La Academia Dominicana de la Lengua: centro de estudios del español dominicano

Por María José Rincón

Miembro de número de la ADL

 

En la Academia Dominicana de la Lengua, fundada en Santo Domingo, República Dominicana,  el 12 de octubre de 1927, conmemoramos este año el nonagésimo aniversario de su fundación, y continuaremos haciendo lo que sabemos hacer: fomentar el estudio y el buen uso de la lengua española.

Manuel Patín Maceo, miembro fundador de nuestra Academia, publicó uno de los primeros diccionarios dedicados al registro de nuestro vocabulario. No es otro el empeño de los académicos. Acercarnos a la vida de las palabras con avidez y respeto. La lengua en la que se expresan los dominicanos comienza en el proceso de criollización la aportación de nuestros hablantes al caudal inagotable y compartido del español general.

La conciencia de la internacionalidad de nuestra lengua se forjó desde que, en la cubierta de embarcaciones que hoy nos parecerían cáscaras de nuez, atravesó el Atlántico para alejarse de los valles castellanos que la vieron nacer y extenderse humana y territorialmente por la ancha y larga América, hasta convertirse en la lengua que hoy consideramos materna más de cuatrocientos setenta millones de hablantes y que estudian, como segunda lengua, más de veintiún millones.

La ADL fomenta el cultivo del buen hablar que asegura, como ninguna otra cosa, la cohesión y la vitalidad del español. Un objetivo que ya reconoció el poeta y académico Dámaso Alonso en su «Unidad y defensa del idioma»: «… nuestra lucha tiene que ser para impedir la fragmentación de la lengua común». La investigación filológica y la divulgación lingüística y literaria son los aperos que nos asisten en la labor, en la que se hace imprescindible el esfuerzo y la colaboración de muchos.

La labor académica panhispánica ha rendido sus frutos. Sus obras se han convertido en libros de cabecera de los buenos hablantes y aspiramos a que sirvan de inspiración y ayuda a los que quieren llegar a serlo. Si repasamos solo la producción de estos últimos años no dejaremos de enorgullecernos. Acompáñenme, si no, en este repaso por las tres obras fundamentales en el estudio de una lengua: ortografía, gramática y diccionario.

La Ortografía de la lengua española de 2010 nos recuerda que nuestra lengua es un producto cultural e histórico que va tomando forma a lo largo de siglos y con el uso continuado de cientos de millones de personas. Los hablantes somos los responsables de irle aportando su carácter, sin olvidar que no hemos sido nosotros los primeros que hablamos en español y que no vamos a ser los últimos. Todas las variantes fonéticas, incluidas las dominicanas, quedan recogidas por un conjunto de sistemas convencionales de representación gráfica, que es lo que en la actualidad entendemos por disciplina ortográfica. Las pequeñas variantes ortográficas presentes en los hablantes dominicanos cultos se registran en esta obra académica gracias a los aportes de los académicos especializados en esta área del conocimiento lingüístico.

En 2010 ve la luz la Nueva gramática de la lengua española. Su texto fue aprobado por todas las academias, entre ellas la dominicana, en 2007. Sus páginas nos acercan al «maravilloso artificio de la lengua» en su verdadera diversidad y en boca de hablantes de todas las zonas donde se habla español. El enfoque panhispánico ha logrado lo que muchos anhelábamos: el Diccionario de americanismos. Su punto de referencia lo constituye el léxico compartido por todos los que hablamos en español, y que representa más del ochenta por ciento de nuestro vocabulario. Lo que identifica y le da personalidad a este diccionario es que recoge el léxico propio del español de América, que supone la población y la extensión territorial mayoritaria de los hablantes de español como lengua materna, desde Tierra del Fuego en el sur del continente, pasando por nuestra isla caribeña, al gigante estadounidense, hoy por hoy el segundo país hispanohablante del mundo.

Las aportaciones lexicográficas de primera mano de la comisión académica dominicana sobre el uso y la difusión de cada vocablo entre los hablantes dominicanos acortó la brecha de conocimiento del caudal léxico de la variedad del español que hablamos en esta isla.

Un buen ejemplo de colaboración interacadémica es el Diccionario de la lengua española, nuestro diccionario académico. Entre las faenas que se les encomiendan a las Academias está la de proponer la incorporación al DLE de una selección de palabras vigentes en los países hispanohablantes. Nuestra tarea consiste, por tanto, en certificar los usos dominicanos para que, en concurrencia con los de otros países hispanohablantes, puedan ser considerados para su inclusión en el lemario del diccionario oficial. Cada Academia recibe como material de trabajo las listas de los americanismos (todos los lemas y sus acepciones) correspondientes a su país. Para avalar cada uso deben aportarse textos en los que se utilice la voz, ejemplos claros, breves y sin errores ortográficos o gramaticales. A estas alturas ya habrán notado que uno de los rasgos fundamentales de los lexicógrafos es la de ser extremadamente quisquillosos; en dominicano diríamos periquitosos. Toda la documentación recopilada por nuestra Academia se envía al Instituto de Lexicografía Hispánica, encargado de analizar los resultados, cotejarlos con los obtenidos por otras academias sobre sus respectivas variedades dialectales y de incorporar al diccionario los lemas y acepciones resultantes de este proceso de selección.

Esta tarea, junto con otras tantas, tan delicadas y tan trascendentes como esta, resultan en una nueva edición del diccionario, que debe adaptarse a la lengua que registra, una lengua que nunca para de cambiar. La labor que ha venido desarrollando la Academia Dominicana de la Lengua se aprecia si comparamos las cifras de dominicanismos registrados en las últimas ediciones del diccionario académico.

Nuestra labor de estudio del español dominicano no se limita a hacerlo presente en las obras panhispánicas. Fruto de nuestro interés por la investigación y la valoración de la variedad dominicana del español nos hemos dedicado al registro de nuestro léxico, que culminó en la publicación, en 2013, del Diccionario del español dominicano, una obra que refleja en toda su vigencia y su riqueza nuestra realidad léxica.

El trabajo académico exige formación, dedicación y entusiasmo, además de una conciencia activa y un conocimiento profundo de la lengua propia. El contacto diario con el español de la calle, de los medios de comunicación, de las aulas, provoca a menudo la sensación de que nada de lo que podamos aportar logrará que las cosas mejoren. El Diccionario del español dominicano ha supuesto para los que hemos participado en él el antídoto perfecto. Su publicación ha despertado un interés y una expectación que nos siguen sirviendo de acicate.  Muchos son los defensores y muchos, y más ruidosos a veces, los críticos. Los académicos, inevitablemente, siempre vamos a la zaga de la vitalidad de la lengua. Cuando una obra de estudio se publica, cuando un diccionario se cierra, ya otro está dando sus primeros pasos. Solo nos queda invitar a los hablantes dominicanos a que usen la Academia Dominicana de la Lengua, la Academia de su lengua, su Academia.

La Academia Dominicana de la Lengua: fuero, crisol y cauce del buen decir

Por Bruno Rosario Candelier

Director de la Academia Dominicana de la Lengua

 

 Naturaleza. La Academia Dominicana de la Lengua (ADL), correspondiente de la Real Academia Española (RAE), se estableció en Santo Domingo el 12 de octubre de 1927, y desde su fundación comparte la misión que por mandato oficial le fuera asignada a la RAE y en tal virtud colabora en las tareas que realiza la Corporación de Madrid, centradas en el estudio de la lengua y el cultivo de las letras para conservar su esencia originaria, impulsar su desarrollo y atizar el potencial de su genio idiomático con entusiasmo y tesón.

La ADL cuenta con 30 miembros de número, 40 miembros correspondientes nacionales y 20 miembros correspondientes extranjeros. Los numerarios son los miembros titulares de la institución, y su elección, mediante el voto de los titulares, se formaliza con un discurso de ingreso del recipiendario, que es recibido por un miembro designado por el director y, según el protocolo establecido por la tradición académica, se procede a instalarlo en el sillón signado con una letra del alfabeto y, cuando el director le impone la medalla, queda oficializada la incorporación del nuevo académico como miembro de número de la ADL y miembro correspondiente de la RAE.

Integrante de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), desde su fundación la ADL promueve el conocimiento de nuestra lengua y la valoración de nuestras letras, según consignan los estatutos de las Academias de la Lengua, y todas secundan el lema de la RAE, “Limpia, fija y da esplendor”, que alude a la pureza, la corrección y la elegancia del buen decir. El estudio sobre la naturaleza y el desarrollo de nuestro sistema de signos y de reglas en su dimensión discursiva, expresiva y activa plasmada en los hechos de lengua, implica la observación de los actos del habla y sus variantes dialectales y estilísticas, con especial atención a la obra de los escritores, que son los usuarios privilegiados de la lengua, y ambos estamentos, la lengua viva del pueblo y la lengua culta de los literatos, comprenden el caudal léxico, semántico y gramatical en cuya veta idiomática abordamos nuestro medio de comunicación, no con una simple actitud de aficionado, sino con esmerada disciplina para que nuestros estudios propicien una fuente válida para el conocimiento de la palabra, enaltecedor vínculo de lo humano y lo divino.

Presencia. La conciencia de lengua constituye una poderosa motivación intelectual para asumir la palabra como herramienta de trabajo, ya que el uso del lenguaje, entre cuyos usuarios importantes figuran escritores, profesores, sacerdotes, políticos, periodistas, actores y comunicadores mediante la realización de un decir que sirve de transmisión de conocimientos, intuiciones, verdades, testimonios y vivencias que fundan los cimientos de nuestra cultura con el despliegue del talento creador de cuantos acuden a la palabra con sentido científico, humanístico, estético y espiritual. De ahí la necesidad de contribuir al desarrollo de una expresión correcta, precisa y elegante mediante el uso acrisolado de la lengua, que esta Academia impulsa y promueve para que nuestros hablantes forjen sus imágenes y conceptos con el fulgor de la belleza que conmueve y el sentido de la verdad que edifica.

La autoridad lingüística de la Academia Dominicana de la Lengua, en su condición de institución rectora del idioma, conlleva la confección de una obra lexicográfica, gramatical y ortográfica para “lograr el fruto que se propone de poner la lengua castellana en su mayor propiedad y pureza”, según rezan los estatutos de la institución, misión que asumimos los académicos dominicanos en nuestra condición de cultores de la lengua. La vocación para forjar una expresión ejemplar que potencie el caudal idiomático y enriquezca la expresión literaria en la fragua del buen decir, ha sido crisol y cauce de la más alta aspiración lingüística de hablantes conscientes del don que entraña la creación de la palabra.

Servicio. En nuestra condición de hablantes, estudiosos y cultores del español dominicano, los académicos acoplamos el genio de nuestra lengua a nuestra idiosincrasia cultural. La lengua es la mejor vía para fortalecer nuestra esencia como pueblo y nuestra idiosincrasia intelectual, mediante una definida cosmovisión abierta y un horizonte espiritual que potencie, mediante una expresión correcta, comprensible y hermosa, el fuero de nuestra lengua. Para cumplimentar ese objetivo hemos realizado centenares de actividades lingüísticas y literarias en la sede de la Academia y en otros escenarios. Con académicos de la lengua nos hemos desplazado a diferentes centros culturales y comunidades del país para incentivar el interés por la lengua y el cultivo de las letras. Hemos organizado coloquios, conferencias y talleres lingüísticos y literarios. Hemos editado boletines, libros y diccionarios. Hemos contestado decenas de comunicaciones y respondido a variadas consultas lingüísticas y literarias. Con Fundéu, Fabio Guzmán Ariza y Ruth Ruiz dan oportunas recomendaciones ortográficas, lexicográficas y gramaticales. Hemos presentado los códigos de la lengua en diversos escenarios nacionales. Contestamos cartas y correos electrónicos del país y el exterior, y aclaramos dudas sobre lengua y literatura. Llevamos nuestras inquietudes idiomáticas a diversos centros docentes del país. Hemos presentado ponencias, charlas y libros en diferentes centros culturales nacionales e internacionales. Y, desde que asumimos la dirección de la ADL, hemos aportado una fecunda colaboración a la Real Academia Española, de la que somos los interlocutores autorizados de nuestra Academia y de nuestro país, mediante informes lexicográficos, gramaticales, fonéticos y ortográficos sobre nuestros códigos lingüísticos. Asimismo, redactamos un reporte mensual de actividades lingüísticas y literarias para los académicos de la lengua y preparamos ponencias e informes idiomáticos sobre nuestra labor.

