Por Bruno Rosario Candelier
Intuición mística del sentido
La mística es el cultivo de la conciencia espiritual centrada en la búsqueda de lo divino. En su condición de disciplina interior, se inspira en el amor a Dios y sus criaturas y genera un estado de conciencia cuya vivencia supera el nivel de la sensorialidad y, aunque es un conocimiento que va más allá de lo racional, no es un hallazgo de la razón ni un raciocinio de la lógica, sino la intuición de una Presencia invisible sentida como “real” mediante la vivencia de un vínculo entrañable de unión divina. Esa vivencia de lo sagrado es fruto de la inteligencia mística, que san Juan de la Cruz apreciaba como el más alto desarrollo de la conciencia trascendente cuyo despliegue cognitivo, imaginativo, afectivo y espiritual entraña una comunión mística con la Divinidad.
Para elaborar un diccionario de términos místicos, hay que saber lo que es la mística, sin confundirla con la religión, ni con la metafísica ni con el mito. La mística entraña, como búsqueda de lo divino, una contemplación hacia adentro, hacia la esencia del ser, hacia el Centro creador e inspirador de todo, hacia el Misterio que arroba y anonada. Mediante el Logos de la conciencia y el instrumental de la palabra, el contemplativo transita el fuero interior de fenómenos y cosas para internarse en el ámbito superior de la trascendencia con el fin de hacer, de la realidad estética, metafísica y mística, el cauce de una visión iluminada con hondo sentido trascendente. La mística es la disciplina de la conciencia centrada en la búsqueda de lo Absoluto y el sentimiento de lo divino inspirado en el amor a Dios y sus criaturas.
Como cultivo del espíritu, cauce de la vocación contemplativa y tendencia de la sensibilidad trascendente, la mística aborda la dimensión espiritual de la palabra con el sentido profundo que la embarga. Ese rasgo semántico justifica la confección de un diccionario de mística con un glosario de voces vinculadas al cultivo, el estudio y la vivencia del más hondo sentimiento espiritual de la conciencia humana en su vínculo con lo divino a la luz de la contemplación de lo viviente, según las diversas tendencias espirituales de las diferentes confesiones religiosas y culturas. Y en tal virtud, se definen las palabras con tres enfoques específicos: 1. Nivel léxico y semántico del vocablo seleccionado (descripción básica). 2. Fundamento místico del concepto (interpretación de lo divino). 3. Ilustración literaria (ejemplificación con textos de ensayo, poesía o ficción).
Tras la explicación básica o el comentario pertinente, las entradas se ilustran con ejemplos de textos alusivos a la referencia mística de la palabra clave. Se trata de un diccionario especializado, por lo cual se aplican criterios lexicográficos afines a la disciplina espiritual que lo sustenta.
La filosofía, la literatura y la mística son las grandes disciplinas intelectuales, estéticas y espirituales que dan un sentido trascendente a la vida y a la alta cultura. La filosofía enseña el amor a la verdad; la literatura, el sentido de la belleza; y la mística, la vivencia de lo divino mediante principios, ideales y virtudes, cuyas expresiones idiomáticas, en términos precisos, edificantes y luminosos, convierten la connotación mística de la palabra en fuente de la verdad, la belleza y el bien. Místico no es el que habla de Dios, ni siquiera el que busca a Dios, sino el que siente a Dios, ve su huella en todo lo viviente y experimenta una llama de amor viva. Mística no es solo la palabra que alude a Dios sino la disciplina que lo convoca en su irradiación espiritual concurrente. Y creador místico no es quien explora el sentido, sino aquel que sabe ver, en cada rincón del mundo, la presencia de lo divino mismo. Si la belleza culmina en el sentimiento de lo divino, el cultivo de la mística postula una incardinación, desde la palabra y con la palabra, en una virtual correspondencia sagrada.
Para el creador sensible a la trascendencia, todas las cosas tienen una connotación espiritual que descubre cuando halla la onda sutil de lo divino. Encontrar la palabra mágica es sintonizar la faceta mística de lo viviente y descubrir el fascinante encanto de la Creación a la luz de la presencia divina.
La mística encarna el más alto grado del sentido espiritual del Logos. Sabemos que Heráclito de Éfeso, cuando concibió el Logos para consignar la fuente del sonido con sentido, atribuyó a ese peculiar vocablo una energía divina. De ahí que el Logos asume y expresa la energía interior de la conciencia con una onda de comprensión, sabiduría y amor. En su veta formal y conceptual expresa el caudal de belleza sublime, irradiación metafísica y de sentido místico. La fragua de su luz y la onda de su aliento atizan la creación mitopoética, metafísica y teopática con la valoración mística de lo viviente.
