ADL ELIGE A RAFAEL PERALTA ROMERO NUEVO MIEMBRO DE NÚMERO

El escritor, lingüista y periodista Rafael Peralta Romero fue elegido nuevo miembro de número de la ADL para ocupar el sillón que dejara vacante don Lupo Hernández Rueda.

En sesión ordinaria celebrada en la sede la institución, el nuevo académico numerario fue favorecido con el voto de Federico Henríquez Gratereaux, Franklin Domínguez Hernández, Manuel Núñez Asencio, S. E. Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez, Manuel Matos Moquete, Marcio Veloz Maggiolo, Juan José Jimenes Sabater, Tony Raful Tejada, José Rafael Lantigua, Ramón Emilio Reyes, María José Rincón González, Carlos Esteban Deive, Rafael González Tirado, Dennis R. Simó Torres, Ricardo Miniño Gómez, Fabio Guzmán Ariza, José Miguel Soto Jiménez y Bruno Rosario Candelier.

El nuevo académico numerario de la ADL en su condición de miembro correspondiente se desempeñaba como integrante de la comisión lingüística de la Academia Dominicana y, en su calidad de narrador, ensayista, lingüista, poeta y activista cultural, tiene en su haber una valiosa colaboración lexicográfica a nuestra corporación. Es una figura prestante del Grupo de Narradores Mester de la Academia; ha presentado varias ponencias en los actos de la ADL y forma parte del equipo que prepara las recomendaciones gramaticales y ortográficas que nuestra Academia ofrece al país a través de Fundéu-Guzmán Ariza. Además, ha dictado numerosas conferencias y ha presentado varios libros sobre temas lingüísticos y literarios en nombre de nuestra institución.

El periodista, lingüista y escritor Rafael Peralta Romero, nacido en Miches el 3 de diciembre de 1948, ha servido como ponente en los actos de la ADL; ha prestado a la institución un valioso servicio como maestro de ceremonias en las actividades académicas y colabora con artículos y ensayos para el Boletín de la Academia. Además, es el autor de una columna semanal sobre asuntos idiomáticos en el periódico El Nacional y mantiene una activa militancia en las actividades de nuestra institución.

Rafael Peralta Romero ha publicado las siguientes obras literarias: Diablo azul, Santo Domingo,  Gente, 1992; Residuos de sombra, Santo Domingo, Cocolo Ed., 1997; Los tres entierros de Dino Bidal, Santo Domingo, Manatí, 2000; Cuentos de visiones y delirios, Santo Domingo, Gente, 2001; Memorias de Enárboles Cuentes, Santo Domingo, Manatí, 2004; El conejo en el espejo, Santo Domingo, Ferilibro, 2006; Cuentos de niños y animales,  Santo Domingo, Norma, 2007; Punto por punto, Santo Domingo, Ed. Colonial, 2008; De cómo Uto Pía encontró a Tarzán, Santo Domingo, SM, 2009; A la orilla de la mar, Santo Domingo, Gente, 2011; Círculo de espera, Santo Domingo, Ed. Nacional, 2012; Pedro el cruel, Santo Domingo, Ed. Nacional, 2013; Ella y tú, Santo Domingo, Gente, 2016; y La paloma dálmata, Santo Domingo, CP, 2017.

Compartimos nuestro regocijo por la elección de nuestro agraciado colega como miembro de número de la ADL y, al tiempo que ponderamos su brillante hoja de servicios a favor de nuestra institución, ponderamos su aporte a nuestra lengua y su labor cultural y creativa en beneficio de las letras dominicanas.

Santo Domingo, 21 de noviembre de 2017.

 

ACTO ACADÉMICO EN MEMORIA DE LUPO HERNÁNDEZ RUEDA

La  Academia Dominicana de la Lengua realizó un acto solemne en memoria de don Lupo Hernández Rueda, destacado miembro de número de esta Academia, que esta institución lo encomia por su ejemplar dedicación al cultivo de la palabra de manera armoniosa y fructífera.

La actividad fue presidida por Bruno Rosario Candelier, director de la ADL, en compañía de los académicos Manuel Núñez Asencio, Rafael González Tirado, Juan José Jimenes Sabater, Manuel Salvador Gautier, Miguel Solano, Rafael Peralta Romero. También participó la hija del fenecido académico, Gloria María Hernández.

Rafael González Tirado, académico, colega y compañero de Lupo Hernández Rueda, habló de su vínculo profesional y poético con don Lupo, relación que según su testimonio fue muy importante para él, pues se conocían desde la primera etapa escolar: “Mis relaciones con Lupo fueron muy importantes por la afición de ambos por las letras y la ruta que nos esperaba para conducir a la Generación literaria de 1948”. Señaló que antes de tener sentido de generación, los acercaba su vocación literaria y la fraternidad entre sus colegas, quienes se reunían periódicamente en sus hogares para hablar de sus creaciones.

González Tirado describió a Lupo Hernández Rueda como un hombre de una personalidad excepcional. Se singularizó desde muy temprano, siempre fue cordial, con una sonrisa a flor de labios, solidario con todos sus compañeros, amigos y condiscípulos: “Todo aquel que se le acercaba en búsqueda de algo, lo atendía sin diferencia ni vacilaciones”.

Habló de la obra poética de don Lupo, quien produjo poesía desde muy temprano. Su primer libro, Como naciendo aún, fue su gran aliento de decidor para un discurrir temático y estilístico, con una de las mejores líneas creativas en las letras dominicanas. Señaló que el tema de la muerte fue una constante en su labor poética. Finalmente el académico y también poeta don Rafael González Tirado expresó que Lupo Hernández Rueda fue especial, siempre estuvo sonriendo a todo, que es como sonreírle a la vida. Fue un gran amigo y por siempre hermano: “Nacerás con nosotros cada día, con tu emblema de sencillez, humildad y dignidad”, subrayó.

Más adelante, Manuel Núñez Asencio expuso su valoración sobre el poema  “Círculo”, memorable creación poética de Lupo Hernández Rueda, que ha sido ponderado como el más representativo de su producción. Núñez Asencio explicó que el poema “Círculo” corresponde a una visión que está muy emparentada en una de las técnicas estilísticas: la comparación. Dijo que en el comienzo del poema, Lupo define su presencia como la de un personaje que ha superado la muerte y que está en esa posibilidad mayor, que es la explicación a partir de la consideración de la muerte.

Ponderó el ponente algunos elementos temáticos y compositivos, que son valores fundamentales de cómo Lupo Hernández Rueda hizo el poema y por qué este poema es uno de los grandes poemas de la literatura dominicana: “Es el poema de mayor profundidad metafísica y de mayor definición. Los procedimientos que utiliza están muy relacionados con los procedimientos de la poética bíblica; la poética bíblica usa grandes unidades rítmicas: retórica cerrada, combinaciones de voz que va haciendo en todo el poema, ritmo de paralelismo y encadenamiento bíblico”, explicó. El académico, tras finalizar, manifestó que el poema “Círculo” se refiere a la transición de la propia vida.

Gloria María Hernández Contreras, hija del fallecido académico Lupo Hernández Rueda,  agradeció en nombre de la familia Hernández Contreras a la Academia Dominicana de la Lengua por el homenaje póstumo a su ilustre padre. La abogada expresó que su padre los enseñó, a ella y a sus hermanos, a aprender del ejemplo. Señaló que está convencida de que la obra de don Lupo, como poeta, ensayista, jurista, abogado, literato y maestro, estuvo marcada significativamente por las experiencias vividas en su primera juventud, cuando los estudios primarios y secundarios los realizó en diversas localidades del país: “Eso, dedicación y esfuerzo, tesón, perseverancia y paciencia fue lo que nos dejó como ejemplo nuestro padre a todo lo largo de nuestras vidas y, ahora aún después de la muerte, porque como bien dijera el poeta en uno de los versos de su poema “Círculo”: “La vida la concibo como un círculo./El hombre no termina con la muerte./Soy un poeta que crece y se transforma cantando. El movimiento es todo, el movimiento es todo, el movimiento”.

Al término de su intervención, Gloria María Hernández dijo que su padre no está presente físicamente, pero lo está de corazón y alma. Y sus hermanos y ella se sienten muy orgullosos de ser parte de la prole del poeta Lupo Hernández Rueda y le piden a Dios los ilumine en la trayectoria de poder honrar su filiación a lo largo de su vida.

El Dr. Bruno Rosario Candelier, director de la Academia Dominicana de la Lengua, dio su testimonio sobre don Lupo Hernández Rueda, a quien consideró que como académico, poeta y escritor fue ejemplar, mediante notaciones de una singular vocación humana, literaria y espiritual: “Yo tuve la suerte de conocerlo en año de 1964 cuando lo busqué en su oficina de abogados donde él dirigía una revista literaria que en ese entonces era muy importante. Se trata de la revista que su grupo literario dio a conocer en el país con el nombre de Testimonio, revista que representaba a la generación literaria a la que él pertenecía. Ese grupo literario se conoció en la historia de la literatura dominicana con el nombre de Generación del 48”, contó el director.

Rosario Candelier relató que don Lupo era, además de poeta y ensayista, un promotor de la literatura. Él fue el inspirador de la revista Testimonio y durante varios años la editó aquí en Santo Domingo, y naturalmente cumplió con el rol que le correspondió ejercer como órgano de promoción de las artes y las letras.

Subrayó también un segundo aspecto muy importante en Lupo Hernández Rueda, como fue su singular distinción como ser humano: “Quizás el atributo personal más importante en Lupo era la armonía que él sembraba entre sus amistades, entre su grupo, entre los poetas, entre los integrantes de las promociones literarias. Quizás el rasgo altamente representativo en la Generación del 48 fue justamente ese sentimiento de empatía y fraternidad, esa vocación de armonía y de solidaridad que distinguía a Lupo. Ese rasgo distinguió a la Generación del 48 entre las agrupaciones literarias dominicanas”.

Este director subrayó que en la literatura de Lupo Hernández Rueda había la dimensión trascendente de la palabra. Esa faceta era el reflejo de la idea que él tenía, ya que la palabra es capaz de canalizar nuestros ideales y sueños si la asumimos como la expresión de la más alta condición humana. Manifestó que esa vocación humana, de armonía y empatía solidaria, la pudo constatar en don Lupo en diversas reuniones celebradas la Academia Dominicana de la Lengua. Su persona era centro de atención, de coparticipación, de afinidad: “Eso era Lupo Hernández Rueda en función de lo que lo distinguió como intelectual, como profesional, como intérprete de la literatura, como poeta y, sobre todo, como ser humano. Ojalá podamos nosotros darle continuidad a ese ejemplo de vida que él dio con su conducta, con su palabra y su creación”, subrayó el director de la Academia Dominicana de la Lengua al dar cierre a este memorable acto en memoria de Lupo Hernández Rueda.

Santo Domingo, ADL, 21 de noviembre de 2017.

PRESENTACIÓN DEL DICCIONARIO DE MÍSTICA

La Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM) fue el escenario donde se puso a circular el Diccionario de mística, una nueva publicación de la Academia Dominicana de la Lengua, de la autoría de Bruno Rosario Candelier.

Este diccionario fue presentado por Rafael Peralta Romero, Gisela Hernández y Sélvido Candelaria. La maestría de ceremonia la realizó el licenciado José Alejandro Rodríguez, director del Departamento de Letras, quien al iniciar su intervención expresó el agradecimiento a la Academia Dominicana de la Lengua y la distinción del autor del libro por escoger el Recinto Santo Tomás de Aquino, de la PUCMM en la capital dominicana, como lugar de presentación de esta nueva obra del lexicógrafo dominicano, quien también fue profesor de este centro universitario.

El académico y escritor Rafael Peralta Romero inició la presentación del Diccionario de mística y señaló que en más de una ocasión el actual director de la Academia Dominicana de la Lengua y presidente del Ateneo Insular ha expresado su preocupación por la falta en nuestro país de una escuela destinada a los estudios místicos, para lo cual es indispensable, en primer lugar, la existencia de ensayistas, poetas y narradores con vocación por la mística: “Resulta muy evidente que con sus trabajos, sobre todo a través del Movimiento Interiorista,  Rosario Candelier ha venido preparando las bases para establecer esa escuela, ya que son miembros del Interiorismo los dominicanos que en los últimos treinta  años  han transitado la senda de la mística en sus creaciones”, expresó Peralta Romero.

Dijo que Bruno Rosario Candelier nos ha sorprendido con el lanzamiento, antes de un año, de este amplio repertorio temático en el que clasifica y explica, con criterio enciclopédico, cada elemento de la terminología propia de la mística, apoyado, cada artículo en magníficos ejemplos  de creación de nuestros poetas y narradores místicos.

Destacó que a ese propósito obedece la publicación del Diccionario de mística, editado con el sello de la Academia Dominicana de la Lengua y el patrocinio de la Fundación Guzmán Ariza pro Academia Dominicana de la Lengua. De inicio, el autor advierte que para elaborar un diccionario de términos místicos hay que saber lo que es la mística, sin confundirla con la religión, ni con la metafísica, ni con el mito: “La mística implica, como búsqueda de lo divino, una contemplación hacia adentro, hacia la esencia del ser, hacia la Fuente creadora e inspiradora de todo, hacia el Misterio que arroba y anonada”, dijo citando un concepto del lexicógrafo dominicano.