Con la colaboración de los miembros de la comisión lingüística de la ADL, María José Rincón, Fabio Guzmán Ariza, Ricardo Miniño Gómez, Ana Margarita Haché, Irene Pérez Guerra, Rafael González Tirado, Guillermo Pérez Castillo, Roberto Guzmán, Rafael Peralta Romero, Domingo Caba, Roxana Amaro y Ruth Ruiz, hemos sembrado inquietudes lingüísticas mediante conferencias, talleres y publicaciones; y con la colaboración de los integrantes de la comisión literaria de la institución, Federico Henríquez Gratereaux, Marcio Veloz Maggiolo, Manuel Núñez Asencio, José Enrique García, Manuel Matos Moquete, Juan José Jimenes Sabater, Franklin Domínguez, Tony Raful, Ofelia Berrido, Emilia Pereyra, Carmen Pérez Valerio, Sélvido Candelaria y Camelia Michel, hemos llevado orientación literaria a diferentes escenarios donde nos la han solicitado.

El estudio y la promoción de la lengua y la literatura han sido, desde su fundación, la razón y la inspiración que justifica la existencia de la Academia Dominicana de la Lengua a favor de nuestro idioma. Desde las raíces de nuestra cultura y la energía interior de nuestra conciencia aflora el aliento iluminador mediante el cual fluye, con el saber que edifica y la belleza que conmueve, la voz oportuna y sugerente. Con esa tarea centrada en la palabra, la Academia Dominicana de la Lengua cumple la misión que le fuera signada para hacer de nuestro idioma el centro de nuestras apelaciones intelectuales, morales, estéticas y espirituales, fuero, crisol y cauce de la palabra ejemplar.

La voz mística de Jit Manuel Castillo: cauce estético y simbólico de la llama divina

Por Bruno Rosario Candelier

 

A Rafael Peralta Romero,
cultor y guardián de las voces con sentido.

 

Sin mí
puéblame contigo.
A solas con el solo
en mi soledad todos entran.
¿De dónde esta presencia
que me deja tan ausente?
Tu claridad me refleja
como espejo de tu sombra.
(Jit Manuel Castillo, “Plegaria”)

 

Encontrar un genuino poeta que también sea un auténtico místico es una grata y auspiciosa coincidencia que pocas veces acontece en el ámbito de la literatura. Esa doble dotación espiritual se ha manifestado con elegancia y primor en la obra y la persona de Jit Manuel Castillo, singular portalira de las letras dominicanas. Oriundo de Santo Domingo, pertenece a la Orden de los frailes franciscanos y escribe poesía, narrativa y ensayo. Forma parte del Movimiento Interiorista y es cultor de una hermosa lírica mística (1).

En efecto, este creador dominicano y sacerdote franciscano vino al mundo dotado de la gracia poética y la gracia mística, dones que se potenciaron con la gracia sacerdotal que lo enaltece, triple condición amartelada en la palabra divina, la acción humanizada y la creación teopoética con alta irradiación trascendente, lírica, mística y simbólica que su poesía canaliza en hermosos y densos versos henchidos de amor, belleza y sabiduría.

El lenguaje de la lírica es un abrevadero inagotable y luminoso para encauzar la onda sublime que encierra el misterio de lo eterno, que el caudal lírico y simbólico revela mediante llama de la inteligencia mística y la veta de la conciencia trascendente, cauce de la intuición espiritual que la palabra poética atrapa y promueve. En la lírica mística, el lenguaje no es solo un brocal del pozo de la samaritana, sino un espejo de la trascendencia y un vínculo con la Divinidad.

El aliento divino que subyace en la creación teopoética también encauza la belleza simbólica de una visión iluminada, por lo cual la palabra de este sacerdote-poeta inspira fascinación y hondura. Su poesía es un fino cauce del éxtasis transformante, con algo de la revelación trascendente y mucho de la redención final. En la luz de su lenguaje poético refulge un cautivante sentido que edifica y enciende. Y la Llama que purifica, con el entusiasmo que enciende, se posa con su aleteo florido en las imágenes y los símbolos de su extasiada lírica.

Las grandes creaciones literarias, especialmente la literatura inspirada en el sentimiento de lo divino, como el “Cántico del Universo”, de san Francisco de Asís o el “Cántico espiritual”, de san Juan de la Cruz, paradigmáticos textos de las letras universales, evidencias son de la creación poética de inspiración religiosa, en las que ha abrevado nuestro agraciado poeta, junto a las grandes obras clásicas y modernas de las letras universales.

Un dato significativo, en este poemario de Jit Manuel Castillo es el epígrafe que trae cada poema, con el detalle de que la frase que preside cada texto corresponde al sentido orillado en el poema y a un autor místico de las letras universales, con la excepción de una ilustre dominicana, la poeta mística Martha María Lamarche.

Desde el pórtico del poemario En la voz del silencio se vislumbra en la persona lírica la huella transformante de la mística, cuya vivencia modifica la visión del mundo y concita una conducta coherente con la iluminación de esa singular vivencia, ya que, después de experimentar la inmortal dolencia, no deja igual a quien ha sido tocado por la Presencia, como se aprecia en “Crepúsculo”:

Doy testimonio de mí

quien entró al umbral del ocaso

no es el mismo que sale.

Penetré al misterio del crepúsculo

y petrificado en su volcán

me consumió un beso compasivo.

Tocado por los sueños y la ternura

me transfiguré en pasión y caricia

y he quedado sin palabras.

(En la voz del silencio, p. 10).

   En efecto, el poeta queda sin palabras, tras la experiencia arrobadora, extática y transformante. Arde el alma del poeta en el fuego del misterio, y todo cuanto ve, hace o anhela, está marcado por la singular llama divina que impacta su sensibilidad, expande su conciencia y atraviesa su decir. En ese discurrir interior fluye la vida mística, que ha pautado la existencia de Jit Manuel Castillo de la Cruz, no solo por su vocación sacerdotal, sino por su dotación espiritual y estética, como lo revelan los encendidos versos fraguados en el fuego del amor divino (2).

Sabe el poeta franciscano que la lírica mística trabaja con el lenguaje de los símbolos y las figuraciones literarias para decir lo indecible de la experiencia mística a la luz del impacto intelectual, emocional y espiritual que, como en la pasión del amor, desmaya los sentidos y cautiva el alma con la dulce sensación de una singular vivencia trascendente.

En esa peculiar experiencia interior fluye la búsqueda mística, que es la búsqueda de lo Absoluto, mediante la cual el poeta dominicano vive la más alta apelación de los sentidos, al tiempo que expresa, con el ardor de una luminosa vocación redentora, lo que subyuga su sensibilidad y enajena su conciencia. Cuando regresa de la inmortal dolencia, como es la genuina dolencia divina, su alma contagia las cosas con su peculiar energía, y todo parece responder al “fuego sagrado” que lo abrasa, incita y purifica. Entonces, el mundo le parece diferente al contemplador de lo viviente. En tanto expresión de la Energía infinita, la Conciencia mística lo cambia todo: no solo porque todo viene de Todo y hacia el Todo vuelve, como intuyeran los iluminados y contemplativos de las diferentes culturas de Oriente y Occidente, sino porque en esa comunión entrañable con la Fuente primordial del Cosmos las cosas adquieren una singular connotación simbólica y el afortunado contemplativo se transforma y se ilumina: “¿Puede una luciérnaga / ocultársele a la noche?”, se pregunta extasiado el poeta, y de inmediato se responde: “Tampoco yo puedo esconderme a Tu misterio”.

En esa integración cósmica bajo la subyugación de la experiencia espiritual se resuelve la angustia del místico. En su anhelo de lo divino, Castillo de la Cruz vive imantado al fulgor de lo divino y experimenta la indecible ‘deificación’ en el centro mismo de su alma, en cuya virtud participa del “gozoso sentir” que experimentan los  iluminados y los místicos. Ya no es el “doloroso sentir” de los poetas, según la intuición estética de Garcilaso de la Vega, sino el “gozoso sentir” de los místicos que atribuyo a los contempladores de lo divino. De ahí la inmensa alegría y el júbilo entrañable que destila el alma del místico, como se manifiesta en este poeta interiorista, que canaliza en la gozosa entonación de sus versos la radiosa expresión del corazón enamorado al sentirse elegido y enaltecido por la potencia esencial de lo viviente, que encauza en la expresión mística de lo divino. El esplendor del mundo aflora límpido y puro en el lenguaje del poeta villaduarteño, que compensa el sentimiento de anonadación espiritual ante el arrebato del Misterio que concita su honda devoción por el Creador del mundo. Sabe nuestro poeta manejar las imágenes que dan cuenta de su estado emocional y, con su amorosa mirada mística, asume los datos sensoriales de las cosas, según testimonia en “Luz y tinieblas”, que canaliza con la advertencia del epígrafe de santa Teresa de Jesús (“Si te perdieres, mi amada./alma, buscarte has en Mí”), para cantar conmovido por el sentimiento que horada su alma estremecida:

Soy luz intermitente.

A veces

ilumino el movimiento de la noche

para esconderme de Ti

tras un brillo que enloquece.

Otras veces

solo nado entre tinieblas

perdido entre las sombras

de Tus aguas que me encubren.

(En la voz del silencio, p. 26).

   Bajo su pulcra mirada escrutadora, que es una mirada de amor, del limpio amor sagrado, el sacerdote-poeta experimenta, al tiempo que vive su pasión de amor, “gemidos interiores” como el dolor de la Creación, que según el vidente de Patmos, gime y sufre. Pero nunca ese dolor suplanta ni avasalla al júbilo místico, la ternura universal, ni el lenguaje simbólico, los tres rasgos del perfil distintivo de la creación teopoética, que En la voz del silencio de Jit Manuel Castillo, formaliza soberanamente en el fuero de la sede literaria (3). Una sabiduría divina destilan estos amartelados versos del místico poeta interiorista que calza y perfila esta lírica entrañable. Y una empatía cósmica concita el aliento de su alma encendida en la fragua de lo sagrado, vínculo de la gracia que convierte el amor en quejido y el dolor en suspiro bajo el fuego de lo divino. Con la sensorialidad de lo viviente el poeta se hace uno con el Todo, según canta en “Nos unió el llanto”:

Nos unió el llanto en la alborada

yo me derramé en lágrimas

Tú me acompañaste con el rocío.

Y por tus ojos entreabiertos

se fugó una estrella solitaria

pañuelo de mi alma herida.

(En la voz del silencio, p. 47).

   Para el que vive místicamente el mundo, que es vivirlo bajo el aliento de lo divino, todo es pasión, armonía y entrega. Se vive así místicamente el mundo como expresión de lo sagrado a la luz de la irradiación de lo celeste. Jit Manuel lo sabe y lo siente porque ha sido imantado por la radiosa llama de la Presencia infinita y la pasión inmortal de la dolencia divina. Y ha experimentado la inexorable transformación que vive la conciencia del místico. Así lo expresa el poeta franciscano en “Ya no es lo mismo”, por lo cual unos versos de san Juan de la Cruz (“¡Oh noche que guiaste/¡Oh noche amable más que la alborada!”), acuartela la mirada que purifica los sentidos y, como el niño atemorizado ante el miedo de la Caperucita, evoca el lenguaje del cuento infantil, que usa como mediación de sus cogitaciones interiores:

Ya no es lo mismo

todas mis noches se siembran

 de estrellas mi densa oscuridad

está poblada de constelaciones.

Cierro los ojos para mejor sentirte.

(En la voz del silencio, p. 48).