Ya los antiguos pensadores presocráticos, entre ellos Heráclito, Leucipo y Pitágoras, entendían que en su condición de Logos, la palabra encauza una triple expresión figurativa: la palabra simple, con su sentido básico; la palabra compleja, con su vertiente metafísica; y la palabra simbólica, con su connotación mística. La filosofía, la literatura y la espiritualidad abordarían la dimensión profunda del decir hondo, traslaticio y sugerente de la palabra. Por eso José Lezama Lima escribió: “El signo expresa pero no se desnuda en la expresión. El signo, pasado a la expresión, hace que la letra siempre tenga espíritu. En el signo hay siempre como la impulsión que lo agita y el desciframiento consecuente. En el signo hay siempre un pneuma que lo impulsa y un desciframiento, en la sentencia, que lo resume. En el signo queda siempre el conjuro del gesto. El signo tiene siempre la suficiente potencia para recorrer la sentencia, su espacio asignado. La potencia actuando sobre la materia para engendrar la forma y el sentido” (1). Spíritus, pneuma o ruah, hay un soplo, un aliento o un aire divino que conforma el Logos, Verbo o Palabra. De ahí la justificación de un diccionario de términos místicos.
Fragua de la vivencia mística
El místico alemán Jacob Böhme sostenía que el Universo es un Logos en cuya virtud las cosas hablan y sugieren lo que significan en un lenguaje cifrado y secreto como si se tratara de un idioma especial dirigido a los que tienen desarrollada su sensibilidad trascendente. Se trata de una gracia singular para captar la revelación del misterio mediante la inteligencia mística, la empatía divina y la iluminación de la llama sagrada. A pesar de la condición inefable del fenómeno místico, desde siempre los iluminados han dicho que no hay un lenguaje capaz de verbalizar la experiencia arrobadora, pero todos los místicos que en el mundo han sido han hallado la manera de plasmar esa vivencia inefable. En una de sus cartas a los Corintios, Pablo de Tarso hablaba de un hombre que “fue arrebatado al Paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede decir” (2). Esas palabras inefables son las que conforman la sustancia de la irradiación mística, canalizada en imágenes, destellos, ondas, visiones y voces con su hondura intangible.
A la sensibilidad mística llegan irradiaciones y señales del Cosmos con las variopintas manifestaciones de dichos fenómenos en sus respectivos efluvios y revelaciones. Todos estamos conectados en las redes operativas del Universo y formamos parte de la Totalidad, pues como se ha dicho desde antiguo, todo viene del Todo y todo vuelve al Todo, como enseña la mística y certifica la física cuántica, en cuya virtud estamos integrados a la esencia cósmica desde nuestra circunstancia específica. De igual manera, recibimos influjos de la realidad circundante y de nuestro interior profundo. Hay también un influjo permanente de la memoria universal ya que nuestra memoria individual se conecta con la fuente de la sabiduría atesorada en la memoria cósmica, a la que he llamado Numen. Y ese influjo a menudo no se comprende, comenzando por la incidencia de la misma tierra que emite unos fluidos a cuyo través opera el aliento telúrico que inyecta a nuestra sensibilidad un efecto singular cuya energía penetra en nuestra conciencia.
En su contacto con el mundo el místico experimenta un estado de contemplación, indispensable para vivir el misterio de la Creación y el sentido de hechos, fenómenos y cosas. Todo tiene una dimensión interna y mística que la intuición percibe y el lenguaje expresa en forma estética, simbólica y mística. La faceta mística de lo viviente que atrapa la sensibilidad trascendente es una expresión del vínculo de lo natural con lo sobrenatural, de lo humano con lo divino, que la palabra formaliza en su peculiar lenguaje. La vida interior de la conciencia, en su manifestación estética o espiritual, es una clara evidencia de la potencia creadora del Logos. Lenguaje y conciencia hacen posible la intuición del sentido espiritual de lo viviente. Y la palabra nos auxilia para formalizar nuestras intuiciones y vivencias con el lenguaje discursivo, la forma estética o la creación teopoética.
Ante el esplendor de lo viviente la persona experimenta una emoción que despierta su sensibilidad interior. A los poetas los mueve la dimensión maravillosa de la realidad. Y ya han dicho los místicos, como Francisco de Asís y Karol Wojtyla, que la realidad es más maravillosa que dolorosa. Antes dijo Platón que la belleza culmina en Dios. Por eso la teopoética es una celebración de la Divinidad.
Contenido, forma y sentido de las palabras es lo que enfoca el lexicógrafo. Y si se trata de un glosario especializado, hay que privilegiar la dimensión conceptual, estética o espiritual de su repertorio léxico.
La poesía se basa en la expresión de la belleza. La metafísica se funda en la búsqueda del sentido. Y la mística se inspira en el sentimiento divino que genera el esplendor de lo viviente. Lo que el poeta canta y el metafísico explaya, el místico lo vive y ama, porque el amor fragua la vocación mística que hace de la obra del contemplativo un cauce del ágape infinito.
En tal virtud, el místico vive y expresa la contemplación de la naturaleza, que siente como expresión de lo divino. La emoción de la belleza y el sentido, que canaliza en su expresión estética, encauza una verdad profunda, que comunica en su hondura intangible. El sentimiento de lo divino, que inspira el lenguaje de la lírica teopoética, se funda en una vivencia espiritual que la palabra formaliza en ensayos, pintura, danza, música, teatro, narraciones y poemas. La pasión de amor sublime, que despliega la sensibilidad del místico, se manifiesta en lo que hace, compone, dibuja o escribe.
El arte de la creación teopoética y su entramado místico canalizado en la palabra, se manifiesta en modalidades operativas: 1. Liberación de los sentidos (físicos y metafísicos) para dejar la mente libre de pensamientos, sentimientos y deseos. 2. Actitud interior de apertura y entrega de sí mismo hasta sentir el espíritu absorbido, por un aliento trascendente. 3. Sentimiento de coparticipación en el alma de lo viviente sintiéndose el contemplativo uno con el Cosmos en un abrazo de amor y de fusión compartida. 4. Sensación de arrebato, bajo la onda de una fuerza superior sentida con suavidad y dulzura en un estado luminoso y placentero. 5. Vivencia espiritual de deificación interior mediante el aurta mística de la unión divina.
El contemplativo siente la necesidad de lo divino. En tal virtud, tiene un alto desarrollo de la sensibilidad trascendente; disfruta la dimensión espiritual de la Creación y mediante el sentimiento de amor sagrado percibe en las cosas naturales una significación o un simbolismo divino. Y asume una actitud consciente y gozosa ante la huella divina en el mundo con un sentido de iluminación mística.
El poeta místico, visionario del fulgor y el sentido espiritual de fenómenos y cosas, está inmerso en una realidad estética, y, mediante el canal de la gracia divina, se inserta en una realidad espiritual. Por eso confluyen en su obra el sentido y el propósito de su creación. La intuición de la dimensión trascendente suele conducir a la valoración de lo divino. Al descubrir el orden de las cosas, Pitágoras intuyó el ordenamiento del mundo y, por inferencia, al Ordenador del Universo en la armonía de lo viviente. Al sentir el esplendor de lo creado, Tulio Cordero, la más exquisita voz mística de la teopoética dominicana, intuyó el encanto del mundo y al Encantador de lo viviente al que su corazón se inclina con la pasión del amor que atiza sus entrañas. Con razón escribió Tulio Cordero en “Silogismo infantil”:
“El mar es enorme. / El caracol, pequeño/ mas, en el laberinto del caracol /está toda la sinfonía del mar inmenso. / Yo, que te contemplo,/ soy solo el caracol de tus misterios”.
Formato de la creación teopoética
El problema lingüístico de la lírica mística presenta tres frentes: primero, la dimensión espiritual de la vivencia contemplativa, complica el contenido trascendente de ese estadio singular de la conciencia; segundo, la condición inefable de la experiencia extática, que se vuelve incomunicable y por tanto indescriptible; y tercero, la connotación interior del fenómeno místico, que en principio es personal, individual e intransferible.
La experiencia mística comporta un fenómeno de conciencia en el que el yo del sujeto trasciende los límites de la experiencia ordinaria y el lenguaje lógico es inadecuado para traducir conceptualmente las vivencias de ese estado espiritual. La lírica mística salvó parcialmente la cuestión con la creación de un código lingüístico mediante el cual el sujeto contemplativo puede canalizar estética y espiritualmente lo que experimenta su mente en ese estadio singular de la conciencia expandida. La lírica mística presenta un cauce espiritual que ha hecho posible la creación y la expresión del aliento creador inspirado en esas vivencias singulares y ese conducto ha hecho que el alma se desborde en expresión de gozo y la voz lírica del contemplativo irrumpa con el tono jocundo del júbilo místico.
El lenguaje literario es la herramienta que da forma al contenido de intuiciones y vivencias místicas mediante la creación de imágenes y conceptos para canalizar las peculiares irradiaciones metafísicas y las singulares vivencias espirituales en conexión con el ámbito circundante o la vastedad del Universo. Instalado en la realidad de lo viviente, desde su sensibilidad el contemplativo establece una conexión con fenómenos y cosas, al tiempo que convierte la pantalla de la conciencia en antenas receptivas y transmisoras de mensajes intuidos o revelados, que hacen de los poetas místicos genuinos amanuenses del Espíritu. Y es el lenguaje de la lírica mística, con su caudal de imágenes y símbolos, el canal establecido para incursionar en ese predio restringido de la creación verbal.
Cuenta la madre Magdalena del Espíritu Santo, que admirada por las bellas y profundas palabras del Cántico espiritual de san Juan de la Cruz, le preguntó al iluminado carmelita si Dios le daba “las hermosas palabras que comprendían y adornaban” su hermoso decir, a lo que el poeta abulense le contestó: “Hija, unas veces me las da Dios, y otras las busco yo” (3). Afirma san Juan de la Cruz que la “sabiduría espiritual” está al alcance del alma: “(…) y esta es la causa por que Dios le da las visiones, formas, imágenes y las demás noticias sensitivas e inteligibles espirituales; no porque no quisiera Dios darle luego en el primer acto la sabiduría del espíritu, si los dos extremos, cuales son humano y divino, sentido y espíritu, de vía ordinaria pudieran convenir y juntarse con un solo acto” (4). Para expresar el estado interior de la emoción estética y la peculiar naturaleza de la fruición espiritual de la vivencia mística la persona crea, mediante el concurso de la intuición, la imaginación y la memoria, el lenguaje simbólico de la lírica mística.
El lenguaje de la mística tiene tres atributos distintivos: la llama de Eros; el cauce de los símbolos; y el don de la gracia divina. El amor que alienta la lírica mística es un amor incólume, sagrado y divino; la vía simbólica es la única manera de canalizar la vivencia inefable de la mística; y la gracia divina es la onda superior y trascendente que impregna el alma del contemplativo de su virtualidad interior.
La confluencia de sensaciones y emociones, en su expresión estética y simbólica, genera el brote de la creación verbal en la lírica mística. Por eso el místico se siente poseído por la magia de la creación, y su corazón se impregna de luz, sabiduría y amor. Al respecto escribió Luce López-Baralt: “A pesar de que comprenden que su desesperado intento comunicativo será en vano, los místicos han intentado sin embargo sugerir algo de su trance teopático, sirviéndose de unas desconsoladas aproximaciones simbólicas que resultan igualmente enigmáticas en cualquier época y en cualquier lengua: el Todo y la Nada, el mísero cuerpo de arcilla que sin embargo contiene todas las esferas del Universo; ´la música callada´ y ´la soledad sonora´ de san Juan de la Cruz; el ´rayo de tiniebla´ del Pseudo Dionisio Areopagita; la ´luz negra´ de Simnani; ´la noche luminosa´ y ´el mediodía oscuro´ de Sabastari; la ´esfera cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna´ y el Aleph circular en el que Borges vio el Universo entero, y a sí mismo…” (5).
Aun cuando cada una de las confesiones religiosas tiene sus contemplativos, los místicos de todas las lenguas y culturas, en virtud del postulado esencial de la mística, viven la llama teopática al margen de los cánones de sus respectivas persuasiones religiosas y comparten la dimensión sagrada de la vivencia estética y la experiencia extática bajo la llama sutil de la gracia transformante. En ese sentido el santo poeta de Ávila escribió en el prólogo al Cántico espiritual: “Por haberse, pues, estas canciones compuesto en amor de abundante inteligencia mística, no se podrán declarar al justo, ni mi intento será tal, sino sólo dar alguna luz en general […].Y esto tengo por mejor, porque los dichos de amor es mejor dexarlos en su anchura, para que cada uno de ellos se aproveche según su modo y caudal de espíritu, que abreviarlos a un sentido a que no se acomode todo paladar”(6).
Dios tiene reservado a cada uno el camino para sentir su presencia, y cada uno ha de hallar, a su debido tiempo y el cauce apropiado, la ruta que el destino le tiene reservado. Con el don de la vida, la dotación del Logos y la gracia del amor, se reciben las condiciones materiales y espirituales para cumplimentar la hermosa, fecunda y luminosa tarea de la creación.
Cuando entran en contacto con su interior profundo o con el alma de las cosas, los contemplativos tienen profundas intuiciones de la realidad o singulares revelaciones de la trascendencia, y entre las intuiciones descubren que: 1. Tienen un sentido místico para apreciar la dimensión sagrada del mundo. 2. Reconocen la realidad misteriosa y trascendente que es superior a su propia realidad. 3. Descubren el vínculo profundo entre la naturaleza humana y la divina mediante los efluvios de la Realidad Trascendente. 4. Perciben la herencia espiritual subyacente en la propia vida y en el costado del mundo en conexión con el destino final que a todos nos aguarda. 5. Asumen la unión mística como el más alto estadio del desarrollo espiritual de la conciencia humana.
En este diccionario ponderamos la huella espiritual de las obras de los poetas místicos que nos sirven de modelo. Plutarco, el antiguo educador romano, en La deidad personal de Sócrates, advirtió que existía un idioma especial para los poetas: “De hecho, [existen] las ideas de cada quien, expresadas a través del medio de la voz que sentimos en la oscuridad para entenderlas, que las ideas de las deidades traen luz con ellas por lo que iluminan a quienes las perciben. Las ideas de las deidades no necesitan verbo ni nombres: éstos pertenecen a las relaciones humanas que permiten que la gente vea las imágenes y los reflejos de las ideas; mas, las únicas personas que entienden las ideas en sí son aquellas -como dije- que admiten una luz divina particular” (7). Esa “luz divina”, que funda la inteligencia mística, alienta el pneuma de los griegos o el ruah de los hebreos, para entender el signo con su forma y su sentido, que el lenguaje de la mística formaliza en la creación teopoética, por lo cual Heráclito de Éfeso, cuando concibió el Logos, intuyó la “energía sagrada” inherente a la Idea que la palabra encarna y expresa.
La mística, la más entrañable de las tendencias del espíritu, halla su cabal expresión estética en las formas poéticas, musicales, pictóricas, danzantes o arquitectónicas. El sentimiento místico genera una conciencia intuitiva de lo Absoluto y, en tal virtud, presiente la huella divina en el mundo. Permite sentir la “llama de amor divino” y, en algunos casos, el éxtasis contemplativo.
La potencia creadora del Logos, al tiempo que es cauce de la intuición, es también medio de conexión con lo divino. El lenguaje simbólico, como canal de la intuición y herramienta de la conciencia, empalma la expresión de lo inefable y la potencia creadora de la sensibilidad. El lenguaje reclama las palabras adecuadas y la manera más auténtica para describir esa realidad inexplicable y misteriosa que solo desde la esencia divina se puede explicar. Cuando se piensa en el lenguaje de la mística sabemos que todo el Universo es lenguaje, porque todo lo viviente está insuflado de una onda mística, y todo el Universo es un símbolo de lo divino.
Lo mismo el ensayo discursivo, la valoración crítica o la creación poética de inspiración mística proceden de una sensibilidad abierta a la dimensión profunda de la Realidad Trascendente. La creación estética y espiritual inspirada en la mística tiene una singular connotación que las palabras expresan, encauzan y sugieren en su configuración léxica, semántica y simbólica. La lírica lo expresa mejor con sus imágenes sugerentes: Agua y fuego/voz y llama/lumbre y aire/ bajo el alero de Su gracia./La magia no siempre fluye afuera/ si el fulgor rutila con su encanto/Dondequiera hay vestigios del Paraíso.
Bruno Rosario Candelier
Academia Dominicana de la Lengua
Santo Domingo, 16 de mayo de 2017.
Notas:
1. José Lezama Lima, Las eras imaginarias, Madrid, Fundamentos, 1971, p. 22.
2. Carta de san Pablo a los Corintios (II Cor, 12, 4).
3. Cfr. Madre Magdalena del Espíritu Santo, “Relación de la vida de san Juan de la Cruz”, en P. Silverio de Santa Teresa, Obras de san Juan de la Cruz, Burgos, 1929, T. I, Apéndice V, p. 325. V. Vida y obras de san Juan de la Cruz, Madrid, BAC, 1960, p. 186.
4. San Juan de la Cruz, Obra completa, Madrid, Alianza Editorial, Edición de Luce López–Baralt y Eulogio Pacho, 1999, T. I, p.233.
5. Luce López-Baralt, Prólogo a san Juan de la Cruz, en Obra completa, p. 12.
6. San Juan de la Cruz, Prólogo al Cántico espiritual, 7.
7. En Fredo Arias de la Canal, Antología de la poesía cósmica de Marta de Arévalo, México, Frente de Afirmación Hispanista, 2003, p. VII.