Peralta Romero manifestó que presentar un diccionario de mística resulta muy diferente al hecho de ponderar un libro de cuentos o una novela.  En esto último es donde radica su experiencia.

En el acto de presentación de este diccionario, la escritora santiagués Gisela Hernández ponderó el alcance de esta nueva obra lexicográfica de Bruno Rosario Candelier, y al respecto consignó: “Conciencia espiritual que todo ser humano puede acceder cuando se entregue a su misterio y se deje elevar más allá de la realidad cotidiana que venera lo simple. Y, paradójicamente, la esencia divina en las cosas más triviales de la humanidad puede llevar a la conciencia plena del despertar a la sensibilidad mística, siempre que el ánimo del espíritu se incline a entender y definir cuál es el sentir espiritual que rige nuestras vidas y avocarnos en identificar las «señales divinas» que el Diccionario de mística define bajo tres entradas, siendo la primera de ellas «mensajes percibidos como fenómenos o prodigios, con cita de Libro del Antiguo Testamento (Deuteronomio 13;1-2). La segunda entrada, indicios y mensajes trascendentes, con apoyo en una cita de La dolencia divina, obra del propio Rosario Candelier, dejando en el ánimo la tercera entrada como las señales de la trascendencia, avalada con versos del poeta español José Nicás Montoto, Dilmun: “Serénate un momento, corazón, /y repara en los dones, feliz que disfrutare/ aquello que ahora gozas/ porque nada precisas ni nada te reclama/y has aprendido a ver en las cosas fugaces/ una móvil señal de lo Inmóvil Eterno”.

Por su parte, Sélvido Candelaria intervino con su exposición sobre el Diccionario de mística. Candelaria explicó que los diccionarios son herramientas que se utilizan en todas las profesiones, y que puede servir hasta para condenar a una persona, según nos dice en una atinada selección ilustrativa que ha utilizado para presentar el Diccionario fraseológico del español dominicano: “Sírvame pues, este preámbulo para introducir mi participación en la presentación oficial del Diccionario de mística, del Dr. Bruno Rosario Candelier. Los diccionarios podrían hacer la diferencia en muchos otros aspectos, pero he querido escoger este sobre su auxilio a la justicia ordinaria, para resaltar lo que muy poco se menciona de los diccionarios: su característica de canon justiciero. Y es que el diccionario viene a ser como una recopilación de leyes que, en base al uso de giros y expresiones, va estableciendo una comunidad de hablantes”, expresó el reconocido ensayista.

Candelaria resaltó que el autor de este diccionario ha estructurado un texto de consulta indispensable para todo aquel que se interese por el tema de la mística, pero sobre todo, para los creadores literarios quienes pueden encontrar aquí una guía referencial y un manual esclarecedor de dudas sobre esta materia de la espiritualidad.

Finalmente, el crítico literario explicó que este diccionario recoge cerca de 300 entradas y unas 1500 notas de textos donde aparecen aspectos y expresiones de simbolismo místico creados por 234 diferentes autores dominicanos y españoles, con la autorizada interpretación de cada una de ellas: “El autor nos entrega una herramienta fundamental para incursionar en este complejo campo”, afirmó el presentador.

Santo Domingo, PUCMM, 15 de noviembre de 2017.

DIÁLOGO SOBRE LA LENGUA Y LA ACADEMIA DOMINICANA

Dentro de las jornadas conmemorativas del 90 aniversario de la fundación de la Academia Dominicana de la Lengua, Bruno Rosario Candelier fue invitado a participar en el “Diálogo Libre” que se transmite en la doble versión digital y gráfica del periódico Diario Libre de la capital dominicana.

La conducción de este “Dialogo Libre” estuvo encabezado por el director del matutino, Adriano Miguel Tejada; la subdirectora Inés Aizpún; el jefe de redacción, José María Reyes; y los periodistas de la redacción, Niza Campos y Wander Santana.

Adriano Miguel Tejada dio la bienvenida al director de la ADL y, de inmediato, manifestó que la Academia Dominicana de la Lengua fue de las academias la primera fundada en el país, y subrayó: “La ADL ha tenido un florecimiento con sangre nueva, con más publicaciones, con acuerdos interinstitucionales y con gran prestigio institucional”. Expresó que su interés es enfocarse en cómo el actual director entiende que está el estado del español en la República Dominicana en este momento. Bruno Rosario Candelier habló del estado del español dominicano y la realidad del mundo cibernético en el país. Explicó que el ámbito electrónico tiene dos vertientes, porque en el aspecto práctico sabemos que, sobre todo, la juventud usa la lengua con desenfado: “Cuando los usuarios del chateo usan la lengua, por lo general no aplican criterios ortográficos ni gramaticales. Ese es un hecho lingüístico que es digno de un estudio”, dijo.

Además subrayó que la juventud que no usa la lengua con propiedad en las redes sociales, cuando tiene que escribir una carta para solicitar un empleo, no va a usar esa lengua descuidada que usa: esa lengua cortada, incorrecta, inapropiada, pobre en términos de palabras; al contrario, se va a esmerar y, de hecho, cuando asciende a la edad adulta y accede en el plano social y profesional da señales de una mejoría y se da cuenta de que tiene que mejorar, que no puede seguir usando la lengua tan chabacanamente como la usan en las redes sociales.

Sobre la cantidad de palabras que utiliza el dominicano promedio, el lingüista señaló que la deficiencia es notable, porque los hablantes se forjan una compresión del mundo en función del conocimiento del léxico y el caudal de las palabras que conocen y en tal virtud tenemos un horizonte cultural que depende del léxico, de la cantidad de vocabulario que hayamos adquirido: “El hablante dominicano común refleja una pobreza léxica”, consignó.

Rosario Candelier explicó que tenemos un léxico muy reducido en términos de cantidad. La persona común y corriente sin formación escolar quizás se desenvuelve con 1500 o 2000 palabras; el universitario actual, cuya formación intelectual es precaria, puede desenvolverse con 4.000 a 5.000 mil palabras; y el profesional con inquietudes intelectuales, que lee periódicos y alguna vez un libro, revela un aumento en su capacidad intelectiva y puede dominar de 7 a 10.000 palabras; el hablante culto dominicano puede andar por unas 30 mil palabras, pero no es gran cantidad si la comparamos con las 100 mil palabras del Diccionario de la lengua española: “Es muy pobre la cantidad de léxico que posee el hablante común de nuestro país”, afirmó.

Manifestó que la misión de la Academia Dominicana de la Lengua desde su fundación ha sido justamente propugnar por una mayor conciencia de lengua, para que los hablantes conozcan mejor su propio idioma y, desde luego, hagan un uso ejemplar: “La realidad social, la realidad cultural que podemos comprobar es que hay una pobreza léxica y un escaso conocimiento gramatical y eso no deja de preocuparnos a los que tenemos la misión de encender el entusiasmo y el interés por la lengua”, expresó.

En atención a la realidad que le corresponde enfrentar a la Academia Dominicana de la Lengua, que es la responsabilidad de velar por el buen desarrollo del español dominicano, el director detalló que desde que asumió la dirección de la ADL se trazó varios planes, entre ellos tirar la Academia a la calle, publicar varios diccionarios, comenzando por el Diccionario del español dominicano, y el Diccionario fraseológico, que comprende el uso de adagios, giros, locuciones y frases; el Diccionario de símbolos, que tiene un vínculo con la literatura; y el Diccionario de mística, vinculado al ámbito de la espiritualidad.

Habló del aporte del habla dominicana al enriquecimiento del español universal: “Nosotros naturalmente recibimos la lengua que nos dieron los primeros españoles que poblaron esta tierra, es decir, los actuales dominicanos somos herederos de las generaciones anteriores que comenzaron con el inicio de la conquista y la implantación de una nueva sociedad y una nueva cultura en tierras americanas. La lengua que originalmente conocimos fue la lengua castellana de los españoles de entonces y con el paso del tiempo esa lengua se fue aclimatando con la realidad histórica y la realidad social, que se fue también modificando con el paso del tiempo, porque cada generación siempre trae innovaciones y, por esa razón, como hay cambios, cada cambio obedece a la ley de la naturaleza y es parte de la naturaleza misma de lo viviente, como ha establecido la física cuántica”, precisó.

Por otro lado, enfocó la enseñanza del idioma en la República Dominicana, de cuyo resultado infiere su estado: “La revolución educativa de la que habla el gobierno son puras palabrerías. Yo no conozco la interioridad del Ministerio de Educación; tampoco dudo de la buena intención de las autoridades por mejorar la educación, y si hay una genuina disposición de crear una verdadera transformación escolar, eso hay que valorarlo en el resultado, para lo cual hay que esperar unos 20 años”.

Expresó que es lamentable lo que acontece con el magisterio dominicano. “No es verdad que con el actual magisterio puede haber una superación en la educación escolar, conducida por maestros que no leen, por licenciados en educación que no saben redactar un párrafo bien escrito, ni comprender el sentido ni, mucho menos, crear. El maestro enseña lo que sabe y, si no sabe, no va a enseñar”, comentó el entrevistado.

Rosario Candelier exhortó a crear en las universidades un plan estratégico, un plan educativo especializado, elegir a los mejores estudiantes y pagarles muy bien para formar una elite de educadores. Un proceso de formación intelectual con un mínimo de 5 años de formación intelectual y profesional para formar educadores en las diferentes ramas del saber: “Con los actuales maestros es imposible transformar la educación y es necesario hacerlo, ese es un proyecto necesario que hay que ejecutarlo. No sé cómo se está haciendo, estoy hablando desde fuera. La realidad es que yo hablo por el resultado”, dijo el director de la Academia Dominicana de la Lengua.

Santo Domingo, 7 de noviembre de 2017.

MARÍA JOSÉ RINCÓN PONDERA EL ESPAÑOL DOMINICANO

En un conversatorio con la lingüista María José Rincón, la académica domínico-española abordó el tema del español dominicano, al dirigirse a los integrantes del Taller de Creación Literaria “Pedro Mir”, adscrito a la Biblioteca “Juan Bosch” de Funglode. La reconocida filóloga es una gran colaboradora lexicográfica de la Academia Dominicana de la Lengua.

El coordinador del taller y director de la ADL, Bruno Rosario Candelier, expresó que el objetivo del conversatorio es conocer la trayectoria filológica de María José Rincón González como lingüista, lexicógrafa y estudiosa del español dominicano.

La distinguida académica inició su intervención diciendo que desde niña ha sentido pasión por la lengua española y la lectura: “Esa ha sido mi gran pasión, privilegio que atribuyo probablemente a que los docentes de vocación distinguen a las personas que pueden tener la característica para aprovechar lo que ellos aportan con un enfoque especial”.

María José Rincón contó que estudió Filología hispánica en Sevilla, su ciudad natal. A sus 23 años había terminado esa carrera y cuando se vinculó a la Academia Dominicana de la Lengua encontró la institución ideal para canalizar su vocación lexicográfica. De sus años de estudios dijo: “En ese tiempo no había una especialidad, una mención específica, pero a partir del tercer año yo tuve la suerte de tener como profesor a Juan Antonio Frago, que es uno de los grandes estudiosos del español y, sobre todo, de la historia del español en América, y él fue mi profesor de Historia de la lengua e Historia de las hablas andaluzas, asignatura que se la inventó él en la universidad y tuve la suerte de formar parte de un grupo de investigación con él”, relató la lingüista.

En respuesta a una pregunta de este director, la versada académica explicó que el profesor decidió crear un grupo llamado “Las hablas andaluzas”, precisamente porque había una polémica sobre el origen de la variedad hispana del español, es decir, cómo surgió el español que se habla en América y la característica que tenía el español americano. Además habló del uso de la “i” en lugar de la “l” o la “r”: “Cuando se pensó que en América habían surgido por generación propia esa característica, esa era una teoría. A partir del estudio de los documentos, estudiaron primero los documentos del Archivo de Indias. Entonces se dieron cuenta de que en el andaluz del siglo XII y el XIII ya existían los fenómenos que existen en América: seseo, yeísmo, lo que se llama el andalucismo y el rotacismo, que es la “confusión”, entre L y R en posición inclusiva. Todo eso se daba en Andalucía, hacia el siglo XII”, aclaró la lexicógrafa de la ADL.

María José Rincón contó que terminó su carrera filológica en junio de 1991 y en ese mismo año conoció a su marido, quien es dominicano y estudiaba una carrera en Sevilla. Al casarse viene a vivir a Santo Domingo, donde se establece desde diciembre de 1991.