   En efecto, quienes han experimentado la sublime sensación de la experiencia mística ven lo que el común de los mortales no atisba, y vive lo que ha sido reservado a iluminados y contemplativos, que viven el fulgor de la celeste llama. Es un “fuego divino” que atiza el hondón de la sensibilidad y la purifica el sentido bajo el crisol de lo sagrado. En “Hay un ardor en mi pecho” escribe el poeta:

Hay un ardor en mi pecho

no me pertenece y me quema.

Esa pasión no es mía

me abrasa y viene de lo Alto

aunque está bien adentro.

En lo profundo

tan honda que me trasciende.

Es devoradora y me funde.

Su misterio me habita

me posee   me integra.

(En la voz del silencio, p. 52).

Entonces el poeta experimenta extrañas, profundas y contradictorias señales. Entre antítesis y paradojas resuelve el poeta la ambivalencia de su lenguaje y la “contradicción” de la “soledad sonora” o la “tiniebla encendida” de los grandes místicos que en el mundo han sido. Sin buscar nada lo tiene todo y, como el Poverello de Asís, no quiere nada para tenerlo todo. El fundador de la Orden Franciscana, a la que pertenece Jit Manuel Castillo de la Cruz, es un paradigma de santidad y ternura, y de su corazón impregnado de amor divino, brotó la poesía que canta en sus tiernas cancioncillas, rociada de la llama mística de lo viviente, que este seguidor de su vida imita y cultiva en su lírica teopoética bajo la fragua del sentido. En “Temor de Dios” nuestro poeta expresa su visión iluminada: 

No es tu presencia lo que temo.

Es al dolor que persiste

cuando me dejas.

Devuélveme a Ti

aunque me duela.

Es como único soporto no sentirte.

(En la voz del silencio, p. 78).

 Y en un aparente juego de palabras, propio de la paradoja muy del gusto de la mística, el poeta expresa el anhelo de ser para la luz, viviendo en medio de la sombra bajo el fulgor del misterio, como escribe en el poema “En tu ausencia”. El anhelo de “otro cielo estrellado”, para aludir al ámbito sutil de la trascendencia, hace suspirar su alma irredenta cuando se siente abandonado, solo y triste:

En tu ausencia, ni las arañas me visitan

para tejer su amor en mi abandono.

En mi abandono, ni las arañas se agitan

para expresar por tu ausencia mi dolor.

En mi dolor me detengo en las arañas

para disimular tu abandono.

(En la voz del silencio, p. 86).

  En el poemario En la voz del silencio, título traslaticio y simbólico de una cautivante creación teopoética, el emisor de estos encendidos versos canta el hallazgo que emociona al poeta, anonadado ante el Misterio y arrobado ante la Presencia que le revela el Sentido y la entrañada Luz de la Hermosura. En “Plegaria”, que sirve de epígrafe a este estudio, el poeta canta el sentimiento místico de compenetración con lo divino que, con el lenguaje simbólico de la paradoja, expresa la conmoción que lo desconcierta ante el Fulgor del Misterio:

Sin mí

puéblame contigo.

A solas con el solo

en mi soledad todos entran.

¿De dónde esta presencia

que me deja tan ausente?

Tu claridad me refleja

como espejo de tu sombra”.

(En la voz del silencio, “Plegaria”).

 Desde los tiempos antiguos los poetas creen, y lo creen porque lo viven, que con su creación verbal crean un mundo verbal que formalizan en sus imágenes y símbolos, aunque estén conscientes de que la suya no es una creación ex nihilo, es decir,  de la nada, como fue la Creación del Mundo según el relato bíblico. La de los narradores y poetas es una invención que tiene su base en la tradición, el lenguaje y la memoria, aunque participan la imaginación del creador con sus intuiciones y vivencias, ya que el lenguaje forma parte de la cultura colectiva de una comunidad con sus mitos, tradiciones y costumbres.

Los escritores han evidenciado que con la palabra pueden formalizar su capacidad simbólica, como lo vive el niño a través de procesos que experimenta en su confrontación con el mundo sensorial de lo existente. El lenguaje deviene un instrumento indispensable de relación y connotación que la creación formaliza. Con la palabra encauzamos nuestra visión del mundo, que lo representamos en el lenguaje discursivo y directo, o traslaticio, metafísico y simbólico.

Desde nuestra instalación en el mundo establecemos un vínculo con las cosas y, mediante el arte del lenguaje, lo recreamos, representamos y simbolizamos. Intuimos, conceptualizamos y simbolizamos lo que pensamos, que formalizamos en imágenes y conceptos con el concurso del lenguaje (verbal, pictórico o musical) y reproducimos nuestra percepción de las cosas y creamos un nuevo orbe nominal con los signos y los símbolos de nuestro lenguaje. Y como el lenguaje es una creación, tenemos la sensación -y el primero en tenerla es el niño- de que nos apropiamos del mundo por el lenguaje que lo representa, y por eso Adán aparece en el Jardín del Edén nombrando las cosas, una forma de apropiarse de ellas nominalmente. Los poetas, que con su lenguaje recrean la realidad de lo visible y lo invisible, representan con las palabras no solo lo que acontece en el mundo interior de su conciencia y en el mundo exterior de lo existente, sino lo que subyace en la apariencia de las cosas puesto que la creación poética capta su esencia y su sentido. Y, además, perfilan la dimensión metafísica y simbólica de lo viviente. Mediante el lenguaje canalizan lo que su intuición percibe, lo que la revelación les dicta o lo que su creatividad genera mediante su visión de lo incorpóreo. Y, desde luego, la representación simbólica que atribuyen a las cosas. Justamente por el lenguaje asume el hombre el mundo, como lo hace el niño desde sus primeros balbuceos, y al nombrar y recrear las cosas el hablante las confirma, y al confirmarlas y simbolizarlas, las conjura con la magia verbal de los vocablos y el acierto expresivo de los símbolos (4).

Hay realidades sensoriales (piedra, lluvia, gorrión), intelectuales (concepto, intuición, criterio), imaginativas (mito, fantasía, ilusión), afectivas (amor, atracción, rechazo), morales (pauta, ley, ordenamiento) y espirituales (fe, contemplación, éxtasis). Los símbolos se forman con realidades sensoriales, y a las referencias objetivas, concretas y tangibles, les asignamos un nuevo sentido. Por esa razón los símbolos tienen una concreción referencial, constatable y visible y, en tal virtud, facilitan su comprensión, a pesar de la connotación metafísica que entrañan, pues siendo realidades sensibles, encarnan una faceta suprasensible, por lo cual implican un nivel de representación intelectual y de irradiación espiritual superior a la evidencia de su materialidad física. En Jit Manuel Castillo de la Cruz la luz es símbolo de la llama divina, que anhela entrañablemente para mitigar la sombra que lo anula, según revela en su poema “Entre tinieblas”:

Luz es lo único que pido:

enciende mi corazón con Tu espíritu

y disipa el vacío que me envuelve.

¿Para qué finalmente un horizonte

si en la oscuridad de Tu vientre

me descubro tu hijo muy amado?

(En la voz del silencio, p. 13).

 El poeta acude a las manifestaciones sensoriales vinculadas a la luz (Sol, hoguera, fuego, alborada, crepúsculo) para canalizar la honda pasión de su sensibilidad espiritual, con la obvia alusión a la Llama infinita, como expresa en “Ser hoguera”:

Anhelo ser hoguera

abrasada entre árboles.

Consumirme Contigo

en un bosque maternal.

Mas el miedo me quiebra

detiene mis pasos

hacia el sol llameante

y anula mis pisadas.

(En la voz del silencio, p. 21).

   Con la connotación simbólica de su visión mística del mundo, en “Luz y tinieblas” el poeta interiorista procura conciliar los opuestos de luz y sombra, las dos coordenadas en las que desenvuelve su sensibilidad espiritual:

Soy luz intermitente.

A veces

ilumino el movimiento de la noche

para esconderme de Ti.

Otras veces

nado entre tinieblas

perdido en las sombras

de Tus aguas

que me encubren.

(En la voz del silencio, p. 55).

Al respecto conviene advertir que hay palabras que parecen abstractas y no lo son, como el silencio, que no es una ausencia, una irrealidad o una abstracción. El silencio es una entidad sensible, sonora y elocuente. Mediante el silencio podemos escuchar la voz interior de la conciencia, la voz entrañable de las cosas y la voz profunda de los efluvios y las emanaciones provenientes de la cantera infinita o de la Divinidad. Por eso el silencio tiene una dimensión estética, simbólica y mística, como la siente y la vive fray Jit Manuel Castillo, según plasma en su hermoso poemario místico. Se trata de voces intangibles (silencio, soledad, contemplación), que generan efectos especiales en el hondón de la sensibilidad espiritual.

   La vertiente simbólica del lenguaje entraña un conocimiento metafísico del mundo y una valoración mística de lo viviente. Todo lo que sensorialmente existe puede ser objeto de simbolización. El símbolo es la representación icónica de un concepto metafísico, de un significado trascendente o de una manifestación del inconsciente personal o colectivo. Y el símbolo arquetípico, como el más alto índice de la espiritualidad trascendente, es el modelo primordial del psiquismo humano y de la sabiduría espiritual del Numen, que la poesía metafísica y la creación teopoética suelen convocar.

“En la clara penumbra”, término contrastante para aludir a su anhelo profundo, la voz lírica explora las cosas vinculadas a la luz, símbolo de su alta aspiración mística, para significar que su vida tiene un destino y, su creación, un alto sentido:

Soy una llama

y me alargo para alcanzarte.

Pero mientras más me consumo

más me alejo de Ti.

Sin quemarme, no sentiría el calor

que confirma Tu presencia.

Ahora comprendo: estás en mí

en cada vano intento por alcanzarte.

(En la voz del silencio, p. 85).

 Los poemas están llenos de símbolos y la literatura mística es un caudal de connotaciones simbólicas. Lo que importa es entender el significado de cada símbolo ya que cada voz simbólica tiene una connotación metafísica o mística. El Universo es un caudal de símbolos que constantemente emanan de la cantera cósmica y de la Divinidad, la fuente primordial de símbolos, mensajes, señales, estelas, emanaciones y sonidos con valor simbólico. De hecho, Dios y el Cosmos se comunican simbólicamente como ha sabido entenderlo el autor de esta obra.

Poesía vivencial, mística y simbólica, la de Jit Manuel revela una onda de sabiduría y una estela de espiritualidad edificante y trascendente. Cuando un poema, una ponencia o una palabra de luz contribuyen a la expansión de la conciencia, hay una irradiación divina que amplía el horizonte espiritual y una onda sutil que potencia la gracia divina. La lírica de Jit Manuel revela una conexión directa, no solo con la faceta mística de lo viviente y la vertiente metafísica de la realidad cósmica, sino con la realidad esencial, pura y primordial. La mística es la más alta creación de la conciencia por la conexión que entraña con la Fuente originaria.

Se siente en este poemario que su iluminado creador es un canal de energía con una frecuencia activada en la Energía pura, un canal de Dios, como lo evidencia su lírica teopoética a través de sus símbolos arquetípicos. Quién escribe en símbolos es un vaso comunicante con lo divino mismo porque Dios habla en símbolos a través de las emanaciones de la Trascendencia. Y el alma es la puerta por la cual fluye lo divino cuando está conectada con la Fuente. Llega la iluminación y con ella el amor divino desde la fragua de lo viviente. Y como corolario, la sabiduría que edifica y la belleza que conmueve.

La obra de este poeta franciscano es un vivo reflejo del esplendor del mundo, pero un reflejo que sorprende al mismo Reflejado. Quien habla en símbolos es un canal de lo trascendente para encauzar sabias palabras con mensajes eternos, como se manifiesta ejemplarmente en el poemario En la voz del silencio.

Por eso, al término del poemario el poeta queda “Sin palabras” ya que, en la aparente contradicción de su anhelo infinito, sintiéndose sombra, se abre a la luz ya que el derrotero final de su ruta implica fundirse con la Luz:

En el mudo silencio

de mi espacio vacío

te encuentro

sembrado en Ti

también soy la LUZ

aunque parezca Tu sombra.

(En la voz del silencio, p. 93).

