Temas idiomáticos
Por María José Rincón
SIN EXCUSAS
22/12/2020
En la actualización de 2020 del Diccionario de la lengua española no todo es pandemia y crisis sanitaria. La gastronomía, cada vez más popular y más global, se adueña de las nuevas entradas del diccionario.
Nos proponen los populares nachos, típicamente mexicanos, ‘trozo triangular de tortilla de maíz’ y aprendemos que la palabra procede del nombre del cocinero mexicano Nacho Anaya. Hay lugar para las delicias orientales, como el sabroso falafel (o faláfel) ‘bolas fritas de pasta de garbanzos u otras legumbres’ o el suculento tayín, un guiso norteafricano muy especiado que se cocina en particular cazuela con tapa a la que también llamamos tayín. También el sustantivo wok comparte la designación del utensilio de cocina (‘sartén ancha y profunda con asas utilizada en la cocina oriental para saltear’) con la del plato que en él se prepara. Descubrimos que el italianismo carpacho (‘plato de lonchas muy finas de carne o pescado aliñadas que se come crudo’) procede del apellido del pintor veneciano Vittore Carpaccio, porque la creación del plato estuvo inspirada en una exposición que se le dedicó a este pintor en su ciudad natal a mediados del XX.
Si consultan la nueva versión del Diccionario de la lengua española descubrirán que habla de nosotros. Consulten la nueva acepción de chenchén, ‘plato propio de la República Dominicana, elaborado con harina de maíz, aceite, sal y coco’. El chenchén y la discusión están servidos. Aparecerán tantas recetas de chenchén como cocineros.
Después de este banquete no nos vendrá mal practicar algo de zumba. El sustantivo zumba, masculino o femenino, también ha sido incluido en el diccionario para referirse a la práctica deportiva que combina el baile con ritmos latinos y los ejercicios aeróbicos. Se acabaron las excusas, sobre todo con la que se nos viene encima en estas fechas.
A LOMOS DE LOS LIBROS
29/12/2020
En mi 2020 los viajes han sido los protagonistas. He vuelto a recorrer las llanuras manchegas bajo un sol tórrido que me derretía los sesos contemplando en lontananza la figura amenazante de los molinos de viento. Me he pateado las calles y comercios de Madrid buscando el mejor género y he visto la vida pasar ante la mesa de un café y una humeante taza de chocolate. He cruzado la selva tropical buscando un lugar donde fundar una familia cerca del mar. He contemplado el Mediterráneo desde las orillas de Creta, temblando ante la idea del monstruo que habita el laberinto; he oteado el horizonte desde las alturas de Delfos preguntándome sobre el destino. He saboreado un coctel en un elegante hotel neoyorquino; al salir, las ardillas de Central Park me han recordado a las esfinges. En Moca he conocido historias que bien podrían escribir los antiguos griegos. Me he visto rodeada por la feraz naturaleza de la isla Española mientras abría trochas en la manigua inclemente y escuchaba palabras que en nuestra lengua nunca habían sido dichas. En París, de café en café, he añorado las calles de Buenos Aires. Bajo el aguacero he perseguido una botella de ron para beber con los amigos viendo anochecer sobre La Habana desde una azotea. He sentido el sonido del viento sobre los llanos de la Patagonia. He recorrido una y otra vez todos los caminos de la lengua, desde San Millán hasta Silos. De la mano de Miguel de Cervantes, de Benito Pérez Galdós, de Gabriel García Márquez, de Jorge Luis Borges, de Homero, de Dorothy Parker, de José Hierro, de Aída Cartagena, de Gonzalo Fernández de Oviedo, de Julio Cortázar, de Leonardo Padura, de Gabriela Mistral, de muchos y muchos diccionarios, he surcado todos los senderos a lomos de los libros y he dejado atrás confinamientos y toques de queda. ¡Que 2021 nos encuentre rodeados de libros!
DESCUBRIR Y DISFRUTAR
05/01/2021
¿Cuántos de nosotros hemos incluido libros en nuestra carta a los Reyes Magos? ¿Cuántos de nuestros niños les habrán pedido libros? De la respuesta podemos sacar algunas conclusiones sobre nosotros, sobre nuestra forma de estar en el mundo y de ser padres.
No nacemos con un libro debajo del brazo. No nacemos sintiendo pasión por la lectura. No nacemos con el hábito de la lectura. El amor por los libros y por lo que en ellos leemos se construye día a día. La primera piedra, y quizás también la segunda y la tercera, es tarea de los padres . Nuestros niños se interesan por los libros con curiosidad innata cuando su cercanía y la de personas que leen les pica la curiosidad. Descubren que los libros atraen la atención y pueden absorbernos, que ayudan a que nos relacionemos con el mundo, con el que está cerca y con otros muy lejanos.
