situación que implica en el niño representar el mismo concepto a través de «dibujos» distintos.

No olvidemos que la lengua es un invento del hombre, un espacio habitable para la espiritualidad. El hombre descubre que el aire que sale de los pulmones puede ser utilizado para producir sonidos distintivos identificables y que es vital una función auditiva identificadora. Reto para el niño mudo o para el que tiene una función perceptiva, de esa función, disminuida. Quien enseña debe saber que este tipo de discente se descubre porque instintivamente busca sentarse en la primera fila, y que difícilmente dará a conocer su limitación, ya que esta clase de niños suele ser tímido. Esta disfunción crea malos hablantes, malos lectores y malos escribientes.

En los primeros momentos, cuando comienza a formularse propiamente el interés por aprender, apremiado tal vez por la competencia que espontáneamente se produce en las interacciones en cierne, se produce una disyunción; quizás una alternancia entre juego y palabra, palabra y juego; pero sobre todo juego, en ese sentido particular que le habita. Luego, la palabra pasará a ser portadora del pensamiento; más tarde se convertirá en herramienta.

Este intento, abierto y permisivo, de darle a la palabra un sentido personal, para luego ser estandarizada, nos habla de abrir un camino en un bosque de signos y sonidos en una actitud de cambios y rectificaciones prácticamente inagotables.

La enseñanza de una lengua parte del coloquio, por lo que sus técnicas y procedimientos deben ajustarse a esa instancia. Los modelos literarios refieren un contacto para enriquecerla desde el punto de vista estético, no primordialmente comunicacional. De nada nos sirve un carro para aprender a volar un avión.

Con frecuencia, los lingüistas desconocemos el sentido didáctico de la palabra, poniendo énfasis exclusivo en su sentido comunicativo. Apremiado por este propósito, olvidamos que el habla tiene como objetivo mostrar o dar a conocer algo; lo que implica que entender lo que se nos comunica refiere una relación pedagógica.

Antes se creía que todo alcance en el orden biológico implicaba mayor capacidad en el aprendizaje de una lengua. Hoy se tiene entendido que es el desarrollo de la lengua lo que induce una mayor condición para la vida social, psicológica y mental.

¿Acaso no son las actitudes niñescas las que reconfiguran la comunicación del adulto que comienza a verbalizar una segunda lengua? El habla, como aplicación del lenguaje simbólico, nos abre canales neurológicos y matices intelectuales, afectivos y volitivos.

Nada enseña más que la palabra. Ella es la representante del concepto, el cual resume de un golpe verbal un universo encadenado de palabras en la innecesaria necesidad de hacerlas audibles o visibles en su sucesión gráfica, o tren de la enunciación.

Por otro lado, no hablamos para aprender palabras, sino que, aprendemos palabras para aprender a pensar y hablar. Esfuerzo colosal de descubrir el mundo y sus atajos en esa tarea osada porque el universo está lleno de cosas y cada cosa tiene su nombre resucitable de su escondrijo metafísico.

Hablar al niño, permitirle que hable y escuche sin temor a la burla y la reprensión, permite ir dando a conocer poco a poco su progreso. Saber cuándo y cómo corregirlo es fundamental: que sea la conversación en su ambiente la que incluya en forma relajada la pronunciación adecuada, evitando corregir con el error, porque el error no enseña lo que es, sino lo que no es.

Ahora bien, recuperando el proceso o pauta escalonada en que se va formulando en la conciencia una lengua, es preciso identificar aún más sus escollos. Piaget, psicólogo suizo, famoso por sus aportes al estudio de la infancia y el desarrollo de la inteligencia, nos da el ejemplo de un niño de 7 años que dice «La tierra se fundió en agua como el azúcar», porque no conoce la palabra desleírse. Y lo más interesante, dice «Que el papel no es lindo sumergido, porque ya no se puede escribir».

Toda visión del mundo, muestras concepciones, opiniones y nuestro sentido de vivir se codifican en el cerebro y se fijan en la palabra.