   Como genuino cultor de la singular vivencia del espíritu, la persona lírica que habita en Jit Manuel Castillo experimenta en el fuero entrañable de la ‘realidad sagrada’ la comunión mística con la Divinidad, y cuando regresa de la singular vivencia de lo inefable, vuelve impregnado de la sabiduría que nutre su decir con el halo secreto de lo Eterno y, en gesto de generosidad y entrega, comparte su emoción estética y su fruición espiritual en esta obra inspirada en el lenguaje simbólico de la llama que ilumina, el aliento que embriaga y el amor que enajena.

 

Bruno Rosario Candelier

Encuentro del Movimiento Interiorista

Notas:

1. Jit Manuel Castillo de la Cruz nació en el barrio de Villa Duarte, Santo Domingo Este, el 18 de junio de 1974. Cursó estudios de filosofía en el Instituto Filosófico Pedro Francisco Bonó, del Intec, entre 1993-1996. Hizo un bachillerato en artes, mención filosofía, en la Universidad Central de Bayamón, Puerto Rico, y obtuvo una maestría en Divinidad por el Centro de Estudios de los Dominicos del Caribe, en la Isla del Encanto. En el año 2011 hizo un posgrado en teología pastoral de evangelización por el Instituto Teológico Franciscano en Petrópolis, Brasil. Impartió docencia en la rama de filosofía en el Instituto Filosófico Pedro Francisco Bonó y en el Seminario Pontificio Santo Tomás de Aquino, y teología en la Universidad Católica de Santo Domingo. Es asesor de las Comunidades Eclesiales de Base. En el vigésimo certamen literario de la Universidad Central de Bayamón ganó el primer lugar en poesía y cuento, y el segundo lugar en ensayo. Autor de la novela El apócrifo de Judas Izcariote, forma parte del Movimiento Interiorista del Ateneo Insular. Reside en Puerto Rico donde hace vida pastoral y literaria.

2. El poemario En la voz del silencio, primer libro de creación poética de Jit Manuel Castillo, refleja la dimensión mística en su temática y la belleza formal en su lenguaje.

3. Esta creación poética, interiorista y mística, aporta un nuevo aliento que nutre y potencia el cultivo de la lírica teopoética en las letras dominicanas, cuyo autor, Jit Manuel Castillo de la Cruz, comparte con los presbíteros dominicanos Freddy Bretón, Tulio Cordero, Fausto Leonardo Henríquez y Roberto Miguel Escaño, la plantilla de sacerdotes y poetas místicos, que el Movimiento Interiorista impulsa, estimula y promueve.

4. Bruno Rosario Candelier, Ensayos lingüísticos, Santiago, PUCMM, 1990, pp. 247 ss.

Puntear, financierización, digresión/*digresión, medalaganario/a

PUNTEAR

En el epígrafe aparece un verbo que posee una acepción netamente dominicana, es decir, que solo ocurre en el español dominicano. Ese será el tema de esta sección.

En otros países de Hispanoamérica el verbo tiene otras significaciones que en la mayoría de los casos se alejan mucho del significado del verbo en el habla de los dominicanos.

Es en el español de Puerto Rico en el que se produce un uso que se acerca ligeramente al del español dominicano para el verbo del título. Allí en tanto verbo transitivo es, “Desarrollarse la espuela del gallo cuando empieza a dejar de ser botón”.

El verbo en el habla de los dominicanos se aplica solamente a las adolescentes. El uso se recuerda claramente entre los jóvenes. No puede asegurarse que todavía perdure la utilización; sin embargo, hay que documentarlo para que no caiga en el olvido por falta de huellas de su uso.

El verbo “puntear” se recuerda que se empleaba para destacar cuando las púberes comenzaban a desarrollar los senos. Se refería al momento en que por debajo de la ropa se notaba la punta de los incipientes senos. De esta “punta” es de donde deriva el verbo en cuestión.

El verbo puntear comparte con el verbo despuntar una ligera semejanza, solo en el aspecto en que el último verbo se relaciona con “empezar a brotar”.

 

FINANCIERIZACIÓN

“. . . cuya renta mensual, generalmente por la FINANCIERIZACIÓN de la economía. . .”

En el título figura un vocablo nuevo en la lengua española. El radio de acción y el campo de uso del neologismo están restringidos al área de la economía y las actividades financieras; sin embargo, eso no le resta vigencia y valor a la nueva voz y por eso se le abre un espacio en estos comentarios.

La Asociación de Academias no ha tenido tiempo todavía de darle la bienvenida en las páginas de su diccionario, pero Fundéu le ha dado un visto bueno que presagia su próxima introducción en el lexicón general.

Fundéu llama esta voz “palabra bien formada”. Explica esa organización que se refiere “al creciente peso del sector financiero en la economía”. El sustantivo financierización “hace referencia a la tendencia actual de que los mercados financieros dominen la economía”.

Hay que tomar nota de este neologismo que cuenta con un sentido semántico muy específico.

 

DIGRESIÓN – *DISGRESIÓN

“. . . me decido a compartir estas DISGRESIONES. . .”

Una que otra vez se encuentra en algunos escritos y, con mayor frecuencia aún en el habla, la palabra digresión escrita o pronunciada con una ese /s/ intercalada que no le corresponde.

Digresión da a entender que se rompe el hilo en la conversación o en el escrito y se tratan asuntos sin relación o conexión con el asunto principal, este apartamiento puede compararse con divagar.

Quien coloca esa consonante /s/ en un sitio que no le pertenece lo hace por un exceso de celo; es una ultracorrección. Quien así actúa piensa que la pronunciación digresión es descuidada.

  1. Fernando Lázaro Carreter en su Diccionario de términos filológicos (1962:400), considera que la ultracorrección es un, “Fenómeno que se produce cuando el hablante interpreta una forma correcta del lenguaje como incorrecta y la restituye a la forma que él cree normal”. Algunos tratadistas llaman este fenómeno “hipercorrección”.

No obstante lo que consta en el párrafo que precede a este, D. Manuel Seco considera este tipo de error como un “vulgarismo”. Así aparece en su Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española (1998:164).

No anda mal encaminada la persona que se equivoca en este caso, porque existen en español muchos vocablos que comienzan por dis-; además, el componente de palabra dis- entre otros significados posee el de “separación”, y, para el ultracorrecto debió ser *disgresión.

Digresión significa “que se aparta del tema” y eso equivale a que se “separa” de lo principal en el pensamiento de quien corrige la digresión del español, de allí que escriba o pronuncie “dis”. Lo que a veces olvida esta persona es que esta digresión deriva del latín digressio, que a su vez procede de digredi. Como se nota enseguida, en las dos voces del latín no aparece ese /s/ alguna.

 

MEDALAGANARIO/A

“. . . no es una concesión *MEDAGANARIA del gobierno. . .”

Hay que convenir en que la voz del título no es fácil de decir o de escribir. Es larga y está compuesta de cuatro palabras, “me da la gana”, con una terminación añadida –rio.

No se critica que le haya salido mal o incompleta la creación dominicana al articulista. Se aprovecha la oportunidad que brinda esta equivocación para aclarar algunos aspectos de la palabra sometida a estudio.

Según entiende quien estas apostillas escribe, fue D. Bienvenido Gimbernard, el caricaturista creador del personaje Conchoprimo o Concho Primo el creador de la palabra dominicana que figura en cabeza de esta sección.

Según se oyó o leyó, esa voz fue la respuesta que él, Gimbernard, dio a alguien como contestación a la periodicidad de sus caricaturas. Esto es, “cuando le entraba el deseo de hacerlo” o “según su gusto o arbitrio”, es decir, cuando le apetecía.

De acuerdo con lo que se encuentra en el Diccionario del español dominicano (2013:455), medalaganario, ria, desempeña funciones de adjetivo o sustantivo, “Referido a una persona, que actúa arbitrariamente, sin criterio o sin método”. Como adjetivo, “Referido a una acción o decisión, arbitraria, sin criterio o sin método”.

Como es natural el adjetivo produjo un adverbio, medalaganariamente, que como es de esperarse es “arbitrariamente”. Si el sustantivo y el adjetivo hay que escribirlos con cuidado, más cuidado aún hay que observar si se dice o escribe el adverbio por lo largo e inusual que resulta.

© 2017, Roberto E. Guzmán.

Fundango, descollar, arbolada/*alboreada , viralizar

FUNDANGO

Esta voz se conoce en República Dominicana. Quizás no sea una voz de uso cotidiano especialmente por el significado. De que existió en el habla de los dominicanos no cabe duda. Existe, sin embargo, la posibilidad de que no tenga ya la vigencia que tuvo en el pasado. Otra desventaja que enfrenta esta voz es que tiene un rasgo de festiva, y, es posible que no encontrara quien la llevara a la literatura.

Como una consecuencia de no haber trascendido a la literatura, la voz fundango no ha encontrado quien la rescate del olvido. Esto equivale a decir que no consta en los lexicones de palabras usuales del habla de los dominicanos.

La terminación –ango de la voz en estudio es de muy poca frecuencia en español, aún en el español hispanoamericano. Esa terminación se encuentra en algunas palabras centroamericanas y mexicanas que tienen origen aborigen. De acuerdo con la opinión de Gary A. Scavnicky en su libro Innovaciones sufijales en el español centroamericano (1987:68), “. . . las terminaciones

–anga, –ango no se manifiestan como verdaderos sufijos”.

En cuanto a la primera parte de la voz fun- esta parece que tiene relación con la parte trasera o el fondo de una cosa, de donde los dominicanos usan fundillo también, para referirse al trasero de una persona.

De alguna manera puede considerarse que fundango tiene un rasgo festivo y otro que puede considerarse eufemístico. Esto es, se evitan las palabras conocidas para las nalgas -eso significa este fundango-, y al mismo tiempo, se comunica su significado muchas veces por el contexto.

Conforme con lo que escribe Ch. Kany, en Cuba a la parte posterior de la anatomía humana la denominan con términos parecidos al del título de esta sección, fondongo, fondoque, así aparece en el libro American-Spanish euphemisms (1960:139).

Este autor trae la noticia de que fundango se usa en Panamá. De acuerdo con esta información los dominicanos y los panameños comparten esta voz con el mismo propósito de evitar tener que utilizar el nombre que ha caído en desgracia por el prurito de la vida moderna en sociedad.

Hay que señalar que el Diccionario de americanismos de la Asociación de Academias no registra la voz del epígrafe en su inventario. Se presume que quizás en Panamá ya no se usa, o, que se olvidó incluirla, tal como parece que ocurrió en el caso dominicano.

 

DESCOLLAR

“. . . Madiba DESCOLLA entre gigantes. . .”

La conjugación de este verbo ha ocasionado más de un enfado a buenas plumas. Se trae a estos comentarios porque en el presente del indicativo algunos redactores no lo conjugan del modo prescrito por las normas cultas. D. Manuel Seco escribe, “Hay cierta tendencia semiculta a usar este verbo como regular”, así consta en el Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española (1998:158).

El verbo descollar tiene larga historia en la lengua española. Joan Corominas y J. A. Pascual encontraron las primeras huellas de ese verbo en el siglo XVII, este dato es consignado por estos autores en el Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico (1980-II-270).

El verbo tiene un significado bien establecido en la lengua y es útil, puede referirse a personas o cosas que tienen una cualidad superior a las demás de su especie. Entre los equivalentes pueden mencionarse despuntar, destacarse, diferenciarse, distinguirse, elevarse, predominar, resaltar, sobresalir. Cada uno de estos sinónimos (¿?) puede reemplazar a descollar en algunos de los casos, aunque difícilmente lo hagan en todas las hipótesis posibles.

La Real Academia asegura que este verbo es intransitivo y que puede utilizarse también como pronominal. Con respecto a la conjugación anota que sigue el ejemplo del verbo contar. Esto es, en el presente del indicativo es, yo descuello, tú descuellas, ella/él descuella, ustedes/ellas/ellos descuellan. En el presente del subjuntivo vuelve a producirse el fenómeno del cambio de la raíz, al formar esta un diptongo ue, en las mismas personas que en el indicativo. En el imperativo, tú, usted y ustedes repiten el cambio ya mencionado.