Hay muchos hogares sin libros. Aunque es cierto que los libros son costosos y que vendría muy bien un buen plan de fomento de la lectura, no siempre la razón de la ausencia de los libros es económica. Hay mucho de desinterés, de carencias en la formación, de desconocimiento y de empobrecimiento cultural y humano. La pasión y el hábito de la lectura no los construye el profesor en la escuela; su tarea es mantenerlos y enriquecerlos. La pasión y el hábito de la lectura no los construyen las instituciones oficiales o culturales; su tarea es fomentarlos, hacerlos más accesibles para todos con igualdad de oportunidades. La pasión y el hábito de la lectura los construyen nuestros padres, incluso cuando todavía no sabemos leer, cuando cada noche antes de ir a dormir, cada tarde lluviosa, cada rato de espera, cada momento libre abren un libro ante nosotros y nos invitan a ver el mundo con ojos curiosos, apasionados, críticos, comprometidos, divertidos; en fin, cuando nos invitan a descubrir y a disfrutar de la vida que atesoran los libros.
NO SOMOS INFALIBLES
12/01/2021
Sancho Panza recrimina a don Quijote su afán por corregir los errores que comete al hablar y se queja de que le reproche a cada rato sus «voquibles», por querer decir sus «vocablos». Del mismo pie que don Quijote cojeamos algunos.
Nuestra lengua nos brinda un extenso abanico de posibilidades para referirnos a los errores, no solo a los lingüísticos. En el Diccionario de la lengua española descubriremos que un error puede ser ‘un concepto equivocado o juicio falso’, ‘una acción desacertada o equivocada’ o una ‘cosa hecha erradamente’. Vinculado con el sustantivo error nuestra lengua nos ofrece el verbo errar, con una peculiar conjugación. (Si se les atraganta, el diccionario puede ayudarles a salir a flote). De errar surge el sustantivo yerro, con una definición con regusto antiguo en el diccionario de la RAE: ‘Falta o delito cometido, por ignorancia o malicia, contra los preceptos y reglas de un arte, y absolutamente, contra las leyes divinas y humanas’.
Para referirnos a un error podemos elegir además los sinónimos confusión o fallo, o incluso el americanismo falla. Un error intrascendente puede considerarse peccata minuta, un leve traspié sin consecuencias o un lapsus insignificante, pero los errores pueden ser también garrafales, groseros o inexcusables; para estos reservamos los sustantivos aberración o atrocidad. Todos cometemos falencias (‘engaño, error’), precisamente porque somos falibles. Nadie es infalible (‘que no puede errar’), pues cada hijo de vecino puede cometer un error, caer, incurrir o incidir en él; incluso muchos reincidimos en nuestros errores; otros, echando mano de lo coloquial, pifian o se la comen; tal vez llegan a lo malsonante y la cagan.
Algunos son capaces de aprender de sus errores; hoy, al menos, hemos aprendido de las palabras que nos sirven para nombrarlos.
DE ERRATAS Y YERROS
19/01/2021
La semana pasada reconocíamos nuestra capacidad para equivocarnos y la posibilidad de aprender de nuestras equivocaciones. (Por ejemplo, la palabra traspié apareció sin su correspondiente tilde). Erramos en tantas cosas que nuestras fallas se han ganado el honor de tener nombres especializados; algunos tan curiosos que bien merece que los recordemos.
Si confundimos épocas o sucesos históricos cometemos anacronía o anacronismo. Si tomamos una cosa por otra, somos responsables de un quid pro quo. Si el fallo está en el orden, estamos ante un baile, de cifras, de letras, de nombres.
Los números suelen jugarnos malas pasadas y los errores en los que se ven envueltos se pagan caros; quizás por eso hay tantas palabras para referirse a ellos. Para un error en las cuentas podemos elegir entre trabacuenta, trascuenta o gabarro. Las letras no se quedan atrás. Un fallo al hablar es un lapsus linguae; si es al escribir, un lapsus calami. Para uno y otro existe también la palabra coloquial gazapo, que el Diccionario de la lengua española define como ‘yerro que por inadvertencia deja escapar quien escribe o habla’. Si la equivocación se produce en un escrito hablamos de errata o de yerro de imprenta; si el error se relaciona con la ortografía, encontramos las temidas faltas; si el fallo está relacionado con la sintaxis entonces cometemos un solecismo.
A veces la equivocación nace en una comprensión errónea o deficiente. Trasoír es un verbo precioso en nuestra lengua para referirse al hecho de oír mal lo que se dice; más bonito aún es trasoñar, ‘concebir o comprender con error algo, como pasa en los sueños’. El caudal de palabras en nuestra lengua es inagotable, casi como nuestros errores. Aprendamos a llamarlos por sus nombres.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir