La intuición lingüística

Por Bruno Rosario Candelier 

A Guillermo Pérez Castillo,

cultor del ordenamiento gramatical.

Presentación de El genio de la lengua

Las palabras de presentación pronunciadas por Rafael Peralta Romero fueron precisas, didácticas y edificantes porque él sabe captar el sentido y el propósito de este libro de ensayos lingüísticos.

En el título El genio de la lengua (1), la palabra “genio” no alude al concepto que habitualmente entendemos cuando escuchamos “fulano es un genio en ciencia cuántica” o “zutano tiene mal genio”. El sentido que le doy al vocablo “genio” en este título aplicado a nuestra lengua equivale a ‘espíritu’, ‘aliento’ o ‘patrón’: “El genio de la lengua”. Todas las lenguas tienen un genio, es decir, un espíritu, un aliento, un patrón o unas características que perfilan su naturaleza como idioma. El nuestro, el idioma español, tiene un genio muy particular derivado de fuente primordial. Nuestra lengua es una derivación de la lengua latina y en tal virtud conserva gran parte del genio peculiar del latín, porque el 70% de nuestro vocabulario procede del latín. De todas maneras, las voces latinas adquirieron entre los castellanos no solo una nueva pronunciación, sino también una nueva matización semántica en su significación, y esos aspectos marcan el genio específico del español, es decir, el espíritu particular o el patrón idiomático que lo distingue del inglés, el alemán, el turco o el ruso; inclusive tiene un matiz diferenciador de otras lenguas neolatinas, es decir, de los idiomas que proceden del latín, que además del español, son el italiano, el francés, el portugués, el rumano y otros.

Nosotros, como hablantes del español, hemos asumido el genio de nuestra lengua con su realización lingüística. Desde el momento en que aprendemos un idioma, asimilamos su espíritu, su genio, su patrón idiomático. Hay un patrón lingüístico que conocemos justamente a medida que nos vamos adiestrando en su conocimiento mediante el uso del vocabulario, la aplicación de la pauta sintáctica de unir una palabra con otra para formar una oración, la pronunciación de las palabras con un acento fonético peculiar o la redacción de la escritura según la norma ortográfica de nuestra lengua.

Cuando el niño va creciendo en una comunidad o en un ambiente determinado, va asimilando el genio de la lengua, lo que indica que no hay que estudiarlo para captar el genio idiomático de nuestro lenguaje, ya que el espíritu de un idioma se asimila de manera automática mediante una inferencia que hace nuestro cerebro al captar los sonidos de las palabras, al entender el significado de las voces, al aplicar la combinación de las palabras para darle sentido al mensaje. Lo que hay que estudiar es el sentido de las palabras y la normativa de la escritura correcta para tener un dominio de la lengua. Los usuarios de la lengua de una región, un país o una comunidad asimilan la estructura de la lengua, pero cada uno de los hablantes se ve en la necesidad de estudiar lo que ha asimilado socialmente a través de sus mayores y eso es lo que hacemos en la escuela y en la universidad o cuando estudiamos una obra gramatical o consultamos el diccionario de nuestra lengua. Desde que ingresamos a la escuela nos enseñan las reglas del español, es decir, la pauta normativa para mejorar el conocimiento de nuestra lengua. Desde luego, un hablante no tiene que saber, por ejemplo, la diferencia entre un adjetivo y un sustantivo. Importa que el hablante sepa usar el adjetivo adecuadamente y emplee con propiedad el sustantivo y los verbos, aunque no sepa definir las características del adjetivo, el sustantivo o el verbo. En eso falla nuestro sistema de enseñanza porque se insiste más en el aspecto teórico que en el aspecto práctico del uso, en vez de enfatizar la práctica del lenguaje mediante ejercicios de pronunciación, tareas de redacción, desarrollo de composición o interpretación de textos o práctica de conversación para el desarrollo de la creatividad mediante la palabra. La dimensión teórica debe conocerla especialmente quien enseña y eso justifica la existencia del estudio de la lengua española en todos los niveles y, sobre todo, en el nivel especializado de la licenciatura, la maestría o el doctorado, pero lo que quiero subrayar es el hecho de que nosotros, como hablantes de la lengua española, estamos en la obligación de lograr el más alto conocimiento que nos sea posible mediante la lectura, el estudio de la gramática y la ortografía, el conocimiento del vocabulario o la creación de textos para convertirnos en hablantes ejemplares.

Los hablantes ejemplares son los hablantes cultos y casi siempre los hablantes cultos aparecen en el ámbito de la literatura entre poetas, narradores, dramaturgos, ensayistas, críticos literarios y en intelectuales que no son escritores, pero son hablantes cultos, porque han estudiado la lengua y algunos saberes en virtud de una conciencia intelectual, como “la conciencia de la lengua”, que es un aspecto muy importante que hay que enfatizar, porque cuando desarrollamos la conciencia de nuestra lengua nos interesamos por conocer mejor la naturaleza de nuestro idioma. Por eso suelo citar un pensamiento de Pedro Salinas sobre la importancia del estudio de nuestro idioma: “Está el hombre junto a su lengua como en la margen del agua de un estanque que tiene en el fondo joyas y pedrerías, misterioso tesoro celado. Las mirada no suele pasar del haz del agua donde se reflejan las apariencias de la vida, con belleza suficiente; pero el que hunda la mano más allá, más adentro, nunca la sacará sin premio” (2).

Alude el escritor español al hecho de adquirir un conocimiento de nuestra lengua con un particular interés y una vocación por el conocimiento de la palabra, por la valoración de la expresión, por el dominio de la escritura, conocimiento que podemos adquirir según el tiempo que le dediquemos al estudio de la lengua, porque hay que dedicarle tiempo y cultivo. Por ejemplo, si escucho a alguien que usa la palabra “medrar” y desconozco lo que significa esa palabra, no podría entender el contenido del mensaje. En ese caso se recomienda consultar el diccionario. Alguien de un modo impreciso podría decir que el sentido de ese vocablo se le parece a miedo. Y no es así. Lo que hay que hacer es buscarla en el diccionario. Cuando uno desconoce una palabra, buscar su significado en el diccionario es la mejor forma de conocer su significado preciso, porque de un modo automático conocemos cientos de palabras, pero hay muchas voces del español que ignoramos, y a veces hemos aprendido palabras de un modo impreciso, con un concepto divorciado del significado que esa palabra tiene, que es una forma de replicar un aprendizaje inapropiado.

Entre varios aspectos a ponderar en este libro está el concepto de energía, ya que en la palabra va implicado una forma de energía, una poderosa energía creadora. En verdad, todo es energía. Nuestra creación entraña una energía. La palabra encarna una energía, una energía divina ya que es una dotación proveniente de la Divinidad con el dispositivo neurológico que activa nuestra conciencia, concepto que originalmente lo intuyó Heráclito de Éfeso cuando inventó la palabra Logos para referirse a nuestra capacidad intelectual para reflexionar, intuir, crear y hablar. Por eso sostengo que la palabra implica la energía interior de la conciencia.

Cuando Heráclito cifró en el Logos la potencia de la inteligencia humana entendió que se trataba de una “energía divina”, ya que ese poder de la mente genera una singular energía que nos diferencia de los animales y las plantas, pues no poseen el Logos que nos identifica y, por tanto, no pueden reflexionar, intuir, hablar y crear. Nosotros poseemos Logos y en virtud de esa dotación de la conciencia tenemos varias capacidades, como el poder de reflexión, de intuición, de expresión y de creación.

Nosotros somos una poderosa energía que formamos parte de la energía cósmica. Cuando nuestra energía entra en contacto con la energía del Universo, el ser humano experimenta una particular sensación y una singular experiencia de la conciencia, porque comienza a sentir algo especial en su vinculación con el mundo, en su comunión con el alma de lo viviente, y eso lo manifiesta a través de la palabra como suelen hacerlo los creadores de poesía y de ficción.

Lo que  manifiesta la palabra, que es una consecuencia del “genio de la lengua”, es justamente la expresión de la creatividad que se desarrolla en nosotros en virtud de la palabra, por la palabra y con la palabra, y eso es lo hermoso de nuestra condición humana, dotación que está a nuestro alcance con la opción de potenciar esa singular condición de nuestra existencia como seres humanos con poder de intelección, valoración y creación.

Hay muchos aspectos implicados en El genio de la lengua, porque en este libro hay varios estudios vinculados con las tres grandes vertientes de la lengua, como la dimensión léxica, ortográfica y sintáctica de la palabra. Hay varios planteamientos concurrentes porque todo escritor sabe que el instrumento de su creación es la lengua cuya posesión entraña una compenetración sensorial, intelectual, emocional, imaginativa y espiritual con la sustancia de un decir que procede de nuestro ser profundo, no solo por su conexión con el ser de las cosas, sino con la misma palabra que es nuestro mejor vinculo para conectarnos con los hombres y las cosas, y comunicarnos con la fuente primordial de la palabra, que es la Energía espiritual del mundo que encarna la Divinidad.

Hemos recibido de la Divinidad, a través de unos circuitos especiales en determinadas células de nuestro cerebro, la capacidad para tener Logos. Observen ustedes que nuestros convivientes en el Cosmos son los animales y las plantas; pero los animales y las plantas carecen de Logos, porque la energía de la conciencia se manifiesta en la capacidad intuitiva de reflexión y creación, que animales y plantas no tienen porque no pueden formalizar intuiciones ni conceptos ya que no tienen Logos. Ciertamente ellos tienen capacidad de comunicación, porque tienen un lenguaje. El lenguaje de los animales y las plantas es diferente al de nosotros; pero no tienen lengua, y la lengua se funda en el Logos, que genera la potencia espiritual de la conciencia.

Pues bien, vamos a tener un conversatorio con quienes quieran hacer alguna pregunta o formular algún comentario sobre lo que Rafael Peralta Romero y este servidor hemos dicho en esta sesión.

El aliento inspirador de la palabra

    –Jesús Losada: Quiero agradecer, como profesor de estos alumnos, la presencia del doctor Bruno Rosario Candelier. Retomando su discurso, que me parece magnífico, hay un texto salomónico del siglo VII, que a la pregunta de qué es la palabra, responde: “Aliento, espíritu”. Y cuando le preguntan cómo podría retener ese aliento, dice: “Mediante la palabra”.

El Logos es un tema muy importante. Esa energía divina, como ha dicho don Bruno, se transforma en palabra, en aliento, en espíritu. También existe el concepto de comunión. La comunión en la misa tiene el sentido de comunicar. Yo creo que ese es el mensaje que nos conmueve, que enviamos una obra de creación al mundo y entra en acto de comunión con el otro. Eso verdaderamente es un mensaje alentador el que nos transmite don Bruno Rosario Candelier (3).

BRC: Es un concepto sugerente, que se relaciona con lo que planteaban los antiguos pensadores presocráticos.

   Jesús Lozada: Ciertamente. Sería interesante enfatizar el concepto de “aliento”, que el doctor Rosario Candelier refirió. El rey Salomón, que tenía fama de sabio y de profeta (en árabe se dice Suleyman, ‘hombre de gran sabiduría y poder’, dueño de un harén de hermosas mujeres en el que tenía de concubina a la hija del Faraón), le preguntó a los Afrit (los espíritus de fuego, genios y demonios de la mitología del desierto): -¿Qué es la palabra? Y el Afrit contestó: Fa- qala: Rihun la tahqa (“Un soplo pasajero, el aliento que se va”). -¿Y cómo podría retenerlo? A lo que contestó: Qala-al-Kitabatu (“mediante la escritura”).

BRC: Efectivamente, ese “soplo espiritual” (SpiritusRihum o Ruah para latinos, árabes y hebreos, respectivamente, equivale a la Musa de los antiguos griegos, al Soplo de la cultura hebrea y al Inconsciente colectivo de la psicología moderna), ya que es el aliento inspirador que desde siempre ha soplado en la mente de poetas, místicos y contemplativos. Y es la potencia que activa la energía interior de la conciencia y atiza el poder de la intuición, que comienza con la intuición del lenguaje para hacer posible nuestra creación.

   Procuremos ese aliento interior de fenómenos y cosas, el aliento inspirador de los efluvios de la Creación y, sobre todo, el aliento espiritual de lo divino mismo para hacer de la palabra el cauce expresivo de la voz personal y el cauce creativo de la voz universal que edifica, embellece y eleva la conciencia.

Jesús Losada: Quiero felicitar al doctor Bruno Rosario Candelier por venir a esta universidad a presentar su libro, a motivar a mis estudiantes de letras sobre la importancia de nuestra lengua y a comunicarnos su visión espiritual de la palabra.

BRC: Gracias, profesor Losada. El texto que usted cita es iluminador. Es un aspecto muy importante porque alude a esa condición espiritual de la palabra y, desde luego, enfatiza el concepto que tenemos sobre el sentido de la palabra, y eso es lo hermoso de la dotación espiritual del Logos. De hecho, los poetas suelen ser las personas con la capacidad para sintonizar el aliento inspirador que viene de lo Alto, que es la sabiduría espiritual del Numen, y entraña las revelaciones del Cosmos y, desde luego, permiten testimoniar el mensaje sutil y trascendente que la inteligencia percibe en virtud de una condición especial que tienen los poetas metafísicos, los místicos y los iluminados, porque en su condición de amanuenses del espíritu, es decir, de intermediarios o interlocutores del pensamiento trascendente, tienen un órgano especial en su cerebro para percibir las manifestaciones suprasensibles de la realidad para canalizar destellos, señales, estelas, voces y emanaciones trascendentes. Imagino el Universo como una fuente de la cual proceden permanentemente emanaciones mediante imágenes, símbolos o irradiaciones metafísicas que captan las antenas de la conciencia, pero la mayoría de los seres humanos no han desarrollado esa capacidad perceptiva para captar esas irradiaciones o destellos espirituales, como lo han desarrollado los poetas, sobre todo, los poetas metafísicos y los místicos, que hacen de la palabra el instrumento de comunicación con la energía divina y con la potencia del Cosmos, pero esto es algo que tiene que ver con una dimensión metafísica de la palabra, que es una faceta sugerente y clave para entender cabalmente el arte del lenguaje.

Prof. José Alejando Rodríguez: Quiero felicitar a don Bruno por su grandiosa obra, que es un gran aporte para todos los que estamos en este ámbito de la comunicación y la enseñanza. Usted hablaba del genio de la lengua y dijo que representa la sabiduría, y me viene a la mente un niño. Los que tenemos niños pequeños, yo tengo una niña que siempre me está preguntando. Entiendo que hay una necesidad que se traduce no solo en lectura y escritura, sino en conocimiento, en conocer, y pienso que todos tenemos ese genio por naturaleza que surge cuando cuestionamos, incluso a nosotros mismos y la forma normal es a través de la palabra. Espero que usted nos pueda aleccionar sobre esta actitud.

BRC: Cuando un niño es curioso y hace preguntas eso es buena señal, pues revela que tiene inquietud por saber. De nuestra parte estamos en la obligación de darle respuestas a sus inquietudes y no ignorarlo, como suele pasar, porque cuando el niño canaliza alguna inquietud a partir de una curiosidad es porque no sabe, porque si supiera no preguntara. Entonces esa es una magnífica ocasión para darle una respuesta a su pregunta y transmitirle el conocimiento que tenemos y motivarlo para que siga indagando. De hecho, quien es curioso suele ser un observador inteligente de la realidad, una persona que le pone atención a todo. Todos tenemos inteligencia, pero solo la desarrolla quien pone atención. Las personas inteligentes son las que ponen atención, porque a menudo uno mira o escucha y no pone atención. Se puede asistir a una conferencia y no poner atención al disertante, o asistir a una clase y mientras el profesor está explicando poner la mente en otra cosa o distraerse; incluso hasta en la lectura podemos distraernos porque una palabra la asociamos con otra o con alguna cosa, lo que dispara la imaginación y entonces eso hace que nos distraigamos. La atención es clave para el conocimiento y es una manera de reflejar la curiosidad y la necesidad de conocer. Cuando desde niño aparece la atención por algo, eso es una buena señal porque indica que ese infante va a desarrollar su inteligencia.

Los pensadores y poetas son personas que han tenido la fortuna de desarrollar el poder de su intelecto y la capacidad de creación en la dimensión conceptual y estética del lenguaje.

Miguel Solano: ¿Qué aporta más a la conciencia de la lengua, el estudio de la normativa o el uso de los hablantes ejemplares?

BRC: Ambos aportan. Ahora bien, ¿quién aporta más? Yo pienso que depende que cada persona, porque a mí me parece que el factor que más ayuda a lograr el conocimiento de la lengua es la curiosidad que se despierta en quien quiere conocer una palabra. Cuando se desarrolla la curiosidad nos interesarnos por conocer lo desconocido o las palabras cuyo significado desconocemos. Las palabras constituyen la vía más adecuada para profundizar en el conocimiento de la lengua y de la realidad porque nos abren el horizonte del mundo y expanden el horizonte cultural. De hecho, las palabras nos permiten tener un conocimiento del mundo, un conocimiento de la realidad y un mejor conocimiento del lenguaje. Canalizar ese conocimiento da a entender lo que sabemos y procuramos comunicar. En la medida en que poseamos un mayor vocabulario, nuestro horizonte cultural va a ser mayor. Yo creo que lo más influyente depende de cada sujeto, porque en función de la sensibilidad y la conciencia nos conectamos con las cosas. Cada uno de ustedes tiene una sensibilidad y una conciencia y en función de esa sensibilidad y esa conciencia se desarrollan las inclinaciones intelectuales, morales, estéticas y espirituales. Cada ser humano tiene una forma particular de reaccionar ante las cosas; por eso, además de nuestra sensibilidad, cada uno tiene también algo derivado de esa sensibilidad que es la manera particular del sentir y de reaccionar ante las cosas. ¿Saben cómo se llama en la lengua española esa manera particular, personal e individual de ser, esa manera peculiar de sentir ante las cosas? Se llama “talante”. Cada uno de ustedes tiene una sensibilidad y un talante, es decir, una capacidad de sentir y una manera de sentir o de reaccionar ante fenómenos y cosas, y asumir el mundo en función del talante personal es importante para saber cómo es nuestra sensibilidad, es decir, por qué y cómo reaccionamos ante las cosas, ante la realidad sensorial o ante las manifestaciones suprasensibles del mundo. Hay gente que fácilmente entiende el sentido de las cosas a través de los colores o del sonido o los olores. La manera de reaccionar ante las cosas, la forma de sentir, influye en el conocimiento del mundo, en el conocimiento de la lengua y en la valoración de las cosas.

Alexandra Borbón: Yo soy profesora del área de ciencia y quiero darle las gracias, profesor Bruno Rosario Candelier, por su valioso aporte y expresarle mi reconocimiento, a mucho orgullo lo digo, ya que usted fue mi profesor de español en la PUCMM de Santiago.

BRC: Gracias a ti, Alexandra. Tú optaste por el área de la ciencia, pero lo mismo para el arte como para la ciencia se necesita desarrollar el más grande poder que tiene el hombre en su conciencia. Tanto los científicos y pensadores, como los artistas, poetas, narradores, dramaturgos, músicos, pintores, contemplativos y místicos necesitan el don de la sensibilidad y el talento de la inteligencia para sentir y entender la realidad de las cosas, que es la intuición de la conciencia. El mayor poder que tiene el ser humano, que no lo tienen los animales ni las plantas, se llama “intuición”, por la que podemos entender lo que las cosas son y significan. Todo lo que el ser humano hace es producto de su intuición. Esa dotación de la inteligencia es la capacidad de la conciencia para entender lo que la apariencia de las cosas refleja. Nosotros captamos con los ojos, los oídos, el olfato, el tacto y el gusto la faceta sensible de las cosas. Pero lo más importante de las cosas no se ve, ya que lo más importante es la esencia, como dijera Antoine de Saint-Exupery en El principito. Lo más importante subyace en la profundidad de las cosas y a ese nivel interior, esencial, metafísico y místico de la realidad, solo llega la intuición, el más alto poder de la inteligencia sutil. Sin la intuición no hay creación, ni palabra, ni conocimiento. Sin la intuición no sabemos lo que somos, pues la intuición confirma nuestra grandeza, que es de índole espiritual y que se manifiesta en la palabra y en la creación que hacemos mediante el concurso creador de la inteligencia profunda.

Voy a cerrar con “Sendero de olvido”, de Carmen Pérez Valerio:

 Oh barro que me acoges,

qué extraño vínculo nos une.

A veces me siento profunda en ti,

y otras, lanzada al vacío de tu soledad.

Oh manantial que late en mi sangre,

no sé si me recorres

o si deambulo por sendero de olvido.

Todo nace en ti y todo muere en este latir constante,

en esta quietud inquieta de la tarde,

en la incertidumbre de un amanecer

que no sabemos si llegará.

Oh extraño juego de la memoria que muere

 cada día, que crece desde mis entrañas

y desciende por tu cabellera verde

tras la huella de pasos borrados.

En algún lugar me habitas y te habito,

dispersa, diluida, descendiendo por tus abismos

o navegando el azul entre dos cuencas de llanto.

 

Bruno Rosario Candelier
Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra

Santo Domingo, Rep. Dom., 29 de octubre de 2016.

 Notas:

1. Bruno Rosario Candelier, El genio de la lengua, Santo Domingo, Academia Dominicana de la Lengua, 2016.
2. Pedro Salinas, La responsabilidad del escritor, Barcelona, Seix Barral, 1963, p. 69.
3. La presentación de El genio de la lenguatuvo lugar en el Recinto Santo Tomás de Aquino, de la PUCMM en la capital dominicana, con la participación de profesores y estudiantes de letras de esa prestigiosa institución universitaria.

Irradiación metafísica en Rubén Darío: factores físicos y psicológicos de la conciencia

Por Bruno Rosario Candelier 

A
Francisco Arellano Oviedo,
avezado cultor de la palabra.

 

“…canta la cigarra porque ama al Sol,

 que en la selva su polvo de oro tamiza,

 entre las hojas espesas. Su aliento nos da

 en un soplo fecundo la madre Tierra,

con el alma de los cálices

 y el aroma de las yerbas”.

 (Rubén Darío, Azul)

Percepción metafísica de lo viviente

Muchos se preguntan a qué se debe la existencia de grandiosos creadores que han hecho una obra memorable con alta significación espiritual y estética para todos los tiempos y culturas. La respuesta a esa inquietud se cifra en una palabra cuyo sentido desarticula y conmueve la condición humana: el impacto del dolor en la conciencia. El dolor de haber experimentado una terrible experiencia traumática, que troquela las células cerebrales dispuestas para sintonizar singulares fenómenos de lo viviente.

