Valoración de El Sorato de Magdala de Bruno Rosario Candelier
Por Laura Gil Fiallo
Lo primero que he podido notar, leyendo la novela El Sorato de Magdala, de Bruno Rosario Candelier, es el punto de vista de la narración, es decir, el tipo de contenido es intelectual, es una novela en donde no solo vemos la interacción de algunos personajes, sino que a través de la interacción entre los personajes se evidencia una serie de ideas donde encontramos referencias desde los postulados estéticos del Movimiento Interiorista, liderado precisamente por el autor de la novela, hasta todo lo que es la tradición de la estilización del amor en la cultura occidental, con alusiones a las características del amor del Platonismo y el Neoplatonismo, y también hay que relacionarla con el contexto contemporáneo y la importancia que ha cobrado la mujer en el siglo XX a través del feminismo; y la reivindicación de la feminidad, de la espiritualidad y la Divinidad de lo femenino. Entonces todo esto narrado en una estructura con las características de una novela epistolar y también una serie de capítulos organizados en varias partes que, si ustedes ven los títulos desde el primero, “Encuentro”, hasta los últimos como “Transformación”, “Destino” y “Determinación”. También esa misma estructura nos va mostrando que es un proceso de evolución y crecimiento espiritual.
Con respecto al contexto sociológico tenemos que decir que, a nivel de la literatura de masas, hemos asistido recientemente al fenómeno del Código da Vinci, síntoma cultural de que hay una reivindicación de lo femenino como un componente de lo sagrado que el autor ha abordado desde el punto de una reivindicación de la figura de María Magdalena. Sabemos que María Magdalena aparece en los Evangelios como una figura importante porque es a la primera que se le aparece Jesús después de la resurrección, por lo que me vienen a la mente un montón de imágenes del “No me toques, porque todavía no he subido a mi Padre”, que precisamente se está obrando en una transformación en Jesús por lo que no puede ser tocado por el mundo físico porque está trascendiendo a una forma de existencia puramente espiritual. La primera testigo de esto va a ser precisamente María Magdalena.
Nos encontramos en la cultura occidental donde, incluso las personas que no son creyentes. forman parte de la cristiandad. Estamos inmersos en una cultura donde el primer libro impreso fue la Biblia de Gutenberg y donde el Cristianismo le ha dado forma a una serie de características y de valores que, incluso en la ética de muchos no creyentes en la ética cristiana, tienen presencia. Entonces, en ese contexto se ha puesto el énfasis de algunos símbolos bíblicos, aunque también hay otros que están ahí, que no se les ha dado tanta importancia; una es la representación de Dios a través de tres figuras masculinas de la Santísima Trinidad, y hay algunas corrientes esotéricas y místicas que han hablado de que el Espíritu Santo (y aquí tenemos desde teólogos bizantinos como Leonardo Böf, por ejemplo) sería una figura femenina. Entonces se ha tratado de integrar una figura femenina a una simbología que parece que es básicamente patriarcal. Sin embargo, recuerden ustedes que aun en el génesis bíblico el tema de la androginia divina está presente porque Dios crea al hombre a su imagen y semejanza, e inmediatamente dice: “Macho y hembra los creó”, o sea que, lo que es a imagen y semejanza de Dios es la pareja. Este pensamiento se desarrolla en el renacimiento con Nicolás de Cusa que defiende una concepción de lo divino que es la coincidencia de los opuestos, coincidentiaoppositorum; entonces, hay un simbolismo básicamente patriarcal, pero también hay algunos elementos de integración de lo femenino. En el Antiguo Testamento, por ejemplo en Oseas, Dios se autodefine como una madre Israel; no habla de padre sino que emplea una metáfora del amor materno. Entonces, esta incorporación de la vivencia de lo sagrado femenino va a ser muy importante en nuestra época. También llegamos a tener la convicción de que nadie es totalmente masculino o totalmente femenino, sino que se trata de algo de que todos los elementos humanos están en el hombre y en la mujer, pero en un orden y en una proporción diferente en su estructura, pero todos están ahí. La representación del Yin y Yang (el Yin se representa con un puntito blanco), pero el Yang tiene un puntito negro, es decir, cada uno tiene algo del otro. Carl Gustav Jung ha llegado más lejos diciendo que el inconsciente de la mujer es masculino y el inconsciente del hombre es femenino, el ánima; por dentro, el hombre tiene todos estos componentes femeninos.