He aquí la referencia de su genoma gramatical en su linguoconciencia, que al hombre lo hace único. Tal vez, lo más difícil de una lengua sea su pauta estructural (lo que llamamos sintaxis), pues hablar, en el mejor sentido, no significa pronunciar palabras. Cada lengua tiene un patrón de sucesión léxica sujeto a reglas bien establecidas. Sin embargo, las normas que suscitan valores permanentes son aquellas que los hablantes descubren y aceptan en el menú de la realidad social permitida.

Cada palabra tiene un sentido arbitrariamente adquirido y un perfil fónico inventado. Lo que recordamos de una palabra, más que su sucesión gráfica, es su relieve perimetral. Por eso, podemos leer una palabra con vocales faltantes o consonantes de igual altura de las vocales. Si bien es cierto que al escribir nos ponemos en contacto con los signos gráficos en la aventura de las palabras; al leer o hablar debemos acudir a las imágenes mentales en una suerte de decodificación escritural, donde la voz o grafía MANZANA ya no es ella misma, sino el reflejo de su forma.

Las palabras varían en su liturgia desenfrenada. Parecen tener el sentido de ubicuidad; pero no, no hay palabras iguales. Todas sufren cambios para distinguirse, o no lo sufren por igual razón. No es igual niño que niños; día igual que jornada; vela encendida, que vela de barco; operación quirúrgica, que operación matemática.

Una lengua mal asimilada conduce a lo siguiente: iluminaria por luminaria; antifungicida por fungicida; majarete por manjarete ; y lo peor, decir: Te espero a la mañana, ya que la preposición que reclama el verbo ESPERAR es EN, por denotar en qué tiempo se realizará lo expresado.

Salta a la vista el hecho de que el ser humano aprende la lengua en circunstancias cambiantes, socorridas por las variables genéticas y los aportes sociales del habla que genera la cultura, paso a paso, sin mayores sobresaltos. Se debe destacar el nivel de dificultad en el uso del adjetivo que enfrenta el principiante. Incluirlo en su repertorio de voces supone en el infante y el adulto inculto, un alto grado de abstracción, dado que el adjetivo es un invento o descubrimiento de la condición, por lo que está sujeto a la contemplación del objeto.

Lo esperado es que el niño salte del sujeto al verbo (papá trabaja), aunque ocasionalmente incluya los valorativos bueno-malo o los estéticos feo-bonito.

Muchas de las formas como usamos la lengua no se hallan formuladas en la normativa, ni son el producto de la reflexión gramatical editada.

Son sí, el resultado del uso, de la prominencia, de la historia, del contexto geográfico, de la cultura. Las palabras no son siempre fotogénicas y fonogénicas. Decimos: Señor Pérez y don Guillermo, pero no Señor Guillermo o don Pérez, porque el uso ha impuesto el nombre como complemento de don, y el apellido, de señor.

La voz PASTERIZAR, cuyo significado consiste ‘en elevar la temperatura de un líquido y enfriarlo bruscamente para destruir microorganismos’, es la palabra que está más cerca del étimo; sin embargo, la más preeminente en el uso es PASTEURIZAR.

Pocas palabras en nuestra lengua han causado tanta hilaridad como él participio FREÍDO, válido cuando se usa en función verbal. Recordemos que, en su etapa lógica, lo esperado por el principiante es el sentido predominante, común en la mayor parte de los casos.

No se debe soslayar el hecho de que aprender a escribir es una uniformidad social exigida por la cultura, lo que hace prevaler formas prácticas e inteligentes en su enseñanza. Vale decir: que se debe enseñar con técnicas que permitan apropiarse de la mecánica y el espíritu de la lengua. Una señal, entre otras, que facilite descubrir que una palabra mal escrita se ve mal, que la mano tiene una memoria motriz, que la raíz de una palabra transparenta la ortografía de su familia léxica, que podemos inventar palabras, pero no reglas. De cualquier modo que se mire, lengua y vida conviven y se complementan en una con-sustancialidad esencial.