Para que Nicaragua diera al mundo un escritor de la categoría de Rubén Darío, tuvieron que darse tres poderosos factores que determinaron su gestación como poeta y propiciaron la creación literaria que lo inmortalizó: un factor traumático, con su impacto negativo; un factor telúrico, con su impacto positivo; y una irradiación metafísica, que favoreció la recepción de los efluvios de la trascendencia en el hijo de León.

Rubén Darío había sido escogido para revelar en su lírica verdades profundas con sabios mensajes en renovada forma estética. La empatía cósmica que fluía de su corazón con la onda de sabiduría metafísica de la conciencia cósmica se cristalizó en su obra. Con el poder de percepción de su inteligencia metafísica pudo sintonizar los efluvios de la Creación con profundas verdades provenientes del Numen de la sabiduría cósmica.

Al factor determinante de traumas y miedos, como los que experimentaron la sensibilidad y la conciencia del poeta en su infancia, se suma el positivo influjo de vivir su niñez y su mocedad en León, la agraciada ciudad de Nicaragua, que tiene una fecunda irradiación cósmica y que nutrió la sensibilidad física y espiritual del inmenso creador nicaragüense.

Todos los países tienen dos o tres ciudades donde hay una poderosa irradiación metafísica, como la tiene León, que impregnó la sensibilidad de Rubén Darío con su aliento trascendente. Hay demarcaciones geográficas -Ávila en España, Puebla en México, Antofagasta en Chile, Moca en República Dominicana y León en Nicaragua- donde confluyen singulares efluvios trascendentes que propician la confluencia de emanaciones estelares de singular eficacia para el desarrollo de una alta conciencia. El aura de León tiene esa magia con el encanto de su tierra y la fascinación de su cielo. Haber vivido su infancia y su adolescencia en esa hermosa ciudad nicaragüense fue fundamental para que Rubén Darío desarrollara su sensibilidad metafísica y creara la obra que lo convirtió en uno de los creadores esenciales de las letras americanas.

La percepción de la faceta entrañable de las cosas, la recepción de los efluvios de la Creación y el sentimiento de lo divino son tres dimensiones al alcance de la intuición metafísica de la conciencia, como la tuvo y la aprovechó Rubén Darío.

Hay áreas del cerebro que se activan para experimentar los fenómenos de conciencia, cuando se despiertan las neuronas cerebrales con sus dispositivos de percepción que dan lugar a las vivencias metafísicas, la experiencia mística y las visiones sobrenaturales con la captación de singulares mensajes del Cosmos. Se necesitan determinadas condiciones físicas y metafísicas para que opere con pleno potencial la capacidad de la conciencia humana, incluidas las vivencias de los fenómenos extraordinarios de la conciencia. No podemos obviar que hay patologías síquicas de la conciencia, a menudo producidas por efectos derivados de golpes, caídas, rayos, corriente eléctrica, miedos y nacimiento traumático. Y algunas enfermedades, como la epilepsia y la viruela, desencadenan alucinaciones y delirios, que pueden provocar extrañas vivencias metafísicas y singulares experiencias interiores parecidas a las vivencias místicas.

Desde luego, hay experiencias místicas y vivencias metafísicas genuinas, en personas libres de sospecha patológica, que tienen la dicha de sentir y vivir, con plena conciencia, el fulgor de la dolencia divina.

Quiero advertir, en consecuencia, que no todas las experiencias místicas o metafísicas son alucinaciones de la conciencia o expresiones patológicas de una mente enfermiza. Es cierto que santa Teresa de Jesús y Francisco Matos Paoli padecieron patologías orgánicas en su cerebro y tuvieron hondas experiencias místicas. Como también es cierto que san Juan de la Cruz y Gabriela Mistral, que experimentaron experiencias trascendentes, eran personas sanas y crearon una obra inspirada en sus hondas vivencias espirituales. Lo que evidencia que ambos grupos humanos, los sanos y los enfermos, pueden experimentar fenómenos metafísicos de la conciencia. Quienes han desarrollado la sensibilidad trascendente pueden acceder, mediante el circuito neuronal del cerebro, a la sabiduría espiritual del Numen, que Carl Jung identifica con el inconsciente colectivo.

La conciencia alterada o expandida percibe señales, imágenes, efluvios, emanaciones y revelaciones trascendentes mediante los neurotransmisores de la conciencia metafísica, que yo denomino idiocinas, o las neuronas que canalizan a través del lenguaje de las imágenes los fenómenos sobrenaturales que el cerebro puede soportar.

Tanto la experiencia mística, como la vivencia metafísica, entrañan un estadio interior de carácter extraordinario, pero no siempre es un proceso patológico de la mente, sino un fenómeno sobrenatural de la conciencia sutil, que ocurre tanto en sujetos normales como en personas que sufren alguna patología cerebral.

Hay condiciones psicofisiológicas en la conciencia que determinan que una persona llegue a ser poeta, vidente o místico. Se trata de la irradiación de una energía divina que canaliza un órgano especializado para la percepción de lo sobrenatural, que una enfermedad o un trauma físico o psicológico suele desarrollar. Las vivencias místicas y metafísicas entran en ese cauce de la interioridad.

Desde luego, aunque la vivencia metafísica y la experiencia mística con fenómenos de la conciencia, hay diferencia entre la experiencia mística y la vivencia metafísica.  La experiencia mística conlleva una transformación en la concepción del mundo y en la conducta de la persona, la que implica un cambio radical de visión, de actitud y de valoración; en cambio, la vivencia metafísica genera una transfiguración, que es una vivencia espiritual, intensa y luminosa, pero sin efecto transformante como la mística.

Mientras la mística entraña el sentimiento de lo divino, la metafísica explora el sentido de la trascendencia. La sensorialidad de las cosas concita en el contemplador una experiencia estética, que genera en la sensibilidad una conmoción. La realidad de lo invisible concita una experiencia metafísica, que genera una transfiguración. Y el sentimiento de lo divino concita una experiencia mística, que provoca no solo una visión extática sino una transformación de vida. Desde luego, mientras la vivencia metafísica produce en la sensibilidad del visionario una mera transfiguración, la experiencia mística provoca en la conciencia del contemplativo un hondo efecto transformador. Pese a que en ambos fenómenos (vivencia metafísica y experiencia mística) concitan un singular estadio contemplativo, ambas vivencias, la metafísica y la mística, se diferencian en los resultados aunque dichos fenómenos espirituales acontecen en cerebros cuyos tejidos neuronales han desarrollado el órgano de percepción extrasensorial.

Poetas, narradores y dramaturgos pueden crear poesía y ficción con la sustancia de sus vivencias interiores y el material mental de sus sueños y visiones. Por supuesto, la naturaleza de sus traumas y conflictos es algo tan personal que nadie puede cuestionar, subestimar o vilipendiar porque tienen el sello de la intimidad individual y proceden de experiencias interiores y, en tal virtud, han sido conformadas con el caudal de imágenes y conceptos como expresión de un singular poder creativo de la inteligencia y la sensibilidad de quien concibe, imagina y siente en el fuero de su interioridad.

Mediante su poder de recepción, la conciencia capta la voz de lo arcano, que canaliza en imágenes y símbolos las emanaciones de la trascendencia. Rubén Darío fue un agraciado de esas singulares dotaciones. Como creador de poesía y ficción, era un genio de la expresión, que hacía música con las palabras, arte con el lenguaje y pensamiento con la belleza. Y vivía, como él mismo confesó, “loco de armonía”, es decir, sentía la música del mundo, el aliento de las esferas y la honda dimensión cósmica, como la sintieron los antiguos pensadores presocráticos, entre ellos Pitágoras de Samos, Heráclito de Éfeso y Leucipo de Abdera, que vieron en el Universo la voz del Creador.

Factores traumáticos de la personalidad

Potencialmente todos nacemos con el talento para la creación poética. Pero tienen que darse determinadas condiciones físicas y metafísicas para su plasmación o realización.

Tengo la convicción de que un impacto traumático o un suceso generador de un miedo aterrador (un suceso estremecedor, un golpe en la cabeza, un contacto eléctrico, un rayo del cielo o una dolencia patológica) activan las células cerebrales que atrapan las emanaciones de la trascendencia (voces, destellos, imágenes, efluvios sobrenaturales o irradiaciones espirituales), condición que desata la intuición metafísica de la conciencia con el potencial creador de una sensibilidad estremecida y una inteligencia sutil.

Los factores traumáticos que troquelaron el cerebro de Rubén Darío en su infancia fueron los siguientes: a) El trauma del miedo y el efecto de la viruela. b) El desamparo y la soledad en su edad imberbe. c) El impacto telúrico y celeste de la ciudad de León. d) El despertar de las neuronas en la infancia: circuitos interiores de la conciencia, con la gestación de un singular órgano de percepción. e) Los daños causados al cerebro por dolencia física o traumática (que producen diferentes perturbaciones, desde los miedos irracionales hasta las reacciones esquizofrénicas; aunque también activan las células responsables de la captación de las emanaciones sutiles de la trascendencia).

Hijo de un matrimonio deshecho, creció sin el afecto familiar de ambos padres; y en plena infancia, en una de sus andanzas infantiles, se perdió y lo encontraron, según el poeta testimoniara en su autobiografía, “entre unos matorrales” (1). Y escribe el poeta: “La imagen de mi madre se había borrado por completo de mi memoria” (2).

Fruto de un temprano desamparo, los fantasmas del miedo rondaban la imaginación infantil y cortejaban el infortunio de esa singular criatura: “La casa era para mí temerosa por las noches. Andaban lechuzas en los aleros. Me contaban cuentos de ánimas en pena y aparecidos, los dos únicos sirvientes: la Serapia y el indio Goyo. Vivía aún la madre de mi tía abuela, una anciana, toda blanca por los años, y atacada de un temblor continuo. Ella también me infundía miedo, me hablaba de un fraile sin cabeza, de una mano peluda, que perseguía, como una araña… Se me mostraba, no lejos de mi casa, la ventana por donde a la Juana Catina, mujer muy pecadora y loca de su cuerpo, se la habían llevado los demonios. Una noche, la mujer gritó desusadamente: los vecinos se asomaron atemorizados, y alcanzaron a ver a la Juana Catina, por el aire, llevada por los diablos, que hacían un gran ruido, y dejaban un hedor a azufre” (3).

El poeta evoca el terror de su infancia, y escribe: “De allí mi horror a las tinieblas nocturnas, y el tormento de ciertas pesadillas inenarrables. Quedaba mi casa cerca de la iglesia de San Francisco, donde había existido un antiguo convento. Allí iba mi abuela a misa primera, cuando apenas aparecía el primer resplandor del alba, al canto de los gallos. Cuando en el barrio había un moribundo, tocaban en las campanas de esa iglesia el pausado toque de agonía, que llenaba mi pueril alma de terrores” (4).

A la sensación de desamparo y al impacto del terror, se sumaba la crianza de tutores sin el aliento protector del afecto consentido: “Y mi verdadero padre, para mí, y tal como se me había enseñado, era el otro, el que me había criado desde los primeros años, el que había muerto, el coronel Ramírez. No sé por qué, siempre tuve un desapego, una vaga inquietud separadora, con mi “tío Manuel”. La voz de la sangre… ¡qué fláccida patraña romántica! La paternidad única es la costumbre del cariño y del cuidado”. Y añade Darío en su autobiografía este detalle: “El que sufre, lucha y se desvela por un niño, aunque no lo haya engendrado, ese es su padre” (5).

Esos factores adversos de la infancia, por el impacto del miedo y el terror a tan tierna edad, activaron en la imberbe criatura, las neuronas cerebrales que atrapan las ondas metafísicas del Cosmos, efluvios que rondan por los aires y que necesitan de peculiares circuitos de la conciencia para revelar su contenido.

De sus recuerdos infantiles en León, el poeta evoca: “Yo me apartaba frecuentemente de los regocijos, y me iba, solitario, con mi carácter ya triste y meditabundo desde entonces, a mirar cosas, en el cielo, en el mar. Una vez vi una escena horrible, que me quedó grabada en la memoria. Cerca de una yunta de bueyes, a orillas de un pantano, dos carreteros que se peleaban, echaron mano al machete, pesado y filoso, arma que sirve para partir la caña de azúcar, y comenzaron a esgrimirlo; y de pronto vi algo que saltó por el aire. Eran, juntos, el machete y la mano de uno de ellos” (6).

En momentos de lluvias y tempestades, el cuadro de miedo aumentaba con el temor de los adultos, cuyas actitudes temerosas aumentaban cuando acudían al rezo: “Debo decir que desde niño se me infundió una gran religiosidad, religiosidad que llegaba a veces hasta la superstición. Cuando tronaba la tormenta y se ponía el cielo negro, en aquellas tempestades únicas, como no he visto en parte alguna, sacaba mi tía abuela palmas benditas y hacía coronas para todos los de la casa; y todos coronados de palmas rezábamos en coro el trisagio y otras oraciones. Señaladas devociones eran para mí temerosas. Por ejemplo, al acercarse la fiesta de la Santa Cruz. Porque ¡oh, Dios de los dioses!, martirio como aquel, para mis pocos años, no os lo podéis imaginar. Llegado ese día, todos nos poníamos delante de las imágenes; y la buena abuela dirigía el rezo, un rezo que concluía después de varias jaculatorias, con estas palabras: Vete de aquí Satanás/que en mi parte no tendrás/porque el día de la Cruz/dije mil veces: Jesús” (7).

Quizás el impacto que activó en Rubén Darío el órgano de percepción sutil del cerebro fue el padecimiento de la viruela, terrible patología que atizó su conciencia y activó las neuronas de su mente para la percepción de fenómenos extraños: “Un día, en momentos en que estaba pasando horas tristes, sin apoyo de ninguna clase, viviendo a veces en casa de amigos y sufriendo lo indecible, me sentí mal en la calle. En la ciudad había una epidemia terrible de viruela. Yo creí que lo que me pasaba era un malestar causado por el desvelo; pero resultó que desgraciadamente era el temido morbo. Me condujeron a un hospital con el comienzo de la fiebre. Pero en el hospital protestaron, puesto que no era aquello un lazareto; y entonces, unos amigos, entre los cuales recuerdo el nombre de Alejandro Salinas, que fue el más eficaz, me llevaron a una población cercana, de clima más benigno, que se llamaba Santa Tecla. Allí se me aisló en una habitación especial y fui atendido, verdaderamente como si hubiese sido un miembro de su familia, por unas señoritas de apellido Cáceres Buitrago. Me cuidaron, como he dicho, con cariño y solicitud y sin temor al contagio de la peste espantosa. Yo perdí el conocimiento, viví algún tiempo en el delirio de la fiebre, sufrí todo lo cruento de los dolores y de las molestias de la enfermedad (subrayado de BRC); pero fui tan bien servido que no quedaron en mí, una vez que se había triunfado del mal, las feas cicatrices que señalan el paso de la viruela” (8).

Las pesadillas causadas por los fantasmas de su febril imaginación atenazaban la sensibilidad del mozuelo: “Por ese tiempo, algo que ha dejado en mi espíritu una impresión indeleble, me aconteció. Fue mi primera pesadilla. La cuento, porque, hasta en estos mismos momentos, me impresiona. Estaba yo, en el sueño, leyendo cerca de una mesa, en la salita de la casa, alumbrada por una lámpara de petróleo. En la puerta de la calle, no lejos de mí, estaba la gente de la tertulia habitual. A mi derecha había una puerta que daba al dormitorio; la puerta estaba abierta y vi en el fondo oscuro que daba al interior, que comenzaba como a formarse un espectro; y con temor miré hacia este cuadrado de oscuridad y no vi nada; pero, como volviese a sentirme inquieto, miré de nuevo y vi que se destacaba en el fondo negro una figura blanquecina, como la de un cuerpo humano envuelto en lienzos; me llené de terror, porque vi aquella figura que, aunque no andaba, iba avanzando hacia donde yo me encontraba. Las visitas continuaban en su conversación y, a pesar de que pedí socorro, no me oyeron. Volví a gritar y siguieron indiferentes. Indefenso, al sentir la aproximación de “la cosa”, quise huir y no pude, y aquella sepulcral materialización siguió acercándose a mí, paralizándome y dándome una impresión de horror inexpresable. Aquello no tenía cara y era, sin embargo, un cuerpo humano. Aquello no tenía brazos y yo sentía que me iba a estrechar. Aquello no tenía pies y ya estaba cerca de mí. Lo más espantoso fue que sentí inmediatamente el tremendo olor de la cadaverina, cuando me tocó algo como un brazo, que causaba en mí algo semejante a una conmoción eléctrica. De súbito para defenderme, mordí “aquello” y sentí exactamente como si hubiera clavado mis dientes en un cirio de cera oleosa. Desperté, con sudores de angustia” (9).

Era natural que el joven Darío creciera con un talante asustadizo y tímido. El propio poeta se confiesa hiperestésico, es decir, poseedor de una alta sensibilidad física y metafísica, predisposición que propició en el poeta la capacidad de percibir lo que él llamaba “revelaciones súbitas”: “Miraba las estrellas prodigiosas, oía el chapoteo de las aguas agitadas. Pensaba. Soñaba. ¡Oh, sueños dulces de la juventud primaveral! Revelaciones súbitas de algo que está en el misterio de los corazones y en la reconditez de nuestras mentes; conversación con las cosas en un lenguaje sin fórmula, vibraciones inesperadas de nuestras íntimas fibras y ese reconcentrar por voluntad, por instinto, por influencia divina en la mujer, en esa misteriosa encarnación que es la mujer, todo el cielo y toda la tierra” (10).

Rubén Darío tuvo visiones, precogniciones y corazonadas, amén de intuiciones y revelaciones. Desde muy joven, el poeta nicaragüense experimentaba una honda apelación por lo desconocido: “Vino un gran terremoto, estando yo de visita en una casa, oí un gran ruido y sentí palpitar la tierra bajo mis pies; instintivamente tomé en brazos a una niñita que estaba cerca de mí, hija del sueño de la casa, y salí a la calle; segundos después la pared caía sobre el lugar en que estábamos” (11).

Ya en edad adulta, cuando contempló la belleza de la pampa argentina advirtió la condición poética de quien sepa comprender el arte que flota sobre ese inconmensurable océano de tierra”: “De Bahía Blanca partí para una estancia del doctor Argerich, y allí fue mi primera visita a la pampa inmensa y poética. Poética, sí, para quien sepa comprender el vaho de arte que flota sobre ese inconmensurable océano de tierra, sobre todo en los crepúsculos vespertinos y en los amaneceres” (12).

Ciertamente, Rubén Darío abusó de las bebidas alcohólicas, pero no era el típico beodo que acudía a esas bebidas para saciar el vicio del ron. Acudía al alcohol para mitigar el impacto de las irradiaciones metafísicas que alteraban su cerebro.

A su sensibilidad empática se añadió la conciencia de lo trascendente con lecturas de obras de teosofía y de filosofía, sumándose el poeta nicaragüense a la tradición latinoamericana del pensamiento hermético y la literatura metafísica, que potenció su visión del mundo, al avizorar notables percepciones sobrenaturales: “Como dejo escrito, con Lugones y Piñeiro Sorondo hablaba mucho sobre ciencias ocultas. Me había dado desde hacía largo tiempo a esta clase de estudios, y los abandoné a causa de mi extremada nerviosidad y por consejo de médicos amigos. Yo había tenido ocasión, desde muy joven, si bien raras veces, de observar la presencia y la acción de las fuerzas misteriosas y extrañas, que aún no han llegado al conocimiento y dominio de la ciencia oficial. En Caras y caretas ha aparecido una página mía, en que narro cómo en la plaza de la catedral de León, en Nicaragua, una madrugada vi y toqué una larva, una horrible materialización sepulcral, estando en mi sano y completo juicio. También en La Nación, de Buenos Aires, he contado como en la ciudad de Guatemala tuve el anuncio psicofísico del fallecimiento de mi amigo el diplomático costarricense Jorge Castro Fernández, en los mismos momentos en que el moría en la ciudad de Panamá; y la pavorosa visión nocturna que tuvimos en San Salvador, el escritor político Tranquilino Chacón, incrédulo y ateo; visión que nos llenó más que de asombro, de espanto” (13).

Esa sensibilidad abierta y empática al fluir de lo viviente y a las manifestaciones de la trascendencia despertó en Darío “nuevas maneras de pensamiento y de belleza” (p. 45), con el poder de intuir la presencia de “fuerzas misteriosas y extrañas” (p. 53) y, sobre todo, con la capacidad para percibir en su conciencia las irradiaciones metafísicas del Universo y visualizar “lo misterioso del mundo” (14).

Natural era entonces que aflorara en Rubén Darío el sentimiento de la religiosidad, en primer lugar, fruto de la herencia espiritual de León, un pueblo altamente religioso; y, en segundo lugar, consecuencia de su conexión espiritual con la esencia del Cosmos, ya que tuvo la ocasión de “…admirar desde su altura los lejanos Alpes, luminosos bajo el Sol. Estuve en Pisa y admiré lo que hay que admirar, el Duomo, el Camposanto, la torre inclinada, hueca de la vieja ciudad, y el Baptisterio. Manifesté, en tal ocasión, líricas reminiscencias. Fui a la cartuja, con carta de recomendación para el prior don Bruno; oí cantar, en el calor de la estación y en los verdes olivos y viñas, pesadas de uvas negras, las cigarras itálicas. Aumenté mi religiosidad en el convento, y admiré la fe y el amor al silencio de aquellos solitarios” (14).

Estando en Palma de Mallorca, escribió una novela bajo la huella de una secreta y entrañable religiosidad: “Libre de las garras de hechizo de París, emprendí camino hacia la isla dorada y cordial de Mallorca. La gracia virgiliana del ámbito mallorquín devolvíame paz y santidad. Por cariñosa solicitud de mi excelente amigo don Juan Sureda, por su cariño vigilante, mi alma y mi carne ganaban de día en día la conveniente fortaleza. Me hospedé, pues, en su casa, que es aquel castillo del rey asmático, en la pintoresca y fresca Valldemosa. Sobre este castillo y su vecina cartuja como sobre todo aquel oro de Mallorca, escribí una novela en los días de mi permanencia en esa tierra de Lulio. Los atraídos por mi vagar y pensar tendrán en esas páginas de mi Oro de Mallorca, fiel relato de mi vida y de mis entusiasmos en esa inolvidable joya mediterránea” (15).

