Sobre el vocablo «larimar»

MINISTERIO DE ENERGÍA Y MINAS

Año del Desarrollo Agroforestal”

MEM-DESP-00610-17

11 de abril de 2017

Señor Bruno Rosario Candelier

Presidente Academia Dominicana de la Lengua

Ciudad Colonial, c/ Mercedes, no. 204

Su Despacho

Distinguido Sr. Rosario Candelier:

Después de saludarle muy atentamente apelo a sus buenos oficios a fin de que interceda ante la Real Academia Española para que sea incorporada la palabra Larimar al Diccionario de la lengua española.

Larimar es una piedra semipreciosa descubierta en 1916 por el sacerdote Miguel Domingo Flores Loren, párroco de Barahona. El 22 de noviembre de ese año Flores solicitó permiso oficial para explorar y explotar una mina, pero debido al escaso conocimiento sobre la pectolita azul, le fue denegado.

No fue hasta 1974 cuando los voluntarios del Cuerpo de Paz Miguel Méndez y Norman Rilling redescubrieron la piedra, que llamaron Larimar al unir el nombre de la hija del primero, Larissa, con la palabra mar, pues los habitantes de Barahona pensaban que salía de las aguas del Mar Caribe.

La piedra solo existe en la costera provincia de Barahona, 181 kilómetros al suroeste de Santo Domingo, y en la actualidad se estima que su extracción anual es en promedio de 4,000 quintales de 42 orificios en producción.

Junto con el ámbar, una resina que se extrae en varios lugares del país para la joyería artesanal, el Larimar compone un mercado exportable de alrededor de US$8.0 millones, impulsando la pequeña minería de la que viven aproximadamente 5,000 personas.

Agradeciendo su atención y con la esperanza de que sea posible la adopción en el Diccionario de la lengua española de un término que designa a una piedra semipreciosa única, referente de las riquezas del subsuelo de la República Dominicana.

Cordialmente,

Antonio E. Isa Conde

Ministro

 

CONTESTACIÓN DE BRUNO ROSARIO CANDELIER AL MINISTRO ANTONIO ISA CONDE, 25 DE ABRIL DE 2017

 Sr. D. Antonio E. Isa Conde

Ministro de Energía y Minas

Avenida Tiradentes, no. 53, Edif. B

Ensanche Naco, Ciudad

Distinguido señor ministro:

Me complace recibir su comunicación fechada en Santo Domingo el 11 de los corrientes, en la que usted propone que esta Academia realice las gestiones correspondientes para la incorporación de la palabra larimar al Diccionario de la lengua española.

Me complace comunicarle que este Director sometió su atinada propuesta a la consideración de la Comisión Lexicográfica de la ADL y, tras su aprobación, el suscrito remitirá a la correspondiente comisión de la Real Academia Española la definición que adoptemos.

Aprovecho esta misiva para expresarle que el susodicho vocablo fue incorporado al Diccionario del español dominicano (Santo Domingo, Academia Dominicana de la Lengua, 2013, p. 407) con la siguiente definición:

larimar m. Piedra semipreciosa de color azul que se encuentra en una mina de la provincia de Barahona”.

La definición que vamos a proponer a la RAE es la siguiente:

larimar. f. (acrón de Larissa y mar, R. Dom). Piedra semipreciosa, de aspecto vítreo, generalmente azul y moteada de blanco, muy útil en joyería, que aparece en la costa sur de la República Dominicana.

Al expresarle mi complacencia por canalizar favorablemente su inquietud idiomática, reciba el testimonio de mi distinción con mis saludos cordiales.

Dr. Bruno Rosario Candelier

Director

 

La creación de Eva

Por Ricardo Miniño Gómez

  Adán la contemplaba extasiado. Un rayo de luna barnizaba de plata el rostro oscuro de la estatua que Adán había construido con barro. Era medianoche y el ruiseñor cantaba.

Adán, arrodillado ante ella, le acariciaba  las manos de tierra todavía húmeda y las besaba.

Entonces bajó Dios, como un soplo invisible, y habló desde follaje de un árbol:

“Adán” –dijo– “veo que te sientes solo y has plasmado una estatua para pasar las noches venerándola y olvidarte del temor a la oscuridad y las fiebres. ¿Quieres que le dé vida?

Adán oyó la voz, la única voz que conocía, y respondió: “¿Quieres decir que le darás movimiento a sus dedos, y luz a su mirada y sonido a su boca?”

“Si, Adán” repuso Dios.

El corazón saltó en el pecho del hombre con bríos de corcel furioso. Le palpitó la sangre. Y volvió a preguntar: “¿Pero será bella, Señor?”

“Sí, Adán. Te olvidarás de la espuma del río, del verdor de la grama en la pradera, del brillo de los astros nocturnos. Ella será más bella que la luz y las aguas”.

“¡Ah, Señor, que feliz sería! Olvidaré la noche y el día contemplando sus ojos”.

Adán se apretaba las sienes con las manos, temeroso de que fueran a reventar de alegría.

“¿Pero me querrá, Señor? ¿Estará siempre conmigo?”.

Será tuya, Adán. Pero ignoro si querrá sujetársete pues le pondré agilidad en los pies, para que pueda huir como las gacelas, le daré corazón y mente, para que decida si te quiere”.

“¿Por qué, Señor?”

“Así es mejor, Adán. Lo dejó a tu albedrío: Si quieres, soplaré sobre ella y el barro de que la hiciste se convertirá en carne, suave como la carne de las frutas. Dame tu palabra”.

Adán miró hacia el firmamento y le pareció oscuro y triste, a pesar de que las estrellas brillaban. Buscó ayuda posando la mirada en la copa de los árboles, pero le pareció poca cosa el claror de la luna sobre el ramaje verde.  Hasta olvidó que el ruiseñor cantaba. Y volvió a acariciar las manos de la estatua y palpitó de emoción pensando en el momento en que cobraban vida y ella abriera los ojos con una sonrisa.

“Sí, Señor, dale vida. Yo sabré sujetarla y la convenceré de que me quiera como yo la quiero ya antes de que viva”.

Adán estaba sentado junto a ella. Dios calló y no se volvió a oír su voz. Una brisa agradable sopló sobre la frente de la estatua. Y Adán la sintió respirar y le acercó el oído al pecho, para comprobar si vivía.

Adán le dio un beso, muy leve, para no disturbarla. Y se quedó extasiado junto con a ella, mientras la claridad de la mañana inundaba triunfante el rostro de Eva, que dormía.

Santo Domingo, mayo de 1963.

Ricardo Miniño Gómez, La hermana Matilde, Santo Domingo, Librería Dominicana, 1964, pp. 5-6.

El Diccionario del español dominicano de la ADL

Por Camelia Michel

    Estoy conmocionada por la capacidad para el denuesto y los insultos ruines y zafios que mucha gente ha esgrimido en contra de Bruno Rosario Candelier y Manuel Núñez Asencio, a través de las redes y medios de comunicación. Y aún estoy más sorprendida porque algunos de los peores epítetos que recibieron ambos, provinieron de personas con suficiente nivel, tanto intelectual como académico, para expresar su inconformidad de forma decente.

¡Cuánta grosería, vulgaridad y bajeza! Y lo extraordinario es que gente llena de tanta mezquindad se sienta con calidad moral para decidir lo que es bueno o malo, y peor aún, para juzgar y descalificar la labor de toda una vida de quienes tienen una trayectoria sólida y beneficiosa para la sociedad como son dichos académicos.

Bruno Rosario Candelier no necesita cobijarse bajo las alas de la Academia Dominicana de la Lengua para ser quien es. Muy por el contrario, llegó a esa institución por sus méritos. Luces le sobran y elementos de juicio para tomar las iniciativas en su fructífera labor al frente de la Academia. De Manuel Núñez no necesito decir mucho, pues el respeto que le profeso no es de estos tiempos. Nuestra amistad data desde que ambos pasamos por los medios de comunicación, él, en calidad de articulista, y yo, en mi condición de reportera, y aunque muchos deseen restarle méritos, su labor enjundiosa y su versátil talento hablan por sí solos. ¿O acaso esto no es patente en su extensa labor bibliográfica?

Debo decir que estoy segura de que mucha gente está de acuerdo conmigo y no lo dice, porque entre los grandes tabúes de la sociedad actual está todo lo referente a la familia Castillo Semán. Por extensión, todo el que se acerque, le dé la mano u ose reconocer alguna clase de mérito a cualquiera de los miembros de esa familia, será brutalmente crucificado. Esto ha pasado con los doctores Rosario Candelier y Núñez Asensio, quienes no son los únicos académicos que estuvieron de acuerdo con el reconocimiento al polémico y connotado jurista, porque en verdad, don Bruno y Manuel son también dos objetivos para algunas personas y miembros de esta sociedad que se venden como muy “de avanzada” para resarcir sus propios demonios. Para citar uno solo de los aportes de Rosario Candelier al frente de la ADL basta citar el Diccionario del español dominicano.

En  una época en la que parece disolverse el perfil identitario nacional con una confusión de paradigmas, dicha obra nos recuerda que éste es un pueblo con una voz muy antigua, singular y, al mismo tiempo, actualizada. Entre los aportes fundamentales de la ADL al acervo cultural del país, el citado Diccionario asume un rol de primer orden.

Para el director de la ADL, Dr. Bruno Rosario Candelier, acercarse al estudio o a la simple observación del español dominicano es una forma ideal de celebrar la fundación de la República Dominicana. El intelectual dominicano exhorta de manera muy particular a los maestros y estudiantes a tener este diccionario como fuente de consulta permanente.