Yo he notado en los personajes de la novela de Bruno Rosario Candelier que a veces se da un mecanismo de proyección, donde lo que se está viendo no es a la mujer como tal, y ella misma se queja, le agradece al personaje masculino; le agradece que la idealice, pero le da hasta miedo porque esa no es ella, sino que se está refiriendo al arquetipo. También me llamó la atención aquel momento en que ella le dice con tanta humildad que las mujeres, a veces auto compensan la falta de lectura con la intuición, cuando en realidad estamos en un mundo donde todos los estudios arrojan que las mujeres leen más que los hombres. Los hombres leen más libros técnicos, pero hay más consumo de literatura por parte de las mujeres, y las carreras profesionales como la enseñanza, el derecho y la medicina están siendo monopolizadas por las mujeres. Sin embargo, el arquetipo que encontramos en el Libro de la Sabiduría del Antiguo Testamento, lo femenino es la sabiduría que trasciende el entendimiento, es la que trasciende al intelecto, la que trasciende al lenguaje; entonces, no se identifica a la mujer concreta, sino al arquetipo femenino con ese conocimiento. Probablemente tenga que ver con la amabilidad que desarrollan las madres para leer el lenguaje corporal porque tienen que saber lo que siente un niño que no sabe hablar y que, por lo tanto, es prerracional. Sin embargo, también hay que recordar que la que enseña a hablar es la madre. Hay un poema de Rainer María Rilke, bellísimo, que dice que la madre es la que sabe el nombre de las cosas y la que puede tranquilizar al niño porque es la que sabe por qué crujen los pasillos y que no es nada temible lo que está ocurriendo; entonces el inicio de la racionalidad y el lenguaje pero también la trascendencia del más allá de ese lenguaje, los límites de tu lenguaje, que son también los límites de tu mundo; pero también ese pensamiento racional hay que seguirlo subiendo, hay que trascenderlo; hay que seguir subiendo por esa escalera porque ese es el momento mítico del conocimiento. Todos estos elementos son interesantes para comprender en profundidad esta novela, El Sorato de Magdala, una novela como tal, estructurada con todas las características que requiere el género novelístico, pero al mismo tiempo creo que es una especie de manifiesto de los valores que defiende y que cultiva el Interiorismo, y una reflexión sobre lo que es el amor en Occidente, y el juego de lo masculino y lo femenino en la cultura occidental.
Son muy significativos los nombres en esta novela epistolar. No sé si ha sido de una forma deliberada o inconsciente… En nombre de Barranco nos evoca algo profundo pero también terrestre, y Aurora (fíjense que se ha puesto de moda ponerles a las niñas el nombre de Génesis, haciendo relación de la mujer con el origen y la relación con la maternidad) alude al nacimiento del Sol. A lo largo de la novela he notado también que en el comienzo de los capítulos también hay una alusión a la naturaleza y al momento del día; hay mucho vocabulario que tiene que ver mucho con el tiempo, y entonces estamos viendo una novela en la que los arquetipos platónicos que existen más allá del tiempo se encarnan en estos personajes. Entonces, siempre al principio el narrador habla del crepúsculo o de la aurora. Es el crepúsculo o el comienzo del día, y también la naturaleza aparece, no en el sentido de que traen los textos del Romanticismo, sino con el tiempo, ya que tiene que ver con la mujer, las religiones antropológicas con las diosas madre, que siempre son cultos de la fertilidad y la naturaleza. Entonces hay un momento en que la joven se retira al campo a recuperar sus fuerzas y a nutrirse; entonces hay esta oposición dicotómica entre lo femenino y lo masculino, entre lo temporal y lo atemporal, entre la cultura y la naturaleza, los cuales son hilos conductores que están a lo largo de la novela. También es interesante ver que la relación entre los personajes es de discípula y maestro, que es como retomar la relación de Cristo con Magdalena; pero también, como decía Jung que hay cuatro estadios en la evolución espiritual, tanto del hombre como de la mujer que tiene que ver con cómo se relaciona con su inconsciente. El alma masculina es lo primero que se puede personificar en la figura de Eva, que es la madre de la humanidad, pero es la feminidad más instintiva. Sigue personificándose en figuras como Helena de Troya y simboliza el erotismo en que la sexualidad está mediatizada por la cultura. Luego está la Virgen María, la cual la vemos como una guía del paso a la trascendencia, pero al final de cuentas es el eterno femenino que nos atrae a lo Alto, y ya es el logro absoluto del conocimiento espiritual, el conocimiento superior ligado a la trascendencia. Lo mismo pasaría con el hombre, que comienza siendo la masculinidad más animalizada y luego pasa a ser la figura del héroe que ya tiene unas características de valentía, arrojo, abnegación, sigue con el maestro y termina cuando ya no puede tener una personificación, en el sentido estricto, porque trasciende y es el sentido de la vida. Hay un fragmento de la novela donde habla precisamente de que el amor nos lleva al sentido, es decir, a través del amor llegamos al sentido de la vida, es decir que, al igual como pasa en el banquete de Platón, nos encontramos con un amor que tiene una dimensión gnoseológica. Hay un refrán que dice “amor no quita conocimiento”, y aquí es todo lo contrario; el verdadero conocimiento profundo llega a través de la purificación espiritual por el amor.