La huella sutil de una visión metafísica

    Efectivamente, el inmortal poeta nicaragüense desarrolló su capacidad poética con el acierto de la renovación métrica y la hondura de su percepción trascendente. En “Primaveral” (16), nuestro poeta percibe el canto de la Creación, que las aves cantarinas entonan al sentir el fulgor de lo viviente:

El nido es cántico.

El ave incuba el trino,

 ¡oh, poetas!;

de la lira universal

el ave pulsa una cuerda.

Bendito el calor sagrado

que hizo reventar las yemas.

¡Oh, amada mía!

Es el dulce

tiempo de la primavera

   En su descripción de la sensorialidad de las cosas, el poeta ausculta el soplo de lo viviente, fina empatía con el alma del mundo, como se aprecia en “Estival” (17):

La fiera virgen ama.

Es el mes del ardor.

Parece el suelo rescoldo;

y en el cielo el Sol, inmensa llama.

Por el ramaje obscuro

salta huyendo el canguro.

El boa se infla, duerme, se calienta

a la tórrida lumbre; el pájaro se sienta

a reposar sobre la verde cumbre.

Siéntense vahos de horno:

y la selva indiana en alas del bochorno,

lanza, bajo el sereno cielo, un soplo de sí.

La tigre ufana respira a pulmón lleno,

y al verse hermosa, altiva, soberana,

le late el corazón, se le hincha el seno.

   En el poema “Estival” (18), el poeta se llena de los latidos del mundo, y en una coparticipación con la energía física y metafísica de lo existente, y el sentido que subyace en cosas y animales, al ponderar al león evoca el eco de las musas y con ellas el aliento “que todo enciende, anima, exalta” ante el esplendor de lo viviente:

No envidia al león la crin, ni al potro rudo

el casco, ni al membrudo

hipopótamo el lomo corpulento,

quien bajo los ramajes del copulo baobab,

ruge al viento.

Así va él orgulloso, llega, halaga,

corresponde la tigre que le espera,

y con caricias las caricias paga,

en su salvaje ardor, la carnicera.

Después, el misterioso

tacto, las impulsivas fuerzas,

que arrastran con poder pasmoso;

y, ¡oh gran Pan!, el idilio monstruoso

bajo las vastas selvas primitivas.

No el de las musas de las blandas horas,

suaves, expresivas,

en las rientes auroras

y las azules noches pensativas;

sino el que todo enciende, anima, exalta,

polen, savia, color, nervio, corteza,

y en torrentes de vida brota y salta

del seno de la gran Naturaleza.

   En “Leconte de Lisle” (19), Darío aborda la luz que irradia su lira bajo la inspiración de los misterios seculares, al tiempo que refleja el conocimiento de la mística oriental:

De las eternas musas el reino soberano

recorres, bajo un soplo de vasta inspiración,

como un rajá soberbio que en su elefante indiano

por sus dominios pasa de rudo viento al son.

 

Tú tienes en tu canto como ecos de Océano;

se ve en tu poesía la selva y el león;

salvaje luz irradia la lira que en tu mano

derrama su sonora, robusta vibración.

 

Tú del faquir conoces secretos y avatares;

a tu alma dio el Oriente misterios seculares,

visiones legendarias y espíritu oriental.

 

Tu verso está nutrido con savia de la tierra;

fulgor de Ramayanas tu viva estrofa encierra,

y cantas en la lengua del bosque colosal.

 En “Autumnal” (20), el poeta percibe lo misterioso del viento con la profunda inspiración de la conciencia cósmica. Hace de la sensibilidad estremecida y la conciencia sutil la combinación ideal para sentir la más alta inspiración de lo viviente a la luz de la sabiduría espiritual del Numen, que el Logos de la conciencia trascendente depara a los iluminados y poetas con la potencia de la palabra creadora:

Una vez sentí el ansia

de una sed infinita.

Dije al hada amorosa:

-Quiero en el alma mía

tener la inspiración honda, profunda,

inmensa: luz, calor, aroma, vida.

 Ella me dijo: -¡Ven!- con el acento

con que hablaría un arpa.

En él había

un divino idioma de esperanza.

¡Oh sed del ideal!

Sobre la cima de un monte,

a media noche,

me mostró las estrellas encendidas.

Era un jardín de oro

con pétalos de llama que titilan.

Exclamé: -Más…

 

La aurora vino después.

La aurora sonreía,

con la luz en la frente,

como la joven tímida

que abre la reja, y la sorprenden luego

ciertas curiosas, mágicas pupilas.

Y dije: -Más…

 

Sonriendo

la celeste hada amiga

prorrumpió: ¡Y bien! ¡Las flores!

Y las flores

estaban frescas, lindas,

empapadas de olor: la rosa virgen,

la blanca margarita,

la azucena gentil, y las volúbilis

que cuelgan de la rama estremecida.

Y dije: -Más…

 

El viento

arrastraba rumores, ecos, risas,

murmullos misteriosos, aleteos,

músicas nunca oídas.

El hada entonces me llevó hasta el velo

que nos cubre las ansias infinitas,

la inspiración profunda

y el alma de las iras.

Y lo rasgó. Y allí todo era aurora.

En el fondo se veía

un bello rostro de mujer.

¡Oh, nunca,

Piérides, diréis las sacras dichas

que en el alma sintiera!

Con su vaga sonrisa:

-¿Más?… –dijo el hada.

 

Y yo tenía entonces

clavadas las pupilas

en el azul; y en mis ardientes manos

se posó mi cabeza pensativa…

   En fin, después de leer a los clásicos de la antigua Grecia y la literatura española del Siglo de Oro y a los simbolistas franceses del siglo XIX (21), Rubén Darío conoció la clave de la poesía, cifrada en su esencia primigenia: describir la belleza sensorial que la sensibilidad capta de las cosas y el sentido profundo que la conciencia intuye.

La energía amorosa, en armonía con la del Creador del Universo, es la conjunción perfecta para la vida y el arte de la creación. Así lo comprendió Rubén Darío. A esa comprensión llegan los iluminados, los poetas y los místicos. Los iluminados de la palabra. Los místicos de la sabiduría espiritual. Y los creadores del arte que edifica y la belleza que conmueve. 

Bruno Rosario Candelier
XV Simposio sobre Rubén Darío
León, Nicaragua, 18 de enero de 2017.

 Notas:

1. Rubén Darío, Autobiografía, Managua, Nicaragua, Distribuidora Cultural, 2015, 20ª reimpresión, p. 1.

2. Ibídem, p. 2.
3. Ibídem, pp. 2-3.
4. Ibídem, p. 3.
5. Ibídem, p. 5.
6. Ibídem, p. 6.
7. Ibídem, p. 6.
8. Ibídem, p. 21.
9. Ibídem, pp. 8-9.
10. Ibídem, p. 15.
11. Ibídem, p. 16.
12. Ibídem, p. 52.
13. Ibídem, p. 53.
14. Ibídem, p. 61.
15. Ibídem, p. 74.
16. Rubén Darío, Azul, Managua, Nicaragua, Distribuidora Cultural, 2015, p. 57.
17. Ibídem, p. 58.
18. Ibídem, 60.
19. Ibídem, 95.
20. Ibídem, pp. 62-63.
21. Rubén Darío, que vio la luz en Metapa, Nicaragua en 1867, murió en León, en 1916. Publicó Epístolas y poemas, 1885; Prosas profanas, 1886; Azul, 1888; Rimas, 1889; Cantos de vida y esperanza, 1892; Los cisnes y otros poemas, 1905; Oda a Mitre, 1906; El canto errante, 1907; Poema del otoño y otros poemas, 1910; Canto a la Argentina y otros poemas, 1910. En prosa, además de los cuentos incluidos en Azul, publicó: Los raros, 1892; La España contemporánea, 1901; Peregrinaciones, 1901; La caravana pasa, 1903; Tierras solares, 1904; Opiniones, 1906; Parisiana, 1908; El viaje a Nicaragua, 1909; y Todo al vuelo, 1912.

Ñoño, a – palear/paliar – ciega/siega – sé/se

ÑOÑO, A

A veces se pregunta uno si esta voz tiene algo que ver con el principal significado con que se reconoce en el habla de todos los días de los dominicanos, por la repetición de la misma sílaba; o si el propósito de la repetición en el fondo es solamente enfático.

Es bueno recordar que todavía en el año 1970, en la décimo novena edición del Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española, no se había asentado el principal significado dominicano.

En esos años los académicos solo reconocían que ñoño servía para referirse a la persona “apocada y de corto entendimiento”. Cuando se aplicaba a cosas era para denotar “soso, de poca sustancia”. Ya el significado que le dio origen iba en decadencia, pues se caracterizaba de anticuada la acepción “caduco, chocho”.

Se ha repetido antes en el desarrollo de este comentario,  “principal significado dominicano”. Con este se destaca el más conocido y empleado, que es el de “mimado, consentido”, como muy bien lo define el Diccionario del español dominicano (2013). Así mismo, la persona que se tipifica de ñoña lo es por ser “susceptible, delicada”; o bien, “inclinada a los mimos”.

Añadido a las demás, el último diccionario mencionado recoge la acepción que se refiere a persona o cosa “que se aprecia o se prefiere entre varias”. Trae dos acepciones más ese lexicón que son de menos uso, para designar la “barriga” y la “presidencia de la República”.

Ya en una intervención anterior por este medio se subrayó que la ñoña es la “banda presidencial” en tanto símbolo de la presidencia de la República, de donde los dominicanos han creado la expresión “terciarse la ñoña” para significar, llegar a la presidencia de la República.

Ahora bien, no se ha no se ha hecho espacio a esta voz solo para esencialmente repetir lo que la mayoría de los dominicanos conocen, sino para recordar una acepción que no ha recibido el reconocimiento oficial en los diccionario diferenciales. Ñoño también vale para expresar que algo es “grande, enorme”. Se emplea de preferencia para cosas. El autor de estos comentarios ha oído en muchas ocasiones este uso.

Para terminar, algunos ejemplos ayudarán a recordar este uso. “El capitán se paseaba entre los presos con un ñoño garrote”. Aquí se entiende como sinónimo de “enorme”. “El calié escondía en la cintura debajo, de la chacabana, el ñoño revólver con que disparó”. En este caso evoca la idea de “grande”.

PALEAR – PALIAR

“. . .como contingencia para PALEAR el desempleo. . .”

Las dos palabras del título son legítimas en el español de cada día. En realidad son muy diferentes en su uso porque los respectivos campos semánticos son distantes.

La confusión entre uno y otro de estos dos vocablos procede de la forma en cómo se  pronuncia el verbo palear en el habla descuidada, negligencia que lleva a enunciar las dos palabras de la misma forma.

Una vez que las dos voces se confunden en su elocución, eso conduce a que se equivoquen los significados y, en consecuencia, el uso que corresponde a cada una de ellas.

Palear es utilizar la pala para mover una cosa. En agricultura es aventar el grano para separarlo de la paja. En resumen, es trabajar con la pala.

Paliar es moderar, mitigar, ser indulgente. Mitigar ciertas enfermedades. Moderar, suavizar, atenuar una pena, disgusto, etc. Ser indulgente, disculpar, justificar algo.

CIEGA – SIEGA

“. . . si no es una voladora que CIEGA la vida de un morador de este sector marginado. . .”

La falta de diferencia en la pronunciación entre los dos sonidos, ese /s/ y ce /c/ en la mayoría de los países de la América Hispana es un fenómeno fonológico viejo. Las explicaciones que se han ofrecido sobre el origen a veces son difíciles de entender. El hecho es que se dicen o pronuncian de igual modo los sonidos de las letras s, z, o c seguidas de /e/ o /i/.

Si se sometiera a evaluación estadística el asunto que se mencionó en el párrafo anterior, es muy probable que se concluya admitiendo que hay una mayoría de hablantes de español que sesean; o lo que es lo mismo, que los ceceantes son minoría.

La forma de manifestar oralmente los vocablos que llevan las consonantes mentadas y las consecuencias engorrosas que de ellos pueden derivarse, son solucionados (o evitados) por el contexto.

Esto es, desambiguado por el entorno lingüístico, pragmático o social en que se coloca un elemento o un enunciado, como sucede en la cita. Aquí se salva la situación por el conocimiento lógico que existe en el lector de que una “voladora” (minibús de transporte público urbano) no deja privado de vista, sino por excepción. Estos conocimientos extralingüísticos del contexto particular concurren para despejar la duda.

Lo que se ha explicado más arriba no exime de culpa a una persona que incurra en el desliz de escribir ciega, con ce /c/, cuando lo que sugería el entorno particular era que lo hiciese con ese /s/. Ciega es del verbo cegar, que es privar de la vista. Siega es del verbo segar que es interrumpir de forma violenta y brusca.

En gran medida el desacierto se produce porque el redactor de la frase reproducida insertó una palabra dominguera para expresar “matar”. Si el articulista hubiese permanecido en el ámbito de su “voladora”, que es una palabra del español dominicano, no hubiese tenido problema alguno. Al engalanar la redacción se arriesgó en este caso más allá de los límites de lo conveniente para sus conocimientos. Este tipo de problemas se obvia manteniendo un apego a lo básico, al uso de los términos que son bien conocidos y que se frecuentan en las lecturas habituales. La otra forma de evitar estos enojos con la ortografía, es leer, sobre todo, leer buena literatura, pues de esas lecturas queda el sedimento que nutre el conocimiento de la lengua.

SÉ – SE

“. . .acaso el inicio de un esfuerzo empresarial, parcial o general, no lo SE, para el empresariado recuperar la cuota de poder. . .”

Los dos monosílabos son iguales en su ortografía. La única diferencia entre uno y otro es la tilde que puede observarse sobre uno de ellos. Ese acento ortográfico colocado allí es lo que se llama acento diacrítico, es decir, que le confiere un valor especial a la palabra.

En principio los monosílabos se escriben sin tilde, pues no existe la necesidad de señalar en cuál sílaba ha de hacerse el mayor esfuerzo de la articulación. En los ejemplos que se reproducen en el título, la tilde ejerce la función de distinguir el significado y la función gramatical de uno con relación a otro; esa es su función distintiva.

, con la tilde, acento gráfico, pertenece al verbo saber y representa la conjugación de la  primera persona del singular del presente del indicativo. Puede ser también el verbo “ser” en la segunda persona del singular del modo imperativo.

Este “sé” es el que debió escribir el articulista en la cita al principio de esta sección para que trascendiera claro su mensaje, pues se deduce del contexto del artículo que se trataba del verbo saber.

Se, sin la tilde, es un pronombre personal reflexivo. Pertenece a la tercera persona y se usa en dativo y acusativo en género masculino o femenino y número singular o plural. En esta sección no se entra en el detalle de todas las posibilidades en las que puede aparecer “se” en la lengua.

A la luz de lo explicado, por eliminación, parece muy sencillo discernir cuándo debe colocarse la tilde. Solo resta que el redactor sea cuidadoso para evitar el error.

© 2017, Roberto E. Guzmán.

Presentación del libro El genio de la lengua

Por Rafael Peralta Romero

 De las diez acepciones que acopia el Diccionario de la lengua española para  el sustantivo genio, Bruno Rosario Candelier ha escogido la número seis para centrar  la temática de su más reciente libro, titulado El genio de la lengua.  La definición a la que aludo dice: “Índole o condición peculiar de algunas cosas. El genio de la lengua”.

La séptima  acepción presenta el vocablo  genio como sinónimo de carácter (fuerza de ánimo). De modo que de la forma más elemental  podremos  afirmar que este libro trata de la “condición peculiar” de nuestro idioma, que incluye  las señas que lo identifican y lo hacen diferente de otras lenguas, aun de las que proceden del latín, lengua madre del español.

El genio de la lengua toca todas las características que  a ésta le son propias. Algunos hablantes, sin emplear  estas palabras,  parecen considerar que el español tiene mal genio. Por ejemplo, mientras el inglés y las lenguas neolatinas emplean los signos de interrogación y de entonación solo al final de la oración, el genio del español exige que se coloque al principio y al final de la expresión. No obstante, muchos  hay  que prescinden,  de este requisito, por negligencia o falsa rebeldía.

Cuando un usuario de la lengua española, sobre todo si es escritor o docente,  se ahorra estos signos al principio de la oración, incurre en una lamentable erosión al carácter de nuestro idioma, lo cual no puede permitirse nadie que  haya asumido conciencia de la lengua.

Otro ejemplo visible, muy gráfico, del genio de nuestra lengua es el signo eñe. En otras lenguas existe el sonido eñe, pero con diferente grafía a la que se emplea en español, consistente en una ene tocada por una virgulilla.

Si de la cocina italiana hemos aprehendido  el gustoso  alimento hecho con capas de pasta que se rellena de carne, vegetales o mariscos,  justo era también que tomáramos prestada, sin intención devolutiva,  la palabra que lo denomina. Lasaña se llama el plato, pero el genio de nuestro idioma estaba ahí para advertirnos: olvídate del grupo “gn” (lasagna)  y cámbialo por eñe.

Algo parecido ocurrió  con dos bebidas alcohólicas procedentes de Francia: champaña y coñac. Los vocablos que las denominan en lengua francesa se escriben con el dígrafo “gn”, que para ellos sueña eñe, pero para ajustarse al carácter del español  ese par de letras  desaparece para darle vigencia  al signo eñe. Así se porta el genio de nuestro idioma.

El genio del idioma, estudiado desde sus  diferentes manifestaciones léxicas, gramaticales y estéticas es lo que aparece en este libro desde el principio hasta el final.  Este volumen de 453 páginas, que lleva por subtítulo “El Logos en la horma de la palabra”, comprende cinco divisiones: I Reflexión teorética, II Textos literarios, III Entrevistas y consultas sobre temas lingüísticos y literarios, IV Entrevistas y reportajes, V Cartas, mensajes y correos electrónicos.

La característica más notoria del libro que se presenta hoy consiste en que  la idea central no aparece concentrada en un texto, sino que se trata de una serie de ensayos y conferencias  en los que se explica la inevitable presencia del genio del idioma, tanto en la teoría lingüística  como en la creación literaria  y la normativa gramatical.

Todos los puntos de vista del autor  confluyen hacia “la veneración sagrada por las palabras”, lo cual conecta con la filología. La filología es una especialidad de los estudios lingüísticos, pero a partir de la etimología de esa palabra (filo, amor; logos, estudio) Bruno Rosario Candelier monta un entramado perfecto  que sirve de soporte a un cuerpo doctrinal orientado a infundir amor e interés por nuestra lengua.

La filología viene de Grecia, y será muy difícil, por no decir imposible, que Rosario Candelier hable o escriba de literatura o de lingüística sin remontarse a la antigüedad griega. Los filósofos presocráticos asoman  en diferentes momentos, pero uno de ellos aparece desde la primera página con su teoría acerca de la esencia de la lengua. Me refiero a Heráclito de Éfeso, de quien escribe Bruno Rosario  lo siguiente:

“Desde aquellos lejanos días pensó que, al ejecutar el acto del habla, los humanos tenemos algo que decir, y esa frase, “algo que decir”, ha cifrado la reflexión de pensadores, teóricos, escritores, lingüistas, filólogos, críticos literarios y estetas, ya que DECIR entraña una forma y un sentido, una expresión y un contenido o una imagen y un concepto.

El pensador de Éfeso intuyó que la esencia del decir se cifraba en la sustancia de un influjo espiritual que denominó Logos. Esa intuición de Heráclito, sustentada en el Logos como sustancia del pensamiento y base de la expresión, encierra la esencia de la lengua, porque el Logos no solo se refiere al lenguaje como instrumento, sino como pensamiento y expresión, contenido y forma, lo que encierra el concepto de idea, sustancia, expresión, imagen, forma y contenido de la palabra”. (pág. 7)

El concepto Logos  creado por Heráclito representa para la filosofía rosariana una  columna  insustituible que soporta un pensamiento de orientación metafísica, aplicable sobre todo a la creación literaria y que ha permitido al pensador mocano elaborar los fundamentos de la Poética del Interiorismo,  que sirve de filosofía creadora a un movimiento literario que lleva más de un cuarto de siglo de existencia e influjo en República Dominicana y otros países de habla hispana.

Todo lo relacionado con el pensamiento, el discurso, las imágenes sensoriales y la intuición de formas verbales, para Rosario Candelier  parten del Logos. De ahí que se permita afirmar lo siguiente: “En tal virtud, el genio de la lengua se manifiesta en un patrón estructural, cuyo formato orgánico y onda espiritual pautan el talante de una cultura, el cauce de una visión del mundo y un modo de percibir y expresar la realidad de lo viviente”. (pág. 9).

La normativa gramatical se presta muy bien para explicar  en forma  elemental qué es el genio de la lengua. Para ello, a  mí me resulta cómodo  emplear como ejemplo del nombre del noveno mes, que es septiembre. Algunos no encuentran la razón de ser de la letra pe  en la sílaba “sep”.

La historia de la cultura  enseña que hubo un tiempo en que septiembre fue el séptimo mes y que razones políticas y sociales lo llevaron al puesto noveno. En tanto que el genio de la lengua española advierte que la raíz  “sept”  deriva  de “septem”, como se denomina el número siete en latín. Hay un pequeño grupo de palabras  procedentes de la familia “septem” a todas las cuales se le respeta la “p”.

Veamos: septeno (consta de siete partes), septenario (compuesto de siete unidades o guarismos), septenio (siete años), septeto (conjunto de siete personas), septillizo (nacido en parto séptuple), séptimo (que sigue al sexto), septisílabo (de siete sílabas), septuagenario (persona que  está entre 70 y 79 años), septuagésimo (una de las 70 partes de un todo), séptuple (que contiene una cantidad siete veces), septuplicación (acción de septuplicar), septuplicar (multiplicar por siete)  y séptuplo (siete veces mayor).

Desde este punto de vista resulta fácil apreciar  el carácter de la lengua. Pero hay una estructura profunda que requiere  dedicación por parte de aquel que aspire  a un conocimiento cabal de nuestra lengua y hacer uso de ella para fines profesionales o creativos.

A propósito de la normativa, apunta nuestro autor que la importancia que entraña la ortografía la advertimos desde que la conciencia de la lengua asoma en nuestra mente.  Y remacha de este modo: “Con ese propósito, hay que fijar y pautar la normativa de la lengua y exigir su aplicación sin concesiones”. (pág. 66).

