Los presbíteros Espinosa y Moscoso, dos prohombres de la Iglesia católica

Por Bruno Rosario Candelier

 

El padre Pedro Alejandro Batista (1) es uno de los grandes genealogistas de la República Dominicana. Su obra monumental, Genealogía y personalidad de Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez (2019) confirmó las sobresalientes dotes de investigador genealógico del presbítero santiagués. Y a ese dato intelectual se suma el dominio de la palabra con la cual este ilustre varón de la Iglesia Católica enaltece no solo su consagración sacerdotal sino también el oficio de la creación verbal.

Lo primero que llama la atención, de esta valiosa obra del padre Batista, es la fotografía de la portada del libro Espinosa y Moscoso, que revela la imagen de una procesión al salir de la iglesia de San José de las Matas, tomada el 21 de enero de 1946 por Nene Peralta, en la que unos monaguillos, al salir del templo religioso, inician el desfile por las calles principales del pueblo con la participación de los feligreses y el cura celebrante del oficio sagrado con la presencia y la alegría fervorosa de los parroquianos de la comunidad serrana. Imagen de una época y signo de una fe en la que niños, adultos y mayores fundaban sus vidas con la firme creencia en la Divinidad.

Sabe nuestro agraciado genealogista husmear entre viejos documentos de los archivos parroquiales para hallar la información pertinente, el dato preciso y la constancia de la acción sacerdotal en capillas, parroquias y catedrales. Sabe el padre Batista valorar el dato antropológico, histórico y cultural cuando se encuentra con una joya genealógica en su investigación, que lleva a cabo con la paciencia y la constancia necesarias para dar con nombres y referencias de alto valor histórico y documental. Y tiene la inmensa dotación intelectual y la inagotable capacidad de trabajo para curcutear entre viejos y raídos papeles hasta dar con la información anhelada que una inteligencia adiestrada y luminosa, como la suya, sabe auscultar, desentrañar y ponderar con los datos obtenidos en archivos, cartas, memoriales, actas de nacimientos, bautizos, matrimonios y otros textos de añeja valencia informativa para la ciencia de la genealogía.

Con su abierta sensibilidad empática para orillar los meandros de la palabra que registra los hechos del pasado, el padre Pedro Alejandro Batista va más allá de las referencias genealógicas y aborda, con su olfato histórico, las implicaciones antropológicas, parentales, sociales, religiosas y culturales de las familias cuyo pasado curcutea entre sus ascendientes y descendientes para mostrar un panorama sociográfico de nombres, hechos, personas  y ambientes de una comunidad en torno a una parroquia, que como institución eclesial, recoge, documenta y aporta los datos de matrimonios, nacimientos, bautizos, confirmaciones y celebraciones eucarísticas con la participación de padres, hijos, compadres, familiares y feligreses de una demarcación parroquial de la Iglesia Católica en la República Dominicana.

Abordar lo que ha ocurrido en una familia, una parroquia o una comunidad es lo que se llama intrahistoria, es decir, la historia interna de un conglomerado humano, de un hogar o de una institución. En esta valiosa obra genealógica, el padre Batista enfoca la intrahistoria de la parroquia de San José de las Matas en el siglo XIX al estudiar la vida y el ejercicio sacerdotal de los presbíteros José Eugenio Espinosa Azcona y Manuel de Jesús Moscoso Rodríguez, plasmada en el libro Espinosa y Moscoso (2) en cuyas páginas conocemos no solo la trayectoria de estos dos grandes varones de la Iglesia Católica, sino la idiosincrasia, los perfiles y la trayectoria de una parroquia, un pueblo y varias familias dominicanas a través de esta radiografía de un ejercicio sacerdotal.