Su vinculación con la Academia Dominicana de la Lengua fue anecdótica: “Trabajaba en el  Consulado de España, y cuando yo entré a esa representación consular, fui asignada al departamento de visado. Entonces un buen día, ante mi despacho apareció don Bruno Rosario Candelier a solicitar un visado para España, y cuando yo leí el formulario que decía: “Profesión: Filólogo”, me sorprendí, porque cuando llegué a este país decía que el filólogo es raro en todos los sitios del mundo. Entonces yo le dije a don Bruno que yo también era filóloga. Y él entonces me aseguró que a su regreso de España me invitaría a las reuniones literarias del Ateneo Insular y a las actividades lingüísticas de la Academia Dominicana de la Lengua. Y así ocurrió. Mi primera intervención filológica fue nada más y nada menos que en Moca, en un encuentro literario del Ateneo Insular; y nada más y nada menos que sobre san Juan de la Cruz, en una actividad con los poetas interioristas orientados por don Bruno”, detalló la filóloga.

La académica confesó que su obra clave, su “Biblia de cabecera”, es El Quijote: “Evidentemente no es sencillo, pero tiene la grandeza de la sencillez de Cervantes, quien es mi ídolo absoluto”, dijo con seguridad y emoción. Expresó que todo lo que una persona vaya a buscar en literatura, sea de creación literaria o de lengua española, todo lo que quiera buscar está en El Quijote, de Miguel de Cervantes.

Señaló que en la Academia Dominicana de la Lengua presentó en la Tertulia Lingüística de la ADL un taller sobre Don Quijote para conmemorar su cuarto centenario, que repitió en el Centro Cultural de España para ponderar el legado de Cervantes: “Yo con El Quijote disfruto, me siento y aprendo mucho cada vez que lo leo”, dijo.

Otra de sus obras favoritas es el Cántico espiritual, de san Juan de la Cruz, una de las cumbres de la literatura española y universal. La tercera, entre sus obras favoritas, es el Diccionario del español Dominicano.

Para responder a una pregunta sobre la confección de un diccionario, la lingüista explicó que todos los diccionarios que se preparan tienen utilidad, porque mientras más culta es una persona, más diccionarios esa persona necesita consultar. Agregó que nuestra Academia está haciendo lo que le corresponde en el ámbito lexicográfico, gracias a la vocación lingüística de su director. A don Bruno debemos la motivación para la labor lexicográfica que hemos realizado con el apoyo del equipo lexicográfico de la ADL, bajo su dirección.

Finalmente, María José Rincón agregó su opinión acerca del sexismo. Subrayó que definitivamente el problema es la ignorancia. Cuando la ignorancia pretende imponer criterios, pues hay un punto que el que más o menos tiene la idea de cómo funciona la lengua: “Mientras haya sexismo en la sociedad, eso lo va a reflejar el lenguaje, porque para eso tenemos el lenguaje, para expresarnos. Si tú eres sexista, tu expresión va a ser sexista, sin duda”, enunció la lingüista. Manifestó que lo que hay que atacar primero es la mentalidad sexista, el comportamiento sexista. Rincón expresó que el cambio en el léxico es una lucha por el dominio del significado. Agregó que hay un cambio continuo que sería la realidad que vamos a nombrar, o sea, lo que se puede nombrar, y las palabras luchan porque la parcela de la realidad es la que se va a aplicar y el léxico es tan rico que sus fronteras no son inmóviles.

Santo Domingo, 2 de noviembre de 2017.

La activación de la Academia Dominicana de la Lengua

Por Camelia Michel

   La Academia Dominicana de la Lengua es una fragua de realizaciones que apuntalan el uso y desarrollo del español en el país. La institución asemeja un taller donde las ideas toman forma como la materia que modela un escultor cuando plasma su mejor efigie.

Eso lo atestiguan las obras publicadas gracias al intenso trabajo que desarrolla la presente gestión al frente de la ADL, dirigida por el Dr. Bruno Rosario Candelier, quien cuenta con un equipo de trabajo de alta capacidad que integra la comisión lexicográfica y la comisión literaria de la institución.

En adición al Diccionario del español dominicano y al Diccionario fraseológico del español dominicano, Bruno Rosario Candelier ha publicado dos nuevos glosarios: el Diccionario de símbolos y el Diccionario de mística, y los boletines de la corporación, donde se aprecia el aporte de la ADL a la obra de la Real Academia Española, como diccionarios y manuales de gramática y ortografía, entre otras.

Entre los diversos materiales bibliográficos se percibe un futuro en construcción. La Academia nos remite al paraíso de Borges, que el insigne argentino imaginara como una biblioteca expandida por el Universo. Los fabulosos ejemplares de la colección académica no tienen la dimensión cuantitativa soñada por Borges, pero poseen el germen cósmico por su valor intrínseco y, sobre todo, por su capacidad de crecimiento. Nuevos ejemplares, muchos de los cuales son elaborados por el equipo de trabajo de la Academia, nos hablan de esa capacidad de renovación; de vivir siempre reinventándose, pues Rosario Candelier tiene una agenda llena de planes con miras al futuro inmediato.

El intelectual resalta la labor de confección de nuevos diccionarios. En la vetusta Casa de la Lengua que alberga a la institución, los minutos se marchan de prisa, en medio de la rutina de trabajo. Sin embargo, siempre hay oportunidad para la conversación amable y fructífera con su director. A pesar del trajín, hay espacio para el café y el diálogo. A la pregunta de qué han significado sus años de trabajo en la dirección de la Academia Dominicana de la Lengua, su respuesta no se hace esperar: “La oportunidad de servir al país, teniendo como base el estudio de la lengua y el cultivo de las letras. Una magnífica vía para sembrar inquietudes lingüísticas, promover la devoción por nuestras letras y atizar la conciencia de lengua en nuestros hablantes”.

Bruno Rosario Candelier tiene una sólida trayectoria como académico, lingüista y crítico literario, amén de su incursión en la narrativa. Pero es en el contacto con la gente, a través de la enseñanza y de la gestión cultural, como promotor y mentor de vocaciones literarias, donde encuentra su mayor fuente de satisfacción.

Esto lleva al escritor y creador del Movimiento Interiorista, uno de los movimientos literarios contemporáneos más fructíferos en República Dominicana, a afirmar que uno de sus principales logros es haber sacado a la Academia “de las cuatro paredes” en que vivía confinada. Afirma con orgullo: “He integrado la sociedad a la Academia. He activado esta institución, y algo bueno hemos hecho porque nos han atacado”.

   Comentario del poeta Leopoldo Minaya: “Estoy del lado de don Bruno Rosario Candelier. No creo que haya nadie que trabaje como él, ni que ame tanto las letras como él, ni que escriba como él, ni se dedique a los demás como él. Aquí nadie o casi nadie se interesa por las obras de los otros, salvo él; todos se endiosan ellos mismos, menos él”.

Santo Domingo, el 11 de octubre de 2017.

El proceso mental en la elaboración del lenguaje

Por Guillermo Pérez Castillo

El hecho de que al nacer el ser humano se encuentre despojado de los mecanismos de adaptación propias de su clase, nos revela la presencia de un ser inacabado. La idea del hombre incompleto rebasa el supuesto de un tema filosófico y la especulación científica para constituirse en una necesidad vital, una urgencia presupuestaria en la diferenciación de la especie.

Distinto de los demás animales, cuyo mapa genético ya incorpora al nacer un patrón conductual que se perpetuará mientras viva, el hombre como criatura excepcional, deberá transitar por un proceso de maduración neurológico o troquelación neuronal, donde se configurará el ser social esperado.

Déficit o menoscabo, nunca azar o ensayo, la naturaleza nos provee de la adolescencia más prolongada del Reino, en cuyo lapso, a partir del nacimiento, se producirán las conductas más esenciales. La respuesta a esta distinción dentro del registro animal, lo explica el hecho de que es el hombre el que dominará la naturaleza, dirigirá el Estado, creará belleza y desarrollará la facultad creadora.

Todo lo anterior es posible porque es en este período crucial cuando se cincela al hombre, produciéndose profundas transformaciones anatómicas, fisiológicas y psíquicas que tienen que ver con la libertad, la sociedad, el amor y la lengua; tema este último que trataremos en el sentido de CÓMO SE ESTABLECE EN EL USUARIO.

A partir del nacimiento, todo ser humano normal posee la condición de apropiarse en poco tiempo de la lengua de su entorno.

Pensamos al través de ella, supeditada nuestra capacidad de juicio y nuestro aval reflexivo al número de palabras funcionales que conocemos. Sin palabras no podríamos pensar, mucho menos ejecutar las necesidades de la vida.

Este hallazgo, que ha hecho posible el habla, se debe al hecho de que por la evolución de la especie se han especializado zonas o áreas del habla. Un niño aprende a hablar imitando los sonidos que oye y que al principio le agreden cuando comienza a estrenar sus oídos; una sensación novedosa y extraña que le induce a seguir experimentando.

Al principio, el proceso le resulta entretenido al párvulo porque percibe la lengua, o mejor, el habla, como un ensayo lúdico; un juego de ping-pong,una malla etérea en donde el balón rebota y suma puntos, si percibe que va conectando el sonido con el objeto. Rompecabezas exitoso en la medida en que hace del balbuceo una relación biunívoca gratificante; una  maratón en la  cual se reconoce y premia. Como se ha expresado anteriormente, el niño aprende la lengua imitando los sonidos que capta en su campo sónico; siendo dentro de la vocería familiar en donde se enfrenta al jolgorio, a la algarabía, al silencio que un día relacionará con el punto, la coma o el punto y coma como signos de puntuación.

Barrunto de esta formalidad formadora, biunívoca por cierto, porque en esta realidad de aprender y ser influenciado, no solo se beneficia el niño; también la familia en esa ruta de doble vía.

De ahí que, al relacionarnos con el aprendiz parlante, debemos excluir el inventario de voces amaneradas: al niño se le habla como adulto, sin alteraciones fonológicas. Una cosa es la relación intimante -que puede ser transmitida en un lenguaje dulce, pero firme [el infante reconoce el afecto sin palabras]-, y otra es la lengua en función de la convivencia humana.

El vocabulario o el léxico que se elija contendrán las voces fundamentales con un nivel básico descifrable. Estas palabras servirán de puente para transportar nuevas palabras más complejas; enriquecidas con la escritura y la literatura futuras, en un interesante teatro audiovisual donde los ojos no echan de menos las contorciones de los labios en la promoción de la eficacia de los sonidos en el tracto oral, como si se tratara de aprender otra lengua.

Una de las limitantes del español en el aprendizaje de la escritura (retrato de la lengua) consiste, entre otras complejidades, en tener varias formas gráficas para un mismo símbolo lingüístico; situación que implica en el niño representar el mismo concepto a través de «dibujos» distintos.

No olvidemos que la lengua es un invento del hombre, un espacio habitable para la espiritualidad. El hombre descubre que el aire que sale de los pulmones puede ser utilizado para producir sonidos distintivos identificables y que es vital una función auditiva identificadora. Reto para el niño mudo o para el que tiene una función perceptiva, de esa función, disminuida. Quien enseña debe saber que este tipo de discente se descubre porque instintivamente busca sentarse en la primera fila, y que difícilmente dará a conocer su limitación, ya que esta clase de niños suele ser tímido. Esta disfunción crea malos hablantes, malos lectores y malos escribientes.

En los primeros momentos, cuando comienza a formularse propiamente el interés por aprender, apremiado tal vez por la competencia que espontáneamente se produce en las interacciones en cierne, se produce una disyunción; quizás una alternancia entre juego y palabra, palabra y juego; pero sobre todo juego, en ese sentido particular que le habita. Luego, la palabra pasará a ser portadora del pensamiento; más tarde se convertirá en herramienta.

Este intento, abierto y permisivo, de darle a la palabra un sentido personal, para luego ser estandarizada, nos habla de abrir un camino en un bosque de signos y sonidos en una actitud de cambios y rectificaciones prácticamente inagotables.

La enseñanza de una lengua parte del coloquio, por lo que sus técnicas y procedimientos deben ajustarse a esa instancia. Los modelos literarios refieren un contacto para enriquecerla desde el punto de vista estético, no primordialmente comunicacional. De nada nos sirve un carro para aprender a volar un avión.

Con frecuencia, los lingüistas desconocemos el sentido didáctico de la palabra, poniendo énfasis exclusivo en su sentido comunicativo. Apremiado por este propósito, olvidamos que el habla tiene como objetivo mostrar o dar a conocer algo; lo que implica que entender lo que se nos comunica refiere una relación pedagógica.

Antes se creía que todo alcance en el orden biológico implicaba mayor capacidad en el aprendizaje de una lengua. Hoy se tiene entendido que es el desarrollo de la lengua lo que induce una mayor condición para la vida social, psicológica y mental.

¿Acaso no son las actitudes niñescas las que reconfiguran la comunicación del adulto que comienza a verbalizar una segunda lengua? El habla, como aplicación del lenguaje simbólico, nos abre canales neurológicos y matices intelectuales, afectivos y volitivos.

Nada enseña más que la palabra. Ella es la representante del concepto, el cual resume de un golpe verbal un universo encadenado de palabras en la innecesaria necesidad de hacerlas audibles o visibles en su sucesión gráfica, o tren de la enunciación.