A Bruno Rosario Candelier le indigna la despreocupación por el estudio del idioma y lamenta que en nuestro país cualquiera publica un libro sin  tener el conocimiento idiomático indispensable. Y más adelante lo expresa con mayor ahínco:

“Una de las condiciones que se les exigía a los estudiantes de filología era justamente tener el conocimiento del lenguaje. Esa exigencia ahora nos parece inconcebible, y lo digo porque, por ejemplo, en nuestro país el Ministerio de Educación les entrega el título de bachiller en filosofía y letras a individuos iletrados y, en las universidades se gradúan estudiantes de licenciados y hasta de maestrías sin tener el fundamento de la cultura, que lo es el dominio de la lengua. Era inconcebible en la antigua Grecia la existencia de un filósofo, un poeta o un maestro ignorante de su lengua. Entonces, la primera exigencia era tener un conocimiento del lenguaje, la primera disciplina que tenían que estudiar. No por casualidad surgieron en la antigua Grecia poetas de la categoría de Píndaro, Tirteo y Safo”. (pág. 26).

Quienes se dedicaron a la interpretación del sentido de la palabra y del alcance del lenguaje, en la antigua Grecia fueron llamados filólogos y su saber, filología. La filología aborda el estudio de la palabra a la luz de los textos literarios. Rosario agrega a esto que para los helenos ser filólogo implicaba   el conocimiento de cuatro disciplinas afines: la lingüística, para tener un conocimiento gramatical, lexicográfico y semántico; la filosofía, para conocer la esencia y la naturaleza de las cosas; la estética, para la valoración de las expresiones sensibles, como la belleza y el sentido, y la mística como estudio de lo divino y la espiritualidad, desde la visión de iluminados y contemplativos” (pág. 21).

Estos conocimientos permitirán al filólogo interpretar las creaciones literarias, ya que de acuerdo con Bruno, los filólogos, al igual que los poetas, participan del don de la intuición metafísica y estética, por lo cual saben interpretar las  sabias palabras de los creadores de poesía y ficción.

Bruno Rosario Candelier  es doctor en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, pero su ejercicio  escritural y su  vehemente pasión por el quehacer literario  han probado que sin ese título también  hubiera demostrado  “la veneración sagrada por el valor de la palabra”.

En las aulas, en los medios de comunicación, en los libros publicados y en su gestión como director de la Academia Dominicana de la Lengua, Rosario Candelier se ha propuesto activar el genio del idioma. Ha repetido que la lengua amerita estudiarse en sus diferentes niveles (lexicológico, gramatical y ortográfico) para conseguir el uso adecuado y correcto.

Del libro que hoy presentamos  procede  la siguiente sentencia:

“En tal virtud, un creador de literatura necesariamente tiene que ser un hablante que conozca su idioma, que haga un uso creativo de su lengua, porque la obra literaria es el producto de un ejercicio intelectual de un autor que cultiva la palabra para testimoniar su visión del mundo y de la vida, para recrear su percepción de las cosas en forma estética; sobre todo, para transmitir una cosmovisión con un planteamiento filosófico, con una orientación conceptual mediante una posición que asume como escritor”. (pág. 41).

Aunque sus planteamientos concurren hacia un mismo objetivo,  que es la preservación y fortalecimiento del idioma español,  el libro El genio de la lengua  incluye un amplio espectro temático de vinculación específica con la lengua y la literatura. Y su autor tanto se ocupa de asuntos de alta complejidad y abstracción cual los emanados de la filosofía griega tan citada, como incurre en ilustraciones elementales acerca de nuestro idioma, tal ocurre en el hecho  de explicar que cuando en el diccionario una palabra tiene significados diferentes, cada uno de esos significados es una acepción. (pág. 130).

Por igual  detalla que las palabras  que son exclusivas del español dominicano se llaman dominicanismos, y que entre éstos  unos son semánticos  y otros son léxicos. (pág. 131). Esto pasa, sobre todo, porque Bruno Rosario Candelier contesta consultas que le llegan por diferentes vías  y es innegable que  las respuestas  resultan proporcionales al contenido de las preguntas. Obviamente, plantear que la lengua tiene dos vertientes: la expresión oral y la expresión  escrita dista mucho en complejidad que abordar  lo relativo al impacto que la lengua  ejerce en nuestra conciencia. Para ello   Rosario inicia con una cita de Pedro Salinas, poeta y ensayista español: “Está el hombre junto a su lengua como en la margen del agua de un estanque que tiene en el fondo joyas y pedrerías, misterioso  tesoro celado. La mirada no suele pasar de haz del agua donde se reflejan las apariencias de la vida con belleza suficiente; pero el que hunda la mano más allá, más adentro, nunca la sacará sin premio”.

Ahora les transmito la apreciación de Rosario Candelier. Dice el intelectual mocano:

“Esa estimación del poeta y ensayista español en su libro La responsabilidad del escritor, es una manera de invitarnos a que comprendamos el impacto que la lengua ejerce en nuestra conciencia espiritual, la huella que la lengua genera en nuestra sensibilidad y el influjo que imprime en nuestro intelecto y, sobre todo, el poder que adquirimos mediante la palabra. Nosotros somos una poderosa energía, y las palabras como correlato de la energía interior de la conciencia, que otorga el Logos, por lo cual tenemos que enamorarnos de los vocablos, posesionarnos del sentido de las palabras para establecer  ese vínculo entrañable con su forma y su sentido, de manera que podamos acoplar nuestra sensibilidad al caudal de voces y expresiones que esta grandiosa obra recoge para nuestra fortuna. Esa es la gran significación que tienen las palabras…” (pág. 89).

Bruno termina ese  tema con un poema de Vicente Aleixandre, que inicia con estos versos:

La palabra responde, por el mundo.
Hay mañanas en que oímos el mar,
la tierra en ella.

 Solo diré  otro ejemplo para resaltar en el nuevo libro de Bruno, la unidad en la pluralidad. Informa el maestro del Interiorismo que la Real Academia Española cuenta en su base de datos con unas seiscientas mil formas de expresión, cuyo dominio es cuestión de expertos.  Por igual  apunta que  el Diccionario oficial de nuestra lengua registra más de cien mil palabras.

El hablante ordinario puede llegar a dominar cinco mil palabras, mientras  el hablante sin formación escolar podría disponer de dos mil quinientas. Agrega Bruno que un  dominicano culto puede  dominar veinte o veinticinco mil palabras de las cien mil que recoge el Diccionario.

La adquisición del vocabulario se inicia con la infancia, el hogar aporta las palabras clave para la supervivencia y para denotar el vínculo con el entorno: mamá, papá, tía, cama, leche, pipí, agua, pan, perro, carro, colmado, celular…La actitud que asuma el adolescente frente a la lectura determinará en poco  tiempo  el nivel de su caudal lexicográfico.

Rosario Candelier precisa al respecto:

“El conocimiento de la palabra abre el horizonte intelectual, ensancha nuestro horizonte cultural. En la medida en que conocemos nuevas palabras se amplía el horizonte mental y cultural y esa es la ventaja del conocimiento de la lengua. Si se despierta en nosotros la conciencia de la lengua, se va a desarrollar una curiosidad natural  por el conocimiento de la palabra y por el uso ejemplar de la lengua, al momento de aplicar y conseguir lo que se llama el buen decir, que ha sido una aspiración de todos los buenos hablantes del español”. (pág. 44).

Conclusión

El español tiene un perfil que se ha conformado paulatinamente, durante siglos. El Diccionario, la Gramática y la Ortografía rigen para todos los hablantes. Pero la lengua de Cervantes es también la de  Pedro Henríquez Ureña, Rubén Darío,  Jorge Luis Borges, Pablo Neruda,  Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes. En cada país donde es hablado, el español muestra su genio, el que rige para todos, pero también asume peculiaridades, a través del vocabulario y frases que le otorgan tonalidades particulares.

Las variantes operan –señala Bruno- en función de la realidad geográfica, histórica, social y cultural de la región de que se trate. (pág. 337).

El genio de la lengua guarda elementos que parecen tocados por el misterio, pero todos  tienen su explicación.  He hablado al principio del  grupo de palabras que, como  séptimo y  septiembre, proceden del latín,  sin embargo  hay  en nuestra lengua otra familia  de palabras  que lleva la  raíz “sept” que no guarda relación alguna con las derivadas del número siete.

Hablo de séptico, septicemia, septicémico, y otras que   proceden de la raíz griega “septos”, que significa “podredumbre”.  Veamos  las definiciones.

Septicemia. f. Med. Afección generalizada producida por la presencia en la sangre de microorganismos patógenos o de sus toxinas.

Septicémico, ca. (Adjetivo). Perteneciente o relativo a la septicemia.

Séptico, ca. 1. adj. Med. Que produce putrefacción o es causado por ella.2. adj. Med. Que contiene gérmenes patógenos.

Lo contrario de lo séptico es lo aséptico. Pero  antes  hay que hablar de la voz “asepsia”,  palabra que pese a  su raíz griega, nos llegó del francés  “asepsie”. El DLE la define del modo siguiente: f. Med. Ausencia de materia séptica, estado libre de infección.

Con estos ejemplos he querido explicitar  lo que se ha denominado “genio de la lengua”. El concepto genio guarda íntima relación con “idiosincrasia”, palabra que vino del griego con la acepción de “temperamento particular”.  Por no conocer el genio del idioma algunas personas  se extrañan de qué idiosincrasia se escriba con “s” mientras una regla del español manda escribir con “c” las palabras terminadas en “cracia” como democracia, aristocracia, plutocracia, en todas las cuales la terminación “cracia” significa gobierno.  Es claro –indica el genio- que  idiosincrasia no pertenece al grupo de democracia.

Estas reflexiones vienen a cuento a propósito  del  nuevo regalo emanado del  persistente trabajo de Bruno Rosario Candelier en pro de la lengua y la literatura. El genio de la lengua es un  conjunto de textos sobre creatividad, teoría lingüística, consejos en torno al uso del idioma y filosofía de la composición que representan efluvios de sabiduría de un hombre que ha puesto el máximo empeño en transmitir su “veneración sagrada por las palabras”.

Estamos, queridos amigos, en presencia de un libro fundamentalmente motivador,  un libro bien documentado y edificante,  un libro, en fin, capaz de llenar las carencias que padecemos  muchos respecto de la índole de nuestro idioma y de los pasos  necesarios para adquirir la plena conciencia de la lengua y del arte de escribir. Se trata de un libro para ser aprovechado.

©Rafael Peralta Romero

La profecía en El sol secreto, de Ofelia Berrido

Por Miguel Solano

La única que le encuentra razón de ser a la insaciabilidad del viaje es la soledad. Y entonces viene la posesión del momento,  viene “la plaza roja desierta”, porque los poetas  somos los únicos que podemos celebrar “una gira debajo de un palmar”. Y debajo de ese palmar  aparece una soledad que quiere saberlo todo.

¿Casualidad?

En la tarde del primer sábado de noviembre de 2016, el poeta de “Susurros de la Lux”, Eduardo Gautreau de Windt y yo salimos para Peralta, en Azua. Allí nos reuniríamos con Emilia Pereyra y pasaríamos la tarde del sábado y la mañana del domingo ganando naturaleza, poesía y vino que en la ribera del rio Jura Emilia tiene bien acumulada.

Yo iba conduciendo y del equipo de música de la Ford Escape empezó a sonar la canción “Nathalie”, cantada por los chilenos Hermanos Arriagada. La composición es del poeta  francés Pierre Delanoe y  la música del cantante francés Gilbert Becaud. Al escucharla Eduardo empezó a cantarla y a repetirse, lo que todo el mundo se dice cuando escucha ese misterioso poema con música: “¡que canción tan bella!”, “¡que canción tan linda!”, repetí yo, una y otra vez.

El sábado en la noche, comimos, reímos, gozamos, abrimos botellas y bañamos la luna con soleadas polémicas. El domingo un paseo en la montaña y un viaje al rio. Cuando regresamos del rio, Emilia sintió que no encontraba sus lentes y al planteármelo exploramos la posibilidad de que lo hubiese dejado sobre las piedras del Jura. Salimos Emilia y yo hacia el río a buscarlo, inmediatamente. Cuando arrancamos el vehículo nuevamente empezó a sonar “Nathalie” y Emilia comentó: “¡que canción tan bella!” y en la medida que la íbamos escuchando fuimos penetrando en ella, como si penetrásemos en un vacío, como si navegáramos en la mar sin barcos. “y  es una belleza tan misteriosa”, dije yo. “Sí, es bien misteriosa la belleza de esa canción”, comentó Emilia.

Al llegar al rio examinamos nuestras memorias, removimos “el faldón de la pólvora” y recordamos que Eduardo y Emilia se habían quedado conversando mientras yo me había tirado al rio y disfrutado de las poderosas corrientes de agua que bajaban de las cordilleras con “el grito del tambor”. Paseamos cada metro andado anteriormente y no encontramos los lentes, entendimos que habían pasado a formar parte de “el crimen verde”. Regresamos y en la casa, esperándonos, entre “las cenizas del querer” estaban. Los lentes nunca  habían pasado a ser parte del “cóctel de frenesí”, sino que como “el inapelable designio de Dios” fingieron su perdida  para provocar que Emilia y yo conversáramos sobre “Nathalie”: aquello fue un ejemplo vivo de consciente conectado.

La expresión que adoptó Emilia, la mirada que me dio, ese “sí, es bien misteriosa la belleza de esa canción”, se quedaron en mi consciente gravitacional, día y noche, noche y día. Cuando tengo esos momentos clavados en mi alma, palpitando, siempre encuentro como solución salir para San Miguel del Seibo y al entrar en su campo magnético mi consciente conectado encuentra las respuestas.

Unos cinco kilómetros antes de llegar a Hato Mayor, entrando por Los  Hatillos, se toma la carretera que va para San Miguel. Justo cuando la tomé  empezó a soñar la canción “Nathalie”. Voy solo y en la carretera solo tengo como compañía la sombra de los árboles y el aleteo de las aves. Escucho en total concentración la canción y empiezo a entender: “El poema es una profecía”, me digo. Una profecía  tan perfecta y tan  bien lograda que todos pensamos  que se trababa de una alabanza al socialismo, de la perfecta historia de amor.  y sin embargo, era todo lo contrario, era el anuncio de su caída.

El consciente gravitacional  de Delanoe  se había conectado con el futuro y por esa razón, en el 1964, en un período de amplia expansión de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, el poeta vio “la plaza roja desierta”. El poema completo versa así:

La plaza roja desierta

delante de mi Nathalie

Tenía un lindo nombre mi guía: Nathalie…

II

La plaza roja muy blanca

la nieve formaba un tapiz

y yo seguía en aquel frio domingo a Nathalie…

III

Hablaba en francés muy sobrio

de la revolución de octubre

y yo pensaba ya…

que de la Tumba de Lenin

iríamos al café Pushkin

a tomar…un chocolate

IV

La plaza roja desierta

le tome un brazo y sonrió

rubio era el cabello de mi guía: Nathalie…

V

En su pieza de la universidad

un grupo de estudiantes la esperaba impacientes

Reímos, mucho conversamos

querían saberlo todo, Nathalie traducía

Moscú, los llanos de Ucrania y les champs-Elysees,o

de todo se habló

Después cantamos

luego ellos muy alegre

abrieron botellas de champagne de Francia y bailamos.

VI

Cuando todos ya se fueron

estuvo la fiesta en silencio

quede yo solo con mi guía: Nathalie

ya no hubo más pregunta sobre la Revolución de Octubre

ya no estábamos allí

se acabó la Tumba de Lenin

el chocolate del café pushkin

todo, lejos quedo

VII

Que vacía que quedo mi vida

mas sé que un día en París

seré yo quien servirá de guía: Nathalie…

Cada palabra en el poema está colocada en una secuencia profética asombrosa: “La plaza roja desierta…la plaza roja muy blanca, la nieve formaba un tapiz”. Esa plaza roja era el símbolo mundial de una voz y el poeta la vio desierta y blanca formando un tapiz. Tapiz es un “paño grande, tejido con lana o seda, y algunas veces con oro y plata, en el que se copian cuadros y sirve de paramento”, puede ser una “alfombra (‖ tejido con que se cubre el piso)”, pero usada como adjetivo aplica para “una persona que tiene aspecto extraño”. Y esa fue la figura que empezó a mostrar la Revolución de Octubre, en 1964.

“Se acabó la tumba de Lenin, el chocolate del café Pushkin”. El café pushkin ni siquiera existía. Se fundó en 1999, es decir, 35 años después de la canción y como un  homenaje a su fundación en el participó el cantante que hizo famosa la composición: Gilbert Becaud.

“Moscú, los llanos de Ucrania y les champs-Elysees,o”.  Ucrania seria el mayor desafío que tendría el Moscú post soviético y los campos elíseos, la más clara  mirada hacia la libertad

Cuando nuestro consciente se conecta con el futuro trae luz, iluminación y la vida puede verse con una claridad tan meridiana, que el poeta, sin ninguna dudas, puede profetizar lo que viene. Y Pierre Delanoe lo hizo claramente. Al final del poema verso: “Todo, lejos quedó, que vacía que quedó mi vida, mas sé que un día en París, seré yo quien servirá de guía: Nathalie…”

El Código en El sol secreto

La vida creativa de Ofelia Berrido, en el “El Sol Secreto” es una profecía, con algunos matices que  agravan el drama para fortalecerlo.  Cuando el  consciente gravitacional del personaje se conecta con el pasado, no encuentra  respuesta al principal dilema de su  vida: ¡su vocación!, decidir qué hacer con ese cuerpo  que como espíritu se mueve pensando.

El dilema de los personajes no es tanto existencial como la lectura  de la novela puede sugerir. Ya existen y tienen que vivir, aunque sea entre páginas. Las preguntas que se hacen, se las hacen por el dilema vocacional: el personaje quiere saber, lo que tiene que saber y quiere saber qué hacer con lo que ha aprendido, cómo llevarlo de la mano con la vida.

Ofelia nos ofrece una señal en el mismo primer párrafo con el que se inicia la novela:

“Nació flácida, azulada, enjuta, tres días después no aseguraban su vida. Su abuela, la matrona, reunió la familia para orar por su salvación. Imploraban por su restablecimiento; rezos con dobles propósitos pues de no sobrevivir, se transmutarían en guías del alma para traspasar los umbrales de la muerte…”, pág. 1

Luego de pasar el trauma de la migración, la devastación de San Zenón,  Felipe de la Cruz, padre de Lucia,  empieza a tener éxito en la vida económica, pero esos éxitos no traen la luz del Sol, no le traen paz y armonía a su alma y cree descubrir que su vocación es la de pintor.

En la llamada al encuentro con su interior cree descubrir que “Las historias a ser vividas, lo que el destino nos tiene reservado, no lo podemos evitar, no hay escape…”, Pág. 5. Y “Felipe, como acto sagrado, observaba la salida del Sol, tiempo de contemplación de ese círculo infinito, ilimitado, llameante, representación de la fuente de vida, símbolo del espíritu del hombre”, Pág. 6, segundo párrafo.

Erika de Jesús, era su esposa y madre de Lucia, es una “romántica, creía en el amor y la felicidad eterna”. De su constante lectura de “Hamlet”, le quedó, más que ninguna otra cosa, la frase: “Oh, alma mía que quieres librarte y más te pierdes”,pág. 8.

La vida se les torna dolorosa porque el consciente está conectado con el pasado y el pasado no ofrece soluciones al dilema vocacional. La magia ocurre cuando el consciente conectado se encuentra con el futuro, que aunque podría ser incierto, es siempre una propuesta de esperanza. Por esa razón el poema “Nathalie”, termina “Yo sé que seré de guía”.

En los personajes  vive un  universo y en el juego de la vida, los personajes  deciden hacia donde proyectar su luz. Aquí un ejemplo, un muy buen ejemplo,  de cómo funciona el consciente conectado con el futuro:

“…Ah, brillante como la mirada de un recién nacido e igual de profunda. ¿Has visto los ojos de un recién nacido? Tienen una mirada tan profunda, tan centrada, que parecería que vienen de un lugar lejano, mágico, pleno en sabiduría, que vienen llenos de experiencias que contar, que transmitir, pero no, aún no hay forma de comunicarnos.”,  pág. 26. Y esa es la profecía de Ofelia Berrido en “El Sol Secreto”.

El consciente gravitacional no le gusta el lenguaje directo, prefiere el juego en el lenguaje, los códigos secretos, las claves. El consciente gravitacional está ahí, como diría don Bruno Rosario Candelir, “en la cantera del universo”. Y está esperando a que el consciente conectado entre en juego y descifre los códigos.

La novela empezó con la paradoja de una luz que nace muriendo y termina con la paradoja de un apagón que se fuga.  “El Sol Secreto”, sale por primera vez en el 2006, es la primera obra narrativa  de  Ofelia Berrido.  Como narradora omnisciente, Ofelia Berrido tuvo que desarrollar 15 capítulos, en 151 páginas, para contar la historia de Lucia y su familia. Y en esa historia, en la página 26, hay un extraño código revelado, quizás “El Infiel”, o “Pájaros del olvido”, tal vez.

©Miguel Solano
Centro Espiritual San Juan de la Cruz,
Moca/La Vega, Rep Dom,
Noviembre 28/29 de 2016.

Mitología y simbolismos en el lenguaje de El infiel

Por Emilia Pereyra

El infiel, la segunda narración publicada por la escritora Ofelia Berrido, sobre el controversial tema de la traición que pervive en todos los estratos sociales y en todas las épocas,  se inscribe en el  campo de la novela psicológica que exige una peculiar habilidad para explorar las interioridades de los personajes.

En ese caso, la autora navega en las honduras de varios arquetipos y no solo retrata la psicología de los protagonistas. Igualmente, se percibe su interés en  aprehender y revelar las substancias de los espacios etéreos, lo que poco narradores se aventuran a hacer, ya que a pesar de que somos cuerpo, mente y espíritu, solo los creadores de elevada sensibilidad y conexión con la espiritualidad se atreven a explorar el alma, lo cual dota a sus obras de mayor profundidad relacionada con el campo de lo sutil.

En ese caso, la narradora, ensayista y poeta ha bebido en las fuentes del Numen, que  según ha explicado el maestro Bruno Rosario Candelier, en Metafísica de  la conciencia, es la cantera de la sabiduría espiritual del Universo a la que pueden acceder poetas, contemplativos y místicos.

La historia de Berrido versa sobre un triángulo amoroso y aborda no solo el adulterio con sus devastadoras consecuencias, sino el efecto  pernicioso de la mentira, de la traición al otro y  a uno mismo, y los daños que causan la deshonestidad y la ambición desmedidas.