En esta novela de Bruno Rosario Candelier vemos un lenguaje bastante refinado. Veo que hay ciertos resabios de lo que es el amor cortés; al final de la Edad Media comienza esa estilización por el amor y esa vinculación en la corte de Leonor Aquitania, la reina de los trovadores, en donde el amor propiamente se confunde con la poesía. En el amor cortés siempre hay un obstáculo; hay incluso ese mito de los amantes que duermen sin tocarse con una espada en el medio, y entonces aquí hay un retraso de la consumación física prácticamente hasta el final que, precisamente permite que se vaya produciendo esa ascensión, que si lo físico hubiere estado satisfecho desde el principio, pero en realidad no se llega a movilizar esa energía para lograr incluso integrarla finalmente.
En el amor neoplatónico, cuando hay esa recuperación de los textos de Platón en el Renacimiento, nos vamos a encontrar con algo que presenta una oposición: el amor sacro y el amor profano. La joven está pensando en consagrarse a una institución o movimiento, es que el Sorato de Magdala, que me recuerda el Priorato de Sion, pero “Sorato” viene de soror, que significa ‘hermana’: entonces es una hermandad femenina, y ella está oscilando entre darle cumplimiento al amor humano o consagrarse absolutamente a este Sorato que, exige de ella, primero, servir a través del amor, después de un servicio social y también de tratar de alcanzar la santidad.
Les recomiendo que busquen datos sobre un cuadro que se llama “El amor sacro y el amor profano”, las dos imágenes de Venus que conciben los poetas del Renacimiento argüidos del Neoplatonismo. Siempre hay una confusión entre los espectadores; yo siempre me divierto mucho con mis alumnos cuando les digo que adivinen cuál es el amor sacro y cuál el amor profano, entre una que está muy bien vestida y otra desnuda que está con una lámpara señalando hacia el cielo y mirando persuasivamente a la otra, y todo el mundo dice que, naturalmente, el desnudo es el amor profano. Pues no; es todo lo contrario. El que está despojado de cosas mundanales, que está tratando de atraer hacia sí al profano, pero recordando que el amor profano también es santo, y esto es algo característico, más que del Platonismo, del Cristianismo. En el Cristianismo el matrimonio es un sacramento, y el cuerpo es un templo; entonces, por eso mismo no se puede profanar. Entonces ese juego entre el amor sacro y el amor profano va a tener un desenlace; al final hay una consumación del amor profano, pero después hay un retiro y una consagración plena al amor sacro.
Esta novela de Bruno Rosario Candelier, El Sorato de Magdala, un libro lleno de referencias literarias; es un libro donde aparece la alusión a la sensibilidad y a la belleza. La belleza es una esencia, y la belleza también es mencionada por un mecenas poeta, Lorenzo Médici, cuando trata de hacer una definición renacentista sobre el amor, y lo define como un apetito, un deseo de belleza, pero no de una belleza meramente física, sino de una belleza física que encarna la belleza espiritual y la simboliza, y también es un deseo de fertilidad, un deseo de engendrar en la belleza.
Entre las referencias literarias naturalmente veo que el autor conoce desde hace mucho tiempo la poesía de Rainer María Rilke; la consumación de la vida humana está en el lenguaje, porque al ser invisible las cosas y convertirlas en poesía, llevándolas a su esencia, es cuando captamos su carácter profundo que es perdurable: entonces la transición del tiempo a la eternidad es posible a través del lenguaje y sobre todo del lenguaje poético que no es más que una expresión de ese soplo del espíritu que toma la forma del amor. Entonces aquí todos los contrarios se trascienden, se hermanan, y la dicotomía inicial, que le da carácter en un mundo encarnado, se trasciende y en la eternidad se hace uno.
Laura Gil Fiallo
Presentación de El Sorato de Magdala
Santo Domingo, Feria del Libro, 27 de abril de 2019.
Luis Quezada: El mayor símbolo que tiene el Apocalipsis es la mujer. Los dos grandes antagonistas del Apocalipsis, en el capítulo 12, que está la mujer embarazada y parturienta, esa no es María, es el pueblo de Dios. En la expresión bíblica, el pueblo de Dios se simboliza con una mujer embarazada y parturienta que va a traer el parto de la nueva tierra y el cielo nuevo. En el capítulo 17 aparece la mujer embriagada y perversa, que chorrea sangre por la boca y que se ha bebido la sangre de los mártires, y esa mujer es la que representa al Imperio Romano. Es decir, los dos grandes símbolos del Apocalipsis son femeninos, pero digo más: para un teólogo, el mayor símbolo del Apocalipsis es la ruah, es decir, el espíritu, que es femenino. Solamente en español ruah es masculino, porque en hebreo es femenino. Los italianos tienen un adagio que dice “el que traduce traiciona”, y ese es un gran problema que tenemos con las traducciones bíblicas. Todas las traducciones traicionan; entonces, por ejemplo, ruah es femenino en hebreo, al pasar al griego se convierte en pneuma, que es neutro: al pasar al latín se convierte en spíritus, que es masculino, y de spíritus para a espíritu en español, que sigue siendo masculino.
Lo que ha dicho Bruno, de que un artista, un escritor cuando escribe, lo hace de una manera inconsciente, y es la verdad porque es del inconsciente que se expresan cosas que su talante estético concibe y expresa, y la persona no se da cuenta que lo está expresando. Yo descubrí que si uno lee con atención los siete apartados en que el autor estructura la novela, puede apreciar su grandioso significado. La novela está dividida en 7 apartados, los cuales llama: 1. Encuentro, 2. Revelación, 3. Derrotero, 4. Propósito, 5. Transformación, 6. Destino y 7. Determinación. Yo me dije -no sé si Bruno se ha dado cuenta, pero él ha diseñado en esas siete palabras un camino existencial que yo lo expresé en una frase utilizando las siete palabras: la vida es un encuentro donde se produce una revelación entre dos o más personas y deciden transitar juntos un derrotero, fraguando para ello un propósito que les permitirá realizar una transformación que marcará su destino si lo viven con verdadera determinación. Bruno Rosario Candelier ha diseñado con esas siete palabras un verdadero camino existencial.
En la contraportada de El Sorato de Magdala doy una explicación de su contenido: La historia narrada en esta novela epistolar, vinculada con María Magdalena, fusiona realidad y ficción a través de una relación amorosa con implicaciones morales, estéticas y espirituales. La dramática experiencia de una mujer de nuestro tiempo, por la circunstancia espiritual que la iluminó, fue redimida de un oscuro pasado cuya culpa expió transformando su conciencia y consagrando su vida a un ideal de servicio a la iglesia que el divino galileo fundó para la redención de la humanidad. La experiencia que marcó la vida de la heroína bíblica la vivió la protagonista criolla de esta novela, que el narrador recrea en cartas compartidas en las cuales aflora una visión espiritual y el sentimiento del amor tras el impacto de una experiencia cardinal y la determinación de una mujer que se enroló al movimiento religioso del Sorato de Magdala como entrega de una transformación.
Entre disquisiciones intelectuales, estéticas y espirituales fluye una onda mística que atraviesa la narración del novelista dominicano, que se suma a la novelística dominicana de corte bíblico, en la que se alternan el amor, la filosofía, la historia, la estética y la espiritualidad, que el arte del novelar fecunda y potencia, abriendo un nuevo cauce a la novela histórica, mística y bíblica. En El Sorato de Magdala se entrecruzan una historia de amor, el singular personaje bíblico de María Magdalena y una visión mística del mundo bajo la inspiración del ideario estético del Interiorismo.
Esta obra fictiva, que se remonta a los orígenes del Cristianismo, contrasta el sentimiento que desmaya los sentidos a favor del crecimiento de la conciencia trascendente. Al expresar la protagonista su reacción ante la demanda del amor humano (“Cuando nos besamos, yo te besé con el sentimiento del amor sagrado, mientras tú me besabas con el fuego de la pasión carnal”), enfatiza su ternura en un lenguaje diáfano, que el narrador comparte a la luz de sus intuiciones y vivencias, alternándose el amor erótico y el amor sagrado, que el autor formaliza a través del género epistolar en esta novela histórica de inspiración mística, interiorista y bíblica.
Bruno Rosario Candelier
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