Este diccionario tiene la particularidad de estar íntimamente vinculado al origen del país. Consultarlo equivale, pues, a una travesía por más de 500 años de historia, en la que se conjugan palabras con raíces heredadas de los aborígenes, del castellano arcaico y de los pueblos llegados de África, en una primera etapa. Posteriormente el español dominicano va incorporando voces y locuciones procedentes de lenguas diversas y contemporáneas, correspondientes a los pueblos con los que el país ha tenido mayor interacción a lo largo de su historia. Los estudios de nuestros académicos arrojan que una riquísima mezcla de lenguas y hechos históricos hicieron del idioma dominicano lo que es hoy en día, pero igual apuntan a que la impronta sonora de ese nuevo mundo que abre sus puertas en Santo Domingo, queda marcada en el lenguaje peninsular. Como ejemplo, la palabra “canoa”, que designaba las embarcaciones indígenas y que es recogida por Cristóbal Colón en una de sus primeras comunicaciones, figura en el Vocabulario español latino de 1495; también en el Tesoro de la lengua española, de Sebastián de Covarrubias, en 1611. El académico Manuel Núñez señala que posteriormente esta voz se impone en todos los textos de los cronistas de Indias, e igualmente sucede con las palabras “bohío” y “caney”, que designaban distintos tipos de viviendas de los pueblos precolombinos, para sólo citar algunas. Núñez Asencio advierte que indigenismos de La Española se impusieron en otros territorios americanos: “Designaciones de utensilios, nombres de personas, de lugares, de animales y de plantas llenarán las páginas de los primeros historiógrafos de América” y también de los expedicionarios que acometieron la empresa de conquistar el continente, tomando como punto de partida esta isla.

Por otro lado, el presidente de la ADL resalta el carácter histórico del español que se habla en República Dominicana. Señala que “es el más antiguo de América, por lo cual conserva voces arcaicas, como ‘dizque’ (dicen que), ‘trasuntarse’ (parecerse a alguien)”, entre otros. En adición a los arcaísmos pueden citarse numerosas “creaciones léxicas”. Rosario Candelier reporta los términos “pariguayo”, “medalaganario”, “compinche” y muchas otras palabras que son usuales en la actualidad, tanto en las áreas rurales como urbanas. Igualmente fueron tomados en cuenta términos que figuran en el lenguaje escrito y  muy especialmente en la literatura dominicana. Aclara que los términos incluidos tienen como requisito común, el de tener uso y permanencia en el habla local, de suerte tal que las locuciones arcaicas o recientes que fueron olvidadas o sustituidas por los hablantes, o los términos de muy novedosa o inestable aparición, no figuran. Explica que en la formación de una modalidad lingüística regional o local surgen fundamentalmente dos tipos de expresiones nativas que son tomadas en cuenta por los estudiosos: “Las creaciones léxicas, que entrañan nuevos vocablos en su escritura, como la palabra “chin”; y las “creaciones semánticas”. Esta última modalidad consiste en asignar “un nuevo significado a una palabra de la lengua, como, “esperanza” (‘insecto de color verde’) o “china” (‘naranja dulce’)”.

Sin lugar a dudas, este diccionario publicado en 2014 es el primero en su especie realizado de manera colegiada por la ADL, con la participación de Bruno Rosario Candelier, María José Rincón, Fabio Guzmán Ariza y Roberto Guzmán, obra que llena una necesidad fundamental, en el que cada dominicano se encontrará reflejado en voces y frases comunes del país. El carácter didáctico de esta obra referencial de nuestro español se complementa con un estilo ameno, que lo hace de fácil consulta y lectura.

Rosario Candelier advierte que no es un diccionario normativo, puesto que “toma en cuenta la realidad dialectal dominicana sin emitir juicio sobre su ‘corrección’. Ofrece un total de 10, 903 lemas o palabras, con 14, 054 acepciones, y 4, 250 frases. La preparación de este Diccionario  supuso varios años de trabajo, en que participaron varias comisiones de lexicógrafos de la ADL, bajo la coordinación del Dr. Rosario Candelier, con una amplia fuente bibliográfica. Contó con el patrocinio de la Fundación Guzmán Ariza Pro Academia Dominicana de la Lengua.

En su fructífera trayectoria al frente de la ADL, Rosario Candelier ha coordinado las comisiones de apoyo a los proyectos de la RAE, como el Diccionario de americanismos, el panhispánico de dudas, el Diccionario de la lengua española. Actualmente la Academia trabaja en nuevos proyectos de ambas corporaciones.

Trayectoria de servicios de la Academia Dominicana de la Lengua

Por Sérvido Candelaria

  En toda organización colegiada, para evitar el atascamiento en las actividades diarias, funciona una “Comisión Ejecutiva” o Junta Directiva designada por el pleno de sus componentes, que tiene a su cargo tomar decisiones mientras no se reúne la membresía total. Así también se elige un Director para seguir simplificando la toma de decisiones. Basado en esta estructura, puede producirse, en algún momento, una decisión que no sea compartida por la mayoría del conglomerado institucional. Pero no por ello deja de ser  legal y vinculante, dicha decisión. A las personas que lo conforman, les ha sido asignada esa función y, sea que votemos, no votemos o que votemos en contra de su elección, lo que ellos aprueben, nos somete a todos mientras aceptamos vivir bajo los reglamentos que nos conforman como país.

No sé cuándo vamos a aprender a vivir en comunidad, bajo la diversidad de criterios. Nos jactamos de ser abiertos, pluralistas y democráticos, pero cuando nos toca dejar que los demás se expresen y actúen basados en sus principios o criterios, nos volvemos censores de actos y de juicios, con la misma o mayor vehemencia que a quienes criticamos por indolentes y dictadores. Eso va muy de acuerdo con el peor mal que nos aqueja, denunciado por mí en otras ocasiones: el de la relativización de nuestros males; la desgraciada doble moral que nos acompaña en nuestros juicios y valores, con las excepcionales excepciones de rigor. Vivimos diariamente desgañitándonos por la corrupción que nos acogota, pero no perdemos oportunidad para, cuando llegamos a un lugar donde hay que hacer fila, agenciarnos con algún amigo, compadre, tío, sobrino o con el soborno de rigor, el pase inmediato a la ventanilla o cubículo. Vivimos criticando el dispendio de los recursos del Estado, pero cuando nos toca imprimir un trabajo para provecho personal, utilizamos sin miramientos el papel, la tinta y el impresor de la institución donde laboramos, sin la autorización correspondiente. Vivimos criticando la irresponsabilidad e indolencia de los funcionarios, pero cuando tenemos que asistir a un acto donde somos la figura principal, nos regodeamos al decir “no importa, que me esperen, no se puede empezar el acto sin mí”. Vivimos señalándoles a los demás sus falencias pasadas y presentes, pero no nos damos cuenta de que en nuestra vida nos hemos revolcado en estercoleros (de acuerdo a la opinión de quienes no comparten nuestro criterio) y vivimos rodeados de personas que por contestatarios y rebeldes no dejan de hacer cosas al margen de la ley. Y, a propósito, vivimos criticando “esas malditas leyes” cuando difieren de nuestros valores, pero no perdemos la oportunidad de invocarlas y hacer lo inhumano para que se cumplan estrictamente, cuando de beneficiarnos se trata.

Entiendo que todo el mundo tiene derecho a expresar su desacuerdo con cualquier acto, si no se identifica con su esencia y resultado. Ahora, eso no debe facultar a nadie para la descalificación automática de la persona que lo ejecuta. Sobre todo, para la descalificación personal por medio de epítetos denigrantes. Por eso veo muy mal los ataques a nivel personal que se han hecho al Dr. Bruno Rosario Candelier por diferentes personas que, sin conocer cómo funciona la Academia Dominicana de la Lengua, se pronuncian contra él en forma abyecta, sin tener en cuenta la extraordinaria labor que desarrolla en la promoción de la lengua y las letras dominicanas y de la literatura en sentido general como formadora de un mejor ser humano.

Yo estoy en desacuerdo con el juicio que valora a don Marino Vinicio Castillo como figura procera; pero soy el primero en reconocer que no existe ninguna labor de proyección y formación humanística, en el ámbito de este país, que se pueda acercar siquiera, a lo que ha estado haciendo el Dr. Bruno Rosario Candelier en los últimos 25 años. Y atestiguo también que su labor no es para formar acólitos incondicionales, como muchos se empeñan en mal-decir, al señalar su magisterio como “la escuelita”. No, eso es una burda calumnia elaborada quizás por la incapacidad de seres frustrados al no poder presentar a la sociedad ninguna obra de provecho que se le asemeje. Pero más aún. La labor realizada por el académico mocano puede que supere (pasiones aparte) a la del maestro pues, bajo su tutela, la Academia Dominicana de la Lengua, además de haber cobrado vida institucional, ha servido de canal para que el pueblo liso y llano se ponga en contacto con las personas que sirven de intermediarios entre la normativa y la práctica de la lengua, amén de haber procurado un sutil equilibrio entre los nuevos miembros que ingresan a la institución. Ahí están los boletines de la Academia que, en los últimos trece años, superan varias veces la capacidad informativa de todo lo que se había publicado en los 75 años que le antecedieron. Agréguese a esto las actividades permanentes realizadas por miembros de número y miembros correspondientes de la institución en los que se les da participación abierta y sin censura a quienes tienen algo que aportar dentro de la promoción lingüística y literaria, acorde con sus objetivos.