¿Es una novela moralista? No. Es una obra sobre el drama del ser,  de sus  debilidades y acerca de  la ruptura interior y las laceraciones del espíritu. Es una narración sobre lo terrenal y lo espiritual. La autora no adoctrina ni aconseja. Muestra, revela y desnuda las consecuencias causadas por la deshonestidad y a través de su prosa podemos observar el fluir de los sentimientos y las turbulencias de las emociones.

A pesar de que los une un amor prohibido, que ellos consideran puro,  Arturo Amador  y Francesca Lomonte no son amantes ordinarios y sublimizan su pasión. Habitan en su propio parnaso, danzando ante el fulgor de las estrellas. Se ven como “almas inmortales conociendo los deleites del paraíso, muestra de amor eterno, puro y único. Amor Universal que se muestra al mundo en ese  instante de plenitud y gozo: pulsación del Todo”. (p.40).

El lenguaje, predominantemente estándar, está enriquecido con simbolismos e imágenes literarias y se manifiesta en una prosa bien cuidada, que caracteriza la novela. En consecuencia, el buen escribir se halla al servicio de una continua exploración interior que la autora inicia desde los primeros párrafos hasta finalizar el relato de la tragedia de Arturo, Francesca y Norma, la esposa traicionada.

Los personajes principales son educados y reflexivos y pertenecen a la clase media alta. Por ende, no encontramos locuciones propias de los sectores populares de la República Dominicana, ámbito geográfico de la narración, pero sí leemos algunos dominicanismos, que anclan con la cultura vernácula, como son las palabras yipeta y amargue, o expresiones como “botar el golpe”.

Berrido explora el inconsciente, la mente y el alma, estadios relacionados a la dimensión espiritual del ser, a la que todos tenemos acceso, porque forma parte de nosotros, pero que muchos cultores de la narrativa eluden y se concentran solo en las impresiones activadas por  los sentidos,  por temor o desconocimiento acerca de las vastas posibilidades creativas que nos da la inmersión en los cosmos analizados por  Freud, Jung, Lacan y otros estudiosos y en los objetos de estudio de varias filosofías,  como el hinduismo y el taoísmo.

Los personajes de El infiel viven angustiados. Posen gran densidad psicológica,  y la voz narradora tiene plena consciencia de que una de sus tareas es remover los sustratos para penetrar en el inconsciente e indagar en la naturaleza espiritual.

Los protagonistas giran en torno a conflictos que los superan. Por ejemplo, Arturo, un hombre débil de carácter,  tiene mucha capacidad introspectiva y  tiende evaluar y a cuestionar sentimientos, emociones y posturas. Por su lado, la deseada Francesca se desgarra debido a sus propias dudas, a la irregular y confusa situación en la que la sumerge su apasionada relación con un hombre casado, que no acaba de dejar a la esposa, una mujer que pese a saberse engañada prefiere padecer y batallar antes que renunciar  a su estatus.

La poderosa voz narradora predominante, omnisciente en tercera persona, describe con minuciosidad las sensaciones e imágenes que despiertan los sentidos. Al referirse a Arturo, cuando se halla ante el cadáver de la amada, relata: “Se sentía mareado, desfallecía en aquel lugar de olores fuertes: el formol de la muerte, el olor rancio a cadáver conservado por los hombres de ciencia. Ese olor sinónimo de consistencia dura, pero resbaladiza, sensación de hule y de cuero curtido; olor inolvidable a la muerte conservada”. (p.34).

Otra muestra de la manifestación sensorial la encontramos en una escena sobre Podermesky,  personaje secundario caracterizado por su peculiar pedantería, que gana relevancia en el último tramo de la novela. Al respecto la voz narradora describe: “Paladeaba su dulzor leve y los fuertes sabores a nueces y especias dulces, cada bocanada viajaba por los pasajes ocultos de las papilas de su boca y lo incitaba a rememorar las tierras fértiles del Cibao y Villa González…” (p.45).

Simbolismo y drama

La autora escribe: “El niño envuelto en el velo de Isis nadó entre las aguas del Mar Rojo, y pasando a través de una caverna estrecha dejaba la seguridad del vientre, casa, alimentación y amor por lo desconocido. Surgió de la oscuridad acogedora de los tiempos a una luz cegadora que alumbraba un mundo misterioso y hostil. Aquel día, el llanto desesperado de aquella alma encarnada marcó la separación  de su madre y su expulsión del paraíso. ¿Qué sería de él ahora? El recién nacido no sabía a qué se enfrentaría  y, a medida que pasaban las horas, sentía un miedo y una angustia que se eternizarían”. (p.27).

Superponiendo sutiles capas simbólicas,  en relación a la revelación de la luz, se nos narra el nacimiento de Arturo, cuando se produce la primera separación de un ser entrañable que experimenta en su vida.

El simbolismo, el mito y el lenguaje del inconsciente se unen para revelarnos al estado evocativo del amante, afectado por el inesperada muerte: “Soñaba con la amada, con el sonido de su voz embriagadora y eterna, única e insustituible; soñaba con el círculo perfecto, sin principio ni fin; con el gran amor que libera esta vida de luchas y sufrimientos, donde se encontraba atado por una malla tan fuerte que no la podía romper tan fina que no la podía ver…” (p.35).

El infiel es una obra poblada además por míticos dioses del Olimpo, en la que se alude a deidades como Eros (omnipotencia griega,  surgida del caos, representativa del amor y del sexo)  y  Neptuno (señor romano de las nubes y de la lluvia), cuyas cualidades se les transmutan a elementos de la naturaleza como el viento y el mar,  con el que relaciona a Francesca, la hermosa trigueña nacida en la “exuberante península de Samaná cerca de la soleada bahía de cristalino mar” (p.37).

Precisamente la fuerza de Eros, reflejada en las turbulencias del amor contrariado entre los amantes, se desborda continuamente en el relato dividido en siete capítulos y escrito en 202 páginas. Por tanto,  se describe la  consumación de esa pasión. “Le gustaba amarla; su amor lo embriagaba y más allá de eso nada existía. Francesca, sensible y expresiva, acariciaba suavemente las más recónditas veredas del cuerpo de Arturo, que yacía inmóvil, envuelto en el júbilo supremo que solo ofrece el amor. Regocijo puro, inocente y vital. Contacto y roce, fuente de humedad germinal”. (p.39).

La pujanza de Neptuno, el mismo Poseidón de la mitología romana, sacude la interioridad de los personajes y los mantiene en constante turbulencia. Por eso no prevalecen la paz ni la armonía entre los amantes aunque los escalda el amor elevado, lo cual se expresa en fulgurantes imágenes con las que la autora transmite el ardor de los sentimientos en juego.

El simbolismo, también se manifiesta en el relato sobre el momento en que Arturo le entrega a Francesa una alhaja: “Magnífico anillo incrustado sobre una elevación cuadrada de terciopelo azul: cuadratura perfecta. El cuadro dentro del círculo: la ‘seidad’ ilimitada. Era un aro de cadenas, un circulo sin principio ni fin, una alianza, una promesa; símbolo de la inmortalidad, de la armonía universal; manifestación de la divinidad. Amor. Ella, feliz, lo miró con ternura y tras un fuerte y prolongado abrazo planearon sus vidas juntos” (págs. 59-60).

La palabra sentenciosa

La fuerza de ley de la palabra se resalta en esta novela cuando el padre de Arturo lo hace asegurarle, mirándolo a los ojos, que nunca dejará de cumplir las promesas que haga a lo largo de su vida, arguyendo:  “La palabra es sagrada, es lo único que nos diferencia de los animales” (p.29).

Posteriormente, Francesca le reprocha a su amante que use las palabras como instrumento de seducción sin medir consecuencias, y le recalca: “La palabra es algo serio… atesora una enorme fuerza que solo se manifiesta cuando alguien la pronuncia: es creadora de formas, de orden y de mundos; da vida y da muerte y yo ya apenas puedo respirar, me ahogo, me estás matando…” (p.154).

A pesar de que la novela, de claro perfil interiorista,  gira en torno a un argumento estremecedor y  tiene personajes bien esculpidos,  inicio dramático,  final insospechado y posee descripciones coloridas, continuamente estimula la abstracción, el pensamiento y la exploración interior, lo que probablemente desconcierte a ciertos lectores, más  acostumbrados al estremecimiento causado por la carne que a la búsqueda de las sutilezas del espíritu.

Con la escritura de la novela El infiel, la narradora Ofelia Berrido ha ahondado en las  emociones y explorado la amplia espiritualidad de la que forman parte sus personajes, prototipos del todo, y lo ha hecho con el lenguaje del simbolismo  y de los sentidos,  brindándonos un viaje narrativo singular,  propio de su talante introspectivo y dador.

Notas:

1. Ofelia Berrido, El infiel, Santo Domingo, Editorial Letra Gráfica, Búho, 2012. p. 40
2. Ibídem, 34.
3. Ibídem, págs.45
4. Ibídem,27
5. Ibídem,35
6. Ibídem,37
7. Ibídem,39
8. Ibídem, págs. p.59-60
9. Ibídem,29
10. Ibídem,154

11. Bruno Rosario Candelier, Metafísica de la conciencia Santo Domingo, Amigo del Hogar, 2016.

© 2017, Emilia Pereyra
Santo Cerro, La Vega, República Dominicana
26 de noviembre de 2016.

 

La universalidad en lo individual: sobre la novela El infiel, de Ofelia Berrido

Por Manuel Salvador Gautier

En la novela El infiel (1) de Ofelia Berrido hay dos historias que se superponen, aunque, en realidad, una es consecuencia de la otra. Esto se debe a que la autora usa la técnica de dividir la segunda historia en dos partes; una que da inicio a la novela y otra que la termina, creando intertextualidad entre las dos historias y una tensión que, a través de la lectura de la obra, mantiene al lector atento a determinar cuáles son las conexiones entre las dos. Y este es, precisamente, el propósito de la autora al adoptar esta técnica. Si la segunda historia hubiese seguido a la primera, habría sido, hasta cierto punto, previsible, quizás hasta inconsecuente. Con este manejo de la obra, la autora estimula al lector a interesarse en la lectura de la obra desde los primeros párrafos.

La primera historia trata la infidelidad de un hombre casado, que se involucra con una joven a la que hace su amante, en un intercambio intenso de experiencias desgarradoras entre los protagonistas. La segunda historia, consecuencia de la primera, es el asesinato de la amante, que, desde el inicio de la novela, es investigado en forma detectivesca por agentes de la policía. El manejo literario entre ambas partes es distinto. En la segunda historia, la trama es cerrada, compacta, opuesta a la trama abierta de la primera, donde se dan historias paralelas, interiorizaciones, descripciones, disquisiciones y otros recursos narrativos. En esa segunda parte hay más diálogos y los personajes actúan con mayor soltura, en una trama dirigida a descubrir el autor del crimen, y hay un final inesperado. Recuerda las historias geniales de los crímenes presentados en la serie de televisión Crime Scene Investigation (CSI Miami, CSI New York), donde un jefe de detectives y su equipo van paso por paso descubriendo pistas y analizándolas; investigando sospechosos, descartándolos y dejándolos ir, hasta encontrar al verdadero culpable.

Sobre la infidelidad en la literatura hay mucho que decir.

Tenemos el adulterio de la griega Helena con el troyano París, en La Ilíada de Homero, que causó la destrucción de Troya. El castigo dado a este ultraje al marido resulta sorprendentemente desproporcionado, si estudiamos la mitología griega, donde encontramos a varios de sus dioses infieles a sus parejas, en especial, a su dios principal, Zeus, que comete adulterio con todas las mujeres que le placía, a veces personificándose como el esposo para engañar a la víctima. Parece más bien que este adulterio fue utilizado por los griegos como acicate para invadir a un rival marítimo con el cual había un pleito pendiente. Lo que entendemos de toda esta historia es que la infidelidad en Grecia era un asunto grave, que comportaba castigo, pero por razones básicamente pasionales o sociológicas (la mujer podía salir encinta de otro hombre que no fuera su marido, como tantas veces logró Zeus, engendrando semidioses como Heracles y Perseo).

En la Biblia judeocristiana, que es la base religiosa de otro de los principales grupos forjadores de la civilización occidental, la razón para aplicar el castigo es otra. Entre los diez mandamientos que Dios entrega a Moisés para conseguir que los humanos convivan adecuadamente está: “No desearás la mujer de tu prójimo ni codiciarás su casa, su campo, su sierva, su buey o su asno: nada que sea de tu prójimo”, que establece el respeto al derecho a la propiedad del otro; pero también prohíbe al hombre conquistar o seducir a la mujer casada. Con este requerimiento moral, la infidelidad fue convertida en oprobio social. Sin embargo, la misma Biblia trata sobre una de las infidelidades más notorias de una época: la de Betsabé, amancebada con el rey David, casada con el soldado hitita Urías. David desobedeció el mandamiento de Dios con el fin de poseer a la mujer ajena que lo cautivaba; en su apasionamiento, incluyó mandar a matar al marido para legalizar su pecado en un matrimonio con la adúltera. Supuestamente Dios castigó a David por cometer esta infidelidad, haciéndolo pasar por una serie de vicisitudes tales como la muerte del hijo adúltero, una guerra civil y otras peripecias. En realidad, David era un pecador impenitente que sabía que Dios (o sea, los sacerdotes y potentados judíos) le perdonaría cada acto que cometiera contra sus mandamientos, puesto que lo importante para Este (y ellos) era que él impusiera el poder del pueblo judío en el territorio que habitaba. Sabedor de esta verdad, David seguía pecando sin pudor alguno; inclusive, en otra instancia, mandó a matar a uno de sus hijos. En definitiva, la infidelidad quedó impune. El castigo de Dios fue más bien a la sociedad que David rigió, que tuvo que soportar todos sus desmanes.

Desde entonces, la literatura se encargará de señalar de qué manera cambia la apreciación de la infidelidad en la sociedad occidental.

En 1782, Pierre Choderlos de Laclos publicó su novela Las amistades peligrosas, donde expuso la actitud de una sociedad permisiva, desaforada y corrompida, como la que implantó la nobleza francesa de finales de siglo XVIII, derrocada, eventualmente, por la revolución francesa. En esta novela se narra el duelo perverso y libertino de dos nobles, la Marquesa de Merteuil y el Vizconde de Valmont, que apuestan sobre si el Vizconde podrá seducir o no a doncellas vírgenes y mujeres casadas de su misma clase, supuestamente inmunes a estos acosos por sus virtudes morales, lo cual el hombre logra. En esta sociedad es obvio que el mandamiento contra el adulterio establecido en la Biblia ha sido desobedecido sin mayores escrúpulos y sustituido por el disfrute personal, erótico y, además, irresponsable, ya que las seducciones del Vizconde hunden en la ruina moral y social a las mujeres que este escoge.

En 1856, Gustavo Flaubert publicó a Madame Bovary, una obra maestra. En esta novela, la protagonista, cansada de un marido aburrido, busca refugio en un estudiante divertido que la atrae y que, tras un tiempo, la traiciona y la abandona. Este inconveniente no la detiene. Ella sigue con otros hombres en la búsqueda de su plenitud como mujer, hasta darse cuenta que el problema que la acosa no está en ella, sino en la sociedad existente, que no ofrece nada a la mujer, y se suicida. Flaubert hace una crítica a la sociedad burguesa, que surge en Francia con posterioridad a la revolución burguesa y al gobierno absolutista de Napoleón, y cuestiona una moralidad que impide a la mujer realizarse como lo hace un hombre, lo cual la obliga a someterse a este o desaparecer como ser humano. Es el comienzo de la lucha por la igualdad de la mujer con el hombre en la civilización occidental y un señalamiento de que ya no bastan los mandamientos judeocristianos machistas, establecidos originalmente para organizar a la sociedad.

Dos décadas después, en 1877, León Tolstoi publicó una de sus obras maestras, la novela Ana Karenina, una historia donde la mujer infiel, enamorada de su amante, un hombre que pertenece a la misma clase social que ella, abandona al marido y al hijo pequeño, pretende el divorcio para legalizar su nuevo emparejamiento, y termina suicidándose ante al rechazo de una sociedad cerrada, como la rusa de la clase pudiente de entonces, que, hipócritamente, considera la infidelidad un oprobio y, en la pareja infiel, castiga a la mujer con la expulsión, mientras acepta al hombre con tal de que este simule someterse a su ordenamiento social. Tolstoi expone a una sociedad que parece acatar los mandamientos morales judeocristianos, pero que, en realidad, despoja a la mujer de todos sus derechos como ser humano.

En estas historias, el sentido de culpa y de pecado de los protagonistas infieles va variando desde el uso político que le dan los griegos, a la impunidad del hombre en la visón machista del mundo judío de David, a la confrontación con la moralidad judeocristiana en la corte de Francia del siglo XVIII, a la lucha por el reconocimiento de los derechos de la mujer en el siglo XIX, para que esta actúe según su propio criterio y no en obediencia a cánones machistas.

Es notorio que en las dos novelas más admiradas sobre el adulterio, escritas en el siglo XIX con el fin de defender los derechos de la mujer, las dos protagonistas se suicidan, agobiadas por el peso condenatorio de sociedades que no le dan cabida. En la novela de Ofelia Berrido, la protagonista es asesinada. ¿Tiene esto algún significado en cuanto a la actitud de las sociedades occidentales del siglo XXI hacia el adulterio?

Lo tiene. Con la novela El infiel, de Ofelia Berrido, se entra a una variación más sobre la relación del adulterio con los mandamientos judeocristianos. El sentido de moralidad que estos establecieron ha desaparecido. Los adúlteros no sienten que hay pecado ni culpa en su relación. Francesca, la amante, se da al hombre del que se ha enamorado sin averiguar si es casado o no, con la inocencia de una entrega de buena voluntad, simplemente por la poderosa atracción que siente por él. El narrador nos dice: “Francesca pensaba que aquella unión intensa y profunda; aquel reconocerse, aquel entendimiento de sus espíritus guarnecidos en la carne solo podía provenir de algún otro lugar, de alguna otra vida; todo era demasiado puro, demasiado bello, demasiado rotundo. Y así aquel amor se convirtió en alimento sagrado: miel, maná del desierto y néctar de ambrosía caídos del cielo, muestra de lo absoluto” (p. 60). En cambio, Arturo, el amante casado, entra en la relación cautivado por los sentimientos de intenso amor que ella despierta en él, diferentes a los que siente por la esposa, con quien tiene una relación de rutinas diarias y acomodo a la vida. “Arturo, quien había vivido en el mundo de las conveniencias disfrazado de hombre de negocios, en ocasiones implacable y cubierto por una máscara de hierro, ahora se sentía diferente y capaz de hacer cosas que nunca pensó. Se acercaba a su verdadero ser e inesperados ímpetus impulsaban su vida. Al lado de Francesca , su nuevo y gran amor, cambiaba día a día, se transmutaba lentamente, sentía que se construía en el tiempo y luego, cuando la borrachera de amor cedía -al menos un poco- sentía que volvía a ser el otro, pero mejorado” (pp. 61 y 62).

Estas posiciones del hombre y la mujer de principios del siglo XXI, muy afín a la actitud pasional  de los griegos y a la erótica del XVII,  se debe a que, en el siglo XX, la doble moralidad que rigió las sociedades victorianas del siglo XIX fue confrontada por las nuevas generaciones que experimentaron dos guerras mundiales y entendieron que la vida había que vivirla antes de que alguien los enviara a morir a un campo de batalla sin entender bien la razón de ello. Surgió Vietnam y las protestas de la juventud norteamericana, la generación de la contracultura de los beatniks y de los hijos de las flores. Se dio la misma permisibilidad abierta e irrestricta de la sociedad cortesana francesa del siglo XVIII, pero sin ataduras morales, sin confrontación con los mandamientos judeocristianos. En estas sociedades, se reconoce que se vivirá y se morirá dentro de un tiempo dado, que la existencia es una y hay que aprovecharla al máximo. Y, precisamente, vivir el momento en el aquí y ahora es la filosofía que permea las decisiones de los protagonistas de El infiel; es el espíritu planteado en la relación entre Arturo, el adúltero, y Francesca, la amante. Sin embargo, la adopción de esta actitud tiene implicaciones secundarias de los cuales los amates no se cuidan. La autora decide recordárselo colocándole al lado personas que tratarán de traerlos a la realidad, un amigo a él y una amiga a ella. Estas personas harán el papel de censores de una relación que consideran dañina para ambos, pues aunque con esta no cometen moralmente ningún pecado, sí arruinan sus propias vidas y las de otros seres cercanos.

En El infiel estamos, entonces, ante una variación literaria del adulterio consecuencia de la nueva actitud ante la vida tomada por las generaciones contemporáneas. Francesca, la amante, es asesinada, no para que pague su culpa por haber cometido adulterio y no porque la sociedad la rechaza, sino porque con su relación con Arturo atropella el espacio de otra persona, que no acepta esta intromisión. Entendemos la preocupación de la autora. Hoy en día, el mundo occidental está inmerso en un hedonismo egoísta, donde las relaciones humanas se rigen por la conveniencia de cada cual, a pesar de que se encubra con pretensiones de logros personales e, inclusive, con momentos de identificación con Dios. La realidad es que, en la actualidad, el adulterio se ha convertido en un asunto personal y no social o comunitario.

En El infiel, se propone poner un freno a las pasiones personales para que la sociedad no continúe empantanada en ese mundo caótico en el cual las apetencias de cada cual priman por encima de la responsabilidad del sujeto ante la comunidad. Pero eso ya se había señalado desde los tiempos de la Biblia.

¿Debemos, entonces, volver a la rígida moralidad machista que nos impone Moisés en su tabla escrita a fuego por Dios?

No es el mensaje de la obra de Ofelia Berrido. En esta, Francesca es una enamorada idealista que se sumerge en su propia fantasía; Arturo es un realista, disciplinado y dominante, un infiel consciente de lo que hace. Parecería una relación egoísta, de una espiritualidad acomodada a los sentimientos de cada uno. Sospechamos que no lo es cuando, en un momento de distención, Francesca participa en una ceremonia Zen con su amiga más íntima: “(…) Habían conocido años atrás la ceremonia Zen. Desde entonces hacían el ritual como era debido, preparaban el té con atención a los detalles, concentradas, viviendo el momento en el aquí y ahora, apreciando sus alrededores, la belleza del entorno y haciéndose uno con él. Estar ahí presente en cada movimiento y ser felices en ese preciso instante, en ese momento único de meditación era importante para ellas. Sabían que ese momento, una vez terminado, jamás regresaría, nunca se repetiría igual, porque cada momento y cada acción es única en el tiempo” (p. 81).