 

ARBOLADA – *ALBOREADA

“. . . en la hermosa, artística, ALBOREADA. . .”

El verbo arbolar es de poco uso en el español de todos los días. Por ese rasgo puede fácilmente confundir a cualquier escribiente de español. A lo anterior contribuye que el verbo del título hace un cruce con una palabra más conocida, alborada, que es de dominio más general en el español corriente.

Arbolado en tanto adjetivo tiene relación con árbol, es, “dicho de un sitio, poblado de árboles”. Puede en funciones de sustantivo referirse además, a un “conjunto de árboles”.

Hay otro verbo en español más refinado, arborizar, que es poblar de árboles un terreno. Los paisajistas que son diseñadores de parques y jardines, utilizan ese verbo para “plantar árboles para que provean sombra y sirvan de adorno”.

Al decir o escribir este tipo de vocablos hay que observar cautela pata no incurrir en error.

 

VIRALIZAR

“. . . o rumores para que se VIRALICEN de manera. . .”

El verbo del epígrafe no está reconocido oficialmente por las organizaciones guardianas de la lengua común. No obstante eso, parece que no tardará largo tiempo antes de que se tome conciencia de la utilidad de este y se le haga un espacio en el lexicón mayor de la lengua general.

Viralizar tiene relación con el virus moderno, el de la informática. Para este virus la Real Academia ofrece una explicación en su diccionario. Es un “Programa introducido subrepticiamente en la memoria de una computadora que, al activarse, afecta a su funcionamiento destruyendo total o parcialmente la información almacenada”.

Hay que observar de inmediato que en esta redacción la Real de Madrid no utiliza la palabra ordenador para el computador, al que denomina con el femenino computadora.

En el español moderno existen varias voces que tienen relación con estos virus informáticos, como son, por ejemplo, viral, viralidad, viralización y viralizar.

Conforme con lo que asienta la obra Neologismos del español actual (2013:234), viralizar es un verbo transitivo y pronominal que consiste en, “Difundirse extraordinariamente un contenido por Internet en un corto espacio de tiempo”.

Este verbo y las demás voces de la misma familia hay que aceptarlos en tanto que neologismos necesarios, pues sirven para acciones o cualificaciones de actividades que se manifiestan en la vida moderna, y, para las cuales no hay mejores opciones que estas antes mencionadas.

© 2017, Roberto E. Guzmán.

Diccionario de símbolos

Por Alfonso Quiñones

   Luri Lotman (1922-1993), el padre de la semiótica y San Pedro de la Culturología, era un hombre canoso, con la piel blanquísima debajo del tshirt de mangas cortas, con el que estaba la tarde que en La Habana de mediados de los años 80, mientras asistía a un Encuentro Internacional de la Revista Criterios, que sigue dirigiendo con persistencia de monje, el políglota Desiderio Navarro.

Acababa de dar un discurso, y prontamente Desiderio repartió mimeografiadas las hojas que sintetizaban aquella intervención que significó un antes y un después para los estudios culturológicos en el Caribe.

El año antes de fallecer Lotman, apareció en Barcelona el Diccionario de Símbolos, de Juan- Eduardo Cirlot (más centrado en el sentido de lo sacro), y tres después de su desaparición física, apareció la edición en castellano de La Semiosfera I (Barcelona, Cátedra, 1996).

Según Lotman, todo texto cultural es no homogéneo, convencido de que la heterogeneidad de los lenguajes de la cultura forma un complejo multivocalismo. Por eso escribió en El símbolo en el sistema de la cultura: “La naturaleza del símbolo, considerado desde este punto de vista, es doble. Por una parte, al atravesar el espesor de las culturas, el símbolo se realiza en su esencia invariante. En este aspecto podemos observar su repetición. El símbolo actuará como algo que no guarda homogeneidad con el espacio textual que lo rodea, como un mensajero de otras épocas culturales (= otras culturas), como un recordatorio de los fundamentos antiguos (= “eternos”) de la cultura. Por otra parte, el símbolo se correlaciona activamente con el contexto cultural, se transforma bajo su influencia y, a su vez, lo transforma. Su esencia invariante se realiza en las variantes. Precisamente en esos cambios a que es sometido el sentido “eterno” del símbolo en un contexto cultural dado, es en lo que ese contexto pone de manifiesto de la manera más clara su mutabilidad” (op. cit. p. 108).

Sorprende, eso sí, que en el Diccionario de Símbolos que acaba de publicar Bruno Rosario Candelier, director de la Academia Dominicana de la Lengua, no haya una mínima referencia a quien más profundamente investigó el significado de los símbolos, y quien es reconocido mundialmente como una de las mayores, sino la mayor autoridad mundial en este tipo de estudios.

No obstante hay que aplaudir la aparición de esta nueva obra del autor de otros 22 libros.

El esfuerzo, resumido en 520 páginas, magníficamente diagramadas por Miguelina Frith, es un texto de referencia en la región, ya que se desconoce la existencia de otra investigación de este tipo, al menos en el Caribe hispano.

El Diccionario de Símbolos de Bruno Rosario Candelier, publicado bajo el sello de la Academia Dominicana de la Lengua y con el apoyo de la Fundación Guzmán Ariza, es un aporte a los estudios culturológicos dominicanos, y al desarrollo de la cultura del país, toda vez que Lotman dedicó parte de su vida a estudiar cómo los símbolos, los textos y los significados influyen en la evolución cultural de un pueblo y hasta en la vida empresarial y productiva.

Diario Libre, Criticarte | 11 de agosto de 2017

Contemplación: mirada de amor o ardorosa llama

Por Mikenia Vargas García

    Ya no hay impureza en el mirar, fuego de amor en el que soy contigo; mis ojos sensoriales han despertado a un proceso íntimo en una serie de estados análogos con el universo, una conexión necesaria entre la energía y las cosas, una mirada que no ve ni observa pues al contemplar se desteje de amor la mirada y todo es una misma cosa, una totalidad. En ese estado son las cosas las que van en ti en una unicidad que da paso a la revelación que espero; no hay prisa en recibir mensajes, ni ando buscando respuesta a cada cosa. Todo llega al contemplar cuando logramos una armonía con esa energía que dentro llevamos.

Contemplar, es conectarnos con el oído de la tierra, del universo, llegando a conocer una sola voz que puede ser la nuestra, la que es. Contemplar es un equilibrio de fuerzas, latidos minúsculos del universo con los que también palpitamos; un matiz único y un alcance energético con nuestros silencios para poder entonar con el ritmo santo del Universo que reverencio, pues todos nosotros no somos otra cosa que un soplo de oración en el sagrado templo de la Naturaleza. Todos respiramos la misma sustancia cósmica pero si logras contemplar, conectar con tu esencia reconocerás el aroma, el color, pues ya no hará diferencias, ni matices; será vivir en un agradecimiento eterno, pues todo tiene un espíritu alado, de otra manera no podremos ver las formas cristalizadas de las cosas.

Me he aferrado a la verdad de que todo va dentro de mí, aunque es agradable verlo, no necesito ir al mar para sentirlo ni estar frente a un hermoso valle para profundizar en él, lo he dicho en varias ocasiones y lo reitero: ya no colecto la miel en los rosales, dentro también hay una flor donde acontece otra sustancia…

Pero contemplar no es situarnos frente a algo y observarlo, es situarnos con los ojos del alma frente a lo que queremos y reconocernos en él, es abrir los ojos interiores y en la unicidad, saber que al contemplar estoy reconociendo mi verdadero ser pues todo es inmanencia; cuando cruzo me reconozco y admito que mi espíritu es soplo cristalizado de la carne

Contemplar es escuchar permanentemente esa otra voz de la verdad, una verdad que es dicha siempre pues hay un momento absoluto en el tiempo cósmico.

Admito que hay realidades tan subyugantes que no la podemos trasformar pero también hay una voluntad consiente que es transformadora por eso el contemplar comienza con la intención de querer hacerlo, es cuestión de saber cubrirte con Su Manto… viajar hasta tu Centro en un interminable regreso.

Aprender que todo está dentro de nosotros es vernos cara a cara, reconocer lo que es. Al lograr estar bajo esta certeza he podido saberme muy unida al lenguaje poético, hablar de vivencias, de eso que está más allá de los afectos y la mente, una energía que puede ser demasiada compleja para la trasmisión oral, pero para quien escribe el poema es inevitable:

 

Ardorosa llama

Crezco dentro

en la llama

antorcha de verdad

claridad profunda

Nada es pasajero

Me llamas por mi nombre

sin intermediarios

ni espacios entre mi sed y tu hoguera

Susurro el sagrado designio de tu nombre

otea tu presencia

Ondulación ardorosa es tu fuego.

 

Cuando contemplo el ojo de la vida me observa, me quedo abstraída de cualquier otro mundo y mis pasos me conducen al encuentro conmigo misma; comienzo a tener, a plenitud, una visión de lo real y entiendo que el mensaje no se pierde, siempre está dirigido a mí y despierto hacia una mirada sin impureza, bajo el reflejo de la luz del alma en donde no cambia el aire ni las cosas, todo es lo mismo lo que ha cambiado es la manera de percibir lo que me rodea. Descubro el lado divino que hay en mí y en todas las cosas que soy yo misma y reconozco el verdadero ser que viene de una fusión y el tiempo deja de existir en ese momento cósmico absoluto en el que le pido a la divinidad que me sumerja:

 

Certeza

Dentro

la voz es resplandor de otro cielo

fulgores

despertar hacia mi

Más adentro

un manantial de luz nos acontece

y vuelvo a ser contigo

sustancia abierta

Ondea tu voz de techo verde

sigilo de ternura

Sumérgeme

(Mikenia Vargas, Silencio y carne, p.29).

 

Cuando contemplo ya no existe el conglomerado de todo lo vivido, allí el ser es uno, fusionado en unmismo espíritu, en un mismo saber, una energía integrada que nos rodea, una revelación que no se me llega a producir, pero que está en proceso porque al contemplar presumo que estoy siendo contemplada por esa ley interminable que es la verdad.

Arrobamiento

Descalza

la verdadera llama pude entrever

Tus pupilas fulgentes

han hecho tacto en el sagrado templo de mi cuerpo

Voy libando laberintos en las aguas

aturdida estoy

Ya no encuentro impureza alguna

voy trasfigurada ante tu andar

Oblación definitiva

Que sea fuego

y que me dure hasta la implenitud del tiempo.

 

Encuentro del Movimiento Interiorista

Ateneo Insular, La Vega, 20 de mayo de 2017.

Libro La Navidad, memorias de un naufragio

Por Tony Raful

   Vamos a iniciar una travesía de infinita latitud hacia confines escriturales inimaginables, entornos  clarividentes de la espada y el cielo hendido, rastreando huellas históricas donde litorales y argamasa empinaron vitriólica  quejumbre de razas, vuelos rasantes sobre el alma humana, proteica  magia de andullos y demonios, reinos de la codicia y los oleos sacramentados.  El ser alado y su cuerpo muriente en las coordenadas geográficas  de la conquista, en el asueto de la satiriasis y el hondón represivo  del coloniaje. El texto, “Navidad, memorias de un naufragio”  es un referente gnoseológico del costado social, humano e histórico de un tiempo perdido, apenas puntualizado en las crónicas oferentes del escriba del  vasallaje. Hasta ahora es la gloria de una civilización triunfante apolillada   por desigualdades espantosas. Hay ríos de sangre  ululando como el viento sobre una cartografía absurda. Hay ánimas revoloteando en la conciencia primaria del narrador, procurando el entronque, la filigrana aceitunada del ensueño vencido.  Este texto es una novela histórica, ficción  que solaza un tramo histórico, eventos no ficticios, personajes ficticios y  reales, rehaciendo el entorno del período remoto, donde los sujetos reparan proyectos, relatan el interregno, doblegan la imposición cursiva  de la cartuja, y echan a andar las letras de las almas en pena que gravitan como mandatos del oficio creador del narrador.

Si hablamos de la novela histórica  no podemos ignorar  que quizás la primera fue Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes,  aún cuando el género fue catalogado mucho después en el siglo 19 con  el escocés Walter Scott, el francés Víctor Hugo, los rusos Aleksandr Pushkin y León Tolstoi, el norteamericano James Fenimore Cooper, el polaco Hernyk Sienkiewicz. Sin ignorar al español  Benito Pérez Galdós, con sus Episodios Nacionales, cuyas cuatros series narrativas constituyeron aportes significativos  a la novela histórica española. En nuestro tiempo, Yo Claudio (1934)  de Robert Graves, Sinué el egipcio (1945) del finlandés Mika Waltari, Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar, 1951, El Nombre de la rosa (1980) de Umberto Eco, la serie, El Capitán Alatriste, de Arturo Pérez Reverte.  Tenemos que considerar una especie de sub género el tema de la novela  histórica sobre dictadores latinoamericanos, como son, Yo el supremo (1974) del uruguayo  Augusto Roa Bastos, El Señor Presidente (1946) de Miguel Ángel Asturias, La fiesta del chivo, del peruano Mario Vargas Llosa, El recurso el método (1974) del cubano Alejo Carpentier, en cuya obra el dictador es un personaje compuesto de diferentes dictadores históricos, El otoño del patriarca (1975) y El General en su laberinto (1989) de García Márquez, entre otras. Estas obras fueron precedidas por Amalia (1851) del escritor argentino José Mármol, una vigorosa denuncia contra el régimen del dictador Juan Manuel Rosas, que junto a Facundo, de Domingo Faustino Sarmiento, constituyen precursoras de la novela  latinoamericana contra la figura del dictador. Citamos a Ramón Valle  con su obra, Tirano Banderas (1926) de Ramón Valle Inclán, que aunque no era  latinoamericano ejerció influencias en algunos textos sobre el tema. Finalmente, aun cuando omito otras importantes obras, no puedo dejar de citar, La novela de Perón de Tomas Eloy Martínez y El gran Burundú Burundá   ha muerto, (1951) del colombiano Jorge Zalamea, a quien muchos atribuyen  haber ejercido influencia sobre García Márquez, su novela corta es picaresca, creativa, y descriptiva del funeral de  un dictador.

Qué sucede cuando un narrador hunde el escalpelo descriptivo y hondo sobre la masa tumoral de la historia. Qué le sucede al lector acucioso cuando queda entrampado por una prosa móvil,  copiosa, incisiva, que se apodera del escenario histórico con fuerza deliberada, solícita en su discurrir encantador de símbolos y raíces  sociales. El tema de la novela “Navidad, memorias de un naufragio”,  de Marcio Veloz Maggiolo, constituye una iniciativa creadora de un novelista  consagrado, que se asoma al año decisivo de 1492 cuando las naves capitanas de un decadente imperio asomaron las costas de nuestras islas y posesiones nativas. Un acontecimiento aleatorio creó las condiciones para producir dentro del orden pretoriano de la conquista, un fenómeno oscuro que  los traductores  y componedores de la truculencia  libertina, retienen como albur  sin  sujetar las múltiples variables de la imaginación, los planos alternativos humanos donde la historia  es una hidra de siete cabezas. Una de las tres naves, la Santa María encalló  en un banco de arena  naufragando la embarcación. Con sus restos, el Almirante ordenó construir un fuerte que llamó Villa Navidad, el naufragio había ocurrido en Nochebuena, retomando  el camino hacia España para dar informaciones sobre  la empresa navegante pero dejando en el fuerte a 39 hombres armados bajo las ordenes de Diego de Arana, quien era el alguacil de la expedición, quienes debieron aguardar su regreso. Es a partir de este suceso que esta narración se convierte en un confesionario histórico de sucesos, de fuerzas telúricas desencadenando acontecimientos, pasiones necrosadas por la violencia, deslumbramientos sexuales, negocios turbios, suplantaciones,  fingimientos y evocaciones cardinales de la pobre condición humana. Para un narrador de la impronta de Veloz Maggiolo, todo el volumen y extensión  de la novela se convierte en una exhaustiva disecación del período extinguido, nada escapa a su versión sostenida, a ese personaje maravilloso donde levita el narrador omnisciente, figura semoviente transmutado a la tragedia,  quien sobrevivió a la matanza de los soldados españoles junto a  su tío, Josef  Ben Hailevi Haviri, inscrito como Luis de Torres, un personaje que propugnaba por el fusionismo, entendía que las culturas eran fusionables y que en estas fusiones estaban sus riquezas, la mezcla de lo árabe y lo judío  en beneficio de una amplia visión del mundo, con discursos extremistas, desdoblado, alucinado, así como la gitana  Casilda Camborio que llegaría oculta en el primer viaje y luego tendría la protección de Guacanaragix. Toda la historia lineal sufre un vuelco.

La historia la rehace el pequeño dios que rehabilita los trasfondos de la isla, es el narrador el que va  llevando una narración indetenible sin capítulos formales, sin separaciones metodológicas. La revelación troncal  de la novela es que uno de los sobrevivientes logra  hacerse pasar por nativo de la isla, escapa al exterminio de los defensores del Fuerte de la Navidad, pero  el cacique Caonabo cortó su lengua para que no pudiera contar los sucesos tal y como ocurrieron, este personaje es quien narra en primera persona todo lo ocurrido luego que logra refugiarse en un monasterio y escribe sus memorias, que son  las que van trazando la constante de un asedio histórico basado en el engaño  y la falsía. La trama como paliativo de sobrevivencia es  el cuento inventado, de que el Capitán Diego de Arana muerto en el asalto al fuerte de la navidad  había escondido un tesoro o riquezas, que  tanto la ahora Condesa, mejor conocida como Jariquena, amante de Nathaniel, y éste  eran testigos, pero que luego se demostraría su falsedad. Cuando Fray Antonio de los Ángeles Custodios le entrega a la Condesa,   antes  Jariquena, la india colaboradora  quien se hubo de casar con el Conde Villavicencio, un formulario para ser usado en el juicio al hereje,  Nathaniel de Torres o Mariano el Magrebí, sobre un supuesto  tesoro enterrado en la isla antes del degüello del Fuerte de Navidad, la Condesa o Jariquena, que había sido el amor de la vida de Nathaniel, y quien le informa a Fray Tomás Abril, que Diego de Arana  había enterrado un tesoro y dejado en el hueco en que lo guardó  a un indio que fue  seleccionado para hacer la fosa, Jariquena desmintió los hechos y dijo que todo había sido un proyecto mentiroso ideado por ella y Nathaniel para interesar a los Colon, con la finalidad de que, con esta noticia falsa mientras el supuesto secreto se dispersaba, salvar sus vidas.

Esta obra irradia belleza poética, por doquier el uso ejemplar del lenguaje  asoma impresionante,  por ejemplo cuando el Conde de Villavicencio y su esposa, la Condesa, antes Jariquena y la hermana Vitalina viajaron durante más de un mes asombrándose de las tortugas verdes que seguían el barco, del vuelo plateado de los peces voladores y del ir y venir de los delfines amigables que hendían el espacio…

La descripción de la muerte Nathaniel Josef Levi, cubierta de alquitrán, en un acto presidido por el inquisidor en la plaza pública es aterradora, en una esfera de padres nuestros y ave marías por el alma condenada. Cito, el humo de centenares de incensarios espantaba moscas inexistentes, alimañas que volaban sin rostro perceptible mientras el fuego lentamente, como respirando, exhalaba una hoguera que despedía llamarada azules y doradas como el color de los guanines… algunos hacían gestos obscenos y burlones de la concurrencia en cuanto se sentían expulsados por las llamas y sus gritos se escuchaban cabalgar en el chisporroteo como palabras ininteligibles tal y como se escucha el idioma de los infiernos… De igual manera el condenado recordó a los indios de Marien quemados por órdenes del adelantado Bartolomé Colon y a los españoles que disfrazados de ciguayos entraban en las tierras de Samaná para capturar aquellos gentiles, indios que eran seguidores del cacique Guarionex, a los que torturaron con tizones de guayacán para  hacerles confesar sus herejías e imagino además a Fray Ramón Pane bautizando y convirtiendo en agua bendita la del rio llamado Verde por los invasores y cutupu por los indios. El rio serpiente le llamaba también los españoles porque dando vueltas caminaba por el llano del valle en épocas de cacería de hombres. Allí como en las tierras del Marien había visto cómo eran las piras de madera seca usadas como asiento para  asar, como en una barbacoa del cuerpo y el alma. Encima de las mismas fueron asados los primeros herejes que conociera bautizados por el bueno de Pane.

En estas memorias de un naufragio hay un amplio espectro de sonoridades históricas, asoma la urdimbre de un proceso colonizador y el peso gravitante del oscurantismo religioso como norte de una desigual relación sustentada en la búsqueda del oro. Cuando Nathaniel y Jariquena se inventaron el tesoro oculto por Diego de Arana, lo hicieron como única vía para salvar sus vidas. Era la promesa de encontrar ese tesoro lo que validaba sus vidas en esa escala de valores podridos, hipócritas y retorcidos, reinantes entonces. La obra está llena de vocablos  de la época, designaciones botánicas, remedios primarios, pócimas milagrosas, espíritus vivos alojados en conchas, semillas y hojas. Hay un trasiego enriquecedor del autor con el lector, sin que se produzca cansancio visual. La obra retrocede, retorna, se mueve en círculos, la memoria  es demandante,  recurrente,  pero asciende en espiral, despeja vacios, reincorpora el movimiento de las imágenes, la beldad de los ángulos y vertientes iconográficas del paisaje, de vegetación exuberante.

Tarea superior es reescribir de nuevo la historia en  planos presumidos sin perder la compostura social de su tiempo. Las versiones oficiales están  truncas, un polvillo ancestral corroe sus papiros. Los personajes se fosilizan en  entelequias maquilladas para  las efemérides.  Solo el mago de la palabra, el ingenioso moldeador de la narrativa, tiene el poder de darle seguimiento a la crónica y desmenuzar sus aristas, rotular con el poder de la palabra las infinitas aperturas del anómalo prodigio. En este nuevo texto de Marcio Veloz Maggiolo encontramos las llaves maestras del sortilegio. Todo lo rebuscado se torna superfluo. En sus líneas universales de escritor universal atrapa como cicerone  los viejos  susurros del viento de la historia. Todos los personajes reaparecen insuflados de tiempo útil,  el escritor ha donado su voz y su pluma.

La Navidad, memorias de un naufragio, es un acontecimiento capital en la narrativa actual. Ante esta novela  hermosa, escrita por nuestro escritor mayor y más representativo,  de mayor formación  y fortaleza cultural, Marcio Veloz Maggiolo, les pido a todos ustedes, leerla, disfrutarla como un manjar en estos  días de escarceos y malandanzas. Gracias Marcio querido, ¡te debemos tanto!

La exégesis metafísica de León David

Por Bruno Rosario Candelier

…la oculta verdad de la existencia, la infinitud que mora en las recónditas entrañas de las cosas comunes, cuya voz solo llega a los oídos de quien apartándose de la trepidación de la vida que se escucha por fuera… (León David).

León David, el polifacético escritor de poesía, drama, ensayo, crítica y ficción, es uno de los intelectuales dominicanos mejor dotados de la sabiduría metafísica, como lo revela la intuición de su conciencia, la enjundia de su prosa y el primor de su lenguaje impecable.

En función de su dotación artística y su sensibilidad espiritual, León David tiene las condiciones literarias, filológicas y exegéticas para captar, sentir y valorar, con la propiedad del que sabe y la precisión del que entiende, la onda estética y espiritual que subyace en la creación poética de Domingo Moreno Jimenes, como lo confirma este revelador estudio sobre la poesía del poeta postumista.

Autor de una deslumbrante exégesis con la savia poética de la brujería verbal, León David tiene en su decir el adobado vino de la prosapia expresiva y en su contenido profundo fluye el trasfondo erudito de su arsenal literario, por lo cual el autor de esta singular obra crítica hace de su palabra propicia y su sintaxis pulcra la orfebrería del lenguaje exquisito con el fulgor de la expresión pertinente.