Por eso duele que personas sin elementos suficientes para hacerse un juicio objetivo sobre la Academia actual, se pronuncien en forma tan virulenta contra uno de sus actos y, sobre todo, contra su director. Pero duele más todavía que a esas personas se agregue el distinguido Dr. Odalís Pérez, quien está supuesto a conocer sus interioridades y debe, en gran medida, su aceptación como miembro de número de esa corporación, precisamente, a la apertura demostrada por Bruno Rosario Candelier, quien tuvo que emplearse a fondo para conseguir la aprobación de dicho miembro, ante la objeción de otros connotados e influyentes académicos, por motivos personales. ¡Qué forma de reciprocar ese noble gesto!

 

La Academia y el estudio de la lengua

Por Rafael Peralta Romero

   La Academia Dominicana de la Lengua no es un centro de enseñanza donde acuden unos alumnos provistos de cuadernos y lápices a tomar clases, en este caso, digamos, de gramática. Como la Real Academia Española y las demás corporaciones que funcionan en cada país de Hispanoamérica, Filipinas y Estados Unidos de América, la nuestra ejerce  más bien un apostolado de  la palabra.

La enseñanza en el aula conduce al educando -niño o adolescente- al descubrimiento de esa herramienta tan esencial para los seres humanos que es la lengua. La Academia, en cambio, ejerce un influjo que abarca al alumno, al maestro, a los padres y a los que ya dieron por terminado su ciclo de estudios formales. Ese magisterio se coloca muy encima de los parámetros del sistema educativo, porque pone a los individuos a descubrir en la lengua un manantial de recursos que proporcionan deleite espiritual y a la vez los encauza por la vía de ampliar su capacidad de entendimiento, además de descubrir la grandeza, y también privilegio, que representa un manejo adecuado de la lengua.

Para la ADL, respaldar el conocimiento de nuestra lengua constituye una responsabilidad. Responsabilidad asumida en libertad, como lo plantea el filósofo Fernando Savater: “Responsabilidad es saber que cada uno de mis actos me va construyendo, me va definiendo, me va inventando” (Ética para Amador, p. 82). La Academia cumple esta función por medio de coloquios, talleres, tertulias, conferencias y análisis de obras literarias o de contenido formativo en torno a la lengua y la literatura.

Todo apostolado implica hacer campaña en pro de una causa o doctrina. En sus salones, como fuera de ellos, y al  mismo tiempo por su página de consulta en la web, nuestra Academia esparce la normativa que le da consistencia al idioma español y las recomendaciones prácticas para su buen uso. El punto clave es sembrar entre los dominicanos la provechosa simiente de la  conciencia de la lengua, partiendo de la premisa de que la persona se posee a sí misma en la medida que posee su lengua. Así lo entiende la ADL cuando promueve  -y lo hace con buena frecuencia- actos destinados  a insertar en los dominicanos el interés por un mejor empleo del español. La intención predominante en  estos encuentros es la valoración y el aprecio por la lengua española y el compromiso que frente a la misma han de asumir los hablantes y los profesionales que se valen de ella como principal herramienta de trabajo. Es cuestión de ética mayormente para escritores, periodistas y educadores el conocer, e incluso enseñar,  las normas gramaticales.

Hay algo más trascendente. Nadie dude que el cultivo de la lengua y la literatura faciliten desarrollar la energía interior de la conciencia. La idea de conciencia implica conocimiento, saber, reflexión. En su libro La conciencia del lenguaje, Bruno Rosario Candelier, lo explica de esta manera: “Darse cuenta de lo que las cosas significan, de lo que hace el pensamiento y del proceso que realiza quien piensa y crea, es el rol de la  conciencia cuyo ejercicio conlleva el concurso de la intuición, la memoria, la imaginación, la tradición y el  lenguaje” (La conciencia del lenguaje, p. 118).

La Academia quiere, con sus actos, que los ciudadanos, particularmente quienes  buscan el conocimiento, entiendan que el  lenguaje es, y tiene que ser, un asunto substancial, de primera importancia, para todo estudio, dado que es el vehículo indispensable para la expresión del pensamiento y un ente determinante para que los seres humanos aprehendan el mundo exterior y expresen su mundo interior. La conciencia de la lengua implica el desarrollo de una actitud reflexiva en torno de esta facultad humana que nos diferencia de los otros seres vivos. La adquisición de la lengua es un proceso social, que se torna tan  natural que antes de los seis años un ser humano ha logrado un cúmulo de palabras que le permite expresar sus necesidades, sobre todo las biológicas. Pero el ser humano tiene necesidades de carácter espiritual,  cuya satisfacción  es clave para su vida de relación: vivir con los demás, enunciar pensamientos, divulgar sentimientos, manifestar sus preocupaciones  y expresarse artísticamente. Es aquí donde hemos de caer en la cuenta de la importancia de cobrar conciencia de lo que es el idioma, porque más allá de la utilidad  en la expresión de necesidades (pedir agua o comida, por ejemplo), tenemos que la lengua es el instrumento básico para revelar nuestro mundo interior y nuestras aptitudes.

La Academia no solo estudia la lengua en forma abstracta, sino que también se ocupa de los textos literarios, los cuales emplea para ilustrar, sobre todo en el área lexicográfica, los contenidos de las publicaciones académicas. La dominicana y las academias de los otros países forman con la de España, la Asociación de Academias de la Lengua Española, que es la autoridad que vela por el perfeccionamiento del español y que se expresa a través de las  publicaciones  institucionales: Diccionario de la lengua española, Gramática, Ortografía, Diccionario panhispánico de dudas.

La conciencia de la lengua nos sitúa en un compromiso con ésta, lo cual conlleva una demostración de amor hacia nuestro sistema de comunicación, y un justo respeto que nos hace reflexionar sobre la normativa ortográfica o nos despierta preocupación sobre otros aspectos, digamos aspectos léxicos, como la propiedad, o aspectos sintácticos, como la concordancia. Para el logro de esos objetivos trabaja la Academia Dominicana de la Lengua. En eso radica su apostolado.

©2017, Rafael Peralta Romero.

 

La Academia Dominicana de la Lengua: centro de estudios del español dominicano

Por María José Rincón

Miembro de número de la ADL

   En la Academia Dominicana de la Lengua, fundada en Santo Domingo, República Dominicana,  el 12 de octubre de 1927, conmemoramos durante este año cervantino su octogésimo noveno aniversario, y continuaremos haciendo lo que sabemos hacer: fomentar el estudio y el buen uso de la lengua española.

Manuel Patín Maceo, miembro fundador de nuestra Academia, en la que ocupó hasta su muerte el sillón E, publicó uno de los primeros diccionarios dedicados al registro de nuestro vocabulario. Su hijo recuerda que «su más grata satisfacción como gramático era ver usar con pureza y propiedad el idioma». Mariano Lebrón Saviñón, director de la corporación académica durante dieciocho años y sucesor de Patín en el sillón E, dice de él que «dedicó toda su vida al cultivo del habla castellana».

No es otro el empeño de los académicos. Acercarnos a la vida de las palabras, nuestras palabras, con avidez y respeto. Las palabras en las que se expresa la República Dominicana, situada en una isla que, siguiendo al insigne Lebrón Saviñón, jugó el papel de ser «el campo de aclimatación donde el idioma se acomodó a sus nuevas necesidades».  Comienza en este proceso de criollización la aportación de los hablantes dominicanos al caudal inagotable y compartido del español general. El informe académico que avala la publicación de los Dominicanismos de Patín Maceo asegura que el estudio del léxico dominicano «dará a nuestra nación la parte que merece en el enriquecimiento del idioma, que ya ha dejado de ser primeramente castellano y después español, para ser, ahora y más tarde, hispanoamericano».

La conciencia de la internacionalidad de nuestra lengua se forjó desde que, en la cubierta de embarcaciones que hoy nos parecerían cáscaras de nuez, atravesó el Atlántico para alejarse de los valles castellanos que la vieron nacer y extenderse humana y territorialmente por la ancha y larga América, hasta convertirse en la lengua que hoy consideramos materna más de cuatrocientos setenta millones de hablantes y que estudian, como segunda lengua, más de veintiún millones.

La Academia Dominicana de la Lengua fomenta el cultivo del buen hablar que asegura, como ninguna otra cosa, la cohesión y la vitalidad del español. Un objetivo que ya reconoció el poeta y académico Dámaso Alonso en su «Unidad y defensa del idioma»: «… nuestra lucha tiene que ser para impedir la fragmentación de la lengua común». Nada más y nada menos. La investigación filológica y la divulgación lingüística y literaria son los aperos que nos asisten en la labor, en la que se hace imprescindible el esfuerzo y la colaboración de muchos.

Nuestra corporación no está sola. Desde 1951 se gestó lo que es hoy la Asociación de Academias de la Lengua Española, veintidós academias empeñadas en una política lingüística panhispánica construida a fuerza de colaboración, en un trabajo que, como expresó Víctor García de la Concha, está «al servicio de la unidad del español sin menoscabo de su rica y fecunda variedad».

Esta labor académica panhispánica ha rendido sus frutos, y qué frutos. Sus obras se han convertido en libros de cabecera de los buenos hablantes y aspiramos a que sirvan de inspiración y ayuda a los que quieren llegar a serlo. Si repasamos solo la producción de estos últimos años no dejaremos de enorgullecernos. Busquen en ellas las comisiones académicas que han participado activamente en su redacción: en todas encontrarán a los académicos dominicanos. Hemos logrado revertir aquella afirmación de nuestros académicos, por allá por 1940, reconociendo que el español dominicano estaba «poco o mal representado» en las obras dedicadas a la lengua española. Acompáñenme, si no, en este repaso por las tres obras fundamentales en el estudio de una lengua: ortografía, gramática y diccionario.

La Ortografía de la lengua española de 2010 nos recuerda que nuestra lengua es un producto cultural e histórico que va tomando forma a lo largo de siglos y con el uso continuado de cientos de millones de personas. Los hablantes somos los responsables de irle aportando su carácter, sin olvidar que no hemos sido nosotros los primeros que hablamos en español y que no vamos a ser los últimos. Todas las variantes fonéticas, incluidas las dominicanas, quedan recogidas por un conjunto de sistemas convencionales de representación gráfica, que es lo que en la actualidad entedemos por  disciplina ortográfica. Las pequeñas variantes ortográficas presentes en los hablantes dominicanos cultos se registran en esta obra académica gracias a los aportes de los académicos especializados en esta área del conocimiento lingüístico.

En 2010, resultado y culminación de un trabajo intenso y extenso por parte de muchos estudiosos y de muchas instituciones resumidas en las veintidós academias de la lengua española en el mundo, ve la luz la Nueva gramática de la lengua española. Su texto fue aprobado por todas y cada una de las academias, entre ellas la dominicana, en 2007. Sus páginas nos acercan al «maravilloso artificio de la lengua»  en su verdadera diversidad y en boca de hablantes de todas las zonas donde se habla español.  Busquen entre sus páginas; aprenderán mucho y, además, encontrarán citadas las palabras de muchos dominicanos que se destacan por su buen uso de nuestro idioma común.

El enfoque panhispánico ha logrado lo que muchos anhelábamos: el Diccionario de americanismos. Su punto de referencia lo constituye el léxico compartido por todos los que hablamos en español, y que representa más del ochenta por ciento de nuestro vocabulario. Lo que identifica y le da personalidad a este diccionario es que recoge el léxico propio del español de América, que supone la población y la extensión territorial mayoritaria de los hablantes de español como lengua materna, desde Tierra del Fuego en el sur del continente, pasando por nuestra isla caribeña, al gigante estadounidense, hoy por hoy el segundo país hispanohablante del mundo.

Las aportaciones lexicográficas de primera mano de la comisión académica dominicana sobre el uso y la difusión de cada vocablo entre los hablantes dominicanos acortó la brecha de conocimiento del caudal léxico de la variedad del español que hablamos en esta isla.

Un solo ejemplo más de colaboración interacadémica: el Diccionario de la lengua española, nuestro diccionario por antonomasia. Entre las faenas que se les encomiendan a las Academias está la de proponer la incorporación al DLE de una selección de palabras vigentes en los países hispanohablantes. Nuestra tarea consiste, por tanto, en certificar los usos dominicanos para que, en concurrencia con los de otros países hispanohablantes, puedan ser considerados como candidatos para su inclusión en el lemario del DLE. Cada Academia recibe como material de trabajo las listas de los americanismos (todos los lemas y sus acepciones) correspondientes a su país. Para avalar cada uso deben aportarse textos en los que se utilice la voz, textos claros, breves y sin errores ortográficos o gramaticales. A estas alturas ya habrán notado que uno de los rasgos fundamentales de los académicos, sobre todo de los lexicógrafos, es la de ser extremadamente quisquillosos; en dominicano diríamos periquitosos. Toda la documentación recopilada por nuestra Academia se envía al Instituto de Lexicografía Hispánica, encargado de analizar los resultados, cotejarlos con los obtenidos por otras academias sobre sus respectivas variedades dialectales y de incorporar al DLE los lemas y acepciones resultantes de este proceso de selección.

Esta tarea, junto con otras tantas, tan delicadas y tan trascendentes como esta, resultan en una nueva edición del diccionario, que debe adaptarse a la lengua que registra, una lengua que nunca para de cambiar. La labor que ha venido desarrollando la Academia Dominicana de la Lengua se aprecia si comparamos las cifras de dominicanismos registrados en las últimas ediciones del diccionario académico.

Nuestra labor de estudio del español dominicano no se limita a hacerlo presente en las obras panhispánicas. Fruto de nuestro interés por la investigación y la valoración de la variedad dominicana del español nos hemos dedicado al registro de nuestro léxico, desde aquel diccionario de Patín Maceo, avalado por nuestra Academia, hasta la apasionante tarea de publicar en 2013 el Diccionario del español dominicano, una obra que refleja en toda su vigencia y su riqueza nuestra realidad léxica.

El trabajo académico exige formación, dedicación y entusiasmo, además de una conciencia activa y un conocimiento profundo de la lengua propia. El contacto diario con el español de la calle, de los medios de comunicación, de las aulas, provoca a menudo la sensación de que nada de lo que podamos aportar logrará que las cosas mejoren. El Diccionario del español dominicano ha supuesto para los que hemos participado en él el antídoto perfecto. Su publicación ha despertado un interés y una expectación que nos siguen sirviendo de acicate.

Muchos son los defensores y muchos, y más ruidosos a veces, los críticos. Los académicos, inevitablemente, siempre vamos a la zaga de la vitalidad de la lengua. Cuando una obra de estudio se publica, cuando un diccionario se cierra, ya otro está dando sus primeros pasos. Solo nos queda invitar a los hablantes dominicanos a que usen la Academia de la Lengua Dominicana, la Academia de su lengua, su Academia. Si tienen alguna duda sobre el uso correcto del español, acudan a nuestro servicio de consultas a través de la página electrónica www.academia.org.do; si quieren asistir a nuestros talleres gratuitos, suscríbanse a nuestra lista de participantes; si no encuentran una palabra o una acepción entre las páginas del Diccionario del español dominicano, o si quieren proponer la inclusión de algún uso dominicano en el Diccionario de la lengua española o en el Diccionario de americanismos, remítannos sus propuestas para las próximas ediciones. Será la demostración más palpable de que los hablantes dominicanos se saben dueños de una manera peculiar y personal de hablar español, y el apoyo más productivo a la labor que día a día realizamos en la Academia Dominicana de la Lengua.

Acotaciones a un glosario de mística: sustancia y sentido del simbolismo divino

Por Bruno Rosario Candelier

Intuición mística del sentido

La mística es el cultivo de la conciencia espiritual centrada en la búsqueda de lo divino. En su condición de disciplina interior, se inspira en el amor a Dios y sus criaturas y genera un estado de conciencia cuya vivencia supera el nivel de la sensorialidad y, aunque es un conocimiento que va más allá de lo racional, no es un hallazgo de la razón ni un raciocinio de la lógica, sino la intuición de una Presencia invisible sentida como “real” mediante la vivencia de un vínculo entrañable de unión divina. Esa vivencia de lo sagrado es fruto de la inteligencia mística, que san Juan de la Cruz apreciaba como el más alto desarrollo de la conciencia trascendente cuyo despliegue cognitivo, imaginativo, afectivo y espiritual entraña una comunión mística con la Divinidad.

Para elaborar un diccionario de términos místicos, hay que saber lo que es la mística, sin confundirla con la religión, ni con la metafísica ni con el mito. La mística entraña, como búsqueda de lo divino, una contemplación hacia adentro, hacia la esencia del ser, hacia el Centro creador e inspirador de todo, hacia el Misterio que arroba y anonada. Mediante el Logos de la conciencia y el instrumental de la palabra, el contemplativo transita el fuero interior de fenómenos y cosas para internarse en el ámbito superior de la trascendencia con el fin de hacer, de la realidad estética, metafísica y mística, el cauce de una visión iluminada con hondo sentido trascendente. La mística es la disciplina de la conciencia centrada en la búsqueda de lo Absoluto y el sentimiento de lo divino inspirado en el amor a Dios y sus criaturas.

Como cultivo del espíritu, cauce de la vocación contemplativa y tendencia de la sensibilidad trascendente, la mística aborda la dimensión espiritual de la palabra con el sentido profundo que la embarga. Ese rasgo semántico justifica la confección de un diccionario de mística con un glosario de voces vinculadas al cultivo, el estudio y la vivencia del más hondo sentimiento espiritual de la conciencia humana en su vínculo con lo divino a la luz de la contemplación de lo viviente, según las diversas tendencias espirituales de las diferentes confesiones religiosas y culturas. Y en tal virtud, se definen las palabras con tres enfoques específicos: 1. Nivel léxico y semántico del vocablo seleccionado (descripción básica). 2. Fundamento místico del concepto (interpretación de lo divino). 3. Ilustración literaria (ejemplificación con textos de ensayo, poesía o ficción).

Tras la explicación básica o el comentario pertinente, las entradas se ilustran con ejemplos de textos alusivos a la referencia mística de la palabra clave. Se trata de un diccionario especializado, por lo cual se aplican criterios lexicográficos afines a la disciplina espiritual que lo sustenta.

La filosofía, la literatura y la mística son las grandes disciplinas intelectuales, estéticas y espirituales que dan un sentido trascendente a la vida y a la alta cultura. La filosofía enseña el amor a la verdad; la literatura, el sentido de la belleza; y la mística, la vivencia de lo divino mediante principios, ideales y virtudes, cuyas expresiones idiomáticas, en términos precisos, edificantes y luminosos, convierten la connotación mística de la palabra en fuente de la verdad, la belleza y el bien. Místico no es el que habla de Dios, ni siquiera el que busca a Dios, sino el que siente a Dios, ve su huella en todo lo viviente y experimenta una llama de amor viva. Mística no es solo la palabra que alude a Dios sino la disciplina que lo convoca en su irradiación espiritual concurrente. Y creador místico no es quien explora el sentido, sino aquel que sabe ver, en cada rincón del mundo, la presencia de lo divino mismo. Si la belleza culmina en el sentimiento de lo divino, el cultivo de la mística postula una incardinación, desde la palabra y con la palabra, en una virtual correspondencia sagrada.

Para el creador sensible a la trascendencia, todas las cosas tienen una connotación espiritual que descubre cuando halla la onda sutil de lo divino. Encontrar la palabra mágica es sintonizar la faceta mística de lo viviente y descubrir el fascinante encanto de la Creación a la luz de la presencia divina.

La mística encarna el más alto grado del sentido espiritual del Logos. Sabemos que Heráclito de Éfeso, cuando concibió el Logos para consignar la fuente del sonido con sentido, atribuyó a ese peculiar vocablo una energía divina. De ahí que el Logos asume y expresa la energía interior de la conciencia con una onda de comprensión, sabiduría y amor. En su veta formal y conceptual expresa el caudal de belleza sublime, irradiación metafísica y de sentido místico. La fragua de su luz y la onda de su aliento atizan la creación mitopoética, metafísica y teopática con la valoración mística de lo viviente.

Ya los antiguos pensadores presocráticos, entre ellos Heráclito, Leucipo y Pitágoras, entendían que en su condición de Logos, la palabra encauza una triple expresión figurativa: la palabra simple, con su sentido básico; la palabra compleja, con su vertiente metafísica; y la palabra simbólica, con su connotación mística. La filosofía, la literatura y la espiritualidad abordarían la dimensión profunda del decir hondo, traslaticio y sugerente de la palabra. Por eso José Lezama Lima escribió: “El signo expresa pero no se desnuda en la expresión.  El signo, pasado a la expresión, hace que la letra siempre tenga espíritu. En el signo hay siempre como la impulsión que lo agita y el desciframiento consecuente. En el signo hay siempre un pneuma que lo impulsa y un desciframiento, en la sentencia, que lo resume. En el signo queda siempre el conjuro del gesto. El signo tiene siempre la suficiente potencia para recorrer la sentencia, su espacio asignado. La potencia actuando sobre la materia para engendrar la forma y el sentido” (1). Spíritus, pneuma o ruah, hay un soplo, un aliento o un aire divino que conforma el Logos, Verbo o Palabra. De ahí la justificación de un diccionario de términos místicos.

 Fragua de la vivencia mística

 El místico alemán Jacob Böhme sostenía que el Universo es un Logos en cuya virtud las cosas hablan y sugieren lo que significan en un lenguaje cifrado y secreto como si se tratara de un idioma especial dirigido a los que tienen desarrollada su sensibilidad trascendente. Se trata de una gracia singular para captar la revelación del misterio mediante la inteligencia mística, la empatía divina y la iluminación de la llama sagrada. A pesar de la condición inefable del fenómeno místico, desde siempre los iluminados han dicho que no hay un lenguaje capaz de verbalizar la experiencia arrobadora, pero todos los místicos que en el mundo han sido han hallado la manera de plasmar esa vivencia inefable. En una de sus cartas a los Corintios, Pablo de Tarso hablaba de un hombre que “fue arrebatado al Paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede decir” (2). Esas palabras inefables son las que conforman la sustancia de la irradiación mística, canalizada en imágenes, destellos, ondas, visiones y voces con su hondura intangible.

A la sensibilidad mística llegan irradiaciones y señales del Cosmos con las variopintas manifestaciones de dichos fenómenos en sus respectivos efluvios y revelaciones. Todos estamos conectados en las redes operativas del Universo y formamos parte de la Totalidad, pues como se ha dicho desde antiguo, todo viene del Todo y todo vuelve al Todo, como enseña la mística y certifica la física cuántica, en cuya virtud estamos integrados a la esencia cósmica desde nuestra circunstancia específica. De igual manera, recibimos influjos de la realidad circundante y de nuestro interior profundo. Hay también un influjo permanente de la memoria universal ya que nuestra memoria individual se conecta con la fuente de la sabiduría atesorada en la memoria cósmica, a la que he llamado Numen. Y ese influjo a menudo no se comprende, comenzando por la incidencia de la misma tierra que emite unos fluidos a cuyo través opera el aliento telúrico que inyecta a nuestra sensibilidad un efecto singular cuya energía penetra en nuestra conciencia.

En su contacto con el mundo el místico experimenta un estado de contemplación, indispensable para vivir el misterio de la Creación y el sentido de hechos, fenómenos y cosas. Todo tiene una dimensión interna y mística que la intuición percibe y el lenguaje expresa en forma estética, simbólica y mística. La faceta mística de lo viviente que atrapa la sensibilidad trascendente es una expresión del vínculo de lo natural con lo sobrenatural, de lo humano con lo divino, que la palabra formaliza en su peculiar lenguaje.   La vida interior de la conciencia, en su manifestación estética o espiritual, es una clara evidencia de la potencia creadora del Logos. Lenguaje y conciencia hacen posible la intuición del sentido espiritual de lo viviente. Y la palabra nos auxilia para formalizar nuestras intuiciones y vivencias con el lenguaje discursivo, la forma estética o la creación teopoética.

Ante el esplendor de lo viviente la persona experimenta una emoción que despierta su sensibilidad interior. A los poetas los mueve la dimensión maravillosa de la realidad. Y ya han dicho los místicos, como Francisco de Asís y Karol Wojtyla, que la realidad es más maravillosa que dolorosa. Antes dijo Platón que la belleza culmina en Dios. Por eso la teopoética es una celebración de la Divinidad.

Contenido, forma y sentido de las palabras es lo que enfoca el lexicógrafo. Y si se trata de un glosario especializado, hay que privilegiar la dimensión conceptual, estética o espiritual de su repertorio léxico.

La poesía se basa en la expresión de la belleza. La metafísica se funda en la búsqueda del sentido. Y la mística se inspira en el sentimiento divino que genera el esplendor de lo viviente. Lo que el poeta canta y el metafísico explaya, el místico lo vive y ama, porque el amor fragua la vocación mística que hace de la obra del contemplativo un cauce del ágape infinito.

En tal virtud, el místico vive y expresa la contemplación de la naturaleza, que siente como expresión de lo divino. La emoción de la belleza y el sentido, que canaliza en su expresión estética, encauza una verdad profunda, que comunica en su hondura intangible. El sentimiento de lo divino, que inspira el lenguaje de la lírica teopoética, se funda en una vivencia espiritual que la palabra formaliza en ensayos, pintura, danza, música, teatro, narraciones y poemas.  La pasión de amor sublime, que despliega la sensibilidad del místico, se manifiesta en lo que hace, compone, dibuja o escribe.

El arte de la creación teopoética y su entramado místico canalizado en la palabra, se manifiesta en modalidades operativas: 1. Liberación de los sentidos (físicos y metafísicos) para dejar la mente libre de pensamientos, sentimientos y deseos. 2. Actitud interior de apertura y entrega de sí mismo hasta sentir el espíritu absorbido, por un aliento trascendente. 3. Sentimiento de coparticipación en el alma de lo viviente sintiéndose el contemplativo uno con el Cosmos en un abrazo de amor y de fusión compartida.  4. Sensación de arrebato, bajo la onda de una fuerza superior sentida con suavidad y dulzura en un estado luminoso y placentero. 5. Vivencia espiritual de deificación interior mediante el aurta mística de la unión divina.

El contemplativo siente la necesidad de lo divino. En tal virtud, tiene un alto desarrollo de la sensibilidad trascendente; disfruta la dimensión espiritual de la Creación y mediante el sentimiento de amor sagrado percibe en las cosas naturales una significación o un simbolismo divino. Y asume una actitud consciente y gozosa ante la huella divina en el mundo con un sentido de iluminación mística.

El poeta místico, visionario del fulgor y el sentido espiritual de fenómenos y cosas, está inmerso en una realidad estética, y, mediante el canal de la gracia divina, se inserta en una realidad espiritual. Por eso confluyen en su obra el sentido y el propósito de su creación. La intuición de la dimensión trascendente suele conducir a la valoración de lo divino. Al descubrir el orden de las cosas, Pitágoras intuyó el ordenamiento del mundo y, por inferencia, al Ordenador del Universo en la armonía de lo viviente. Al sentir el esplendor de lo creado, Tulio Cordero, la más exquisita voz mística de la teopoética dominicana, intuyó el encanto del mundo y al Encantador de lo viviente al que su corazón se inclina con la pasión del amor que atiza sus entrañas.  Con razón escribió Tulio Cordero en “Silogismo infantil”:

“El mar es enorme. / El caracol, pequeño/ mas, en el laberinto del caracol /está toda la sinfonía del mar inmenso. /  Yo, que te contemplo,/ soy solo el caracol de tus misterios”.

Formato de la creación teopoética

El problema lingüístico de la lírica mística presenta tres frentes: primero, la dimensión espiritual de la vivencia contemplativa, complica el contenido trascendente de ese estadio singular de la conciencia; segundo, la condición inefable de la experiencia extática, que se vuelve incomunicable y por tanto indescriptible; y tercero, la connotación interior del fenómeno místico, que en principio es personal, individual e intransferible.

La experiencia mística comporta un fenómeno de conciencia en el que el yo del sujeto trasciende los límites de la experiencia ordinaria y el lenguaje lógico es inadecuado para traducir conceptualmente las vivencias de ese estado espiritual. La lírica mística salvó parcialmente la cuestión con la creación de un código lingüístico mediante el cual el sujeto contemplativo puede canalizar estética y espiritualmente lo que experimenta su mente en ese estadio singular de la conciencia expandida. La lírica mística presenta un cauce espiritual que ha hecho posible la creación y la expresión del aliento creador inspirado en esas vivencias singulares y ese conducto ha hecho que el alma se desborde en expresión de gozo y la voz lírica del contemplativo irrumpa con el tono jocundo del júbilo místico.