La autora plantea que, en el mundo ecuménico actual, hay alternativas a la propuesta moral judeocristiana. Con la introducción de los principios de la filosofía Zen en la novela, señala que la salida a todo este desparpajo humano está en deponer los intereses individuales y, a través de una interiorización personal, acercarse a la pureza universal y establecer una comunicación trascendente con los otros seres que existen sobre la tierra. El hecho de que sus protagonistas sean individuos muy distintos, ella, una idealista, él, un realista, implica que todos podemos tener acogida en ese ámbito presentido. La liberación del hombre y de la mujer, entonces, debe asumirse de manera responsable, personal. Esta es la moralidad que debe predominar para establecer las nuevas relaciones humanas en un mundo cada vez más complejo. Si no, como bien señala la novela, otros nos destruirán para lograr lo que ellos quieren.

En conclusión, la novela El Infiel, de Ofelia Berrido, nos enfrenta a una realidad de la cual muchos, quizás, aún no nos hemos percatado: Las relaciones humanas han cambiado tanto en los últimos cien años que, de alguna manera, para poder convivir con los demás, estamos obligados a hacer una revaluación de nuestros principios morales.

© 2017, Manuel Salvador Gautier

La clave mística de un diario novelado El sol secreto, de Ofelia Berrido

 

Por Bruno Rosario Candelier 

A León David,
alucinado por el enigma del Misterio.

 

Fue a través de un artículo de Aristófanes Urbáez publicado en su columna “El Roedor”, del Listín Diario, como me enteré de la existencia de El Sol secreto, de Ofelia Berrido. Los elogiosos comentarios del reconocido analista dominicano motivaron mi curiosidad para conocer la obra de esta nueva novelista de las letras dominicanas.

Con Ofelia Berrido emerge una nueva voz, vigorosa y refrescante, al escenario novelístico nacional. Dotada de una honda intuición, agraciada con una fina sensibilidad y prevalida de una sólida espiritualidad, esta escritora enriquece el horizonte de nuestra novelística con la veta de su cosmovisión y la forma de su verbalización (1).

En efecto, la historia de El Sol secreto (2) constituye una novela testimonial de introspección psicológica y especulación metafísica enfocada desde una visión femenina con un horizonte mental abierto, iluminador y sugerente.

Ofelia Berrido sintió la necesidad de escribir cuando comprendió que una fuerza interior la llamaba a testimoniar su propia percepción del mundo mediante el arte del novelar. Concitada por sus inquietudes intelectuales y estéticas, canalizó el torrente de interrogantes filosóficas, psicológicas y espirituales, que la abstraía del “mundanal ruido” y la sumía en el ámbito ideal de la realidad estética y el espacio fecundo de la realidad trascendente que conforman las más hermosas vivencias de la interioridad.

   La escritora siente que una fuerza motivadora y creativa es la base de la apelación personal manifestándose en nuestra escritora en los siguientes términos conceptuales:

1. Atracción por la belleza y el misterio, con el sentido de lo viviente.

2. Conciencia de los poderes de la sensibilidad -el sentido estético, el sentido cósmico y el sentido místico- que convidan su intelecto, su pasión y su voluntad.

3. Valoración de los reclamos del espíritu, con un sentido específico que otorga un ideal a su obra.

4. Convicción de que cuanto hace, procura cumplir su rol en la vida, cumplimentando el destino que la aguarda.

 

En una entrevista publicada en el suplemento cultural “Areíto”, Ofelia Berrido reveló: “Escribí El Sol secreto en el año 1992 (…). En aquel tiempo tuve una idea, una visión poderosa que me secuestró, que se fue incubando y tomando forma. De golpe, sentí que fui impulsada por una energía especial que se intensificaba. Actualmente, pienso que no era más que la manifestación del principio creativo. Entonces vino el accionar: trabajar, darle forma y luego vaciar mis sentimientos se convirtió en algo imperativo” (3).

La realidad de esa “energía especial” maravilló a la narradora al percatarse de la fuerte apelación del principio creativo. Es importante, desde luego, distinguir la diferencia entre las dos grandes modalidades del poder de la creatividad: la ENERGÍA INTERIOR y el IMPULSO DE CREACIÓN. Por “energía interior” entiendo la fuerza y el aliento proveniente del Eros que llevamos dentro y que se manifiesta en el deseo de vivir, la capacidad de luchar, el poder para crear y la necesidad de medrar. Esa energía interior propicia el “impulso de creación”, motor para la acción y principio para la creación. El principio creativo, como semilla fecundante de la creatividad, demanda un canal expresivo que dé rienda suelta a la potencia creadora. Al comprender esa realidad, la propia autora escribe su testimonio en la novela:

“Cuando asumí que todos somos depositarios de múltiples roles en la vida, fue para mí un momento de revelación. Siempre me había sentido como un rompecabezas al que le faltan algunas piezas. Es decir, no había integridad, no entendía el concepto del “yo verdadero” y me sentía enajenada, pero sólo al entender el juego de roles, comprendí o, por lo menos, creo entender. Mis acciones y reacciones representan a mi persona inmersa en un tiempo y circunstancias específicas, que me tocan, me mueven y conmueven, que me lanzan a una acción determinada, única, fruto del contexto en que me tocó vivirlas. No siento que yo sea mis acciones, yo las ejecuto, pero no son “yo”, yo soy más que eso, soy la que con el paso del tiempo aprende y cambia. Me siento parte del eterno cambio, no estática ni encasillada sino en un eterno fluir” (4).

La narradora se vale de la forma escritural del diario para contar sus vivencias entrañables, enfocando la realidad de su mundo interior, que contrasta con su propia realidad existencial. En cada una de las páginas de este diario novelado fluyen sus ideas y creencias, sus descripciones y enfoques de visiones y su valoración del mundo desde una definida concepción espiritual.

A través del diario novelado la narradora canalizó la búsqueda de su razón de ser, mediante una introspección. De esa manera plasma su cosmovisión con sus concepciones, creencias y valores que determinan su percepción de la realidad, la historia y la vida. Su talante visionario se revela en los siguientes rasgos: 1. Visión de la dimensión trascendente fundada en una metafísica lo viviente en su expresión estética, cósmica y mística. 2. Valoración de lo real con una actitud de identificación y coparticipación de la emisora de la narración con el ser del mundo. 3. Creencia de que todo forma parte de la Totalidad con un destino final de integración a la fuente original. 4. Convicción de que cuanto existe, incluida nuestra vida, tiene una razón de ser, un valor profundo y un sentido trascendente.

Nuestra escritora está consciente de que a través de la escritura encauza sus intuiciones y vivencias, al tiempo que se revela a sí misma en virtud del poder comunicante de la palabra: “Aunque en el momento de creación el escritor se mueve en un mundo físico, es el mundo de los sentimientos, de lo espiritual y del alma lo que lo impulsa y es de ahí de donde surge el producto final” (5).

Al subrayar que la vida tiene un ordenamiento y un sentido, como lo manifiesta el Universo, la narradora escribe: “(…) si observamos con detenimiento el sol, las estrellas, las plantas, las montañas… es demasiada perfección, todo esto debe tener un fin muy claro, muy definido, muy importante, totalmente trascendente.  La nada… y ante la nada el todo, y el todo en la esencia es vida, y vida es existencia, y la existencia concreta… Y vuelta a la nada el no ser. ¿Y qué de la existencia no comprobable? ¿Cuántas cosas fueron invisibles a los ojos humanos, hasta que el escrutinio científico lo hizo evidente con sus instrumentos ultra sensitivos desarrollados a través de décadas?” (6).

Esta novelista dominicana está consciente del rol de la sensibilidad y ella misma expresa que ha abierto un cauce expresivo a través de su obra narrativa. Justamente, la sensibilidad es la facultad mediante la cual sentimos y experimentamos la pasión por la vida y el ideal trascendente, dimensiones que atrapa y subyuga la vena sensitiva de esta narradora e intelectual dominicana, de cuya obra he inferido sus rasgos distintivos: 1. Percepción de la belleza sensorial y la belleza sutil que cautiva el talante trascendente de su caudalosa sensibilidad. 2. Valoración de la faceta originaria, fresca y prístina de lo viviente, que atraen sus sentidos provocando un impacto en su conciencia. 3. Empatía universal con la que despierta sus sentimientos de empatía y de piedad hacia lo existente. 4. Percepción y disfrute del encanto estético de lo sensorial participando de la energía interior que el arte genera, despliega y concita.

La autora, en verdad, se siente partícipe de lo viviente y una vocación de amor la invita a testimoniar sus vivencias entrañables. Escribe “para que se develen ante mí los secretos y, además, como una forma de expulsar los fantasmas de mi alma, es decir, todo aquello que me hace sufrir: los dolores personales y las injusticias sociales. Escribo para irradiar lo malo y oscuro que tengo dentro y lo que me rodea y me impide vivir una vida armoniosa”. Y, desde luego, escribe para encontrarse “con esa parte del inconsciente que sólo a través del arte se manifiesta a plenitud” (7).

Su novela enfatiza la valoración de Ofelia Berrido por el arte, no solo por las emociones que expresa, sino por la fruición que desata y la energía que libera, capaz de “conectarse con todo el dolor que hay dentro de nosotros y sacarlo a flote y erradicarlo a través de la belleza” (8).

La manifestación de su talento intuitivo se expresa en El Sol secreto con los atributos de su creación en los siguientes aspectos: 1. Auscultación del lenguaje del yo profundo, mediante el eco de la voz personal y la voz universal, plasmado mediante el procedimiento narrativo del diario íntimo. 2. Expresión diáfana y lúcida de una narración fluida con el lenguaje que comunica los hallazgos de su intuición y la hondura de sus conceptuaciones estéticas, psicológicas y metafísicas. 3. Testimonio narrativo de un desahogo subjetivo evidenciado mediante la relación de un diario y vías epistolares canalizadores de conflictos interiores, angustias e interrogantes sobre los secretos del Cosmos y los misterios de la vida. 4. Construcción de un mundo narrativo a través de una introspección al yo profundo para conocer el sentido y el misterio de lo existente.

Esta novela de Ofelia Berrido da cuenta cabal de la búsqueda interior que mueve la inteligencia y la sensibilidad de la novelista con su anhelo de expansión de la conciencia a través del ascenso del espíritu.

El siguiente pasaje, centrado en la contemplación de sí mismo ante el espejo, no solo describe el aspecto físico de la narradora sino un boceto de su interioridad, propio de la técnica del retrato, al modo de una radiografía espiritual del interior de sí misma:

“Me gustan los espejos, me veo en ellos y soy pero no soy. Yo estoy aquí, me puedo tocar y esa, ahí en el espejo, es igual a mí, pero irreal; un reflejo y toco el espejo y me toco, sin tocarme. Así, como el yo que creemos ser, no es real, porque lo que verdaderamente somos no es lo que está ahí para ser observado por los demás. Esa imagen del espejo, esa de pelo y ojos claros; esa de mirada triste; esa de nariz fina y labios gruesos; esa de respiración profunda, pero lenta: esa no soy yo. Lo que soy, está oculto, no lo he podido conocer y ¡cuánto lo anhelo! Espejo, espejo en la pared: ¿quién es esa que no se ve?” (9).

El pasaje trascrito pone de manifiesto que estamos ante una escritora con clara capacidad de introspección psicológica y obvio talento para el reclamo profundo de la vida interior en su expresión intelectual, afectiva y espiritual. La narradora ausculta la interioridad de su criatura imaginaria revelando su tendencia estética y su conciencia metafísica, con una obvia inclinación hacia el crecimiento del espíritu. La sensibilidad de Ofelia Berrido proyecta en su escritura los grados de conciencia espiritual según los parámetros del crecimiento humano.

La autora de esta novela no es una figura superficial y vana, sino una mujer con un alto desarrollo de su personalidad metafísica y un claro perfil de su conciencia trascendente.

1. La CONCIENCIA ESTÉTICA se funda en la percepción sensorial de lo viviente. Dicha conciencia se proyecta, desde la narradora, con intensidad y primor, de tal manera que se pueden percibir los datos sensoriales de las cosas con la belleza y el fulgor de lo viviente, y un consecuente sentimiento de exaltación de la Creación. La protagonista de El Sol secreto, bajo el nombre de Lucía, va tomando anotaciones de cuanto le sucede en la vida, y lo primero que le llama la atención, al indagar su propio ser, es su fruición de las cosas sencillas, naturales y simples, al tiempo que aprecia su valor con su despliegue sensorial mediante la contemplación de una puesta de sol y sus colores brillantes, con la sensación de la nostalgia ante el ocaso de la luz y el requiebro del misterio. Y al sentir la energía de lo natural, experimenta la visión múltiple y simultánea de imágenes y símbolos, y, al saberse dotada de una singular capacidad de percepción y un adecuado criterio de valoración, se siente a sí misma como ente copartícipe de lo viviente con su destino dentro. Se trata de la fluencia de la sensibilidad y la conciencia, honda y raigal expresión de la sensorialidad física de las cosas y la sensorialidad metafísica de lo real, experimentando al mismo tiempo el deleite de sentir en el espíritu una irradiación de lo hermoso que es sentir, como dijera Rainer María Rilke. La primera experiencia, que la tuvimos en los primeros años de nuestra existencia cuando nuestros sentidos corporales se abrían a las incitaciones de las cosas, hace propicia nuestra instalación en la sustancia de las cosas, que nuestra autora experimenta y describe con un despliegue sensorial, ardiente y emotivo, en su testimonio de evocación nostálgica, cuando narra la emoción sentida, vivida y protagonizada con hondura rotunda y vigor fehaciente. En su testimonio narrativo, mediatizado con la forma de un diario, aparece el uso de la primera persona de la narradora, con la presencia elocuente de las vivencias espirituales y su ternura inherente, que la autora subraya con singular emoción y ardorosa empatía:

    “Mi padre y yo cavamos en el patio un pequeño hueco que serviría de estanque para que el pato se sintiera en sus aguas. Yo cavaba con una cuchara como pala, mi padre con una pequeña pala del jardín, y hacíamos espacio para el animal. Quedamos enlodados, embarrados de aquella maravillosa tierra negra. Cuando la fosa nos lució suficientemente ancha y profunda procedimos a echar agua con una cubeta, pero segundos después la tierra absorbía el líquido; duramos horas tratando de llenar el pequeño estanque, tratando de que este retuviera el agua y mi padre gozaba al ver el efecto de sorpresa que ejercía en mí la desaparición de la misma. Recuerdo a mi madre, observando desde la ventana con su cálida sonrisa. Trato de recordar qué fue del ave, y en mi mente no queda un solo recuerdo. Pero sí, fue en ese momento cuando su reloj cayó al suelo, radiando su esplendor bajo la luz del Sol; recuerdo que lo recogí y se lo pasé con una sonrisa; él me dio las gracias con un abrazo, y ahora que tengo el reloj en mis manos, el recuerdo es tan vívido en mí, que puedo oler la tierra, sentir las plumas del pato y el agua mojándolo, pero más que nada puedo sentir la ternura de aquel abrazo” (10).

2. La CONCIENCIA CÓSMICA se funda en la comprensión de la esencia común de lo viviente. Este segundo grado de la conciencia humana aparece cuando se despierta en la persona la convicción de que estamos hechos de la misma sustancia estelar del Universo, como han enseñado cosmólogos, iluminados y místicos. O como lo expresa nuestra novelista, “por la misma sustancia primordial” con la que formamos parte de la totalidad. El Universo tiene su propia sabiduría y la canaliza sus señales y revelaciones a través de amanuenses escogidos. Y tiene varias maneras de hacernos partícipes de una herencia universal que late en el inconsciente colectivo. Para sentirla es necesario un nivel especial de conciencia profunda. Con esa conciencia desarrollada nos abrimos a nuevas dimensiones de lo real y a nuevas irradiaciones de lo invisible, y el mundo comienza a revelarnos algunos de sus misteriosos secretos o algunas de sus fascinantes incógnitas. Adviene así un sentimiento de cordial empatía hacia lo viviente y de compenetración espiritual con las cosas, como lo experimentan los niños, los alucinados y los místicos. Y florece también una auténtica valoración del encanto de la vida y una clara percepción del sentido de lo viviente. La primera manifestación de la conciencia cósmica, como lo experimenta esta narradora con evocación de vivencias y recuerdos, es una obvia empatía hacia fenómenos y elementos de la naturaleza, sintiendo la frescura de lo natural, el impacto de la tierra y del cielo en su dimensión telúrica y celeste, mediante el influjo sensorial de las manifestaciones naturales, como la lluvia, la noche o la magia de la sombra y la luz bajo el fulgor de sensaciones indecibles. En tal virtud, experimenta el impacto emocional con el cálido abrazo del árbol que genera una energía soterrada bajo su sombra solapada como expresión telúrica de un aliento recóndito, secreto y profundo. Movida por el deseo de hallar la unidad de lo viviente, que es una manifestación de la conciencia cósmica, esta agraciada narradora capta la esencia escondida en las variadas formas de las cosas bajo la sensación de que “todos somos uno”, a pesar de las diferencias individuales de cuanto existe. Y esas sensaciones se amuchan en la conciencia y se transmutan en un sentimiento de vínculo entrañable con el Todo, después de ponerse en contacto con el supuesto vacío donde encuentra la paz infinita desde la expansión de la conciencia y el sosiego del espíritu. Así lo relata este pasaje:

   “Inicié el cuestionamiento de lo simple a lo complejo y he vuelto a mi origen: deberé aceptar “lo que es”. Trabajaré sobre una evolución consciente con todas las fuerzas de mi ser, con amor, dedicación, perseverancia, con la alegría que se logra cuando observamos nuestros primeros avances hacia estar centrados, presentes, atentos y despiertos. He comprendido que lo dual es parte de un todo. Que mi naturaleza es parte de lo universal y por ende de ese todo. Ese todo cuyas partes están constituidas por la misma sustancia primordial independiente de la forma” (11).

3. La CONCIENCIA MÍSTICA se funda en la comprensión del sentido místico de lo viviente. Es la dimensión más alta, intensa, honda y fecunda de la conciencia humana. La conciencia mística se desarrolla tras la convicción de la existencia de la Energía Cósmica como fundamento de todo. Esa convicción concita la gestación de un sentimiento de piedad por lo viviente, que es una manifestación del amor místico. Ese caudaloso y cautivante sentimiento con arraigo en lo divino, se anida en el alma de los espíritus elegidos para la dolencia suprema del espíritu, dolencia divina, en razón de la compasión universal que gesta en la sensibilidad del místico y, en virtud de una sabiduría inherente y una piedad profunda, brota el sentimiento que desemboca en una alta valoración de lo sagrado y en la búsqueda de lo divino, centro y motor de la conciencia mística. La narradora de esta historia ha dado un lúcido testimonio de esa vivencia espiritual en su triple condición numénica sintiendo y expresando la presencia de esa Energía Cósmica, mediante la huella de la Fuerza superior que nos fecunda y el aliento vibrador que nos enlaza a la Presencia intangible de lo Eterno. Para vivir bajo la Llama iluminante que propicia la contemplación, el silencio y la soledad sonora, como proclaman místicos y contemplativos cuando sienten el aliento de la energía que subyuga y el susurro del soplo que encanta, la narradora se ausculta a sí misma, entra en contacto con lo sagrado y, con el concurso de las vías establecidas, valora la connotación interna y mística de lo viviente en su esplendorosa manifestación.

La verdad que late en la conciencia y la belleza que revela el Universo ofrece múltiples caminos para llegar al encuentro con el Centro zaherido. El trayecto de ese camino, que tiene sendas insospechadas y maneras sorprendentes, comienza con la exploración de la interioridad, sigue con la apelación de la belleza y culmina con el arrebato del misterio, como lo ha experimentado la autora de esta novela, según revela su narración testimonial para hallar “el verdadero sentido” y dar con “el amor universal”.

En ese proceso de búsqueda y de crecimiento, va trillando el camino de su plena realización en su vivencia de lo divino, que ha sido el proceso de su realización personal, que es lo mismo que decir, su derrotero hacia la Luz. Sabiéndose “chispa divina” o “emanación del infinito”, como han enseñado los iluminados y los místicos, la narradora busca el Sol secreto que la define y complementa para alcanzar, según su más profundo anhelo, la realidad última que su ser reclama. En una de sus reflexiones, nuestra novelista escribe emocionada:

   “Los templos y el magnífico sonido del silencio: el eco de la nada que nos embarga con una paz profunda, como la de las aguas tranquilas de un manantial; matriz que alberga el sonido de los rezos, plegarias y palabras dirigidas en este mundo físico a los planos invisibles impeliendo a la acción del lado espiritual de la naturaleza. La palabra, el poder; la palabra hecha Verbo” (12).

   Esta singular novela de Ofelia Berrido canaliza en diferentes escenas y momentos narrativos la voz personal y la voz universal, con el testimonio de verdades intuidas y verdades reveladas que repercuten en la conciencia humana. El siguiente pasaje lo confirma: “Siempre he pensado que si el hombre ha sido capaz de transmitir ciertos conocimientos desde la antigüedad, civilización tras civilización, prácticamente inalterados, es porque existe un lazo que une verdades que el alma reconoce…” (13).

   Para Ofelia Berrido somos depositarios de una porción de la Divinidad. Esa porción escondida, según postulaban los antiguos neoplatónicos y los místicos de confesiones religiosas de Oriente y Occidente, es el “Sol secreto” que la enciende y arrebata.

Esta novela tiene el propósito de contar la vida personal de una mujer cuyas inquietudes representan las de quienes despiertan al sentido profundo de la existencia valorando la dimensión entrañable de la realidad trascendente y los diferentes grados de la conciencia humana. Y al hacernos partícipes de su inquietante búsqueda, revive en nuestro espíritu las interrogantes que en el pasado inquietaron el intelecto de iluminados, actualizándose y fecundándose en los hombres y mujeres del presente y del porvenir.

Las vivencias narradas en El Sol secreto nos introduce al ámbito de una reflexión sobre la vida y el mundo a través de esenciales inquietudes de la naturaleza humana que abren un horizonte intelectual, estético y espiritual bajo la lumbre del Sol que atiza, excita y embriaga. Y es una evidencia de que estamos ante una obra espiritualmente exquisita, escrita por una mujer, en todos los sentidos, primorosa y exquisita.

