Dimensión estética y mística en la poesía de Jit M. Castillo

Por Camelia Michel

   Un saludo deferente a quienes integran la mesa de honor, y a todos y cada uno de ustedes que nos acompañan en tan significativa ocasión.

Luego de haber sorprendido nuestro mundo literario en el 2012, con una novela rica en recursos vanguardistas, el escritor y sacerdote Jit Manuel Castillo nos presenta su nueva propuesta literaria: el poemario En la voz del silencio[1], cuyo nacimiento celebramos hoy en el recinto de esta benemérita Academia Dominicana de la Lengua.

Atrapado en su búsqueda del misterio, el religioso no ceja. Con esta obra se lanza a la parte más profunda de su camino literario: la poesía mística, en la que despliega un renovado vigor y ternura. Este fuego espiritual no nos sorprende, porque en sus anteriores trabajos él muestra una parte importante de ese camino interior: en su novela Apócrifo de Judas Iscariote se esfuerza por encontrar nuevos senderos para abordar los temas bíblicos.

A principios de año publica, además, un estudio sobre un tema que lo preocupa y motiva, no sólo a investigar, sino a vivir una vida de servicio plena y sincera: la interculturalidad y la evangelización, titulado La Interculturalidad, un nuevo paradigma de evangelización para un mundo postmoderno, plural y multiétnico. Hay que enfatizar que Jit Manuel Castillo de la Cruz es dueño de una vocación espiritual y religiosa integral, en la que la expresión poético-literaria es complemento de una vida de entrega a los más necesitados.

Perteneciente a la orden franciscana, con una sólida formación intelectual versada en temas y teoría teológica y literaria, su labor en beneficio de las comunidades en que trabaja y su vida de oración se combinan sabiamente con la vocación de aeda y escritor. En Jit Manuel Castillo se unen, pues, dos impulsos que lo inducen a la lírica mística: el poético y el religioso.

El lenguaje poético de Jit Manuel Castillo

La dimensión estética en la poesía de Jit Manuel Castillo debe ser descubierta paso a paso. Debemos atarnos las sandalias si queremos recorrer su ruta. Hay que prestar atención y guardar silencio, pues su camino poético puede ser engañoso y hasta sumergirnos en una trampa, debido a que el universo en que su voz se pasea, apacible y solitaria, llega vestido con un ropaje literario de sobriedad y equilibrio, vertebrado por textos breves, sencillos en apariencia; casi con la limpieza y economía de palabras que vemos en poetas y sabios orientales, para luego asestarnos el zarpazo de la desazón, del deseo vigoroso, de la angustia que doblega, provoca y nos marca con un aro de fuego y un lanzallamas terrible. Es que su camino literario no es más que el ropaje que embellece la búsqueda quizás aterradora de lo divino; aquello que supera y destruye nuestros límites y fragilidades, para dejarnos atisbar lo eterno.

Es importante destacar que en su poemario En la voz del silencio puede captarse el llamado de la divinidad, que se vuelca en todas las formas de inspiración posibles: por momentos delirante, como la describe Platón; por momentos como una especie de soplo, a semejanza de los episodios bíblicos; y sobre todo, receptivo a, y lleno del misterio que surge de la otredad, como la concibe Octavio Paz. Es, sobre todo, una búsqueda silente de lo otro, de la divinidad, que unas veces parece eludirlo, y otras, se hace una con el hablante poético.

Los textos plasmados en el poemario En la voz del silencio, logran expresar imágenes comedidas y nada rebuscadas, en versos libres y breves. Su decir poético hace un énfasis de mucha intensidad en algunos casos, aunque sin exabruptos ni expresiones desbordadas o delirantes. En esa economía, sin embargo, la pasión crece y martillea hasta llevarlo a dialogar con el amado, con el buscado e innombrable Señor de la Trascendencia y aquí se produce el milagro: donde la metáfora explaya su belleza en lo leve y sutil, la voluntad de infinito incendia el espacio, abriendo el canal para la flama mística.