El lenguaje literario es la herramienta que da forma al contenido de intuiciones y vivencias místicas mediante la creación de imágenes y conceptos para canalizar las peculiares irradiaciones metafísicas y las singulares vivencias espirituales en conexión con el ámbito circundante o la vastedad del Universo. Instalado en la realidad de lo viviente, desde su sensibilidad el contemplativo establece una conexión con fenómenos y cosas, al tiempo que convierte la pantalla de la conciencia en antenas receptivas y transmisoras de mensajes intuidos o revelados, que hacen de los poetas místicos genuinos amanuenses del Espíritu. Y es el lenguaje de la lírica mística, con su caudal de imágenes y símbolos, el canal establecido para incursionar en ese predio restringido de la creación verbal.

Cuenta la madre Magdalena del Espíritu Santo, que admirada por las bellas y profundas palabras del Cántico espiritual de san Juan de la Cruz, le preguntó al iluminado carmelita si Dios le daba “las hermosas palabras que comprendían y adornaban” su hermoso decir, a lo que el poeta abulense le contestó: “Hija, unas veces me las da Dios, y otras las busco yo” (3). Afirma san Juan de la Cruz que la “sabiduría espiritual” está al alcance del alma: “(…) y esta es la causa por que Dios le da las visiones, formas, imágenes y las demás noticias sensitivas e inteligibles espirituales; no porque no quisiera Dios darle luego en el primer acto la sabiduría del espíritu, si los dos extremos, cuales son humano y divino, sentido y espíritu, de vía ordinaria pudieran convenir y juntarse con un solo acto” (4). Para expresar el estado interior de la emoción estética y la peculiar naturaleza de la fruición espiritual de la vivencia mística la persona crea, mediante el concurso de la intuición, la imaginación y la memoria, el lenguaje simbólico de la lírica mística.

El lenguaje de la mística tiene tres atributos distintivos: la llama de Eros; el cauce de los símbolos; y el don de la gracia divina. El amor que alienta la lírica mística es un amor incólume, sagrado y divino; la vía simbólica es la única manera de canalizar la vivencia inefable de la mística; y la gracia divina es la onda superior y trascendente que impregna el alma del contemplativo de su virtualidad interior.

La confluencia de sensaciones y emociones, en su expresión estética y simbólica, genera el brote de la creación verbal en la lírica mística. Por eso el místico se siente poseído por la magia de la creación, y su corazón se impregna de luz, sabiduría y amor. Al respecto escribió Luce López-Baralt: “A pesar de que comprenden que su desesperado intento comunicativo será en vano, los místicos han intentado sin embargo sugerir algo de su trance teopático, sirviéndose de unas desconsoladas aproximaciones simbólicas que resultan igualmente enigmáticas en cualquier época y en cualquier lengua: el Todo y la Nada, el mísero cuerpo de arcilla que sin embargo contiene todas las esferas del Universo; ´la música callada´ y ´la soledad sonora´ de san Juan de la Cruz; el ´rayo de tiniebla´ del Pseudo Dionisio Areopagita; la ´luz negra´ de Simnani; ´la noche luminosa´ y ´el mediodía oscuro´ de Sabastari; la ´esfera cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna´ y el Aleph circular en el que Borges vio el Universo entero, y a sí mismo…” (5).

Aun cuando cada una de las confesiones religiosas tiene sus contemplativos, los místicos de todas las lenguas y culturas, en virtud del postulado esencial de la mística, viven la llama teopática al margen de los cánones de sus respectivas persuasiones religiosas y comparten la dimensión sagrada de la vivencia estética y la experiencia extática bajo la llama sutil de la gracia transformante. En ese sentido el santo poeta de Ávila escribió en el prólogo al Cántico espiritual: “Por haberse, pues, estas canciones compuesto en amor de abundante inteligencia mística, no se podrán declarar al justo, ni mi intento será tal, sino sólo dar alguna luz en general […].Y esto tengo por mejor, porque los dichos de amor es mejor dexarlos en su anchura, para que cada uno de ellos se aproveche según su modo y caudal de espíritu, que abreviarlos a un sentido a que no se acomode todo paladar”(6).

Dios tiene reservado a cada uno el camino para sentir su presencia, y cada uno ha de hallar, a su debido tiempo y el cauce apropiado, la ruta que el destino le tiene reservado. Con el don de la vida, la dotación del Logos y la gracia del amor, se reciben las condiciones materiales y espirituales para cumplimentar la hermosa, fecunda y luminosa tarea de la creación.

Cuando entran en contacto con su interior profundo o con el alma de las cosas, los contemplativos tienen profundas intuiciones de la realidad o singulares revelaciones de la trascendencia, y entre las intuiciones descubren que: 1. Tienen un sentido místico para apreciar la dimensión sagrada del mundo. 2. Reconocen la realidad misteriosa y trascendente que es superior a su propia realidad. 3. Descubren el vínculo profundo entre la naturaleza humana y la divina mediante los efluvios de la Realidad Trascendente. 4. Perciben la herencia espiritual subyacente en la propia vida y en el costado del mundo en conexión con el destino final que a todos nos aguarda. 5. Asumen la unión mística como el más alto estadio del desarrollo espiritual de la conciencia humana.

En este diccionario ponderamos la huella espiritual de las obras de los poetas místicos que nos sirven de modelo. Plutarco, el antiguo educador romano, en La deidad personal de Sócrates, advirtió que existía un idioma especial para los poetas: “De hecho, [existen] las ideas de cada quien, expresadas a través del medio de la voz que sentimos en la oscuridad para entenderlas, que las ideas de las deidades traen luz con ellas por lo que iluminan a quienes las perciben. Las ideas de las deidades no necesitan verbo ni nombres: éstos pertenecen a las relaciones humanas que permiten que la gente vea las imágenes y los reflejos de las ideas; mas, las únicas personas que entienden las ideas en sí son aquellas -como dije-  que admiten una luz divina particular” (7). Esa “luz divina”, que funda la inteligencia mística, alienta el pneuma de los griegos o el ruah de los hebreos, para entender el signo con su forma y su sentido, que el lenguaje de la mística formaliza en la creación teopoética, por lo cual Heráclito de Éfeso, cuando concibió el Logos, intuyó la “energía sagrada” inherente a la Idea que la palabra encarna y expresa.

La mística, la más entrañable de las tendencias del espíritu, halla su cabal expresión estética en las formas poéticas, musicales, pictóricas, danzantes o arquitectónicas. El sentimiento místico genera una conciencia intuitiva de lo Absoluto y, en tal virtud, presiente la huella divina en el mundo. Permite sentir la “llama de amor divino” y, en algunos casos, el éxtasis contemplativo.

La potencia creadora del Logos, al tiempo que es cauce de la intuición, es también medio de conexión con lo divino. El lenguaje simbólico, como canal de la intuición y herramienta de la conciencia, empalma la expresión de lo inefable y la potencia creadora de la sensibilidad. El lenguaje reclama las palabras adecuadas y la manera más auténtica para describir esa realidad inexplicable y misteriosa que solo desde la esencia divina se puede explicar. Cuando se piensa en el lenguaje de la mística sabemos que todo el Universo es lenguaje, porque todo lo viviente está insuflado de una onda mística, y todo el Universo es un símbolo de lo divino.

Lo mismo el ensayo discursivo, la valoración crítica o la creación poética de inspiración mística proceden de una sensibilidad abierta a la dimensión profunda de la Realidad Trascendente. La creación estética y espiritual inspirada en la mística tiene una singular connotación que las palabras expresan, encauzan y sugieren en su configuración léxica, semántica y simbólica. La lírica lo expresa mejor con sus imágenes sugerentes: Agua y fuego/voz y llama/lumbre y aire/ bajo el alero de Su gracia./La magia no siempre fluye afuera/ si el fulgor rutila con su encanto/Dondequiera hay vestigios del Paraíso. 

Bruno Rosario Candelier
Academia Dominicana de la Lengua
Santo Domingo, 16 de mayo de 2017.

Notas:

1. José Lezama Lima, Las eras imaginarias, Madrid, Fundamentos, 1971, p. 22.

2. Carta de san Pablo a los Corintios (II Cor, 12, 4).

3. Cfr. Madre Magdalena del Espíritu Santo, “Relación de la vida de san Juan de la Cruz”, en P. Silverio de Santa Teresa, Obras de san Juan de la Cruz, Burgos, 1929, T. I, Apéndice V, p. 325. V. Vida y obras de san Juan de la Cruz, Madrid, BAC, 1960, p. 186.

4. San Juan de la Cruz, Obra completa, Madrid, Alianza Editorial, Edición de Luce López–Baralt y Eulogio Pacho, 1999, T. I, p.233.

5. Luce López-Baralt, Prólogo a san Juan de la Cruz, en Obra completa, p. 12.

6. San Juan de la Cruz, Prólogo al Cántico espiritual, 7.

7. En Fredo Arias de la Canal, Antología de la poesía cósmica de Marta de Arévalo, México, Frente de Afirmación Hispanista, 2003, p. VII.

 

Naras, *reputacional, cause/cauce, luz/copar, verás/veraz

NARAS

¿Nunca ha oído la palabra naras? Lamento decirle que entonces usted no es dominicano. No hay que ser tan viejo para haber oído a alguien mencionar las naras.

No hay que sorprenderse si la voz nara lleva siempre esa ese /s/ que se le ha colocado al final. Casi siempre se refiere a las naras porque rara vez alguien se refiere solo a una nara. Eso se desprende del origen del vocablo nara.

Las naras tienen que ver con las narinas. Las narinas son los orificios externos de la nariz. Esa parte conocida también con el nombre de ventana. Esa última denominación obedece a la función que desempeña en el cuerpo humano. Permite la entrada de aire, de la misma forma que lo hacen las aberturas que se dejan en las paredes de los edificios para permitir la entrada de luz y aire. En el caso de las naras es solo por aquello del aire.