Notas:

1. En mi libro Poesía mística del Interiorismo (Santo Domingo, Ateneo Insular, 2007, p. 279), escribí sobre Ofelia Berrido: “Nació en Santiago, República Dominicana, y desde niña emigró a los Estados Unidos. Viajó a México, Venezuela, Costa Rica, Rumania, España y Francia, conociendo su cultura, su mística y su literatura. Ha publicado artículos periodísticos y laboró en programas de televisión como comunicadora, siendo la primera mujer en dar noticias por dicho medio. Habla español, inglés y francés. Doctora en Medicina por la Universidad Autónoma de Santo Domingo, se especializó en Ginecología y Obstetricia en la Escuela de Residencias Médicas de la Maternidad Nuestra Señora de la Altagracia y tomó cursos en la Universidad de Río Piedras, Puerto Rico y en el Hospital John Hopkins, de Baltimore, USA. Busca en el interior del hombre sus fortalezas, debilidades, alegrías y sufrimientos en pos de las respuestas a las preguntas vitales de la existencia humana. Una necesidad de comunicación con el poder del Universo fecunda su sensibilidad espiritual y se siente atraída por la Energía Cósmica, concitando el origen de los secretos de la vida, el Absoluto, que busca como una necesidad de su sensibilidad espiritual y estética. Publicó la novela mística El Sol secreto. Ofelia Berrido es un ángel de la Creación, un ser de luz que disfruta la pasión de lo divino como un don espiritual que embellece su alma y nutre su sabiduría. Cautivada por la Potencia del que Es, vive y goza la fruición de lo divino”.

2. Ofelia Berrido, El Sol secreto, Santo Domingo, Mediabyte, 2006.

3. León David, “Entrevista a Ofelia Berrido”, en “Areíto”, Suplemento de Hoy, Santo Domingo, 22 de julio de 2006, p. 4.

4. Ofelia Berrido, El Sol Secreto, 28.

5. “Entrevista a Ofelia Berrido”, p. 4.

6. El Sol secreto, 19.

7. “Entrevista a Ofelia Berrido”, p. 4.

8. El Sol secreto, 52.

9. Ibídem, 62.

10. Ibídem, 41.

11. Ibídem,   134.

12. Ibídem,   66.

13. Ibídem,   139.

Bruno Rosario Candelier
Encuentro del Movimiento Interiorista
Puerto Plata, Lajas de Yaroa, 26 de agosto de 2006.

La dimensión mística en la poesía de Ofelia Berrido

Por Bruno Rosario Candelier 

A Miguel Solano,
soldeño fecundo de fluyente imaginación.

 

Llama que quema y se quema,
se consume y no consume: Tu amor.
(Ofelia Berrido, “Fuego”)

 

La huella de la experiencia cósmica

Cuando una mujer da a luz por primera vez se le llama primeriza y, aunque Ofelia Berrido es ya una escritora veterana, como poeta es una autora primeriza. De alguna manera yo he sido una especie de partero literario de su obra: les aseguro que el libro que ha parido Ofelia Berrido es bello, no solo desde el punto de vista físico, con una edición preciosa, sino también desde el punto de vista del contenido conceptual y formal, denso y profundo por la temática, precioso y cautivador por su forma.

Voy a comentar algunos aspectos de la lírica de Ofelia Berrido donde se puede apreciar la onda metafísica y mística de su creación y la peculiaridad estética que distingue a esta primera obra poética de la poeta interiorista.

Para escribir poesía hay que tener sensibilidad estética, pero para escribir el tipo de poesía que aparece en este libro hay que tener, además, una sensibilidad mística, cualidad que distingue a Ofelia Berrido, fruto de su formación espiritual, su vocación estética y su cosmovisión metafísica, hermosas condiciones con las que vino a la vida, con atributos espirituales que la han dotado para la creación, que ella potencia con el aporte de su experiencia cósmica.

Con la expresión “experiencia cósmica” aludo a un tipo de vinculación que desde la sensibilidad profunda una persona puede establecer con la energía espiritual del mundo, y Ofelia ha vivido intensas experiencias cósmicas.

Esta poeta interiorista y académica dominicana nacida en Santiago de los Caballeros ha tenido el acierto de plasmar en poesía ese tipo de vivencia que muchos tienen, pero no todos han podido plasmarla a través del arte de la creación poética o de cualquier otra manifestación artística. Ella tiene un don muy especial que la distingue y enaltece porque posee altas condiciones estéticas y espirituales para encauzar creadoramente sus intuiciones y vivencias.

Los seres humanos nos vinculamos con el mundo sensible del ámbito circundante, con el mundo entrañable inherente en nuestra conciencia o con el ámbito metafísico de lo existente, y algunos tienen la virtud de vincularse con el mundo ideal del que hablaba Platón. Ese “mundo ideal” está más allá de la realidad visible e invisible, en otro mundo desde el cual nos llegan señales, emanaciones, destellos y efluvios, y las sensibilidades especiales, como la de Ofelia Berrido, pueden captar esas ondas provenientes de la cantera del infinito y testimoniar sus hondas percepciones, profundas y sublimes, para lo cual se requiere la posesión de una inteligencia sutil y una sensibilidad estremecida.

Para entender este libro hay que tener la capacidad intelectual y la sensibilidad artística que permitan penetrar en esos niveles de la realidad profunda a través de la palabra. No es un libro común y corriente. Es una obra que requiere el entrenamiento de ciertas disciplinas del espíritu porque tiene un trasfondo metafísico inspirado en una visión religiosa, influida por la filosofía budista que ella aplica en su creación. El libro tiene un meollo metafísico por el horizonte intelectual que plasman sus intuiciones y por el ordenamiento interior y trascendente de su espíritu compenetrado con el silencio, la meditación y la contemplación, indispensables para escribir desde esa onda metafísica.

En este sentido podrán ustedes apreciar el fulgor intuitivo de la sensibilidad que se manifiesta en estos versos esplendorosos, fruto de sus vivencias místicas. No es una obra escrita al amparo de suposiciones, ni de fantasías, sino de sus propias intuiciones, cifradas en sus vivencias interiores.

Hay fenómenos especiales de la conciencia a los que acceden personas con un elevado índice espiritual, como el de Ofelia Berrido, porque nuestra poeta tiene la sensibilidad desarrollada para escuchar la voz infinita de la conciencia cósmica. Quien tiene oídos para captar y entender su voz interior y la voz superior, plasmadas en este libro, da cuenta de intuiciones y revelaciones que son el resultado del desarrollo espiritual de la conciencia y del poder de creatividad para plasmar un contenido como aparece en Pájaros del olvido.

Para escribir una obra como esta hay que haber experimentado fenómenos de conciencia y tener una sensibilidad dispuesta, como la tiene Ofelia Berrido, ataviada con la energía interior del espíritu y potenciada por la vivencia superior de la conciencia cósmica, de la que recibe el aliento de creatividad para sentir, vivir y expresar lo que percibe en el fuero metafísico de la realidad, que no es solo lo que reflejan las sensaciones de las cosas. Lo más importante de la realidad la percibimos con nuestros sentidos interiores o sentidos metafísicos, que en nuestras escuelas no nos los enseñan, pero los que han estudiado la tradición hermética y la literatura de los contemplativos saben que hay corrientes, tendencias y líneas del pensamiento y la espiritualidad que enseñan ese tipo de conocimiento esencial del mundo y de la vida. Entonces, quien ha podido llegar a esos planos de la realidad suprasensible puede tener, no solo esa experiencia, sino la capacidad para intuir, percibir y recrear, mediante la palabra, lo que concita la sensibilidad profunda, vivencia que es un reto para la conciencia.

La alta poesía no es la que se creó para expresar emociones y bellezas consentidas. La gran poesía ahonda en la voz del ser, la voz de las cosas y la voz profunda del Cosmos. Los grandes poetas de la humanidad son los creadores metafísicos y místicos, porque tienen el don especial de percibir el sentido de las cosas y la voz de la Creación, ya que participan de una especie de cordón umbilical de la conciencia que los conecta con la esencia del Universo. En tal virtud, pueden recibir y expresar a través de ese cordón umbilical espiritual señales y emanaciones especiales que los poetas captan y convierten en imágenes y símbolos y logran que su poesía, destinada a la reflexión, la meditación y la comprensión de lo viviente, sea una especie de iluminación de la conciencia.

En Pájaros del olvido, Ofelia Berrido describe pasajes que iluminan la realidad. Hay que vivir y experimentar la llama de la Creación para sentir místicamente el mundo. Ofelia Berrido ha podido sintonizar, desde la vinculación de su alma con el alma del mundo, imágenes, destellos y voces secretas del Universo. Los escritores que experimentan ese tipo de vivencias sienten un desdoblamiento de la sensibilidad y la conciencia para lograr esa coparticipación con la vivencia cósmica, experiencia en la que los autores se sienten uno con la cosa mediante una simbiosis especial de su sensibilidad profunda con la sustancia de las cosas y, entonces, regresan de esa vivencia con el impulso para crear y convertir en poesía lo que han vivido en ese rapto interior de la conciencia, lo que es propio de la alta poesía y de la experiencia extática.

En ese sentido, los poetas metafísicos y místicos tienen una sensibilidad que les permite sentirlo todo, gozarlo todo y sufrirlo todo, por lo que Garcilaso de la Vega hablaba del “dolorido sentir” que experimentan quienes tienen sensibilidad poética. Ese “dolorido sentir” los lleva a compenetrarse sensorial, intelectual, imaginativa, afectiva y espiritualmente con fenómenos y cosas. Después de vivir ese tipo de vivencias, que suelen experimentar poetas, iluminados y místicos, regresan de esa experiencia con un grandioso tesoro que testimonian en su creación. Algunos sufren esa experiencia con dolor, como un parto de la conciencia. Pero cuando regresan de esa experiencia, sienten la necesidad de compartir sus vivencias en la fragua de su conciencia con la inmensa compensación espiritual que remedia el duro pasaje que realizaron para dar con la sustancia de la creación.

Ofelia Berrido se ha vinculado a la realidad en todas sus manifestaciones. Nuestra poeta ha sabido sintonizar las vivencias entrañables desde su sensibilidad profunda y por esa razón ha podido escribir Pájaros del olvido y ha sabido profundizar en la dimensión de la realidad con gran acierto expresivo en esta creación poética. Por suerte para ella y para las letras dominicanas sus experiencias metafísicas han dado buen fruto.

En su creación poética Ofelia Berrido canta el ordenamiento de lo viviente a la luz de la realidad cósmica. Deja fluir la energía interior de su conciencia, y su sensibilidad canaliza lo que ha sentido y vivido, por lo cual plasma una valoración del mundo como expresión de lo sagrado, al tiempo que subraya nuestro destino trascendente. Por eso hay un júbilo místico en sus poemas.

La sensibilidad empática de nuestra poeta está enraizada a lo viviente. Desde esa disposición interior capta y plasma lo que sacude su sensibilidad arrebatada. Cuando experimentamos determinados fenómenos que nos estremecen, se constituyen en un reto para nuestra inteligencia. Quien tiene el don de la palabra, sabe darle forma y sentido a sus vivencias entrañables. En la conformación de estos versos fluye el sentido budista del vacío, la metafísica de renuncia, el desapego y el no deseo desde la nada misma:

 Los pájaros del olvido
En el desvelo de la madrugada
despavoridos vuelan hacia el vacío.
Cantan en voz desesperada
para expulsar tu voz y tus caricias;
para revivir mi piel marchita;
borrar tu nombre, animar mis ojos,
y devolverme la sonrisa.
Sin saber ni entender,
entre el cielo y la tierra,
en el centro de lo desconocido
habito y pienso.
Abro las ventanas rojas
de mi corazón adolorido
y expulso los pájaros del olvido.
El Universo esconde el secreto…
Su grandiosidad no es capaz
de expresar la verdad de tu ausencia…
Y los pájaros del olvido vuelan hacia el vacío…

 

La onda de la sensibilidad profunda

Ofelia Berrido posee una profunda sensibilidad espiritual en conexión con la Energía esencial del Universo. Ese atributo de su interioridad se manifiesta en una disposición para asumir la dimensión interna y mística de lo viviente y expresarla en sus creaciones mediante una onda metafísica y poética, como lo hicieran Emily Dickinson, Alfonsina Storni y Dulce María Loinaz, aunque en la obra de la poeta dominicana se suma la orientación de la mística oriental con el aliento de la experiencia metafísica.

Podemos vivir metafísicamente el mundo, hecho que implica sentir su vertiente interna y trascendente, como lo viven los iluminados y contemplativos desde el ámbito de su fuero personal mediante la recreación de una llama, un ideal o un sueño. Para entender este planteamiento es importante distinguir tres aspectos conceptuales vinculados a la comprensión de la realidad:

 1. El “mundo sensible” del ámbito circundante, del cual asumimos los datos de lo real-objetivo para transmutarlos en sustancia de nuestras experiencias interiores y, desde luego, en la temática de la creación.

2. El “mundo entrañable” de la interioridad, donde podemos recrear, a nuestro gusto y manera, el placer de lo vivido con la fruición de lo sentido.

3. El “mundo trascendente” de la realidad metafísica para experimentar, como dijera Platón, el “mundo ideal” de la verdadera Realidad, como lo suelen experimentar los poetas místicos y metafísicos.

   La creación poética de Ofelia Berrido (1) es una expresión de la dimensión espiritual de su sensibilidad trascendente, con una obvia orientación hacia el sentido de la vida y el vínculo con lo sagrado. No ignoro que la cualidad de un poema radica en su aliento expresivo, su gracia estética y su formalización expresada en datos sensoriales con hondura interior. Desde luego, las ideas que fundan al poema han de concitar el atractivo del sentido que lo orienta porque algo debe darle brillo a la inspiración. Pero como obra literaria o expresión estética del lenguaje, la imagen y el concepto han de imbricarse a la vertiente afectiva, conceptual y espiritual del tema, aunque su lenguaje emocional se funde con la energía interior de la imagen o el contenido del concepto.

Hay que ponderar el aspecto conceptual en la composición de estos poemas en razón de que, para nuestra poeta, es importante no solo la belleza de la forma sino la hermosura del concepto, con un peso específico inherente a su visión del mundo. Ofelia Berrido revela una peculiar atmósfera interior, índice del horizonte metafísico de sus creencias y el aura mística de sus vivencias. Cuando algo concita la vertiente profunda de la sensibilidad, concita no solo una irradiación de lo invisible sino que provoca una valoración reflexiva con un sentimiento de compenetración y entrega.

Nuestra poeta suele refugiarse en el claustro de su intimidad para oír el eco del silencio, sentir el aura de la meditación, disfrutar el sabor de la soledad y vivir el esplendor de la Creación bajo el halo sutil de lo sagrado. Las composiciones poéticas de Ofelia Berrido constituyen un testimonio vivo y elocuente, no solo de su capacidad descriptiva, sino del fulgor vaporoso de su espiritualidad y el caudal de conceptos y emociones que matizan las singulares vivencias de sus experiencias interiores.

La poesía puede inspirarse en cualquier tema y bajo la línea de cualquier vertiente estética, lo mismo de las cosas agradables de la vida o de las que generan frustración o desdicha. El sentimiento de desaliento que genera una realidad dura y nefasta tiene dos grandes aliados que ayudan a combatir los efectos aniquiladores de una experiencia dolorosa, como son la VIDA INTERIOR DE LA CONCIENCIA y el PODER MÍSTICO DE LA ESPIRITUALIDAD.

Quien ha sido entrenado en los predios fecundos de la espiritualidad, como Ofelia Berrido, adquiere la fuerza interior para transmutar y sublimar lo que desarticula y altera el curso ordinario de la cotidianidad.

La poesía de Ofelia Berrido recuerda la de Emily Dickinson por la relación de su sensibilidad empática con lo viviente. A la ilustre poeta norteamericana le tocó sufrir una experiencia dolorosa vinculada a una frustración de amor. La “solitaria de Amherst” se refugió en su residencia, y como era no solo bella y graciosa sino talentosa y rica, abandonó el mundo y se encerró a rumiar su frustración en los predios de su lujosa mansión. Allí se dedicó a cultivar el jardín, a contemplar la naturaleza y sublimar su desencanto. Para su fortuna contó con la más hermosa vía de sublimación de penas y frustraciones: tenía a su disposición el ángel de la poesía, a la que se entregó en cuerpo y alma, canalizando en el arte del lenguaje artístico el caudal de su experiencia dolorosa y, en vez de malgastar su tiempo replicando su desaliento, transmutó en hermosos versos el contenido de sus vivencias, adobado al sentimiento místico de lo divino, por lo que pudo potenciar su vida interior y su espiritualidad, dándole a su existencia, mediante el arte de la creación poética, un sentido de compensación y trascendencia.

En el caso particular de Ofelia Berrido, tres atributos favorecen a esta singular mujer dotada de gracia, talento y belleza: el DON DEL ALIENTO METAFÍSICO, con la base mística para hacer de su obra un tributo de amor divino; el DON DEL TALENTO CREADOR, con la formación indispensable para hacer una creación de poesía y ficción; y el DON DE LA GRACIA ESPIRITUAL, con el encanto del entusiasmo enaltecedor, para darle a su pensamiento un toque de profundidad trascendente.

En efecto, nuestra querida y admirada poeta tiene a su alcance esos singulares atributos para hacer de su palabra la obra que transmuta una dolorosa experiencia en fuente de belleza sublime mediante el caudal de vivencias espirituales, de manera que nuestra creadora ha sabido transmutar la carga de angustias en sustancia para el arte y en ofrenda al Padre de la Creación. La llama de esos dones fecunda su sensibilidad, atiza su inteligencia y concita su talante estético para gestar frutos elocuentes.

En “Perdida en el tiempo” presenta la delicadeza expresiva de su sensibilidad y los efluvios espirituales de su conciencia. Hermosa creación de una mujer singularmente exquisita, especialmente sensible y copiosamente inteligente. Así es la onda sutil que posa, susurrante y melodiosa, en los átomos ardientes de un corazón enardecido:

La tormenta incitó
 el derrumbe de delirios…
Abatida por la impotencia,
asediada por la tortura
de vivir en un tiempo ajeno
poco a poco muero.
El  espacio…
El espacio no existe,
solo lo imagino para sentirme viva.
Una miga de esperanza,
sin razones y sin palabras,
cantará en silencio mi destino.
Sentiré el instante aún no vivido,
para que el tiempo
de otro pase y llegue el mío.

 

El sentido de estos poemas es el destino humano, índice de su vocación mística y de la dimensión espiritual de su sensibilidad. La temática de la poesía de Ofelia Berrido, desde cuya esencia aflora el fulgor de lo viviente, procede del caudal de sus intuiciones y vivencias. Además del valor sentimental que estos poemas tienen para su autora, sus composiciones poseen un valor metafísico por la conexión con la energía esencial de lo existente. Cuando nuestra poeta realiza ejercicios de meditación se entrega al fluir de la conciencia para experimentar la sensación del vacío y sentirse una con el Todo. En «Llanto sostenido» refleja el vínculo cósmico de una sensibilidad engarzada a la Energía espiritual de la naturaleza (2):

Sucedo como arbusto seco,
como leña sin cenizas,
como papel sin letras,
como lienzo sin obra,
como lluvia de mayo que no llega.
Sucedo, en medio del abismo,
entre lágrimas de un llanto sostenido
para que el sufrimiento y lo turbio se agoten,
para que fertilice la tierra
aún no creada, limpie mi alma
y vuelva a nacer la esperanza.

 

La poeta hace uso de los sentidos físicos y metafísicos para palpar las múltiples vibraciones de lo viviente. El aliento de lo divino, engarzado a lo real, aflora como la fuerza espiritual que la sostiene. En “Arcanos sutiles” evoca el ánfora sagrada y con ella el aliento vaporoso que la eleva a las esferas, canales de inspiración, sabiduría y gracia:

Caracola de extinguida voz
sobre tu pecho de palma,
concha de líquido suave,
néctar para tus labios, esa soy yo.
Bebe de mi cáliz la sustancia del Universo,
en este instante de deleite y pasión
bajo el silencio eterno de los siglos.
Antes que se encienda el cocuyo
cuando la sombra lo abrace
en la última hora del adiós.

 

Cuando nuestra poeta se pone en contacto con los elementos, especialmente con el fuego o el agua, símbolos de lo viviente, propicia la conexión interior con la Esencia de la Vida, que es lo mismo que decir, con la Energía espiritual del Cosmos. En “Margaritas amarillas”, Ofelia revela una experiencia metafísica en la que se siente integrada a la sacralidad del mundo, arrobada por el aletazo del misterio (3):

Perdida la vestidura
soy burbuja que se desvanece en el río
convertida en corriente.
Soy energía, origen,
polvo que se refunde en sus ancestros…

 

La relación entre la emisora de los versos y la realidad sensible manifiesta la dimensión amorosa de una sensibilidad abierta, empática y fecunda en íntima conexión con lo viviente, como se aprecia en “Luna que surca los mares”:

Agua, fertilidad…Vida.
Matriz del mundo, llévame oculta
en la media luna que surca los mares;
en las entrañas del pez
 o en tu cóncava cuna:
húmedo y cálido vientre de madre.

 

Talante místico de una idiosincrasia espiritual

Tiene nuestra poeta un talante sensitivo con una gran capacidad de amor. A través de sus versos se vislumbra una luz en su interior. La poesía de Ofelia es la expresión de su alma iluminada y buena, como se manifiesta en “Vuelo de mariposas”:

Te siento sereno
cuando juegas en el parque
y te columpias en el ir y venir
 de la nada…
Abrazada a tu cuerpo
espero el abrir de tus ojos,
velando el aletear de las mariposas
que se posan en tu mirada en ti anclada.
Siento tu aliento tibio en mi hombro.
Abarcada por el calor de tu cuerpo,
busco salir del abismo,
llenarme de vida y asombro…

 

El silencio, la oración y la meditación afinan con la sensibilidad de nuestra poeta y, en estado contemplativo, escucha voces de la cantera infinita. Según la cosmovisión de Pájaros del olvido, somos una realidad predeterminada por un Ordenamiento al que estamos sometidos inexorablemente. En tal virtud, el contenido de sus versos procura el acoplamiento al dictado del COSMOS que el Creador alienta, así como la pauta de la versificación establecida, conforme el ejemplo de “La canción de Nakitekas”:

Desprevenidos nos abraza
lo único certero:
lo que permea la vida,
las experiencias y el destino.
Muere la flor y el árbol,
el siervo y el amo;
muere el bueno y el malo…
Muere el amanecer en el ocaso,
la estrella que tintinea;
hasta el sol muere,
y renace con la aurora.
¡Hay algo oculto en la muerte
que no esté impreso en la vida?
¡Canta, Nakitecas!
¡Canta himnos sagrados!
Canta la canción candorosa
de la imagen desnuda que roba
 los recuerdos y ocasiona el olvido.

 

Los versos de  “Laberinto de sombras” concitan ratificación de la búsqueda mística subyacente en su alma enamorada de lo divino:

Era agua de manantiales, luz divina,
la alegría acompañaba mi danza
al salir el astro de la mañana.
¿Qué misteriosa idea avoca
prueba de mi fe en Ti?
¿Qué bestia salvaje esconde
 los secretos que ocultas de mí?
Soy ahora Minotauro que preso busca
salir de este oculto laberinto
que he creado para mí.

 

En mi sala de estudios evoco el aliento de una presencia vaporosa. El rumor de la noche fluye suave y silencioso; el cielo está lleno de estrellas y en la fragua del sentir solo tengo oídos para escuchar el ritmo de una música interior bajo el aura de una imagen con su presencia invisible. Creo, con la autora de “Guardianes del bosque”, que en ese espacio natual mora el aliento divino custodiado por guardianes de lo arcano:

Morada del aliento,
serpientes de vueltas sempiternas,
aves de rojo plumaje…
¡Pureza viva!
Tu fuerza es existencia
reverdecida al despuntar el día.
Los hijos de las llanuras
son los que alcanzan la cima.

 

En la visión de Ofelia Berrido (4), la naturaleza tiene una partícula divina que articula lo existente y transforma la condición humana para encauzar la vida hacia el derrotero inexorable del destino que a todos nos aguarda, según ilustra en “Los danzantes”:

¡Oh danzantes de ropajes blancos,
del bosque tropical y espeso!
Mirad las rojas y olorosas drupas,
alfombra de muérdago que fecunda versos.
El jardinero de la noche
con su canto sonoro
en esmeralda transformó las ramas
de pasiones y deseos.
Transfiguradla en Luz Divina
para que pueda lucir una corona
de muérdago en mi frente.

 

La poeta experimenta un júbilo entrañable al sentir la presencia inmaterial de un aliento iluminado que recrea con el requiebro de la sombra en el alero de la lumbre. Esa disposición de su sensibilidad se funda en el aliento de sus vivencias, que otorga un aire de misticismo a su creación, como se aprecia en “La marcha”:

Lo sé por la dicha inmensa
 que me embriaga
y por la danza de mi corazón.
¡Por fin he llegado!
Lo avisto en el brillo
 de constelaciones de tus ojos.
Es una luz fuerte, intensa, cegadora.
Rayos dorados lo cubren todo…
Solo siento
y aspiro el aliento del gran silencio
y una infinita paz se hace cargo de mí.

 

La emisora de estos versos quiera apresurar el anhelo de dejarse poseer por la vida,  con la emoción de sentir todas sus formas, colores, facetas y texturas de la intrincada red de lo viviente. En “La muerte de ahora” lo plantea:

De ahí, surgiré…
seré vapor, niebla y nube
y caeré suave y cristalina…
multiplicada en lluvia para unirme a ti
en el océano interminable de los sueños…

 

En “Sonido primordial”, cuyo aliento metafísico confirma una visión espiritual de lo viviente, la poeta anhela “develar” el misterio, es decir, ´quitar el velo´, ´descubrir´ o ´revelar´ lo que la realidad oculta:

Silencio inmóvil,
solo el arroyo se escucha
 correr entre las peñas.
Palpitas en mi pecho, corazón del cielo,
al impulsar las aguas del torrente
y desplazarte entre los pinos y los cedros.
Vibración sagrada, sagrada vibración,
sostenida en do
sobre la corriente y el vacío…
Susurra tu secreto en mi oído,
devela tu misterio y llévame contigo.

 

En “Aleph”, la poeta ausculta la dimensión cuántica de la realidad cósmica con la concepción metafísica de su espiritualidad:

Ve cómo surge el signo primigenio
que vincula al mundo.
Descubre el postrero de esta historia sin fin…
¡Allí yace la palabra!
Es la estampa de los mundos creables.
Una historia sin fin…
Encamina tus pasos firmes
hacia el norte de los peldaños,
como si fuera Babel.
Allí brillan las estrellas.
Una historia sin fin…
Por el Este dirige tu mirada
al Sol que incendiado se eleva.
Cuando retornes del Oeste de Oriente
y del Sur tropical terrenal…
sabrás que esta historia no tiene fin…

 

En “Tres días sin sueño”, la persona lírica siente que tiene una coparticipación con la Energía esencial y sueña con descifrar el secreto que subyace en la voz de la Creación:

Ya nada te importa,
pero todo se escucha,
 todo se siente, se ve, se intuye…
Una hormiga trepa
el tallo de una rosa.
Oyes la hoja que se mueve,
el abrir de los pétalos de un capullo;
ves como su aroma se esparce;
y sientes que se acerca la abeja.
La noche me ha atrapado
me mantiene en vigilia.
Hay algún secreto
que estoy supuesta a develar
despierta en la noche.

 

Sentimiento de coparticipación con lo viviente

En la coparticipación con lo viviente, coexisten la vida y la muerte, la sombra y la luz, arriba y abajo, dentro y fuera, pero todo es un continuum (5). Todo forma una red y todo está en todo. En ese tenor, muerte y vida se suceden sin tregua:

La muerte es la vida en un continuum.
La muerte no llega: nos acompaña siempre;
Es parte de nosotros, como lo es nuestro rostro;
o la mirada de nostalgia al recordar viejos amores:
la muerte está en cada fibra de nuestro cuerpo,
es la vida que late y seguirá latiendo,
Es luz… Luz eterna…

 

El místico intuye que la vida, como expresión divina, es eterna por el vínculo entrañable con la Potencia esencial de lo viviente. Es una manera de descubrir, mediante la revelación ontológica, que el Ser se revela en su plenitud. Esa conciencia de lo real conlleva una iluminación interior que supera el miedo a la muerte, propicia la liberación mental y alienta el desapego de las cosas transitorias y caducas. Por eso el místico valora el sentido de la sabiduría, la bondad del amor, la verdad metafísica, los efluvios espirituales, la voz universal, el entusiasmo divino y las revelaciones trascendentes. En “Revelación”, nuestra poeta interiorista intenta describir la subyugación de su alma ante la gracia de la experiencia mística:

Aquel día…
Aquel instante imposible de medir
experimenté la diafanidad del Universo.
No vi  Tu imagen ni oí tus palabras,
pero Te aprehendí.
En aquella luz nunca antes vislumbrada,
en aquella intensa claridad;
en aquella naturaleza en su esplendor;
en aquella felicidad en la cual me convertí
Te sentí.
Aquel rapto de paz y de goce
me cerró las puertas de la duda
y me abrió el camino de la fe.

 

En su poetizar consciente, nuestra poeta se une a todo, se vuelve todo y lo siente todo. Y en esa identificación se hace una con los elementos. La de Ofelia Berrido es una poesía reflexiva cuya belleza se funda en el encanto del concepto con el que encauza un pensamiento integrado a un sentimiento divino. Cuando la imagen se articula a conceptos profundos genera deleite conceptual.  “Nada puede ser atrapado” lo expresa:

Mi espíritu no puede ser
 atrapado ni poseído ni explicado.
No hay principio ni fin,
ni interior ni exterior.
No hay instancias…
Solo una confesión silenciosa;
un beso y un abrazo al viento;
un fuego inexistente que te quema;
un sentir sin toque;
un aprender sin palabras;
un Todo en la nada.

 

En el vuelo trascendente de “Pájaros del olvido II” podemos apreciar la recreación de una vivencia estética en su arraigo cósmico. Su conexión metafísica con la visión búdica y cuántica de lo existente le inspira el sentido budista del vacío, concepto que tiene una connotación mística en las culturas contemplativas del Oriente. Es una vía metafísica de la renuncia y un cauce simbólico del desapego, del no-deseo, ni de nada que implique la querencia de la voluntad para experimentar la vivencia de la nada en la nada misma del vacío, el silencio y la soledad. Poética del desapego, también lo es de la vocación contemplativa que hace de la palabra el centro de reflexión espiritual a la luz de una honda inclinación del espíritu humano según el impulso interior que asciende hacia la región sutil de la pureza seráfica para experimentar la purificación que libera, la fruición que embriaga y el éxtasis que transforma.

En “Invisibles mundos” la poeta siente que “todo se desvanece”. Ese planteamiento tiene varias implicaciones: conexión cósmica, intuición metafísica, vivencia mística, catarsis lírica, logoterapia poética, comprensión búdica y fruición espiritual. En su percepción de lo viviente, Ofelia tiene una percepción múltiple y simultánea de una misma cosa, pues la realidad es un entresijo de redes, partículas y ondas que conforma el perfil de lo existente:

Soy éter, rocío, niebla, espuma… 
Soy humo de un fuego ausente,
cenizas de una madera verde,
vapor del suelo tras la lluvia.
Soy polen que el viento carga en su seno,
olor a lluvia del desierto, fuego y agua.
Soy… presencia de muerte,
  esperanza de vida,
ámbar de la extinta Hymenea.
Soy la resina de mi herida,
arcilla y arena endurecida,
tierra en reposo… milenios.

 

Este poemario de Ofelia Berrido, con el lenguaje del yo profundo y la dimensión espiritual de las cosas, canaliza secretos de su jardín interior, ese fuero entrañable en el que fluyen miedos, ansias, dudas, sueños y certidumbres para que “las pasiones se expresen en un alma que persigue la calma”. De algún modo es también la expresión de la lucha entre el ruido y el silencio, entre el instinto y la razón, entre el pasado y el futuro. Pájaros del olvido, expresión del misterio inherente con su reto inminente, despliega “Señales dolorosas”:

Me das señales dolorosas
y aquí estoy, rebelde,
padeciendo esta aflicción.
El entender no aminora mi sorpresa.
El sentir tu Presencia, no suprime el temor.
Ahora que encuentro la paz
me arrebatas todo.
Cuando por fin disfruto el mundo,
lo pierdo todo.
Veo cómo la muerte acecha, pasiva
y  la  encuentro en todas partes casi dormida.
Recibo tus señales.
Una y otra vez veo Tus huellas
y no lo puedo creer.
Huyo despavorida…
No me preparo para la muerte,
sigo en este mundo de la forma
atada a pequeñeces.

 

Para una sensibilidad espiritual y estética identificada con el Budismo Zen es natural que su cultora se incline por el tanka, una forma de creación poética, condensada y elocuente de la cultura japonesa, ideada para canalizar, en la brevedad de unos versos sencillos, la visión mística de lo viviente, como se evidencia en este poemilla:

Débil corazón
que ansiaba llegar y se cansó
 en el camino…
Yaces en la oscuridad certera,
tu tumba huele a flor.

 

Cuando se tiene una inteligencia sutil y una sensibilidad porosa a la belleza y el misterio, como la de Ofelia Berrido, se puede percibir la connotación inherente a la dimensión interna y esencial de lo viviente, conforme lo revelan estos versos:

En tus hojas descubro
 la fragilidad;
en tus raíces los secretos del Universo.

 

En fin, estamos ante la obra de una autora con fino aliento espiritual y claro sentido cósmico, canalizando en el lenguaje de la poesía la gracia y encanto sensorial. Esta agraciada poeta tiene una alta dotación sensible con una peculiar frecuencia espiritual y, mediante la canalización de sus intuiciones y vivencias, expresa la conexión de su vivencia cósmica con su manera de entender el mundo desde la irradiación de su sensibilidad profunda. En esta obra poética podrán apreciar su visión del mundo, el testimonio de su sensibilidad estética y la vertiente espiritual de un espíritu altamente exquisito, frugalmente hermoso y sensiblemente dulce, como el de Ofelia Berrido.

 Notas:

1. Ofelia Berrido nació en Santiago, República Dominicana. Estudió en los Estados Unidos de Norteamérica. Ha viajado por varios países cuya cultura mística y literaria ha nutrido su formación intelectual. Habla español, inglés y francés. Docente de literatura y español. Doctora en Medicina por la Universidad Autónoma de Santo Domingo, se especializó en Ginecología y Obstetricia y en Oncología Ginecológica en la Escuela de Residencias Médicas de la Maternidad Nuestra Señora de la Altagracia. Busca en el interior del hombre la raíz de sus fortalezas y debilidades, sus alegrías y sufrimientos para entender el sentido de la vida y el mundo. Una necesidad de comunicación con el Poder del Universo fecunda su sensibilidad espiritual y se siente atraída por la Energía Cósmica, concitándole los secretos de la vida, lo Absoluto, que busca como una necesidad espiritual y estética. Cultora de narrativa, ensayo y poesía, publicó la novela mística El sol secreto (Santo Domingo, 2006) y ahora el poemario metafísico Pájaros del olvido. Como un ángel de luz y ternura, disfruta la pasión de lo divino en virtud del don espiritual que embellece su alma y nutre su sabiduría. Cautivada por la Potencia del que Es, vive y goza la pasión de lo divino.

2. En carta que me enviara Ofelia Berrido, mediante correo electrónico fechado el 23 de abril de 2012, me escribió: “Vivimos pensando que actuamos, que nos movemos, que las cosas cambian y sencillamente el tiempo pasa y las cosas develan su potencialidad, su naturaleza.  Todo estuvo ahí desde un principio… Todo está ahí simultáneamente.  Nuestra vida y nuestra muerte,  nuestros dolores y nuestras alegrías, nuestras ataduras y nuestra liberación: todo está ahí en el tiempo desarrollándose, dejándose ver. Todo está ahí. Todo es… infinitamente…”.

3. En mi contestación a la poeta interiorista, le escribí por la misma vía y en la misma fecha lo siguiente: “Es sorprendente el concepto de que las cosas coexistan en una simultaneidad de pasado y futuro, de tiempo y materia, según lo explica la visión cuántica, metafísica y poética, como la han percibido algunos poetas, entre ellos, el dominicano Noé Zayas y el boricua José Luis Vega. Los grandes idearios espirituales, conllevan una nueva visión del mundo y de la vida, con una transformación que se manifiesta en el comportamiento y la creatividad. Ese es el efecto transformante de la iluminación, que logran místicos y contemplativos desde una de las orientaciones espirituales que existen a disposición de los interesados”.

4. En carta que me enviara Ofelia Berrido, mediante correo electrónico fechado el 23 de abril de 2012, me escribió: “Vivimos pensando que actuamos, que nos movemos, que las cosas cambian y sencillamente el tiempo pasa y las cosas develan su potencialidad, su naturaleza.  Todo estuvo ahí desde un principio… el pollo es pollo aun siendo huevo; está ahí sin lugar a dudas, pero solo en el tiempo somos capaces de verlo. Todo está ahí simultáneamente.  Nuestra vida y nuestra muerte,  nuestros dolores y nuestras alegrías, nuestras ataduras y nuestra liberación: todo está ahí en el tiempo desarrollándose, dejándose ver. Todo está ahí. Todo es infinitamente…Quiero tocar un poco el Genjo Koan, pero es bueno recordar, aunque bien sé que es de su conocimiento, que cuando se habla de Budha no se habla de ningún dios. “Budha” significa sabio y “buddha”, con dos “d”, se refiere al ser que ha alcanzado la iluminación. Es decir, el ser humano que ha penetrado la ilusión del mundo y ha alcanzado el conocimiento liberador. Por otro lado, el Budismo es el sistema filosófico promulgado por Siddhartha Gautama, pero el buddha no es un nombre propio, sino un adjetivo que califica un estado o condición, aunque en Occidente el término ha acabado por convertirse en un nombre propio y personal que designa a Siddhartha Gautama, el fundador del Buddhismo”.

5. En mi contestación a la poeta interiorista, le escribí por la misma vía y en la misma fecha lo siguiente: “Es sorprendente el concepto de que las cosas coexistan en una simultaneidad de pasado y futuro, de tiempo y materia, según lo explica la visión cuántica, metafísica y poética, como la han percibido algunos poetas, entre ellos, el dominicano Noé Zayas y el boricua José Luis Vega. Los grandes idearios espirituales, entre los cuales el Budismo tiene un lugar singular, conllevan una nueva visión del mundo y de la vida, con una transformación que se manifiesta en el comportamiento y la creatividad. Ese es el efecto transformante de la iluminación, que logran místicos y contemplativos desde una de las orientaciones espirituales que enaltecen la vida”.

Bruno Rosario Candelier
Presentación de Pájaros del olvido
Santo Domingo, ADL, 25 de octubre de 2012.

 

Defenderse – desecho/deshecho – crecer

DEFENDERSE

Este verbo, como varios otros, cobra en República Dominicana un sentido propio del país. Esto quiere decir que en el país dominicano se utiliza ese verbo para expresar una idea diferente de las que en el español general se hace.

Para examinar este verbo se procederá a revisar los significados que posee en el español internacional para luego pasar a lo que se expresa y entiende en el habla dominicana.

En tanto verbo pronominal, el uso del verbo defenderse en el habla de los dominicanos se distancia del concepto que conoce el Diccionario de la lengua española. El último diccionario se expresa así: “Gozar de una cierta holgura económica”.

La diferencia de la noción dominicana y la conocida oficialmente estriba en el grado de holgura que alcanza el individuo con su actividad. La holgura en el español general lleva a pensar en el disfrute de recursos suficientes.

En República Dominicana cuando se dice que una persona se defiende lo que se destaca es que esa persona se procura ingresos, a veces extras, que le permiten sobrevivir en el sentido de vivir con escasos recursos financieros. Ejemplos de este uso son: “Ella se defiende vendiendo helados caseros”. “Él se defiende vendiendo baratijas en el pulguero”.

En muchas ocasiones este defenderse alude a ingresos extras que complementan las exiguas entradas que proporciona una actividad principal remunerada. Casi siempre la actividad del “defenderse” resulta de una iniciativa personal en la que el sujeto trabaja individualmente en una actividad comercial (o industrial) en pequeña escala.

No hay que sorprenderse con respecto a los matices que se comprueban en relación con el verbo defenderse en cuanto a sus sentidos de empleo, si se piensa que en el español de Cervantes en El Quijote “defender” equivalía a prohibir, del modo en que aún lo es en francés el verbo défendre.

DESECHO – DESHECHO

“Una raza rendida y DESECHA que ostenta con júbilo las heridas de su vergüenza”.

Cada día se encuentran más confusiones entre vocablos del tipo que se observa en el título. Es probable que el redactor sepa que existen las dos palabras del título y que estas tienen significados diferentes.

En casos como el de la frase citada, tal parece que el articulista para decidir cuál de los dos vocablos escribir, lo hizo al azar. La suerte no lo favoreció y el mensaje salió torcido.

Más abajo se analizarán los significados de las dos palabras, acompañados con un pequeño ardid, de modo que este sirva para despejar la duda en el futuro, en caso de que la haya.

Desechar es rechazar o negar una cosa posible. Es apartar un pesar, un temor, una sospecha. Es excluir una cosa cuando se elige; abandonar una cosa por inútil. Es menospreciar una persona o cosa.

Deshecho es otra cosa muy diferente.  Tiene relación con el verbo deshacer que equivale a descomponer, romper el arreglo, orden o buena disposición; descomponer algo que estaba hecho; estropear una cosa. Convertir una cosa sólida en líquida; o destruirla completamente. Esta enumeración no es exhaustiva, es ilustrativa.

Después de este ejercicio se pone de manifiesto que en la cita el participio que se propuso colocar el articulista tenía relación con descompuesta, estropeada, destruida (¿?), vencida.

¿Cómo se resuelve el asunto? Piénsese que desecho guarda relación con rechazar, negar, excluir, abandonar. Para que fuese una “raza excluida” tenía que escribirse desechada.

En la actualidad es más fácil mantenerse al tanto de los significados cuando se lee. Basta con mantener un diccionario abierto en el computador y consultarlo a voluntad. Ya no hay necesidad

de hojear y encontrar los significados pasando páginas, basta con mecanografiar la palabra en el ordenador y ya está. Hay que celebrar que la informática haya simplificado este tipo de consulta.

CRECER

“. . . pero luego concluyó que el candidato era incapaz de cambiar o CRECER”.

Hace tiempo ya que en el español escrito aparece el verbo crecer utilizado de la manera en que se observa en la cita. Como puede apreciarse mediante la lectura, no se trata de aumentar la estatura, sino de algo más.

Los diccionarios tradicionales, así como los de uso están contestes en que el verbo crecer no ha “crecido” (aumentado) sus acepciones, no se le ha añadido nueva materia.

No se trata de negar que el verbo crecer se aplica en dos casos a personas. En el primer caso para señalar que aumenta la estatura. En el segundo caso usado el verbo en tanto pronominal para indicar que toma “mayor autoridad, importancia o atrevimiento”. Las palabras que aparecen entre comillas se tomaron del Diccionario de la lengua española (2014).

Desde hace unos años hasta esta fecha, se utiliza el verbo crecer para denotar que una persona aumenta sus capacidades intelectuales, su habilidades humanas. Se usa asimismo para decir que el individuo desarrolla nuevas capacidades. En el caso de adultos se emplea para significar que este mejora o progresa, se supera y aún, que madura. Esos valores no pertenecen al español.

Con respecto a la madurez que alguien puede alcanzar, el Diccionario del español actual (1999) consigna que crecer se advierte en el uso en tanto “llegar [alguien] a su desarrollo completo o su madurez”. Del mismo modo ese diccionario asienta otro uso que el diccionario de las academias ya incorporó, en parte, en la edición del año 2014; se trata de “tomar más ánimo o atrevimiento”. Más arriba se escribió que los redactores del diccionario de las Academias, en el apartado para el verbo en tanto pronominal incorporaron el sustantivo “atrevimiento”. Además, esto envía una señal de que en una futura edición de este diccionario pueda añadirse el “desarrollo completo o su madurez”.

El autor de estos comentarios piensa que los traductores son los responsables en buena medida de la introducción en español de algunos de los usos que no cuentan con el aval del buen uso. Esto así porque en inglés crecer es sinónimo, en algunos aspectos, de aumentar, expandir, ampliar, incrementar. El ejemplo que trae el Merriam-Webster´s Dictionary es “crecer en sabiduría”.

No hay motivo alguno que obligue a un hablante de buen español a utilizar el verbo crecer cuando el español posee otros verbos más precisos para expresar las ideas. Ejemplos de esto son los verbos ya citados o las perífrasis verbales que pueden formarse con el auxilio de estos.

© 2017, Roberto E. Guzmán.