Por otro lado, no hablamos para aprender palabras, sino que, aprendemos palabras para aprender a pensar y hablar. Esfuerzo colosal de descubrir el mundo y sus atajos en esa tarea osada porque el universo está lleno de cosas y cada cosa tiene su nombre resucitable de su escondrijo metafísico.

Hablar al niño, permitirle que hable y escuche sin temor a la burla y la reprensión, permite ir dando a conocer poco a poco su progreso. Saber cuándo y cómo corregirlo es fundamental: que sea la conversación en su ambiente la que incluya en forma relajada la pronunciación adecuada, evitando corregir con el error, porque el error no enseña lo que es, sino lo que no es.

Ahora bien, recuperando el proceso o pauta escalonada en que se va formulando en la conciencia una lengua, es preciso identificar aún más sus escollos. Piaget, psicólogo suizo, famoso por sus aportes al estudio de la infancia y el desarrollo de la inteligencia, nos da el ejemplo de un niño de 7 años que dice «La tierra se fundió en agua como el azúcar», porque no conoce la palabra desleírse. Y lo más interesante, dice «Que el papel no es lindo sumergido, porque ya no se puede escribir».

Toda visión del mundo, muestras concepciones, opiniones y nuestro sentido de vivir se codifican en el cerebro y se fijan en la palabra.

He aquí la referencia de su genoma gramatical en su linguoconciencia, que al hombre lo hace único. Tal vez, lo más difícil de una lengua sea su pauta estructural (lo que llamamos sintaxis), pues hablar, en el mejor sentido, no significa pronunciar palabras. Cada lengua tiene un patrón de sucesión léxica sujeto a reglas bien establecidas. Sin embargo, las normas que suscitan valores permanentes son aquellas que los hablantes descubren y aceptan en el menú de la realidad social permitida.

Cada palabra tiene un sentido arbitrariamente adquirido y un perfil fónico inventado. Lo que recordamos de una palabra, más que su sucesión gráfica, es su relieve perimetral. Por eso, podemos leer una palabra con vocales faltantes o consonantes de igual altura de las vocales. Si bien es cierto que al escribir nos ponemos en contacto con los signos gráficos en la aventura de las palabras; al leer o hablar debemos acudir a las imágenes mentales en una suerte de decodificación escritural, donde la voz o grafía MANZANA ya no es ella misma, sino el reflejo de su forma.

Las palabras varían en su liturgia desenfrenada. Parecen tener el sentido de ubicuidad; pero no, no hay palabras iguales. Todas sufren cambios para distinguirse, o no lo sufren por igual razón. No es igual niño que niños; día igual que jornada; vela encendida, que vela de barco; operación quirúrgica, que operación matemática.

Una lengua mal asimilada conduce a lo siguiente: iluminaria por luminaria; antifungicida por fungicida; majarete por manjarete ; y lo peor, decir: Te espero a la mañana, ya que la preposición que reclama el verbo ESPERAR es EN, por denotar en qué tiempo se realizará lo expresado.

Salta a la vista el hecho de que el ser humano aprende la lengua en circunstancias cambiantes, socorridas por las variables genéticas y los aportes sociales del habla que genera la cultura, paso a paso, sin mayores sobresaltos. Se debe destacar el nivel de dificultad en el uso del adjetivo que enfrenta el principiante. Incluirlo en su repertorio de voces supone en el infante y el adulto inculto, un alto grado de abstracción, dado que el adjetivo es un invento o descubrimiento de la condición, por lo que está sujeto a la contemplación del objeto.

Lo esperado es que el niño salte del sujeto al verbo (papá trabaja), aunque ocasionalmente incluya los valorativos bueno-malo o los estéticos feo-bonito.

Muchas de las formas como usamos la lengua no se hallan formuladas en la normativa, ni son el producto de la reflexión gramatical editada.

Son sí, el resultado del uso, de la prominencia, de la historia, del contexto geográfico, de la cultura. Las palabras no son siempre fotogénicas y fonogénicas. Decimos: Señor Pérez y don Guillermo, pero no Señor Guillermo o don Pérez, porque el uso ha impuesto el nombre como complemento de don, y el apellido, de señor.

La voz PASTERIZAR, cuyo significado consiste ‘en elevar la temperatura de un líquido y enfriarlo bruscamente para destruir microorganismos’, es la palabra que está más cerca del étimo; sin embargo, la más preeminente en el uso es PASTEURIZAR.

Pocas palabras en nuestra lengua han causado tanta hilaridad como él participio FREÍDO, válido cuando se usa en función verbal. Recordemos que, en su etapa lógica, lo esperado por el principiante es el sentido predominante, común en la mayor parte de los casos.

No se debe soslayar el hecho de que aprender a escribir es una uniformidad social exigida por la cultura, lo que hace prevaler formas prácticas e inteligentes en su enseñanza. Vale decir: que se debe enseñar con técnicas que permitan apropiarse de la mecánica y el espíritu de la lengua. Una señal, entre otras, que facilite descubrir que una palabra mal escrita se ve mal, que la mano tiene una memoria motriz, que la raíz de una palabra transparenta la ortografía de su familia léxica, que podemos inventar palabras, pero no reglas. De cualquier modo que se mire, lengua y vida conviven y se complementan en una con-sustancialidad esencial.

Diccionario de símbolos: novedoso aporte de Bruno Rosario Candelier

Por Rafael Peralta Romero

   El Diccionario de símbolos, preparado por el prolífico filólogo Bruno Rosario Candelier, ha llegado como la visita que no tocó el timbre. Aparece  cuando  todavía pocos lo esperaban. Pero nada tiene que ver  este libro con la comedia de Joaquín Calvo Sotelo en la que se cuentan  las peripecias de dos hermanos solterones a quienes alguien les deja  subrepticiamente un bebé en la puerta de su casa.

La obra pudo ser requerida por una minúscula porción poblacional,  pero no era esperada, porque en República Dominicana, como en otros países de la región, no se tiene tradición en el estudio de los símbolos y menos para agruparlos en un volumen con la denominación de Diccionario.

En  el prólogo a la segunda edición de su Diccionario de símbolos, Juan Eduardo Cirlot se refiere a la ausencia de tradición simbólica, como uno de los escollos para la publicación de su obra, cuya primera edición apareció en Barcelona, en 1958: “En primer lugar, no es posible destruir el escepticismo, o la indiferencia, de quienes en países sin tradición de estudios simbólicos, siempre dudarán de la veracidad, casi diría de la licitud de la simbología” (Cirlot, pág. 11).

Confeccionar un diccionario, cual que sea su especialidad,  conlleva rigor. Y si es de símbolos demanda un conocimiento general del mundo, de la historia y la literatura, como de la lengua y las costumbres, que se sale de lo común y sobre todo de la superficialidad. La simbología arrastra lo que ha sido y lo que es el ser humano en su trajinar sobre la tierra, asumiendo peculiaridades que evidencian las épocas y los ámbitos en que se han producido las acciones, o se han suscitado las creencias o presunciones de las personas involucradas.  Es obvio que el ser humano de hoy se empeña en dedicar tiempo y energías a la ciencia y la tecnología, mientras el del pasado dedicó más tiempo a los asuntos envueltos en la simbología y fue abundoso en la creación del mito a fin de explicar cuestiones atinentes a la humanidad y su relación con otros seres, con el Cosmos o con la Divinidad.

La mitología, sobre todo la griega, ha marcado su impronta en todas las culturas, hasta el punto de que las ciencias se han valido de elementos mitológicos para explicar o nombrar, por ejemplo,  fenómenos astronómicos: Vía Láctea,  Venus (planeta), Constelación de Hércules, Constelación de Orión, Constelación de Pegaso o Galaxia de Andrómeda; lo que  ha ocurrido  también  con partes de la anatomía humana, como monte de Venus, talón de Aquiles, y el hueso ilíaco debe su nombre a la ciudad Ilión o Troya, escenario de la mítica guerra narrada por Homero en la Ilíada. Hermes y Afrodita, semidioses griegos, han aportado la denominación para los seres humanos que nazcan con caracteres masculinos y femeninos, a la vez: hermafrodita. También la sicología ha nutrido su léxico con hechos y personajes mitológicos: Complejo de Electra, Complejo de Edipo o la caja de Pandora.

Algunos objetos tienen valor simbólico en una determinada actividad laboral o para representar tendencias ideológicas, mientras para otros sectores ese mismo objeto no constituye más que un instrumento de trabajo.  El martillo, por ejemplo,  es una herramienta fundamental de la carpintería y para quienes no ejercemos ese oficio, el martillo se reduce a un utensilio con el que a lo más, introducimos un clavo para colgar un cuadro en la pared. Por igual una herramienta agrícola, la hoz, empleada para segar trigo, arroz y hierbas, no puede significar para el trabajador agrícola nada más que un recurso material que facilita su labor de recolectar  mieses y  eliminar malezas. Sin embargo, es ampliamente conocido que estos dos utensilios, juntos, ostentan la representación gráfica de la doctrina comunista. Pero la hoz y  el martillo no constituyen símbolos, en el sentido metafísico. Ocurre lo mismo con las luces del semáforo, sus colores significan “pare” (el rojo) y “pase” (el verde), pero fuera de ese contexto esos colores presentan otras simbologías: rojo, pasión; verde, esperanza.

Carl Gustav Jung (citado por J. E. Cirlot) dice que  “… toda la energía e interés que el hombre occidental invierte hoy en la ciencia y en la técnica, consagrábala el antiguo a su mitología” (pág. 18). De hecho, otros autores afirman que el simbolismo es anterior a la historia. El objeto físico necesita un traslado a lo metafísico para que pueda funcionar como símbolo, hemos inferido.

La simbología es una rama de la lingüística, ciencia que estudia el lenguaje, y que no se ocupa de objetos. De ahí que palabras como mitra (prenda con que se cubre la cabeza el obispo en las solemnidades) con todo y lo que significa en los rituales católicos no representa un símbolo para ser tratado en un diccionario de esta materia. A ese respecto conviene destacar una observación de Bruno Rosario Candelier, en el prólogo de su libro: “Cada saber tiene su propia simbología. Hay que agregar que  cada lengua tiene también la suya. En la literatura dominicana hay un caudal de símbolos que este diccionario selecciona, describe y ejemplifica. En ese sentido, la simbología se clasifica según el área de su competencia. La simbología religiosa, por ejemplo, estudia los símbolos que intervienen en una creencia o práctica ritual o confesional. De igual manera la simbología del folklore, de la culinaria o de otra vertiente de la idiosincrasia de un país se ocupa de los símbolos que representan dichos aspectos dentro de la vida social, histórica, lingüística, antropológica y cultural. La simbología de una cultura comprende el estudio de los símbolos que permiten reflejar su mentalidad cultural” (Rosario Candelier, pág. x).

Puedo ilustrar este asunto a partir de dos vocablos de amplio contenido simbólico y que a su vez representan visiones contradictorias. Me refiero a las voces sombra y luz, incluso desde la elementalidad semántica. Sombra es en el sentido denotativo falta de luz. Pero la sombra, hay que decirlo, simboliza la maldad y el misterio.  La obra de bien se realiza bajo la luz,  mientras la tiniebla es  ambiente propicio para perpetrar el crimen: “Pedro el Cruel anda  mayormente de noche. Parece que no soporta los fulgores del sol…” (Pedro el Cruel, pág.  14). En cambio, la luz es la fuerza física que permite ver los seres y las cosas. Antónimo de tiniebla. En términos metafóricos, luz es ciencia y saber: “Pedro Henríquez Ureña fue   hombre de muchas luces”.  La luz representa el camino correcto, íntimamente asociado con la verdad, por oposición  la oscuridad se vincula con la confusión, la cual a su vez se asocia con la perdición.

La dimensión metafísica de la luz la vincula con el sentido religioso, por eso a Cristo se le representa con la luz. El ritual católico del Domingo de Resurrección se fundamenta en la simbología del fuego, con el cual se espera encender en la feligresía el deseo de las cosas celestiales y así puedan llegar renovados a la “fiesta de la eterna claridad”. La luz de Cristo es  simbolizada en el cirio pascual  y cada feligrés lleva una vela encendida. “Ustedes son la luz del mundo”, había dicho Jesús a sus discípulos. La luz trasciende el misterio y despeja la confusión: “El personaje del que ha oído usted hablar, por boca del pueblo, es un ser de la tiniebla  y en ella  está condenado a permanecer. Nuestra prédica se fundamenta en la luz, porque Cristo es la Luz del mundo y a Él le viene del Padre, que es fuente infinita de luz. De luz está hecho el rostro de Dios, se trata de una luz como  ninguna, esta no quema ni enceguece como las luces creadas por el hombre. Se trata de algo superior y muy elevado y nada fortuito resulta   el hecho de que  en la creación del mundo, el Señor haya iniciado separando la luz de las tinieblas. Nuestra misión en la vida es difundir la luz, cuya presencia diluye el principal recurso de la oscuridad que es la ignorancia”. (R. Peralta Romero, Pedro el Cruel, pág. 65).