Jit Manuel Castillo es un buscador dispuesto a la lucha. Él corre tras el Cristo y espera su presencia en lo inmanente y clama por el Padre, quien pudo dividirse en el “todos”, y a cuyo vacío se inclinan los seres. El Padre, por quien sacrificó Jesús el divino cuerpo, en aras de salvar las almas que caminan por el mundo.

Y así describe este poeta su periplo, en el poema titulado Viaje al abismo:

“Quemo las naves de moradas y certezas

En un éxodo irreversible

Hacia el caleidoscopio de la sombra.

Viajo al abismo sin forma

Cual temblorosa onda de luz

Itinerante en el tiempo”.[2]

   Las metáforas de Jit Manuel reflejan los estados de conciencia que van apareciendo en la medida en que el poeta y orante avanza, o incluso retrocede, en su búsqueda hacia lo divino. Sus imágenes se nutren otras veces de elementos de la naturaleza, especialmente del fuego y el agua. Esta preferencia se explica por el gran simbolismo que tienen en la espiritualidad la llama, como canal de iluminación, y el agua, que expresa los cambiantes estados de ánimo o de conciencia.

Pero hay un elemento recurrente: la búsqueda del silencio. No del silencio físico, sino del interior: ése que nos permite echarnos a los pies de la divinidad sin siquiera  formular pensamientos. Crear el espacio para que el silencio deje escuchar su voz, es, pues, el objetivo patente de este poemario.

Pero aquí se nos presenta la sensación de que esta paradoja podría no resolverse, porque ¿cómo podríamos hacer para que “suene” el silencio? ¿y para qué habría de sonar, si lo que deseamos es, justamente, dar un cierre a la palabra? Leamos, en el poema La totalidad de las palabras

“Gustar la PALABRA

en el silencio de todas las lenguas.

Aquélla que ni se pronuncia ni se escribe.

La que balbucea el MISTERIO

y lo hace presente”[3].

   Estas inquietudes se van sugiriendo a medida que  avanzamos en el poemario. Pero nadie nos da las respuestas. Cada buscador tiene que trazar su ruta hacia el conocimiento.

Mientras tanto, volvamos a En la voz del silencio como breviario de palabras y recursos literarios. Allí se encuentran la búsqueda ontológica de su autor y la pesquisa desde el lenguaje literario y la técnica poética. En algunos instantes, Jit Manuel Castillo nos lucirá un escritor hermético, en otros, nos hablará de manera diáfana:

Preguntas previas

¿Qué será de mí

Cuando seamos UNO en un abrazo transfinito?

¿Acaso, ya no sería yo

ni tú Aquél a quien tanto amo?”[4]

   Al igual que los poetas místicos de la tradición hispanoparlante, Jit Manuel Castillo se auxilia de las paradojas, del oxímoron, para crear nuevos y más complejos significados, con los que supera los pares de opuestos y trasciende a lo unitario.

Separadas venturas de una misma noche

Seres desnudos

Despojos de un medio día de amor.

Nocturno silente:

remeda un grito sin cuerdas vocales”[5].

   El filósofo español José Ortega y Gasset señala, en torno al lenguaje empleado por los hacedores de poesía mística, que: “El clásico del lenguaje, el místico, se hace especialista del silencio”. Otra paradoja es que un libro plasmado para exaltar el silencio, en gran parte se sustente del diálogo con el Gran Otro, el buscado, y con otros buscadores y escritores místicos, con cuyos escritos hace un ejercicio de intertextualidad, lo que destaca la gran poeta y ensayista puertorriqueña, Lucy López Baralt, en el prólogo de En la voz del silencio.

Finalmente quiero destacar que la poesía de Jit Manuel Castillo es, sin duda, una forma personal de orar: la forma más sublime de poesía. A nosotros nos toca acompañar a este poeta y abrir nuestro ser a la palabra desde sus páginas.

Santo Domingo, 15 de septiembre, 2017

Academia Dominicana de la Lengua

 

[1] Jit Manuel Castillo de la Cruz, En la voz del silencio, Editorial Mandala, Madrid 2017.

[2] Pág. 87

[3] Pág. 21

[4] Pág. 37

[5] Pág. 48