En efecto, en esta obra genealógica del padre Pedro Alejandro Batista se proyecta un paneo sociológico de la realidad histórica, antropológica, religiosa, idiomática y cultural del pueblo dominicano en tiempos de los sacerdotes Espinosa y Moscoso a la luz de su ejercicio sacerdotal en San José de las Matas, y a su través, el autor presenta una visión panorámica de la historia de Santiago de los Caballeros y Santo Domingo de Guzmán, como se puede apreciar en la siguiente cita: “En su obra Santiagueses ilustres de la colonia, su autor, Manuel Antonio Machado y Báez, dibuja el Santiago de principios de siglo XIX. Él lo describe en los siguientes términos: El año 1810 está saturado de romanticismo. Hay un remozamiento cultural. La juventud de entonces andaba por los vericuetos de los enciclopedistas. La actividad literaria florece ahora en las veladas hogareñas. José Cruz Limardo pinta admirablemente esta época de Santiago. Sus costumbres, sus mujeres, sus paisajes, sus tertulias en la residencia de los Julia, los Espaillat, los Portes, los Pichardo, los Del Monte. Sin embargo, fruto de la situación político-social, se da una fuerte emigración hacia los países vecinos, especialmente por las invasiones haitianas de 1801, 1905 y 1822. En 1801 los primeros que emprenden el camino de la emigración son Lucas Pichardo y Juan de Portes” (Pedro Alejandro Batista, Espinosa y Moscoso, p. 14).

El siguiente pasaje, estremecedor y angustioso, muestra la barbarie de los invasores haitianos contra la población dominicana, anticipo de la cruenta masacre del fatídico “degüello de Moca”. He aquí lo que se narra de Santiago: “El drama es patético y desolador, pues al entrar Henri Cristophe y su contingente el 26 de febrero de 1805 a Santiago, la ciudad queda desolada, no es posible subsistir, desaparecen todas las formas de cultura. Se ejecuta una política de persecuciones y represalias. No respetan nada, ni las mujeres, ni los niños, ni los ancianos, ni los templos. Violan las muchachas. Pasan a cuchillo a los prisioneros. Persiguen implacablemente a los patriotas. Incendian la ciudad. Los hogares están enlutados. El cielo entristecido. Nadie está seguro. Solo se oye el grito de los moribundos en esta noche de fines de febrero y el chasquido del látigo de la soldadesca entregada al pillaje. Santiago es una ciudad en capilla. La sombra negra del dominador pone trágico dolor en los corazones santiagueses” (Pedro Alejandro Batista, Espinosa y Moscoso, p. 15).

Advierte el autor de esta edificante obra que la terrible masacre sufrida por los santiagueros impactó la sensibilidad de Espinosa cuando era un adolescente, tragedia que nunca olvidaría. Y señala que su vocación sacerdotal sería estimulada por el hermano de su madre, el sacerdote Juan López, quien lo bautizara cuando era el párroco de la parroquia de la Villa Nuestra Señora del Rosario, de Moca. Del padre Juan López, quien fuera el primer párroco de la Iglesia Nuestra Señora del Rosario de Moca, escribe: “La ascendencia levítica del padre Espinosa era tanto paterna como materna; paterna por el vicario Luis Espinosa, clérigo y presbítero en la ciudad de Campeche, México, quien era a su vez tío de José Espinosa y Ortega, padre del presbítero Espinosa. Así mismo por la línea materna por el padre Juan López, párroco de Moca, tío de su madre, María del Pilar Azcona López. Por eso podemos afirmar que el padre Espinosa llevaba el sacerdocio ministerial en la sangre” (Pedro Batista, Espinosa y Moscoso, p. 16).

En la página 33 de esta obra el padre Batista refiere que fray Pedro Gerardino no fue decapitado en el degüello de Moca, como informan algunos historiadores y yo mismo consignara en mi novela El degüello de Moca, sino que fue atrapado y enviado en calidad de prisionero a Haití, como consta en la siguiente relación: “Hace el tiempo de veinte y seis años que soy Comandante Militar de esta común, en los diversos gobiernos que se han sucedido por sus acontecimientos, pero no he sido nunca autor de revoluciones, sino seguir el correr de las cosas que no pueden curarse: estoy en la edad de sesenta años, hijo de padres cristianos. He profesado siempre la más ciega obediencia y respeto a los sacerdotes. Mis esfuerzos por sacar del cautiverio de entre los indígenas desde el año 1805, hasta el 5 de octubre de 1806, al padre Fray Pedro Gerardino, que estaba en Juana Méndez, aunque cooperé como uno de los segundos Gefes” (Pedro Alejandro Batista, Espinosa y Moscoso, p. 33). En nota al pie de esa misma página, el padre Batista recuerda que a los haitianos les llamaban “indígenas”, y añade que, contrario a lo que afirman los historiadores, el padre Gerardino no fue asesinado en el degüello de Moca, sino hecho prisionero y llevado a territorio haitiano.

En esa misma época se desempeñaba como capellán el padre Juan Vásquez, que ocupa un lugar en la historia literaria dominicana por la quintilla que escribiera a finales del siglo XVIII, en alusión a la indefinición de nuestra nacionalidad en esa etapa dolorosa de esta isla, que empeoró con la invasión haitiana a nuestro país. De ese sacerdote dice la leyenda que murió quemado en la iglesia de Santiago cuando los haitianos incendiaron la ciudad cibaeña. Las letras de la famosa quintilla son las siguientes: “Ayer español nací,/ a la tarde fui francés/ en la noche etíope fui./ Hoy dicen que soy inglés. / No sé qué será de mí”.

Además de las referencias genealógicas, sociales y culturales, hay varios datos léxicos que dan cuenta del habla de los dominicanos en siglos pasados, como el uso de voces del caudal patrimonial del castellano antiguo, entre las cuales anoto maravedíes (p. 90), pesos fuertes (p. 91), sobrino carnal (p. 93), hábito talar (p. 97), tonsura (p. 98) y congrua (p. 98). También se pueden apreciar voces del lenguaje popular. Por ejemplo, del vocablo “orilla” nace “orillero”, que en el español dominicano alude al tipo vulgar de los barrios pobres. En efecto, la palabra orilla alude a los barrios distantes del centro donde viven los pobres, de la que nace “orillero” para aludir al populacho y al tigueraje, según queda ilustrado en esta obra. En efecto, cuando el autor pone su mirada en la capital dominicana alude al detalle curioso de la iluminación de la ciudad de Santo Domingo, y aporta el dato que refiere Navarijo, novela de Francisco Moscoso Puello, pariente del segundo sacerdote protagonista de esta obra del padre Batista, como lo fuera el padre Manuel de Jesús Moscoso. He aquí una muestra: “La iluminación de la ciudad, además de la Luna, era con una escasa cantidad de faroles de gas, que se apagaban a la medianoche en las orillas y permanecían encendidos hasta el amanecer únicamente en los barrios céntricos. Sin embargo, esta iluminación era tan insuficiente que dejaba la ciudad envuelta en tinieblas y por la ausencia de los faroles algunos sitios en las noches sin Luna permanecían completamente oscuros” (Pedro Alejandro Batista, Espinosa y Moscoso, p. 61).

La ciudad de Santo Domingo, pequeña, tradicional, con costumbres pueblerinas, mostraba una vida modesta, aunque había un pequeño sector de la alta clase con su estilo peculiar de existencia. Sobre el discurrir de la ciudad, anota nuestro autor: “El Santo Domingo de 1885 era una ciudad pobre, humilde y tranquila, donde se oían frecuentes toques de cornetas, se rezaba un poco y casi no se hacía nada. Los habitantes eran sencillos, honestos y pudorosos. Como único esparcimiento tenían sus fiestas de barrio y sus procesiones. Una o dos veces al año asistía a una corrida de toros, a un circo de maromas o iban al teatro. Era una aldea sin pretensiones y todavía sentía temor de Dios” (Pedro Alejandro Batista, Espinosa y Moscoso, p. 61).

Aflora en nuestros conciudadanos el sentimiento prohispánico, opuesto al sentimiento antihaitiano, que sigue dominante en la mayoría de los dominicanos: “Su sentimiento españolista y aversión haitiana se reflejaban en sus conversaciones, las cuales influyeron en sus descendientes. Sentía gran admiración por el Gral. Pedro Santana, los consideraba un libertador, pues echó a los haitianos del país” (Pedro Alejandro Batista, Espinosa y Moscoso, p. 63).

Refiere esta obra la epidemia de la viruela que generó una mortal pandemia en todo el mundo, de la que los dominicanos no se libraron: “El 7 de abril de 1881 aparecieron los primeros ataques de viruelas en Santo Domingo. Ya en el mes de febrero se habían registrado varios casos en Puerto Plata y Santiago. De Santiago pasó a Moca y de ahí a San Francisco de Macorís. Esta epidemia trajo innumerables calamidades. La mortalidad fue muy alta, la gente se moría en un abrir y cerrar de ojos, a veces sin asistencia médica. A los atacados los envolvían en hojas de plátano para que no se les pegaran las sábanas. Se hicieron rogativas, os templos se llenaban de gente que iban a rezar y oír misas que las personas pudientes mandaban a decir. En la familia de los Moscoso le tocó sufrirla al futuro presbítero Manuel de Jesús. Su madrastra, Sinforosa Puello, se encargó de él mientras estuvo enfermo. Según cuenta Francisco Eugenio, su madre decía que “Jesús era una llaga viva en medio de la cama. Fueron muchas las noches que en mi casa no se durmió, velando a Jesús. A todas horas estaban pendientes de La Misericordia y tenían que se presentara en la casa a sacar a Jesús apenas agonizara” (Pedro Alejandro Batista, Espinosa y Moscoso, p. 65).

En esta importante obra del padre Batista vemos una descripción de uno de los rasgos culturales de las familias ‘acomodadas’ de la época, como la que reflejaba una velada social, mientras las muchachas de la casa toca el piano en una reunión familiar: “El día de las Mercedes, 24 de septiembre de 1884, a la hora de la cena, mi madre no quiso ir a la mesa. Estaban en mi casa reunidas algunas personas, como todos los años, oyendo tocar el piano a las muchachas, tomando licores para celebrar ese día, en unión de Jesús, capellán del templo. Mi padre celebraba esta fiesta todos los años” (Pedro Alejandro Batista, Espinosa y Moscoso, p. 68).

La referencia a los levantamientos armados en tiempos de Concho Primo era un signo de esa época levantisca y tormentosa, que el padre Batista registra en esta obra genealógica: “Su hermano Abelardo, que siempre fue un dolor de cabeza para la familia por sus inclinaciones políticas y su temperamento extrovertido, hizo sufrir mucho a su familia cuando desaparecía de la casa, fruto de los levantamientos guerrilleros de la década de los ochenta. El padre Moscoso, su hermano, le escribió una carta a su padre para informarle sobre su hermano Abelardo, quien fue a parar a San José de las Matas huyéndole a los levantamientos. En este sentido escribió su hermano menor, el Dr. Moscoso Puello: Una mañana se recibió en mi casa una carta del Cibao. Mi hermano Jesús le participaba en ella a mi padre que Abelardo estaba con él desde hacía días. El misterio quedó aclarado. Aunque Jesús no decía las causas por las cuales Abelardo se encontraba en San José de las Matas, todos en mi casa comprendieron. Se había escapado de Azua, sin duda, por temor a ser perseguido” (Pedro Alejandro Batista, Espinosa y Moscoso, p. 69).

 

 

El autor de esta obra consigna, al mostrar el documento de bautismo de José Eugenio Espinosa, el dato del incendio del archivo parroquial de Santiago a manos de los depredadores haitianos, encabezados por Jacques Dessalines, y también figura el nombre del padre Juan López, primer sacerdote oficiante en Moca, quien sirvió como padrino del coprotagonista de esta obra del padre Batista: “Yo, el infrascrito, certifico en debida forma que sirviendo la Tenencia Cura de Santiago de los Caballeros, en el año de mil setecientos noventa y nueve, nació Eugenio, hijo legítimo de Don José de Espinosa y de Doña María de Pilar Azcona, a quien como Teniente de Cura de aquella parroquia bauticé solemnemente, siendo su padrino el presbítero Don Juan López y a de parte legítima con motivo de haber fenecido el Archivo de dicha parroquia en el incendio general, cuando la entrada del negro Dessalines, pongo la presente y la firmo en Santo Domingo a treinta de enero de mil ochocientos once años” (Pedro Alejandro Batista, Espinosa y Moscoso, p. 86).

Ya dije que en esta obra genealógica encontramos el registro diacrónico de voces patrimoniales del castellano antiguo, como pesos reales, fuertes y maravedíes, usados por notarios del siglo XIX: “Según aparece de la retasación que nuevamente, quedando reducido su valor a seis mil ochocientos sesenta y seis pesos, cuatro reales, que deben también soportar el gasto de doscientos fuertes, que se le computan suficientes para su reparo y desde luego cumpliendo con dichas providencias e instrucciones del poder que tiene, adjudica en pago al Sr. Don José Joachin del Monte cuatro mil ciento noventa y un pesos, seis reales y cuatro maravedís a la parte legada que corresponden a su legítima madre y demás que constan de tres documentos que también irá inserto en este instrumento, y a Doña María Navarro dos mil quinientos cuarenta y tres pesos, siete reales, diez maravedís, que todo importa seis mil setecientos treinta y cinco pesos, cinco reales, catorce maravedís” (Pedro Alejandro Batista, Espinosa y Moscoso, p. 91).

En esta obra su prestante autor refiere la llegada del padre Moscoso a San José de las Matas y cita la referencia que al respecto presenta el investigador matense Piero Espinal Estévez: “El ilustrado presbítero don Manuel de Jesús Moscoso, de la Capital, está entre nosotros. Las diferentes cartas de recomendación que respecto de él hemos tenido el gusto de recibir se expresan todas de este modo, poco más o menos: Moscoso es una bella adquisición. Patriota, ilustrado, progresista y bueno en toda la significación de la palabra. Va a derramar allí todo el caudal de su bella moral en esa hermosísima tierra del genio y la libertad. Salve, pues, al nuevo mensajero de progreso y de luz. Va para San José de las Matas. Guarde ese pueblo bien tan preciosos tesoro” (Pedro Alejandro Batista, Espinosa y Moscoso, p. 217).

Una carta del padre Moscoso a monseñor Fernando Arturo de Meriño, arzobispo de Santo Domingo, revela su precaria salud y su siempre disposición de servir a la iglesia: “He recibido su carta en fecha 12 del mes en curso, por la cual me concede licencia para pasar a la Capital. Nadie puede sondear el porvenir. Cuando solicité esa licencia, aunque me encontraba quebrantado, creí que al recibo de ella estaría en perfecta salud y dispuesto para marchar. Mas, eso me figuraba y así no puede ser. Por un lado, mis quebrantos (el pecho), que aunque leves, pero me han extenuado y el ánimo se resiste a caminar una jornada tan larga y tan pesada. Por otro lado la Cuaresma, que tiene mucho que trabajar: ella es como un campo que hay que ararlo para que en él germine la fe purísima del Evangelio. De suerte, que si V. a bien lo tiene, voy a dejar el viaje para pasada la Semana Mayor. Sus chinchorros están en mi poder, yo se los llevaré con más cuidado que otro cualquiera. El zinc de la iglesia está comprado, puede emprenderse en este mes el trabajo. Mande como guste a su sincero servidor. Pbro. Manuel de Jesús Moscoso (Pedro Alejandro Batista, Espinosa y Moscoso, p. 245).

Uno de los datos interesantes de esta obra es la consagración del templo de San José de las Matas por el arzobispo de Santo Domingo, monseñor Adolfo Alejandro Nouel, acto en el que el párroco de dicho templo era el padre Moscoso, conforme refiere esta hermosa descripción del 2 de junio de 1907: “Una hora antes de la llega (del arzobispo Nouel), el general Félix Zarzuela, con una numerosa comitiva de jinetes, y el párroco Revdo. P. Moscoso, se hallaban esperando. Después de los saludos y presentaciones se dirigió la comitiva al pueblo, que estaba adornado con una gran profusión de ramas de flores naturales y de papel en todas las calles y banderas en todas las casas. La dicha y el regocijo popular eran indescriptibles. Las campanas tocaban con alborozado y alegre repiqueteo. La víspera de la bendición del templo, empezaron a afluir infinidad de personas de otros pueblos y contornos. El bullicio era inmenso, el contento rayano en delirio: música, cohetes, bailes, el ir y venir de los jóvenes, el estrépito de las risas, fiestas del amor, todo alegría” (Reseña del periódico El Diario, del 7 de junio de 1907, citado por el autor de esta obra. Pedro Alejandro Batista, Espinosa y Moscoso, p. 281).

Quiero, finalmente, consignar en la valoración de esta investigación genealógica la grata impresión que me produjo la foto que preside la portada de este libro del padre Batista, con el esplendor de una fotografía admirable. La fotografía de la portada es ilustrativa, reveladora y sugerente. De esa preciosa gráfica infiero siete aspectos importantes: 1. El estilo arquitectónico del templo, formato usual en los siglos XVIII, XIX y XX en nuestro país, conforme la descripción de edificaciones eclesiásticas de esas épocas. 2. La foto de portada, que retrata una procesión católica en San José de las Matas en 1946, ilustra una imagen visual de la costumbre ritual que a su vez reflejaba la inmensa fe de la población dominicana a la luz de la espiritualidad cristiana. 3. El uniforme de los niños (pantalón negro, camisa blanca) y los vestidos de las mujeres (casi todas de blanco) era una manera de asistir a los oficios sagrados del templo con la devota unción de una honda fe religiosa. 4. El amplio espacio perimetral contiguo al templo, con árboles incluidos, servía de atrio del templo y esparcimiento a los feligreses. 5. El panorama visual que refleja la foto de la celebración religiosa de un pueblo, índice del respaldo masivo de los feligreses cuya presencia evidencia y enaltece el ideario espiritual de la catolicidad. 6. La imagen de la foto refleja el testimonio, vivo y elocuente, de la fe de una comunidad, como la que sembraron y motivaron los dos consagrados sacerdotes que inspiraron esta obra del padre Batista, como fueron los presbíteros Espinosa y Moscoso conforme explica y detalla nuestro agraciado genealogista, el eminente intelectual oriundo de Mata Grande, el también presbítero y escritor Pedro Alejandro Batista. 7. Por último, y no menos importante, la foto de marras presenta una panorámica de un singular escenario, que el arte de la fotografía capta y graba en una imagen a blanco y negro cuyos datos sensoriales se conservan contra el proceso fugaz y transitorio del tiempo, vértice y cauce de cuanto sucede en la vida, testimonio congruente plasmado en esta singular obra del gallardo sacerdote.

   Relato de la trayectoria existencial de estos dos consagrados correligionarios del sacerdocio, el padre Pedro Alejandro Batista reconstruye (3), en su indagación genealógica, la vida de estos dos consagrados sacerdotes, uno de Santiago, José Eugenio Espinosa, y el otro de Santo Domingo, Manuel de Jesús Moscoso, dos grandiosos presbíteros que sembraron la simiente de la religiosidad católica en San José de las Matas, el primero durante la primera parte del siglo XIX, y el segundo al final de esa centuria decimonónica y comienzos del siglo XX. Loor y gratitud a esos dos prohombres de la iglesia, y reconocimiento reverencial al ilustre genealogista matense de la arquidiócesis de Santiago, el reverendo sacerdote y acrisolado investigador Pedro Alejandro Batista.

 

Bruno Rosario Candelier

Academia Dominicana de la Lengua

Moca, Rep. Dominicana, 21 de noviembre de 2020.

 

Notas:

  1. El padre Pedro Alejandro Batista (Mata Grande, San José de las Matas, República Dominicana, 1968) es un destacado genealogista y sacerdote diocesano de la arquidiócesis de Santiago de los Caballeros. Tiene dos licenciaturas, una en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, de Santiago, y otra en Ciencias Religiosas por el Seminario Pontificio Santo Tomás de Aquino, de Santo Domingo. Inició su ministerio sacerdotal en 1997 en el Seminario Menor San Pío X y fue párroco de las parroquias San Isidro Labrador, de El Rubio en San José de las Matas, y de Nuestra Señora del Rosario, de Moca. Fue profesor de Historia de la Iglesia en el Seminario Pontificio Santo Tomás de Aquino. Además de su sagrado ministerio sacerdotal, el padre Pedro Alejandro Batista se ha consagrado a la investigación histórica en busca de los troncos genealógicos de importantes figuras nacionales, siendo su primera obra en esta rama de la historiografía su libro Genealogía y personalidad de Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez (Santo Domingo, Amigo del Hogar, 2019), que presentamos en Moca.
  2. Pedro Alejandro Batista, Espinosa y Moscoso, Santo Domingo, Ed. Argos, 2012.
  3. En su obra Genealogía y personalidad de Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez, el padre Batista enseña que el padre Juan López Fernández de Barrios, quien fuera el primer párroco de la parroquia Nuestra Señora del Rosario, de Moca, lumbre y crisol de la Mocanidad, figura entre los antepasados del ilustre mitrado que enalteciera a la Iglesia Católica con su servicio sacerdotal y su consagración episcopal al frente del Arzobispado de Santo Domingo.

 

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