Un exégeta es un intérprete de la palabra, sea bíblica, filosófica, científica o poética. En las diversas vertientes del saber o en los variados niveles del conocimiento, la palabra porta un sentido, a veces críptico y simbólico, a veces elusivo y soterrado, que precisa del glosador para abrir su compuerta oculta o sus alusiones traslaticias, metafísicas o místicas. Aun cuando se trate de un poeta nada complicado, como Domingo Moreno Jimenes, la poesía genuina encarna siempre un misterio y unas connotaciones simbólicas que un buen glosador o un adiestrado filólogo ayuda a desentrañar para calar su costado secreto o interpretar su decir implícito. De ahí la justificación de un intérprete, como la voz autorizada y luminosa de León David, alter ego de Juan José Jimenes Sabater, para esclarecer el aporte y la significación poética del creador del Postumismo en la literatura dominicana.

Domingo Moreno Jimenes tenía la convicción de que encarnamos el fuero sagrado de la sabiduría mística en virtud de la dotación espiritual de nuestra conciencia. Y, en tal virtud en su poesía aparece, aparejado al aporte renovador de su lírica, no solo la expresión del hombre y el paisaje criollos, sino la voz honda de la conciencia trascendente.

Todo opera por mediación del amor y la luz que viene de lo Alto, y esa fuente primordial, con la dotación de lo divino mismo o la semilla de sabiduría y piedad, estremece la sensibilidad bajo la onda sutil de la conciencia, que se aviva con la huella de muy antiguas esencias provenientes del Numen de la memoria cósmica.

Los grandes poetas experimentan, cuando su alma entra en sintonía con el alma del mundo, un chispazo de la conciencia superior, que se produce en el momento en que la intuición entra en contacto con la cosa cuya energía ilumina al sujeto contemplativo y desata las amarras de la creación metafísica y poética.

Domingo Moreno Jimenes se distingue entre nuestros vates por singulares atributos de su talento poético: 1. Es el creador de una realidad estética con visos de modernidad y renovación. 2. Como poeta posee peculiares intuiciones metafísicas. 3. Su poesía revela el tejido del arte de una realidad autóctona. 4. Sabe configurar la relación de palabras, fenómenos y cosas. 5. Es un visionario de una realidad inédita con la hondura de la metafísica.

Paralelamente León David cuenta en su haber con excelentes condiciones intelectuales y espirituales para el ejercicio de la crítica literaria con hondura y trascendencia: 1. Formación académica para darle sustancia a su valoración. 2. Capacidad teorética para orientar el derrotero de una creación. 3. Intuición exegética para profundizar en las vetas ocultas del decir poético. 4. Sintonía estética para atisbar las vertientes primarias de una obra literaria. 5. Conciencia crítica para iluminar el arte de la interpretación.

La relación triangular que se establece entre la obra de creación, el intérprete y la interpretación de su contenido es la que atiza y concita el arte de la exégesis poética, como se puede apreciar en esta obra de valoración crítica de León David. Las palabras de Joaquín Balaguer, que el autor de esta obra crítica cita en el introito de su estudio, aluden al “espíritu superior” de Domingo Moreno Jimenes, señal que confirman los enjundiosos versos del poeta postumista.

No sorprende, en consecuencia, que el ilustrado autor de este revelador estudio crítico inicie su trabajo de interpretación poética con esta interrogación digna del docto académico: “¿Cuya es la fervorosa voz, hija de la montaña y de la nube, del vendaval y de la bruma que, de súbito, con acento de tierra hasta ese instante no entonado, irrumpe en los vergeles apacibles de nuestra literatura? ¿Cómo no rendir parias al ímpetu de un plectro que, dejando atrás las reglamentadas fórmulas que ahormaban la creación poética de días ya lejanos -cómodamente apoltronada en la retórica de clásica solera o en el plañido lacrimoso y la teatral impetración romántica- mostrose capaz de abrir las compuertas por modo definitivo a la nueva sensibilidad, a ratos provocadora y subversiva, del siglo XX; sensibilidad que nos sacarán verdaderos si decimos es todavía, en no pocas de sus más singulares facetas, la de hoy? Canto como ese, de tan insobornable autoctonía, tan suelto, desafiante y desnudo, nadie sobre el asta inspirada del sueño lo había puesto a ondear. ¿A qué espléndido numen atribuir el prodigio?” (LDavidDomingoMorenoJimenes5) (1).

En el pórtico de su avezado estudio el escrupuloso analista advierte, con desenfadado acierto, que lo importante a la hora de evaluar el aporte de un creador nato como Moreno Jimenes es justamente abordar la dimensión esencial de su obra poética: “Lo primero que debe hacer el crítico que se precie de tal es inculcar en el lector el gusto de lo noble, hermoso y elevado, la veneración de la palabra capaz de conmovernos con las más trascendentales vivencias de nuestra humana condición. Bajo ningún concepto puede, por consiguiente, renunciando al fundamental propósito que le anima, desentenderse el estudioso de la primordial tarea de exaltar las prendas que exornan todo memorable escrito. Y como va de suyo que solo el que asombra y extasía tiene el poder de contagiar éxtasis y asombro, ningún aristarco cuyas opiniones valga la pena no ya solo leer, sino releer -que es el honor supremo- incurrirá en la aberración imperdonable de contabilizar con gravosas parsimonia y meticulosidad las incorrecciones, desarreglos y lunares del estilo de un autor eminente, haciendo caso omiso de lo esencial: el poder de encantamiento que, a pesar de sus vicios e imperfecciones (o quizás gracias a ellos, vaya usted a saber), sus escritos trasuntan” (LeónDavidMorenoJimenes7).

Presenta nuestro brillante analista en su valioso estudio de la lírica de Moreno Jimenes las diferentes vertientes de su poetizar, desde las primordiales percepciones sensoriales del mundo circundante que conoció el bardo criollo, hasta las elucubraciones metafísicas de alto vuelo trascendente, sin obviar la atención a las obras y autores establecidos en la época en que el joven Domingo crecía intelectual y estéticamente para sentir y expresar el caudal de sus intuiciones y vivencias a la luz del acontecer nativo.

Domingo Moreno Jimenes ostenta en las letras dominicanas el título de renovador del arte métrico de la versificación, como muy bien subraya el autor de este enjundioso análisis, cuando valora o cuestiona las opiniones de otros estudiosos de nuestras letras que pretenden obviar el liderazgo anticipador del vate postumista: “No hay vuelta de hoja. El agente y promotor del “versolibrismo” criollo, gústenos o no, es Moreno Jimenes; cuestión que estaría privada de sentido si solo nos la tuviéramos que ver con la novedad formal que su estilo libre de poetizar implicó y no con el hecho de que la suelta e irregular prosodia que en estos predios su plectro aclimatara consiguió trasvasar a plenitud, con ademán estético nunca antes avizorado, los más profundos sentimientos, las más permanentes aspiraciones y los más altos anhelos a los que la humana criatura no puede sin traicionarse renunciar…” (LDavidMorenoJimenes40).

Tres notables aspectos vertebran y enaltecen la lírica de Domingo Moreno Jimenes, como advierte con pundonoroso empeño el escoliasta que sitúa al creador postumista en el sitial que se ganara por la originalidad de su lírica, la espontaneidad de su forma y lo inédito de su cosecha literaria:

1. La renovación del verso en su formalización métrica mediante el cultivo del versolibrismo para auspiciar la apertura de nuevos aires subjetivos y temáticos con nuevos cauces expresivos del decir lírico y estético mediante el acento sutil del ritmo interior: “Quiero escribir un verso/sin nada de lo que pide a gritos la retórica”.

2. La inclinación devota y reiterada por una línea conceptual inspirada en la voz del terruño y la onda entrañable del lar nativo con el aliento emocional del hombre y el paisaje criollos: “Todos los ojos de la naturaleza/querían sumergirse en el crepúsculo de la tierra”.

3. L apelación metafísica y sublime de la voz del Cosmos con el aliento interior de los efluvios de fenómenos y cosas: “…y se agiganta la nada en la soledad de mi aposento”.

  Asimismo, en León David hay también una trilogía de cualidades exegéticas que hacen del académico dominicano un cultor del psicoanálisis poético:

1. Posee el instrumental de análisis lingüístico y poético para auscultar, desde el ánfora del lenguaje, el secreto escondido del aeda criollo.

2. Se mueve con destreza y pulcritud en los diversos niveles y estilos de lengua que los dotados del arte de la creación saben manejar con la hondura del concepto y la franquicia de la imagen.

3. Emplea con soltura y despliegue expositivo los diversos registros literarios en el dominio de la interpretación textual y el fluir sonoro y elocuente del hablante culto.

 León David pone todo su saber, que no es poco, y toda su intuición exegética, que es profunda, para presentarnos los indiscutibles méritos literarios y el grandioso aporte creador de uno de los poetas esenciales de la literatura dominicana del siglo XX, como lo fue sin duda Domingo Moreno Jimenes (2). Al abordar la creación poética del vate postumista, Juan José Jimenes Sabater desentraña el meollo del arte poético del poeta postumista para que comprendamos, sin vacilación ni dudas, la dimensión estética y espiritual de una lírica impregnada de la renovación métrica, el acento de lo propio y el sentido trascendente.

Un párrafo de León David, escrito con la serenidad cósmica de la honda intuición metafísica de Juan José Jimenes Sabater, aborda la sabiduría del aeda postumista desde el hondón de su sensibilidad estremecida: “No cesa el poeta de apostrofar y de lanzar al aire preguntas terribles de resonancia cósmica. De cara al sol y a las nubes, o sea, frente a la suprema realidad de la naturaleza, asalta al vate la angustiosa sospecha de que el hombre se ha convertido en un extraño; ha perdido –si alguna vez la tuvo- la franciscana capacidad de hermanarse con lo que lo rodea, y hasta la risueña inocencia del niño y de la flor le parece ahora, en lo esencial, ajena. De ahí que clame desde la sima de la frustración y la amargura “¡Oh! El caos de la humanidad entera./¡Oh! El caos del ojo de águila de la esfinge!” Desde el instante en que el ser humano, adhiriendo sin reboso al imperio que la mente racional le prometía, desertó del misterio con que le nutría el sentimiento que afloraba de los hontanares del alma, todo, lo que percibía en el mundo exterior y lo que dentro de su propia persona acontecía, todo, absolutamente todo se volvió caótico y, en instancia postrema, incomprensible” (LDavidDomingoMorenoJimenes53).

La culta prosa de León David, proclive al supinato del lenguaje exquisito y al florido despojo de una poliédrica veta de hontanares ocultos, revela la hirsuta fragancia de quien sabe curcutear en los meandros del decir lírico y estético con la encomiable intención de desflorar la virgen prosapia de la emoción sutil.

En su discurrir lírico y estético, el poeta que ha desatado las amarras filológicas de León David, entre varios de sus versos, ha inspirado el sentido de su sentencia “mejor es sentir que seguir en la sombra el silencio”, que lo lleva a plantearse lo siguiente: “¿Qué significa “seguir en la sombra el silencio”? por descontado que nada que admita ser constreñido en el espacio de una rigurosa y exacta definición. Empero, si al leer dicha frase abrimos las compuertas al mundo de nuestras íntimas florescencias, no demoraremos en entrever que la sombra y el silencio a que el poeta se refiere son los nombres rebosantes de simbólica energía que él ha escogido para trasponer al lenguaje, con la irrepresable fuerza representativa que de los adentros irradia, su visión del hombre emasculado y cerril; sombra y silencio son los vocablos de que el bardo se sirve para señalar la existencia de una criatura razonadora y gárrula que, por no sentir, ha echado por la borda su más genuino ser, su dignidad espiritual” (LDavidDomingoMorenoJimenes59).

Moreno Jimenes, León David y todos los poetas que en el mundo han sido, comparten el aserto de Rainer María Rilke, el de afirmar que “lo más importante es sentir: “La consigna es sentir”, dice el exégeta dominicano al ponderar la vocación sensitiva de su ilustre pariente.

Con el añoso y encumbrado aire de su decir retórico y clásico, la diestra pluma de nuestro enjundioso analista escancia en la fragua de la llama sutil la onda de muy antiguas esencias cuando el creador de la Colina Sacra, bajo el vórtice de la experiencia metafísica y el inusitado estremecimiento de fulgores, abreva el néctar puro de los dioses en su expresión genuina, límpida y sacra: “Solo un temperamento refractario al deliquio que enciende en el alma la palabra honda, sustantiva y espléndida, solo la insufrible incuria del ignaro incurriría en el atrevimiento de poner en duda el blasón lírico de los fragmentos recién copiados, entresacados de la inigualada y en no escasos aspectos inigualable composición “El poema de la hija reintegrada”. He aquí una estremecedora elegía en la que las tribulaciones del padre, que ve a la agónica criatura que él engendrara deslizarse minuto a minuto hacia la tumba, alcanza tal intensidad, tan elevado grado de dolorosa efervescencia, que la expresión del vate, desentendiéndose de la retórica del grito, el gemido y la lágrima, se purifica, se torna transparente y esencial al extremo de deslastrar de toda superflua ganga al pensamiento, el cual, con las cenicientas alas de la congoja se eleva hacia las regiones uránicas de las supremas certidumbres metafísicas” (LeónDavidDomingoMorenoJimenes72).

Por las atildadas opiniones de nuestro admirado cultor del análisis estético, como es el pulcro y refinado estudio de León David, nuestro académico retoma sin ambages las ponderaciones acertadas o descarriadas de nuestros estudiosos del quehacer poético, que el autor de Domingo Moreno Jimenes o la glorificación de lo minúsculo desinfla o enaltece, según su mejor guisa, para secundar o subrayar la consideración intelectual, la ponderación estética o la iluminación espiritual que despierta o concita su sensibilidad de analista y de creador.

La intuición de lo trascendente de Domingo Mireno Jimenes, como este prologuista evidencia en su estudio crítico, y que nuestro agraciado analista vierte en estas luminosas páginas, responden sin duda a la intuición mística del poeta postumista, que la inteligencia metafísica de Juan José Jimenes Sabater (3) orilla y explora, con cabal demostración de sus percepciones intuitivas, la hondura trascendente del poeta que edificara los cimientos de la moderna poesía dominicana.

Los edificantes versos que ilustran esa dimensión metafísica del gran bardo criollo se nos presenta en esta obra escrita con amoroso empeño como ejemplo indubitable de la onda sutil del poeta postumista:

 

Su voz.

La voz de la amada.

La voz del cierzo.

La voz del sol alto.

La voz de las golondrinas.

La voz del rocío mañanero.

La voz del hombre adusto que se mantuvo

 siempre en oblación perenne hacia la cumbre.

(Las palabras se oyen por dentro,

en tanto que la trepidación de la vida

 se escucha por fuera).

(LDavidDomingoMorenoJimenes90).

 Y comenta con tono emocionado y orondo nuestro versátil conductor en autorizado dictamen de su diestra pluma: “En resolución, ¿qué significa esa voz que es múltiple y la misma, que es la de la amada, el cierzo, el sol, las golondrinas y el rocío, pero que al cabo y a la postre es “Su voz”, o sea, la voz de la Naturaleza o acaso la voz de Dios que a través de la naturaleza se dirige a nosotros. Adviértase, pues, cómo tras la aparentemente unívoca serie de frases que hacen referencia a plurales aspectos de un entorno bucólico y apacible, bajo la superficie de un decir que a las primeras de cambio diera la impresión de no trasponer los linderos de la colorida estampa campesina, se va abriendo camino otro sentido de inconfundible signo religioso que impregna los variopintos elementos del ambiente silvestre a que el poeta alude con la linfa insumisa del Misterio” (LDavidDomingoMorenoJimenes90).

En este monumental estudio crítico de León David, Domingo Moreno Jimenes o la glorificación de lo minúsculo, que se eleva con enaltecido vuelo exegético sobre los textos Domingo Moreno Jimenes, apóstol de la poesía, de José Rafael Lantigua; El recorrido poético de Domingo Moreno Jimenes, de Bárbara Moreno García; y El postumismo de Domingo Moreno Jimenes, de Manuel Mora Serrano, nuestro autor, en esta singular creación de su talento crítico pondera y sitúa al creador del Postumismo en el sitial de relevancia que estudios valorativos asignan al fundador de la poesía dominicana del siglo XX.

Prevalido del fundamento de la intuición exegética, del arte de la creación poética y del criterio ponderado y luminoso, el reputado autor de esta obra, escrita con el rigor de la metodología científica y la elegancia del vuelo lírico y estético, nos ofrece de una manera definitiva y autorizada una ponderada valoración sobre el aporte poético de Domingo Moreno Jimenes con el encanto de su verbo iluminado y la gracia de su genio creador. En el magín de Moreno Jimenes o en el troquel de León David refulgen las gemas preciosas de un decir simbólico y metafísico del arte de la creación poética.

 

Bruno Rosario Candelier

Academia Dominicana de la Lengua

Santo Domingo, 24 de agosto de 2017.

Notas:

1. León David, Domingo Moreno Jimenes o la glorificación de lo minúsculo, Santo Domingo, UASD, 2017, p. 5.

2. Domingo Moreno Jimenes es el poeta dominicano a quien se le reconoce no solo como el fundador del Postumismo, primer movimiento literario en articular una estética literaria en nuestro país, sino como un pilar fundamental de la poesía dominicana del siglo XX. Dio a conocer su creación poética en múltiples opúsculos y dirigió en San Cristóbal el Instituto de Poesía. Su obra poética completa aparece en el volumen Domingo Moreno Jimenes, Obras poéticas: Del gemido a la fragua, Santo Domingo, Taller, 1975.

3. León David, pseudónimo del intelectual dominicano Juan José Jimenes Sabater, es un destacado autor de obras de poesía, teatro, ensayo, cuentos y crítica literaria. Teórico del arte de la creación poética, su lírica tiene una elevada onda metafísica, y su narrativa se inspira en la filosofía taoísta de la antigua cultura china. Como estudioso de nuestras letras, ostenta una fecunda trayectoria literaria y un valioso aporte que lo ha consagrado como uno de los autores fundamentales de las letras dominicanas. Miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, su obra afina estética y espiritualmente con el ideario interiorista de la creación.

Cuica, bufete, combo

CUICA

La voz cuica no es una creación del hablante de español dominicano, pues los mexicanos la conocen con un significado diferente al dominicano. En aquel país cuica es una canica, es decir, una bola de esas que algunos hablantes de español dominicano llama belluga o velluga.

El Diccionario de americanismos de la Asociación de Academias asienta para República Dominicana dos acepciones más que la distinguen de los demás países de Hispanoamérica.

Ese diccionario trae el significado de, “Comba, cuerda para saltar con la que juegan las niñas”. Ese significado lo comparte la República Dominicana con Puerto Rico.

Se ha oído de boca del hablante dominicano llamar “suiza” esa soga. En casos similares a este cuando una palabra más conocida atrae otra de menor circulación y hasta la reemplaza, se habla de la atracción paronímica que la predominante ejerce.

Aparte de ese valor en el español dominicano, de acuerdo con ese diccionario, también sirve para expresar, “Contratiempo, contrariedad”.

A pesar de lo ya enumerado se ha quedado en el olvido otro significado de cuica. Se trata del ruido que hacen los niños cuando ríen de manera contenida, tonta, por puro placer; cuando dejan escapar una bulla aplacada, moderada.

Esta cuica se recuerda porque a veces los padres llamaban la atención a los niños que se divertían sin supervisión cuando el ruido llegaba a oídos de los adultos, era en esos momentos cuando los adultos les reclamaban a los niños, “Dejen esa cuica”.

Aquí puede aventurarse que la voz cuica tenga un origen onomatopéyico. Piénsese, por ejemplo, en el ruido que producen los niños de la forma en que se caracterizó más arriba, y, la voz elegida para representarlo.

Por las fuentes de donde proviene esta cuica parece que se usa o usaba en la capital, Santo Domingo, y en el sudoeste del país; quizás no se conocía en el Cibao con ese significado.

 

BUFETE

“PLD trata hoy BUFETES del Congreso”.

La palabra bufete goza de una larga historia en el español general. Entró en el español en el año 1587 con el significado de “mesa de escribir”. A mediados del siglo XVII se aplicó a un escritorio. Luego pasó a designar el “despacho de abogado”. Joan Corominas en su Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico consigna que con la acepción de ambigú es un galicismo ya condenado por Baralt en 1840 (1983-I-689).

La Real Academia, así como los diccionarios de español general, solo reconocen las acepciones antes mencionadas junto con la de “clientela de abogado” y el aparador para “guardar trastos de cocina”. La última es propia de Nicaragua.

El vocablo sometido a estudio en esta sección procede del francés, lengua en la cual se escribe buffet y en esa lengua precedió el itinerario que se describe para el español. En Francia sirvió para nombrar el aparador también.

En francés ya en el año 1863 entró la acepción de comida de manjares fríos y calientes presentados sobre una mesa para que los comensales se sirvan, esta información aparece en el Dictionnaire historique de la langue française (2012:516-7). Después de mucha discusión en español se aceptó bufet o bufé para esta manera de servir la comida.

El empleo que se nota en la cita que se copia de la palabra “bufete” en un Congreso, puede catalogarse como una extensión del despacho o estudio, vale decir, del lugar de trabajo. Por lecturas anteriores de uso dominicano en casos parecidos al de la cita, puede ser que se refiera este uso de bufete a la directiva de una comisión o de las Cámaras del Congreso.

Aparte de la posible relación que se señaló antes, no existe otra explicación para que se aplique esta denominación a los cuerpos de directores (directivos) de los cuerpos legislativos. Se recomienda abandonar esta práctica por no corresponder con los usos establecidos en la lengua española internacional.

 

COMBO

“Estos datos pueden digerirse en COMBO con. . .”

Al encontrar una frase como la que consta en cabeza de esta sección, a un lector como el que escribe estos comentarios acerca del idioma le hace pensar que le han cambiado el ritmo. Este combo no encuentra espacio en esta clase de compañía. Se analizará más abajo ese combo para determinar de dónde sale y si su uso es válido en este contexto.

No cabe duda de que el combo más conocido en República Dominicana es el que toca música. Esa sería entonces la primera acepción que trataría un dominicano de meter en este contexto. Este recurso se muestra infructuoso porque no le imprime sentido a la frase.

La consulta al diccionario de las Academias revela varios combos. Algunos de ellos son irrelevantes para el ejercicio de la comprensión del texto de la cita; pero trae información importante sobre los combos hispanoamericanos.

En varios países de Hispanoamérica combo se refiere al “lote de cosas que vienen juntas o que se venden por el precio de una”. Esta acepción de algún modo tiene sentido. El “grupo musical que interpreta música popular” es la acepción común a Cuba y República Dominicana, así como Bolivia y Colombia. En Venezuela y Colombia también denomina al “grupo musical de salsa”. En esos dos países también sirve para mentar al “conjunto de personas que realizan una misma actividad”. Aparte de esas acepciones puede también significar “mazo, puñetazo”.

Una vez terminada la búsqueda en el diccionario mayor del español, salta a la vista que ninguno de esos significados puede aplicarse a la cita.

En la cita aparenta que se usa la voz combo como apócope de combinación, que es una voz inglesa. Con este valor en inglés solo vale para un “pequeño conjunto de jazz que consta de tres a ocho músicos”.

El verbo “digerir” en la cita se ha tomado con el sentido de percibir y asimilar una  idea. En inglés posee varias acepciones que se han incorporado al español hispanoamericano; algunas de ellas no se mencionaron más arriba. Aquí se piensa que se emplea para señalar que algo se hace “al mismo tiempo que”, “junto con”. Esto en el sentido de reunido o unido a otra cosa.

Esa forma general de utilizar este “combo” es ajeno a la lengua española y podría calificarse de anglicismo hasta que el uso lo imponga y le retire ese sambenito al vocablo. No hace falta abundar más para aconsejar que se abandone este empleo.

© 2017, Roberto E. Guzmán.