Poemas de Francisco Arellano Oviedo

REINA ASUNTA AL CIELO te mirábamos

desde tierra, materna tu sonrisa

en señal de adiós. Ahogadas

las miradas tenían las mujeres;

los apóstoles calma simulaban,

sin mirarte —resintiendo ya tu ausencia—

iban y venían de un lado al otro.

Yo vi ángeles, tronos, querubines

agitando muy rápido sus alas

como colibrí que en un punto

se detiene, no avanza y está en vuelo.

Al remontar los cielos, melodiosos

cantos iban llenando los espacios,

cenzontles y gorriones reforzaron

el concierto del coro de los ángeles.

Cien palomas del campo y de Castilla,

ampliaron la fiesta celestial,

mientras palmas y paños se mezclaban;

al retornar las aves, fue difícil

distinguir diferencias de columbas

y palumbas, palomas y palomas…

MADRE DE LA ESPERANZA, como palmas

verdes de alta montaña son tus ojos,

nadando sobre su blanca esclerótica,

mirando con devoción todo el cosmos,

bello y exacto, ¡cual su Creador!

Verde de la clorofila para limpiar

el aire que respiramos cada día;

verde yerba que dilata horizontes,

verde mar, como color de la esmeralda,

verde y verde, ¡color de la esperanza!

Nuestra madre de la fe y confianza

es ejemplo; muy difícil la virtud

de la fe sin la presencia de la otra.

¡Madre verde, pues llénanos de esperanza!

REINA DE NICARAGUA, bello canto

de Tino López Guerra, el primero

que pidió tu presencia, Madre-Reina,

en la región de América Central.

Y viniste a Cuapa, la ignorada;

su honda simbología la supimos

por tantas maravillas ocurridas:

Cuapa es el ombligo del país,

su étimo náhuatl: nido de serpiente.

Tu visita cumplió las escrituras,

pues recuerda el Génesis que dice:

la virgen pisará la cabeza

del ofidio falaz. Con el porte

de muchacha del campo, sobre nube

desde el cielo bajó y Vargas Llosa

escuchó a Bernardo quien contó:

si los nicaragüenses se convierten,

su nación será como luz del mundo.

¡Madre Reina, llévanos donde el Padre!

AUXILIADORA DE LOS CRISTIANOS y los moros,

sé que en Lepanto de unos salvaste caras vidas

y de los otros, Vos tomaste almas sufridas:

¡Madre de todos…, nunca señora matamoros!

 

Mi virgencita bella: rosado el vestido,

azul el manto, cetro dorado, coronada

la frente, rubias sienes en oro iluminadas

por estrellas celestes y el Fruto más querido.

En mi ciudad natal te miraba, me gozaba

ver tu altar y cuadro soñado por don Bosco;

de Lorenzone el gran pintor —hoy lo reconozco—

nada sabía, mas en la obra tan preciada

sobre mi Virgen yo aprendí. Bienamada

vida de niño: ¡por nuestra Madre yo triunfaba!

 

Cuatro poemas de Versos para loar a nuestra Madre, de Francisco Arellano Oviedo, director de la Academia Nicaragüense de la Lengua. (Poematización de las letanías lauretanas, incluyen las últimas tres incluidas por el papa Francisco, en junio de 2020).  PAVSA, septiembre de 2020.

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