Las naras son las narices. Quizá este nombre obedece también a ahorrar energía y tiempo con el acortamiento del nombre del órgano cuyos orificios comunican con el aparato respiratorio.

Esta voz no se ha encontrado  en los lexicones del español dominicano. Hay que tomarla en consideración para incorporarla cuando se proceda a elaborar una actualización de los repertorios de voces de uso de los hablantes dominicanos.

 

*REPUTACIONAL

“. . .ante el inminente riesgo legal y REPUTACIONAL, que pone en peligro. . .”

La voz del título no es moneda común en el léxico de los hablantes del español corriente. Si es de escaso uso en el lenguaje de los hablantes de español, menos lo es en el español escrito.

El desfavor que se muestra acerca del empleo de esa palabra es porque no se ha ganado aún un puesto en ninguno de los lexicones que se consultan para estos escritos.

La voz existe porque alguien ya la usó. Solo el tiempo dirá si tiene buena fortuna y en algunos años gana suficiente prestigio para imponerse. Por la terminación puede decirse que es un adjetivo formado sobre el sustantivo reputación.

Este *reputacional tiene relación con el renombre, prestigio, consideración que son sinónimos -o equivalentes- de reputación. La última palabra se tomó del latín, derivada de reputatioonis que entre otros significados en esa lengua correspondía a consideración. Se refiere a la honorabilidad moral y celebridad de una persona. Es la opinión que las personas se forman de alguien.

No hay que devanarse los sesos para dar con el origen del adjetivo criticado en esta sección. Proviene de la lengua inglesa, reputational. Es muy probable que la persona que escribió la frase que se transcribió más arriba sea versada en inglés y que como resultado de lecturas en esa lengua se le haya quedado en la memoria la voz que introdujo en la frase citada.

Esta voz podría abreviar los giros que se emplean para dar a entender la cualidad de la reputación en español, pero no todas las voces extranjeras que se parecen a las españolas pueden ganar terreno en la lengua común. Es mejor evitar esta voz.

 

CAUSE – CAUCE

“. . .se sancionarán las empresas que tiran sus vertidos a estos CAUSES. . .”

Es una lástima que luego de colocar en la frase de la cita algunas palabras que no son de uso general en el español dominicano, tales como “tirar” y “vertidos”, hayan errado en la representación gráfica (cauce) de la concavidad del terreno por donde corre una corriente de agua.

En buen dominicano habrían dicho o escrito “botar”, si no, por lo menos “echar” y para esos “vertidos” se habrían conformado con “basura”, que en el mejor de los casos sería “basura industrial”.

El error se desliza en la escritura porque en el español hablado de los hispanoamericanos no se establece la diferencia entre la ese /s/ y la ce /c/ de los dos vocablos del título. Esto con relación al cauce y al cause.

Cause proviene del verbo causar y por la ortografía que tiene corresponde a la primera y a la tercera personas del singular del presente del subjuntivo de ese verbo. Asimismo se usa para “usted” en ese tiempo y modo. Es, además, el imperativo de usted.

El cauce que debió aparecer en la advertencia publicada por el ministerio, es este de la ce /c/ que es el lecho de ríos y arroyos. Es lamentable que en ese ministerio no haya aparecido alguna persona con suficiente sentido ortográfico para reparar el desliz.

No hay que ser un literato o un profundo conocedor de la lengua para saber cuándo debe escribirse una u otra de las palabras del título. La clave para determinar cuál debe usarse en cada caso la dará el contexto, que entre uno y otro serán muy distintos por sus respectivos usos.

 

LUZ – COPAR

“. . .cruzamos estando la LUZ en rojo y que COPAMOS las intersecciones. . .”

Este uso del verbo copar es un empleo diferente del común que los dominicanos comparten con otros países de la América Hispana. El Diccionario del español dominicano (2013) registra la mejor definición para este, “ocupar totalmente algo”. Lo que se pondera aquí es el adverbio totalmente que aprehende muy bien el matiz del copar dominicano.

La luz que aparece en la frase reproducida es una imitación del inglés. Semáforo es el término que representa el dispositivo con luces que sirve para regular el tránsito vehicular en algunas intersecciones.

Esto de llamar “luz” a ese mecanismo ha ganado terreno en el español hablado por lo corta que es esa palabra. Hasta se llega a decir que se “llevaron la luz” sin precisar que violaron la luz roja, y, que no se la robaron Lo que debió aparecer en la frase es, “cruzamos el semáforo estando en rojo”. Se entiende que era la luz roja la que estaba encendida para señalar a los conductores que debían detenerse. Gracias a Dios que no metieron aquí el “fuego rojo” (feu rouge) de los franceses, que es como llaman al semáforo en esa lengua.

 

VERÁS – VERAZ

“. . .quizás tan VERÁS y fuerte como. . .”

La mala (¿?) pronunciación del español latinoamericano sigue causando estragos en el español escrito de este lado del Atlántico.  Las dos palabras del español tienen su legítimo campo de acción en el lenguaje.

Confundir estos dos vocablos refleja muy escasa cultura. El que figura primero, verás, pertenece al verbo ver. El segundo, veraz, es un adjetivo que tiene relación con verdad. Se hace necesario entrar en mayor detalle para despejar las dudas, si es que las hay.

Verás es la segunda persona del singular del futuro simple del modo indicativo del verbo ver, tú verás. Es muy sencillo. Eso es algo que se aprende en la escuela, si no en enseñanza primaria, por lo menos en la intermedia. Si no resultan suficientes estas enseñanzas, se aprende en la escuela secundaria.

El vocablo veraz se aplica a aquello que dice la verdad. O a la cosa que se acomoda exactamente a la verdad. Se dice de la persona o cosa que describe la realidad tal como ella es; o lo que es cierto, verdadero, la verdad. Es el relato que refiere los acontecimientos sin modificarlos, sin alterarlos.

Añadir mayores comentarios sería enredar el asunto.

© 2017, Roberto E. Guzmán.

Horqueta, rankear, mesías/mecías, aparecer

HORQUETA

Es natural que algunas palabras escapen al inventario de los diccionarios. Algunas de ellas permanecen fuera de los lexicones porque son de escaso uso cuando estos se elaboran. En otros casos quedan al margen porque no hay de ellas rastro escrito de la utilización caída en desuso.

La palabra horqueta tiene sus significados usuales que se consignan en los diccionarios del español común. Esta sección no se relaciona con el uso generalizado, sino con uno que pertenece al ámbito rural, que está asentado en el Diccionario de americanismos (2010).

Esa horqueta no aparece en los diccionarios de dominicanismos o del español dominicano que se han imprimido hasta el presente. En el diccionario mentado en el párrafo anterior tampoco consta la mención de la República Dominicana como uno de los países en los que se utiliza la palabra.

La horqueta en cuestión son esos tres trozos de madera que pueden verse en los campos, colocados en forma de triángulo alrededor del cuello de los chivos. Se mantiene viva en la memoria la imagen de la horqueta cuyos palos son amarrados de manera rudimentaria con soga de pita, es decir, sin tornillos. En el habla rural enuncian esa horqueta con una hache aspirada y termina en tanto joqueta, sin pronunciar la erre.

El Diccionario de americanismos define la horqueta como, “Conjunto de tres palos que se colocan en forma de triángulo en el pescuezo a un animal vacuno para evitar que traspase cercados”. El Diccionario histórico del español de Costa Rica (1995:85) es más explícito al respecto de la horqueta, “Tres palos en forma de triángulo que se pone al cuello del animal inquieto, con el fin de impedirle pasar cercados o hacer daños en otras propiedades”. De ese modo la horqueta está definida por su composición, forma, uso y función.

Tal y como se escribió antes, en República Dominicana se usa mayormente en el ganado caprino porque este es el más dado a violar los límites de su encierro.

Por este medio se deja constancia del uso para que en las ediciones posteriores a esta fecha se subsane la ausencia de esta horqueta de los diccionarios de español dominicano. Así mismo para que se incorpore la República Dominicana a los seis países que se presentan en el Diccionario de americanismos de la Asociación de Academias.

 

RANKEAR

“. . .que desde hace más de 20 años RANKEA. . .”

Tan pronto como se lee una voz con una letra /k/ en medio se entiende que es de origen extraño a la lengua española. Muchas palabras que en griego llevaban la letra K pasaron al español con la grafía representada con la letra Q.

El vocablo que motiva este verbo fabricado a la ligera procede del inglés, en esa lengua es to rank. Llevado al español ese verbo corresponde a clasificar, ordenar. En algunos casos puede traducirse por “ocupar un lugar” que refleja muy bien la idea que expone el inglés.

A veces el uso introduce y establece en el seno de la lengua española palabras que pertenecen a otras lenguas. A las autoridades encargadas de velar por la lengua no les queda otra opción que reconocerlas. Eso que se acaba de escribir es lo que ha sucedido con la voz ranking del inglés que consta en el Diccionario de la lengua española (2014) de la Asociación de Academias de la Lengua Española.

A la voz del inglés ranking se le ha reconocido en español el valor de “clasificación de mayor a menor, útil para establecer criterios de valoración”. Ahí aparece la palabra clave, clasificación, que cuando se trata del verbo se identifica con clasificar u ordenar.

 

MESÍAS – MECÍAS

“. . .falsos MECÍAS con su. . .”

No es una broma. Es un extracto sacado de un artículo publicado en la prensa diaria. Este tipo de falla denota una gran pobreza en el nivel educativo del redactor.

En el español latinoamericano las dos palabras del título se pronuncian de la misma manera. No se hace diferencia alguna al enunciarla. Esta falta (¿?) en la elocución la resuelve el conocimiento previo de la ortografía y el nivel cultural de quien oye, lee o escribe. O en su defecto, el contexto.

Mesías es un sustantivo masculino que designa un personaje bíblico en la religión hebrea. Los cristianos entienden que Jesucristo fue y es el mesías que redime a los hombres. Por extensión se usa para cualquier personaje imaginario o real en quien se confía para solucionar problemas profundos.

Mecías es la segunda persona (tú) del singular del pretérito imperfecto del modo indicativo del verbo mecer, que consiste en mover algo de un lado a otro, movimiento que se hace de modo suave y varias veces. Cuando se trata de un cuerpo este debe mantener la posición de equilibrio durante la acción. Las naves se mecen, así como los bebés.

Existen varios métodos modernos para mejorar la ortografía. El más viejo es leer, con suficiente detenimiento para retener información. Eso no requiere de mucho esfuerzo y el sedimento de la lectura continua se transformará en cultura que redundará en una mejoría de los conocimientos generales.

 

APARECER

“. . .muchas veces a pie porque no APARECÍA para el taxi. . .”

En esta sección se escribirá sobre el verbo aparecer en una acepción que no se ha encontrado en los diccionarios consultados. Como consecuencia de eso se abogará para que se haga un lugar para que esa acepción se registre como un dominicanismo.

Ha de mencionarse desde el inicio que con este significado el verbo se usa casi exclusivamente en sentido negativo, es decir, precedido de una palabra que exprese negación, tal y como se observa en el texto reproducido.

En todos los diccionarios consultados la acepción que más se asemeja a este aparecer es la que se refiere a encontrar. De inmediato hay que destacar que cuando los diccionarios entran en la consideración de “aparecer” con la ayuda del verbo encontrar, se refiere a personas o cosas que estaban perdidas, desaparecidas, extraviadas.

Para no alargar el asunto no se entrará en las explicaciones de las diferentes significaciones que posee el verbo estudiado. Pero en ninguna de ellas se la hace sinónima o equivalente de “tener”.

Para ilustrar el punto por el que se aboga aquí se ofrecerán algunos ejemplos de uso. Una persona puede naturalmente decir, “No aparece dinero con que tomarse unos tragos”. Téngase en cuenta que ese dinero no se ha perdido, extraviado o que se estaba buscando. Lo que sucede en un caso como ese es que no se cuenta con ese dinero. “Iremos al cine si aparece con qué”. Se irá si se dispone de los cuartos para pagar por el billete de entrada.

De los ejemplos y las situaciones que se presentan aquí se deduce que aparecer tiene estrecha relación con “haber o tener una determinada cantidad de dinero, u, otra cosa”.

© 2017, Roberto E. Guzmán.

Tomadura de pelo/tomadera de pelo, importantizar/importantización, hiato – *hiatal, contrapeso/contra peso

TOMADURA DE PELO – TOMADERA DE PELO

“Es una pretensión de TOMADERA de pelo a la sociedad. . .”

La locución sustantiva consagrada por el uso es “tomadura de pelo” que en el lenguaje coloquial se utiliza para burla o broma que se hace a una persona.

Si se mantiene un apego irrestricto a la acepción, existe la posibilidad de que la locución no pueda aceptarse más que para aplicársela a la burla que se hace a una persona; entonces, eso significa que en la cita se ha hecho una extensión al aplicarla “a la sociedad”.

La tomadera de pelo se conoce y usa en Colombia, Venezuela y Ecuador para la “burla repetida”. Es probable que este uso se haya instaurado en esos países por confusión en lugar de tomadura, palabra la última, que no es de uso cotidiano en el habla popular. Los datos para estos países se tomaron del Diccionario de americanismos de la Asociación de Academias (2010).

El vocablo “tomadera” es empleado y practicado en muchos países de Hispanoamérica con el sentido de “bebedera” o ingestión frecuente de bebidas alcohólicas. Por lo menos nueve países de la América Hispana emplean esta tomadera así y, entre ellos, Colombia y Ecuador que fueron mencionados antes con relación a la locución.

Hay que llamar la atención sobre la particularidad que se detecta en cuanto a la acepción de “tomadera de pelo” que define la burla como una acción “frecuente”, así como frecuente es el hábito de ingerir bebidas alcohólicas en la tomadera. Con este dato se destaca el rasgo lógico del uso que se encuentra en esos países para la locución. Esa “frecuencia” puede ser la diferencia entre la tomadura y la tomadera.

 

IMPORTANTIZAR – IMPORTANTIZACIÓN

“. . .sino como una IMPORTATIZACIÓN de su intención. . .”

La terminación en la forma de crear este verbo, importantizar, revela que las personas que utilizan este verbo y su correspondiente sustantivo son personas de alto nivel académico y cultural.

Los diccionarios elaborados hasta esta fecha no han tenido la oportunidad de pronunciarse acerca del sustantivo, mediante la inclusión de este en sus páginas; sin embargo, con respecto del verbo ya hay rastro.

El diccionario de americanismos de la Asociación de Academias (2010) recogió el uso del verbo en sus páginas. En ese diccionario puede leerse que el verbo pertenece a República Dominicana, esto es, que el único país en cuyo español se usa el verbo es ese. La acepción que asienta el DAA es la siguiente, “Dar importancia a algo o tomarlo en consideración”. Inmediatamente después puede constatarse que pertenece al registro esmerado del español dominicano.

El verbo posee otra acepción consignada en el mismo diccionario, “Potenciar algo. Con la misma referencia en cuanto a quienes utilizan el verbo.

En lo que se refiere al sustantivo importantización, no aparece consignado en los lexicones consultados, aunque puede considerarse como un producto natural del verbo. Algo que desfavorece al sustantivo para el uso frecuente es lo extenso que es. No sería de extrañarse si en una próxima edición del Diccionario del español dominicano (2013) se hace necesario incluir este vocablo.

Tanto el verbo como el sustantivo que se revisan en esta sección por su formación son fáciles de entender aún por aquellas personas que lo oyen por primera vez. Es obvio que ambas palabras tienen relación con “importante”.

 

HIATO – *HIATAL

“. . .luego de ser operada de una hernia HIATAL”.

Desde hace años la voz hiatal aparece en la prensa escrita. No está allí de modo permanente, pero hay circunstancias en las que se hace casi inevitable su uso. La voz hiatal procede -en español- del inglés y, el ámbito en el cual se conoce es la medicina. La dolencia o el problema al cual se refieren se han hecho más comunes; por esta razón se usa en esos escritos con frecuencia.

Se examinará en esta sección la voz hiatal, a la par que se verá la voz hiato que también aparece en el título. Se estudiará la formación de hiatal, y, por último se abogará por su aceptación.

De acuerdo con la Real Academia el vocablo hiato procede del latín, es decir, el origen es el mismo en todas las lenguas indoeuropeas. Ingresó en español hacia el año 1800, conforme lo refiere Corominas en su Breve diccionario etimológico de la lengua castellana (1967:318). Se tomó del latín hiatus, derivado este de hiare “rajarse”, “separarse”. El verbo latín hiare significa bostezar, abrir.  La voz hiatus entró en inglés en el año 1563, nótese la gran diferencia en el tiempo de entrada en relación con el español. En francés lo tomaron en préstamo del latín en el año 1521 con su significado en retórica. Entró en el campo de la anatomía en el siglo XIX. En la última lengua, el adjetivo hiatal(e) es concerniente a un hiato. La hernie hiatale es la hernia del hiatus esofágico.

Lo que en general se llama hernia es una “dislocación de un órgano o tejido fuera de la cavidad donde se encuentra normalmente”, así la define el Gran diccionario Larousse de la lengua española.

La hernia de hiato es la “protrusión de parte del estómago desde la cavidad abdominal al tórax a través del diafragma”. Esa es la definición que asienta la Real Academia en su diccionario mayor. El problema que se presenta es que hiato en anatomía es, según esa corporación, “hendidura, fisura”.

Hasta el momento en que se redactó este artículo, el diccionario que registra el adjetivo hiatal es el Diccionario del español actual (2005:2466). Ahí puede leerse que en medicina se refiere a “[Hernia] de hiato”. En resumidas cuentas lo que hace este lexicón es asentar el uso que se hace de la voz.

Es una lástima que no pueda lograrse acceso a los trabajos que ha realizado la Real Academia con relación a hiatal, pues sería de utilidad leer las razones que ese colegio tiene para no dar entrada a esta voz en su lexicón. Ha de tenerse en cuenta que en el repertorio oficial de la lengua española constan muchos vocablos procedentes de varias lenguas. Algunos de ellos se han aceptado de manera cruda, con o sin modificación de las acepciones de otras palabras similares que constan en ese inventario.

 

CONTRAPESO – CONTRA PESO

“. . .denegándoles a la sociedad su rol de CONTRA PESO. . .”

Una de las “leyes” de las lenguas es la de la economía, es decir, ahorrar energía y espacio. Por esa “ley” es que en todas las lenguas se abrevian palabras, se ahorran espacios. En español hablado se nota una gran economía, sobre todo en la expresión descuidada, que aunque no sea cuidadosa, en la mayoría de los casos no compromete la comunicación. Las fallas las corrige la inteligencia de quien oye.

Contrapeso, en una sola palabra, es la “cosa que se considera y estima suficiente para equilibrar o moderar otra que prepondera o excede”. Así aparece en el diccionario académico. Esto aparte de otras acepciones.

Cuando esa institución define el verbo contrapesar, escribe, “servir de contrapeso a algo”. De la lectura de estas acepciones se hace obvio que tanto el verbo como el sustantivo se escriben en una sola palabra.

Claro, los dos elementos, contra y peso, tienen vida independiente y en otras circunstancias o situaciones pueden utilizarse en el mensaje o discurso.

© 2017, Roberto E. Guzmán.