En la parte introductoria del Diccionario de símbolos, titulada “Voces y sentidos de un glosario de símbolos”, el doctor Bruno Rosario Candelier hace las siguientes precisiones: “El término simbología (del griego symbolon, “signo”, y logos, “estudio”) es una rama de la lingüística que estudia el caudal de símbolos, razón por la cual constituye una parte especializada de la semiología, ciencia que se ocupa del estudio de signos y símbolos de una comunidad, una disciplina o una cultura. Un símbolo es la representación sensorial de una idea que guarda un vínculo  convencional y arbitrario con su objeto de referencia. La noción de simbología sirve para identificar al sistema de símbolos que encarnan los diferentes elementos de su representación. En tal virtud, se puede hablar de la simbología de cualquier rama del saber, con los íconos o representaciones graficas que permiten reconocer cada elemento significativo”  (pág. ix).

Lo que acabamos de leer indica que el simbolismo se basa en ideas, creencias y expresiones espirituales. Ahora, no se pretende dejar en las mentes de ustedes que lo simbólico sea ajeno a la realidad, sino que el símbolo es una rama del pensamiento humano. Y vale recalcar que lo simbólico no excluye lo histórico,  aunque le es indispensable lo metafísico. Por esta razón es que resulta fácil colegir que los símbolos están asociados al sistema de creencias de los pueblos. Así, por ejemplo,  la palabra “melocotón” que para los dominicanos es solo una fruta exótica, en las culturas orientales tiene un valor simbólico muy arraigado. Me permito citar al respecto lo que plantea Hans Biedermann (Viena 1930-1990) en su libro también titulado Diccionario de símbolos: “En la antigua China, el melocotón (t’ao) se consideraba un símbolo de la inmortalidad o de la longevidad, y la flor de melocotonero era el símbolo de frescas muchachas, pero también de mujeres ligeras y de la ‘locura de la flor de melocotón’, eufemismo para designar la confusión de sentimientos que hay en la pubertad”. (pág. 301).

De niño he escuchado que la masonería se ha valido de los instrumentos de carpintería para integrar un sistema de signos que le permita comunicarse entre sus adeptos. Verbigracia, la paleta, llamada “plana” en el español dominicano,  es un objeto de gran importancia en la masonería  y es comparada a la “piedra ya labrada”, es decir a la persona que ha superado  el grado de aprendiz” (Bierdemann, pág. 342). ¿Y las personas? ¿Puede asegurarse, como ocurre frecuentemente en los medios de comunicación, que un ente humano constituya un símbolo? Los comentaristas de espectáculos suelen citar a la actriz estadounidense Marilyn Monroe como un símbolo sexual, pero también he escuchado recientemente, que  el veterano actor Salvador Pérez Martínez ha sido definido como un símbolo del teatro dominicano. Tal vez don Pera no sea un símbolo, pero  sí un ícono, de lo que no hay  dudas es de que el teatro  ha sido tratado como un símbolo. El teatro, como símbolo de la ficción del mundo y de la vida, lo encuentra Bruno Rosario Candelier en un texto de Domingo Moreno Jimenes, citado en la entrada TEATRO: “Ficción del mundo y de la vida: “¡Ya ven! Me absorbo en un monólogo teatral/cuando todos los sortilegios de mi sentir/están sacudidos por una armonía plena. /Saludo la inmensidad con monosílabos/ y tengo kilómetros de términos para rotular una amiba./ Soy un caos, pero un caos que todavía habla y siente…/Mi amada ayer, aquí se cernió entre crespones,/y hoy la niebla de su ausencia,/no me deja vislumbrarla, ni estando presente. / Yo mismo estoy ausente de todo lo que toco, anhelo o miro. / Apuro la verdad de mis ancianos que se decían sordos y ciegos, / ante la incredulidad de la gente que no se siente anciana, aunque estoy muchas veces más sordo que el sordo, / y con una ceguedad más abismal que la del mismo ciego” (Rosario C., p. 438).

Unos símbolos tienen alcance universal y otros se limitan a un ámbito determinado. Algunas palabras, como luz, crepúsculo, agua, fuego o rosa se prestan para aparecer en cualquier compilación de carácter simbólico sin importar la lengua  y la cultura  en las que se elabore. Los poetas de todo el mundo se han ocupado preferentemente del  crepúsculo vespertino para simbolizar la opacidad, la tristeza, la vejez  o el final de la vida. Los griegos y egipcios antiguos  vivieron convencidos de que el Occidente, el lado por donde se oculta el sol, es lugar de malos espíritus, que allí se sitúa Satanás.  La muerte del Sol equivale al reino del diablo, pensaban. En el poema “La hija reintegrada”, Moreno Jimenes, exhibe un impresionante despliegue de símbolos, en los que el crepúsculo  siempre se asocia a la muerte.  En la octava estrofa aparece la primera comparación de la muerte con la oscuridad: Hija mía, para ti la mañana no será clara ni fresca;/verás envuelta el alba en la noche,/y las cosas de mayor transparencia/ tomarán ante tus ojos la actitud de un largo crepúsculo”.

“Largo crepúsculo”, dice el poeta. Es que para su dolor no bastaría un crepúsculo ordinario, sino uno prolongado y desconcertante. En el Diccionario de símbolos de Bruno Rosario Candelier el crepúsculo es definido como un símbolo de dolor, desesperación y muerte. El poema de Moreno Jimenes es un eje fundamental para la conceptualización de esta entrada, a propósito de la cual  quiero decir –aunque parezca vanidoso- que el maestro Rosario Candelier  ha citado en el  desarrollo de este artículo mi ensayo titulado “El crepúsculo y el poema de la Hija reintegrada”, publicadoen el diario El Nacional (pág. 113).

Para Bruno Rosario Candelier, “El símbolo es un valor agregado que otorga a la cosa asumida como representación otra dimensión, como sucede con fuego, puente o espada” (pág. xi). Desde ese punto de vista, símbolo no es un objeto material, como las insignias que indican los rangos militares, las banderas y logos que representan los partidos políticos o los colores que identifican equipos de béisbol. El símbolo, dice Rosario Candelier, “es una connotación metafísica y espiritual de la cosa simbolizada, ya  que la dimensión simbólica es intangible. No es visible como una cruz o una lanza, pero tiene un valor simbólico” (pág. xxii).

Lo simbólico se establece por la relación entre lo material y lo espiritual (idea, sentimiento). El símbolo es una categoría superior al signo y al icono. Conviene recordar el significado de estos dos vocablos. Signo: “Objeto, fenómeno o acción material que, por naturaleza o convención, representa o sustituye a otro”. Ícono: “Signo que mantiene una relación de semejanza con el objeto representado; p. ej., las señales de cruce, badén o curva en las carreteras”.

La simbología ha estado presente entre nosotros, de algún modo inconscientemente, es a partir de ahora que contamos con un libro que se ha elaborado con el fin de destacar este renglón de la cultura dominicana. Hay que decir cultura, más que literatura porque el simbolismo abarca, además, lo filosófico, lo antropológico, lo sociológico, lo teológico, el arte y las costumbres.

Al citar símbolos de carácter universal  me asalta un  interrogante: ¿Es la rosa un símbolo universal? Biederman afirma que de la sangre de Adonis, amado de Afrodita, según la mitología griega, se formaron las primeras rosas rojas, símbolo del amor que va más allá de la muerte y renacer (Bierderman, pág.402). Cirlot, investigador de los símbolos, señala que “La rosa única es esencialmente, un símbolo de finalidad, de logro absoluto y de perfección. Por eso puede tener todas las identificaciones, que coinciden con dicho significado, como centro místico, corazón, jardín de Eros, paraíso de Dante, mujer amada y emblema de Venus” (Cirlot, pág. 392).

¿Qué dice al respecto el Diccionario de símbolos de Bruno Rosario Candelier? Considera que la rosa es un signo y un símbolo, que hablan por sí mismos. Nuestro autor dedica tres páginas al significado simbólico de la rosa. Cita a los poetas Franklin Mieses Burgos y Mikenia Vargas, como al neurólogo José Silié Ruiz y su propia obra El sueño era Cipango, como pruebas argumentales de su aserto. Rosario afirma que “La rosa es el más sublime símbolo de la belleza sensorial en representación de lo que anhela el corazón humano”.  Para este fino cultor de la palabra y el pensamiento, “La rosa es también fuente de reflexión metafísica, estética y simbólica de la realización plena y de la belleza ideal” (Rosario Candelier, pág. 386).

De alguna manera, quizá sin proponérnoslo, hemos venido tocando, a veces de soslayo, las diferencias metodológicas de Bruno Rosario Candelier con otros catalogadores de términos simbólicos. Cada artículo contenido en su Diccionario de símbolos ha sido desarrollado con sujeción al decálogo que transcribo a continuación:

1.- Definición del significado básico o valor literal de la palabra. 2.- Consignación del valor metafórico. 3.- Identificación del valor simbólico. 4.- Clasificación según el ámbito del saber (ling., med., relig., lit., folk., psic., fil., filolog., mit., metafísica, mist., teol., astr., agr., dep., mús., arq., der., fis., hist., antrop., soc., etc.). 5 Consignación gráfica con abreviaturas en negritas. 6.- Ejemplificación o ilustración textual (cita textual de una obra). 7.- El ejemplo de ilustración se entrecomilla y se cita la fuente. 8.- La palabra clave que aparece en la cita, se destaca en negritas. 9.- Si se pone más de un ejemplo, se subdividen a partir de su numeración. 10.- La enumeración de cada nivel se consigna en negritas (pág. xvii).

La obra inicia con la palabra abeja y termina con la dimensión simbólica del vocablo zafacón. ABEJA 1.- Insecto volador que vive en colonia con su congénere en cuya colmena produce miel. 2. Voz comparativa que pondera la disposición al trabajo. 3. Agr. Símbolo de laboriosidad, eficiencia y perseverancia: “Ante las preguntas sobre estos insectos, esta mujer no puede ocultar la pasión que siente por ellos, a los cuales cataloga como una “sociedad perfectamente organizada, donde cada quien hace lo que le corresponde y aunque sea muy poco lo que cada uno pone, se logra el objetivo”, comenta emocionada (pág.1). Del vocablo ZAFACÓN, un dominicanismo que por su etimología debería escribirse con ese y no con zeta, dice lo siguiente: 1. Recipiente de la basura. 2. Alusión metafórica a lo que ya no tiene sentido: “Lo tiraron al zafacón de la historia.3. Antrop. Símbolo de lo que no sirve ni merece reconocimiento o distinción”. (pág. 487).

Este libro, de cuyo lanzamiento tenemos hoy el privilegio de ser testigos, constituye una muestra fehaciente de que la investigación también es creación. Bruno Rosario Candelier ha erigido un monumento que no se avizoraba en el horizonte cultural dominicano,  ha  creado algo con lo que no contaban las letras dominicanas. Crear, dice el Diccionario de la lenguaespañola, es “producir algo de la nada”. Pero esa definición no me satisface, aplicada a la nueva publicación del filólogo mocano, pues este libro no surgió de la nada, no procede de un acto de magia, sino que es producto de búsquedas acuciosas  en todos los rincones del saber humano. Prefiero justificar mi consideración de que es una obra de creación amparada en la segunda acepción que ofrece el Diccionario de la lengua sobre el verbo crear: “Establecer, fundar, introducir por vez primera algo; hacerlo nacer o darle vida, en sentido figurado”. Todos estos verbos son plenamente aplicables en relación con la aparición del libro que hoy presentamos. El Diccionario de Símbolos no es obra común ni pasajera, no es publicación de ciclo corto, sino un texto llamado a perdurar y que  conlleva la misión de contribuir a que los dominicanos conozcamos más de nuestro perfil como pueblo, y al mismo tiempo apreciemos  la vinculación de nuestras creencias y formas de ser con las concepciones predominantes del universo.

Por lo que llevo dicho, encuentro razones para considerar que con elDiccionario del español dominicano y el Diccionario fraseológico, publicados respectivamente en los años 2013 y 2016, el Diccionario de  símbolos constituye una trilogía demostrativa de que la Academia Dominicana de la Lengua, con cuya iniciativa, y al amparo de la Fundación Guzmán Ariza,  han aparecido las tres obras,  vive su mejor momento de productividad intelectual y bibliográfica.

Si algo fuera a reprobar a Bruno Rosario Candelier por este trabajo, lo haría con voz atenuada, tan poco perceptible que no alcance a generar la menor roncha. Observo que la premura con la que asumió esta labor no es para ser elogiada, pues una obra de esa naturaleza demanda su tiempo. Lo otro lo proclamo en voz alta: con el Diccionario de símbolos Bruno Rosario Candelier dota a las letras dominicanas de una obra nunca soñada por los lectores, quizá tampoco por la comunidad intelectual y probablemente considerada una quimera por muchos escritores e investigadores. Aquí está el Diccionario de símbolos, una aleación perfecta de nuestra cultura literaria con el  imaginario popular y ejemplo de la más alta función de las palabras, en la que los creadores literarios interpretan el sentimiento del común de los hablantes.

Otros diccionarios, ocupados en el tema de los símbolos, enfatizan en signos, íconos y otras representaciones montadas en objetos materiales. El de Bruno Rosario Candelier, que -como he dicho- abarca desde ABEJA hasta ZAFACÓN, es constante en abordar las tres dimensiones de las palabras: denotativa, connotativa y simbólica. Nuestro autor prefiere “descifrar la voz de las cosas” con visión de filólogo y de metafísico, y este procedimiento le ha permitido estructurar un libro que no tiene precedente en República Dominicana y que era necesario, aunque no esperado, como la visita que no tocó el timbre, que aparece en la comedia de Calvo Sotelo.

Por los símbolos asomamos al misterio como a una casa cuyo interior captamos por una puerta entrejunta. El símbolo alcanza más que la metáfora. Juan Eduardo Cirlot, en el prólogo de la primera edición de su Diccionario de símbolos, justifica su inclinación por esta actividad con estas palabras: “Nuestro interés por los símbolos tiene un múltiple origen; en primer lugar, el enfrentamiento con la imagen poética, la intuición de  que detrás de la metáfora, hay algo más que una sustitución ornamental de la realidad…” (pág. 13).

Con el Diccionario de símbolos de Bruno Rosario Candelier, la República Dominicana ingresa al exclusivo círculo de las naciones que cuentan con semejante recurso intelectual. Y esto es bueno saberlo y hacerlo saber.  Con lo que llevo dicho, queridos amigos, me parece haber expresado buena parte de lo que sobre este libro me propuse expresar. Es común, todos lo hemos visto, en las presentaciones de libro cerrar la disertación con una felicitación al autor, la cual suele incluir, como colofón, la palabra enhorabuena. Pero no por esa razón congratulo al doctor Rosario Candelier, ni es por eso que con justificado alborozo proclamo: ¡Enhorabuena, Bruno!

El Diccionario de símbolos, de Bruno Rosario Candelier

Por Roberto Guzmán

Para mí es un placer y un honor poder conversar sobre este diccionario porque hay algo que quizás muchos de ustedes ignoran y es que soy un lector y coleccionista de diccionarios. No solo los consulto, sino que los leo de principio a fin, aunque, naturalmente, me tomo el tiempo que eso requiere.

Carl Jung afirma en su libro acerca de los símbolos de los hombres, que la historia del simbolismo muestra que cualquier cosa puede asumir un significado simbólico. Después de esa introducción el famoso sicólogo nombra algunas de las cosas y objetos, naturales o creados; así como conceptos abstractos que son símbolos. Al final del párrafo él escribe: “Todo en el cosmos es un símbolo en potencia”.

Este aserto hace que desde el principio se entienda que la confección de un diccionario de símbolos es una gran tarea. Por fortuna este diccionario de símbolos se ha circunscrito a los que aparecen en literatura; con la gran ventaja de que otorga un espacio preferencial a los escritores dominicanos. Esta clase de diccionario clamaba por su confección, pues el ser humano cuenta con la habilidad de procesar material en el nivel simbólico de una manera que parece que es innata. La cultura misma se desenvuelve alrededor del lenguaje y otras formas de símbolos.

No hay que sorprenderse si se encuentran ejemplos extraídos de publicaciones periódicas, pues como afirmó Jung, cualquier tipo de cosa puede ser un símbolo. Puede decirse que Bruno Rosario Candelier ha desenterrado símbolos insospechados que se encontraban ocultos dentro de los párrafos de literatura. Esto último es solo una parte del valor de este diccionario, aunque no la de menos importancia.

Para compilar uno o más diccionarios hay que ser un apasionado. El señor Rosario Candelier ha dado pruebas fehacientes de sentir pasión por este tipo de labor, amén de las demás tareas que ocupan su ya comprometido tiempo.

En tanto que este es un Diccionario de símbolos, está organizado de manera alfabética. Este trae las imágenes de los conceptos que pueblan la literatura. En su calidad de símbolos estos difieren del significado de las palabras que los expresan, así se evidencia que los símbolos son algo que recuerdan otra cosa a los humanos. La alegoría de que se sirven los escritores citados en este volumen hace referencia de modo oblicuo a la intención que persigue el autor de esta; sin embargo, logra calar en el ánimo del lector, tal y como lo destaca Bruno Rosario Candelier.

De manera muy personal se entiende que el orden alfabético que el diccionario impone ha salvado al autor del diccionario del doloroso trabajo de tener que jerarquizar u organizar estos símbolos de otro modo. Este es un diccionario con el énfasis puesto en la literatura dominicana. Se recuperan en este los símbolos que han esparcido los escritores dominicanos a través del tiempo; al hacerlo, el autor del diccionario los sitúa en el ámbito literario y los explica. Los símbolos así analizados tienden a adquirir carácter general; en otras palabras, tienen vocación para ser universales.

Lo que se pone de relieve por medio de este diccionario son las palabras o sintagmas que adquieren la categoría de símbolos, es decir, los que se alzan con un sentido otorgado por la imaginación a través de la sugerencia que implican. El símbolo que se considera en este diccionario es el resultado de la imaginación del escritor que espolea la memoria y la sensibilidad del lector, para dejar una impresión que establezca la relación entre el valor primero de la palabra escrita y la idea que evoca.

Los símbolos suponen un esfuerzo que puede a veces ser mínimo, pero en otras oportunidades puede requerir una intelección más educada de parte del lector. En algunas ocasiones, en la literatura ha sucedido que algunos símbolos creados como producto de las circunstancias se erigen en la representación aceptada por la mayoría de los hablantes.

El símbolo logra despertar en las mentes de quienes los reciben un concepto moral, intelectual, o de otra índole que se evoca con naturalidad en la medida en que penetra en el intelecto del lector. Del mismo modo en que el símbolo deja huellas en la memoria se incorpora al acervo cultural de la sociedad y se hace de un sitio que conquista por su poder de evocación.

La intuición a través de la cual el lector percibe el sentido del símbolo le viene como resultado de los conocimientos previos, de la cultura y del grado de sensibilidad que posee. En muchos casos solo el entendimiento de la lengua suministra los elementos para discernir el símbolo. Hay que convenir en que esa cultura que se menciona es una organización de contenidos que se descubre con la ayuda del lenguaje y las conductas significantes. Esto claro, sin olvidar lo que A. J. Greimas observa, que el lenguaje en sí es misterioso, pero que no hay misterios en el lenguaje.

En literatura, sobre todo en el género poético la habilidad para aprehender los símbolos que permean la escritura se desarrolla con la lectura, pero este diccionario hará más fácil encontrar las explicaciones de estos y aguzar la percepción sensible para aprehenderlos por los sentidos en lecturas futuras. Además, esta obra no solo trae el símbolo al cual se adhiere el sintagma, sino que al incluir otros datos colabora con la inteligencia de los escritos.

En este diccionario hay rasgos de lexicón ideológico por el contenido de conceptos y por las explicaciones que contiene. Eso se entiende si se piensa en las explicaciones que ayudan a captar las analogías que permanecen en los intersticios de los textos citados. Es bueno recordar que el símbolo obtiene su poder de representación en virtud de la motivación que los hechos o la ficción crean a su alrededor. De esta guisa el símbolo representa otra cosa como consecuencia de una correspondencia analógica captada intelectualmente por el destinatario.

Una de las tareas principales que tiene una lengua es contribuir a crear una imagen de la realidad, a ayudar a ofrecer una representación de esta realidad que coincida con lo que el escritor plantea. En este aspecto el lenguaje y el pensamiento se condicionan recíprocamente. Estos símbolos así madurados reflejan la cultura de la cual dependen, en la cual se originan. Estos símbolos tratados en este diccionario hacen más interesante el conocimiento de las cosas, pues transmiten apreciaciones y opiniones que contribuyen con la cultura e iluminan el pensamiento propio. Se logra aprehenderlos gracias a un proceso educado de percepción. Los símbolos tienden a ser expresiones sintéticas, expresivas, propias de la conciencia humana. En el caso de los símbolos, las palabras vertidas funcionan en tanto claves para dar testimonio de una percepción que puede ser generalizada. El autor lanza sus ideas para sintonizar con el pensamiento y la percepción de los demás. No se trata en estas situaciones de comunicar solo reflexiones, sino intuiciones también.

Este diccionario tiene vocación de diccionario pedagógico, pues al tiempo que introduce a quienes lo consultan a familiarizarse con los símbolos y los medios en los cuales surgieron, coadyuva a fomentar la sensibilidad que permite intuir en el futuro los símbolos ocultos en la realidad de la vida. Los símbolos no se generan a partir de hechos aislados, muy al contrario, brotan en medio de discursos, situaciones, circunstancias que incitan la intuición y abren la posibilidad para que se produzca la aceptación de estos. Esto se consigue partiendo de las posibilidades que ofrece el lenguaje. Quien escribe crea adaptándose a situaciones, componiendo bajo el esquema conceptual del lenguaje.

En general para comprender las palabras es necesario conocer también las cosas a las cuales se refieren las palabras, Del mismo modo, los símbolos no pueden separarse de los fenómenos culturales que los ven nacer, y, se entienden juntos con estos. La significación del símbolo depende de su contexto. Luego, una vez que se asienta en la cultura, pasa a adquirir valor reflejo que los hablantes aprueban y admiten integrándolo con el uso en el lenguaje. El sentido del símbolo se forma como resultado del uso que adquiere al integrarse en el léxico de los hablantes.

En algunas ocasiones los símbolos son hipérboles de términos y cosas que los autores hacen suyos, los destacan, los capitalizan y le imprimen carácter singular para distinguirlos de la noción cerrada de la cual él las desprende. Lo que hace el creador en estas situaciones es que enfoca los objetos desde otra perspectiva, observados desde otro punto de vista.

En poética, los sentimientos, las emociones, los toma el poeta en tanto motivo para exaltar un símbolo e insertar una imagen diferente del mismo referente. Se atribuye el artista el derecho de presentar el mundo con significaciones diferentes de las cognoscitivas. Para conseguir este efecto acude a las significaciones culturales.

El fenómeno del símbolo se produce cuando la percepción del lector u oyente identifica la percepción con el concepto. Puede suceder que un símbolo migre de un contexto a otro, a voluntad de la masa de los hablantes, siempre y cuando no se desvirtúe su sentido primero. Esto se explica cuando se piensa que el lenguaje expresivo transmite una visión de las cosas, así como sentimientos y actitudes. De esa suerte se llega a un mundo poblado de imágenes y no de objetos llamados por sus sentidos propios.

La imaginación poética se sirve del simbolismo como de un instrumento privilegiado de reflexión y conocimiento. Este proceder se desprende de una exigencia desesperada en que se encuentra el poeta para conciliar sus sentimientos con la consciencia. Se encamina con esta conducta hacia una transmisión exacta normada por las inferencias. El símbolo puede ser el resultado de un momento en el pensamiento del escritor en el que el vocabulario de los conceptos no le basta para expresar sus percepciones y ahí decide denominar eso creando un símbolo que trasciende hacia el futuro. Este tipo de reacción del escritor acontece cuando el lenguaje conceptual no satisface las ansias existenciales que acompañan el desgarro que se produce en las estructuras profundas de la realidad, es el producto de una intuición intelectual.

Una característica del recurso al simbolismo es que añade un nuevo valor a un objeto o a una acción, sin que por ello amenace los valores propios e inmediatos de estos conceptos, de los cuales el creador se apropia para generar la idea del símbolo. La meta final del recurso al símbolo es tomar la percepción que se siente y llevarla al lenguaje concreto por medio de la realidad referencial, sin que esta pierda su naturaleza, diluida en la función referencial. El lenguaje permite que se expongan con gran densidad las emociones y, las representaciones individuales, aun cuando estas sean de carácter personal. El símbolo es el medio más idóneo para esta concretización objetiva.

Puede suceder que si el símbolo no trascienda, si este no alcanza a esparcir de modo suficiente su campo de acción, otro autor puede retomarlo sin otorgarle a este una significación idéntica. De esta manera el acto creativo no muere cuando el intento de un escritor no prospera, pues puede haber un relevo de la mano de otro creador de símbolos e imágenes. Esto es así porque el pensamiento tiene en sí un gran poder de creación e inferencia.

El símbolo parece más bien ser la expresión inseparable de una experiencia en la que la afectividad desempeña el papel de conocimiento. Puede añadirse que en estos casos el símbolo es una expresión espontánea. El símbolo establece la comunicación cuando puede ser percibido o interpretado por quien lo lee u oye. El lenguaje desempeña en estos casos, así como en general, su papel de herramienta indispensable del conocimiento. Solo el lenguaje puede cumplir esta función y lo logra muchas veces mediante el empleo de los símbolos, sobre todo, cuando parece que las palabras con sus sentidos propios no bastan para transmitir el pensamiento asociado a las sensaciones. Al final del proceso se produce una figuración simbólica del efecto emocional.

En algunos casos el símbolo se presenta como una representación, mediante una relación más o menos artificial, de algo abstracto, de una idea abstracta, de algo difícil de definir. Para que cumpla con su función este símbolo debe ser fijo y estable, relativamente sencillo, fácil de reconocer. El símbolo jamás será completamente abstracto, y si lo es, será la encarnación de lo abstracto. Esto es algo que solo puede lograrlo la facultad generadora de imágenes del espíritu humano. El símbolo transforma el fenómeno en una idea, la idea en una imagen, de modo que la imagen permanezca, aun cuando la idea sea difícil de explicar. Por suerte en este libro del cual me ocupo hoy, el diccionarista se adentra en los misterios -si los hay- y desentraña la esencia para entregarla ya digerida, si eso se precisa.

Casi siempre la expresión simbólica es una designación abreviada de algo conocido, o aún de algo relativamente desconocido cuya designación se hace dificultosa y, la mejor manera de aprehender la idea es de tomar de ella lo que haya de más simbólico. El símbolo es una parte del mundo del humano, pues es una de las creaciones de los humanos, como ya se expresó. Es pues, la imagen de un contenido que en gran medida se percibe por medio de la intuición. Para que logre su objetivo, el símbolo debe conseguir su efecto sobre el destinatario, forzar la atención de este, así como facilitar la retención de la noción, vale decir, debe cumplir con su cometido de función conativa.

En algunas ocasiones los símbolos no se crean de manera consciente; estos aparecen espontáneamente en el proceso creativo general, especialmente durante el proceso de producción. Estos símbolos significan directamente las concepciones, no usan las cosas como referentes. En esta suerte de lenguaje la comunicación descansa en las estructuras mentales configuradas en el largo proceso de abstracción y generalización que ha tenido lugar a través de la historia de los humanos. La experiencia enseña que los símbolos no necesitan tener sentido lógico para convertirse en la representación de lo aludido. Puede ser una metáfora sin naturaleza lógica. El enlace entre el símbolo y la significación se logra más bien mediante lo emocional, no como consecuencia de una derivación lógica. Algunos recursos a los que llegan los poetas y narradores hacen pensar que el lenguaje recto en algunas circunstancias no es idóneo para expresar las emociones e intuiciones que ellos perciben. Ahora bien, no son solo los literatos quienes recurren a metáforas e hipérboles, pues los sentimientos humanos encuentran salida a través de ese tipo de canal. Esto ocurre en las situaciones en que se desea transmitir emociones, sentimientos o estados afectivos fuertes, en cuyos casos el lenguaje literal o de los hechos desnudos resulta insuficiente.

En el símbolo está implícito lo que el autor de este sugiere, pero se deja al lector la tarea de que absorba la esencia de lo simbolizado. El lector queda con la misión de suplir lo que el escritor -poeta en la mayoría de los casos- insinúa. Por la presentación y organización que Bruno Rosario Candelier le ha dado a su obra el símbolo termina integrado al lenguaje como un hecho social propio de este.

Las figuras del lenguaje poético que llegan a constituirse en símbolos son creaciones para distinguir las cosas que la realidad y el pensamiento introducen en la vida y que solo el lenguaje puede revelar. Los símbolos establecen una relación conceptual en la que se destaca la energía connotativa. Esta se manifiesta avivada por la ayuda de las asociaciones mentales.  No hay que olvidar que el lenguaje es, en efecto, el órgano de transformación simbólica de la realidad. El autor del símbolo orienta la percepción hacia algunos aspectos de su experiencia, al tiempo que lo aparta de lo demás.

Estos símbolos son concretizaciones de metáforas y metonimias que de acuerdo con Roman Jakobson funcionan como matrices generadoras de figuras retóricas que conforman la función simbólica humana. Este empleo de la lengua escapa los límites de la lengua denotativa para incursionar en lo connotativo. Para ese autor la literatura simbolista se desarrolla dentro del eje metafórico. De este modo en el plano connotativo el vocablo del cual se apropia el escritor se convierte en significante. La forma en que opera este lenguaje es utilizando la palabra para abstraer cualidades que propiamente no poseen existencia real obvia.

No cabe duda de que este signo connotativo se constituye creado sobre códigos culturales e ideológicos. Lo esencial aquí es la integración de la idea a lo que se reemplaza. El redactor propone en el símbolo una nueva convención, pues mete una noción nueva para un término ya conocido. Hay que recordar que el lenguaje es un prerrequisito para el desarrollo de la cultura. Las nuevas experiencias culturales hacen necesario que se ensanchen las fuentes del lenguaje, de ahí es de donde salen esos símbolos que en muchos casos son extensiones metafóricas de términos conocidos con otros significados. Esta es una de las razones por la cual en la transmisión de la cultura el lenguaje juega un rol importante, porque define  y expresa el contenido de aquella. La metáfora engendra una relación de semejanza y la metonimia una de contigüidad. La metáfora en sí demuestra con la transferencia de sentido que la palabra es una realidad acumulativa con aptitud para alcanzar nuevos sentidos, sin que ello implique la pérdida de los anteriores. Son estas figuras asociaciones que aportan otros colores a la expresión del pensamiento de acuerdo con los requerimientos de los contextos. Se debe tener pendiente que la fuente más importante de los cambios en el vocabulario se logran mediante la creación de nuevas acepciones, por analogías, que se desprenden de los aspectos contenidos en algunas palabras específicas ya conocidas. Por medios semejantes a estos opera el símbolo, no obstante que no se limita a estos procedimientos.

Sin duda, en los momentos en que el escritor crea un símbolo lo hace apoyándose en una labor de codificación que el lector tiene que decodificar para poder interpretar o entender. De todos modos la comunicación se establece por medio de una mezcla maravillosa de dos sistemas, el simbólico y el expresivo. En este tomo que se estudia aquí los símbolos no se limitan solo a la lengua artística como puede comprobarlo quien lo consulte o lea. El símbolo en muchos casos sirve para comunicar o revelar aspectos de la realidad que de otra manera pasarían inadvertidos por falta de expresión directa del lenguaje. Al convertir un objeto, cosa o algo en un concepto, lo que el autor hace es percibir y transmitir una sensación que ese algo tiene que va más allá de lo que se comprende generalmente. En algunas ocasiones estos símbolos poseen cualidades que no todos pueden captar. Muchas veces el escritor ve la realidad a través de su riqueza interior y le imprime voz a los sentimientos proponiendo símbolos que resumen las sensaciones que experimenta. En casos como estos el lenguaje es algo más que un asunto de palabras, es más que palabras, trasciende las palabras.

No obstante lo laborioso que resulta reunir los símbolos de la literatura dominicana, por ejemplo, el lexicógrafo no se ha conformado con este trabajo. Ha ido más allá, incursionando en una gran variedad de fuentes, por ejemplo, en los artículos periodísticos que se revelan como cantera de material importante de símbolos comunes incorporados al habla diaria.

Antes de terminar desearía destacar algunos símbolos a título de ejemplos. El símbolo corazón toma dos páginas de texto, con ocho acepciones. El vocablo cuchillo ocupa casi dos páginas con siete definiciones. La voz nadase extiende por sobre más de cinco páginas. El nombre Ozama cubre dos páginas. No continúo porque no deseo abusar de la paciencia de ustedes.

Este diccionario es una memoria, una recopilación, una secuencia de datos, informaciones, explicaciones, conceptos. Como en todos los diccionarios en este aparecen las definiciones de los términos que han adquirido la cualidad de ser tenidos en tanto símbolos. No se ha conformado el Dr. Rosario Candelier con las definiciones tradicionales de las palabras que se conducen como símbolos, que son pertinentes para el propósito que persigue, sino que aporta también la acepción del símbolo en cuanto tal. Para corresponder con la parte de la simbología que encierra este diccionario el autor ha tenido que adentrarse en elucubraciones teóricas profundas, pero estas están expuestas de manera sencilla.

Hay en este volumen un gran depósito, un cúmulo muy estimable de informaciones que enriquecen el acervo cultural dominicano al ser expuestos compendiados, reunidos y explicados. Bruno Rosario Candelier sintetiza el impacto de los símbolos en la literatura.

Exhorto a las personas que aún no se han dado a la lectura de este volumen a que hojeen y ojeen esta obra. Se deleitarán al recibir tanta información sobre los símbolos, compendiada y expuesta en un solo libro.

 

Dominicanismos de Manuel Patín Maceo

Por María José Rincón

   Manuel Antonio Patín Maceo nació en Santo Domingo el 17 de septiembre de 1895; hecho del que conmemoramos, pues, el 122 aniversario. Su retrato al óleo preside hoy la Casa de la Academia Dominicana de la Lengua y nos da la bienvenida a todos a la celebración del 90 aniversario de nuestra fundación.

Siempre agradeceremos la donación de este retrato a doña Mari Loli Pérez de Severino, a cuyas manos llegó en su condición de galerista de arte durante más de veinticinco años en Santo Domingo. La historia de cómo el retrato nos ha llegado es digna de su protagonista. Los nuevos administradores del otrora reputado Hotel Comercial, en la calle Hostos a esquina El Conde, encontraron durante su remodelación, arrumbado en un almacén este retrato y un antiguo álbum de fotografías.

En torno a la barra del Hotel Comercial, regentada por Juan Chea, se congregaba una tertulia de conocidas figuras capitaleñas. Una tradicional peña, plagada de contertulios intelectuales, abogados, empresarios, arquitectos, escritores y artistas plásticos, pintores, escultores, caricaturistas, germen de movimientos literarios y pictóricos. [Pintores como Tomasín López Ramos, Gilberto Hernández Ortega (surrealista, maestro de toda una generación de artistas), José Ramírez Conde, Virgilio García, Plutarco Andújar, Iván Tovar, Luichi Martínez Richiez, León Bosch, Eligio Pichardo, Joaquín García de la Concha; periodistas, como Gregorio García Castro, empresarios, como Manolín Alfaro o Frank Salcedo, abogados, como el puertoplateño Víctor Almonte, caricaturistas como Miches Medina, cuyas caricaturas de los personajes que visitaban la barra colgaban en las paredes del establecimiento; arquitectos como Gay Vega, Manolito Baquero, Gay Frómeta, Sancocho Marranzini; doctores, Rafaelito Martínez, Pedro Cruz].

La tertulia se celebraba como lo merecen todas las actividades realizadas con seriedad: en doble tanda con un receso, de 12 a 3 y de 5 a 10, hora en que el chino Chea, como nos cuenta José del Castillo, armado con un matamoscas espantaba a los contertulios al grito de «Fuera, borrachos».

Nunca sabremos si el principal aliciente de la peña eran los reputados ajíes rellenos de picadillo de su comedor, de los que se rumorea que eran los mejores del país. Tal vez el éxito se debía a que cada quien tenía su propia botella reservada, «cual medicina indispensable identificada con el nombre del «paciente» sobre un esparadrapo- en esta suerte de botica mágica».

En esta tertulia se encontraron Manuel Antonio Patín Maceo y Radhamés Mejía, el autor de su retrato, un destacado pintor y escultor. Desconocemos si el retrato fue fruto de un encargo, si fue una obra motu proprio o incluso si se trata de un retrato póstumo, pero con singular maestría Mejía logró que del lienzo emane la personalidad de nuestro primer lexicógrafo.

El 12 de octubre de l927 fue fundada la Academia Dominicana de la Lengua, por iniciativa de monseñor Adolfo Alejandro Nouel, arzobispo metropolitano de Santo Domingo. Nuestra Academia quedó integrada por doce miembros: presidida, por Monseñor Nouel, con  Alejandro Woss y Gil como vicepresidente y Federico Llaverías como secretario, la formaban como miembros de número Cayetano Armando Rodríguez, Manuel de Jesús Troncoso de la Concha, Alcides García Lluberes, Félix María Nolasco, Bienvenido García Gautier y Montebruno, Andrés Julio Montolío, Rafael Justino Castillo, Arístides García Mella, y Manuel Antonio Patín Maceo, que ocupó hasta su muerte el sillón F.

Como un juego literario protagonizado por las fechas señaladas. el 27 de febrero de l932 la Real Academia Española la acoge como academia correspondiente, aceptación refrendada en un acto celebrado en la antigua Casa de España de Santo Domingo, con la incorporación de seis nuevos miembros, entre los que se encontraban Max Henríquez Ureña, Ramón Emilio Jiménez, Enrique Henríquez, Rafael Conrado Castellanos, Juan Tomás Mejía Solier y Manuel de Jesús Camarena Perdomo.

Patín Maceo confesaba (Confesiones, 1925) que él acostumbraba a «mezclar el pensamiento con los latidos de mi corazón». Quizás por eso era Patín un apasionado confeso del Quijote, al que cuentan citaba largamente, y dueño de un particular sentido del humor, destacado por su hijo Enrique y por muchos de los que lo conocieron y fueron sus alumnos, fruto de su visión de la vida y de su conocimiento del ser humano.

Combinando humor y amor al Quijote decía Manengo, como era llamado afectuosamente, «en el patriotismo (a lo menos en el nuestro) suelen confundirse don Quijote y Sancho Panza; no es raro que el patriotismo se vea trasladado del alma al estómago. Por eso hay que poner a los patriotas de oficio en detenida cuarentena».

Patín Maceo demostró su patriotismo de alma con la redacción de su obra lexicográfica que representa, desde nuestro punto de vista, la obra fundacional de la producción lexicográfica dominicana y fundamental para entender nuestra lexicografía hasta nuestros días.  Una obra producto de la toma de conciencia de la autonomía de las variantes del español americano respecto al español peninsular y que destaca entre las restantes obras dedicadas al léxico dominicano, en el mismo periodo histórico e incluso entre algunas posteriores, por su vocación de descripción general del léxico diferencial, sin aplicación de criterios restrictivos.

La obra Dominicanismos fue publicada por primera vez en 1940, con los auspicios de la Academia Dominicana de la Lengua. Agotada esta edición, en 1947 vio la luz una segunda. El texto íntegro de esta segunda edición fue el utilizado por la Sociedad Dominicana de Bibliófilos para publicar una tercera en 1989. En esta ocasión se añadió la obra Americanismos en el lenguaje dominicano, que estaba inédita en forma de libro, componiendo ambas el tomo titulado Obras lexicográficas, considerado en su conjunto como «la base para los estudios contemporáneos del vocabulario y la expresión lingüística de los dominicanos».

Hasta la aparición de la obra de Patín Maceo solo contábamos con elDiccionario de criollismos de Rafael Brito, publicado en San Francisco de Macorís, en 1931, y que no deja de ser un glosario más bien rudimentario, compuesto por un aficionado, de usos propios del Cibao, especialmente usos fonéticos, que priman sobre los usos léxicos diferenciales.

Si atendemos a los criterios para la clasificación tipológica de un diccionario, la obra de Patín Maceo compone un diccionario de lengua dedicado al vocabulario dominicano contemporáneo a él mismo. Un diccionario restringido  que se centra en el estudio del léxico de la variedad dominicana del español, como variante diatópica, al que, a su vez, se aplican distintos criterios para producir la diferenciación dominicanismos y americanismos en uso en la República Dominicana. Así se constituye su obra en un diccionario dialectal con dos partes, claramente definidas: a) las palabras y expresiones, o sus acepciones, que se reconocen como de uso exclusivo de la variedad dominicana; y b) las palabras y expresiones, o sus acepciones, cuyo uso no se considera exclusivo en la República Dominicana, sino que aparecen también en otras variedades del español. Como telón de fondo se mantiene siempre el criterio contrastivo fundamental: los elementos incluidos no deben tener uso en el español peninsular.

Las cifras  hablan por sí solas de su trabajo: la obra Dominicanismosestá compuesta por 2666 entradas; mientras que los Americanismos en el lenguaje dominicano incluye 1765 artículos; un total de 4431.

Si consideramos la obra de Patín desde el punto de vista del nivel lingüístico contemplado, podemos describirlo como un híbrido entre el diccionario de uso y el diccionario prescriptivo. En él aparecen las dos tendencias tradicionales en los diccionarios dialectales del español de América: la inclusión de términos y acepciones diferenciados geográficamente y el interés preceptivo de corregir las palabras o giros considerados incorrectos por su falta de apego a la norma que en ese entonces se consideraba directriz: la norma del español hablado en España. La vocación docente de Manuel Patín Maceo diseñó la macroestructura de su obra con una doble vertiente: el testimonio de los dominicanismos y el registro, con una finalidad normativa y correctora, de los términos que él consideraba barbarismos. Esto responde a una tradición muy asentada en los diccionarios del español americano hasta bien entrado el siglo XX. De los 2666 artículos lexicográficos de Dominicanismos, 218 corresponden a artículos que podríamos considerar normativos, lo que representa un 8,17 %. Pero estamos ante un criterio normativo en una versión particular. No se trata de no incluir usos considerados incorrectos para que no se vean sancionados por el diccionario, sino de registrarlos para hacerlos visibles y proponer su eliminación.

Mariano Lebrón Saviñón, presidente de la Academia Dominicana de la Lengua en el momento de la última edición, pondera el papel de la isla de Santo Domingo en la formación del español americano y, con su agudeza habitual, considera imprescindible la la obra de Patín para el registro de la aportación dominicana al caudal léxico del español general: «También hemos enriquecido ese español, sonoro y cantarino, con un rimero de vocablos que, incorporados a otra multitud de americanismos, dan un nuevo caudal al habla». Por la triple condición de filólogo, profesor y poeta de Patín, se destaca la trascendencia filológica de su obra para el estudio del español dominicano y para la conformación de los diccionarios generales de americanismos.

Su hijo Enrique Patín Veloz acentúa su condición de educador y de amante de la lengua española, combinación que explica muchas de las características de su obra lexicográfica. Escribe su hijo que «su amor a las letras lo llevó a ser poeta y filólogo. Amaba dos cosas por encima de las demás: la belleza literaria y la pureza del idioma. […]Nadie, entre nosotros, consagró más horas de su vida ni puso más amor que él en la noble tarea de velar por la pureza de nuestro idioma».

La comisión académica designada para el estudio de la obra rindió su informe favorable meses antes de su publicación; en él enumeran las que consideran bondades de la obra (abundancia y autenticidad del material léxico, método, forma de expresión) y ponen el acento en la carencia de obras lexicográficas dedicadas al español dominicano: «La abundancia de palabras y frases del léxico vernáculo que forman el libro; la autenticidad de ellas; el método empleado; la correcta y sencilla forma adoptada; el delicado gracejo con que en muchos casos se disipa la natural aridez de la materia tratada; la fácil concepción que forma el lector de lo que va hojeando y por encima de todo la necesidad que había de un libro de este género, lo hacen harto recomendable a la protección más decidida».

Se destaca además en el informe la relevancia del aporte de Patín para el conocimiento de los dominicanismos, a los que se considera poco o mal representados en las obras lexicográficas, y del papel de los dominicanos en el buen uso de la lengua española en la República Dominicana, como parte de la comunidad hispanohablante: «[…] su libro servirá, sin duda, de orientación a todos, y dará a nuestra nación la parte que merece en el enriquecimiento del idioma, que ya ha dejado de ser primeramente castellano y después español, para ser, ahora y más tarde hispanoamericano».

El diccionario de Patín es un clásico lexicográfico. Ha dejado de ser una obra de consulta o de referencia para los hablantes actuales, porque no está construido con las características que se le exigen a un buen diccionario en la actualidad, pero continúa siendo nuestro primer diccionario, un clásico que además es de lectura muy entretenida precisamente por lo que la lexicografía moderna critica en un diccionario: la presencia evidente y constante del lexicógrafo. Su personalidad chispea, poco ortodoxamente, es cierto, en sus definiciones y en sus ejemplos. Con la lectura de sus trabajos lexicográficos queda confirmada la afirmación de su hijo: «El buen humor era su inseparable compañero».

Ya que es Patín hoy nuestro protagonista fundamental descubrámoslo entre los artículos de su diccionario. Las recomendaciones de uso de las palabras llevan incluidas, a veces, una pequeña diatriba personal, en tono sarcástico, un boche, digámoslo en dominicano, en el que aflora la personalidad de Patín:

AFFMO. Todos los días veo esta bárbara abreviatura de afectísimo y me pregunto cómo es posible que la gente no advierta el desatino. […] Proscríbase tal barbarismo ortográfico, que tanto desdice de las luces y los sesos de muchos intelectuales.

Ni siquiera la información sobre la etimología de las palabras lo oculta, ya sea con la elección de la adjetivación o con las explicaciones jocosas:

 CACHACHEAR. Verbo imaginario, neutro y defectivo, sinónimo de sobreabundar […]. ¿Por qué circunstancia habrá nacido este peregrino verbo en el lenguaje dominicano? Averígüelo quien posea más luces que el hijo de mi padre.

Pero, si hay un elemento del diccionario en el que Patín se nos presenta vivamente y en los que se manifiesta con mayor libertad su personalidad, son sus ejemplos. Los ejemplos en un diccionario tienen una intención testimonial (esta palabra se usa) y didáctica (esta palabra se usa así). En muchas ocasiones estos ejemplos adquieren protagonismo sobre la definición, hasta el punto de llegar a convertirse en pequeñas narraciones anecdóticas o artículos de costumbres en miniatura.

Manuel Seco (2003: 300) exige que «las opiniones filosóficas, religiosas, políticas, estéticas, morales del redactor, sus sentimientos, sus circunstancias personales deben desvanecerse por completo detrás del tejido verbal de sus enunciados definidores». Patín Maceo se incumple esta máxima sistemáticamente. La constante vigilancia de la pluma que exige Julio Casares al lexicógrafo no es una prioridad para Patín y su personalidad está siempre presente:

LEVENTE. adj. Se aplica al vago y sin oficio: ¡mírenlo!, ¡desgraciao! Ve a trabajar y no andes de levente. (Frases con que regala una sirvienta al atrevido que le dice un pudendo piropo o le da un pecaminoso pellizco al pasar ella por su lado).

A Patín parecen no preocuparle estas restricciones de espacio con la que siempre tienen que lidiar los lexicógrafos. En ocasiones redacta como ejemplo un diálogo completo o un pequeño cuento:

 MÁTENME CON. Frase en que sirviendo de término a la preposición un apelativo de persona o de cosa, indica uno la mucha afición a ellas […]. Eran tres jóvenes discretas y hermosas, y una vieja ya octogenaria, las cuales en apacible tertulia y acomodadas en sendas mecedoras, tenían por costumbre pasar las primeras horas de la noche. Las jóvenes hablaban de un nuevo invento; de unas pastillas dulces, que chupadas como caramelos, hacían que una mujer saliera encinta. Una era partidaria del nuevo procedimiento que tanto se apartaba del paradisíaco y tradicional de nuestros primeros padres. Otra era de parecer que el amor es necesario en la vida, y que las pastillas lo anulaban; y la otra, tímida e indecisa, decidió, para saber a qué atenerse, solicitar la autorizada opinión de la vieja, quien era toda oídos en este asunto de no escasa importancia para las hijas de Eva y para la especie humana. -¿Qué piensa Ud. mamita? ¿Está con el nuevo procedimiento? – A mí, dijo entonces la vieja, mátenme con el sistema antiguo. Además de las indicaciones gramaticales, Patín aporta en ocasiones ciertas informaciones que considera de relevancia ortográfica o gramatical y variadas recomendaciones de uso.

AMARILLITO, TA. adj. Dim. de amarillo. […] Es de notar que el pueblo dominicano emplea los diminutivos de nombres de colores, para indicar que éstos son vivos o intensosazulito (muy azul), blanquito (muy blanco), coloradito (muy rojo), etc.

Los artículos de Patín están plagados de referencias culturales concretas que los anclan a un momento histórico determinado y que provocan su pérdida de vigencia con el paso del tiempo, pero que, al mismo tiempo, les aportan ese sabor particular que atrae a los aficionados, como yo, a leer diccionarios. Sucede así con las alusiones al precio de las cosas. Aunque el término siga en uso y la definición siga siendo válida, la inclusión del precio del viaje ancla la definición de conchar a un momento histórico determinado y la aleja de una perspectiva general:

CONCHAR. v.n. Entre chóferes, dedicarse a trabajar en automóvil de los que rinden servicio por diez centavos. Tomar tragos de cinco centavos.

La personalidad del lexicógrafo surge con frecuencia en el uso de adjetivos y adverbios valorativos o despreciativos, que suelen llevar una carga ideológica que nos remite a las concepciones morales, sociales y políticas del lexicográfico:

EMBURUJARSE. Tener amorosas e ilícitas relaciones un hombre con una mujer y viceversa.

Y qué decir de su recurso frecuente a la ironía. Aunque está reñida radicalmente con la máxima de neutralidad a la que debe aspirar la definición lexicográfica, la implicación del autor gracias a la ironía es evidente en algunas de sus definiciones y en muchos de sus  ejemplos:

MACANA. (Amér.). f. Garrote grueso de madera dura y usado con mucha gracia por la policía.

CHEMBA con CHEMBA. loc. adv. En erótico deleite. Si hay dos novios, lo que no es raro, que se besan, lo que tampoco es raro, suele decirse que están chemba con chemba.

De Patín se recuerdan su siempre pronta respuesta, su sonrisa de bondad cautivadora, su saber sin alardes, su mirada complaciente, y las frases chispeantes con las que respondía jovialmente a los saludos, aderezados con el calificativo de «muchachito».

Nuestro recordado y admirado Mario Lebrón Saviñón afirmaba que «fue Patín Maceo el que con mayor autoridad llegó al recinto donde nuestra habla debía preservarse en su prístina brillantez, porque él era en aquel momento, y lo fue hasta su muerte, el primer gramático y filólogo de nuestra Patria y uno de los más destacados en nuestro mundo hispánico».